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No le puedo relatar la noche, porque aún no ha terminado

Susana Corullón 6 de Marzo de 2015 a las 09:56 h

Cuando la Revolución rusa estalla en 1917, Marina Tsvietàieva tenía 25 años y dos hijas. Estaba casada un cadete del Ejército Blanco con el que tardó seis años en volverse a encontrar.
Procedía de una familia burguesa, y como otros burgueses durante la Revolución, tuvo que ocultar su alma:

"Así se me quedó grabada esa, mi primera visión de la burguesía durante la Revolución: las orejas, ocultas bajo los gorros, las almas, ocultas tras los abrigos, las cabezas, ocultas en los cuellos, los ojos, ocultos tras los cristales"
Tsvietáieva no es una mujer convencional: lleva el cabello corto y fuma. Su imagen no pasa desapercibida para los compañeros de tren con los que viaja hacia Moscú nada más estallar la Revolución. Hay una nueva visión de la mujer a la que no son ajenos los hombres con los que se cruza:
"Y si alguien se enamora - por su alma, la aceptará con todo y su olor [del tabaco], es más le liará los cigarrillos..." p. 18

En su personal relato de los primeros años de la Revolución, llama la atención la desafectación política. Nos describe cómo pasó aquellos años, sin hacer prácticamente juicios de valor sobre lo que ve. Es una visión de mujer, en un situación en la que apenas hay hombres:

" la cotidianidad de la revolución, como cualquier otra, pesa sobre las mujeres: antaño los haces, ahora los sacos. (La cotidianidad es un saco agujereado. Y pese a todo lo cargas)" Lo único que importa es vivir y hacer lo posible porque los otros vivan.

Marina se enfrenta en soledad a unas condiciones durísimas para buscar alimento para ella y sus hijas. Lejos de desfallecer, toma fuerzas para distanciarse y sonreír, tal vez con una mueca, pero al fin un gesto humano tras el que afirmarse y al que asirse. Así nos cuenta sus esfuerzos para llevar a su casa unas patatas congeladas, lo único que se podía conseguir:

"Una larga cola frente al sótano. Los escalones están congelados. Frío en la espalda: ¿Cómo sacarlas? Con mis brazos, - en esos milagros sí creo, pero...... Y además, me divierto tanto que _ ¡Ya puedo caerme muerta! - nadie me ayudará."

"Salgo _ todavía una estatua. En el mercado de Smolensk, lágrimas _ a cántaros.... Y de pronto - ¡risa! Júbilo! ¡El sol en la cara! Fin. No más. Nunca más."

"Poeta y mujer, sola, sola, sola - como un roble- como un lobo- como Dios- en medio de tantas pestes en la Moscú del año 19"

Con una energía maravillosa, el ser humano es capaz de sobreponerse a las condiciones adversas y valorar en la vida lo que realmente importa. La poesía y la palabra ejercen su función terapéutica y dignifican lo que tocan:

"En nuestra casa - ¡la comida es siempre un cometa!"

"¡La gente no sabe cuán infinitamente aprecio las palabras! (¡Más que el dinero, ya que puedo pagar con la misma moneda!"

Poco a poco el discurso se hace dueño de la situación y la autora nos muestra la potente estructura que soporta su alma: un sólido engranaje de amor, de gratitud y de dignidad.

Un amor sinceramente vivido, lejos de las convenciones:

"La primera mirada amorosa - es la distancia más corta entre dos puntos, esa recta divina en la que no existen dos" "Mejor perder una persona con todo nuestro ser, que retenerla con una centésima parte".

En una situación en la que se depende de la generosidad de los otros, es importante saber qué actos son de verdad merecedores de nuestra gratitud: darse uno mismo a cambio de un trozo de pan, no es más que un amor de pago.

"¡A mí se me puede comprar - solo con todo el cielo que alguien lleva dentro! Un cielo en el que, quizá, ni siquiera habrá lugar para mí."

Y por encima de todo, la dignidad de la propia fuerza:

"Es menester durante la Revolución, cerrar con llave muchas cosas: todo, ¡menos los baúles! Y, una vez cerradas - lanzar la llave... ¡Pero no existe un mar así!
No, una vez cerradas, muda y valerosamente confiar la llave - a Dios. Pronuncio Dios como alguien que se está ahogando: con un suspiro. Un sentimiento confuso: no habría que molestar (digamos) a Dios, si uno puede solo. Y el "puedes" crece día con día..."

"Las raíces del "no puedo" son más profundas de lo que podemos imaginar. El "no puedo" crece de donde crecen nuestros "puedo": todos nuestros talentos, nuestros descubrimientos, nuestros Leistungen [hazañas]: brazos que mueven montañas, ojos que encienden estrellas. De las profundidades de la sangre o de las profundidades del espíritu."

Al final del libro, la autora habla de su fascinación por Alemania, país en el que pasó su primera juventud, allí recoge la cita de un poeta que elegimos para terminar: "Todo pasa, todo cesa, todo pesa... Salvo la satisfacción de haber hecho lo que se debía"

Con la lectura de Diarios de la Revolución de 1917 celebramos hoy el Día de la mujer trabajadora, pero su lección de fortaleza no entiende de géneros.


Feliz 8 de marzo

 

Sello de URSS con Tsvietáieva (1992)
Wikipedia Commons

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