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Argentina no acaba nunca. 1ª parte

Javier Pérez Iglesias 16 de Septiembre de 2009 a las 09:11 h

Cuando viajo a un país nuevo me gusta preparar ese encuentro. Casi siempre trato de leer algo sobre su historia, ojeo alguna guía (aunque prefiero utilizarlas sobre el terreno y, muchas veces, me producen más placer cuando ya he regresado a casa) o busco literatura sobre ese lugar.

Muy a menudo, una novela nos enseña más sobre una época, un acontecimiento, una persona o un país que otras obras científicas y bien documentadas, con acercamientos de disciplinas académicas asentadas.

El caso es que cuando supe que iba a hacer un viaje de trabajo a Argentina, allá por junio, y planeé quedarme una semana más de vacaciones, empecé a recopilar información y lecturas. Los amigos de aquí y de allá me aconsejaron sitios, paseos, comidas y libros. Nora, por ejemplo, me dijo que tenía que explorar la vida teatral de Buenos Aires: "No te pierdas los espacios alternativos y acuérdate de Timbre 4"; Ana Banana y Clara me decían que paseara mucho por todas partes: "¡Ufff, ya verás qué librerías!", "No dejes de pasarte por San Telmo"; Fernando Godoy me convenció de que me buscara un hotel en Palermo Soho y Michèle me recomendó probar los vinos y experimentar con los restaurantes: "Se come bien por todas partes".

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Buenos Aires sigue presente (aunque sea de telón de fondo)

Javier Pérez Iglesias 21 de Julio de 2009 a las 12:54 h

Rosaura a las diez es una historia contada de manera caleidoscópica. No tenemos un narrador único sino que varios personajes nos cuentan su particular versión de los hechos y parece que, aunque todos tratan sobre los mismos asuntos, no tenemos acceso más que a pequeños fragmentos de verdad.

La primera versión nos la ofrece la dueña de la pensión "La Madrileña", lugar en el que ocurren casi todos los acontecimientos que se van a relatar. Es fácil imaginar la trama en una ambientación teatral, en la que los protagonistas del drama entran y salen por distintas puertas (sí, un poco a lo Lubitsch). Pero de fondo, a veces nombrado, a veces intuido, está Buenos Aires con sus barrios y sus multitudes hormigueando por la red de calles y avenidas. Se cita una dirección, o que alguien va a tal café o que se produjo un encuentro en tal línea de transporte público. Buenos Aires palpita en esa vida de pensión a la que llega gente de muy distintos lugares. Buenos Aires se descubre en esa manera de entablar relaciones sin que nadie sepa de dónde ni desde cuando.

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Para un habitante de Buenos Aires (al que conocí, ya muerto, en “la Docta”)

Javier Pérez Iglesias 10 de Julio de 2009 a las 10:20 h

Fernando Gabriel Peña González, Fernando Peña, (no confundir con mi amigo, el escritor y periodista de origen cántabro Fernando Peña Charlón) nació en Montevideo (Urugay) el 31 de enero de 1963 a las 00:05 (como el mismo dice, "hora incómoda, día incómodo... inoportuno, como siempre) pero ha residido en Buenos Aires desde muy pequeño y siendo jovencito se nacionalizó argentino.

Fernando Peña llevó una de esas vidas destinadas a desarmar a los hipócritas, poner en su sitio a los fariseos y, en definitiva, sembrar el escándalo. Digo "vida destinada" cuando a él no le faltaban ni la consciencia ni la inteligencia pero quizá eso agudiza aún más la capacidad de abrir heridas en el ojo de quien no quiere ver, casi sin que uno se lo proponga.

Fernando era marica, puto como dicen en su tierra, así, sin arreglitos. Sin la tranquilidad médica de definirse "homosexual", ni la marca de empresa "gay". Además, era sidoso y eso ya es el colmo. Su mala leche, hecha coherencia, le impidió mentir en los papeles de inmigración y ya nunca más pudo viajar a Estados Unidos por declararse portador del VIH. Eso, después de haber pasado años trabajando para Eastern Airlines.

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Mi Buenos Aires leído (cuando yo te vuelva a ver)

Javier Pérez Iglesias 3 de Julio de 2009 a las 10:26 h

Hay ciudades profundamente literarias no sólo por lo que se ha escrito en, desde y sobre ellas, sino por la presencia de los libros en su paisaje. Es el caso de Buenos Aires. Acabo de regresar de allí y todavía estoy impresionado por sus numerosas y regias librerías.

Grandes, pequeñas, generalistas, especializadas, de barrio, de lujo, con café, con discos, de viejo, antiguas, nuevísimas... Las calles ofrecen una fiesta para los amantes de la lectura. Las librerías, en general, no se limitan a vender libros sino que tienen en cuenta espacios para presentaciones e intercambios entre lectores y escritores. Son un elemento importantísimo en la actividad cultural del barrio y, muchas veces, un remanso de paz en medio de la frenética actividad porteña.

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