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Garbera de recetas hernandianas

Javier Gimeno Perelló 17 de Mayo de 2012 a las 09:34 h

Ruiz Reig, Jaime. Garbera de recetas hernandianas. Córdoba: El Páramo, 2011.

No es habitual tener como lectura cotidiana o de entretenimiento una colección de recetas de cocina sino más bien como consulta a la hora de meternos entre fogones. Esta Garbera de recetas hernandianas cumple ambas funciones: la primera, porque se trata de una sucesión de hermosísimos pasajes, anécdotas, y sobre todo, gustos y aficiones culinarias del gran poeta alicantino –o murciano, según quién lo diga-, que se dejan leer con verdadera delectación; pero también es un recetario de suculentos platos de cocina mediterránea de la Vega Baja del Segura, cuya preparación va a culminar alrededor de una buena mesa el placer de una lectura deliciosa.

 

La Vega Baja del Segura o Bajo Segura es la comarca de cuya capital, Orihuela, a medio camino –bisagra, al decir de algunos- entre Alicante y Murcia, es oriundo nuestro poeta, como todos sabemos. Pero además de darnos el fruto de una poética exclusiva y magistral, la Vega es fértil también en higueras, en palmeras, en limoneros y almendros y granados y naranjos y un sin fin de hortalizas, frutas y demás productos de una tierra generosa para la boca, para los ojos y para el alma.

Esta garbera o haz, gavilla, manojo o puñado de recetas es un anecdotario extraído de las cartas intercambiadas entre Miguel y su esposa Josefina Manresa y otros  textos donde se habla de la vida doméstica, de la vida diaria, de sensaciones, de impresiones y de tantas facetas de la convivencia donde no podía faltar la comida y sus formas de elaborarla y de degustarla. Son recetas muchas de ellas que preparaba Josefina para él y que, como buena cocinera que llegó a ser, no desaprovechaba nada que la huerta producía, toda vez que utilizaba los productos propios de cada estación, como era habitual hasta hace muy poco en la mayoría de nuestras cocinas.

Como todo recetario que se precie, está clasificado según los productos más representativos de la huerta y su entorno: las especias, las legumbres, las ensaladas, las frutas, así como los embutidos, las tortillas, los dulces, y, naturalmente, como no podía faltar, los arroces y el mar, el mar Mediterráneo: “¡qué inmenso y grande es el mar, cómo se junta con el cielo!”, exclamó Miguel Hernández cuando lo vio por primera vez, aunque al decir del autor de esta gavera, “lo adivinó antes de conocerlo”. La lectura de este capítulo dedicado a su mar nos obliga a preparar y a degustar en buena compañía un riquísimo pescado escabechado con ingredientes como las sardinas o los boquerones, ajo, laurel, vinagre, pimienta en grano y, desde luego, aceite de oliva virgen.

No digamos de los arroces. Arroz con conejo fue el primer guiso que Josefina le preparó en su casa, cuando aun no había aprendido a cocinar. Había estallado la guerra y Miguel estaba en el frente. Su única preocupación era que él no se diera cuenta que no sabía guisar. No tardó en aprender y a las pocas semanas, aquel arroz con conejo, que el primer día le quedó algo crudo, se convirtió en uno de los platos preferidos del poeta soldado.

Pero si se trata de escoger arroces hernandianos, nosotros preferimos el arroz con costra. Esos huevos batidos que se esparcen sobre el arroz cuando ya está casi hecho pero sin secar del todo, metido en el horno para que el huevo suba formando una preciosa costra dorada, es un placer no de dioses sino de auténticos pecadores lujuriosos de la buena mesa.

Miguel Hernández, además de ser un poeta único con cuya vida acabaron los enemigos de la poesía y de la propia vida, era un hombre cuyo empeño era hacer del mundo “una huerta de paz y fraternidad”.

Jaime Ruiz es un alicantino de Almoradí, conocedor de las tierras donde pastoreó Miguel Hernández, y por eso también, de su huerta. Además de escritor y hernandiano, Jaime Ruiz es un hombre comprometido y luchador, maestro de profesión, sindicalista cuyas lecturas de su paisano le ha vacunado contra el dogma, presidente de la Sección de Educación del Ateneo de Madrid. Además de ser un estudioso de la obra hernandiana y, como tal, vicepresidente de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández, es también un activista por la recuperación de nuestra memoria tergiversada y olvidada, a través de la Asociación para la Memoria  Social y Democrática, AMESDE.

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