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Sarah Waters: Los huéspedes de pago

José Antonio Gómez Hernández 20 de Abril de 2017 a las 13:20 h

Recién acabada Los huéspedes de pago, de Sarah Waters, me animo a estrenar reseña sobre ella en Sinololeonolocreo. Desde que leí El lustre de la perla (adaptada como miniserie por la BBC con el título Tipping the velvet) me hice fan de esta escritora británica, deseando leer cada uno de sus títulos, publicados todos por Anagrama en su Panorama de narrativas.

Los huéspedes de pago de esta novela son Leonard y Lilian, un joven matrimonio que llega a ocupar las habitaciones en alquiler de la mansión de una familia señorial venida a menos, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. La madre viuda y su hija Frances tienen que renunciar a parte de su intimidad para mantener un caserón deteriorado que no les gusta pero que las ata. Con un evidente dominio del oficio, Sarah Waters nos va introduciendo en el drama con precisión, haciendo surgir el deseo y el amor prohibido, que se verá interrumpido por un asesinato más o menos azaroso que llevará a las protagonistas a un angustioso juicio. Con ello la historia se hace atormentada, cruzándose con el deseo la culpa, el miedo y los sentimientos destructivos. Argumentos para leer casi de un tirón las 600 páginas de una tensión sostenida.

Aunque esta novela es más comedida, Waters en general retuerce los argumentos hasta el extremo, lo que tiene el riesgo de llevar al lector al abandono por inverosimilitud, pero yo creo que merece la pena dejarse llevar. Sus novelas son intrigas folletinescas que tienen de fondo (o en la superficie) el tema de la pasión amorosa lesbiana que ha que aflorar y vivirse de modo clandestino en el contexto de la época victoriana, sus postrimerías y los años posteriores. Es brillante en la narración del deseo, en las reconstrucciones históricas, en la recreación de espacios que resultan claustrofóbicos para las protagonistas, en enredos que pueden acabar en crímenes que persiguen o marcan el destino de los personajes.

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Fetichismos lectores, sobre 'El final del desfile' de Ford Madox Ford

Javier Pérez Iglesias 19 de Octubre de 2009 a las 09:25 h

Nunca he juzgado una obra de arte por su tamaño. Algunos de mis cuadros favoritos caben en una maleta (los de Vermeer, por ejemplo) y, sin despreciar las catedrales, disfruto con las iglesias pequeñas (Santa Maria dei Miracoli, por citar una). Con la literatura me ocurre lo mismo, no me parece un escritor menor el que sólo, o fundamentalmente, se dedica a los cuentos y creo que un  poema puede encerrar el mundo.

Dicho eso, tengo que reconocer que las novelas de muchas páginas me producen un gusto que va más allá de otras sensaciones. Bueno, más bien es un disfrute especial porque cuando un autor me gusta, la posibilidad de entrar en su mundo por caminos largos (puede ser una única obra extensa o varias una detrás de otra), de recorrer sus territorios inventados, es un placer que no se parece a nada.

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