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La Biblioteca Informa al Bibliotecario

   Nº 9
Enero 2007

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Reflexiones sobre la lectura y otros afanes: A propósito de Los días y los libros de Daniel Goldin

Javier Pérez Iglesias

 

El llanto por la enfermedad de la lectura forma parte de nuestra banda sonora cotidiana. Cuando se publican los resultados de cualquier encuesta sobre el tema España aparece como un país habitado, mayoritariamente, por no lectores. En otros países de similares o superiores rentas no se oyen tampoco buenos augurios. Abundan pues los hipidos, el crujir de dientes, los discursos dolientes: ¡Qué pena que ya nadie lea!

Es el turno de la búsqueda del culpable: la escuela que es tan normativa y amuermante que mata el placer de leer; la familia que no da ejemplo porque no hay tiempo de contar o leer cuentos ni de que las criaturas vean a sus progenitores con un libro en la mano (y en actitud de leerlo); los jóvenes, que están adocenados y no ven más allá de sus MP3 y sus consumos; las autoridades, que desdeñan invertir para que la lectura sea un hecho en las vidas de los ciudadanos… En fin, hay discursos explicativo-acusadores para todos los gustos.

Por otro lado, nadie quiere quedarse fuera del equipo que reclama más lectores. Es muy curioso que la lectura esté tan de capa caída en un mundo en el que todos los que pintan algo (desde ministros hasta banqueros) parecen estar de acuerdo en lo importante que es leer. Es sorprendente, que a pesar de tantos ilustres preocupados los lectores no aumenten. Aunque quizá lo importante sea determinar qué lectores queremos y, sobre todo, qué sociedad ayudamos a conformar. La lectura, es un hecho, se escapa a las simplificaciones.

La delicada cadena del libro, la BELLA cadena que dicen los colegas italianos, está formada por bibliotecarios, editores, lectores, libreros y autores. Todos los agentes hacen posible que la lectura sea una realidad viva, que acompañe a las personas a lo largo de su vida.

Cada eslabón es importante pero, en nuestro mundo actual, el de los editores cobra especial relevancia. Quizá porque hemos entrado en una fase tan triste como la que nos describe André Schiffrin en La edición sin editores . También porque, a pesar de la tendencia a concentrar las editoriales en grandes grupos que viven de todo menos del mundo del libro, no dejan de surgir pequeñas iniciativas independientes que enriquecen nuestra dieta lectora y logran el éxito de estar ahí. Sin editores cultos, arriesgados, enamorados de los textos, nos quedaríamos sin poder conocer lo que escriben los desconocidos autores de nuestra época. Ellos son los responsables de poner a disposición del público lo que los autores han creado. Sin editores tendríamos las bibliotecas y librerías vacías y, por tanto, a los posibles lectores desasistidos. Necesitamos editores valientes y Daniel Goldin es uno de ellos.

Las personas interesadas en la lectura, en su promoción, en el papel social que pueda tener la democratización del acceso a los libros y a otros artefactos culturales, le debemos “Espacios para la lectura”. En esa colección han ido apareciendo textos y nombres como faros para el quehacer bibliotecario. Ahí se han editado dos libros de Michèle Petit (Goldin es, de hecho, su editor en castellano) y obras de otros autores esenciales para quienes trabajan en torno al libro y la palabra escrita: Emilia Ferreiro, Michel Peroni, Roger Chartier, entre otros.

Goldin nunca se ha distinguido por buscar los caminos fáciles y esta obra, en la que se recogen sus pensamientos y reflexiones de los últimos años, es un buen ejemplo.

El primer capítulo, que da nombre al libro, es una suerte de autobiografía lectora en la que el autor termina confesando que los libros son una trampa, cuya virtud consiste en poder mostrarnos “que nuestra única tierra es volátil y esquiva, que nuestro único arraigo es movernos, desintegrarnos en ella, como el polvo. No ser nadie, no tener sentido y no poder dejar de producirlo”.

Con este comienzo está claro que no vamos a movernos por terrenos cómodos. Goldin escarba en los lugares comunes para rescatar la sensación de extrañeza que haga saltar chispas de conocimiento. Los niños y eso que llamamos literatura infantil, el multiculturalismo, la industria editorial, los procesos civilizatorios, las relaciones entre lectura y formación de ciudadanos…, son algunos de los temas desgranados en este libro. No nos engañemos por su aparente brevedad, a penas 121 páginas, porque está repleto de fogonazos e ideas sugerentes. Como la bibliografía que se recoge al final: pocos nombres esenciales que van apareciendo en los diferentes capítulos y que uno desearía leer si es que no lo ha hecho. Goldin alcanza un gran logro que es animar a sus lectores a ir más allá y saltar a otros autores, a otros puntos de vista.

Daniel Goldin es uno de esos editores cuyo interés, dicho con sus propias palabras, no es “producir y vender libros solamente, sino formar lectores o, para ser más precisos, ayudar a formar un tipo especial de lectores”.

Su labor durante años al frente de las colecciones infantiles y juveniles del Fondo de Cultura Económica ha llenado nuestras casas, nuestras bibliotecas y nuestras vidas de títulos esenciales, muchos de los cuales son libros sin palabras en los que son las imágenes las que cuentan. Sí, una aparente contradicción, en la biografía de este poeta, editor y ensayista, tan preocupado por la lectura, y a quien tanto debemos los lectores en lengua castellana.

Los días y los libros se publicó a finales de 2006 en México por la editorial Paidós pero desde primeros de 2007 lo podemos encontrar en España. No pierdan el tiempo y consulten a su librero (o acudan a su biblioteca).