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La Sala de la Reina Isabel

Aurora Galisteo Rivero 6 de Marzo de 2015 a las 11:50 h

     El Museo Nacional del Prado abre sus puertas el 19 de noviembre de 1819

gracias al impulso de Fernando VII y su mujer María Isabel de Braganza.

 

      Sin embargo, el edificio  que diseñara Juan de Villanueva para ser

Gabinete de Historia Natural y Academia de

las Ciencias en tiempos de Carlos III no resultaba del todo adecuado para convertirse en

la sede del Real Museo de Pintura y Escultura. Es por ello que tras su inauguración se

irán sucediendo a lo largo de los años sucesivas reformas para convertirlo en un espacio

adecuado museográficamente. En un principio solo se colgaron cuadros de la escuela

española (311 en total) ocupando las salas del ala norte del edificio, y no será hasta

1821 cuando entren en el museo las pinturas de la escuela italiana, colocados en la

primera mitad de la Galería Principal, habilitándose a partir de 1826 la totalidad de la

misma e incorporándose las pinturas de las escuelas alemana y flamenca a las salas del

ala sur.

La creciente entrada de las obras procedentes de la Colección Real y de las órdenes

monásticas que estaban siendo suprimidas, hizo que se habilitaran nuevos espacios y se

efectuaran importantes remodelaciones. La más importante tuvo lugar bajo la dirección

de don José de Madrazo entre 1852-53 con la apertura del llamado Salón Ovalado o

Sala de la Reina Isabel (actual sala 12), llamada así en honor a la reina Isabel II que en esos

momentos ostentaba el trono. Este espacio, situado en el centro del edificio, estaba

llamado a constituirse como sala principal del mismo y, como tal, debía albergar las

obras más importantes del museo. Se planteó inicialmente en dos alturas, con una planta

baja en la que se exponía la colección de escultura (inaugurada en 1830) y la planta

principal, conectadas por una abertura en el centro. Poco tiempo duró esta disposición

ya que entre 1885 y 1892 se procedió a cerrar el hueco central debido a los problemas

para la correcta contemplación de los cuadros y la mala iluminación de la sala de

escultura. De todos modos, este cambio apenas afectó a la disposición de las pinturas.

Los criterios museográficos de entonces difieren en muchos aspectos de los actuales,

algo que se refleja en los comentarios y opiniones de la época o simplemente al

observar fotografías antiguas y compararlas con la situación actual. Lo primero que

llama la atención es la acumulación, casi en horror vacui, de las distintas obras, sin

atender a cuestiones expositivas como las escuelas, los tamaños de los cuadros, los

artistas, la cronología o la temática. En la Sala de la Reina Isabel se siguió un criterio

expositivo cuya finalidad era mostrar las grandes joyas de la colección del museo

pensando que la comparación de los más destacados artistas entre sí favorecía a resaltar

sus mejores cualidades; en palabras de Pedro de Madrazo, «está expresamente dispuesta

para que, como en ramillete de selectas flores […] recreen la vista y el sentido estético

los inteligentes y estudiosos que acuden a contemplar y a aprender en las maravillas de

color y luz creadas por la paleta de los grandes pintores». Las obras que aquí se

expusieron fueron variando con el tiempo, de la mano de los cambios en el gusto

estético que se irían produciendo. De esta forma, las primeras obras que presidieron la

sala fueron dos pinturas del célebre Rafael Sanzio, primero La caída en el camino del

Calvario (también conocida como El Pasmo de Sicilia, cat. nº 298) y después, a partir

de la década de los 70, La Virgen y el Niño con el arcángel san Rafael, Tobías y san

Jerónimo (más conocida como La Virgen del pez, cat. nº 297). El resto de artistas mejor

representados eran Tiziano, Velázquez, Murillo, Rubens y Van Dyck. Tras la separación

de las dos plantas la Sala de la Reina Isabel pasó a ser la actual sala 12 que se consagró

desde 1899 a Velázquez con motivo de su tercer centenario de nacimiento. Este cambio

pone de manifiesto la reivindicación de los pintores de la escuela española dentro de un

contexto nacionalista propio del siglo XIX, pero también las orientaciones de gusto que

se estaban gestando desde la segunda mitad del siglo. No mostraba, sin embargo, el

aspecto que actualmente conocemos puesto que, entre otros cambios, resulta

significativo que la obra velazqueña que presidía la sala era La rendición de Breda (cat.

nº 1172). Por otra parte, Las Meninas (cat. nº 1174) ocupaba una sala en exclusiva que

se conocía como Sala de las Meninas, lo cual le otorgaba una gran solemnidad pero

terminó considerándose que esta obra cumbre estaba demasiado apartada del resto, por

lo cual se decidió incorporar a la Sala Velázquez en el sitio principal, desde donde sigue

constituyendo la imagen más simbólica del museo desde 1978 hasta la actualidad.    

 

 

Bibliografía:

- MATILLA, J. M. y PORTÚS, J., El grafoscopio: un siglo de miradas al Museo

del Prado (1819-1920) [exposición]. Madrid, Museo Nacional del Prado, 2004.

 

- GÉAL, P., La naissance des musées d’art en Espagne (XVIII-XIX siècles).

Madrid, Casa de Velázquez, 2005.

 

- CHECA CREMADES, F. (dir.), El nuevo Museo del Prado. Madrid, Museo

Nacional del Prado, 2000.

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