En los instantes en que me ocupo de los entresijos de este ensayo, Joaquín Ramón Martínez Sabina (1949) debe de estar probando a cucharadas ese bol con sal (que no otra cosa) que le acompaña en cada gira, aunque para salivar bien le bastaría un paquete de cigarrillos o esos dos litros que bebe diarios -y que el médico no especificó que tuviesen que ser de agua-. Por desgracia, nosotros dejaremos de salivar cuando suba con su lánguida silueta, coronada cual cerilla por ese remate en forma de bombín, y toque por última vez aquellos compases que encañonan un "Lo nuestro duró...". Porque lo que ha durado más de medio siglo llega el 30 de noviembre a su fin: Joaquín Sabina se despide de los escenarios.
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