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de Trabajo de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales |
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Biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. UCM. |
Autor(es):
Título: ¿Deben los economistas estudiar la historia de la economía?: Un análisis metodológico de nuestra materia
Resumen:
«Cada
escuela económica tiene sus vínculos cómicos con la metodología. Una
metodología económica marxista, por ejemplo, tiene reglas tales como:
La
historia de toda sociedad existente hasta la fecha es la historia de la lucha
de clases.
Emplee
estadísticas, son científicas.
Tenga
cuidado con los comentarios llenos de falso conocimiento.
La
metodología neoclásica, la dominante en el mundo de habla inglesa, dice
entre otras cosas:
La
historia de toda sociedad existente hasta la fecha es la historia de las
interacciones entre personas egoístas.
Emplee
estadísticas, son científicas.
Tenga
cuidado con los comentarios que no se pueden falsar y que no se pueden
comprobar.
La
metodología austríaca afirma:
La
historia de toda sociedad existente hasta la fecha es la historia de las
interacciones entre persona egoístas.
Emplee
las estadísticas con cautela, si es que lo hace, pues son ficciones
transitorias.
Tenga
cuidado con los comentarios que no estén de acuerdo con los preceptos
metodológicos austríacos.» [Donald N. McCloskey (1990), La retórica de la
economía, Madrid, Alianza Ed., p. 49]
1.
INTRODUCCIÓN.
Este
trabajo tiene por objeto analizar los elementos metodológicos, los supuestos
y las herramientas con que trabaja el economista en la actualidad, y ver qué
repercusiones tiene eso para el estudioso de la historia del pensamiento
económico. Considero, de partida, que los profesionales de la ciencia
económica dan por aceptado el esquema básico de pensamiento del modelo
neoclásico u ortodoxo, al que han añadido importantes dosis de estudios
empíricos, como resultado del propio desarrollo teórico acaecido en la
econometría a partir de los años ochenta, lo que ha multiplicado los
trabajos denominados de “econometría aplicada”.
Pero
el concepto y significado de modelo neoclásico de pensamiento
económico se ha desarrollado y enriquecido a lo largo del tiempo, gracias
-entre otros- a los avances del análisis institucionalista de la economía
que han tenido lugar desde mediados de los años ochenta, y dista del que
estamos acostumbrados a concebir los historiadores del pensamiento económico;
pues la economía neoclásica ha incorporado sin grandes problemas muchos
conceptos analíticos, desarrollados fundamentalmente, pero no sólo, por
quienes han sido sus críticos, lo que le permite dar importancia a los
componentes institucionales dentro del análisis económico.
Dando
por hecho esta estructura de pensamiento neoclásica perfeccionada, que está
en evolución, los profesionales de la economía se adentran a explicar
comportamientos de los individuos y de las instituciones por ellos creadas (ya
nos dijo Adam Smith que casi nunca como resultado de decisiones
conscientemente planeadas), sin mayor fundamentalismo metodológico que el de
tratar de explicar la compleja realidad que nos rodea. Tarea en absoluto
sencilla.1
Fruto
de la formación y las enseñanzas recibidas de dos de mis maestros, los
profesores Pedro Schwartz y Carlos Rodríguez Braun, en mi anterior Proyecto
Docente, defendido en 1989 con motivo de mi concurrencia al
concurso-oposición para profesor Titular de Universidad en el Departamento de
Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Complutense de Madrid,
presenté un tratamiento tradicional de la metodología aplicada a la Historia
del Pensamiento Económico, que entonces dividí en cinco formas o métodos de
investigar, estudiar, escribir y enfocar esta materia, y que se concebía como
el resultado de un largo proceso de formación de diferentes enfoques
metodológicos, también tradicionales, que se han ido desarrollando en la
filosofía de la ciencia, de forma más general. De esa forma, el estudio
metodológico que se realizaba en aquél Proyecto Docente tuvo un contenido al
uso, que incluía una descripción de los distintos métodos deductivo,
inductivo y escéptico o relativista, un análisis más profundo del método
hipotético-deductivo o falsacionista de Popper, y las críticas y revisiones
que hacían de dicho método Kuhn y Lakatos, fundamentalmente. Parte del
resultado de aquellas investigaciones quedaron recogidas en Méndez Ibisate
(1989).
He
creído oportuno, en esta ocasión, superar ese tratamiento tradicional de
estudio de la filosofía de la ciencia y sus aplicaciones a la economía, y
presentar en este trabajo cuál es, en mi opinión, el estado actual de lo que
se conoce como ciencia económica, o más precisamente, cuál es el método y
el instrumental con que trabaja actualmente la economía, y su repercusión
sobre los profesionales que hacemos historia del pensamiento económico.
Existe
otra razón para seguir esta otra línea de enfoque de los problemas
metodológicos que afectan al desarrollo de nuestra ciencia económica; tal es
que hoy en día los teóricos y profesionales de la economía prestan,
generalmente, escasa atención y dan poca importancia a los problemas
metodológicos, no tanto -o pocas veces- porque crean que no la tienen, sino
porque dan por hecho que el método científico general, que siguiendo la
terminología popperiana podríamos calificar de conjeturas (o hipótesis),
predicciones y refutaciones, es mayormente aplicable a la economía; y se
adentran directamente, sin más, a “hacer economía”, en el sentido de dar
explicación a los hechos sociales que tienen lugar en los diversos campos en
los que trabajan esos profesionales: bien sea en el sector público, las
finanzas o mercados financieros, la tributación, la empresa y la
organización industrial, los recursos naturales, los recursos humanos y las
relaciones laborales,...
Esa
escasa atención a asuntos metodológicos se hace especialmente patente en lo
que se refiere a la metodología de la ciencia, entendida a la manera
tradicional: Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend... Sin embargo, los economistas
procuran hacer explícitos los postulados o premisas empleados -la mayor parte
de las veces metodológicas- cuando “hacen” economía en el sentido
profesional y teórico de esta expresión. ¿Cuáles son fundamentalmente esos
postulados o premisas que se utilizan hoy en la economía, una vez que ésta
ha superado anteriores disputas de los años setenta y ochenta? O utilizando
la expresión de Blaug, ¿cómo explican hoy los economistas?
Es
muy posible que nos encontremos, como parece señalar Blaug, con que la
ciencia económica todavía esté regida, como en el siglo XIX, por posiciones
más cercanas al verificacionismo que a la falsabilidad. Es decir, que a
partir de premisas derivadas de la introspección, o de la observación
casual, se elaboran unas predicciones mediante el método deductivo, con la
esperanza de que dichas implicaciones podrán verificarse posteriormente, en
lugar de que puedan falsarse. El verificacionismo está más cerca de la
determinación del campo en que se cumplen las predicciones teóricas que de
la evaluación de la validez de las teorías o falsacionismo. Como dice Blaug:
«Mi
propia opinión es que la debilidad primordial de la Economía moderna
consiste precisamente en su reluctancia a producir teorías que generen
implicaciones refutables claras, seguida de una falta generalizada de
disposición hacia la confrontación de dichas implicaciones con los hechos.»
[Blaug (1980), p. 282].
Entre
la profesión, mayormente, parece haber triunfado el método propuesto por
Friedman (1953),2
interpretado con gran flexibilidad, al que se añade la necesidad de falsar
las teorías. De modo que los economistas por lo general no se paran a falsar
los supuestos de partida y creen que debe juzgarse a las teorías por su
capacidad de predicción. El problema de los economistas y del método que
aplican, según Blaug, es que todos propugnan el falsacionismo pero apenas
unos pocos lo aplican. Pero lo cierto es que esta tendencia, en gran parte, ha
cambiado, tanto con el desarrollo del instrumental analítico y teórico de la
econometría, que ha permitido a su vez el desarrollo de estudios empíricos
de economía y de la econometría aplicada (análisis de economía aplicada
fundamentada en modelos y herramientas econométricas), como por el desarrollo
analítico que han supuesto la incorporación de la hipótesis de expectativas
racionales, la microfundamentación de la economía, que ha extendido el modo
de razonar aplicado por la microeconomía, es decir sujetos que buscan su
propio interés de forma racional, a otros campos del análisis económico, y,
finalmente, nuevos conceptos analíticos surgidos de la extensión de la
economía al estudio de las instituciones y del comportamiento humano, que se
inician en los treinta, con Ronald Coase, pero que se desarrollan a lo largo
de varias décadas con el estudio del comportamiento del Estado y las
técnicas de elección racional dentro de los grupos e instituciones (Public
Choice), el comportamiento humano en lo relativo a la familia, la
educación, el crimen y los suicidios, la economía de la información, las
finanzas, la empresa y la organización industrial, y fundamentalmente, los
derechos de propiedad, entre otros.
La
economía como disciplina no científica: dos posturas extremas.
Sin
embargo, antes de adentrarme en la tarea planteada, quiero, por razones de
rigor, recoger dos posturas extremas, expresadas por los profesores Sánchez
Ron y D. McCloskey respectivamente, respecto a la consideración de la
economía como ciencia. José Manuel Sánchez Ron simplemente afirma que la
economía, sociología, política, historia, etc., no son disciplinas
científicas. La utilización de técnicas matemáticas de análisis o la mera
matematización de la disciplina no es el único requisito que satisfacen las
ciencias de la naturaleza como la física, química, matemáticas, biología,
geología... y, por tanto, no son garantía de que una disciplina obtenga el
rango de científica:
«No
hay ciencia -lo recuerdo una vez más- sin capacidad predictiva. Una capacidad
que habitualmente se manifiesta mediante leyes matemáticas, universales
dentro de su dominio de aplicabilidad. A veces, es cierto, también
consideramos científicas ideas, teorías, que aún no han sido matematizadas
(acaso nunca lo serán realmente), pero que poseen la habilidad, el poder de
ordenar, mediante algunos principios generales, fenómenos observables, o de
abrirnos dominios de la realidad que antes ignorábamos. El evolucionismo, o,
aunque sea más debatible, las ideas psicoanalíticas de Freud, son ejemplos
en este sentido.
No creo que las
disciplinas sociales... hayan llegado todavía, ni que esté claro que lo
hagan algún día, a semejante situación. Su capacidad de predicción es muy
pequeña. Existen algunas leyes, es verdad, pero hay grandes diferencias entre
las pretensiones y ámbitos de aplicabilidad de esas leyes y las físicas,
químicas o biológicas.» [Sánchez Ron (1996), pp. 61-2].
Puede
que, a pesar de que nos cueste aceptarlo, Sánchez Ron tenga razón en su
argumento. Pero no nos queda otro remedio que rebelarnos ante la idea de que
la economía no es una ciencia, ya que dicha idea nos lleva a un vacío
conceptual, y hace inútiles todos los esfuerzos llevados a cabo en las
discusiones metodológicas tanto antiguas, por ejemplo la que se mantuvo entre
la Escuela Austríaca y la Escuela Histórica, como más actuales, cual es la
que se mantiene entre la economía neoclásica y la institucionalista acerca
de si el nuevo institucionalismo utiliza un método, o es un programa de
investigación, diferente del neoclásico.
Igualmente,
me rebelo ante la afirmación de que la economía no tiene, o apenas tiene,
capacidad de predicción. Algunas cosas sabemos hoy los economistas y alguna
parte de la realidad que nos rodea podemos explicar. Así, por ejemplo, aún
nos sirve hoy en día para explicar y predecir acontecimientos que tienen
lugar en el mundo económico o político el modelo de comportamiento humano y
económico descrito por Adam Smith, basado en el individualismo metodológico
y en las necesidades humanas como la base de la organización social, o de las
instituciones humanas, que son producto de actos individuales no organizados o
planeados. Algunas hipótesis predictivas, aunque sean tal vez muy generales,
podemos establecer sobre el comportamiento de los seres humanos, y algo,
aunque no sea mucho, podemos decir sobre el dinero o sobre la demanda. No
podemos, por tanto, admitir una afirmación tan categórica como la que
realiza Sánchez Ron, aunque después de soltar la bomba afirme hacerlo “para
advertir de las diferencias, no para, en modo alguno, disminuir el valor de
esas disciplinas sociales”.
Por
otro lado, en su obra, La retórica de la economía, McCloskey
considera que la buena ciencia es una buena conversación y el discurso
erudito no consiste en adoptar una metodología concreta, sino en “el
intento sincero e inteligente de contribuir a una buena conversación” [McCloskey
(1985), p. 51]. Afirma que la retórica es la mejor forma de entender la
ciencia. Y por retórica entiende el arte de hablar o convencer a una persona,
aunque no se pretenda alcanzar la verdad; ya que “la retórica no trata de
la verdad; trata de la conversación” [McCloskey (1985), p. 53]. McCloskey
llega a considerar a las ciencias pura retórica, si bien admite que unas lo
son más que otras.3
«La
economía, en resumen, no es una Ciencia en el sentido que dábamos a esta
palabra en la enseñanza secundaria.
No obstante, las demás
ciencias tampoco lo son realmente. Los economistas pueden respirar tranquilos.
Otras ciencias, incluso las otras ciencias matemáticas, son retóricas...
... el historiador del
pensamiento debe perseguir la retórica del conocimiento» [McCloskey (1985),
pp. 57 y 59].
De
nuevo, este modo de enfrentar la forma en como se hace y estudia la economía,
aunque ilustrador de muchos de los comportamientos y males que aquejan al
economista, resulta más destructivo que constructivo y, salvo la mejora de
nuestras armas para convencer antes y mejor a la audiencia (¿qué audiencia,
me pregunto, en ese caso?),4
poco se aporta respecto al conocimiento del mundo que nos rodea.
Por
ello, paso a continuación a resumir desde mi punto de vista, que adopta el
método neoclásico -o si se prefiere clásico, convencional, ortodoxo, o
teórico-, qué hacemos los economistas y cuál es la razón de estudiar
historia del pensamiento económico.
2.
EL ESTUDIO DE LA ECONOMÍA. ¿QUÉ ES LA ECONOMÍA? (O CÓMO EXPLICAN LOS
ECONOMISTAS).
Gary
S. Becker ha afirmado que la economía moderna es, por encima de todo, una
manera de pensar, entender, o considerar el comportamiento social.
Se
utiliza tanto para ayudar a comprender las sociedades primitivas como las
economías avanzadas de hoy en día; los países capitalistas, como los
países comunistas; tanto para interacciones o transacciones personales que no
utilizan mercados explícitos, tales como el matrimonio, el dar regalos o el
suicidio, como para transacciones en mercados organizados, como son la Bolsa o
el mercado de naranjas; para decisiones diversas y de todo tipo que van desde
la comisión de crímenes hasta el emprender estudios de economía; tanto para
explicar comportamientos o decisiones políticas, como judiciales o
legislativas; y tanto para decisiones que competen a personas con coeficientes
intelectuales elevados, como para las decisiones que toman personas con bajo
coeficiente intelectual.
Y
la manera económica de pensar no es un asunto fácil o de simple lógica.
Casi siempre, las leyes económicas no son resultado del sentido común, sino
del descubrimiento de complejos entramados de acciones y reacciones sociales o
individuales: consecuencias inesperadas y resultados no buscados directamente
por las acciones.
La
economía es una manera de entender el comportamiento, que parte del supuesto
de que las personas tienen objetivos y tienden a elegir la manera correcta de
conseguirlos. Esta manera de entender el comportamiento se ha demostrado
particularmente útil en el pasado para responder lo que normalmente se
consideran cuestiones económicas, es decir, un grupo particular de preguntas
del tipo “¿cómo prevenir el desempleo?”, ”¿por qué suben los
precios?”, “¿cómo funciona el sistema bancario?”, “¿qué hace que
unos países sean más pobres o ricos que otros?”...
Racionalidad
en economía.
La
parte de la definición que indica que las personas tienden a encontrar la
manera correcta para conseguir sus objetivos, se denomina racionalidad.
Término que puede resultar, en cierto modo, despectivo, ya que indica que la
manera correcta de que las personas alcancen sus objetivos es a través del
análisis racional, analizando evidencias, usando la lógica formal para
deducir conclusiones a partir de suposiciones, o por meros procesos de ensayo
y error. Pero la racionalidad se entiende como la habilidad de conseguir la
respuesta adecuada, y puede ser el resultado del pensamiento racional o de
otras muchas cosas; el razonamiento lógico, por tanto, no es el único
camino, ni siquiera el más común, de llegar a la respuesta lógica. Puede
ser el ensayo y error, puede ser la mera introspección subjetiva, o incluso
ni eso. Por ejemplo, los genes no pueden pensar, pero en muchos casos se
comportan como si tuviesen calculado cómo maximizar su propia supervivencia
en futuras generaciones. Tal ocurre con la proporción entre los sexos en la
mayoría de las especies, incluso en algunas especies en las que sólo existe
una pequeña proporción de machos que efectivamente tengan oportunidad para
reproducirse. La evidencia empírica demuestra que en la mayoría de las
especies, incluyendo la nuestra, se producen crías masculinas y femeninas
aproximadamente en la misma proporción. No existe ninguna razón clara que
explique que esto es positivo para las especies, ya que un sólo macho puede
fecundar varias hembras. Y aún así, incluso en especies en las que sólo una
pequeña proporción de machos tienen efectivamente oportunidad de
reproducirse, la proporción entre sexos es 1:1. ¿Por qué?
La
respuesta es que si hay más hembras que machos en la población (por ejemplo
dos tercios de los recién nacidos son hembras), las parejas que tengan hijos
tendrán más descendientes, en media, que las que produzcan hijas. Por tanto,
las parejas que tengan descendientes hijos tendrán más descendientes en
tercera generación que las parejas que tuvieron hijas; y la mayoría de la
población habrá descendido de sus genes, incluyendo el gen de tener hijos
(no hijas). Por lo tanto el gen de tener crías masculinas habrá aumentado en
la población.5
La
situación inicial, donde, en cada generación dos tercios de la población
son hembras es inestable. Del mismo modo ocurre si más de la mitad de las
crías fuesen masculinas; los genes para tener crías femeninas tendrían más
ventaja y se difundirían más. De cualquier forma, la situación debe volver
a ser de una proporción similar entre los sexos. Los genes no pueden pensar,
pero en este, y otros muchos casos, se comportan como si tuviesen calculado
cómo maximizar su propia supervivencia en futuras generaciones. Desde luego
no lo hacen. Y de igual modo ocurre con el comportamiento racional de los
individuos, que se supone en economía, puede provenir no únicamente del
cálculo racional con información perfecta, o dado un conjunto de
información limitado, sino también de la costumbre, las reglas sociales, o
el desarrollo de una estrategia para conseguir un determinado nivel de
satisfacción como supuso Herbert Simon.6
La
parte de la definición que afirma que las personas tienen objetivos debe
reforzarse añadiendo que las personas tienen objetivos razonablemente
simples. Debemos tener una idea acerca de cuáles son los objetivos de las
personas ya que si no, es imposible realizar cualquier predicción sobre cómo
actuarán. Cualquier comportamiento, por muy peculiar que sea, puede
explicarse suponiendo que el comportamiento mismo era el objetivo de la
persona: “¿por qué hacía tal cosa, por rara que parezca?, porque quería
hacer tal cosa por rara que parezca.”
La
economía se basa en el supuesto de que las personas tienen objetivos
razonablemente simples y eligen los medios adecuados para conseguirlos. Las
dos premisas del supuesto son falsas: a veces las personas tienen objetivos
muy complicados y a veces cometen errores.
El
comportamiento racional, en el sentido de “tomar la decisión correcta”,
puede predecirse, pero el irracional no, ya que existen una o muy pocas formas
correctas de hacer las cosas pero muchas formas de hacerlas incorrectas. Si
suponemos el comportamiento irracional de una persona casi nunca acertaremos
en las predicciones del mismo ya que tendremos que averiguar qué
comportamiento irracional llevará a cabo de todos los posibles. Haremos mejor
suponiendo que es racional y reconociendo que algunas veces actuará de forma
incorrecta. Por tanto, la tendencia a ser racional es el elemento consistente,
y por tanto predecible, del comportamiento humano. La única alternativa al
supuesto de racionalidad es, aparte de la de abandonar e indicar que el
comportamiento humano no puede entenderse ni predecirse,7
una “teoría” del comportamiento irracional, una teoría que nos indique
no sólo que alguien no seguirá siempre el comportamiento racional, sino qué
comportamiento irracional en particular realizará. Hasta ahora, que yo
sepa, no existe ninguna teoría satisfactoria de esa clase.
Elementos
racionales del supuesto de racionalidad.
Existen,
además, ciertos elementos que nos permiten afirmar que el supuesto de
racionalidad funcionará mejor de lo que intuitivamente parece. En primer
lugar está la denominada ley de los grandes números.
A
menudo nos preocupamos no del comportamiento de un simple individuo, sino del
efecto agregado del comportamiento de mucha gente.8
Por lo tanto, como la parte irracional del comportamiento es aleatoria, sus
efectos en media (o promedio) son nulos en términos agregados. Dicho de otro
modo, si una causa común actúa sobre los individuos de un grupo, aunque
algunos de sus miembros actúen de manera atípica, puede predecirse con
éxito la reacción del comportamiento global. Algunos individuos pueden
comportarse de una manera extraña por razones que a nuestro entender son
inexplicables, pero no por ello el comportamiento del grupo es menos
predecible, precisamente porque las cosas raras que un individuo pueda hacer
tenderán a eliminarse con las otras cosas raras realizadas por otro.
Esto
es especialmente importante para entender cuán errónea es la idea tan
extendida de que el libre albedrío y la ausencia de certeza en relación con
el comportamiento humano hacen imposible el estudio científico del mismo.
La
segunda cuestión a tener en cuenta es que dentro de márgenes aceptables de
error se puede predecir en economía ya que al considerar un grupo o grupos de
individuos éstos no se comportan de manera caprichosa, sino que ofrecen
respuestas muy estables frente a los varios estímulos que actúan sobre ellos
(cuando aprieta el calor más visitantes acuden a las playas o piscinas y más
se incrementan las ventas de helados, por ejemplo). Si el comportamiento del
grupo humano fuera aleatorio y caprichoso ni la ley, ni la justicia, ni el
horario de las líneas aéreas serían más fiables que una ruleta; una
observación amistosa podría producir tanto una reacción furiosa como de
simpatía, y de nada serviría la realización de exámenes para evaluar las
capacidades de los individuos.9
En
este punto el lector siempre puede aducir que existen comportamientos
caóticos entre los individuos; pero no es menos cierto que éstos
también se encuentran en las leyes de la naturaleza y no por ser caóticos
dejan de tener sus propias reglas. Incluso los sistemas caóticos, que siempre
son sistemas no lineales,10 atienden a
reglas de causalidad (causa-efecto). Lo que ocurre es que la propia
formulación de estos sistemas no lineales, que incluyen términos
cuadráticos para las incógnitas, hace que pequeñas desviaciones en las
condiciones de partida produzcan efectos divergentes enormes en las
soluciones. Pero el caos no implica necesariamente que el sistema sea
indeterminista.
El
caos tiene como resultado la dificultad de explicar e interpretar las causas
de un fenómeno, especialmente cuando se hace, o sólo se puede hacer, a
través de la observación de los efectos. Pues al ser las desviaciones tan
grandes, prácticamente imposibilita la deducción mediante la observación de
fenómenos; ni siquiera podremos conocer la situación inicial aproximadamente.
Pero a su vez, y más importante, cuando en un fenómeno sucede que pequeñas
diferencias o desviaciones en las condiciones iniciales engendran enormes
diferencias en la situación final, cualquier pequeño error cometido sobre
las primeras produce un error inmenso sobre los fenómenos finales, y entonces
se vuelve imposible la predicción. “La predicción del comportamiento
futuro de un sistema caótico está por definición seriamente limitada aunque
el sistema sea determinista.” [Sánchez Ron (1996), p. 55].
Incluso
admitiendo que parte, ya que desde luego no todos lo son, de los
comportamientos de los individuos o de los modelos y sistemas económicos son
caóticos, eso no implica ni que nuestra disciplina no sea científica, ya que
hoy en día el caos se encuentra prácticamente en toda la naturaleza
(física, ingeniería, biología, química, ecología,...), ni que no pueda
modelizarse o predecirse. Incluso el meteorólogo y matemático Edward Lorenz
percibió y explicó el caos porque logró ver algo más que azar en los
fenómenos meteorológicos; vio orden disfrazado de casualidad, y
trató de explicar ese orden no lineal.
La
tercera razón por la que el supuesto funciona mejor de lo esperado es que,
generalmente, tratamos no con un grupo aleatorio de gente sino con personas
que han sido seleccionadas por el papel particular que desempeñan.
Consideremos los directivos de las compañías. Elegidos al azar, posiblemente
el supuesto de que quieren maximizar los beneficios de la empresa y saben
cómo hacerlo no será muy plausible. Sin embargo, personas que no quieran
maximizar los beneficios, o no sepan cómo hacerlo, es poco probable que sean
elegidos para el trabajo; si lo son es poco probable que lo mantengan; y si lo
logran, las empresas probablemente perderán peso específico en la economía
hasta que lleguen a cerrar. Así, los simples supuestos de maximización de
beneficios y racionalidad se convierten en un buen modo de predecir el
comportamiento de las empresas. Incluso la alteración del supuesto de
maximización de beneficios, siempre que mantengamos el supuesto de
racionalidad, concebido tal como se explicó anteriormente, no impide explicar
y predecir el comportamiento de los empresarios.
Cambios
en el enfoque metodológico neoclásico. Ejemplo 1: la empresa.
El
modelo neoclásico u ortodoxo, para el caso de la empresa, se ha visto muy
enriquecido por las aportaciones e incorporación al mismo, sin particular
estruendo o chirrido, de los supuestos y problemas planteados por el análisis
económico institucionalista. Tal es el caso, por ejemplo, de las respuestas
que ha sido capaz de desarrollar el modelo neoclásico, a través del
análisis de mercados no competitivos, de comportamientos estratégicos, de la
teoría de juegos, etc., cuando se ha planteado qué ocurre si los empresarios
en lugar de maximizar beneficios buscan maximizar su posición dominante en el
mercado, o si existen objetivos y fines dispares o contrapuestos entre los
propietarios de las empresas y los gestores o administradores de las mismas.
De
otra forma interpretado, el supuesto de racionalidad que hacemos los
economistas no implica que el único modo en que opera o se manifiesta ésta
sea a través del mercado perfecto. Ni lo fue, con anterioridad, en los
análisis, por ejemplo, de Alfred Marshall, ni de autores posteriores
agrupados en la mal llamada escuela de Cambridge (Pigou, Chamberlin, Robinson,
Hicks), dominadores de la microeconomía en la primera mitad del siglo XX.
El
análisis neoinstitucionalista o contractual, que ha centrado su mirada en
análisis económico de las organizaciones, ha llamado la atención sobre las
carencias, en este sentido, del análisis microeconómico tradicional que se
había dedicado a estudiar sólo los mercados y sus precios, considerando a la
empresa como un mero agente productor, representado por el óptimo
tecnológico que constituye su función de producción, o como una especie de
“caja negra” que proporcionaba respuestas automáticas al entorno. Ello ha
permitido al análisis económico ortodoxo romper con esa simplificación
metodológica y, a partir del trabajo pionero de Ronald Coase (1937), “La
naturaleza de la empresa”, preguntarse por qué existen las empresas. La
sencilla respuesta de Coase fue: por ser la manera menos costosa de organizar
ciertas actividades económicas. De forma que la empresa pasa a ser una forma
alternativa de organización económica frente al mercado, y un modo
alternativo respecto al mercado de efectuar intercambios y reducir los
conflictos que tales intercambios ocasionan.
«Desde
entonces, el desarrollo de la economía positiva de la empresa, basado
esencialmente en las Teorías de Agencia y de los Derechos de Propiedad, ha
ido dando sentido, como soluciones minimizantes de costes ante diferentes
condiciones ambientales y tecnológicas, a la variedad de formas contractuales
que constituyen los distintos tipos de organizaciones empresariales, y al
proceso de innovación contractual que originan el cambio tecnológico y las
restricciones normativas.
En la actualidad, la
respuesta a las preguntas de por qué existen empresas y por qué tienden a
adoptar ciertas formas sigue basándose en la naturaleza costosa de todas las
transacciones o intercambios, tanto si éstos se efectúan en un mercado como
en una organización. En ambos casos, la actividad económica tiende a
articularse de modo que sean mínimos los “costes de transacción”
inherentes a toda situación en que la información es costosa y los
individuos anteponen su propio interés al ajeno. Esta simple intuición, casi
tautológica -todo lo observado existe porque minimiza costes de
transacción-, permite ya, sin embargo, relativizar y rechazar otras
explicaciones de la existencia de la empresa, como las basadas en las
economías de escala o en el riesgo.» [Arruñada (1997), pp. 584-5].11
Teóricos
del análisis contractual de la empresa, como el profesor Benito Arruñada,
consideran que para abrir lo que la Economía ha entendido como una “caja
negra”, no es preciso abandonar el modelo de naturaleza o comportamiento
humano que tan buenos resultados ha proporcionado tanto en el ámbito
estrictamente económico como en el estudio de la familia, el Derecho, la
política y las instituciones públicas, la toma de decisiones o la evolución
biológica.
«Para
aplicar la modelización económica convencional a la Administración de
Empresas, quizá se necesita tan sólo poner un mayor énfasis en la capacidad
de respuesta del ser humano, capacidad que tiende a minusvalorarse en
numerosos análisis económicos, más preocupados por situaciones
estáticas... Teniendo esto en cuenta, veremos al ser humano como un buscador
de soluciones que intenta maximizar su utilidad dentro de las restricciones de
recursos en que vive, incluyendo entre tales recursos limitados, y con
carácter fundamental, los de tipo informativo. Un ser que prefiere más a
menos, que sustituye y es consistente en sus preferencias; que tiene deseos
ilimitados, al menos en alguna dimensión, y que, fundamentalmente, está
dotado de recursos para innovar, alterar su conducta y buscar nuevas
oportunidades...
No se está proponiendo
el uso de un modelo de ser humano maximizador del consumo material. Antes, al
contrario, su función de utilidad incluye todo tipo de variables... [Y
aunque] es cierto que el modelo tendrá dificultades para predecir conductas
individuales, como por qué alguien arriesga o no su vida para salvar a otra
persona que está ahogándose. Si embargo, es eficaz en las predicciones
generales, como que el número de personas dispuestas a arrojarse al agua
disminuye con la peligrosidad del gesto o aumenta con la cercanía familiar
entre ambas personas... Tampoco debe tildarse el modelo económico de
egoísta. Por el contrario, no sólo las conductas individuales altruistas,
sino también las pautas generales de carácter cooperativo tienen cabida
dentro de la hipótesis de maximización de la utilidad.» [Arruñada (1997),
pp. 603-4].12
Frente
a estas posturas, existen opiniones contrarias desde el propio campo de la
nueva economía institucional. Así, en opinión del profesor Santos Redondo
(1999), esta postura conciliadora entre las metodologías subyacentes del
análisis económico convencional u ortodoxo y el análisis institucionalista,
además de ser falsa y responder a cierto temor por parte de éstos últimos
de ser tachados de meros metodólogos o considerados como autores situados
fuera de la “profesión” económica, oculta las importantes diferencias
que existen entre ambos enfoques de análisis, especialmente en la
consideración del agente económico y en el estudio del proceso de toma de
decisiones, y está frenando el avance y desarrollo de la economía de las
organizaciones.
No
obstante, el propio Ronald Coase, aunque incide una y otra vez en la idea de
que los economistas han olvidado o descuidado los aspectos institucionales, o
como dice “la estructura institucional de la producción”, aboga porque
sus contribuciones se incluyan en el aparato metodológico tradicional. En su
discurso de recepción del premio Nobel, en 1992, afirma:
«[Mis
contribuciones], una vez que se hayan incluido en el análisis, producirán,
tal como creo, un cambio completo en la estructura de la teoría económica,
al menos en lo que se denomina la teoría del precio o microeconomía.» [Coase
(1992), p. 713].
Y
más adelante explica por qué ha tardado en incorporarse el concepto de
costes de transacción a la teoría general, y dice:
«Incorporar
los costes de transacción a la teoría económica estándar, que se ha basado
en el supuesto de que dichos costes son cero, sería muy difícil, y los
economistas que, como la mayor parte de los científicos,... son
extremadamente conservadores en sus métodos, no han estado inclinados a
intentarlo... [Además] yo no señalé qué factores determinaban el resultado
de esta elección [entre la organización dentro de la empresa o a través del
mercado], por lo que puse difícil a otros la construcción de lo que se
denomina la “intuición fundamental”. Pero las interrelaciones que
gobiernan la combinación de mercado y jerarquía... son extremadamente
complejas, y en nuestro actual estado de ignorancia no será fácil descubrir
cuáles son esos factores... Se necesita mucho trabajo empírico... la falta
de datos disponibles sobre contratos y actividades de las empresas es el
principal obstáculo al que se enfrentan los investigadores de la
organización industrial...
Mis comentarios se han
interpretado a veces como que implicaban que yo era hostil a la
matematización de la economía teórica. Eso no es cierto.» [Coase (1992),
pp. 718-9].13
Y
en otra obra suya, recopilación de los artículos más importantes y
representativos de su carrera, expone que:
«Lo
que distingue a los artículos de este libro no es el rechazo por la teoría
económica existente -que presenta la lógica de la elección, y es de amplia
aplicación-, sino el empleo de esta teoría económica para examinar la
función que juegan en el sistema económico la empresa, el mercado y la
ley...
... Sin ningún
conocimiento sobre lo que se obtendría con arreglos institucionales
alternativos es imposible elegir inteligentemente entre los mismos. Lo que
necesitamos es, por lo tanto, un sistema teórico capaz de analizar los
efectos de las modificaciones en dichos arreglos. Para hacerlo no es
imprescindible abandonar la teoría económica estándar, pero hay que
incorporar los costes de transacción al análisis; dado que mucho de lo que
sucede en el sistema económico está diseñado para reducirlos o para hacer
posible aquello que su existencia impide... Sin duda tendrán que añadirse
otros factores también... Se ha realizado una excelente labor, pero queda
aún mucho por hacer. Los trabajos más desalentadores que faltan concretar
son los que se encuentran en ese nuevo tema de estudio: “El derecho y la
economía”» [Coase (1988), pp. 12 y 31].
El
avance producido en organización industrial, y otros muchos campos de la
economía, donde se han ido incorporando, toda vez que se han especificado,
los costes de transacción, gracias al trabajo de Oliver Williamson,
fundamentalmente, y otros como Alchian, Demsetz, Fama, Jensen, Meckling, North,
Posner..., y donde se han comenzado a desarrollar las teorías de la agencia,
los derechos de propiedad, de la información imperfecta, o los conceptos de
selección adversa, riesgo moral, información asimétrica, elección bajo
condiciones de incertidumbre y riesgo, etc., ese avance, sería muy bien
acogido hoy por Coase y, a la vista de sus afirmaciones en 1992, le
sorprendería la rapidez con que se ha llevado a cabo.
En
su misma obra de 1988, Coase acepta que, en tanto no se desarrolle el
conocimiento por parte de los psicólogos o los sociobiólogos que “nos
permita construir un retrato de la naturaleza humana con tal detalle como para
poder dilucidar el conjunto de preferencias con que los economistas puedan
empezar a trabajar”, el modelo de análisis de las elecciones, basado en la
racionalidad de los individuos, puede ser útil siempre que no haya una
obsesión por el comportamiento maximizador de los individuos, como si se
encontrasen abocados a la maximización de algo.
«Mientras
tanto debemos contentarnos con saber que cualquiera que sean los motivos por
los que la gente elige, en casi todos los casos, un precio (relativo) mayor
conduce a la disminución de la cantidad demandada. Y ello no se refiere
solamente a un precio en dinero, sino a precio en su sentido más amplio...
Este conocimiento... No me parece que requiera el supuesto de que los hombres
son seres racionales maximizadores de la utilidad... Por otra parte no nos
dice por qué la gente elige en la forma que lo hace... [es] la aceptación
por parte de los economistas de una visión de la naturaleza humana carente de
contenido...» [Coase (1988), pp. 10-2].
La
última parte de este texto de Coase me parece, sin embargo, algo injusta con
los economistas de forma general. Cabe recordar aquí que Adam Smith, entre
otros, sí explicó los motivos e incentivos de los individuos a comportarse
como lo hacían. Su visión de la naturaleza humana no está en absoluto “carente
de contenido”. Adam Smith sí nos indica por qué la gente elige o se
comporta de la forma en que lo hace, dando paso a una aceptación generalizada
de su explicación de la conducta humana por parte de la profesión.
Adam
Smith parte de la idea, muy escolástica y de los filósofos griegos, de que
las necesidades humanas son la base de la organización social. Cuando Smith
se plantea el diseño de las sociedades organizadas, con orden, libertad y
justicia, afirma que éstas sociedades son posibles por estar basadas en los
intereses individuales: “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o
el panadero lo que procura nuestra cena, sino el cuidado que ellos ponen en su
propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y
jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”. La
persecución del propio interés, que no significa egoísmo puro, manifiesta
el deseo general de mejorar de situación en la vida, y se trata de interés
por uno mismo y sus más próximos (familia). Lo que supone y explica cierta
constancia del “cálculo” y la continuidad en el esfuerzo.
Pero
la búsqueda del propio interés, que no es mero egoísmo, está a su vez
tamizada por otros dos conceptos. Al propio interés se añade la “simpatía”
que consiste en la búsqueda, posiblemente mediante un proceso de
introspección, de la aprobación de los demás. Eso lleva consigo una
concepción no sólo particular, sino social o adquirida en el entorno social,
de unos determinados valores y su búsqueda o persecución. Lo que hace que se
preste de forma importante atención a la opinión de los demás (el temor al
“qué dirán”). Los individuos sienten el deseo de imitar a los mejores o
a los que a uno le parecen los mejores. Y, finalmente, todos tenemos dentro un
“espectador imparcial” que por pura introspección nos permite colocarnos
a nosotros mismos como delante de un espejo y analizar cómo creo yo que me
ven los demás y cómo me gusta o gustaría que los demás me vean.
Esa
búsqueda del propio interés, unido al impulso fundamental de la naturaleza
humana de “trocar, comerciar o intercambiar y negociar” hace que se
expandan por todo el sistema las consecuencias no buscadas inicialmente de
construir una sociedad más próspera y justa.
En
este diseño social de Smith, son fundamentales las instituciones, las reglas
del juego, entre las que destacan el propio mercado, la justicia y el Estado.
En una tradicional cita expone la importancia de las reglas que deben presidir
la actividad económica:
«En
la carrera hacia la riqueza, los honores y las promociones, [el hombre] podrá
correr con todas sus fuerzas, tensando cada nervio y cada músculo para dejar
atrás a todos sus rivales. Pero si empuja o derriba a alguno, la indulgencia
de los espectadores se esfuma. Se trata de una violación del reglamento, del
juego limpio, que no podrán aceptar.» [Smith (1759), p. 182].
Otro
autor nuevo institucionalista, como Eggertsson, llega a afirmar tajantemente
que “lo que distingue a la Economía Neoinstitucional de la microeconomía
tradicional es fundamentalmente la incorporación, dentro del esquema
neoclásico, de costes de transacción positivos que a su vez es lo que
motiva el cambio en la línea temática de la investigación: el coste de
realizar transacciones hace que sea primordial la asignación de derechos de
propiedad, introduce la cuestión de la organización económica y hace que la
estructura de las instituciones políticas sea clave para la comprensión del
crecimiento económico.” [Eggertsson (1995), p. 25, cursivas mías].
Incluso
el propio concepto de mercado se ha visto afectado por este análisis
institucional en la forma de hacer economía actualmente. Hoy en día el
análisis económico ya incorpora la idea de que “los mercados son
instituciones que existen para facilitar el intercambio, es decir, existen
para reducir los costes que implica la realización de transacciones” [Coase
(1988), p. 14]. Desde Adam Smith sabemos que los mercados, al igual que otras
instituciones como el dinero, el gobierno, la justicia, etc., cumplen una
misión en un mundo con costes de transacción, que en otra realidad con
costes de transacción nulos no tendrían sentido alguno. Los economistas
sabemos hoy, y así lo tratamos de incorporar a nuestros diversos análisis
particulares, que para que exista competencia en los mercados es preciso un
complejo sistema de normas y regulaciones. Son las reglas del juego.
Los
economistas hemos refinado mucho aquella interpretación del mercado que
reducía éste a un problema de asignación de recursos; tal como rezaba la
célebre definición neoclásica de economía, aparecida en el famoso Ensayo
de Lionel Robbins de 1932: estudio de la asignación de medios escasos, y de
usos alternativos, a fines múltiples y de distinta importancia. James
Buchanan nos enseñó que este concepto de homo oeconomicus restringe
enormemente el problema económico y limita nuestras actuaciones a las de
clientes en una tienda: todos los artículos están a la vista y ofrecen plena
información de los mismos al decisor; poseen precios fijados y calidades
patentes ante el cliente que tiene unos gustos concretos y un presupuesto
conocido. Buchanan nos enseñó hace años que existe un enorme coste en la
toma de decisiones, tanto porque el tiempo dedicado a la misma posee costes de
oportunidad, como porque adquirir información para decidir es costosísimo.
Como nos recuerda Rodríguez Braun (1999), de forma creciente, los economistas
han ido integrando, con mayor o menor elegancia analítica, en sus modelos
elementos reales, relevantes y empíricamente contrastables.
Hoy,
aunque en realidad sea desde Adam Smith, entendemos el mercado como un amplio
orden que permite y propicia el intercambio y la división del trabajo entre
las personas en un grado extraordinario, y da lugar a una creación de riqueza
cuantitativamente muy superior a cualquier diseño institucional alternativo,
y que además distribuye de forma más justa. Dependemos de nuestras
capacidades y nadie está predestinado; los individuos no somos consecuencia
de factores preexistentes, ni satisfacemos nuestras necesidades conforme a una
jerarquía preestablecida (siguiendo una secuencia discreta y generalizable).
Gracias al mercado podemos especializarnos.
Mediante
una concepción del mercado como institución ahorradora de costes de
transacción, éste no sólo fomenta ese sistema económico notablemente
productivo y eficiente, sino que además, y esto es crucial, facilita el
descubrimiento de los recursos (que nunca están dados, ni negados), porque
los agentes están dispuestos a buscar los medios para satisfacer los gustos y
las necesidades de los demás: el mercado trata de eso, y como las
transacciones son voluntarias, si lo que uno hace no gusta a los demás, no
podrá intercambiarlo y deberá cambiar de actividad, guiado por el mercado,
que es, como dijo Hayek, “la vía más eficaz para identificar aquello en lo
que somos buenos, y cómo podemos desarrollar nuestras ventajas comparativas”.
[Rodríguez Braun (1999), p. 55].
Todo
este proceso de creación de riqueza y descubrimiento de recursos es
especialmente beneficioso a quienes tengan ventajas para la iniciativa y la
creación de riquezas, es decir, quienes detecten oportunidades que se les
escaparían a otras personas (probablemente aquellos que estén más
preparados para la adversidad, no le teman al riesgo y tengan menos respeto a
las convenciones). Por ello, muchos economistas austríacos, nuevos
institucionalistas, o neoclásicos admiten ya que la percepción
exclusivamente asignativa del mercado oculta su eficacia fundamental en el
descubrimiento de los recursos, el intercambio y la creación de riqueza.
Cambios
en el enfoque metodológico neoclásico. Ejemplo 2: los mercados financieros y
de valores.
Otro
ejemplo. Utilizando un razonamiento similar con el mercado bursátil,
esperamos, razonablemente, que la inversión media la realice alguien con una
idea aproximada del valor de las empresas, aunque el ciudadano medio e incluso
el inversor medio estén escasamente informados a este respecto. Los
inversores que continuamente invierten mal en la Bolsa, en poco tiempo
tendrán poco con lo que invertir. Los que continuamente aciertan con sus
inversiones, tendrán más dinero que arriesgar y, probablemente, pronto
podrán añadir el dinero de otras personas. Por lo tanto los inversores bien
informados tienen una influencia mayor en la Bolsa que su proporción con
respecto a la población; es decir, no se trata de decisiones democráticas.
Esto no implica que no se produzcan comportamientos erráticos en los mercados
financieros (burbujas especulativas), que han sido explicados mediante modelos
tradicionales a los que se han incorporado a veces supuestos de expectativas
racionales o bien supuestos de información incompleta (información
asimétrica, o difusa). Si analizamos la Bolsa bajo el supuesto de que todos
los inversores están bien informados, podemos llegar a predicciones poco
acertadas debido a la inexactitud de la suposición. En este, como en otros
casos, la última prueba del método es la de si las predicciones describen la
realidad correctamente.
De
hecho, Grossman y Stiglitz (1980) han demostrado que no es posible que todos
los agentes estén bien informados a la vez, ni que todos los mercados,
incluyendo el mercado de información, estén siempre en equilibrio y siempre
perfectamente ajustados en precios (“arbitrados”), si el arbitraje es
costoso: “si el equilibrio competitivo se define como una situación en la
que los precios son tales que todos los beneficios del arbitraje quedan
eliminados”, no es posible “que una economía competitiva esté siempre en
equilibrio” [Grossman y Stiglitz (1980), p. 393]; y proponen un modelo en el
que existe cierto grado de desequilibrio en el equilibrio, es decir, en el que
los precios reflejan la información disponible de un grupo de agentes
informados aunque sólo parcialmente, de forma que quienes gastan recursos en
obtener información reciben una compensación. Grossman y Stiglitz demuestran
en su artículo que el sistema de precios permite la transmisión y el
conocimiento público de la información que han obtenido de forma costosa una
parte de los individuos (arbitrajistas) al resto de agentes desinformados. Y,
en general, este proceso opera, afortunadamente, de forma imperfecta. “Afortunadamente”,
porque si los precios transmitiesen perfectamente toda la información así
obtenida, no existiría el equilibrio, ya que en este caso quienes dedican sus
recursos a obtener información no recibirían compensación alguna.14
Pese
a esta carencia de información, o la admitida existencia de información
imperfecta, en ningún caso, la profesión tira la toalla e interpreta que el
comportamiento de los mercados financieros sea algo histérico e imposible de
analizar de manera racional. Permanece viva, no obstante, cierta visión
mitológica de los mercados bursátiles como una especie de casinos gobernados
un poco al azar y un mucho por las argucias de los jugadores profesionales;
visión que insufló John Maynard Keynes, y que justifica las continuas
apelaciones a la intervención de poderes públicos y autoridades financieras,
nacionales y supranacionales, en este campo de la economía. Sin embargo, la
moderna teoría de las finanzas muestra que los precios de las acciones no
están gobernados por el capricho o la irracionalidad de los operadores. Las
Bolsas son mercados eficientes en el sentido de que recogen toda la
información pública conocida y no cometen errores sistemáticos en sus
previsiones. En este contexto, el valor de los activos tiende a revelar los
fundamentos, y los cambios en los precios de las acciones sólo se producen
con la llegada de información inesperada que los altera.15 Los cambios
que responden a los fundamentos (expectativas de ganancias crecientes en las
empresas, pérdida de rentabilidad de activos competitivos de la renta
variable, una ampliación del mercado, un crecimiento económico duradero,...)
no son anómalos y suelen ser duraderos. El peligro, se dice, suele venir
cuando la “mala noticia” se superpone a unos malos fundamentos, y el crash
se hace imparable o no resulta posible distinguir cuál es el factor que más
influye sobre el precio de los activos.
En
este marco las burbujas de precios, es decir las sobrerreacciones de los
precios de las acciones al alza o a la baja, son una especie de fenómenos
psicológicos, capaces de hincharse y estallar sin cambios en la realidad
económica. Pero, a diferencia de lo que se cree, las burbujas no son el
resultado de la irracionalidad de los operadores. De entrada, a largo plazo, y
excluyendo los máximos y los mínimos, la rentabilidad real para el inversor
tipo que compra acciones es exactamente la misma que en un mundo gobernado
enteramente por los fundamentos. En la extensión de un ciclo, las cimas y los
valles de la burbuja se compensan. Por otra parte, los inversores actúan
también racionalmente cuando conscientes de que existe un fenómeno de
burbuja, condenado a estallar algún día, deciden participar en él. En este
caso, las perspectivas de pérdida de un colapso repentino (el riesgo de
obtener grandes pérdidas) se equilibran exactamente con las perspectivas de
rentabilidades superiores a las normales si se liquida los activos antes de
una corrección bajista del mercado (las posibilidades de obtener beneficios
extraordinarios).16
Sin
embargo, en la práctica, la teoría y la evidencia empírica no han logrado
mostrar si las burbujas existen realmente o son movimientos cuya explicación
en términos de fundamentos aún no se ha logrado establecer con precisión.
Uno de los intentos más serios y conocidos de verificar esa hipótesis es el test
de volatilidad de Schiller. Éste identificó los fundamentos racionales
para establecer la valoración de activos según la corriente de dividendos.
Por tanto, si las cotizaciones de las acciones son predicciones racionales de
dividendos futuros, deberían fluctuar menos que éstos. Como este no es el
caso, los mercados bursátiles, según Schiller, no son eficientes; están
regidos por dosis importantes de irracionalidad.
Sin
embargo, la conjetura de Schiller depende de la solidez de la relación entre
el precio de la acción y los dividendos futuros, relación poco robusta y
más bien engañosa. En la mayoría de las economías desarrolladas, y como
parte de la política de las empresas, las corrientes de dividendos se
mantienen deliberadamente más suaves que la corriente subyacente de
beneficios. Si para las mismas series analizadas por Schiller se observan los
beneficios, en lugar de los dividendos, la volatilidad de precios no aparece
por ningún sitio. De modo que existe una estrecha conexión entre la
evolución del beneficio empresarial y la cotización de las acciones.17
Si
de verdad existiesen las burbujas, tampoco tendrían por qué desinflarse de
modo brusco y provocar un crash. Esta afirmación se sustenta tanto
para los modelos de expectativas racionales como para los modelos de
información imperfecta. Si los operadores tienen expectativas racionales y
saben con precisión cuándo se pinchará la burbuja, lo racional sería
vender los activos el día antes para cosechar los mayores beneficios
posibles. En el momento en que los agentes tienen la información y la
utilizan racionalmente, nadie querrá comprar a los altos precios de hoy un
activo cuyo valor se derrumbará mañana y, en consecuencia, la hipotética
burbuja puede continuar de modo indefinido alimentándose a sí misma. Si los
inversores no son capaces de predecir con exactitud el crash y además
son aversos al riesgo, la burbuja tampoco tiene por qué desaparecer, ya que
nadie se arriesgará a equivocarse y perder dinero.
Estudios
más recientes, como el de Daniel y Tritman (2000), muestran que incluso lo
que se denominan, en otro sentido al que aquí hemos dado, “comportamientos
irracionales” de algunos inversores, pueden ser muy beneficiosos para los
inversores que se comportan racionalmente y que se aprovechan de los
movimientos alcistas descolgándose antes de que los valores inicien su
vertiginoso descenso. Cuantos más irracionales haya más provecho sacarán
los racionales. Pero la condición básica es que los inversores irracionales
no sepan que lo son o no se den cuenta que hay otros que están ganando dinero
siguiendo sus estrategias. Porque la irracionalidad, no se entiende aquí como
un comportamiento caprichoso e impredecible; lo que los economistas denominan
comportamientos irracionales en sus modelos responde a pautas de
comportamiento de los agentes diferentes a las del supuesto principal, tan
racionales y tan explicables (modelizables) como la otra.
En
este caso de los mercados financieros, cuyos modelos ya se construyen sin
información perfecta de los agentes, se refiere a una forma determinada de
procesar la información. Los inversores no se comportan de manera tan
racional porque al procesar la información, éstos cometen errores. Uno de
estos errores es el exceso de confianza, que lleva al inversor a sobreponderar
la información que confirma sus estimaciones originales y a infraponderar,
durante algún tiempo, aquellas informaciones que son inconsistentes con su
punto de vista. La sobreponderación de información que confirme su visión
puede ser la causa del impulso alcista de determinados valores o acciones.
Puesto que se trata de procesar información, el impulso alcista será mayor
cuanto más vaga sea la información de que se disponga, cuanto más difusa
sea dicha información sobre los títulos o sobre lo que realmente hacen y
desarrollan las empresas, o cuando los criterios tradicionales no sirvan para
valorar objetivamente el precio de la acción (tal es el caso del
comportamiento de muchos de los denominados valores tecnológicos). Cuanto
más ambigua y difusa sea la información, mayor será el margen existente
para la interpretación; el que peque de exceso de confianza sobrevalorará la
acción. Y cuando sean muchos los que padezcan exceso de confianza se
producirá el impulso alcista del valor. Cuantos menos sepan que el exceso de
confianza que está teniendo lugar en el mercado es producto de esta
sobreponderación irracional, más duradero será el impulso alcista o la
burbuja de determinados valores.
El
hecho de que la información sea tan determinante e importante en este tipo de
mercados, ya que el que más información (racional) disponga más ganará y
más peso tendrá en las decisiones del mercado, hace que se produzca una
profesionalización de los individuos que se dedican a tomar decisiones en
Bolsa y otros mercados financieros, dejando el público en general y las
empresas cada vez más en manos de estos “técnicos” a sueldo la gestión
de sus ahorros o excedentes. Eso ha generado ventajas de diversificación y
economías de escala que han propiciado la concentración de inversiones en
grandes fondos; pero que no han hecho desaparecer las asimetrías de
información de los gestores profesionales que mantienen mejor conocimiento de
unos mercados, países y empresas que de otros. Además, como dichos gestores
deben dar cuenta periódica de los resultados obtenidos a los partícipes o
propietarios de dichos fondos, tienen un gran incentivo a actuar de forma “borreguil”
en sus decisiones imitando a aquellos gestores o analistas que consideran
tienen mejor información de un país, empresa, o mercado determinado. De modo
que tienen incentivo a ir con el mercado y a salirse lo antes posible cuando
cambia la tendencia, para no perder más que los otros. Los mercados
financieros se alimentan a sí mismos en sus tendencias, movidos por la
racionalidad, limitada por la asimetría de información, de sus partícipes.
La economía tradicional o neoclásica intenta explicar, de ese modo, lo que
ocurre en dichos mercados y muchos predicen con éxito sus movimientos, pese a
que operan con otro tipo de racionalidad.
Racionalidad
e información.
El
ejemplo de los mercados financieros nos permite insistir y ahondar en un tema
sustancial, que ha sido incorporado por el modelo neoclásico de pensamiento
en su forma actual de explicar el comportamiento y la realidad económicos:
que el comportamiento racional (en el sentido de “tomar la decisión
correcta”) requiere información. Si esa información es costosa en
sí misma, el comportamiento racional consistirá en adquirir información,
pagando los costes de obtenerla, sólo si las ventajas obtenidas como
contrapartida son, al menos, tan grandes como el coste de obtenerlas. Los
costes de obtener información conducen a modelos en los que los agentes que
toman decisiones y participan en los mercados, normalmente lo hacen con
información incompleta, lo que explica que en un único mercado pueda haber
más de un único precio: podemos encontrar una variedad o distribución de
precios en casi todos los mercados, dependiendo principalmente de los costes
de información.
Una
buena información requiere tomar en consideración que nuestras propias
acciones y actuaciones repercuten y alteran las decisiones de cada uno de los
individuos, afectando al resultado final de mis acciones y de las del resto de
los individuos. Tal es el caso, por ejemplo, cuando se conduce por una
autopista congestionada, y siempre parece que el otro carril va más deprisa
que el de uno. Si elegimos la estrategia obvia de cambiarnos al carril más
rápido pronto descubriremos con desasosiego que, a los pocos minutos, la
furgoneta vieja y roñosa que estaba justo detrás de uno en el carril que se
dejó atrás, está ahora delante nuestro. Y es que al cambiarnos de un carril
a otro hemos ralentizado este último. Y si existe un carril rápido la gente
se cambia a ese carril, igualando su velocidad con la de otros carriles. Por
lo tanto un carril se mantiene rápido sólo mientras que a gente no se dé
cuenta de que es un carril rápido. Este ejemplo explica también la
aplicación del principio de sustitución en el margen en las decisiones de
los individuos.
Los
modelos sobre los que se construye gran parte de la teoría económica actual,
aunque no así los que se enseñan al estudiante de economía, que aún
incluyen costes de información nulos, son modelos de información incompleta
o limitada, donde los agentes que toman parte en las decisiones tienen
capacidades limitadas de memoria, inteligencia, tiempo para resolver
decisiones, etc. Todo ello hace que su información, y su racionalidad, sea
limitada. Esto contradice la opinión de que la consideración de la
racionalidad limitada en el individuo genera un enfoque totalmente alejado de
la economía tradicional, que concibe la racionalidad del individuo cuasi
perfecta; por el contrario, la economía ortodoxa ha incorporado este concepto
dentro del esquema neoclásico produciendo hipótesis mucho más ricas y
potentes en sus posibilidades de contrastación. De hecho, Grossman y Stiglitz
(1980) demuestran, de forma importante, que debido a que las transacciones son
costosas y al hecho al que esto conduce de que haya un número limitado de
mercados, puede establecerse un equilibrio competitivo (p. 405). Es cierto que
la economía supone que los sujetos maximizamos la utilidad (u otras cosas no
monetarias como impresionar a la pareja),18
pero considera como rasgo definitorio que lo hacemos en un ambiente de
recursos escasos, entre los que se incluye la información y, por tanto,
nuestra propia racionalidad. La limitación de información se integra con
carácter esencial en el análisis económico, pues, de no producirse tal,
muchas restricciones de recursos serían fácilmente evitables, ya que “el
conocimiento [o la información] es poder”.
Además,
con la introducción de un tratamiento explícito de la información en
Economía, iniciado por Stigler en 1961, la limitación de la racionalidad no
merece tratamiento específico ya que la información puede y debe
considerarse en economía como cualquier otro bien, susceptible de producción
y compraventa. Como nos señala el profesor Arruñada:
«En
contra de las visiones que resultan del estudio inicial de la Microeconomía,
el modelo económico no presupone que el decisor conoce toda la información
relevante y se limita a maximizar una función objetivo. Por el contrario,
para su uso en la empresa es esencial considerar la información como un
recurso más, el cual, como todo recurso, no sólo es escaso y valioso, sino
que es objeto de producción e intercambio. Sin embargo, una parte del
análisis de las organizaciones carga todavía con un lastre innecesario, como
consecuencia de sustituir el supuesto de maximización racional por los de “satisfacción”
y “racionalidad limitada”, siguiendo así los trabajos del premio Nobel
Herbert A. Simon (1957). Según éste, el ser humano “satisface” y opera
en condiciones de “racionalidad limitada”, lo que viene a significar que
maximiza sujeto a las restricciones que le definen su propia capacidad para
procesar la información y la complejidad del entorno en el que vive o
trabaja. Esta descripción de la realidad parece más realista que la usual en
el enfoque económico. Si embargo, las diferencias son escasas respecto al
análisis moderno, por lo cual el uso de tales conceptos sólo genera una
confusión innecesaria.» [Arruñada (1997), p. 604].
Racionalidad
y toma de decisiones en grupos: teoría de juegos.
Sabemos,
sin embargo, que el supuesto de racionalidad empleado es un supuesto sobre
los individuos (o sobre la forma de actuar de éstos), no sobre los
grupos. Pueden existir situaciones en las que el comportamiento racional de
los individuos en un grupo los lleve a estar peor. Podemos poner ejemplos con
el grupo más simple existente: un grupo de dos.
Ocurre
en ocasiones que cuando los individuos se comportan racionalmente, entendiendo
por ello que hacen la elección que mejor conduce a sus objetivos, el
resultado lleva a que los dos individuos empeoran. Tal es el caso del dilema
del prisionero. En tal caso, ambos criminales confiesan porque cada uno
calcula, correctamente, que confesar es mejor que callar haga lo que haga el
otro criminal.19 La
explicación lógica es que cada preso sólo elige su estrategia y no la del
otro (recuérdese que en el ejemplo habitualmente utilizado los dos presos se
encuentran incomunicados y no pueden revelarse sus estrategias). El problema
de información incompleta, o el mero hecho de que el juego se juegue una sola
vez y no se repita, hacen de ese ejemplo particular un caso de estrategia
dominante clara sobre todas las demás y siempre, para cada jugador.
La
reiteración o repetición del juego del dilema del prisionero, en un
número finito de veces, nos conduce de nuevo al resultado peculiar, que
denominamos “racionalidad limitada”.20
Supongamos
que el caso del dilema del prisionero se repite un número finito de veces,
por ejemplo 100 veces. Si alguno de los presos traiciona y delata al otro sabe
que en la próxima o siguientes jugadas el compañero lo traicionará a él.
Y, por tanto, conociendo las reglas, sería de esperar que los dos se negasen
a confesar (cooperan). Sin embargo, consideremos la última jugada o turno del
juego. Cada jugador sabe que, haga lo que haga, el otro ya no tendrá
oportunidad de castigarle. Por lo tanto la última jugada es un dilema del
prisionero ordinario: la traición domina a la cooperación para ambos
jugadores, luego los dos se traicionan, confiesan, y son castigados. Los dos
jugadores pueden hacer este razonamiento, luego los dos saben que el otro les
va a traicionar en la jugada cien. Sabiendo esto, sé que no tengo que tener
miedo al castigo por lo que haga en la jugada 99, ya que independientemente de
lo que yo haga, el otro jugador me va a traicionar en la siguiente (la
última) jugada. Por lo tanto, le traiciono en la jugada 99, y él, que ha
hecho los mismos cálculos, me traiciona a mí. Como los dos sabemos que nos
vamos a traicionar en la jugada 99, se repite el mismo razonamiento para las
jugadas 98, 97,..., etc., y si somos racionales y sabemos el número de
jugadas nos traicionaremos desde la primera jugada resultando ser la
cooperación una solución inestable, igualmente que en el caso más simple.
Cuando
se repite un juego puede observarse cada uno de los resultados o respuestas de
los jugadores como una serie de decisiones separadas, o puede observarse como
una sucesión de decisiones que comportan la elección de una estrategia (el
caso del ajedrez puede ser un buen ejemplo). La estrategia perfecta es aquella
que produce el mejor resultado. Pero, como venimos repitiendo, los jugadores
no son perfectos. La teoría debe incorporar jugadores más realistas, que
poseen habilidades limitadas, inteligencia y capacidad de memoria limitada, y
tiempo limitado para resolver un juego. En ese caso, con racionalidad limitada
de los jugadores, en donde no pueden tener en su cabeza absolutamente todas y
cada una de las posibles variantes del juego hasta el final, el dilema del
prisionero puede tener una solución cooperativa que no sea inestable. De modo
que la introducción de la teoría de juegos en el análisis económico nos
permite resolver satisfactoriamente la explicación de comportamientos y
supuestos más realistas sobre los individuos que adoptan decisiones en
grupos, afectándose mutuamente.
La
racionalidad limitada de los agentes abandona algunos de los principios de la
teoría de la racionalidad estricta, como el de la existencia de una serie de
alternativas dadas o una distribución de probabilidades previamente conocidas
para cada una de ellas, pero conserva los principios básicos de la acción
racional, a nuestro entender.
Es
por ello que, aún cuando la economía continúa empleando la terminología
tradicional de los modelos maximizadores de la utilidad, lo que se supone
realmente es que el sujeto económico adopta sus decisiones para lograr sus
objetivos a partir de una información limitada; y, por tanto, el resultado,
más que un óptimo de utilidad en sentido estricto será más bien, en muchos
casos, una “estrategia de satisfacción”, utilizando el término
popularizado por Herbert Simon.
Un
enfoque científico...
Aunque
la facilidad o dificultad para recoger observaciones no determina el que una
materia sea o no científica, sí debemos admitir que la investigación
científica difiere radicalmente entre los campos donde es posible
experimentar en un laboratorio de aquellos en que no lo es.
Sin
extenderme en demasía sobre este punto, quiero subrayar que el método
científico, tal y como se entiende y acepta hoy, consiste en la elaboración
de hipótesis o proposiciones (no de opiniones o juicios) contrastables con el
fin de poder ser refutadas.21
Se trata del método hipotético-deductivo popperiano.
El
método científico, que consiste en elaborar respuestas sobre cuestiones
pertinentes con la realidad que nos permitan conocer mejor el mundo que nos
rodea, es un conjunto impersonal de criterios para responder a determinadas
preguntas; pero saber qué cuestiones deben plantearse, cómo hacerlo
exactamente y cómo obtener la evidencia real, son problemas que requieren
evidentemente, en muchas ocasiones, grandes dotes imaginativas y cierto
ingenio.
Es
por ello que el método científico puede contener cierto “elemento sorpresa”
o de espontaneidad en el surgimiento de las teorías. En absoluto incompatible
con la idea de Merton de que una ciencia “madura” o profesionalizada se
caracterice por un progreso acumulativo continuo. Y es por ello, también, que
se afirme (Popper) que la labor del científico es equiparable a la del
artista o la del músico en cuanto a creatividad e imaginación se refiere.
Dicho
lo cual, el economista debe estar dispuesto a incorporar el número necesario
de supuestos no contrastables, e incluso no necesariamente verdaderos, en su
teoría siempre que se puedan deducir predicciones contrastables. Tampoco debe
rehusar discutir los juicios de valor bajo la condición de que sepa lo que
está haciendo. Por supuesto, poco importa que los supuestos sean “en
gran medida poco realistas”, como se suele decir, ya que cualquier
teoría es una abstracción de la realidad y no pretende duplicarla, sino
explicarla para aumentar nuestro conocimiento y comprensión del mundo.22
...con
elementos institucionales
El
enfoque económico actual toma en consideración el papel que desempeñan las
organizaciones y las instituciones en los sucesos económicos y en la
explicación que del mundo realizan los economistas.
Las
organizaciones y las instituciones no son inmutables; por el contrario,
varían con el tiempo y la localización, con los acuerdos políticos y con la
estructura de los derechos de propiedad, con las tecnologías empleadas y con
las cantidades físicas de los recursos, bienes y servicios que se
intercambien.23
Y, por tanto, su inclusión en el análisis económico y en el modelo de
elección racional pueden no sólo alterar, sino también enriquecer mucho los
resultados y las conclusiones obtenidos. Como afirma T. Eggertsson:
«El
análisis económico sugiere que, en ausencia de costes de transacción, el
interés individual de los miembros de la sociedad los llevaría
indefectiblemente a contratar el establecimiento de estructuras políticas y
sistemas de derechos de propiedad que maximicen la riqueza nacional... pero
esta generalización no es válida si introducimos costes de transacción en
el análisis del intercambio político. El modelo de elección racional se
convierte entonces en un modelo coherente con estructuras de derechos de
propiedad que no llevan necesariamente a la maximización de la riqueza
nacional y que incluso pueden producir el declive económico, fenómeno que
podemos interpretar como un fallo de la organización económica debido a la
existencia de costes de transacción.» [Eggertsson (1990), pp. 10-1].24
Llegados
a este punto del trabajo, ahora sabemos que la teoría económica ya no
interpreta como “fallos” del sistema económico o de la organización
económica la existencia de costes de transacción; los costes de
transacción, como se viene afirmando, no son signos de ineficiencia o
irracionalidad. Dada la naturaleza humana, y salvo que ésta se modifique, la
existencia de tales costes de transacción, o lo que es lo mismo, la
existencia de las instituciones (normas y reglas) que son las que imponen los
costes de transacción, permiten que salvemos muchos de los problemas y
obstáculos existentes en el mundo real, ya que los individuos no vivimos en
“el cielo”.
Cuando
analizamos por qué algunos mercados funcionan mejor que otros o por qué hay
mercados más desarrollados y eficientes en unos lugares que en otros, además
de admitir que el grado de desarrollo económico influye, debemos añadir que
una parte de la explicación reside en las instituciones y sus efectos sobre
la economía. Las instituciones, según las define Douglass North, son las
reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, las restricciones
artificialmente diseñadas que determinan la forma en la que los individuos
interactúan.25
Toda sociedad, y especialmente los mercados, funciona gracias a las relaciones
que se establecen entre los individuos. Y, por tanto, para que un mercado
funcione deben existir normas que establezcan lo que se puede hacer o no; como
las reglas de cualquier juego. Ningún individuo racional participaría en un
juego en el que no existieran reglas; que no supiera qué está permitido y
qué está prohibido, qué objetivo se pretende alcanzar y cuál sería -y
cómo se llegaría- al final del juego.
Como
nos enseñó Adam Smith es imposible que exista un mercado sin una
legislación que proteja el derecho a la propiedad o que garantice el
cumplimiento de los contratos. Esas reglas que rigen el juego de la sociedad,
las normas que determinan el grado de eficiencia de los mercados, son las
instituciones. Por ello cuando se defiende el mercado libre sin intervenciones
ni distorsiones públicas no se aboga por un mercado sin reglamentación, sino
que, precisamente se exige un marco legal que asegure la completa libertad del
mercado.
La
nueva economía institucional distingue entre instituciones políticas y
económicas. Las primeras determinan la estructura del Estado y el mecanismo
de toma de decisiones políticas. Las económicas consisten en la definición
de los derechos de propiedad y los contractuales, y son el resultado de las
políticas. La calidad o eficiencia de las instituciones, y su influencia
sobre el rendimiento económico de un país, se mide a través de los costes
que las instituciones imponen, respecto a los beneficios esperados. Los costes
derivan de la producción -costes de transformación- y de la propia acción
de intercambio -costes de transacción-. Las instituciones -normas y reglas-
son las que imponen los costes de transacción. Una mayor eficiencia
institucional se traduce en menores costes de transacción, y también de
transformación, si las instituciones diseñan un adecuado ambiente industrial
y empresarial. Así, la calidad de las instituciones de un país afecta a su
comportamiento económico. Y este hecho, relativamente novedoso en la ciencia
económica, debe tomarse en consideración a la hora de realizar el estudio de
la historia del pensamiento económico y de diseñar una metodología que
sustente dicho estudio. No podrán pasarse por alto muchos matices
organizativos, sociales, culturales, científicos y ambientales que influyeron
en el momento de descubrirse o formularse cierta teoría, y habrá que
responder a preguntas, que en ningún momento deben suponerse como carentes de
relevancia o cuya respuesta pueda darse por supuesta, tales como si “la
revolución marginal fue la respuesta de ciertos intereses de clase ante la
revolución marxista en el pensamiento económico”.
El
así llamado Neoinstitucionalismo, que se encarga de estudiar las reglas que
regulan el juego social y que imponen castigos y generan incentivos a los
participantes del mercado, sugiere una nueva línea de investigación, una
nueva forma de enfocar el estudio de los sistemas económicos y aproximarse a
la historia del pensamiento económico que permite ampliar o generalizar el
enfoque microeconómico del comportamiento humano.
Un
comentario sobre el papel de la matemática y la econometría en economía.
No
voy a entrar en una discusión, que me parece estéril, sobre el uso o no de
la matemática en economía. En economía, el uso y desarrollo de técnicas
matemáticas en la formulación y análisis de modelos en muy diversos campos
ha adquirido categoría de habitual; si bien su refinamiento y complejidad,
que no están al alcance en muchos casos de un gran número de economistas que
no se dedican específicamente a la matemática, ha limitado la divulgación y
discusión de tales conocimientos.
Pero,
afortunadamente, las teorías en la ciencia económica no han sido en general
valoradas por su belleza técnica, sino por el ámbito de su aplicación y por
su posible influencia sobre otras construcciones teóricas. Al igual que otras
ciencias, la economía ha alternado períodos de desarrollo teórico con
épocas de investigación aplicada. En épocas recientes asistimos a un mayor
énfasis de la elaboración y estudio de la economía aplicada, eso sí más
elaborada teórica y econométricamente, en donde destaca el análisis del
poder predictivo e implicaciones económicas de los modelos así creados.
Atrás
quedan los desarrollos del comportamiento matemático de los mercados,
elaborado en los años cincuenta por Arrow, Debreu y McKenzie, con la
demostración de la existencia del equilibrio en el marco del equilibrio
general competitivo, al que siguieron los problemas de unicidad, estabilidad,
optimalidad y la relación del equilibrio competitivo con el núcleo.
Posteriormente se extendió el estudio de modelos matemáticos al enfoque del
análisis de actividades, desarrollado dentro de la programación lineal, que
se aplicó a problemas de optimalidad, de finanzas, o a modelos de crecimiento
óptimo. La dinámica del modelo de crecimiento óptimo se vio completada con
el modelo de generaciones sucesivas de Samuelson, dando paso al desarrollo de
una teoría matemática del equilibrio general competitivo donde el tiempo y
la incertidumbre jugaban un papel esencial. En los ochenta surgió un interés
renovado en favor de paradigmas alternativos al modelo competitivo, propiciado
por los desarrollos de la teoría de juegos, la teoría de los incentivos y la
teoría de la elección social, que desarrollan y refinan los trabajos
pioneros de Cournot, Stackelberg, Nash, Von Neumann, Morgenstern y Arrow.26
Y más recientemente se ha prestado mayor atención a la modelización del
tiempo y la incertidumbre, así como a la aplicación y contraste de esos
modelos que describen con más precisión, o, si prefiere, realismo, el
comportamiento humano, gracias al desarrollo de las técnicas econométricas y
de inferencia estadística. Ello ha permitido impulsar la investigación en
áreas de economía aplicada, tales como la organización industrial, la
economía laboral, la economía pública, la teoría financiera, o el comercio
internacional.
Como
señala el profesor Santos,
«Las
matemáticas nos ofrecen un instrumental poderoso para racionalizar el
funcionamiento de un sistema económico, y deben ser un soporte fundamental
para la construcción de teorías y modelos en la ciencia económica... El
trabajo empírico ha estimulado la investigación teórica, y desarrollos en
el campo teórico han proporcionado nuevos principios y métodos de
aproximación de la realidad, y han posibilitado la consecución de un
sinnúmero de avances en el terreno aplicado.» [Santos Santos (1997), pp.
109-10].
Todo
ello no nos impide ver que el uso de la matemática en economía no está
exento de problemas.
«Las
relaciones económicas se postulan frecuentemente bajo procesos de
optimización, que en muchos casos se encuentran acompañados de componentes
estocásticos. Bajo estas condiciones una parte considerable de la
modelización económica presenta rasgos no lineales y... no es factible el
cálculo analítico de las soluciones con la finalidad de efectuar
predicciones. Es decir, para la práctica totalidad de los modelos económicos
con relaciones no lineales, el análisis matemático puede proporcionar
información cualitativa muy importante referente a cuestiones como
existencia, unicidad, diferenciabilidad y estabilidad de las soluciones del
modelo. Sin embargo, dicho análisis no produce, en general, la información
cuantitativa que requiere el contraste preciso de un modelo...
Para el contraste de las
predicciones del modelo con las observaciones económicas, existe una teoría
econométrica bien establecida, fundamentada en las técnicas de la inferencia
estadística. Existen medidas estandarizadas de error, y los investigadores
tienen a su disposición una amplia batería de contrastes econométricos y
métodos de corrección de error, con la finalidad de evitar una serie de
patologías que pueden producirse en la interpretación y comparación
crítica de las predicciones de un modelo con los datos observados.
Existe, en cambio, una
cultura menos desarrollada en el campo de la Economía en cuanto a las
comparaciones y contrastes que se deben efectuar entre el modelo aproximado y
el modelo original matemático. En la mayoría de las ocasiones, el análisis
y comparación de los modelos se realiza de forma poco rigurosa, no
ajustándose a una determinada metodología sobre la aproximación del modelo,
y sin indicación del error cometido en la aproximación. Sin embargo,
discrepancias sustanciales en los comportamientos del modelo econométrico o
numérico y del modelo matemático no lineal pueden llevar erróneamente al
rechazo de una teoría, y de hecho son en buena parte responsables de la
dicotomía existente entre el trabajo teórico y el empírico.
Es generalmente útil
analizar la diferencia entre las soluciones del modelo aproximado y del modelo
inicial más complejo... Avances recientes en el campo de la computación
permiten desarrollar métodos de aproximación más precisos, a la vez que
permiten realizar estas comparaciones de un modo menos costoso, haciendo
posible una verificación más rigurosa del modelo original... El análisis y
comparación de los modelos matemáticos y numéricos se encuentra aún en un
estado embrionario en la ciencia económica, y está considerablemente más
desarrollado en otras ciencias.» [Santos Santos (1997), pp. 107-9].
Otro
tanto acontece con el desarrollo experimentado en econometría, a la que
fundamentalmente se le encomiendan las tareas de verificar o contrastar
teorías, realizar análisis estructurales y predecir. También en
econometría se ha producido un cambio desde una metodología tradicional, con
modelos de regresión lineal más o menos complejos, a otra más refinada y
selecta, donde se han mejorado no sólo la recogida y la calidad de datos
estadísticos y su elaboración, o los medios disponibles para el cálculo,
sino que el avance se ha centrado en la mejora de la especificación de los
modelos econométricos y en los propios métodos econométricos utilizados.
A
pesar de los problemas, propios de la naturaleza de la ciencia económica,
derivados de la especificación de relaciones con variables no estacionarias,
y que normalmente se deducen de un contexto estacionario, los economistas
cuantitativos admitían que en las leyes económicas que pretendían modelizar
existía una componente aleatoria importante asociada al conocimiento teórico
imperfecto de sus relaciones, pero que existía una parte sistemática que
dominaría su evolución a medio y largo plazo.
En
los años cuarenta, tras el establecimiento de la Cowles Commission, y ya
antes con los trabajos de Jan Tinbergen de 1939, los trabajos econométricos
fueron ganando terreno, en parte gracias a la aceptación que les otorgaban
ciertos éxitos de cuantificación que abrían las puertas a la posibilidad de
cuantificar las relaciones económicas y, con ello, de dotar a los
funcionarios con reglas cuantitativas fácilmente interpretables que
facilitasen sus actuaciones; y en parte por la creencia de que los fallos que
se iban detectando podrían corregirse con la incorporación de nuevas
ecuaciones a los modelos, introducidas para acercar el modelo a la realidad, y
con la mejora de las técnicas de estimación y aparatos de cálculo más
rápidos y baratos. Hasta la década de los setenta, se construyeron modelos
con gran número de ecuaciones que, en ocasiones, casi llegaron a alcanzar las
400.27
Pero estos modelos de gran tamaño fueron un rotundo fracaso como instrumentos
de análisis estructural y predictivo. Por otra parte, durante esta primera
etapa, se asumió (Tinbergen) que el papel de los económetras en el proceso
de contrastación de las teorías económicas era limitado, argumentando que
era responsabilidad de los economistas especificar sus teorías de modo que
pudieran contrastarse [Pesaran (1987), p. 11]. Esto ha cambiado actualmente.
Según
el profesor Juan del Hoyo, la causa fundamental de este fracaso habría que
buscarla en el incumplimiento sistemático de la hipótesis de especificación
correcta del modelo, pero también en la deficiente estimación de los modelos
utilizados. “Esta situación era especialmente notoria en la especificación
dinámica de los modelos, como consecuencia de la poca información que
aportaba la teoría económica convencional, a la hora de proponer las
estructuras de retardos para las variables explicativas y perturbaciones de
los modelos” [Del Hoyo (1997), p. 122]. Igualmente, la escasez y poca
calidad de los datos y la carestía de los medios de cálculo contribuyeron al
mismo.
Pero
la primera piedra estaba puesta y hubo un desarrollo importante en la
elaboración y disponibilidad de datos, y en el perfeccionamiento de la
construcción de los mismos y de las Contabilidades Nacionales, con gran
número de estadísticas económicas básicas. Hoy en día, esos datos se
clasifican en tres grandes grupos que generan problemas de modelización
distintos según se trabaje con unos u otros: series temporales, que son
observaciones registradas de forma regular a lo largo del tiempo; datos de
sección cruzada, que consisten en observaciones registradas en un mismo
período para un conjunto de variables (por ejemplo las ventas de un conjunto
de empresas en un año dado); y los datos de panel que corresponden a datos de
sección cruzada registrados a lo largo de diferentes períodos de tiempo.
El
desarrollo de la econometría, iniciado en las décadas de los 50 y 60, y
consolidado a partir de los años setenta, fue impulsado por el desarrollo de
modelos macroeconométricos, que tuvieron lugar a partir del desarrollo de la
propia macroeconomía y del análisis de política macroeconómica,
especialmente con el modelo keynesiano y su interpretación IS-LM. Pero
también, no debe olvidarse, el impulso dado a la econometría por el
desarrollo de estudios inter e intraindustriales, así como por los modelos
input-output a partir de los trabajos de Leontief, y los modelos de
simulación microanalíticos, de los que en España fue pionero el Programa de
Investigaciones Económicas de la Fundación INI.
En
1952, Brown introdujo en una función de consumo keynesiana al uso (estática)
la hipótesis de persistencia de hábitos en el comportamiento del consumidor,
dando así paso a la incorporación de la modelización dinámica en la
investigación econométrica aplicada. Y el siguiente paso en la
especificación dinámica de modelos consistió en el desarrollo de modelos de
distribución con retardos temporales. Junto a este desarrollo de la
modelización dinámica en econometría, tuvo lugar un resurgimiento del
interés por los métodos de series temporales, utilizados inicialmente en
predicciones comerciales a corto plazo. Ello dio paso a los desarrollos
teóricos de Box y Jenkins y a los procesos de estimación y predicción
univariantes de medias móviles autoregresivos (ARMA) [Pesaran (1987), pp.
13-14].28
Asimismo
el desarrollo que ha tenido lugar en la disponibilidad y baratura de los
medios de cálculo ha sido espectacular y, en gran parte, responsable del
camino que ha tomado el avance de la investigación econométrica teórica y
aplicada. Como afirma el profesor del Hoyo, “creemos que gran parte de los
malentendidos anteriores se han superado y que se abre la posibilidad real de
llevar a cabo análisis económicos de tipo cuantitativo, y obtener resultados
aceptables para todos los economistas” [Del Hoyo (1997), p. 122]. La
ulterior aplicación de las nuevas técnicas y herramientas de análisis,
tanto en el campo de la modelización como en el de la computación, ha
permitido aplicar la econometría a un sin fin de campos como las finanzas, la
organización industrial, los mercados de trabajos, el crecimiento económico,
la historia económica, etc.
Con
todo, los cambios fundamentales se han experimentado en los métodos y
técnicas de cuantificación; especialmente en lo que se refiere a la
especificación correcta del modelo y a los propios métodos econométricos
aplicados. El modelo de regresión clásico (por mínimos cuadrados ordinarios
o por máxima verosimilitud)29 se ha
enfrentado a problemas metodológicos y teóricos. Dicho modelo está basado
en un conjunto de hipótesis cuyo incumplimiento anula el contenido
explicativo del modelo estimado ya que la mayoría de las veces vacía los
estimadores de significado. Tales hipótesis son: especificación correcta del
modelo, que a su vez se subdivide en que la forma funcional sea correcta, que
no existan variables relevantes excluidas, ni variables irrelevantes
incluidas, y que los coeficientes β sean constantes; que existan
suficientes grados de libertad del modelo (el exceso de observaciones
disponibles sobre el número de coeficientes a estimar); estricta ausencia de
multicolinealidad; regresores no estocásticos; esperanza nula de las
perturbaciones; ausencia de autocorrelación en las perturbaciones;
homoscedasticidad de las perturbaciones (el término de error, ut,
del modelo lineal tenga una matriz de covarianzas tal que todos sus elementos
sean cero, excepto los de la diagonal principal, que son todos iguales a σt2)
y distribución gaussiana de las perturbaciones. Los problemas surgidos del
incumplimiento de cada uno de estos supuestos y la habilitación de posibles
soluciones han permitido desarrollar nuevos métodos econométricos.30
Como
ya se ha indicado, un especial cuidado se puso en lo tocante a la
especificación correcta del modelo; y la conclusión del debate fue someter a
una detallada contrastación a todo modelo estimado, prestando máxima
atención al desarrollo de los métodos de contrastación de la
especificación inicial del modelo. Ello ha dado lugar al abandono de los
grandes modelos, con complejas formas y gran número de ecuaciones, y se ha
evolucionado hacia otros con un número muy reducido de ecuaciones que se
contrastan de forma exhaustiva.
Pero
a los problemas de tipo metodológico del enfoque tradicional hay que añadir
objeciones de tipo teórico, como la denominada “crítica de Lucas”, que
pueden invalidar de raíz la utilización de modelos para evaluar políticas
económicas alternativas. La crítica de Lucas puede resumirse, en palabras de
Juan del Hoyo:
«diciendo
que los coeficientes estimados de un modelo no son invariantes frente a
cambios en las políticas económicas alternativas. Esta situación es
consecuencia de que el proceso de optimización de los agentes económicos,
junto con la hipótesis de expectativas racionales, lleva a que los
coeficientes estimados no se pueden considerar como estructurales, ya que son,
en definitiva, las respuestas globales a las variaciones de las condiciones
con las que se enfrentan estos agentes. Por tanto, los coeficientes estimados
son una combinación, tanto de los coeficientes de la función objetivo
considerada por el agente económico, como de los coeficientes estadísticos
que caracterizan a las componentes estocásticas del modelo. En consecuencia,
la hipótesis de coeficientes constantes no puede ser aceptada en este tipo de
análisis económicos, y todo desarrollo que suponga la constancia de los
coeficientes del modelo puede ser erróneo.» [Del Hoyo (1997), p. 132].
Según
Lucas, los agentes económicos forman sus expectativas de manera endógena,
sobre la base del verdadero modelo de la economía y una comprensión correcta
de los procesos de generación de las variables exógenas del modelo, incluida
la política económica del gobierno. En estos modelos con expectativas
racionales, los parámetros de las reglas de decisión de los agentes
económicos, tales como las funciones de consumo o inversión, generalmente
son una mezcla de los parámetros de las funciones objetivo de los agentes y
de los procesos estocásticos que contemplan como dados históricamente. Por
tanto, no hay razón para creer que la estructura de las reglas de decisión,
es decir de las relaciones económicas, permanecerán invariantes tras
producirse una intervención de política económica. La implicación de esta
crítica de Lucas no es que fuera imposible realizar la evaluación de una
política económica, sino que los métodos y modelos econométricos
tradicionales no eran adecuados para tal propósito. Se requería una
separación de los parámetros o coeficientes de la regla de política
económica respecto de los del modelo económico.
Además
de los estudios desarrollados para analizar bajo qué condiciones se puede
obviar la crítica de Lucas (por ejemplo, si entre otras hipótesis las
variables relevantes son superexógenas), como respuesta a las dificultades
metodológicas mencionadas anteriormente, en la década de los setenta
comienzan a introducirse mejoras en la metodología econométrica y se
propone, desde fuera de la concepción ortodoxa, la metodología Box-Jenkins,
aplicada a datos de series temporales, para mejorar las especificaciones
dinámicas de los modelos; y desde un enfoque más ortodoxo, se proponen
soluciones alternativas basadas en la aproximación bayesiana para resolver
problemas derivados de la falta de un procedimiento sistemático de la
modelización clásica.31
Como consecuencia del intento de solución de muchos de estos problemas, se ha
producido en la investigación econométrica cierto cambio en el foco de
atención, que ha pasado de centrarse en problemas de identificación y
estimación de modelos econométricos a ocuparse de la evaluación y
contrastación de modelos.
La
actividad de la modelización econométrica requiere técnicas econométricas
y de computación, pero no sólo eso; además precisa de buenos datos, mucha
intuición, conocimiento institucional y, sobre todo, comprensión de la
economía. Puede que los métodos econométricos no nos permitan rechazar de
forma concluyente teorías económicas, pero eso no significa que no podamos
extraer algo útil de los intentos de contrastación que se realizan de las
formulaciones particulares de una teoría económica determinada respecto a
sus posibles alternativas rivales. Además los modelos econométricos se
revelan como importantes herramientas de predicción y análisis de política
económica; el reto consiste en reconocer sus limitaciones y convertirlos en
herramientas más fiables y eficaces [ver Pesaran (1987), pp. 18-19].
3.
EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO O CÓMO HACER HISTORIA
DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO.32
Tras
lo expuesto hasta aquí, la pregunta inmediata es cómo afecta esta nueva
situación o estado de la ciencia económica, si es que afecta, al
investigador que estudia y hace historia del pensamiento económico.
Un
análisis somero a las páginas precedentes, y aunque parezca obvio decirlo,
lo primero que nos indica es que no debe abrazarse ningún fundamentalismo en
cuanto al método de estudio de la historia de la ciencia económica. O de
otra forma dicho, que el absolutismo, tal como fue expuesto por Blaug (1962),33
no constituye la única forma o método válido de hacer historia del
pensamiento económico. Pero la exposición de la situación actual de nuestra
ciencia, con todas sus enormes limitaciones, nos indica que tampoco es posible
apartar u obviar los nuevos conocimientos y herramientas incorporados al
análisis y a los métodos cuantitativos de la economía, como tampoco es
posible olvidar incluso nuestra concepción y percepción actuales de los
fenómenos económicos, cuando hacemos historia del pensamiento económico.
Ambas
ideas han sido admitidas en los últimos años incluso por el máximo
exponente del enfoque absolutista, el profesor Mark Blaug. A partir de 1990 el
profesor Blaug ha hecho hincapié en los errores cometidos por lo que
denominó en su Teoría económica en retrospección las posturas “arrogantes”
de absolutistas y relativistas. En el presente, Mark Blaug prefiere hablar de
reconstrucciones histórica y racional del pensamiento económico, en lugar de
relativismo y absolutismo, precisamente porque esa distinción pone énfasis
en la idea de que ambos métodos son reconstrucciones.34
Siguiendo
la distinción que para la historia de la Filosofía realiza Richard Rorty,
distingue Blaug cuatro géneros o estilos de hacer historia del pensamiento
económico: 1) Geistesgeschichten, literalmente “historia del
espíritu”, que “trata de identificar las cuestiones centrales que los
pensadores del pasado han planteado y mostrar cómo dichas cuestiones llegan a
ser centrales en sus sistemas de pensamiento”; 2) reconstrucciones
históricas, que “intentan dar cuenta de los sistemas de pensamiento de los
pensadores del pasado “en sus propios términos”, es decir, en términos
que estos pensadores habrían aceptado como una descripción correcta de lo
que ellos habían hecho”; 3) reconstrucciones racionales, que “tratan a
los grandes pensadores del pasado como contemporáneos con los que podemos
intercambiar nuestros puntos de vista... y analizan sus ideas en nuestros
propios términos a fin de localizar sus errores y de verificar que ha
existido progreso racional en el curso de la historia intelectual”; y 4) “doxografía”,
que literalmente significa la escritura de himnos de gloria y alabanza, y “es
el intento de ajustar los textos a algún tipo de ortodoxia reciente, para
mostrar que todos aquellos que han trabajado alguna vez en un campo
determinado han tratado sustancialmente las mismas cuestiones fundamentales y
con la misma profundidad” [Blaug (1990), pp. 27-8].35
Identifica
Blaug las reconstrucciones histórica y racional con su relativismo y
absolutismo de antaño, aunque prefiere estas etiquetas de Rorty. Afirma que
la Geistesgeschichten puede implicar tanto una reconstrucción
histórica como racional por lo que no precisa de un tratamiento aparte. Y
finalmente admite que las tres primeras (tanto la Geistesgeschichten
como la reconstrucción histórica y la racional) “son formas perfectamente
legítimas de escribir historia del pensamiento económico, pero que
inevitablemente se crea confusión cuando estas diferentes formas no se
separan”. El problema proviene porque en pura lógica estas formas de hacer
historia del pensamiento económico “no pueden separarse por completo, pero
al menos podemos intentar ser explícitos acerca de lo que hacemos cuando
marchan juntas” [Blaug (1990), p. 35].36
De forma que usualmente lo que comenzó siendo explícitamente una
reconstrucción racional generalmente se convierte en una histórica y
viceversa, aunque este segundo caso sea menos frecuente.
Aunque
Blaug admite todas las formas de escribir historia del pensamiento económico
-salvo la “doxografía”-, claramente prefiere, siempre que sea posible,
las reconstrucciones racionales:
«Las
reconstrucciones racionales son perfectamente legítimas, aunque si son o no
significativas depende del caso en cuestión. En cuanto a las reconstrucciones
históricas, son inherentemente problemáticas. En términos estrictos, son
imposibles porque presuponen que el pasado puede rememorarse sin conocimiento
del presente... Una reconstrucción racional puede mantenerse como mera
reconstrucción racional, pero una reconstrucción histórica debe en algún
momento volverse racional por la sencilla razón de que existe progreso
en economía» [Blaug (1990), p. 30].
No
obstante, mediante algunos ejemplos, Blaug insiste en que no es posible hacer
reconstrucciones teóricas o racionales de las teorías del pasado que
ignoren, o no sean contrastados por, y no concuerden con, los supuestos
básicos y otras partes de los escritos del autor que estemos tratando, o de
la escuela de pensamiento que se esté estudiando. Para mostrar la fina línea
que separa la forma en que los escritos que hacen historia del pensamiento
económico utilizan reconstrucciones históricas o racionales, Blaug (1990)
utiliza en su artículo los ejemplos de Samuelson, Hollander y Morishima, que
en Blaug (1992) amplía al caso de Phillip Mirowski, More Heat Than Light,
libro del que afirma estar planteado como una reconstrucción histórica en
toda regla, pero que tiene una carga de reconstrucción racional implícita
muy grande.
Y,
¿qué hay de la “doxografía”? La doxografía no es un modo legítimo de
realizar investigación intelectual. Entiendo que en este género incluye
Blaug las posturas arrogantes de relativistas y absolutistas, llevadas al
extremo del dogma. En su “Introducción” a la Teoría económica en
retrospección, título que lleva implícito su anterior devoción por el
absolutismo, Blaug nos advierte ya entonces de que tanto absolutismo como
relativismo no están exentos de posiciones radicales o fundamentalistas:
«Hay
siempre dos clases de peligros en la evaluación del trabajo de los autores
anteriores: por una parte, ver sólo sus errores y defectos sin apreciar las
limitaciones del análisis que heredaron y de las circunstancias históricas
en las que escribieron; por otra, exagerar sus méritos por el interés de
descubrir una idea adelantada a su propia época, y con frecuencia a sus
propias intenciones. Dicho de otro modo: existe el pecado antropomórfico de
juzgar a los autores antiguos por los cánones de la teoría moderna, pero
existe también lo que alguna vez llamó Samuelson “el pecado
antropomórfico refinado de no reconocer el contenido equivalente en los
autores más antiguos, porque no usan la terminología ni los símbolos del
presente”» [Blaug (1962), p. 25. Cito por la edición española].
Considero
que el cambio fundamental dado por Blaug (1990) en su enfoque metodológico de
la historia del pensamiento económico consiste en que anteriormente puso el
énfasis en que el peligro de dogmatismo provenía sobre todo del lado
relativista y en la imposibilidad lógica del relativismo estricto, porque le
pareció y le sigue pareciendo menos defendible que el absolutismo;37
en cambio a partir de 1990 ha enfatizado la posibilidad de que el absolutismo
también caiga en el pecado de la “doxografía” y degenere con facilidad
en la omnisciencia, en cuyo caso no ha lugar para la historia del pensamiento
económico. Ya que, en una concepción absolutista extrema, si aceptamos que
el conocimiento económico crece gradualmente y las ideas, teorías,
herramientas analíticas y métodos últimos resultan ser el conocimiento
científico más completo de nuestra ciencia, ¿qué objeto tiene molestarse
en estudiar las ideas erróneas y ya superadas de economistas muertos?
Volveré sobre esta cuestión, pero baste decir aquí que el conocimiento en
economía, y en otras ciencias, pero especialmente en las ciencias sociales,
no evoluciona de esa manera sino de forma muy asimétrica; y que, o bien,
antiguas creencias que en un tiempo se desecharon vuelven una y otra vez a
surgir como explicaciones plausibles, aunque falsas, a fenómenos económicos,
o bien, se aceptan como válidas ideas y teorías que no explican, o lo hacen
de forma incompleta, la realidad económica.
Los
seguidores metodológicos de Blaug, en otro tiempo incidimos en el peligro de
lo que el profesor Rodríguez Braun denominó el “relativismo doctrinario”,
que no era sino la forma en que Marx o J.M. Keynes trataban de reconstruir
históricamente sus respectivos pensamientos económicos. Ahora Blaug, además
de admitir el “relativismo moderado”, ha llamado la atención sobre el
peligro del absolutismo dogmático que tanto se da en los intentos de
reconstrucción racional de muy diversos autores. Su aceptación de ambos
puntos de vista (reconstrucción histórica y racional) ha hecho que
introduzca cambios en la forma de enfocar y tratar muchas de las cuestiones
controvertidas de la historia del pensamiento económico, como el papel del
empresario, por ejemplo.
Estudios
biográficos e historias nacionales del pensamiento económico.
Un
corolario que se desprende del anterior cambio en la concepción de cómo
hacer historia del pensamiento económico es que cobran otro sentido y
aceptación los estudios biográficos y la realización de historias del
pensamiento económico nacionales, especialmente en países periféricos
respecto de la zona de innovación y creación de pensamiento económico.
Stigler
(1976) rechazó el estudio de las biografías personales de los científicos
como elemento o argumento relevante para la comprensión y calificación de
las ideas y teorías de éstos. Pero no debe desprenderse que el conocimiento
biográfico sea completamente irrelevante. Según Stigler, lo es para la
búsqueda de congruencias entre su vida personal y sus ideas, pero “debemos
intentar comprender a un científico tal como sus contemporáneos lo
entendieron”, aunque “esta comprensión normalmente implica muy poca
información biográfica” [Stigler (1976), p. 142], al menos en lo referente
a su vida personal. Lo que debe hacerse es una biografía científica que
ayude a entender cómo fueron percibidas las ideas de un científico o
escritor por sus contemporáneos:
«La
ciencia consiste en los argumentos y la evidencia que lleva a otros
hombres a aceptar o rechazar opiniones científicas... aquellas partes de la
vida de un hombre que no afectan a las relaciones entre ese hombre y sus
colegas científicos son sencillamente extracientíficas...
La ciencia de la
ciencia... se refiere precisamente a estas cuestiones: por qué algunos
descubrimientos se reciben con rapidez y otros nunca; por qué la ciencia de
la economía floreció en Inglaterra y languideció en Francia; por qué y
cuándo los innovadores han de estar enteramente formados en la tradición
recibida; y así sucesivamente, sin límite. Allí, y no en el contenido
científico del trabajo, hemos de buscar un papel posible para el estudio de
la biografía.» [Stigler (1976), pp. 141 y 143].38
El
profesor Manuel Jesús González, en su trabajo pionero publicado en 1977,
sostiene que en el ámbito de la problemática de la ideación y el
descubrimiento de las ideas científicas, así como en su difusión, sí tiene
sentido que nos planteemos las circunstancias biográficas y ampliemos incluso
el estudio a una combinación de factores históricos, sociales y culturales
que envolvieron el descubrimiento y posterior desarrollo de las teorías.
Entiendo,
pues, que existen ciertas similitudes entre ambos artículos en cuanto al
planteamiento y ámbito de aplicación -a las biografías científicas- del
problema de si importan o no los estudios biográficos, a pesar de que el
profesor González trata la de Stigler como una postura contraria a la suya, y
a pesar de que no hay duda de que Stigler mantiene una posición más belicosa
y “una estimación singularmente baja del valor científico de los sermones
sobre metodología” [Stigler (1976), p. 150]. 39
Como
no hay reglas de descubrimiento, o no las conocemos, dice el profesor
González, a veces las ideas científicas acontecen por “una mezcla de
obsesión por el problema y azar”; otras veces es el “ambiente cultural y
filosófico”; en ocasiones, “circunstancias vitales y profesionales o
diferencias de temperamento” que se entrelazan con “razones de veracidad
objetiva -en el propio marco de la comunidad científica-” son las que
explican puntos de vista diferentes. Por ello factores biográficos pueden
ayudar a entender cómo se consiguió construir una teoría. [González
(1977), pp. 523-4].
El
profesor Manuel Jesús González sostiene que:
«Si
estoy en lo cierto, la ciencia es algo más que un lenguaje bien construido.
Es además un proceso de comunicación lenguaje-mundo a través de lo que
Hempel ha denominado implicaciones contrastadoras... El cambio científico...
se da porque aparecen problemas que la teoría no resuelve satisfactoriamente.
Y los problemas aparecen en múltiples direcciones... Ahora bien, las
discontinuidades intelectuales, o la revolución por reforma en el aparato
conceptual que cada teoría supone, se realiza muchas veces -y esta es mi
tesis- por etapas. A través de un costoso proceso de tanteos sucesivos, de
ensayo y error. Y como quiera que tales reformas las llevan a cabo hombres,
casi siempre dentro de alguna comunidad científica, queda legitimada para el
historiador la pregunta que se cuestiona cómo se le ocurrió al científico
tal solución o tal otra.» [González (1977), pp. 525-6].
Por
ello, la tarea del historiador del pensamiento económico va más lejos que el
mero análisis económico examinado retrospectivamente. El historiador del
pensamiento económico necesita conocer la biografía intelectual de cada
autor “como una ayuda, entre otras, para comprender no su teoría, sino las
‘peripecias’ que le condujeron a formularla”, “para entender cómo se
le ocurren determinadas ideas, o para iluminar las líneas generales de su
trabajo teórico”. Y, por ello,
concluye el profesor González, “no es ilegítima, para un historiador del
pensamiento económico, la pregunta que versa sobre el contexto de
descubrimiento de las teorías... Cuando el problema lo requiere, el examen de
las circunstancias biográficas puede ser inesquivable.” [González (1977),
pp. 525-6].
En
cuanto al desarrollo de las historias nacionales del pensamiento económico,
también cobra significado esta forma de hacer y contar historia del
pensamiento económico. Especialmente como forma de “contrastar y demostrar
la existencia de diferentes procesos adaptativos en la difusión de teorías e
ideas económicas a nivel nacional” [Cardoso y Lluch (1999), p. 477].
El
estudio de cómo se han adaptado las ideas teóricas y cómo se han aplicado
en particular a cada ámbito nacional consecuencias políticas derivadas de
las mismas, que también han sido diferentes dependiendo de la realidad
diferente de cada país; el análisis de las modificaciones e innovaciones
realizadas en teorías y doctrinas cuando se aplican a un contexto social,
cultural, científico y económico peculiar, que cuenta con cierta tradición
científica e ideológica y cierta unidad de visión de la economía del
país; y, finalmente, la aceptación o rechazo de teorías y doctrinas, su
facilidad o dificultad de comprensión, o el diferente modo de interpretar a
un economista, son razones para emprender estudios de historia del pensamiento
económico desde una perspectiva nacional.
Se
concibe la historia nacional del pensamiento económico como “un proceso de
difusión internacional del análisis económico, de las doctrinas y las ideas
económicas, del modo en que son objeto de elección y análisis, así como
las formas que ha revestido su incorporación y aplicación en un país
determinado” [Fuentes Quintana (1999), p. 312]. En este enfoque nacional del
estudio de la historia del pensamiento económico es fundamental el concepto
del proceso de difusión internacional de las ideas económicas; de
modo que pasa a ser importante conocer y evaluar en qué condiciones
circularon por un determinado país las ideas vigentes internacionalmente en
cierto momento. Y, como han señalado los profesores Almodovar y Cardoso
(1998),40
tales investigaciones tienen interés no sólo para el país receptor,
especialmente si se trata de un país periférico, es decir que ha ocupado una
posición subordinada en la elaboración de la corriente internacional del
pensamiento económico, sino que resultan de ayuda para conocer el progreso de
la evolución global del conocimiento económico. Porque estos estudios
permiten apreciar cómo se han conocido y asimilado las corrientes de
pensamiento económico y, al compararse entre diferentes realidades nacionales
y disponer de información de distintas experiencias nacionales, quedan reflejadas la diversidad y complementariedad de los
procesos de circulación y asimilación del pensamiento económico de un país
a otro.
Han
sido los profesores Ernest Lluch, José Luis Cardoso y António Almodovar
quienes han destacado la importancia de conocer el proceso de difusión
internacional de las ideas y el análisis económicos; tratamiento
metodológico que inicialmente defendieron, a mediados de la década de los
cincuenta, T. W. Hutchison y Joseph Dorfman, y que ha sido impulsado a partir
de 1989 con nuevas investigaciones en esta dirección que han sacado a la luz
historias del pensamiento económico japonés, australiano, sueco, irlandés,
holandés, indio, francés o portugués.41
En España, se ha emprendido esta misión con la magna y erudita obra de ocho
volúmenes dirigida por el profesor Enrique Fuentes Quintana, Economía y
economistas españoles, cuyo primer volumen ha visto la luz recientemente,
a finales de 1999, y pronto aparecerán el resto. Este esfuerzo intelectual
concebido lógicamente como obra colectiva tiene como propósito
«contar
lo que nuestros economistas han hecho... Inventariar y evaluar el quehacer de
los economistas españoles, situándolo en el marco del pensamiento económico
y en la marcha histórica de nuestra economía, ha constituido una
investigación que, por sus dimensiones temporales, por la extraordinaria
variedad de sus intérpretes, por el mundo cambiante de sus escenarios
históricos y por la dificultad de situar las aportaciones de nuestros
economistas en un cuadro coherente que permitiera seguir la historia de sus
ideas, no ha sido abordada por ningún economista o grupo de economistas hasta
hoy» [Fuentes Quintana (1999), p. 7].
¿Por
qué y para qué estudiar Historia del Pensamiento Económico?
Quisiera,
a modo de conclusión, plantear una cuestión que planea sobre la profesión
económica, especialmente como resultado del avance producido en los últimos
tiempos hacia una ciencia dura, análoga a las ciencias de la naturaleza, que
con muchas salvedades e imperfecciones ha experimentado la economía, tal como
he expuesto en el apartado segundo de este trabajo. Tal es la de si sirve para
algo dedicar tiempo y esfuerzos a estudiar, investigar y especializarse en
autores muertos que mantienen muchas opiniones erróneas o cuyo análisis se
haya limitado por el tiempo y el propio avance científico, que existe.
Utilizaré argumentos de Stigler (1969), Blaug (1990 y 1996) y Schwartz
(1992).
Tradicionalmente,
se han argumentado razones como que la historia del pensamiento económico
ayuda a saciar la curiosidad del economista, o se ha apelado al carácter
formativo de esta materia que mediante la percepción de las limitaciones de
los maestros del pasado permite poner en cuestión las propias conclusiones
científicas y certezas morales, adquiriendo cierta “humildad metodológica
sobre los verdaderos logros de la economía” [Blaug (1996), véase
especialmente el último capítulo, “A methodological postscript”, pp.
689-704]. Ante estas razones normalmente se objeta que convierten al
historiador del pensamiento económico en un mero anticuario del que se puede
prescindir. Tampoco se acepta ya la plausible creencia de Schumpeter de que
una comprensión de la evolución de la ciencia económica ayuda a entender su
estructura actual, porque, como dice Stigler, siendo cierto que más
conocimiento correcto nunca tiene un producto marginal negativo, no es
necesario estudiar la historia de la economía para llegar a dominar la
economía actual. El estudiante de economía con estos argumentos seguirá
percibiendo cierta inutilidad en la consulta de economistas del pasado que
vayan más allá de Lucas Jr., Akerlof, Coase, Phillips, Stigler, Friedman,
tal vez Keynes, etc.
No
obstante, como ha señalado Stigler, sí resulta útil para el alumno y el
investigador aprender Historia del Pensamiento Económico por la formación
que se adquiere en cuanto a la capacidad de leer y escribir economía bien.
Aprender economía no se reduce a adquirir ciertas herramientas analíticas,
es decir, aprobar determinadas asignaturas técnicas y aplicadas como micro,
macro, estadística, econometría, economía pública, laboral, finanzas,...
La economía es una forma de concebir el mundo, una forma de entender e
interpretar los problemas que afectan a los individuos y sus instituciones
sociales. Y esto sólo se desarrolla con la práctica apropiada, leyendo a
otros economistas. “Hay buenas razones para creer que es más fácil
aprender a leer si se empieza con los economistas de los tiempos pasados” [Stigler
(1969), p. 166], posiblemente por la distancia que el tiempo pone respecto al
trabajo analizado, lo que permite no ser ni hipercríticos ni aduladores con
el mismo. Aunque bien es cierto que los historiadores de la economía no
están exentos de ambos males. Además, se aprende más de los buenos
economistas que de los malos. Y el tiempo ayuda a identificar a los
economistas que merece la pena leer adecuadamente.
Dentro
de ese carácter formativo, una cuestión esencial es que la historia del
pensamiento económico nos ayuda a identificar “egregios errores y
peligrosas precipitaciones” actuando “unas veces como vacuna y otras como
antídoto de errores de doctrina social, infinitamente repetidos en la
historia de la humanidad” [Schwartz (1992), p. 3].42
Quien conoce la doctrina del fondo de salarios y sus debilidades, o los
problemas planteados por una incompleta
teoría de la distribución de los autores clásicos, o quien ha comprendido
en sus correctos términos la teoría de la “cantidad de dinero” de los
precios, no puede dejarse
embaucar por los cantos de sirena de quienes alzan la voz culpando a los
salarios del incremento de precios o
de quienes propugnan la reducción de la jornada laboral por ley,
interpretando la cantidad de trabajo en una economía como un stock; y
ello sin necesidad de apelar al conocimiento más reciente de los fundamentos
microeconómicos del mercado laboral, o los problemas de agencia existentes en
las relaciones entre trabajadores y administradores de las empresas, el modelo
de determinación del salario de insiders-outsiders, o la teoría de
los salarios de eficiencia expuesta por Stiglitz para explicar el
comportamiento de los agentes (empleadores y empleados) en las relaciones
laborales.
Puesto
que el propósito de tratar de entender bien el sistema teórico, las ideas y
el análisis de un economista, es maximizar la probabilidad de que su trabajo
contribuya al progreso científico, la tarea de conocer y descubrir errores
analíticos, teóricos o de aplicación política, de otros economistas
contemporáneos y pasados (lo que supone una lectura profesional de sus
aportaciones e ideas) constituye una contribución al progreso de la ciencia
económica, en tanto la lectura profesional mejora la exposición original de
la teoría. Además, tal como ha destacado Stigler (1969) [pp. 169 y 175-8],
está la importancia que tienen la organización y el entorno de los
científicos respecto al contenido intelectual de una ciencia. Son importantes
en el proceso de ideación y difusión de una ciencia los círculos
académicos en que se desarrolla, los efectos de las fundaciones,
universidades y otras instituciones sobre la investigación, así como la
relación entre los problemas de la sociedad y los problemas de la ciencia
(por ejemplo, se tratan los problemas de contaminación y su repercusión
sobre ciertos bienes, como el aire o agua, cuando tales problemas u otros,
como la presión de la población, los convierten en bienes escasos y dejan de
considerarse bienes libres).
Blaug
ha expresado esta idea de otra forma:
«Existe
un conjunto de proposiciones y teoremas económicos indeterminado que parecen
estar relacionados con el comportamiento económico pero que no producen
ninguna implicación predecible sobre dicho comportamiento. En pocas palabras,
una gran parte de doctrina recibida es metafísica. Nada malo hay en ello,
siempre que no se confunda con ciencia. Lamentablemente, la historia de la
economía nos revela que los economistas están tan orgullosos como cualquier
otro de confundir los desperdicios con el trigo y reclaman la posesión de la
verdad cuando todo lo que poseen son intrincadas series de definiciones o de
juicios de valor disfrazados de reglas científicas. No hay forma de llegar a
ser plenamente consciente de esta tendencia salvo estudiando la historia de la
economía» [Blaug (1996), pp. 703-4].
Finalmente,
el profesor Blaug recuerda que muchos de los economistas que denigran el
estudio de la historia de la economía como meros ejercicios de anticuario
tienen sus mentes atiborradas de ideas falaces sobre la historia de su propia
materia. Cada vez que un economista descubre una idea, cada vez que alguien
cree estar poniendo las bases de una nueva escuela de pensamiento, lo primero
que hace es rebuscar en las entrañas de las ideas del pasado para establecer
un pedigrí adecuado para su teoría. Por ello cree Blaug que la Historia del
Pensamiento Económico es irrefrenable; que si su estudio quedase prohibido o
fuese declarado ilegal, tendría lugar en los sótanos, tras puertas cerradas
y en la clandestinidad, como aquellos libros, de los que nos habla Ray
Bradbury en su obra Fahrenheit 451, que tras su prohibición en la
sociedad del futuro sobrevivían al fuego en la memoria de organizaciones
secretas.
«Lo
que sabemos hoy acerca del sistema económico no es algo que descubrimos esta
mañana sino la suma de todas nuestras intuiciones, descubrimientos y salidas
en falso durante el pasado. Sin Pigou, no hay Keynes; sin Keynes, no hay
Friedman; sin Friedman, no hay Lucas; sin Lucas, no...
T.S. Eliot (1919)
expresó esta idea perfectamente: “Alguien dijo: ‘Los escritores muertos
están alejados de nosotros porque nosotros sabemos mucho más de lo
que ellos sabían’. Precisamente, y ellos son lo que nosotros sabemos”.»
[Blaug (1990), p. 36].
Ahora
sólo queda que buenos economistas hagan buena Historia del Pensamiento
Económico y sepan atender las necesidades de la demanda de una materia que,
si admitimos la ley de Say, siempre existirá.
Fernando Méndez Ibisate.
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*Agradezco
los comentarios de los profesores Carlos Rodríguez Braun y Manuel Santos
Redondo realizados a una primera versión completa del trabajo, así como
los de los profesores Mikel Tapia, para la parte correspondiente a finanzas,
y María Arrazola, José de Hevia y José Antonio Bartolomé en el apartado
dedicado a la matemática y la econometría. Igualmente fue de gran utilidad
una consulta aclaratoria que solicité a la profesora Elena Gallego y, como
siempre, resultaron muy ilustradoras algunas conversaciones informales
mantenidas con el profesor John Reeder. La amistad demostrada de todos ellos
para conmigo en absoluto les hace responsables ni copartícipes de los
errores que este trabajo pueda contener, únicamente atribuibles a las
limitaciones del autor.
1
Una interesante exposición, con bases históricas de la evolución del
método neoclásico, que intenta separar el neoclasicismo en el sentido más
amplio y tradicional de la interpretación más rigorista que se hace
habitualmente, se encuentra en Sánchez Molinero (1997).
2
La metodología propuesta por Friedman fue criticada por Samuelson, en la
medida en que el instrumentalismo de Friedman llegaba al extremo de preferir
una teoría con supuestos irreales, pero capaz de hacer predicciones exactas
sobre fenómenos determinados. Sin embargo, Blaug considera que la
metodología propuesta por Samuelson sobre los teoremas significativos
operacionalmente apenas se diferencia de las ideas de Friedman. Samuelson,
que emplea el adjetivo operacional como sinónimo de “empírica”,
entiende por teorema significativo “una hipótesis sobre cuestiones
empíricas que puede concebiblemente ser refutada, aunque sólo sea en
condiciones ideales”. Ver Blaug (1980), pp. 119-134.
3
Véase Usabiaga y O’Kean (1994), cap. 1. Es interesante observar cómo en
este libro, como en otros muchos libros que analizan el problema de la
metodología en economía, citan a McCloskey como curiosidad, pero pronto lo
olvidan para pasar a hacer un tratamiento tradicional de la metodología
utilizada en economía.
4
Digo esto porque en caso de pulir al máximo nuestra retórica y alcanzar
las mejores “armas” lograremos convencer a un porcentaje tan elevado de
la audiencia, que habremos acabado con la discusión de ideas, el discurso
científico y, en definitiva, la propia retórica, entendida, tal como lo
hace McCloskey, en el mejor sentido del término.
5
Según el supuesto, partimos con una proporción 1:3 en la población, por
lo que gráficamente:
_----_----_
│
│
_----_----_
_----_----_
│
│
│
│
___
___ ___
___
Siendo,
en generaciones sucesivas, mayor la proporción de descendientes masculinos
para cada macho que para cada hembra; por lo que la mayoría de la
población desciende de las familias con mayor tendencia genética a tener
hijos (y no hijas), produciéndose una tendencia a la proporción de 1:1.
6
Véase Eggertson (1995), p. 20. Volveré más adelante sobre este
particular, especialmente porque una parte de la corriente de pensamiento
económico conocida como Nuevos institucionalistas presenta su enfoque como
algo diferente al enfoque neoclásico tradicional, al rechazar el postulado
de maximización que sustituyen por el concepto de satisfacción de Herbert
Simon, dentro de un contexto de racionalidad limitada. Como señala el
profesor Santos Redondo (1999), ambos enfoques enfrentados utilizan el
concepto de racionalidad limitada pero con significado diferente (incluso
opuesto) para unos y otros. “Su estudio y clarificación desde el punto de
vista metodológico e instrumental es importante para avanzar en el
conocimiento de la economía de las organizaciones, y está siendo frenado
por el afan de presentar ambos enfoques como complementarios y cercanos”;
que es exactamente mi punto de vista.
7
Y, por tanto, volver a alguna de las situaciones de partida de no-ciencia,
de Sánchez Ron, o de hacer retórica, según McCloskey.
8
Ello no está reñido ni es contradictorio con un enfoque metodológico
individualista, como el que se emplea en economía: los grandes agregados
conceptuales no existen. No hay comportamientos o decisiones de grupo, sino
individuales. Aquí surge, sin duda, el problema de la agregación. Esta
metodología se aparta por completo de la visión de Durkheim, según la
cual el hecho colectivo no puede reducirse a hechos individuales y lo
colectivo no surge como una suma de los individuos, sino que es algo
distinto e independiente, que condiciona los comportamientos individuales.
El individualismo metodológico, tan reivindicado por la escuela Austríaca,
tiene su origen en economía con Adam Smith, quien a su vez lo aprendió de
sus maestros, los Filósofos Escoceses.
9
Coase nos dice que:
«Los
hombres pueden ser o no racionales al decidir cruzar una calle muy peligrosa
para ir a un restaurante. Sin embargo, podemos estar seguros de que serán
menos los que estarán dispuestos a hacerlo si el peligro aumenta. Y no
dudamos que, si surge una alternativa menos peligrosa, como, por ejemplo, un
cruce peatonal, disminuirá el número de los que se arriesguen a
atravesarla por otro sitio, y aumentará la cantidad de los que la crucen,
ya que el paso peatonal permite alcanzar un beneficio mayor. La
generalización de este conocimiento... no me parece que requiera el
supuesto de que los hombres son seres racionales maximizadores de la
utilidad.» [Coase (1988), p. 12].
10
«No todo lo no lineal es caótico, aunque sí todo lo caótico es no
lineal... la no linealidad genera nuevas propiedades, mientras que la
linealidad no: la suma de dos soluciones de un sistema no lineal es más que
la reunión de las dos soluciones, no así en el caso de un sistema lineal»
[Sánchez Ron (1996), p. 58].
11
Cursivas mías. El profesor Arruñada puntualiza que la propia existencia de
los costes de transacción o su volumen (por ejemplo, cita un artículo de
North y Wallis, 1986, donde se calcula que representan la mitad del PNB de
la economía estadounidense) no son signos de ineficiencia o irracionalidad.
“Si no existieran, y a menos que se modificase la naturaleza humana,
la producción y la especialización disminuirían aún más.” Arruñada
(1997), p. 584n, cursivas mías.
12
Esta visión, de quienes aceptan el modelo de conducta humana en que se basa
el modelo neoclásico, desecha el determinismo en economía. En palabras del
propio Arruñada, “Esta visión subraya en especial las potencialidades
creativas del individuo. Éste no es consecuencia de factores preexistentes,
como en algunos mecanicismos sociológicos; ni siente sus deseos según la
jerarquía de necesidades representativas de los valores de algún
intelectual caritativo” [Arruñada (1997), p. 603].
13
En realidad, Coase trata de explicar por qué no se ha incorporado aún
dicho concepto; pero tras ocho años transcurridos desde su recepción del
premio Nobel, el desarrollo e incorporación de los aspectos institucionales
al análisis económico ha progresado y logrado algunos avances.
14
Agradezco la referencia de este artículo al profesor Mikel Tapia.
15
Véanse Fischer y Merton (1984); Barro (1988); y The Journal of Economic
Perspectives (1990), que dedica casi 100 páginas a reproducir diversos
artículos aportados al Simposium sobre Burbujas Financieras, recopilados
por Joseph E. Stiglitz.
16
Se suele añadir que, además, hay que distinguir entre “riesgo
sistemático” real y falso. O crisis financieras reales y falsas. Un “riesgo
sistemático” es un escenario en el cual un shock afecta a una
parte del sistema financiero y se extiende a su totalidad, provocando un
impacto negativo sobre la economía real. Una crisis de esta naturaleza
tiene origen o en un pánico bancario que lleva a la gente a convertir sus
depósitos en dinero, o en un desplome del mercado de valores que hace
incobrables los créditos a cualquier precio.
Ahora
bien, los shocks que producen caídas en el precio de determinados
activos o pérdidas de riqueza en sectores concretos de la economía, pero
que no afectan al conjunto del mecanismo de pagos de la economía no
constituyen verdaderos casos de “riesgo sistemático”. En la categoría
de systemic risk se incluyen los colapsos en los precios de los
activos reales, el desinflamiento de las burbujas en los distintos mercados,
incluidos los cambiarios, la quiebra de una importante empresa no
financiera, o las crisis de deuda. Tal distinción es importante, porque a
menudo las “falsas” situaciones de crisis financieras suelen suponer
ajustes muy necesarios, provocados por una mala asignación de recursos
debido a decisones de inversión erróneas. Véase Bordo, Mizrach y Schwartz
(1995).
17
Parte del análisis aquí presentado de la teoría reciente de las finanzas
se encuentra en el excelente libro de Miller (1991). Junto con el capítulo
3 y el 14, que recoge una lección pronunciada con ocasión de la recepción
del doctorado honoris causa por la Universidad Católica de Leuven,
Bélgica, en 1986, debe desatacarse especialmente el capítulo 6, pp.
87-107, con el título “The Crash of 1987: Bubble or Fundamental?”. En
dicha obra, Miller cita la obra de Allan W. Kleidon
(1983), “Stock Prices and Rational Forecasters of Future Cash Flows”,
Ph.D. Dissertation, University of Chicago, para reforzar el último
argumento expuesto sobre el test de volatilidad de Schiller.
18
Tan problema económico como otro cualquiera es el del chico que invita al
cine a la chica y en lugar de comprar la bolsa de palomitas en el
supermercado de abajo, más barata, toma la decisión de comprarlas más
caras en el cine, haciéndola creer que es un tipo que no tiene por qué
preocuparse por el dinero. Y la economía racionaliza igualmente este
comportamiento de comprar más caro, pese a ir contra la racionalidad que se
supone en la teoría tradicional de la demanda.
19
Se puede representar gráficamente por:
JOE
ß
MIKE
® |
CONFESAR |
NO
CONFESAR |
CONFESAR |
2
años, 2 años |
3
meses, 5 años |
NO
CONFESAR |
5
años, 3 meses |
6
meses, 6 meses |
20
Nótese que si los judadores no saben cuántas jugadas tiene el juego, o si
juegan un número infinito de veces, el resultado cooperativo, es decir que
los dos se nieguen a confesar, sería estable.
21
Debemos evitar el denominado “falsacionismo ingenuo” o la creencia de
que una única refutación basta para derribar una teoría científica. Este
es el argumento de Duhem acerca de la imposibilidad de falsar las hipótesis
científicas concretas de manera concluyente porque siempre contrastamos una
hipótesis concreta junto con proposiciones auxiliares y, de este modo, no
hay forma de saber si lo que hemos refutado es la hipótesis en sí.
Igualmente
debemos evitar caer en la defensa a ultranza de una hipótesis frente a la
evidencia empírica contraria a la misma, adoptando «estratagemas
inmunizadoras» con la inclusión, por ejemplo de continuos supuestos o
hipótesis ad hoc.
22
Al discutir el famoso ensayo de Friedman (1953), Blaug nos advierte que
puede interpretarse de tres formas la calificación de “realistas” que
se aplica a los supuestos. En primer lugar puede entenderse como que los
supuestos son abstractos; que sean descriptivamente exactos o no, en el
sentido de que tengan en cuenta todas las variables relevantes al caso y que
no se dejen ninguna fuera. El realismo de los supuestos también se aplica
en el sentido de que adscriban a los agentes económicos motivaciones e
incentivos que nosotros, como seres humanos, entendemos que son aceptables y
comprensibles. Pero también el realismo de los supuestos puede hacer
referencia a la idea de que los supuestos son, o bien falsos, o altamente
improbables a la luz de la evidencia empírica directamente observada. Ver
Blaug (1980), pp. 125-6 y ss.
23
La misma producción implica no sólo la transformación física de factores
de producción en productos, sino también la transferencia de derechos de
propiedad entre los propietarios de recursos, bienes y servicios.
24
Aunque se acepta de forma corriente en la profesión que la utilización
moderna del concepto de costes de transacción tiene su origen en dos
artículos de Ronald H. Coase, “La naturaleza de la empresa” (1937) y
“El problema del coste social” (1960), la idea de los costes de
transacción y su existencia en economía, junto con el coste de
oportunidad, y el papel de las instituciones, vienen incorporándose al
análisis económico moderno desde hace bastantes años, con A. Smith, J. S.
Mill o A. Marshall, entre otros. Cabe citar aquí también los trabajos de
Herbert Simon en la década de los 50, de George Stigler (sobre los costes
de información y las estructuras de las empresas) en los años 60, de
Alchian y Demsetz (sobre las organizacionmes económicas y su eficiencia,
los costes de información y los derechos de propiedad) en la década de los
70, de Douglass North (en el campo de la historia económica) a finales de
los 60 y en la década de los 80. Pero el desarrollo y, en concreto, la
explicitación y explicación de cuáles son dichos costes de transacción y
cómo operan en diferentes tipos de transacciones ha sido desarrollada en la
década de los 80, y se debe -fundamentalmente- a los trabajos de Oliver
Williamson.
25
Véase North (1984), pp. 31-34. North especifica que los cimientos de una
teoría de las instituciones son:
“1.
Una teoría de los derechos de propiedad que describa los incentivos
individuales y sociales del sistema.
2.
Una teoría del Estado, ya que es el Estado el que especifica y hace
respetar los derechos de propiedad.
3. Una teoría que explique cómo las diferentes percepciones
de la realidad influyen en la reacción de los individuos ante la cambiante
situación «objetiva»” [North (1984), p. 22].
26
Sospecho que no es ajeno a ese interés creciente por paradigmas
alternativos al modelo competitivo el desarrollo de la teoría
neoinstitucionalista aplicada al campo de la empresa, que ha tenido su
eclosión también en los ochenta. De modo que el neoinstitucionalismo
responde a una corriente de cambio en el objeto de estudio, que no en el
método, que fue iniciado gracias a que el refinamiento de las matemáticas
permitió analizar relaciones más complejas de la realidad humana y de las
transacciones: teorías de juegos, de incentivos y de elección social.
27
Véase Fair (1992), p. 133.
28
Los modelos univariantes de series temporales son aquellos en los que las
variables explicativas son todas valores retardados de la variable
endógena, y fueron contemplados inicialmente como modelos mecánicos de “caja
negra” con escasa o ninguna base teórica en economía. Pero luego se
demostró el buen funcionamiento predictivo de los modelos univariantes Box-Jenkins
frente a los mega-modelos econométricos.
29
Cuando la distribución de base que sirve para obtener la función de
verosimilitud es gaussiana, ambos métodos son equivalentes.
30
Véase un repaso muy ilustrativo de esta historia en Del Hoyo (1997). El
lector encontrará una visión global de la evolución de la Econometría,
sus problemas y soluciones, en Pesaran (1987), pp. 8-22.
31
Si el lector desea una explicación clara y sintética de estos métodos
econométricos véase Del Hoyo (1997), pp. 132-5. Fair (1992), cree que la
crítica de Lucas de 1976, cuya línea de investigación culminó en las
teorías del ciclo real (real business cycle), fue pieza fundamental
para acabar con la popularidad del enfoque de la Cowles Commission. Las
teorías del ciclo real dieron origen a una respuesta de signo contrario
que, bajo la denominación de economía new-keynesian (o nuevos
keynesianos), incorporaron componentes de rigidez en los mercados y en los
supuestos de comportamiento de los individuos, así como elementos de no
competencia en los modelos teóricos que construían. Pero Fair defiende que
ni el enfoque de real business cycle ni la economía new-keynesian
han estado en el enfoque adoptado por la Cowles Commission.
32
Utilizo la denominación más extendida de nuestra disciplina, sin entrar en
mayores distinciones.
33
Especialmente en la introducción y el último capítulo titulado “Una
posdata metodológica”. Existen varias ediciones del libro en las que
Blaug ha mantenido su distinción entre relativismo y absolutismo, pero la
quinta edición incluye un refinamiento y puntualización de postura
metodológica, experimentada por Blaug en los años 90. Véase también
Méndez Ibisate (1989).
34
Los siguientes párrafos hacen referencia a
Blaug (1990). Una versión ligeramente revisada de este artículo fue
presentada en Blaug (1992).
35
El Diccionario de la Real Academia Española admite “doxología”
como fórmula de alabanza a la Divinidad, y el Diccionario de Uso de
María Moliner, explica que el término “doxo”, generalmente utilizado
como sufijo, proviene del griego y tiene el significado de opinión,
doctrina. Una traducción aceptable de “doxografía” podía ser el de apología
doctrinaria.
36
En otro lugar dice Blaug que aunque pueda distinguirse entre
reconstrucciones históricas y racionales, y uno pueda comenzar escribiendo
un artículo o un libro con un estilo definido, “ambas tienden
invariablemente a difuminarse la una en la otra: lo que en principio es
separable, en la práctica se vuelve casi inseparable” [Blaug (1990), p.
29].
37
Concretamente Blaug afirma todavía hoy en día que: «Si uno debe elegir
entre dos polos opuestos, sostengo que el “absolutismo” es más
defendible que el “relativismo”, que particularmente como “relativismo”
estricto es lógicamente imposible. Pero, ¿es el absolutismo el método de
la reconstrucción racional o es de hecho doxografía? Baste decir que la
distinción entre ambos es cuando menos sutil. El absolutismo puede
degenerar con facilidad en omnisciencia» [Blaug (1990), p. 28].
38
Véase también la misma idea básica, que acepta la exégesis científica
pero no personal de textos, en Stigler (1965), pp. 108-12.
39
El profesor González habla de la importancia de la biografía intelectual,
en lugar del término “científica” que emplea Stigler.
40
Véase la “Introducción”, pp. 1-13, donde plantean la cuestión de por
qué estudiar historias nacionales del pensamiento económico y la
renovación metodologíca que esto ha supuesto para la historiografía del
pensamiento económico.
41
Véanse referencias, y el artículo en general, de Lluch (1999).
42
Posiblemente no sean muchas las teorías e ideas desechadas definitivamente
por erróneas. Schwartz (1992) señala algunas, entre las que destacan el
socialismo o la posibilidad del cálculo económico en una sociedad
socialista como base para la planificación económica, la defensa de la
protección arancelaria y otras. Seguramente la lista de Schwartz es
discutible, máxime cuando debemos tomar en consideración el aforismo de
Stigler, según el cual «No existe un método definitivo por el que una
ciencia pueda librarse completamente de las teorías que otrora fueron
populares». Stigler (1978), p. 201.
Sugerencias: Biblioteca de Económicas y Empresariales. Servicios de Internet-- Universidad Complutense
Fecha de actualización de esta página: 10/10/00