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El Informe de Brodeck

José Manuel Lucía Megías - 23 de Junio de 2010 a las 09:41

Hay autores que van, libro a libro, proyecto a proyecto, creando un universo personal que, a pesar de los matices, los cambios, las épocas, se vuelve familiar cuando uno se topa con él. Siempre hay algo de aire de familia, como en esas reuniones en que uno se reencuentra con un pariente lejano que hace años que no ve, pero que identifica a la primera. No sabes muy por qué, no sabes cuál ha sido la razón de este descubrimiento, pero ahí está, hablando con él, intentando llenar de palabras y de informaciones el abismo del tiempo que los ha separado. Algo así me sucede con las novelas de Philippe Claudel, de las que he reseñado, con un entusiasmo en nada escondido, otras dos de sus escritos: "Almas grises" y "La nieta del señor Linh". Y ahora, acompañada de una excelente traducción de José Antonio Soriano Marco, llega "El informe de Brodeck".

Una nueva página en este universo de Claudel, que nos acerca a una nueva dimensión en esta eficaz disección del alma humana: el dolor, la vida, la supervivencia. De la urbe moderna o del pueblo perdido del Norte, tranquilo hasta en sus tragedias, nos situamos en un pueblo en la frontera, en la frontera del dolor, y en la frontera de una época que bien podría ser la primera guerra mundial, la segunda o, ¡y por qué no! también la nuestra. ¡Qué lógico, qué fácil nos parece el pasado y qué estúpidos que seguimos siendo en el presente! Pero siempre hay genios como Claudel que son capaces de crear un espejo en que podamos mirarnos... y debemos ser valientes y aceptar nuestro reflejo, por más que no nos guste lo que vemos... a no ser que queramos repetir la historia de esta pequeña aldea, situada al lado de S., de la nada, en la nada del tiempo.         

Sin duda, sea esta la novela más compleja de Claudel, la que ha dado un nuevo giro de tuerca en su forma de entender la literatura. Intento explicarme: por un lado, continua con su búsqueda de un lenguaje literario propio, un lenguaje que huye del naturalismo, del realismo para acercar los límites entre la novela y la poesía. No hay concesiones en el estilo. Las metáforas se van disparando al ritmo frenético de una ametralladora literaria: "Ese día, la noche había caído de golpe sobre el pueblo, como un hacha sobre un tajo. Durante la mañana se habían acumulado en el valle grandes nubes procedentes del oeste que, encajonadas, atrapadas en la trampa de las montañas, habían empezado a girar sobre sí mismas enloquecidamente, hasta que hacia las tres un fuerte viento frío llegado del norte las había partido en dos. Su vientre, abierto de par en par, había dejado escapar una densa nieve de testarudos y gruesos copos, pegados unos a otros como los aguerridos soldados de un ejército infinito". Este es solo un ejemplo, uno de tantos.

Y quien lo escribe es Brodeck, ese Brodeck que no quiere perder su identidad humana del nombre a pesar de que en la vida le ha tocado vivir y morir de todo. Un joven que había ido a la universidad y a quien le obligarán a escribir un informe, el informe de un acontecimiento que cavará la tumba de la conciencia de este pequeño pueblo. Y Brodeck comenzará a escribir, y lo hará en el cobertizo, con su máquina vieja, entre el frío de la noche y el calor del aguardiente. Y mientras va escribiendo el informe -y preguntando, y abriendo las puertas a la investigación policiaca-, en realidad va recuperando su corazón y con él sus recuerdos. Los recuerdos de su prisión, de ese campo de concentración del que nunca se vuelve; y los recuerdos de los que se quedaron en el pueblo, su amada Emélia, su anciana protectora Fédorine... y este es el curioso juego de espejos que nos regala Claudel en su novela: leemos esta historia porque al narrador, Brodeck, se le ha pedido que haga un informe sobre un personaje sin nombre, Arderer (el Otro, en alemán), que ha llegado al pueblo y que ha terminado por descubrir los secretos del mismo y pintarlos, y ponérselos a los hombres delante de sus ojos.

Y el informe, que nunca leemos, y el tema del mismo -que no nos interesa- deja su espacio a los recuerdos de Brodeck, a su propia alma sangrante que se va sincerando a medida que pasan las hojas y a su historia, que es la que realmente hace que la novela se aferre a nuestras manos hasta la última página... Un narrador que es consciente de su labor, y que se lee y que reflexiona sobre su propio arte, trastocando los límites con el autor, con el mismo Philippe Claudel: "Acabo de leer mi historia desde el principio. No me refiero al informe oficial sino a esta confesión. Le falta orden. No ceso de divagar. Pero no tengo por qué justificarme. Las palabras acuden a mi cabeza como las limaduras de hierro a un imán, y las vierto en la hoja sin preocuparme de nada". Y así es esta novela genial. Ha sido capaz de recuperar el olor y los sabores de lo verdadero. Brodeck existe aunque su informe nunca llegará a leerlo nadie más que el señor alcalde, el mismo que le reprocha que use tantas metáforas en sus escritos. ¿Dónde colocar el espejo para comprender la historia?

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