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Autor: Enrique LLopis Agelán
Título: Una gran "empresa" agraria y de servicios espirituales: el Monasterio Jerónimo de Guadalupe, 1389-1835
Resumen:
1. Los orígenes del santuario, de la Puebla y del monasterio
En 1389, cuando les fue confiado a los jerónimos el santuario
de las Villuercas, éste tenía una historia de, al
menos, tres cuartos de siglo. Los documentos más antiguos
sobre Guadalupe datan de 1327 y 1329, y nos revelan que por esas
fechas ya existían una "eglesia" y un hospital(1).
También sabemos que antes de levantarse aquélla
la imagen de la Virgen era venerada en una choza o eremitorio(2).
Teniendo en cuenta todas esas informaciones, la cronología
del proceso repoblador en la zona(3) y la fecha de señalamiento
de términos a la Puebla -1338-(4), parece bastante probable
que los orígenes del santuario y de la primitiva aldea
daten de los años finales del siglo XIII o de los primeros
del XIV. Aunque hemos de seguir moviéndonos en el campo
de las conjeturas, todo apunta a que el núcleo de población
se formó como consecuencia del crecimiento y de la cierta
regularidad de las peregrinaciones al santuario. En cualquier
caso, la afluencia de devotos a aquél ya había alcanzado
cierta intensidad hacia 1330, como así lo manifiestan el
funcionamiento de un hospital en una aldea todavía minúscula
y el mandato regio, por esas mismas fechas, de levantar una iglesia(5).
El primer administrador conocido del santuario fue Pero García,
sacerdote dependiente, tal vez, del curato de Alía, quien
falleció hacia 1330. Tras la muerte de aquél se
inició, probablemente, la tenencia de D. Pedro Gómez
Barroso, cardenal, cortesano de Alfonso XI y consejero de Estado.
Como es lógico, este "príncipe de la iglesia"
designó a un procurador, D. Toribio Fernández Mena,
para que se ocupara de regir la iglesia de Guadalupe(6). El hecho
de que D. Pedro Gómez Barroso aceptara, seguramente después
de ser nombrado cardenal de Cartagena en 1327, la tenencia del
santuario revela la importancia que aquél ya había
adquirido.
En 1329, los criados de la iglesia de Guadalupe ya efectuaban
labores en tierras de Alía con diez o doce pares de bueyes(7).
La hospitalidad, necesaria para que bastantes peregrinos pudiesen
acudir a un santuario alejado de núcleos de cierta importancia,
exigía ingresar, almacenar y gastar grandes cantidades
de granos. Ello contribuye a explicar el interés que mostraron
los diferentes administradores del santuario por obtener privilegios
de abastos(8) y por disponer de suficientes labrantíos
en zonas apropiadas para el cultivo cerealícola. Por otro
lado, la facultad que en 1340 Alfonso XI otorgó a los ganados
de la iglesia de Guadalupe para que pudieran andar libremente
por todo el reino, sugiere que la riqueza pecuaria de aquélla
ya era notable en ese momento. Consiguientemente, la economía
de la iglesia de Guadalupe había registrado un crecimiento
apreciable antes de que Alfonso XI iniciase su política
de decidido apoyo a dicha institución. Ese impulso inicial
debió sustentarse en las donaciones y en las limosnas obtenidas
de los fieles en el propio santuario y, sobre todo, en los pueblos
donde acudían los demandaderos de aquél(9).
Tras la visita de Alfonso XI al santuario a finales de 1340(10),
poco después de haber obtenido una importante victoria
sobre los musulmanes en Salado, la historia de la iglesia de Guadalupe
entraría en una nueva fase. El monarca, además de
ofrecer diversos regalos y de conceder distintos privilegios al
santuario, entre los que destacaban los diezmos de la Puebla(11),
la martiniega de hasta 50 moradores, los terrenos necesarios para
la construcción de un nuevo templo y de casas para clérigos
y vecinos, los campos de labor precisos para el cultivo de cereales
y viñas y la facultad ya reseñada para que los ganados
de aquél anduviesen libremente por todo el reino(12), pidió
al arzobispo de Toledo que elevara la iglesia de Guadalupe a la
categoría de priorazgo y que le otorgase para sí
y sus sucesores el derecho de patronato sobre aquélla;
solicitud a la que accedió la dignidad toledana en los
primeros días de 1341(13).
Alfonso XI, antes de fallecer, otorgó otros importantes
privilegios al ya priorato secular guadalupense. En 1348 concedió
el señorío civil de la Puebla, con todos los pechos,
derechos, servicios y ayudas, al prior de la iglesia(14). Ese
mismo año facultó a los demandaderos del santuario
a pedir en cualquier parte de sus reinos, privilegio que los administradores
de aquél explotarían eficazmente, hasta el extremo
de que las demandas de limosnas constituyeron, tanto durante el
priorato secular como durante buena parte del regular, uno de
los principales soportes, probablemente el más importante,
del veloz crecimiento económico de la institución.
También el citado monarca eximió, según puede
inferirse de una carta otorgada por Enrique II, de monedas, alcabalas
y pechos a los vecinos y moradores de Guadalupe(15).
¿Por qué Alfonso XI puso tanto empeño en la
consolidación y en el desarrollo del santuario de las Villuercas?
Es probable que, tras haberse encomendado a la Virgen de Guadalupe
y haber derrotado a los musulmanes en Salado, sintiese la necesidad
de redoblar sus medidas de apoyo al santuario(16). Por otro lado,
éste se hallaba en una zona montuosa de no fácil
acceso que venía siendo ocupada de modo casi exclusivo
por rebaños y pastores(17). No obstante, aquél se
encontraba próximo a la Ruta de la Plata y al camino que
unía Toledo y Mérida. De ahí que la constitución
de un núcleo de población en torno al santuario
facilitase las comunicaciones de la Alta Extremadura con la Baja
y de aquélla con Castilla la Nueva y Andalucía.
Los sucesores de Alfonso XI siguieron otorgando nuevos privilegios
al priorato guadalupense. Así, Pedro I, en 1363, facultó
a los administradores del santuario a adquirir fincas en los términos
de Talavera y Trujillo por un importe máximo de 60.000
maravedís(18). Ese mismo año exoneró a los
ganados de la iglesia de Guadalupe del pago del "servicio
de montazgos", renta que acababa de establecerse(19). En
1368, cuando aún no había fallecido su hermanastro
y rival, Enrique II concedió al señor de la Puebla
autorización para celebrar una feria anual de veinte días
y un mercado semanal todos los martes. Antes de que concluyese
ese año, el citado monarca otorgó al prior la jurisdicción
criminal con "mero y mixto imperio", reservándose
únicamente las alzadas. Juan I, por su parte, en agradecimiento
por la plata que el priorato le había donado para contribuir
a sufragar los gastos de la guerra contra los portugueses, concedió
a aquél, en 1380, "las escribanías y portazgos
de Trujillo y su tierra"(20).
Los concejos de Talavera y Trujillo intentaron, primero, evitar
la consolidación de la Puebla de Guadalupe(21) y, más
tarde, cuestionaron abiertamente el privilegio que Alfonso XI
había otorgado a los ganados del santuario(22). El priorato
de Guadalupe también fue hostigado e, incluso, atacado
directamente por el alto clero secular de la zona: el obispo de
Plasencia y el arzobispo de Toledo pronto se percataron de que
el desarrollo de aquél podía comprometer sus intereses
económicos y sus aspiraciones de mantener una indiscutida
influencia social sobre la población de un vasto territorio.
Poco después del fallecimiento de Alfonso XI, el obispo
de Plasencia, D. Sancho, detractor del nuevo monarca, intentó
incorporar Guadalupe a su jurisdicción. Dicho prelado se
presentó en el santuario, "alborotadamente, con compañas
de a pie y de caballo armados"(23), con el propósito
de deponer y expulsar al prior o procurador, quien había
viajado a Sevilla para que Pedro I confirmase los privilegios
que Alfonso XI había concedido a la iglesia de Guadalupe(24).
Aunque el constante y decidido apoyo regio resultó vital
para que el priorato pudiera superar ese y otros difíciles
trances(25), aquél hubo de destinar cuantiosas sumas de
dinero a la edificación de torres, murallas y castillos
que le permitiesen defenderse de sus poderosos enemigos: los grandes
señores eclesiásticos y los concejos de Talavera
y Trujillo(26). La fortificación del recinto de la iglesia
y de sus dependencias, que debió iniciarse poco después
del incidente protagonizado por D. Sancho, no estuvo prácticamente
ultimada hasta, cuando menos, los años sesenta.
La traída de aguas a Guadalupe desde unos "manaderos"
de la Sierra de las Villuercas constituyó una de las obras
públicas que despertaron la admiración de los técnicos
europeos de la baja Edad Media: hubo que construir unas arcas
junto a los "manaderos", horadar un cerro y "encañar"
el agua a lo largo de no menos de una legua. Las obras, concluidas
en los años sesenta costaron más de 30.000 doblas
de oro(27).
Como las intervenciones de los monarcas no bastaron para hacer
efectivo el privilegio de los rebaños del santuario de
andar libremente por cualquier parte del reino(28), los rectores
de aquél acabarían decantándose por una ambiciosa
política de compra de dehesas. Ahora bien, aunque los ingresos
de la iglesia de Guadalupe debieron aumentar rápidamente
debido al éxito de las demandas de limosnas y a la expansión
de su riqueza pecuaria, la adquisición de pastizales en
gran escala hubo de demorarse algún tiempo porque aquélla
estaba gastando fuertes sumas de dinero en las construcciones
defensivas, en la traída de aguas y en el levantamiento
de un nuevo templo(29).
Según José Carlos Vizuete, entre 1340 y 1389, el
priorato secular compró 46 propiedades territoriales rústicas,
2 casas y 3 molinos(30), realizándose la mayor parte de
esas operaciones después de 1362(31). La expansión
del patrimonio territorial rústico de la iglesia de Guadalupe
pronto se centró en heredades y, sobre todo, dehesas de
aldeas de la Tierra de Trujillo. De las 17 dehesas que el priorato
poseía -en su totalidad o en parte- en 1389, más
de la mitad se hallaban ubicadas en esa demarcación(32).
Las actuaciones del priorato de Guadalupe contribuyeron a acelerar
el proceso de adehesamiento de tierras que venía registrándose
en la región extremeña. En este sentido resulta
revelador que las aldeas de Pasarón, Valdepalacios, Toril
de la Ribera y Burguilla acabasen despoblándose como consecuencia
de los cambios introducidos por los administradores del santuario
cuando éste consiguió acumular la mayor parte de
los recursos agrarios de dichos lugares: los ejidos, comunales
y campos de labor, anteriormente aprovechados por los vecinos,
fueron siendo incorporados a las propiedades cercadas que aquél
ya poseía(33). Es decir, el priorato, con el propósito
de reservarse el uso exclusivo de los pastizales, fue adquiriendo
y adehesando a renglón seguido los principales terrenos
de las referidas aldeas, lo que privaba a éstas de recursos
agrarios básicos. En consecuencia, aquéllos se vieron
forzados a emigrar hacia otras localidades. La iglesia de Guadalupe,
por tanto, no se limitó a adquirir fincas ya cercadas,
sino que también protagonizó la constitución
o, más frecuentemente, la ampliación de algunas
dehesas. Esta reorganización social del espacio, aparte
de fomentar la ganadería a costa de la labranza, hubo de
tener secuelas en el poblamiento: varios pequeños lugares
y aldeas desaparecieron debido a los adehesamientos, pero no estoy
en condiciones de precisar el alcance de este fenómeno.
En cualquier caso, ello viene a reforzar la tesis de quienes,
frente al determinismo geográfico, han resaltado el decisivo
papel de los factores históricos en la configuración
del hábitat y del paisaje agrario en Extremadura, al tiempo
que pone de manifiesto la precocidad de la crisis de las aldeas
en algunos de los territorios de la corona de Castilla(34).
Sin embargo, el priorato no siempre impulsó una política
orientada a despoblar las aldeas en las que poseía tierras:
como precisaba cosechar importantes cantidades de granos para
el sustento de clérigos, criados y peregrinos, los requerimientos
de mano de obra de las labores le obligaron a comportarse de modo
diferente en los lugares donde concentró sus principales
sementeras. Así, por ejemplo, la aldea de Madrigalejo,
donde el priorato fue acumulando importantes intereses agrícolas,
no sólo no desapareció, sino que tuvo un apreciable
desarrollo(35).
El crecimiento del patrimonio territorial del priorato de Guadalupe
también se vio facilitado por las donaciones, aun cuando
el papel de éstas fue bastante más modesto en el
caso que nos ocupa que en el de la inmensa mayoría de grandes
monasterios castellano-leoneses surgidos en la plena Edad Media(36).
Antes de la llegada de los jerónimos, la donación
territorial más importante fue protagonizada, en 1362,
por Ruy González y su esposa, Juana Sánchez, y consistió
en la entrega de la aldea y dehesa de Valdepalacios(37).
El inventario del patrimonio legado por el priorato secular a
los jerónimos revela la dimensión y algunas características
de la economía de aquél en el periodo inmediatamente
anterior a la llegada de los monjes al santuario. Estos, amén
de otros bienes y de numerosos privilegios, recibieron 17 dehesas
y partes de dehesas(38), 773 vacas, 1.259 ovejas, más de
23 viñas(39), tierras de "pan llevar" y 5 granjas
en las que se empleaban 123 bueyes(40). Del inicial patrimonio
agrario de los jerónimos se infiere: 1) que el grado de
especialización pecuaria de la economía del priorato
secular fue netamente inferior a la del regular; 2) que las cabañas
bovinas de la iglesia de Guadalupe tenían bastante más
importancia que las lanares.
Aunque las rentas agrarias del priorato secular ya habían
alcanzado proporciones notables a mediados del siglo XIV, aquéllas
habrían sido claramente insuficientes para financiar los
gastos corrientes del santuario(41), las construcciones defensivas,
la traída de aguas desde los "manaderos" de la
Sierra de las Villuercas, el levantamiento de un nuevo templo
y la adquisición de fincas. Es muy probable, pues, que
las demandas de limosnas constituyesen la principal fuente de
ingresos de la iglesia de Guadalupe y que el producto de aquéllas
creciese a medida que se extendió la devoción a
la "Virgen de las Villuercas"(42). En consecuencia,
el priorato secular, poco antes de la llegada de los jerónimos,
era ya una gran "empresa" agraria y, sobre todo, de
servicios espirituales.
Sin duda, uno de los rasgos más destacados del comportamiento
económico de la iglesia de Guadalupe radicó en la
explotación directa de la mayor parte de su patrimonio
territorial(43), política que los jerónimos mantendrían
durante más de cuatro siglos: sólo después
de la Guerra de la Independencia, tras haber sufrido sus caserías
y cabañas enormes destrozos, aquéllos optaron por
arrendar un elevado porcentaje de sus dehesas y heredades.
La decisión de encomendar el gobierno de la iglesia de
Guadalupe a los jerónimos forma parte de la reforma eclesiástica
emprendida por Juan I(44). A finales del siglo XIV, el santuario
mariano más famoso de Castilla ya era el de la Puebla(45).
Es lógico, pues, que el monarca estuviese preocupado por
la conducta de los clérigos que atendían la iglesia
de Guadalupe -que era, recordémoslo, de patronato real-
y por la nada sorprendente relajación de costumbres en
un pueblo bullicioso al que afluían numerosas personas
de diversa condición. Además, D. Juan Serrano, el
prior de entonces, era uno de los más directos y asiduos
colaboradores del monarca, lo que le impedía ocuparse personalmente
de los asuntos de Guadalupe. Juan I y aquél fueron madurando
la idea de encargar la administración del santuario a una
orden religiosa: por un lado, la rigidez de la vida comunitaria
permitiría mejorar la imagen de los servidores de la "Virgen
de las Villuercas"; por otro, los priores regulares, que
se convertirían en señores de la Puebla, estarían
en mejores condiciones para imponer su autoridad sobre el vecindario,
los peregrinos y los transeúntes, entre otras razones por
su mayor respetabilidad y por carecer de impedimentos para seguir
de cerca todos los sucesos relevantes que se desarrollasen en
torno al santuario. En suma, la decisión regia de poner
aquél en manos de un instituto regular parece haber obedecido
a motivos religiosos y políticos.
Según los primeros historiadores del monasterio, Juan
I se puso inicialmente en contacto con los mercedarios, y éstos
llegaron a permanecer un breve periodo de tiempo en Guadalupe(46).
Sin embargo, las pruebas documentales de la presencia en el santuario
de tales frailes son muy endebles: se circunscriben a una breve
y vaga alusión del "manuscrito de Mercedarios"
que se conserva en la Biblioteca Nacional(47). Es probable, pues,
que la supuesta estancia de los mercedarios en la Puebla constituya
una mera invención de los jerónimos a fin de subrayar
las dificultades que entrañaba el gobierno de la institución.
Juan I colocó a los jerónimos al frente del santuario
mariano de Guadalupe, entre otros motivos, porque había
decidido que aquéllos fuesen uno de los principales agentes
impulsores de su plan de reforma eclesiástica. Ahora bien,
los jerónimos eran conscientes de que en Guadalupe se verían
obligados a dedicar una parte sustancial de su tiempo y energía
a la atención espiritual y material de los peregrinos,
lo que les impediría llevar una vida plenamente contemplativa,
en consonancia con los ideales y el carácter de esta nueva
orden, que había establecido cerca de Guadalajara, en San
Bartolomé de Lupiana, su primer monasterio en 1374(48).
No puede extrañarnos, pues, que aquélla opusiera
alguna resistencia antes de aceptar el ofrecimiento regio(49).
Juan I insistió porque era consciente de que se trataba
de una espléndida oportunidad para encumbrar a los jerónimos.
El 22 de octubre de 1389 llegaron a Guadalupe 32 monjes procedentes
de San Bartolomé de Lupiana. Inmediatamente, aquéllos
eligieron prior. Al día siguiente tuvo lugar, en presencia
de D. Juan Serrano, la toma de posesión de la iglesia de
Guadalupe, con todos sus bienes y derechos, y la fundación
del monasterio. El 28 de ese mismo mes, los alcaldes, justicias,
alguaciles y "otros muchos hombres buenos del concejo"
besaron la mano del prior, Fr. Fernán Yáñez,
en reconocimiento del poder jurisdiccional de éste. El
acto de toma de posesión concluyó dos días
después cuando la nueva comunidad religiosa aceptó
el inventario de bienes(50).
2. La "edad de oro" del monasterio, 1389-1562: el
crecimiento y la consolidación de una gran "empresa"
agraria, de servicios espirituales y benéfico-asistencial
En 1389, los jerónimos recibieron un extenso patrimonio
territorial, una apreciable riqueza pecuaria, unas explotaciones
agrarias en funcionamiento, valiosos privilegios regios, cierta
cantidad de dinero(51), varias lámparas y otros objetos
de plata, una amplia y variada indumentaria litúrgica y
el señorío jurisdiccional de la Puebla, pero el
santuario mariano constituyó, con gran diferencia, el principal
legado de la iglesia de Guadalupe. Los rectores monásticos
tuvieron que ser, al menos en buena medida, continuadores de la
obra de los priores seculares. No obstante, los jerónimos
introdujeron alguna modificación en el rumbo de los acontecimientos
y aceleraron el desarrollo del priorato y de la Puebla.
El gobierno municipal de la Puebla fue una de las facetas en
las que se percibió un cambio sustancial tras la llegada
de los jerónimos al santuario. Los priores seculares habían
concedido, de facto, cierta autonomía política a
los vecinos de Guadalupe. De ahí que se originase un conflicto
cuando Fr. Fernán Yáñez, el primer prior
regular, hizo pleno uso de sus facultades jurisdiccionales(52).
Aunque el monasterio siempre obtuvo en Guadalupe una pequeña
porción de sus rentas, los jerónimos se mostraron
inflexibles en este punto y consiguieron hacer fracasar todas
las tentativas de los vecinos para recuperar sus antiguas "costumbres,
libertades y franquicias"(53). El monasterio tenía
poderosos motivos para adoptar esa actitud intransigente: por
un lado, aquél reclutaba en la Puebla a un elevado porcentaje
de la muy pronto cuantiosa fuerza de trabajo empleada en sus talleres,
obras, servicios y explotaciones agrarias, operación que
se vería facilitada si hacía pleno uso de sus prerrogativas
jurisdiccionales(54); por otro, la potenciación de las
peregrinaciones, objetivo prioritario de los nuevos rectores del
santuario, aconsejaba minimizar los conflictos en el punto de
destino de aquéllas, propósito para el que el ejercicio
indiscutido de la autoridad constituía un eficaz instrumento.
Ese afán por controlar completamente a los vecinos de la
Puebla indujo a los jerónimos a una activa política
de compra de tierras y de casas en el término de aquélla,
lo que contribuyó a reforzar los lazos de dependencia de
los guadalupenses frente al monasterio(55).
Los jerónimos, como tendremos ocasión de constatar,
se percataron perfecta e inmediatamente de que su encumbramiento
económico y social dependería, ante todo, del éxito
que tuvieran en la potenciación del santuario. Este acierto
resultaría decisivo en el rápido desarrollo económico
del monasterio en su primer siglo y medio de existencia.
Fernán Yáñez de Figueroa y Pedro Fernández
Pecha desempeñaron un papel crucial en el nacimiento de
la orden jerónima y en el rumbo adoptado por ésta
en la fase inicial de su desarrollo. El primero, natural de Cáceres,
era hijo de uno de los oficiales de la cámara de Alfonso
XI. Se educó junto al príncipe heredero e ingresó
muy joven en el estado eclesiástico. Pedro I, ya proclamado
monarca, le concedió una capellanía y una de las
canongías de la catedral de Toledo. Poco después,
tal vez imbuído de un ideal ascético y regeneracionista,
se unió a un grupo de anacoretas que se habían instalado
en El Castañar, a unas cinco leguas de la ciudad de Toledo(56).
Parece ser que muchos de los "solitarios" de El Castañar
eran seguidores de Tomás Succio(57) que habían llegado,
procedentes de Italia, a la Península Ibérica a
finales del reinado de Alfonso XI o a comienzos del de Pedro I(58).
Pedro Fernández Pecha había nacido en 1326 y pertenecía
a una familia noble que no hacía mucho tiempo que se había
instalado en Guadalajara y que estaba protagonizando un rápido
ascenso económico y social. Su padre había sido
uno de los principales colaboradores de Alfonso XI. Pedro Fernández
Pecha contrajo matrimonio, tuvo varios hijos y desempeñó
en la corte diversos cargos durante los reinados de Alfonso XI,
Pedro I e, incluso, Enrique II. También participó
en negocios de envergadura: en 1348 arrendó por diez años
los pozos de mercurio de Almadén. Sin embargo, hacia 1366
se incorporaría al grupo de ermitaños de El Castañar,
que ahora se habían trasladado a Villaescusa, en la provincia
de Madrid. Poco después, acuciados por problema de espacio,
los "solitarios" se mudaron a Lupiana, lugar situado
a dos leguas de Guadalajara y en el que la familia Pecha poseía
diversas propiedades(59).
La iglesia oficial estaba mostrando una creciente oposición
al desarrollo de una vida religiosa no sometida a sus reglas y
controles(60). Por ello, los eremitas de Lupiana se vieron forzados
a intentar conseguir de las autoridades eclesiásticas el
pleno reconocimiento de su forma de vida. Pedro Fernández
Pecha y Pedro Román fueron los encargados de realizar las
pertinentes gestiones en Roma(61). La bula "Sane petitio",
de 15 de octubre de 1373, otorgó a los ermitaños
regla, constituciones, hábito y facultad para fundar cuatro
monasterios y para llamarse frailes(62) de San Jerónimo(63).
Pedro Fernández Pecha fue nombrado por Gregorio XI prior
de San Bartolomé de Lupiana. Sin embargo, aquél
renunció al cargo nada más regresar a fin de poder
dedicarse a la fundación de otros monasterios de la orden
recién creada. Fr. Fernán Yáñez fue
elegido para sustituir a Fr. Pedro de Guadalajara -en el "siglo",
Pedro Fernández Pecha-, y se mantuvo en el cargo hasta
octubre de 1389, fecha en la que se trasladó, junto con
otros 31 monjes de Lupiana, a Guadalupe a fin de fundar allí
un monasterio que se hiciera cargo del santuario de las Villuercas(64).
No puede extrañarnos, pues, que el reclutamiento de ermitaños,
antes de 1373, y de las primeras generaciones de jerónimos,
después de la bula "Sane petitio", se viera muy
influido por la personalidad, origen social, relaciones e ideología
de Fr. Fernán Yáñez y Fr. Pedro de Guadalajara.
Así describió Fr. Diego de Ecija, cronista del monasterio
de Guadalupe en las primeras décadas del siglo XVI, al
grupo de ermitaños de Lupiana: "Fernándiañez,
de Cáceres, preste, y el mismo Pedro Fernández y
su compañero Pedro Román, con otros muchos varones,
clérigos y legos, así nobles como de mediano estado,
de los reinos de Castilla y de León y de Portugal y otras
partes"(65). En suma, los primeros miembros de la orden jerónima
parecen haber pertenecido a familias relativamente acomodadas
y la selección de los mismos fue efectuada por personas
de origen nobiliario que tenían una estrecha relación
con los monarcas castellanos.
Antes de que se fundara el monasterio de Guadalupe, Fr. Fernán
Yáñez, debido a sus vínculos con la corona,
ya conocía, cuando menos, los rasgos esenciales tanto económicos
como religiosos, del santuario de las Villuercas. Es muy probable,
pues, que los monjes, cuando se instalaron en Guadalupe en el
otoño de 1389, hubiesen estudiado previamente un plan de
actuación.
Las nuevas comunidades jerónimas crecieron muy rápidamente
en los primeros tiempos. La de Guadalupe estaba integrada por
más de 100 religiosos en 1424, por 120 en 1435, por 150
hacia 1467 y por unos 140 en 1495(66). Este espectacular despegue
de la población monástica se debió a las
elevadas necesidades de mano de obra generadas por las grandes
construcciones -los mismos monjes colaboraron en el acarrero de
materiales y llevaron a cabo labores de albañilería(67)-
y, sobre todo, por la puesta en funcionamiento de numerosos talleres
artesanales y servicios en los años finales del siglo XIV
y en las primeras décadas del XV. Hasta la Guerra de la
Independencia, el número de monjes osciló entre
110 y 150.
Ese rápido crecimiento de la población monástica
propició una mayor diversificación del origen social
de los jerónimos. Por un lado, el peso relativo de los
miembros procedentes de familias nobiliarias tendió a reducirse;
por otro, el número de monjes descendientes de cristianos
nuevos aumentó, hasta el punto de que los conversos llegaron
a constituir el grupo dominante en la orden y en el monasterio
de Guadalupe durante distintos periodos del intervalo 1450-1485(68).
Antes del establecimiento de la Inquisición por los Reyes
Católicos, la orden jerónima no puso ningún
impedimento al ingreso de conversos, sobre todo a los que procedían
de familias acomodadas y/o cultas(69). Sin embargo, la consolidación
de una fuerte fracción conversa acabaría provocando
tensiones en la orden y en los monasterios, sobre todo a raíz
de la constitución del Santo Oficio.
El origen social y el nivel cultural de las primeras generaciones
de jerónimos, junto a las amplias posibilidades de elección
que brindaba el elevado número de aspirantes a ingresar
en la "casa", permitieron al monasterio de Guadalupe
disponer de un valioso capital humano. La procedencia geográfica
tan diversa de las primeras generaciones de monjes(70) debió
ser consecuencia de la enorme capacidad de atracción del
santuario de las Villuercas en esa época y de las amplias
oportunidades de realización profesional que ofrecía
un monasterio en el que numerosos religiosos se ocupaban en tareas
administrativas, artesanales y artísticas(71).
Fueron las primeras hornadas de jerónimos quienes estuvieron
más ligadas a las actividades productivas y a los trabajos
manuales. No obstante, el número de religiosos adscritos,
como rectores o meros empleados, a oficios se mantuvo relativamente
alto hasta finales del siglo XV. A partir de entonces se redujo
de manera significativa la participación de los monjes
en los talleres artesanales y servicios de la "casa",
hecho que debió ser producto de diversos y complejos factores:
de la prohibición de ingreso de conversos en la orden a
partir de 1496(72), del deseo de aislar a los religiosos de los
laicos tras las escandalosas noticias que sobre el monasterio
se propagaron al hilo de la intervención del Santo Oficio
en la Puebla en 1484-85(73), de la propia consolidación
económica del monasterio y de las transformaciones del
sistema de valores del clero. Los legos, cuya dedicación
a las actividades productivas era especialmente intensa, conservaron
la mayoría en el seno de la comunidad jerónima guadalupense
hasta mediados del siglo XV, cuando menos(74). Su número
cayó abruptamente a raíz de que se vetase la entrada
de conversos en la orden(75).
La aplicación del Estatuto de limpieza de sangre, primero,
y la pérdida de capacidad atractiva del santuario, más
tarde, provocaron un progresivo cambio en el origen geográfico
y social de los monjes de Guadalupe. La comunidad jerónima
tendió a "regionalizarse" a partir de finales
del siglo XV: el hueco dejado por los conversos y por personas
procedentes de lejanos lugares fue en buena medida ocupado por
descendientes de la pequeña nobleza y de acaudalados de
distintos pueblos extremeños y de las regiones más
próximas al santuario. Ello debió entrañar
un cierto deterioro de la capacidad de gestión y del nivel
cultural medio de los monjes. En cualquier caso, el capital humano
de intramuros había sido uno de los principales factores
del asombroso desarrollo económico del monasterio durante
los años finales del siglo XIV y el XV. En este caso, el
empuje que suele caracterizar al periodo posfundacional de las
casas de monacales resultó reforzado por la buena aptitud
de un porcentaje significativo de los religiosos para la gestión
económica, la diplomacia, las artesanías y las artes.
Tras hacerse cargo del santuario en 1389, la tarea prioritaria
de los jerónimos no podía ser otra que la edificación
del monasterio. Los monjes precisaban disponer con urgencia de
celdas, espacios habitables -entre los que no podía faltar,
como es lógico, un claustro- y un coro lo suficientemente
amplio donde pudiesen acomodarse los religiosos durante las muchas
horas que duraba cada día el rezo del oficio divino. También
la comunidad religiosa decidió habilitar lugares dentro
del recinto monástico para talleres artesanales y dependencias
administrativas(76). Las construcciones se llevaron a cabo con
tal celeridad, que hacia 1402 ya había sido reformado el
templo alfonsino y levantado "lo principal de él"
-del monasterio-(77). Aunque los propios monjes acarrearon materiales
e hicieron en ocasiones de albañiles, no cabe la menor
duda de que el monasterio hubo de destinar gran cantidad de recursos
a estas obras iniciales(78).
Tras este primer y fuerte impulso constructor, las obras se sucederían
de modo prácticamente ininterrumpido durante todo el siglo
XV y las primeras décadas del XVI. Antes de 1412, año
en el que falleció Fr. Fernán Yáñez,
fueron ampliados los hospitales y levantados los templetes del
claustro y de la Cruz del Humilladero, la capilla de Santa Cruz
de Valdefuentes, las carnicerías, la acemilería
y otros talleres y oficinas(79). El monasterio, después
de 1412, construyó un estanque y varios molinos en el río
Guadalupejo, amplió los hospitales, arregló las
cañerías, mejoró el sistema de conducciones
de agua y levantó un pósito, la sala capitular,
la librería(80), la mayordomía, el aposento del
arca, la hospedería real(81), la nueva botica y el claustro
gótico(82). Por consiguiente, el gasto en construcciones
se mantuvo en un nivel muy elevado hasta 1525.
Aunque para ningún año de esta primera fase se
dispone de información completa sobre los gastos monetarios
y en especie del monasterio(83), resulta indiscutible que el mantenimiento
de la comunidad jerónima y de los criados(84) entrañaba
unos desembolsos muy elevados. Hacia 1462 la "casa"
gastaba en la cocina, en la compra de alimentos y en la producción
de vino 405.105 maravedís(85), mientras que a la adquisición
de telas, a la zapatería y a la tejeduría se destinaban
166.200 maravedís(86). El consumo de trigo ascendía
a 6.000 fanegas anuales, de las que 2.000 tenían que adquirirse,
y el número de reses sacrificadas cada año se elevaba
a 1.500 carneros, 730 ovejas, 750 corderos, 70 bueyes y toros,
140 vacas, 30 terneras, 80 rebecos, 500 cabras, 820 cabritos,
200 puercos y 800 cabezas de distinto tipo de ganado consumidas
en las granjas(87). Por consiguiente, la alimentación y
el vestuario de los monjes y de algunos de los criados no sólo
obligaba al monasterio a adquirir mercancías por una elevada
suma de dinero, sino que también comportaba destinar a
tal menester una parte apreciable de la producción agraria
y artesanal de la "casa".
Otro de los objetivos prioritarios que se fijaron Fr. Fernán
Yáñez y sus compañeros fue el de institucionalizar,
incrementar y diversificar los servicios benéfico-asistenciales
que había venido proporcionando hasta entonces el priorato
secular. Dentro del plan de las primeras generaciones de jerónimos
guadalupenses de popularizar y prestigiar aún más
el santuario de las Villuercas, aquéllos constituían
uno de los instrumentos más importantes. Los principales
renglones del "gasto social" del monasterio fueron la
financiación de las peregrinaciones y las ayudas a las
familias guadalupenses más necesitadas.
Para elevar el número de romeros(88), el monasterio debía
proporcionar hospedaje y comida a un elevado porcentaje de aquéllos.
De otro modo las peregrinaciones a Guadalupe sólo podrían
haber sido emprendidas por personas de condición económica
relativamente acomodada y, por tanto, el flujo de visitantes del
santuario habría alcanzado menor intensidad.
Los jerónimos ofrecían a los romeros pobres aposento
y comida gratuitos durante tres días(89), un par de zapatos(90),
servicios sanitarios y algo de pan y de vino para el camino de
regreso. Es lógico, pues, que los hospitales fuesen ampliados
y reformados en varias ocasiones(91). El monasterio también
se ocupaba del alojamiento de los reyes, caballeros, personas
de "honrra", frailes y monjas. Para ello el portero,
quien tenía a su cargo la organización del hospedaje(92),
contaba con las "tres casas y los palacios". Además,
durante las fiestas de septiembre los jerónimos disponían
de 20 casas de los vecinos para acomodar visitantes(93).
Los hospitales de Guadalupe no eran meros albergues: en aquéllos
se practicaba la medicina y la cirujía, siendo la segunda
mitad del siglo XV la época de mayor esplendor de aquéllos(94).
Los "físicos" contratados por el monasterio estaban
bien pagados y solían ser profesionales muy capacitados(95).
La calidad de los servicios médicos formó parte
de la estrategia de atracción de peregrinos de los jerónimos;
además, médicos y cirujanos de Guadalupe constituyeron
pieza clave en algunas de las curaciones "milagrosas de Nuestra
Señora"(96).
La comunidad jerónima dedicó una parte importante
de sus "gastos sociales" a subvencionar a los guadalupenses
pobres: por un lado, la caridad debía comenzar por los
más próximos, tal y como señalaron distintos
monjes de la "casa"; por otro, el cuidado de la imagen
del santuario exigía evitar las lacras y los conflictos
sociales. Hacia 1462 el prior y el portero repartían todos
los años en limosnas 24.000 y 6.000 maravedís, respectivamente(97).
No obstante, la parte fundamental de la ayuda a los vecinos se
distribuía en especie. Todos los días se entregaban
raciones de pan y carne a 8 pobres -los más menesterosos-
y de pan a 50 mozos(98). Además, semanalmente se daban
120 panes de "compaña" a 30 mujeres -a razón
de 4 por cabeza-. Cada día los muchachos de la portería
traían 2 cestas en las que cabían 160 panes, parte
de los cuales eran entregados a los romeros que "parten y
lo piden"(99).
Aparte de pan y carne, el monasterio donaba anualmente a los
guadalupenses más necesitados 8 puercos, 6 corderos, 2
carneros, 2 ovejas, algunos pares de zapatos y determinadas cantidades
de aceite, miel, sardinas, fruta y "pan de azúcar"(100).
También los vecinos pobres obtenían gratuitamente
las medicinas de la botica de los monjes(101).
Cuando los problemas económicos arreciaban o cuando acaecía
una importante catástrofe, el monasterio incrementaba sus
transferencias a los vecinos de la Puebla. En ocasiones, las ayudas
se extendían entonces a algunos pueblos de la comarca.
Durante la profunda crisis de subsistencias de 1417-1418, en la
que la fanega de trigo llegó a costar 150 maravedís,
la comunidad jerónima, aparte de aumentar el número
de raciones alimenticias repartidas en la portería, envió
viandas a las casas de los pobres "envergonzados"(102).
El número de vecinos de la Puebla creció a ritmo
trepidante hasta 1485(103). Como en el término de aquélla
se podían cosechar bastantes menos granos de los que se
consumían en ese núcleo(104), el abastecimiento
de pan se hacía especialmente difícil durante las
crisis agrícolas. El problema no sólo estribaba
en la carestía del trigo, sino también en la fuerte
oposición de los pueblos a la saca de granos en esas coyunturas.
En 1462 el monasterio construyó a sus expensas un pósito
a fin de mejorar el abastecimiento de pan de la Puebla y de evitar
que las demandas de ayuda de los vecinos aumentasen de manera
incontrolada durante las crisis de subsistencia, momentos en los
que los ingresos agrícolas de los jerónimos solían
descender(105).
Tal vez la actuación más innovadora del monasterio
en la esfera asistencial consistió en la organización
de una especie de "seguridad social" para la mano de
obra fija de la "casa": a los criados fieles de edad
avanzada que ya no estaban en condiciones de trabajar se les proporcionaba
servicio médico gratuito y una pensión de por vida.
Estas prestaciones también se concedieron a las viudas
de algunos criados(106). El monasterio no se comprometió
a otorgar dichas pensiones, pero su concesión alcanzó
un elevado grado de automatismo.
Los vecinos de Guadalupe también eran beneficiarios de
otras prácticas asistenciales de periodicidad anual: por
Navidad el prior repartía cierta cantidad de dinero entre
los pobres y concedía una pequeña dote a las doncellas
que carecían de medios económicos(107).
En abril de 1394, el pontífice, mediante bula, autorizó
al prior a escuchar las confesiones de los escolares(108). Quiere
ello decir que los jerónimos pusieron en funcionamiento
un colegio nada más instalarse en la Puebla. Hacia 1462
un maestro y un repetidor atendían a 25 estudiantes, quienes
podían permanecer un máximo de 3 años en
el colegio. Los escolares ayudaban en determinados cometidos en
la portería y en algunos servicios religiosos(109). El
monasterio amplió posteriormente su oferta de servicios
educativos: comenzaron a cursarse estudios de "gramática"
y de "ciencias mayores" y se incrementó el número
de escolares(110).
Desde finales del siglo XIV, la comunidad jerónima mantuvo
una "cuna de expósitos". En un pueblo con un
flujo tan intenso de visitantes de distinto tipo y condición,
no resulta extraño que el abandono de niños recién
nacidos alcanzase niveles relativamente altos(111). Tras ser atendidos
por amas de cría, los niños se incorporaban como
aprendices a un oficio de la "casa", a menudo a la tejeduría,
una vez que habían cumplido siete años(112). Aunque
desconozco la mortalidad de los expósitos, éstos
compensaban al monasterio, cuando menos parcialmente, por los
gastos de su crianza con los servicios laborables que proporcionaban
más tarde.
Ya en la época de Fr. Fernán Yáñez
se destinaron algunos fondos a la redención de cautivos(113).
A mediados del siglo XV, siendo prior Fr. Gonzalo de Madrid, la
comunidad acordó enajenar las lámparas de plata
del trono de la imagen de la Virgen y destinar el producto de
dicha venta a redimir a los cristianos que habían sido
capturados por los moros en Cieza(114). El monasterio llegó
a organizar y financiar una expedición, en 1519-1520, en
la que, pese al infortunio y a la inexperiencia de los religiosos
guadalupenses en este ámbito, se rescataron 125 cristianos
en territorio marroquí(115). La redención de cautivos
fue, probablemente, la "más original especialidad
milagrosa" de la Virgen de las Villuercas(116). Los numerosos
liberados de los presidios de los "infieles" que peregrinaron
a Guadalupe(117) constituyeron uno de los más eficaces
grupos propagandistas del santuario en los siglos XV y XVI(118).
Como es lógico, las prestaciones benéfico-asistenciales
registraron cambios en el transcurso de los tiempos, pero los
"gastos sociales" del monasterio continuarían
destinándose fundamentalmente a financiar las peregrinaciones
y a subvencionar a las familias guadalupenses más necesitadas.
Los jerónimos multiplicaron el ya importante patrimonio
territorial rústico y pecuario que les había sido
legado en 1389. La riqueza del monasterio tendió a incrementarse
hasta los años finales del siglo XVIII, pero la expansión
del patrimonio inmueble registró una brusca desaceleración
a partir de 1565: de hecho, la propiedad territorial rústica
de los monjes apenas varió entre dicha fecha y los primeros
años del siglo XIX.
Aunque las donaciones de bienes raíces al monasterio fueron
importantes, la ampliación del patrimonio territorial rústico
se basó fundamentalmente en las compras. En el Cuadro 1
he sintetizado la evolución de las inversiones de los jerónimos
en tierras(119). Habida cuenta de las perturbaciones monetarias
registradas en la Castilla del siglo XV, he considerado conveniente
expresar también los desembolsos efectuados en gramos de
plata. No obstante, para medir de manera precisa la trayectoria
del esfuerzo inversor de la comunidad jerónima deberíamos
disponer de un adecuado deflactor. Por consiguiente, las cifras
que aparecen en el Cuadro 1 sólo constituyen una burda
aproximación a tal variable.
13.000 | 7.927,33 | 3.301.038 | 396.331,67 | ||
21.000 | 11.610,48 | 1.153.039 | 139.517,76 | ||
144.250 | 75.215,80 | 639.718 | 78.131,87 | ||
23.100 | 11.498,52 | --- | --,-- | ||
139.800 | 42.498,29 | 827.875 | 113.785,37 | ||
460.550 | 118.801,34 | 1.964.957 | 242.864,59 | ||
304.200 | 51.925,60 | 565.962 | 68.481,46 | ||
512.925 | 64.055,62 | 3.144.150 | 380.442,14 | ||
232.000 | 28.072,00 | ||||
Fuentes: Elaboración propia a partir del "Libro y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff. 1-143; A. Mackey (1981), pp. 147-149; M.A. Ladero (1973), p. 41. |
Las compras de fincas rústicas no comenzaron a cobrar
cierto relieve hasta después de 1425. Anteriormente, los
jerónimos vieron limitada su capacidad de realizar inversiones
territoriales por la gran cantidad de recursos empleados en las
construcciones y en el mantenimiento de una numerosa comunidad
religiosa, así como por no haber dado todavía sus
mejores frutos la reorganización económica llevada
a cabo por aquéllos tras hacerse cargo del santuario. Además,
los monjes no tuvieron una necesidad apremiante de ampliar sus
posesiones territoriales mientras la mayor parte de sus cabañas
pudieron sustentarse en sus dehesas y los arrendamientos de yerbas
no resultaron onerosos(120). Las inversiones en fincas rústicas
del monasterio alcanzaron su cénit en los años finales
del siglo XV y en los dos primeros tercios del XVI(121). La última
operación de envergadura sería la adquisición
de parte de la dehesa de Palazuelo de Juan Chaves en 1561(122).
La política de compra de tierras de los jerónimos
estuvo más condicionada por la existencia de disponibilidades
líquidas y por las necesidades de pastizales de sus cabañas
que por la coyuntura del mercado. Economías con un carácter
tan marcadamente consuntivo como las monásticas, rara vez
podían mantener durante varios años un importante
volumen de ahorro en espera de encontrar el momento oportuno de
realizar una inversión territorial; además, recurrir
sistemáticamente al crédito para la adquisición
de fincas rústicas no entraba en los planes económicos
y financieros de los rectores de la "casa". De hecho,
las compras de heredades y dehesas efectuadas por los monjes de
Guadalupe se concentraron en un periodo de intensa revalorización
de la tierra(123).
Más del 85 por 100 del dinero gastado por el monasterio
en la ampliación de su patrimonio territorial rústico
se empleó en la adquisición de dehesas. La orientación
ganadera de la economía del priorato, ya evidente antes
de 1389, se acentuó como consecuencia de las favorables
condiciones existentes en el siglo XV para el desarrollo pecuario
y del rápido crecimiento de las cabañas de la "casa"
derivado de las demandas(124) y de los derechos decimales de aquélla
sobre sus posesiones territoriales(125).
El monasterio adquirió 10 dehesas o partes de dehesas
vaqueriles por un importe de 9.794.864 maravedís y 15 ovejunas
o carneriles por un valor de 3.072.793 maravedís(126).
Aunque la comparación debe realizarse con prudencia al
estar expresados los totales en maravedís corrientes, no
hay duda de que la comunidad jerónima efectuó un
mayor esfuerzo inversor en yerbas para el ganado mayor que en
pastizales para los rebaños ovinos. Dos razones explican
este comportamiento: por un lado, el impresionante tamaño
alcanzado por la cabaña bovina de la "casa" en
el transcurso del siglo XV; por otro, la dotación inicial
de dehesas ovejunas era mucho mayor que la de dehesas vaqueriles(127).
La cabida de los pastizales donados al monasterio ascendió
a 6.674 ovejas y 10 vacas(128).
A través del trueque los jerónimos consiguieron
2 dehesas y una o varias partes de 14 dehesas(129). El número
y la importancia de esas operaciones revela el interés
de los rectores monásticos por conseguir la plena propiedad
de alguna de las dehesas donde la "casa" era particionera,
por evitar una excesiva dispersión espacial del patrimonio
de la institución y por adecuar éste a sus preferencias
y a las necesidades de sus granjas y cabañas.
Hacia 1624 las dehesas que poseía el monasterio fuera
de Guadalupe medían 775.471,25 cordeles -15.782.390 metros-
y tenían una cabida de 5.715,16 vacas y 48.496,8 ovejas(130).
La extensión de aquéllas puede estimarse en unas
33.000 Ha. El 45,24 por 100 de la superficie de esos pastizales
se hallaba en el término de Trujillo y el 27,49 por 100
en el de Medellín. En este último estaban ubicadas
la mayor parte de las dehesas vaqueriles: las frescas y altas
yerbas que crecían en las proximidades del Guadiana eran
particularmente adecuadas para el ganado mayor. Por el contrario,
los rebaños ovinos dedicados a la obtención de lana
fina requerían yerbas más bajas, no tan húmedas
y menos abundantes, como las que brotaban en el término
de Trujillo. En éste se concentraban la mayor parte de
los pastizales del monasterio dedicados al sustento del ganado
ovino.
Las dehesas de los jerónimos tuvieron en la mayor parte
de los casos un aprovechamiento exclusivamente pecuario; ahora
bien, aquéllos, cuando les pareció oportuno, procedieron,
pese a la oposición de la Mesta, a roturar o a autorizar
el rompimiento de alguna de sus "tierras defendidas"(131).
Por otro lado, bastantes de las dehesas catalogadas como vaqueriles
acabarían siendo empleadas en los siglos XVII y XVIII para
el mantenimiento del ganado lanar(132). Por tanto, la mayoría
de las fincas rústicas de los monjes permitían distintas
posibilidades de aprovechamientos pecuarios y/o agrícolas.
Aparte de las dehesas, que en ocasiones eran labradas en parte,
hacia 1624 el monasterio poseía más de 3.000 fanegas
de sembradura, la mayor parte de las cuales se hallaban en los
términos de Bringuilla(133), Madrigalejo(134), Alía
y Guadalupe(135).
Como puede apreciarse en el Cuadro 2, la riqueza pecuaria de
los jerónimos también registró un aumento
apreciable entre 1389 y 1527. No obstante, ese crecimiento se
vio temporalmente interrumpido por los importantes robos y matanzas
sufridos por las ganaderías del monasterio a comienzos
de los años setenta del siglo XV, en el transcurso de los
enfrentamientos entre "isabelinos" y "beltranejos"(136).
773 | 1.259 | 75 | --- | |
3.488 | 12.796 | 2.640 | 750 | |
1.297 | 10.221 | --- | --- | |
1.858 | 15.513 | 2.939 | 820 | |
2.791 | 22.505 | 8.122 | 1.588 | |
1.051 | 14.461 | 7.666 | 1.304 | |
186 | 22.309 | 6.306 | 759 | |
Fuentes: AHN, clero, legajo 1.429/1-b; Libro de oficios, AMG, códice 99, ff. 51-53 y 58-v-59; Marie-Claude Gerbet(1982), apéndice II; "Estados de la casa", AMG, legajo 143; "Hojas de Ganado", AMG, legajo 127. |
El centro de gravedad de la actividad ganadera de los jerónimos
acabó desplazándose desde las cabañas bovinas
a las ovinas, proceso que ya se había consumado a mediados
del siglo XVI.
Los jerónimos mostraron gran interés, sobre todo
en el Cuatrocientos y primeros años del Quinientos, por
los ingenios hidráulicos, lo que les llevó a adquirir
22 molinos entre 1389 y 1519(137); sin embargo, el periodo de
vida útil de bastantes de ellos fue relativamente corto.
Hacia 1568 el monasterio era propietario y explotaba 14 molinos
harineros -4 en Guadalupe y 4 en Cañamero-, 2 molinos de
aceite, 3 batanes -2 en Guadalupe y 1 en Cañamero- y 1
aceña(138).
El patrimonio urbano de los monjes fue siempre mucho menos importante
que el rústico, pero también se amplió de
manera significativa: el número de casas que aquéllos
poseían en Guadalupe pasó de 53 en 1389 a alrededor
de 300 en 1526(139). El monasterio no fue propietario de importantes
fincas urbanas fuera de la Puebla; no obstante, poseyó
una o varias casas en varios núcleos, entre los que cabe
mencionar a Sevilla, Madrid, Trujillo, Madrigalejo y Puente del
Arzobispo.
En suma, aunque deben tenerse en cuenta las donaciones, los derechos
decimales sobre el ganado ajeno que pastaba en sus fincas y las
demandas percibidas en especie, no cabe la menor duda de que la
notable ampliación del patrimonio mueble e inmueble del
monasterio exigió a éste la realización de
un fuerte esfuerzo inversor.
Como hemos podido constatar, los gastos monetarios y en especie
de los jerónimos de Guadalupe aumentaron rápidamente
y alcanzaron pronto dimensiones espectaculares. ¿Cómo
consiguieron los monjes reunir los recursos necesarios para hacer
frente a un volumen de desembolsos de tal envergadura?
En primer lugar, conviene recordar que el monasterio heredó
un importante patrimonio, unas explotaciones agrarias en pleno
funcionamiento, unos valiosos privilegios y derechos, el apoyo
regio, un famoso santuario y una amplia red de recolección
de limosnas y mandas. Fue mucho lo recibido, pero es indiscutible
que los monjes lograron acelerar de manera importante el proceso
de expansión económica del priorato.
La habilidad de los rectores monásticos para incrementar,
primero, y consolidar, más tarde, el flujo de donaciones
y, sobre todo, de limosnas y pequeñas mandas constituyó
la principal clave explicativa del encumbramiento económico
de la "casa". El número de donaciones evolucionó
así: 25 en 1340-1399, 55 en 1400-1449, 133 en 1450-1499,
140 en 1500-1549 y 162 en 1550-1599. Aunque continuaron aumentando
hasta la segunda mitad del siglo XVI, las donaciones más
valiosas venían reduciéndose desde hacía
algún tiempo(140). Dentro de aquéllas destacaron
algunas fincas rústicas, las joyas y las Tercias de Trujillo
y su tierra. Jerónimo Münzer, tras observar el contenido
de los 12 armarios de la sacristía y de algunas arcas,
anotó en 1495: "creo, ciertamente, que este monasterio
no es menor tesoro que el de los reyes de Castilla"(141).
Hacia 1556 las Tercias Reales de Trujillo y su tierra permitían
al monasterio ingresar, "unos años con otros",
1.500 fanegas de trigo, 1.000 fanegas de cebada y 100 fanegas
de centeno, amén de 451.000 maravedís del arrendamiento
de los "menudos"(142).
Del total de 515 donaciones contabilizadas en el "libro
de bienhechores" hasta 1599, el 11,26 por 100 fueron realizadas
por miembros de la realeza, el 4,07 por 100 por señores
laicos, el 30,48 por 100 por personas con tratamiento de "don",
el 4,46 por 100 por altas dignidades eclesiásticas, el
1,94 por 100 por monjes del propio monasterio, el 3,39 por 100
por otros eclesiásticos, el 4,27 por 100 por indianos,
el 6,60 por 100 por vecinos de la Puebla o servidores de la "casa"
y el 24,85 por 100 por otros miembros del "estado llano"(143).
Estos porcentajes ponen de manifiesto: 1) los fuertes y prolongados
vínculos del monasterio con los monarcas castellanos; 2)
el arraigo de la devoción a la Virgen de Guadalupe entre
los conquistadores y colonizadores del "Nuevo Mundo";
y 3) la influencia del santuario en distintos territorios europeos(144).
Si tenemos en cuenta la relativamente tardía fundación
de la iglesia y del monasterio de Guadalupe no puede sorprendernos
la modesta participación de la nobleza laica en las donaciones
al santuario.
Las demandas(145) fueron, hasta la segunda mitad del siglo XVI,
la principal fuente de ingresos monetarios de los jerónimos(146):
el producto de aquéllas ascendió a 2.287.500 maravedís
en 1524-1527 -media anual-(147), a 2.250.000 maravedís
en 1538(148) y a 3.009.996 maravedís en 1548-1557 -media
anual-(149). En la primera mitad del siglo XVI, las limosnas y
las pequeñas mandas representaron entre el 30 y el 40 por
100 de los ingresos en metálico de la "casa"(150).
¿Cuándo alcanzó su máximo el producto
de las demandas? Aunque en términos nominales es muy probable
que ello aconteciera en el decenio 1548-1557(151), los datos acerca
de los gastos de consumo e inversión del monasterio apuntan
a que tal máximo se registró en los años
finales del siglo XV y en las tres primeras décadas del
XVI. En cualquier caso, las limosnas y las pequeñas mandas
contribuyeron decisivamente a financiar las grandes construcciones
y la ampliación del patrimonio territorial de la "casa"
durante el siglo XV y la primera mitad del XVI.
¿Qué hicieron los jerónimos para lograr que
se intensificase el flujo de donaciones y, sobre todo, de limosnas
y pequeñas mandas testamentarias? Los primeros rectores
del monasterio se dieron perfecta cuenta de que el aumento de
la popularidad y del prestigio del santuario les permitiría
obtener crecientes transferencias de rentas y de bienes muebles
e inmuebles. Ello les llevó a poner en marcha un ambicioso
y complejo plan tendente a fomentar la devoción a la Virgen
de las Villuercas, plan en el que la máxima y controlada
difusión de los "milagros de Nuestra Señora"
y la potenciación de su papel de nexo entre los devotos
y la "madre de Jesucristo" constituyeron dos de sus
piezas angulares. Esa senda entrañaba una apuesta fuerte
y algo arriesgada: priorizar el desarrollo del centro mariano
les obligó a alejarse aún más de su ideal
de vida contemplativa(152), a postergar la expansión patrimonial
y a destinar gran cantidad de recursos a los servicios benéfico-asistenciales
y a las obras dirigidas a la creación de un marco majestuoso
con la finalidad de provocar el asombro y la admiración
de romeros y transeúntes, sensación que contribuía
a generar el propio paraje en que se hallaba enclavado el templo.
Pese a las lógicas dificultades iniciales, los primeros
dirigentes de la "casa" confiaban ciegamente en la estrategia
adoptada. Fr. Alonso de la Rambla, quien había convivido
con monjes que conocieron a Fr. Fernán Yáñez,
puso en boca de éste el siguiente diálogo con la
Virgen: "Ea, pues, señora, quién podrá
más, yo a gastar o Vra. magestad a traher; y ansí
fue vencido el prior, que más traía que el gastava"(153).
Los jerónimos sabían que los peregrinos eran los
mejores propagandistas del santuario. Por ello había que
atraerles e impresionarles, y también había que
procurar influir en los mensajes que aquéllos transmitiesen
tras retornar a sus ciudades, villas y aldeas. Para incentivar
los desplazamientos a Guadalupe, aparte de la generosa hospitalidad(154)
y de los reputados servicios médicos, los rectores monásticos
lograron que los pontífices otorgasen suculentos beneficios
espirituales a quienes peregrinasen al santuario(155); además,
las frecuentes visitas regias contribuyeron a extender aún
más la fama y el prestigio de aquél(156). Los jerónimos
no sólo se planteaban la movilización del mayor
número posible de romeros, sino que procuraban que éstos
quedasen fascinados de su aventura guadalupense y deseosos de
divulgar "a los cuatro vientos" el poder y la grandeza
de la Virgen de las Villuercas. Para alcanzar este último
propósito los monjes inventaron o dieron forma definitiva
a la leyenda del origen de la imagen(157), comenzaron a recopilar
en códices los "milagros de Nuestra Señora"(158)
y procedieron a la lectura pública de aquéllos.
La atribución de milagros a la Virgen de Guadalupe es,
lógicamente, anterior a la llegada de los jerónimos
al santuario. Estos estaban interesados en propagar los "poderes
de Nuestra Señora", pero pronto se percataron de la
conveniencia de controlar al máximo todo aquello relacionado
con los "milagros" de la Virgen de Guadalupe: por un
lado, este era un asunto capital en el que debía quedar
patente su indispensable función mediadora entre los devotos
y María; por otro, resultaba muy peligroso para el prestigio
del santuario que fuesen los propios fieles y peregrinos quienes
otorgasen a algunos sucesos el calificativo de milagrosos(159).
Además, los monjes no tardaron en darse cuenta de la utilidad
de preservar y potenciar las "especialidades milagrosas"
del santuario: la liberación de cautivos y los salvamentos
en el mar(160). Aquélla constituía un tema hacia
el que las sociedades peninsulares de los siglos XV y XVI estaban
especialmente sensibilizadas. Por tanto, todo lo que se hiciese
para redimir prisioneros en territorio de "infieles"
tendría una honda repercusión y sería muy
apreciado por amplios sectores de la población. Además,
la publicidad que hacían del santuario los peregrinos ex-cautivos,
quienes solían llevar sus "hierros" al templo
guadalupense, era extraordinariamente eficaz. Por su parte, los
hombres de la mar, debido a sus contactos con personas de muy
diversa procedencia geográfica, también contribuyeron
de manera importante a extender el culto a la Virgen de Guadalupe.
En suma, el tipo de "especialidades milagrosas" del
santuario, a cuya cristalización no fueron ajenos los jerónimos,
facilitó la difusión del culto a la Virgen de Guadalupe.
La confección de los códices de los "milagros"
se efectuaba, grosso modo, de la siguiente manera. El peregrino
narraba su "historia" en público. Posteriormente,
un religioso se encargaba de examinar el relato y las pruebas
aportadas y, en su caso, de redactar el "suceso sobrenatural".
En los códices aparecen 857 "milagros" fechados
entre 1510 y 1599, la mayor parte de los cuales datan de los primeros
cincuenta años de ese periodo(161).
La preocupación por la "autenticidad de los milagros"
aumentó en el siglo XVI. En una reunión capitular
de 1535 se acordó que los códices fuesen enmendados
y corregidos y que se eliminase "lo superfluo". En 1614,
los visitadores de la orden mandaron que se eligiesen tres religiosos
doctos y píos para examinar los "milagros", tal
y como había sido establecido en el concilio de Trento(162).
La procedencia geográfica de los relatores de los "milagros"
recogidos en los códices constituye un indicador, aunque
bastante burdo, de la vecindad de los peregrinos(163). Esos datos,
referentes al periodo 1510-1599, revelan que el santuario de Guadalupe
tenía un carácter básicamente castellano
y que su influencia era notable en Portugal y bastante reducida
en los territorios de la corona de Aragón(164).
En suma, la institucionalización de los "milagros
de Nuestra Señora" sirvió para dar la máxima
publicidad posible a aquéllos y para que los jerónimos
pudiesen ejercer un amplio control sobre la difusión de
las noticias referentes a los "sucesos sobrenaturales"
atribuidos a la intervención de la Virgen de Guadalupe.
Para los jerónimos el fomento del culto a la imagen de
la "Morenita de las Villuercas"(165) estaba indisolublemH2><
unido a las demandas de limosnas y mandas(166). De ahí
que los esfuerzos orientados a extender la devoción a la
Virgen de Guadalupe fuesen acompañados de otros tendentes
a incrementar las cantidades recolectadas por los demandaderos
de la "casa".
El monasterio desplegó una intensa actividad diplomática
con el propósito de que pontífices y monarcas dictasen
normas que facilitasen la labor de sus procuradores de pedir y
colectar limosnas y mandas. Benedicto XIII, mediante bula expedida
el 19 de marzo de 1414, autorizó las demandas en Castilla
para la "obra" y hospitales de Guadalupe, libres de
cualquier tributo y de la obligación de solicitar licencia
a los ordinarios. Martín V, el 20 de junio de 1423, facultó
a los procuradores del monasterio a solicitar limosnas en el reino
de Portugal(167).
Por su parte, los monarcas castellanos y españoles, hasta
1563, confirmaron o ampliaron a los jerónimos de Guadalupe
los privilegios que sobre las demandas habían venido otorgándoles
sus predecesores. Así, Juan II, por carta dada el 18 de
marzo de 1438, exoneró de cargas militares a 20 de los
principales demandaderos del monasterio(168). El 23 de septiembre
de 1445, ese mismo monarca ordenaba "a todos e cada uno de
vos que cada e quando los dichos procuradores o sus sostitutos
dellos paressciesen ante vos en las dichas cibdades e villas e
logares les desde logar el favor e ayuda para que ellos puedan
leer e notificar esta mi carta o el dicho su traslado signado
en tal manera que venga a noticia de todos pregonándolo
por las plazas e mercados e logares públicos(169) e les
fagades guardar e complir todo en ella contenido ca por la presente
yo tomo al dicho mi monasterio e frayles e convento del e a todas
sus cosas e a sus procuradores e questores so mi guarda e defendimiento
e amparo ca es mi entención e voluntad es que ande la demanda
por todos mis Reynos y Señoríos"(170). Las
cartas de los Reyes Católicos rezuman idéntico deseo
de favorecer las demandas de "Nuestra Señora"(171).
La última disposición que amplió las prerrogativas
de la "casa" en esta materia data del 12 de marzo de
1561. Se trata de una real provisión de Felipe II autorizando
al monasterio a efectuar demandas de limosnas en todos los reinos
de la corona de Aragón(172). Poco provecho debió
obtener aquél de esta gracia del "rey prudente":
por un lado, en ese territorio resultaba difícil competir
en la recolección de limosnas y mandas con la abadía
de Montserrat; por otro, la concesión llegaba justo en
el momento en que las demandas entraban en una profunda e irreversible
crisis(173).
Hasta mediados del siglo XVI, esa constante presión diplomática
sobre pontífices y monarcas sirvió, cuando menos,
para evitar que fructificasen las diversas tentativas de impedir
u obstaculizar el cometido de los procuradores del monasterio,
intentos que fueron principalmente protagonizados por eclesiásticos(174).
Muy poco he podido averiguar acerca de la organización
de las demandas. Por la referida carta de Juan II de 18 de marzo
de 1438 sabemos: 1) que en esa fecha había más de
20 procuradores "principales"; 2) que existía
una jerarquización dentro de los "questores"
del monasterio; y 3) que los demandaderos exonerados de cargas
militares vivían en las siguientes jurisdicciones eclesiásticas:
1 en el arzobispado de Sevilla, 1 en el de Santiago de Compostela,
2 en el obispado de Burgos, 10 en el de Palencia(175), 1 en el
de Avila, 1 en el de Zamora, 1 en el de León, 1 en el de
Astorga, 1 en el de Oviedo y 1 en el de Plasencia(176). Da la
impresión, pues, que el número de procuradores era
muy elevado y que había uno o varios de aquéllos
que se encargaban de organizar las demandas en cada uno de los
obispados de la corona de Castilla y de llevar o mandar enviar
a Guadalupe el dinero recaudado en las demandas efectuadas en
sus respectivas demarcaciones. Asimismo, en una carta del monasterio
a Felipe II, remitida poco después de que éste publicase
la real cédula de 14 de agosto de 1563 en la que, por primera
vez, se restringían las actividades de los procuradores
de aquél, se da a entender que las demandas de Nuestra
Señora "andaban" en casi todos los núcleos
de la corona de Castilla(177).
Aunque no puedo asegurarlo, tengo la impresión de que
los jerónimos apenas recompensaban económicamente
a sus colectores de limosnas y mandas(178). Por tanto, los costes
de administración de las demandas debían ser muy
pequeños. La labor de procurador del monasterio era codiciada,
fundamentalmente, por el honor y los privilegios, reales o pretendidos(179),
que aquélla entrañaba(180).
En definitiva, las grandes cantidades de dinero que la "casa"
obtuvo de las demandas fueron resultado de la consolidación
de Guadalupe como principal centro mariano ibérico y de
la capacidad que evidenciaron los jerónimos para organizar
y preservar una tupida, compleja y eficaz red de colectores de
limosnas y mandas que se extendía por casi toda la corona
de Castilla y por algunas zonas del reino de Portugal.
La máxima prioridad concedida por los rectores monásticos
al encumbramiento del santuario fue un completo acierto, ya que
las transferencias de bienes muebles e inmuebles y, sobre todo,
de rentas -limosnas y pequeñas mandas- compensaron con
creces los gastos sociales y "publicitarios". Como el
saldo de las transferencias de rentas -producto de las demandas
menos coste de los servicios benéfico-asistenciales- era
muy favorable para el monasterio, éste, una vez concluidas
las costosas obras de las primeras décadas, pudo acometer
una impresionante expansión patrimonial. El hecho de que
los jerónimos lograsen mantener, durante casi dos siglos,
un nivel muy elevado de transferencias a la "casa" revela
el éxito de aquéllos en su propósito de que
la sociedad ibérica, especialmente la castellana, otorgara
un elevado valor a su cometido de custodios, administradores y
servidores del santuario de Guadalupe. Esta estrategia de colocar
en primer plano el incremento de la popularidad y el prestigio
de aquél acabaría teniendo un inconveniente en el
muy largo plazo: acentuó el carácter marcadamente
consuntivo de la economía del monasterio, proceso que resultó
en buena medida irreversible y que, por tanto, acarreó
problemas cuando el flujo de transferencias a la "casa"
tendió a reducirse a partir de mediados del siglo XVI.
El monasterio difícilmente habría podido culminar
su impresionante desarrollo si no hubiese seguido contando con
el incondicional apoyo de los monarcas. El siglo XV fue una época
de dificultades para los monacales(181); sin embargo, los "poderosos"
no se atrevieron a emprender casi ninguna acción contra
la "casa" porque sabían que los reyes castellanos
dispensaban una protección especial a aquélla, protección
que los monjes supieron conservar durante todo el siglo XV. Resulta
revelador que hacia 1460 Fr. Gonzalo de Illescas, dos veces prior
del monasterio y miembro del Consejo de Juan II, consiguiera que
el monarca mandase derribar el castillo que D. Diego de Orellana
había levantado en Cañamero, fortificación
que los jerónimos consideraban amenazadora para su seguridad(182).
Aparte de preservarla de las milicias señoriales y concejiles,
la protección regia contribuyó a que la "casa"
saliese relativamente bien librada de diversos litigios mantenidos
con Talavera, Trujillo y Medellín y con el obispado de
Plasencia acerca de la vigencia de algunos de sus derechos y prerrogativas.
Además, los sucesivos monarcas castellanos no sólo
confirmaron los privilegios que sus antecesores habían
venido otorgando al priorato guadalupense hasta 1389, sino que
concedieron otros nuevos al monasterio, algunos de los cuales
tuvieron gran importancia para el funcionamiento de la economía
de la "casa". Por ejemplo, la ampliación de
las prerrogativas sobre abastos(183), el otorgamiento de 70 excusados(184)
y la exención de las alcabalas de las yerbas vendidas(185)
y del pago del servicio y montazgo a 15.000 cabezas trashumantes(186).
También los reyes de Portugal concedieron algunas prerrogativas
al monasterio, como la autorización para que 15.000 cabezas
ovinas de los monjes pudieran pastar de balde durante el verano
en la Sierra de la Estrella(187). Por consiguiente, los privilegios
de los monarcas facilitaron el reclutamiento de mano de obra y
los abastecimientos y redujeron los costes de producción
de la cabaña trashumante.
En el siglo XV los jerónimos desarrollaron una estrategia
productiva tendente a potenciar sus ganaderías de renta
-lana y novillos para carne o para el laboreo de los campos- y
a autoabastecer a la "casa", criados y granjas de fuerza
de tracción animal y de los principales productos alimenticios
y manufacturados. Este modo de emplear los recursos agrarios constituyó
un acierto, ya que la rentabilidad de las cabañas parece
haberse mantenido en niveles relativamente elevados hasta las
primeras décadas del siglo XVI. A ello debieron contribuir
el rápido crecimiento de las exportaciones de lana y de
la demanda de carne y de fuerza de tracción animal, los
bajos requerimientos de mano de obra de las actividades pecuarias,
la cierta moderación del precio de los cereales panificables
y la no excesiva carestía de los pastizales.
El monasterio logró autoabastecerse de carne, legumbres,
hortalizas y frutas. No lo consiguió plenamente en el caso
de los cereales, el vino y el aceite, pero la suma de las cosechas,
rentas y diezmos de cada uno de esos productos solía ser
superior a las cantidades compradas de los mismos.
Al hacerse cargo del santuario en 1389, los jerónimos
recibieron 123 bueyes. Aun cuando el monasterio poseía
extensos terrenos susceptibles de ser roturados y grandes facilidades
para incorporar más bueyes a sus caserías, los labrantíos
de aquél no aumentaron de manera sustancial hasta las últimas
décadas del siglo XV. De hecho, hacia 1450 la "casa"
sólo cosechaba algo más de 2.000 fanegas de trigo(188).
De momento, los jerónimos no estaban excesivamente preocupados
por la relativa cortedad de sus cosechas de cereales: por un lado,
resultaban tranquilizadoras las posibilidades de almacenamiento
que ofrecía la "casa del trigo"(189) y la evolución
de los precios relativos; por otro, las elevadas rentas de los
molinos permitían que el déficit medio anual de
trigo no rebasase las 2.000 fanegas(190). En los años finales
del siglo XV y en las primeras décadas del XVI, la actividad
agrícola de las granjas del monasterio se incrementó
de manera importante, hasta el punto de que aquéllas empleaban
273 bueyes en 1524 y 295 en 1527(191). El máximo de producción
agrícola de la "casa" en este primer periodo
se alcanzó, probablemente, hacia 1530. Después,
las labores de los monjes tendieron a reducirse, movimiento que
se prolongaría hasta mediados del siglo XVII.
Hacia 1556 el monasterio ingresaba una media anual de 14.660
fanegas de trigo: 3.000 de diezmos, 1.500 de las tercias reales
de Trujillo y su tierra, 1.500 de los molinos y 8.460 de cosechas
y rentas(192).
Consiguientemente, bien por los moderados precios del trigo y
por la capacidad de almacenamiento de la "casa", bien
por el crecimiento de sus cosechas y de las rentas de las partes
de sus dehesas que fueron roturándose, el abastecimiento
de cereales panificables no ocasionó ningún problema
grave al monasterio hasta la segunda mitad del siglo XVI. Aunque
los jerónimos tuvieron superávit de granos en determinados
años y periodos, aquéllos nunca se plantearon que
la venta de sus excedentes de cereales se convirtiera en una importante
y regular fuente de ingresos en metálico. Es decir, las
labores efectuadas en sus granjas estaban orientadas casi exclusivamente
al autoconsumo de la "casa".
El consumo anual de vino del monasterio se elevaba a unas 30.000
arrobas a mediados del siglo XV y a 34.697,5 arrobas en 1499(193).
En el Cuatrocientos, los jerónimos procuraron incrementar
el grado de autoabastecimiento de caldos. Fr. Gonzalo de Ocaña,
prior entre 1415 y 1429, mandó plantar el majuelo de Valdefuentes,
viña en la que llegaron a obtenerse 4.000 arrobas de vino
y que se replantaría hacia 1490(194). Los ingresos de este
artículo se completaban con los diezmos de la Puebla y
con el producto de varias viñas situadas en las proximidades
de la "casa". En 1504, la comunidad jerónima
ingresó 1.852,5 cargas de uvas, 1.450 de la cosecha y 402,5
del diezmo(195).
Los jerónimos explotaron diversos olivares desde su instalación
en Guadalupe. La producción aceitera de la "casa"
aumentó notablemente tras la gran plantación de
olivos efectuada en las proximidades de la granja de El Rincón(196).
A las cosechas propias había que agregar los diezmos de
la Puebla y la renta de los molinos(197). En el trienio 1585-87
la media anual de las cosechas y los diezmos ascendió a
1.771,66 arrobas de aceite(198).
El monasterio poseía más de 10 huertas en el término
de Guadalupe. Aquéllas bastaban para atender las necesidades
de frutas, verduras y hortalizas de la "casa"(199).
En las granjas se obtenían las legumbres empleadas en las
cocinas de los jerónimos. El plato principal que se servía
al mediodía en el refectorio solía consistir en
un guisado de carne y garbanzos(200).
Las cabañas bovinas de los jerónimos cumplían
varios cometidos: por un lado, proveían de reses a la carnicería
y de fuerza de tracción animal a las granjas y a las carretas
dedicadas al transporte de mercancías; por otro, facilitaban
la obtención de ingresos monetarios a través de
las ventas anuales de algunos novillos. La importancia de las
producciones para el mercado y para la "casa" registró
notables modificaciones en el transcurso del tiempo. Hacia 1460,
momento de máximo esplendor de las cabañas bovinas
de los monjes, anualmente se vendían unas 250 reses y se
entregaban 175 a la carnicería y 150 a las granjas(201).
Hasta 1470, aproximadamente, la ganadería vacuna fue la
explotación pecuaria más importante del monasterio.
Tras las destrucciones que sufrieron las cabañas de los
jerónimos durante la guerra entre "isabelinos"
y "beltranejos"(202), la ganadería bovina de
aquéllos no recuperaría jamás el tamaño
que había alcanzado inmediatamente antes de ese episodio.
No obstante, en 1527 el monasterio poseía 2.791 reses vacunas.
Sería a partir de ese momento cuando se produciría
una drástica reducción de las cabañas bovinas
de los monjes. Ello obedeció, probablemente, a la caída
de la rentabilidad de este tipo de explotaciones pecuarias. De
hecho, en 1538 los administradores monásticos estimaron
el ingreso "neto" de la cabeza de ganado vacuno en 150
maravedís y el de la de ovino en 50 maravedís(203).
Es evidente, pues, que en esa fecha el nivel de beneficios de
las cabañas lanares era netamente superior al de las bovinas.
Por consiguiente, resulta lógica la reducción que
a partir de 1530 se registró en el número de reses
vacunas del monasterio.
Las cabañas ovinas de los jerónimos tendieron a
crecer a buen ritmo entre 1389 y 1525. Ese proceso expansivo sólo
se vio interrumpido por las destrucciones sufridas por las ganaderías
de los monjes durante el conflicto desencadenado a raíz
de la muerte de Enrique IV. No obstante, los rebaños de
ovejas resultaron menos dañados, ya que las tropas de la
condesa de Medellín, autoras de las agresiones a las granjas
y ganaderías de los jerónimos, actuaron preferentemente
en el territorio donde pastaban la mayor parte de las cabañas
bovinas del monasterio.
Durante el estío, los agostados pastos extremeños
solían aportar un magro sustento para las ovejas. El priorato
secular, primero, y el monasterio, más tarde, recurrieron
a diversos tipos de migraciones veraniegas a fin de evitar la
desnutrición de los rebaños. Parece ser que algunas
cabezas ovinas de los jerónimos comenzaron a practicar
una trashumancia de largo alcance hacia 1440. Juan II, precisamente
en ese año, mandó respetar los privilegios pecuarios
de los monjes porque éstos "dissen que en aquella
tierra donde ha andado e anda el dicho ganado que se muere en
cada año grant parte de ello... e que lo querían
enviar a las sierras en los veranos, esto porque dizen que asy
se criará mejor"(204). No puedo precisar qué
montañas fueron escenario de las primeras grandes migraciones
estivales de los rebaños del monasterio, pero el privilegio
de exención del servicio y montazgo data de 1460 y pocos
años después, hacia 1467, los jerónimos ya
habían adquirido la costumbre de arrendar agostaderos en
la sierra conquense(205). Dos motivos debieron inducir a los rectores
monásticos a optar por la trashumancia de largo alcance
para algunos rebaños ovinos: en primer lugar, el sustento
de los ganados durante el estío tuvo que hacerse más
difícil a medida que crecía el número de
cabezas y que progresaba la colonización del territorio
extremeño; en segundo lugar, la rentabilidad de la producción
de lana fina debió incrementarse al hilo de la expansión
de las actividades textiles en las ciudades castellanas(206) y
de las exportaciones de vellones.
Algunos rebaños del monasterio aprovecharon el denominado
"privilegio portugués" durante las primeras décadas
del siglo XVI: Don Manuel había concedido pastos gratuitos
en la Sierra de la Estrella a 15.000 cabezas lanares de los jerónimos(207).
Estas migraciones, aparte del nulo coste de los agostaderos, tenían
la ventaja de que las dehesas ovejunas y carneriles de los monjes
estaban separadas por menos de 250 kilómetros de la Sierra
de la Estrella. Quizás, la imposibilidad de seguir disfrutando
de dichos agostaderos, en un periodo de creciente carestía
de los pastos estivales, contribuyó a que los jerónimos
optasen por reducir el número de rebaños trashumantes
y por aumentar el de riberiegos. Entre 1480 y 1530, el tamaño
de la cabaña "merina" había sido muy superior
al de la "grosera" o riberiega -12.036 frente a 3.477
cabezas en 1515 y 12.862 frente a 5.826 en 1530(208)-. Sin embargo,
la primera, poco después de iniciarse el segundo cuarto
del siglo XVI, comenzó a perder unidades, mientras que
ocurrió todo lo contrario con la segunda: en 1556, el número
de cabezas trashumantes era de 6.945 y el de riberiegas de 8.516(209).
Esta evolución concuerda plenamente con las sugerentes
hipótesis planteadas por Felipe Ruiz Martín acerca
de los cambios en la composición de las cabañas
lanares castellanas entre mediados del siglo XV y finales del
XVI(210).
Hacia 1527 se interrumpió el crecimiento del número
total de cabezas ovinas del monasterio: como los pastizales de
la "casa" tenían capacidad para sustentar a muchos
más rebaños en invierno que en verano, la cabaña
riberiega no podía llegar a compensar la reducción
del tamaño de la trashumante. Es decir, si los monjes querían
explotar directa e intensivamente la mayor parte de sus dehesas
ovejunas y carneriles, no tenían más opción
que enviar un elevado número de rebaños a las montañas
durante el estío. Una vez que se dejó de mandar
la cabaña trashumante a la Sierra de la Estrella, las montañas
leonesas parecen haber sido el nuevo y definitivo destino de las
migraciones veraniegas de aquélla. Los pastos estivales
de los puertos cantábricos eran espléndidos, pero,
por contra, sólo en el viaje de ida se tardaba más
de un mes(211), lo que convertía a la trashumancia en una
operación cara y de elevado riesgo.
Los primeros datos desagregados sobre los beneficios obtenidos
por la cabaña trashumante y por la riberiega datan de los
últimos años del siglo XVI. Hacia 1538 se estimó
que las 20.000 cabezas ovinas rentaban, una vez "quitadas
las costas", un millón de maravedís(212). Teniendo
en cuenta la capacidad adquisitiva de la moneda, por esas fechas
el nivel de beneficios por cabeza lanar era todavía bastante
elevado(213). En suma, la alta rentabilidad de sus cabañas
ovinas fue uno de los principales factores determinantes de los
excelentes balances obtenidos por la economía del monasterio
hasta mediados del siglo XVI.
Casi toda la cabaña caprina se mantenía en bosques
y montes comunales y concejiles(214). Su producción se
destinaba íntegramente a satisfacer las necesidades de
carne y productos lácteos del monasterio y de sus criados,
hospitales y granjas. El tamaño de esta explotación,
al contrario de lo ocurrido con el de las cabañas bovinas
y ovinas, continuó aumentando en el segundo cuarto del
siglo XVI: de las 4.292 cabezas en 1519 se pasó a las 9.897
en 1559(215). Ello evitó que las disponibilidades de carne
de la "casa" se redujeran en ese periodo.
La cabaña porcina tendió a crecer hasta finales
del primer cuarto del siglo XVI. A partir de ese momento el número
de cabezas se mantuvo estancado en torno a las 1.300. El criadero
de los puercos se hallaba cerca de la casa de Moheda Oscura y
aquéllos aprovechaban los montes de Trujillo y, sobre todo,
los de la dehesa de Valdepalacios(216). Se efectuaban cuatro matanzas
al año y toda la producción de esta cabaña
se consumía en la propia "casa".
La comarca donde estaba enclavado el monasterio ofrecía
condiciones favorables para el desarrollo de la apicultura. Los
jerónimos se autoabastecían de miel: sus colmenas,
emplazadas en diversos parajes de Guadalupe, Alía y Valdepalacios,
produjeron una media anual de 166,6 arrobas en 1585-1587(217).
En síntesis, con las actividades pecuarias el monasterio
consiguió autoabastecerse de carne, quesos, leche, miel,
cueros, pieles y vellones y obtener unos elevados ingresos monetarios
de la venta de algunos carneros y novillos y, sobre todo, de las
pilas de lana de sus cabañas ovinas.
Pese a que el ganado de la "casa" aprovechaba buena
parte de los pastizales de los jerónimos, éstos
solían arrendar algunas de sus dehesas. Ello casi siempre
ocurrió con las situadas en Cáceres, Alcántara
y Toledo, ya que estaban demasiado alejadas de Guadalupe y de
las granjas. En los dos últimos tercios del siglo XVI,
la cantidad de yerbas arrendadas por los jerónimos fue
relativamente elevada debido a que la fuerte reducción
del tamaño de sus cabañas bovinas fue acompañado,
al menos hasta 1562, de un incremento del número de dehesas
propiedad de aquéllos. Entre 1548 y 1556, el producto medio
anual de los arrendamientos de pastizales ascendió a 2.000.978
maravedís, cifra que suponía alrededor del 20 por
100 del total de ingresos monetarios de la "casa"(218).
El monasterio procuró aprovechar parte de las materias
primas obtenidas en sus explotaciones pecuarias y autoabastecerse
de productos manufacturados. Los principales oficios "industriales"
fueron la "obra", la tejeduría y la zapatería.
El primero se ocupaba de reparar la "fábrica",
las oficinas, los hospitales, los caños del agua y las
casas que los jerónimos poseían en Guadalupe. En
la tejeduría se fabricaban paños para los frailes,
los donados y los criados -también para las limosnas-.
La zapatería atendía las necesidades de la "casa",
peregrinos y pobres de la Puebla. Los talleres solían vender
algunos productos, pero dicha faceta comercial siempre tuvo un
carácter marginal.
Del total de ingresos monetarios del monasterio en el decenio
1548-1557 -97.441.687 maravedís-, el 34,31 por 100 procedió
de los intereses de los juros, de las rentas de las dehesas, de
otras rentas y de las "cosas vendidas"(219); el 32,47
por 100 de las demandas, de las limosnas y de los cepos de la
iglesia(220); el 15,71 por 100 de la renta "nueva" del
ganado(221), y el 7,50 por 100 de los adventicios. Por consiguiente,
las rentas en metálico de los jerónimos, a mediados
del siglo XVI, dependían básicamente del producto
de las demandas, de los arrendamientos de dehesas y de los beneficios
de sus explotaciones pecuarias.
En suma, los monjes lograron que la "empresa" agraria
y de servicios espirituales que les fue legada por la iglesia
de Guadalupe mantuviese un alto nivel de rentabilidad y un rápido
ritmo de crecimiento durante más de 150 años. La
labor tendente a prestigiar y popularizar el santuario, en la
que la difusión "controlada" de los "milagros
de Nuestra Señora" desempeñó un papel
crucial, proporcionó a la "casa" cuantiosos rendimientos:
por su cometido de intermediario entre los fieles y la Virgen,
el monasterio fue generosamente recompensado a través de
donaciones de bienes muebles e inmuebles y, sobre todo, de pequeñas,
pero numerosísimas, transferencias de rentas, lo que permitió
a aquél sufragar los gastos de las obras benéfico-asistenciales
y financiar grandes construcciones, primero, y una impresionante
expansión patrimonial, más tarde. A mediados del
siglo XVI, Guadalupe era, casi con toda seguridad, el monasterio
más rico de España. Sus extensas propiedades territoriales,
algunas heredadas del priorato secular y otras fruto de las compras
o de las donaciones, fueron mayoritariamente empleadas para autoabastecer
de alimentos a la "casa" y para sustentar a un elevado
número de cabezas de ganado de renta. Pese a que el nivel
de autoconsumo fue apreciable, la economía del monasterio
siempre estuvo muy integrada en los circuitos monetarios(222).
Aparte de ese intuitivo conocimiento de la mercadotecnia que
contribuyó a que Guadalupe se consolidara como el gran
centro mariano ibérico, al "haber" de los jerónimos
del Cuatrocientos hemos de agregar la estrategia de desarrollo
agrario basada fundamentalmente en las actividades pecuarias y
su habilidad para obtener apoyo y privilegios de monarcas y pontífices.
Fr. Fernán Yáñez y sus compañeros
habían recibido una auténtica "joya" en
1389, pero no cabe la menor duda de que las primeras generaciones
de monjes guadalupenses superion explotar eficazmente las potencialidades
de aquélla, sobre todo las que brindaba el santuario mariano.
3. Crisis y reajustes, 1563-1709: hundimiento de las transferencias
y explotación más intensiva del patrimonio territorial
Aunque una brusca desaceleración del crecimiento del patrimonio
territorial no tendría lugar antes de 1562, los balances
económicos del monasterio habían comenzado a empeorar
a partir de 1530. Ello obedeció al descenso de los beneficios
de las cabañas, especialmente de las bovinas, y a la caída
en términos reales del producto de las demandas. La ampliación
del área de superficie cultivada y el encarecimiento de
los alimentos -los pastores cobraban la mayor parte de su salario
en especie- tuvieron que presionar al alza sobre los costes de
las explotaciones pecuarias. De modo que el mantenimiento de los
beneficios de las cabañas habría exigido una aceleración
del crecimiento de la demanda de productos ganaderos. En un periodo
en el que la capacidad de consumo de un elevado porcentaje de
castellanos tendía a caer debido a la disminución
de la superficie de labrantíos y pastizales empleada por
productor agrario y al descenso de los salarios reales, resulta
poco probable que la demanda de carne y paños -lana- aumentara
a la velocidad necesaria para neutralizar completamente el efecto
del alza de los costes de producción sobre los balances
de las explotaciones pecuarias orientadas hacia el mercado.
En términos reales, el producto medio anual de las demandas
cayó entre un 10 y un 15 por 100 de 1524-1527 a 1548-1557.
Tal descenso obedeció, fundamentalmente, al reflujo de
las peregrinaciones(223) y a la disminución de la capacidad
de gasto de un elevado porcentaje de la población castellana(224).
A mediados del siglo XVI, los propios monjes comienzan a reconocer
que la situación económica de la "casa"
ya no era tan boyante como la de antaño. En 1557, quizás
por primera vez, se nombró una comisión de 12 religiosos
para que tratase de limitar los gastos de la institución(225).
Esta tentativa contrastaba con la filosofía económica
que había inspirado hasta entonces las actuaciones de los
dirigentes jerónimos: éstos habían estado
plenamente convencidos de que los desembolsos, sobre todo los
dedicados a grandes construcciones arquitectónicas, a obras
de ornamentación y a servicios benéfico-asistenciales,
iban a ser recompensados con creces a través de las transferencias
de rentas -limosnas- y de bienes patrimoniales -donaciones-. A
finales del siglo XVII, un monje de la "casa", que había
desempeñado anteriormente, casi con total seguridad, los
oficios de mayordomo y/o arquero, señaló que las
primeras generaciones de jerónimos habían basado
la administración económica del monasterio en la
siguiente máxima: "para que dando mucho se tuviese
más"(226). Sin embargo, ahora, a mediados del Quinientos,
a los monjes ya no les resultaba posible continuar contemplando
con indiferencia el incremento de los gastos. Ello revela que
un importante capítulo de la historia del monasterio, el
más brillante, estaba a punto de cerrarse.
Pese a que el panorama había comenzado a cambiar, hacia
1550 los problemas económicos del monasterio eran todavía
de escasa envergadura: el producto medio anual de las demandas
aún ascendía a más de tres millones de maravedís,
la renta "nueva" de las cabañas(227) rebasaba
el millón y medio de maravedís y la "casa"
estaba beneficiándose de la elevación de la renta
de los labrantíos y de los rompimientos efectuados en algunas
de sus dehesas(228). Aunque la Mesta trató de impedir que
se roturasen las dehesas del monasterio, éste consiguió
obtener licencias favorables en los distintos litigios suscitados
por aquélla sobre esta cuestión(229).
Las actividades agrícolas de las granjas de los jerónimos
descendieron bruscamente a partir de 1530, coincidiendo con la
reducción de sus cabañas bovinas. No obstante, es
muy probable que los motivos fundamentales que indujeron a los
monjes a explotar de un modo indirecto una parte más amplia
de su patrimonio territorial radicasen en la fuerte elevación
de las rentas de los labrantíos y en su incapacidad para
controlar el gasto de sus caserías(230).
En suma, las décadas centrales del Quinientos fueron un
periodo de transición para la economía del monasterio:
aunque las viejas directrices de la administración jerónima
comenzaban a ser anacrónicas, el mantenimiento del producto
de las demandas en cotas todavía elevadas, el considerable
aumento de la renta de los labrantíos y el nivel relativamente
alto de la de los pastizales determinaban que la situación
financiera de la "casa" continuase siendo bastante desahogada.
Fue en las tres últimas décadas del siglo XVI y
en la primera mitad del XVII cuando la economía del monasterio
sufrió un fuerte descalabro. Entre 1548-1557 y 1612-1621,
los ingresos monetarios, en términos reales, de la "casa"
se redujeron un 36,12 por 100(231).
Juros, renta de las dehesas, otras rentas y "cosas vendidas" | 33.436.637 | 34,31 | 29.497.499 | 47,39 |
Demandas, limosnas y cepos de la iglesia | 31.640.590 | 32,47 | 5.346.777 | 8,59 |
Renta "nueva" del ganado | 15.309.179 | 15,71 | 16.906.588 | 27,16 |
Adventicios | 7.315.330 | 7,50 | 3.242.290 | 5,20 |
Alquileres de casas y mesones | 4.078.417 | 4,18 | 3.113.326 | 5,00 |
Oficios de la casa | 1.939.865 | 1,99 | 1.386.434 | 2,22 |
Plata y oro vendidos | 642.257 | 0,65 | 953.740 | 1,53 |
Otros ingresos | 3.079.412 | 3,16 | 1.792.662 | 2,88 |
Total | 97.441.687 | 100,00 | 62.239.316 | 100,00 |
Fuentes: "Libro y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff. 166-183; Pablo Martín Aceña (1992), p. 364. |
Aunque el deflactor empleado no es el óptimo,
resulta incuestionable la fuerte reducción de la capacidad
de compra de las rentas del monasterio entre 1548-1557 y 1612-1621.
En términos reales, como puede constatarse en el Cuadro
3, el único renglón importante de los ingresos monetarios
de la "casa" que no disminuyó fue la renta "nueva"
del ganado(232). Ahora bien, ésta, en promedio anual, había
sido en 1524-1527 superior en un 81,1 y en un 63,9 por 100 a la
de 1548-1557 y a la de 1612-1621, respectivamente(233).
El producto de las demandas constituyó
la partida que más retrocedió: en maravedís
constantes, la caída fue del 86,67 por 100 entre 1548-1557
y 1612-1621(234). Aquél sólo aportaba el 6,44 por
100 de los ingresos monetarios de la "casa" en este
último decenio. Por consiguiente, el flujo de transferencias
al monasterio se redujo drásticamente en las cuatro últimas
décadas del siglo XVI y en las primeras del XVII. Esta
tendencia a la baja se mantendría después de 1620.
De hecho, el 11 de octubre de 1686 el capítulo acordó
que "se consumiesen y quitasen todas las demandas" por
su "corta utilidad", por sus gastos y por "los
fraudes e vellaquerías que los demandadores introducen
publicando indulgencias falsas, percibiendo limosnas que no les
pertenecen y dando cartas de pago de moldes de misas, de testamentos
y de devoción"(235). La "economía de santuario",
tan próspera antaño, comenzó a arrojar pérdidas
en el siglo XVII, ya que las transferencias de rentas de los fieles
no bastaban ahora para financiar los servicios materiales y espirituales
proporcionados gratuitamente a los peregrinos.
¿Por qué se desplomaron las
cantidades recaudadas por los demandadores del monasterio? No
resulta nada sencillo responder a esta cuestión, pero el
factor desencadenante de tal hundimiento parece haber sido un
"motu propio" de Pio IV en el que ordenó suspender
las demandas, precepto eclesiástico que resultaría
reforzado por la carta de Felipe II de 20 de agosto de 1563 en
la que prohibió las "questas" que publicasen
indulgencias(236). Ahora bien, las causas últimas del hundimiento
de las transferencias de rentas al monasterio debieron estribar
en la pérdida de influencia política de aquél
y, sobre todo, en los cambios en las formas de religiosidad que
entrañaron, entre otras cuestiones, una acusada merma del
protagonismo de los santuarios(237).
Las tentativas de obstaculizar las demandas
del monasterio ya se venían intensificando antes del referido
"motu propio" de Pio IV. En los años cuarenta
del Quinientos, el oidor de la Rota, del "Sacro Palacio de
Paulo III", mandó a los provisores de Avila y de Segovia
que no impidiesen las demandas que efectuaban los procuradores
del monasterio de Guadalupe(238). Como tales requerimientos no
fueron plenamente efectivos, aquél, el 30 de abril de 1551,
suscribió una concordia con la iglesia de Avila por la
que se comprometía a entregar 5.000 maravedís para
la fábrica de la catedral de dicha ciudad castellana todos
los años que sacase la "ynpetra" -impetra- en
el obispado abulense(239). Con tal acuerdo los jerónimos
reconocían de manera implícita que la época
en la que las demandas de "Nuestra Señora andaban
libre y desembargadamente" ya había concluido. También
en una carta remitida por el monasterio a Felipe II antes de que
Pio IV expidiese el "motu propio" en el que suspendió
las demandas, probablemente en el último trimestre de 1559,
se ponía en conocimiento del monarca que en algunos lugares
se estaban impidiendo las colectas de los "questores"
del santuario: "y aunque son requeridos con la dicha protección
y sobre cartas se escusavan e decían que no eran obligados
a las guardar y cumplir por aver muchos días que se dieron
y por no estar confirmadas" por el nuevo rey -Felipe II-(240).
A raíz del citado "motu propio"
de Pio IV, la oposición a las demandas de "Nuestra
Señora" se recrudeció. Los monjes tuvieron
que solicitar, de nuevo, la protección del monarca. La
real cédula de 14 de agosto de 1563 facultó al monasterio
de Guadalupe a continuar solicitando limosnas y mandas, pero,
por primera vez, el uso de tal prerrogativa fue sometido a importantes
restricciones: 1) los demandadores debían ser vecinos de
la ciudad, villa o lugar donde se iba a realizar la colecta(241);
2) el nombramiento de aquéllos debía ser aprobado
por el concejo correspondiente; 3) los "questores" no
podían publicar indulgencias, ni dar insignias u otros
objetos(242).
Alarmados por las severas condiciones establecidas
en la referida real cédula, los jerónimos escribieron
inmediatamente al monarca para intentar convencerle de que bajo
la nueva normativa las demandas no podían resultar rentables
y, sobre todo, para lograr suavizar o suprimir alguna de las restricciones.
Felipe II introdujo ciertos cambios en la normativa recientemente
aprobada: 1) accedió a que en los núcleos de menos
de 50 vecinos un único demandador pudiera ocuparse de las
colectas en 4 de aquéllos que fuesen contiguos; 2) autorizó
a que el monasterio designase 2 ó 3 "questores"
en las ciudades de más de 1.000 vecinos; 3) facultó
a los demandadores a solicitar limosnas en más de 4 aldeas
siempre que éstas perteneciesen a la misma feligresía
y que aquéllos fuesen vecinos de la colación en
la que desarrollaban su cometido(243); 4) otorgó su consentimiento
para que los jerónimos pudiesen imprimir la carta del rey
y el poder del prior a los demandadores(244).
No obstante, las concesiones del monarca
resultaban en este caso claramente insuficientes: por un lado,
las restricciones subsistentes encarecían y dificultaban
la recaudación de limosnas y mandas, al tiempo que hacían
casi imposible el control del monasterio sobre sus numerosísimos
"questores"; por otro, facilitaban la labor obstruccionista
del clero secular. De hecho, después de la carta de Felipe
II de 5 de marzo de 1564, en Avila, Chinchón, Colmenar,
Arroyomolinos, Romanogordo y Campillo las autoridades seguían
impidiendo a los procuradores de los jerónimos solicitar
y recoger limosnas y mandas(245). El 16 de abril de 1565 el monasterio
firmó una concordia con el obispo y cabildo de Burgos sobre
este asunto. Aquél se comprometió a pagar 12.000
maravedís a la fábrica de la catedral y 2 zamarros
al mitrado todos los años en los que "las demandas
de esta casa se cogeren en el dicho obispado"(246).
El culto a la Virgen de Guadalupe, que
constituía el fundamento de las transferencias de rentas
de miles de devotos al monasterio, estaba indisolublemente ligado
a las peregrinaciones y a los "milagros". En el siglo
XVI, el reflujo de aquéllas fue acompañado de un
deterioro de la imagen de los romeros. El proceso de pauperización
de amplios sectores de la sociedad castellana, especialmente a
partir de 1570-1580, inquietó a los contemporáneos.
Como era frecuente la identificación entre peregrino y
pobre, no puede sorprendernos que en la actitud de buena parte
de los castellanos hacia los romeros predominase, desde entonces,
el recelo sobre la simpatía(247). La pragmática
de Felipe II de 1590 acerca de las peregrinaciones parece ser
el colofón de ese proceso de desprestigio de las formas
medievales de religiosidad popular en las que las visitas a santuarios
constituían uno de sus elementos más característicos.
En ese nuevo contexto, todos los intentos
del monasterio por mantener las transferencias de rentas de los
fieles estaban condenados al fracaso: el flujo de limosnas y pequeñas
mandas tendió a disminuir a medida que se redujo el papel
del santuario de las Villuercas dentro de las prácticas
religiosas de los ibéricos y a medida que empeoró
la imagen de los jerónimos de Guadalupe, proceso al que
contribuyeron las pérdidas de protagonismo y de consideración
social de todos los monacales, los desmanes de algunos de sus
demandadores y el propio volumen de riquezas acumulado por la
"casa"(248). La menor influencia en la corte, la caída
de la renta real de amplios sectores de la población castellana
y el desarrollo del culto a la Virgen de Guadalupe en otros centros
religiosos(249) aceleraron el descenso de las limosnas y mandas
recolectadas por los procuradores del monasterio. En definitiva,
la irreversible crisis de las demandas fue, ante todo, consecuencia
de la pérdida de popularidad y protagonismo del centro
mariano de las Villuercas y del descenso del valor atribuido por
la sociedad ibérica, especialmente por la castellana, al
papel de los jerónimos de custodios y administradores del
santuario.
En maravedís constantes, los "adventicios"
-partida en la que las donaciones y "mandas forzosas"
tenían una capital importancia- se redujeron un 55,67 por
100 entre 1548-1557 y 1612-1621 -véase el Cuadro 3-. Por
consiguiente, las transferencias de rentas al monasterio protagonizadas
por personas de condición económica acomodada también
descendieron de manera acusada en ese periodo, aunque no tanto
como las llevadas a cabo por los devotos con bajos niveles de
ingresos(250).
En las cuentas de la mayordomía
aparecían inicialmente los siguientes capítulos:
los intereses de los juros, la renta de las dehesas y heredades,
el rendimiento de distintos derechos -las escribanías y
el portazgo de Trujillo, los menudos de las tercias reales de
Trujillo y su tierra-, los alquileres de las casas -excepto las
de Guadalupe- y de las ventas, casi todos los ingresos monetarios
obtenidos en la Puebla y el producto de las "cosas vendidas"
-trigo, aceite, miel, azúcar, ganado de deshecho y especias-(251).
Desde 1569 el mayordomo también se hizo cargo de la renta
"nueva" del ganado(252). Para el periodo 1569-1660 se
dispone, afortunadamente, de una completa información sobre
los ingresos de la mayordomía.
En el decenio 1612-1621, el cargo de la
mayordomía ya representaba el 74,55 por 100 del total de
ingresos en metálico de la "casa". Como, durante
el siglo XVII, las demandas y los adventicios continuaron perdiendo
importancia dentro del conjunto de rentas de los jerónimos,
el cargo de la mayordomía constituye un buen indicador
de la evolución del total de ingresos monetarios del monasterio
en el Seiscientos, si bien aquél infravalora algo el retroceso
económico de la institución.
Los ingresos de la mayordomía, sin
incluir la renta "nueva" del ganado, disminuyeron en
maravedís constantes un 11,78 por 100 entre 1548-1557 y
1612-1621 y un 42,11 por 100 entre 1612-1620 y 1652-1660. Introduciendo
la renta "nueva" del ganado, la caída fue del
4,80 por 100 entre 1548-1557 y 1612-1621 y del 22,83 por 100 entre
1612-1620 y 1652-1660. Por consiguiente, el deterioro de la economía
del monasterio se acentuó en la primera mitad del siglo
XVII.
Como puede observarse en el Cuadro A del
Apéndice Estadístico y en el Gráfico 1, los
ingresos reales de la mayordomía descendieron de manera
brusca entre 1569 y la primera mitad de los años noventa;
recuperaron algo del terreno perdido en las tres décadas
siguientes; sin embargo, a partir de 1624 volvieron a registrar
un intenso movimiento contractivo que se prolongaría hasta
mediados del Seiscientos, momento en el que parece tocar fondo
la depresión económica del monasterio. Entre 1569-1577
y 1646-1654, la capacidad de compra de los ingresos de la mayordomía
se redujo casi un 39 por 100.
Las principales partidas de aquéllos
eran la renta de las dehesas y los beneficios de las cabañas.
Ambas significaban el 64,37 y el 81,44 por 100 del total de ingresos
de la mayordomía en 1569-1577 y 1652-1660, respectivamente(253).
Con una rápida mirada al Gráfico
2 y al Cuadro A del Apéndice Estadístico basta para
percatarse de la muy distinta trayectoria de la renta real de
las dehesas y de los beneficios reales de las cabañas:
mientras aquélla descendió de manera intensa y prácticamente
ininterrumpida, éstos tendieron a elevarse, aunque el movimiento
ascendente fue bastante suave desde comienzos del siglo XVII.
El cambio en las proporciones fue de enorme magnitud: la renta
de las dehesas pasó de significar el 50,78 por 100 del
total de ingresos de la mayordomía en 1569-1577 a sólo
suponer el 30,22 por 100 de dicho monto en 1652-1660, en tanto
que los porcentajes que representaron los beneficios de las cabañas
fueron del 13,59 por 100 en el primer periodo y del 51,22 por
100 en el segundo.
En términos reales, el producto
de los arrendamientos de 18 dehesas del monasterio se redujo un
9,09 por 100 entre 1538 y los primeros años del siglo XVII(254).
Teniendo en cuenta que la superficie de pastizales estaba constriñéndose
en ese periodo debido a las roturaciones(255), todo parece indicar
que el estancamiento o la ligera caída de la renta real
de las dehesas hubo de obedecer a la significativa disminución
de las cabañas que producían para el mercado. En
maravedís constantes, el valor de los arrendamientos de
pastos siguió descendiendo en la primera mitad del siglo
XVII: el de 12 dehesas de los jerónimos cayó un
32,91 por 100 entre 1602-1604 y 1657-1659(256). Por tanto, a finales
de la década de los cincuenta del Seiscientos la capacidad
adquisitiva de la renta de las yerbas de los jerónimos
se había reducido casi un 40 por 100 en relación
a la de 120 años atrás.
Como es lógico, la renta de las
dehesas dependía del precio de las yerbas, pero también
de la superficie de pastos arrendada por los monjes. Como el patrimonio
territorial de la "casa" varió poco después
de 1565, la cantidad de yerbas alquiladas vino determinada principalmente
por los cambios en el tamaño de las cabañas ovinas
y bovinas de aquélla. En la segunda mitad del siglo XVI,
el de las primeras tendió a crecer y el de las segundas
a disminuir. En la primera mitad del Seiscientos sucedió
exactamente lo contrario. De modo que las variaciones en la dimensión
de las cabañas tuvieron un carácter compensatorio
y, en consecuencia, los movimientos en el producto de los arrendamientos
de dehesas de los monjes respondieron fundamentalmente a la evolución
del precio de las yerbas.
Las ganaderías ovinas y bovinas
de los jerónimos, salvo la trashumante durante la época
estival, se sustentaban en pastos de la "casa". Por
tanto, la renta "nueva" del ganado no podía coincidir
con el valor añadido neto de las explotaciones pecuarias(257).
En cualquier caso, los beneficios de las cabañas del monasterio
parecen haber registrado un considerable incremento en el último
cuarto del siglo XVI. Esta mejora en los balances fue fruto del
aumento del tamaño y de la recuperación de los beneficios
de la cabaña trashumante(258). Aunque descendió
bruscamente en varios periodos del primer tercio y de las dos
últimas décadas del siglo XVII, el nivel medio de
rendimientos de la explotación trashumante de los jerónimos
fue, como puede apreciarse en el Cuadro 4, bastante elevado en
el conjunto de dicha centuria(259). Ello, junto a la cierta recuperación
de las cabañas bovinas, explica el movimiento suavemente
ascendente de la renta real "nueva" del ganado en las
seis primeras décadas del Seiscientos.
1597-1612 | 13.088 | 8,87 | 7,72 | 1,14 | 1,32 |
1628-1638 | 13.957 | 10,53 | 9,44 | 1,08 | 0,84 |
1639-1656 | 12.205 | 16,45 | 10,06 | 6,39 | 4,21 |
1657-1679 | 14.342 | 19,38 | 14,21 | 5,17 | 2,54 |
1680-1685 | 18.886 | 11,22 | 10,40 | 0,82 | 0,58 |
1686-1689 | 17.384 | 14,77 | 7,45 | 7,32 | 5,89 |
1693-1700 | 19.207 | 18,14 | 11,88 | 6,27 | 4,54 |
20.012 | 12,22 | 11,53 | 0,69 | 0,31 | |
21.106 | 17,75 | 11,04 | 6,70 | 5,11 | |
23.531 | 14,76 | 10,48 | 4,27 | 2,69 | |
22.394 | 18,40 | 11,83 | 6,56 | 5,22 | |
25.029 | 16,34 | 12,82 | 3,52 | 2,32 | |
24.233 | 25,55 | 17,62 | 7,92 | 3,66 | |
Fuentes: "Hojas de Ganado", AMG, legajos 127 y 128; "Hojas de Ganado", AHN, clero, libro 1.560; Pablo Martín Aceña (1992), p. 364; David Reher y Esmeralda Ballesteros (1993). |
Los "otros ingresos" que estaban
a cargo del mayordomo descendieron aún más que la
renta de las dehesas: aquéllos, en términos reales,
se redujeron un 65,83 por 100 entre 1569-1577 y 1652-1660 -véanse
el Cuadro A del Apéndice Estadístico y el Gráfico
2-. Tal evolución no puede extrañarnos si tenemos
en cuenta que las rentas de los juros representaban un elevado
porcentaje de este capítulo de ingresos. Aquéllas
no sólo no se revalorizaban al compás que aumentaban
los precios, sino que a menudo dejaron de percibirse debido a
la angustiosa situación de la Hacienda(260).
Los ingresos en especie de los jerónimos
también se desplomaron entre 1550 y 1650. La actividad
agrícola de las granjas venía reduciéndose
desde 1530. El mínimo se alcanzó en la primera mitad
del siglo XVII(261). Mientras se mantuvieron en niveles altos
la demanda de labrantíos y la renta de los "panes",
el descenso de sus cosechas de granos no planteó problemas
excesivamente graves al monasterio. Sin embargo, el tema se tornó
muy preocupante cuando coincidieron la caída de la renta
de las labores con la disminución de otras importantes
partidas de ingreso de cereales de la "casa".
Los monjes venían teniendo crecientes
dificultades para percibir los diezmos de las tierras que poseían
en la jurisdicción del obispado de Plasencia. Los jerónimos
tuvieron que asumir una importante reducción de sus derechos
decimales. En la concordia, fechada en 1575, el obispo y el cabildo
reconocían que los jerónimos estaban exentos del
pago del diezmo(262), pero, en contrapartida, el monasterio aceptó:
1) renunciar a los derechos decimales sobre los esquilmos de los
ganados ajenos que aprovechasen sus dehesas; 2) cobrar, como máximo,
18.000 maravedís del diezmo de la pearas de sus pastores;
3) percibir sólo la mitad del diezmo de los frutos de sus
tierras arrendadas a labor; 4) señalar 1.200 fanegas de
sus propiedades a fin de que los derechos decimales correspondientes
a los pedazos establecidos fuesen percibidos íntegramente
por las iglesias parroquiales(263); 5) no exigir ningún
derecho decimal sobre las tierras que en el futuro adquiriese
y arrendase en la jurisdicción de la dignidad plasentina(264).
El obispo, el cabildo y las iglesias parroquiales
aspiraban a la completa erradicación de los privilegios
decimales del monasterio en sus respectivas demarcaciones. De
modo que la concordia únicamente constituyó una
tregua no demasiado prolongada. En 1642, el cabildo intentó
cobrar el diezmo a los propios ganados de los jerónimos(265).
No lo consiguió, pero esa audaz tentativa denota que aquél
se hallaba a la ofensiva y que el monasterio era entonces bastante
más vulnerable que antaño. No puede sorprendernos,
pues, que el volumen global de los diezmos percibidos por los
jerónimos tendiera a reducirse. Los de trigo ascendieron
a una media anual de 1.389,95 fanegas en 1549-1550, de 2.112,53
en 1559-1560, de 1.966,16 en 1585-1587 y de 863,11 en 1654-1658(266).
Por otro lado, las Tercias Reales de Trujillo
y su tierra registraron un acusado descenso a partir de 1560:
la media anual de las de trigo fue de 2.424,75 fanegas en 1549-1550,
de 2.247,52 en 1559-1560, de 1.944,05 en 1565-1567 y de menos
de 1.000 a comienzos del siglo XVIII(267). En las últimas
décadas del Quinientos y en la primera mitad del Seiscientos,
la depresión agrícola castigó con especial
dureza a la penillanura trujillana; no obstante, los datos demográficos
y otras evidencias apuntan a que el movimiento recesivo alcanzó
en el conjunto de la región extremeña una intensidad
relativamente alta durante ese intervalo(268).
Las rentas medias anuales de los molinos
descendieron desde más de 1.200 fanegas de trigo en 1549-1550
y 1559-1560 a sólo 397,25 en 1710-1714(269). Esa caída
refleja el retroceso de la actividad cerealícola, pero
también los problemas que entrañaba, en una fase
de "vacas flacas", la gestión de unos artefactos
hidráulicos situados bastantes de ellos a considerable
distancia del monasterio.
En síntesis, entre 1550 y 1650 las
cantidades de cereales ingresadas por los jerónimos disminuyeron
fuertemente debido a la drástica reducción de las
actividades agrícolas de aquéllos, a la pérdida
de derechos decimales, a la caída de la renta de los labrantíos
y de los molinos y al descenso del producto de las Tercias Reales
de Trujillo y su tierra ocasionado por la contracción agrícola
en esa comarca.
La producción pecuaria para el consumo
de la "casa" también registró un intenso
movimiento recesivo. El descalabro de las cabañas bovinas
fue impresionante: de las 2.791 cabezas de 1527 se pasó
a las 186 de 1598. La recuperación, a partir de esta última
fecha, fue modesta, ya que en ningún año de la primera
mitad del siglo XVII llegaron a contabilizarse 700 reses bovinas.
Los tamaños de la cabaña ovina "grosera",
de la caprina y de la porcina también tendieron a reducirse
desde mediados o finales del Quinientos. Entre 1556 y 1650, el
número de cabezas de la primera disminuyó un 61,19
por 100, el de la segunda un 63,48 por 100 y el de la tercera
un 63,95 por 100(270). La cabaña trashumante fue la única
que creció -se contabilizaron 6.945 cabezas en 1556 y 12.506
en 1650-, pero la producción de aquélla se destinaba
casi por completo al mercado. Por consiguiente, hacia 1650 el
"output" de las ganaderías de los jerónimos
dedicado a satisfacer las necesidades de carne, leche, queso y
fuerza de tracción animal de la "casa" no llegaba
al 50 por 100 del de mediados del Quinientos. Este retroceso fue
acompañado por la desaparición de las demandas de
ganado(271) y por la ya aludida pérdida de derechos decimales
sobre los esquilmos de las cabezas ajenas que aprovechaban las
dehesas del monasterio ubicadas en la jurisdicción del
obispado de Plasencia.
La producción vinícola de
la comunidad jerónima siguió también una
trayectoria claramente descendente: la cosecha media anual de
uvas fue de 1.479,5 cargas en 1559-1560, de 1.116,3 en 1585-1587
y de 470,9 en 1654-1658. La actividad oleícola tampoco
arroja un balance favorable: la producción media anual
de aceite ascendió a 2.287,25 arrobas en 1559-1560, a 1.472
en 1585-1587 y a 1.160,95 en 1654-1657(272).
En definitiva, los ingresos monetarios
y en especie de los jerónimos se desplomaron de manera
prácticamente simultánea en el último tercio
del siglo XVI y en la primera mitad del XVII. Ello obligó
a los rectores del monasterio a afrontar una situación
inédita en las casi dos primeras centurias de existencia
de la "casa": ¿cómo administrar unos recursos
cada vez más escasos? Hasta mediados del siglo XVI, las
transferencias de rentas y bienes raíces habían
permitido a los monjes disponer de un volumen impresionante de
recursos, los cuales habían contribuido decisivamente a
financiar los cuantiosos gastos de consumo e inversión
del monasterio. Ahora, en cambio, ese flujo de transferencias
estaba descendiendo de un modo alarmante, la producción
agrícola de las granjas disminuía, el tamaño
de las cabañas orientadas a autoabastecer a la "casa"
registraba una brutal reducción y, desde las últimas
décadas del siglo XVI, la renta de las dehesas tendía
a caer. El único dato positivo lo suministraba la cabaña
trashumante: los beneficios de esta explotación pecuaria
aumentaron en el último cuarto del siglo XVI. Ello, sin
embargo, no bastaba para contrarrestar el descalabro que estaban
registrando la mayor parte de actividades económicas del
monasterio. Consiguientemente, la capacidad de gasto de aquél
tendía a reducirse a ritmo trepidante.
Los jerónimos no reaccionaron con
rapidez ante la aparición de un desequilibrio crónico
en su economía. No podía resultarles fácil
romper con prácticas seculares y admitir que para enderezar
la situación tenían que introducir profundas reformas.
Además, las dificultades económicas del monasterio
estaban colocando en una precaria posición a los vecinos
de Guadalupe(273). De modo que la demanda de subvenciones y servicios
benéfico-asistenciales presionaba con especial fuerza sobre
el "presupuesto de la casa". El plan de contención
de gastos de 1557 no consiguió alcanzar los fines perseguidos.
De hecho, aunque todavía en proporciones relativamente
modestas, el monasterio comenzó a tener que recurrir con
bastante frecuencia al crédito para poder financiar sus
gastos corrientes. Ahora, en un periodo de encarecimiento de los
granos, los jerónimos eran compradores "netos"
de trigo. A menudo la toma de un censo se efectuaba con el propósito
de abastecer de cereales a la "casa"(274).
La reforma administrativa, tal vez por
su carácter escasamente traumático, fue la primera
iniciativa que adoptaron los monjes cuando los balances de su
economía tendieron a empeorar. Aquéllos consideraron
que para mejorar la gestión había que disponer de
una información más completa y que avanzar en la
centralización y coordinación de las decisiones
económicas. A fin de alcanzar tales propósitos se
reforzó el papel de la mayordomía en la administración
de la "casa" y comenzaron a elaborarse de modo sistemático
las cuentas anuales de ingresos y gastos "cuasi" generales(275).
La confección de la "Hoja de Ganado", además
de suponer un hito dentro de la historia de la contabilidad y
de las técnicas de análisis económico en
España(276), permitió al monasterio, desde finales
del siglo XVI, conocer la evolución del valor añadido
bruto y de la rentabilidad de sus distintas cabañas. El
empleo en éstas de tal "refinamiento contable"
no fue fortuito, sino que respondió a la mayor prioridad
otorgada por los jerónimos a sus explotaciones pecuarias
a raíz del desplome del producto de las demandas.
La reforma administrativa no podía
por sí sola corregir el desequilibrio "presupuestario"
de la "casa". Ahora bien, aquélla facilitó
el análisis de los problemas económicos del monasterio
y la posterior adopción de una política de austeridad.
Antes de aceptar una drástica reducción
de sus gastos y/o de introducir cambios profundos en su economía,
los jerónimos intentaron compensar la caída de las
transferencias de rentas en la Península Ibérica
con un aumento de las procedentes del continente americano. Aprovechando
la devoción de numerosos indianos a la Virgen de Guadalupe,
fenómeno fácilmente observable en la toponimia y
en la advocación de bastantes ermitas e iglesias en el
"nuevo mundo"(277), los monjes intentaron organizar
un eficaz sistema de recaudación de limosnas y mandas en
los dominios españoles en América. Varios jerónimos
viajaron a Indias -Fr. Diego de Losar, hacia 1587; Fr. Diego de
Ocaña y Fr. Martín de Posada, en 1599; Fr. Pedro
del Puerto, en 1612- con el propósito de potenciar e institucionalizar
la devoción a la Virgen de Guadalupe y las demandas en
diversas ciudades. Para alcanzar tales objetivos fundaron varias
cofradías, cuya administración solió ser
encomendada a conventos franciscanos(278). Aunque el monasterio
siguió recibiendo distintas transferencias de rentas desde
el continente americano hasta bien avanzado el siglo XVIII(279),
constituyó un rotundo fracaso la tentativa de que los fieles
del "nuevo mundo" supliesen la menor generosidad hacia
el santuario de las Villuercas de los residentes en Castilla y
Portugal: era utópico que desde Extremadura pudiera controlarse
el destino otorgado a las recaudaciones a que daba lugar el culto
a la Virgen de Guadalupe en un territorio amplísimo y separado
del monasterio por miles de kilómetros y por el océano
Atlántico(280).
Entre 1611 y 1620, el gasto medio anual
de la "casa" se elevó a 19.757.276 maravedís
y a 12.367 fanegas de trigo, 4.061 fanegas de cebada, 6.587 arrobas
de vino, 1.314 arrobas de aceite, 3.464 arrobas de pescado, 2.352
carneros, 563 machos, 1.417 ovejas y corderos, 84 vacas y 989
cabras(281). Estas cifras revelan que hacia 1615 los administradores
de la "casa" aún no habían puesto en marcha
un riguroso plan de austeridad(282). Sería poco después,
en los años veinte, cuando se produjo un acusado viraje
en la política económica de los jerónimos.
Estos tuvieron que reducir drásticamente los gastos a fin
de evitar que el déficit "presupuestario" se
ampliara y se hiciera crónico, lo que podría haber
puesto en peligro la integridad de su patrimonio.
Como puede apreciarse en el Gráfico
3 y en el Cuadro B del Apéndice Estadístico, la
administración monástica realizó un notable
esfuerzo para moderar los gastos en metálico: éstos,
en maravedís constantes, se redujeron un 32,52 por 100
entre 1614-1622 y 1676-1684 -descontando los gastos de las cabañas
y de las granjas, la caída fue del 47,07 por 100-(283).
El consumo de cereales y carne también registró
una importante contracción. A finales del siglo XVII, el
gasto medio anual del monasterio ascendía a 6.500 fanegas
de trigo, 2.500 fanegas de cebada, 1.600 carneros, 400 machos,
600 ovejas, 300 cabras y 60 bueyes y vacas(284). Por consiguiente,
entre 1611-1620 y los años noventa de esa misma centuria,
el número de reses sacrificadas descendió un 45,23
por 100 y el consumo de granos un 45,21 por 100. La reducción
de gastos monetarios y en especie alcanzó, pues, proporciones
parecidas.
El rigor de la política de austeridad
no fue óbice para que el endeudamiento de la "casa"
creciese de manera alarmante entre 1630 y 1680(285). El 26 de
enero de 1630, día en el que Fr. Cristóbal de Vadillo
se hizo cargo de la prelacía, los principales de los censos
"contra la comunidad" sumaban 5.987.000 maravedís.
El 22 de diciembre de 1682 se elevaban a más de 29.920.000
maravedís(286). Aunque el tipo de interés de los
censos descendió en la segunda mitad del Seiscientos, el
monasterio llegó a tener que pagar de réditos de
aquéllos más de un millón de maravedís
al año(287). La preocupación por el nivel de endeudamiento
llegó hasta el extremo de que los jerónimos se plantearon
en diversos momentos la venta de una gran finca rústica
para reducir aquél y, por ende, sus cargas financieras.
Por distintas razones, al monasterio le
resultó prácticamente imposible ir aún más
lejos en la política de austeridad. Por un lado, a economías
tan marcadamente consuntivas, como las de las casas monacales,
les suponía un enorme esfuerzo los recortes presupuestarios
y la renuncia a los gastos extraordinarios. La construcción
de una nueva y monumental sacristía, obra iniciada en 1638,
en un momento en que la "casa" atravesaba graves dificultades
económicas, revela la alta propensión al gasto de
los jerónimos guadalupenses y la difícil aceptación
por parte de éstos de su pérdida de protagonismo
político y espiritual(288). Por otro lado, los rectores
de la "casa" precisaban mantener los servicios benéfico-asistenciales,
máxime en un periodo en el que los problemas económicos
para buena parte de la población local y regional estaban
acentuándose(289) y en el que la consideración social
de los monacales tendía a deteriorarse. A finales del siglo
XVII, los gastos ordinarios de la portería ascendían
a 25.000 reales(290), los de los hospitales a 32.000 reales y
los del colegio a 30.000 reales. Por esas mismas fechas, la octava
parte del total de desembolsos de la comunidad jerónima
se destinaba a obras benéfico-asistenciales(291). Además,
los donativos solicitados por la Monarquía, especialmente
durante el reinado de Felipe IV, también contribuyeron
a dificultar la aplicación de la política de reducción
de gastos del monasterio. Este entregó a las arcas reales
3.740.000 maravedís entre 1629 y 1640(292).
La política de austeridad evitó
males mayores, pero, una vez que prácticamente habían
cesado las transferencias a la "casa", los jerónimos,
si querían recuperar capacidad de gasto, debían
introducir profundos cambios en la gestión de sus enormes
propiedades territoriales. Durante el largo periodo en que los
ingresos ordinarios de la "casa" solieron mantenerse
bastante por encima de los gastos ordinarios, especialmente entre
mediados de los siglos XV y XVI, los dirigentes monásticos
habían dedicado buena parte de esos excedentes a financiar
la ampliación del patrimonio territorial rústico(293).
Además, los monjes, pese al hundimiento de sus ingresos,
consiguieron conservar íntegra su hacienda. De modo que
su margen de maniobra era todavía bastante amplio, sobre
todo si se tiene en cuenta que sus derechos de propiedad territorial
no estaban siendo cuestionados.
Desde mediados del siglo XVII, la reforma
económica de los jerónimos se intensificó
y adquirió una dimensión inédita al afectar
a la gestión de sus impresionantes recursos agrarios. Las
nuevas iniciativas se orientaron en dos direcciones. Por un lado,
el monasterio trató de potenciar su cabaña trashumante.
De hecho, el tamaño de esta explotación aumentó
y los beneficios medios anuales por cabeza alcanzaron un nivel
bastante elevado a partir de 1640 -véase el Cuadro 4-(294).
Esta alternativa resultaba congruente con la dotación de
factores de la institución y con la coyuntura económica:
1) el patrimonio de la "casa" era especialmente apropiado
para el desarrollo de la ganadería ovina; 2) los administradores
monásticos habían acumulado una amplia experiencia
en la producción y comercialización de lana fina;
y 3) como la renta real de los pastizales había descendido
apreciablemente, el coste de oportunidad de dedicar más
dehesas al sustento de un mayor número de cabezas merinas
propias era bastante pequeño. Por otro lado, los jerónimos
revitalizaron sus actividades cerealícolas, aunque en este
ámbito los mayores avances se produjeron, como puede apreciarse
en el Gráfico 4 y en el Cuadro C del Apéndice Estadístico,
en los años finales del Seiscientos y en los primeros del
Setecientos y en la década de los veinte de esta última
centuria. En cualquier caso, a comienzos de los años sesenta
del siglo XVII ya se habían reabierto o se habían
ampliado las labores propias en las granjas de El Rincón,
La Vega, Madrigalejo y La Burguilla(295). La cantidad media anual
de trigo, cebada y centeno cosechada por el monasterio fue de
3.614,7 fanegas en 1654-1658, de 4.856,8 en 1668-1674 y de 7.239,0
en 1699-1705(296). Este aumento en la producción agrícola
permitió a la "casa" reducir sus compras de cereales
y poder ampliar el consumo de dichos artículos.
La política de austeridad y el aprovechamiento
más intensivo del patrimonio territorial acabaron dando
sus frutos: en maravedís constantes, los ingresos medios
anuales de la mayordomía se incrementaron un 48,58 por
100 entre 1652-1660 y 1689-1690(297); además, la producción
agraria destinada al autoconsumo de la "casa" también
creció apreciablemente en la segunda mitad del siglo XVII.
Asimismo, entre 1687 y 1695, gracias a los magníficos resultados
de su cabaña trashumante, el monasterio consiguió
amortizar una parte sustancial de los censos que tenía
contra sí(298).
En definitiva, a finales del siglo XVII
los jerónimos se habían recuperado de algunos de
los reveses sufridos desde mediados del Quinientos. La "casa"
no volvería a recobrar la capacidad expansiva y de inversión
que le habían proporcionado las demandas hasta 1550, ni
tampoco el protagonismo político y espiritual que había
logrado mantener hasta el inicio de la época imperial,
pero conservaba íntegro su descomunal patrimonio territorial
y había introducido, aunque con retraso, los reajustes
necesarios en su economía para poder desenvolverse mejor
en el nuevo contexto. En las postrimerías del Seiscientos,
el monasterio, una vez que había rebajado notablemente
su grado de endeudamiento, se hallaba, pues, en buenas condiciones
para aprovechar una coyuntura económica más favorable,
circunstancia que no tardaría en presentársele.
4. La "edad de plata", 1710-1786:
expansión de las cabañas y de las labores
Aun cuando los jerónimos no consiguieron
restablecer el flujo de transferencias a la "casa",
ni ampliar de manera significativa su patrimonio territorial,
sí lograron que sus ingresos, en metálico y, sobre
todo, en especie, y, por ende, su capacidad de gasto crecieran
apreciablemente entre 1710 y 1786. Este periodo puede ser considerado,
pues, como la "edad de plata" de la economía
del monasterio. El ascenso de los ingresos fue producto, fundamentalmente,
de la ampliación de las cabañas, de los buenos resultados
obtenidos por la explotación trashumante y del crecimiento
de las actividades cerealícolas de las granjas. En el siglo
XVIII, por tanto, los monjes no sólo prosiguieron, sino
que intensificaron la política de explotar directamente
un porcentaje creciente de su patrimonio territorial rústico.
Esta opción fue acertada, al menos en lo que se refiere
al uso de más dehesas para sustentar a un mayor número
de cabezas propias, ya que las "Hojas de Ganado" demuestran
que los ingresos netos de la "casa" habrían sido
menores en el supuesto de que el tamaño de las cabañas
de los jerónimos hubiese sido más pequeño
y de que aquéllos, por consiguiente, hubiesen arrendado
un mayor volumen de yerbas(299). Aunque las cuentas de las granjas
no proporcionan la información necesaria para estimar el
coste de oportunidad del cultivo directo de la tierra, todo apunta
a que la decisión de los jerónimos de ampliar, primero,
y mantener, después, sus labores fue sensata, cuando menos
hasta que la renta recuperó unos niveles relativamente
elevados(300).
El monasterio vendía grandes cantidades
de lana fina y continuaba teniendo, pese a la ampliación
de sus labores, déficit de granos. No es extraño,
pues, que los buenos resultados económicos obtenidos por
los jerónimos guadalupenses, en el periodo ahora considerado,
respondiesen en buena medida a que la ratio precio de la lana
fina / precio de los cereales se mantuvo en niveles relativamente
altos(301). Es decir, los términos de intercambio fueron
favorables para la "casa" durante la mayor parte del
siglo XVIII.
Las cifras del Cuadro 5 evidencian la tendencia
alcista de la dimensión de todas las cabañas de
los monjes en la primera mitad del Setecientos. Después
de 1750, el número de cabezas de la mayoría de aquéllas
disminuyó. En cualquier caso, la riqueza pecuaria del monasterio
había aumentado significativamente entre 1700 y 1780.
19.207 | 6.229 | 835 | 3.316 | 411 | 177 | |
20.012 | 6.565 | 1.151 | 3.451 | 515 | 173 | |
21.106 | 5.736 | 815 | 4.206 | 508 | 127 | |
23.531 | 6.691 | 1.082 | 4.988 | 579 | 136 | |
22.394 | 9.102 | 1.523 | 6.101 | 793 | 195 | |
25.029 | 8.982 | 1.759 | 6.186 | 773 | 271 | |
23.778 | 7.921 | 2.110 | 5.771 | 665 | 225 | |
24.687 | 8.494 | 1.848 | 5.582 | 714 | 212 | |
Fuente: "Hojas de Ganado", AMG, legajo 128; "Hojas de Ganado", AHN, clero, libro 1.560. |
La mayor expansión la registraron
las cabañas bovinas(302), si bien éstas no llegaron
a recuperar el tamaño que habían alcanzado hacia
1460. El crecimiento de la ganadería ovina trashumante
fue más modesto, pero conviene tener presente que partía
ya de una dimensión notable y que los jerónimos
no habían tenido hasta entonces tantos rebaños de
ovejas merinas. De hecho, los monjes guadalupenses eran dueños
de una de las quince mayores explotaciones trashumantes castellanas.
Considerando el conjunto de actividades pecuarias, muy pocas "empresas"
ganaderas de la Corona de Castilla, probablemente menos de cinco,
tuvieron, en el siglo XVIII, una dimensión superior a la
del monasterio de las Villuercas.
El auge de las cabañas, aparte de
contribuir de manera decisiva al incremento de los ingresos monetarios,
permitió elevar el consumo de productos pecuarios y atender
las crecientes necesidades de fuerza de tracción animal
de la recua, de la carretería y de las granjas. Lógicamente,
la expansión de las ganaderías propias implicó
una reducción de la cantidad de yerbas arrendadas por los
monjes.
El número medio anual de bueyes
empleados en las granjas de Madrigalejo, El Rincón, La
Vega, La Burguilla y Cortijo de San Isidro fue de 143 en 1700-1704(303),
de 127 en 1710-1714, de 175 en 1725-1729, de 234 en 1745-1749,
de 180 en 1755-1759 y de 226 en 1766-1770(304). Los animales de
labor utilizados en las caserías de la "casa"
se reponían con las reses vacunas criadas en Valdepalacios
y La Vega. Además, todos los años las cabañas
bovinas vendían algunas cabezas y entregaban otras para
la carnicería de la "casa". Entre 1765 y 1784,
los jerónimos colocaron en el mercado un promedio anual
de 185,15 reses vacunas(305).
Entre los años finales del siglo
XVII y el intervalo 1729-1737, el número medio anual de
vacas sacrificadas por el monasterio aumentó un 83 por
100 y el de ovejas, carneros, machos y cabras un 23 por 100(306).
Pese a este notable crecimiento, la "casa" no recobró
los niveles de consumo de carne de la segunda mitad del Cuatrocientos
y de la primera mitad del Quinientos, época en la que aquélla
percibía diezmos del ganado ajeno que pastaba en sus dehesas
y un elevado número de cabezas de las demandas efectuadas
por sus numerosísimos "questores".
Como puede apreciarse en el Cuadro 6 y
en el Cuadro D del Apéndice Estadístico(307), las
ventas de los productos de sus cabañas aportaron al monasterio
más de la mitad de sus ingresos monetarios. El peso relativo
de aquéllas tendió a disminuir a partir de 1762,
pero los jerónimos, a mediados de los ochenta del Setecientos,
aún obtenían casi el 50 por 100 de sus rentas en
metálico de la comercialización de una parte del
producto de sus explotaciones pecuarias(308).
770.799 | 441.269 | 103.238 | 57,24 | 13,39 | 70,64 | |
856.050 | 495.177 | 85.171 | 57,84 | 9,94 | 67,79 | |
965.730 | 556.487 | 77.187 | 57,62 | 7,99 | 65,61 | |
1.171.592 | 631.932 | 84.099 | 53,93 | 7,17 | 61,11 | |
1.519.758 | 731.527 | 121.252 | 48,13 | 7,97 | 56,11 | |
Fuente: "Hojas de Rentas", AMG, legajo 151. |
Las rentas en dinero de las dehesas habían
llegado a significar nada menos que el 27,73 por 100 del total
de ingresos monetarios de la "casa" en el decenio 1612-1621(309).
La sensible caída de ese porcentaje(310), tanto en el Seiscientos
como en el Setecientos, fue producto del movimiento descendente
de la renta real de las yerbas y, sobre todo, del avance de la
explotación directa de los pastizales. Ya he reseñado
el importante crecimiento de las cabañas de los monjes
en la primera mitad del siglo XVIII, lo que redujo apreciablemente
las cantidades de pastizales arrendados por aquéllos. En
cuanto al otro factor, la información disponible apunta
a que la renta de las dehesas creció algo menos que el
índice general de precios durante la mayor parte del Setecientos:
mientras en Extremadura el importe medio anual del trigo se multiplicó
por algo más de dos entre los cuarenta y los ochenta(311),
el producto del arrendamiento a puro pasto de 10 dehesas de los
jerónimos sólo aumentó un 80,06 por 100 de
1742-1744 a 1783-1785(312).
En el Cuadro 6 y en el Cuadro D del Apéndice
Estadístico aparecen las cifras de ingresos monetarios
brutos de las cabañas. Para la economía de los jerónimos
lo realmente importante no era la evolución de aquéllos,
sino la de los ingresos monetarios netos y la de los beneficios
de sus explotaciones ganaderas, variables que aparecen en los
Cuadros 7 y 8(313).
441.269 | 245.478 | 195.791 | 400.963 | 223.966 | 176.998 | |
495.177 | 219.580 | 275.597 | 480.424 | 216.907 | 263.517 | |
556.488 | 227.071 | 329.416 | 502.708 | 201.096 | 301.613 | |
631.932 | 262.183 | 369.749 | 429.312 | 178.415 | 250.897 | |
731.528 | 324.681 | 406.847 | 453.659 | 203.272 | 250.386 | |
(*)La base 100 del índice de precios la he establecido en 1735.
Fuentes: "Hojas de Rentas", AMG, legajo 151; David Reher y Esmeralda Ballesteros (1993 |
516.142 | 351.019 | 165.124 | 374.147 | 254.873 | 119.274 | |
436.350 | 368.243 | 68.107 | 299.341 | 255.866 | 43.474 | |
550.353 | 361.930 | 188.423 | 417.102 | 275.082 | 142.020 | |
511.982 | 390.884 | 121.098 | 413.698 | 316.561 | 97.137 | |
630.203 | 437.524 | 192.679 | 499.970 | 346.194 | 153.775 | |
761.232 | 583.786 | 177.447 | 508.372 | 391.324 | 117.048 | |
1.024.329 | 753.896 | 270.433 | 478.140 | 352.281 | 125.859 | |
1.204.066 | 842.091 | 361.974 | 553.269 | 385.518 | 167.751 | |
(*)El índice de precios empleado tiene como base 100 la media del periodo 1601-1625.
Fuentes: "Hojas de Ganado", AMG, legajo 128; "Hojas de Ganado", AHN, clero, libro 1.560; David Reher y Esmeralda Ballesteros (1993). |
De la información disponible cabe
inferir que los resultados de las actividades pecuarias de los
jerónimos, desde la óptica del largo plazo, fueron
bastante satisfactorios durante la mayor parte del siglo XVIII.
Entre 1714 y 1784, la cabaña merina solió generar
entre el 50 y el 80 por 100 del total de beneficios obtenidos
por las ganaderías del monasterio(314). Aunque el mercado
de lana fina sufrió varias crisis en el periodo objeto
de estudio en este apartado(315), los ingresos monetarios netos
y los beneficios del conjunto de cabañas de la comunidad
guadalupense, tanto en términos nominales como reales,
se mantuvieron siempre en niveles relativamente altos. No obstante,
los rendimientos netos de esta "empresa" pecuaria, dependientes
en un elevado grado de la coyuntura de las exportaciones de vellones,
registraron, como era previsible, fuertes oscilaciones interanuales.
El aumento del tamaño y de la rentabilidad de las cabañas
bovinas parecen haber constituido los principales factores determinantes
de que las crisis del mercado de lana fina, sobre todo las de
1742-1749 y 1757-1762, no se tradujeran en una abrupta caída
de los ingresos monetarios netos y de los beneficios del conjunto
de explotaciones ganaderas de los monjes. Ahora bien, la clave
explicativa primordial del buen balance presentado por la "empresa"
pecuaria del monasterio radica en que los precios relativos fueron
relativamente favorables para los dueños de cabañas
trashumantes durante la mayor parte del siglo XVIII, lo que obedeció,
ante todo, al crecimiento de la demanda interna y externa de lana(316).
En el siglo XVIII, ¿los ingresos monetarios
reales del monasterio llegaron a recobrar el nivel que habían
alcanzado en el Quinientos? El Cuadro 9 pretende responder a dicho
interrogante.
9.703.904 | 23.613.989 | |
15.416.378 | 16.712.602 | |
21.639.976 | 14.406.044 | |
26.005.852 | 15.987.571 | |
30.919.885 | 14.264.716 | |
40.632.652 | 16.786.689 | |
Fuentes: "Libro y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff. 166-183; "Hojas de Rentas", AMG, legajo 151; David Reher y Esmeralda Ballesteros (1993).
(*)El índice de precios empleado tiene como base 100 la media del periodo 1601-1625. |
Aunque las fuentes no precisan si el producto
de las demandas era bruto o neto(318), los datos sugieren una
respuesta negativa a la pregunta que formulaba anteriormente.
Además, como ya he mencionado, los niveles máximos
de ingresos monetarios, en términos reales, no fueron,
probablemente, los de la década 1548-1557, sino que debieron
alcanzarse antes de 1535. Ahora bien, como las rentas del monasterio
cayeron abruptamente entre 1620 y 1650, las cifras del Cuadro
9 confirman que hacia 1750 la economía de los jerónimos
ya se había repuesto en buena medida de los reveses sufridos
durante el último tercio del Quinientos y la primera mitad
del Seiscientos. Si bien la recuperación no fue completamente
sostenida, la masa documental disponible apunta a que los mejores
resultados económicos de esta "edad de plata"
se lograron entre 1775 y 1786; es decir, al final del periodo.
La recuperación de los ingresos
cerealícolas fue más briosa que la de los monetarios
(319). Entre 1710-1719 y 1775-1784, las cantidades medias anuales
ingresadas de granos, trigo, cebada y centeno aumentaron un 43,05,
un 61,80, un 9,47 y un 7,17 por 100, respectivamente. Se trató,
por tanto, de un crecimiento apreciable, pero sustentado mucho
más en el trigo que en las restantes gramíneas.
Los ingresos cerealícolas de los jerónimos alcanzaron
sus niveles máximos en los años cuarenta; luego,
registraron fuertes fluctuaciones con una tendencia a la baja.
Los datos del Cuadro 10 también reflejan los malos resultados
de la agricultura extremeña durante los treinta y, sobre
todo, los sesenta(320). Por otro lado, las entradas de cebada
y centeno no procedentes de las compras registraron sus valores
medios máximos, a diferencia de las de trigo, en los veinte
en vez de en los cuarenta.
6.157,30 | 3.085,31 | 8.561,69 | 22,91 | -2.404,39 | 4.552,79 | |||||||
7.079,09 | 3.495,39 | 9.047,77 | 56,54 | -1.968,68 | 13.264,38 | |||||||
9.067,93 | 1.927,15 | 11.424,53 | 303,46 | -2.356,60 | 17.845,29 | |||||||
11.547,43 | 2.822,69 | 11.324,75 | 171,04 | 222,68 | 22.103,25 | |||||||
8.253,17 | 1.735,71 | 14.730,03 | 308,91 | -6.476,86 | 22.895,05 | |||||||
9.601,04 | 3.204,82 | 14.122,49 | 458,08 | -4.521,45 | 13.902,25 | |||||||
11.460,42 | 2.460,15 | 12.704,65 | 100,80 | -1.244,23 | 17.361,21 | |||||||
13.162,82 | 2.591,97 | 14.461,40 | 46,99 | -1.298,58 | 23.004,80 | |||||||
8.791,09 | 3.729,72 | 14.683,36 | 68,77 | -5.892,27 | 17.367,11 | |||||||
13.873,80 | 3.271,30 | 15.622,03 | 0,00 | -1.748,23 | 30.950,96 | |||||||
8.812,61 | 5.535,07 | 15.812,70 | 0,00 | -7.000,09 | 15.118,84 | |||||||
7.842,45 | 5.823,84 | 14.589,05 | 0,00 | -6.746,60 | 11.830,89 | |||||||
10.160,85 | 3.747,86 | 13.161,11 | 0,00 | -3.000,26 | 12.109,01 | |||||||
7.951,38 | 5.835,43 | 15.299,48 | 0,00 | -7.348,10 | 12.573,71 | |||||||
13.465,43 | 3.128,23 | 14.133,08 | 0,00 | -667,65 | 14.240,06 | |||||||
2.410,80 | 539,66 | 2.856,92 | 46,74 | -446,12 | 1.101,33 | |||||||
3.145,97 | 452,21 | 3.489,91 | 4,90 | -343,94 | 1.902,57 | |||||||
3.886,78 | 492,33 | 3.927,13 | 148,75 | -40,35 | 2.704,12 | |||||||
4.006,44 | 605,74 | 3.947,04 | 282,19 | 59,40 | 2.333,70 | |||||||
2.995,47 | 1.986,88 | 5.146,53 | 353,61 | -2.151,06 | 2.919,61 | |||||||
2.953,31 | 604,52 | 4.043,03 | 56,62 | -1.089,72 | 2.089,90 | |||||||
3.051,57 | 870,12 | 3.667,33 | 53,04 | -615,76 | 2.383,71 | |||||||
4.495,16 | 111,24 | 4.393,82 | 12,63 | 101,34 | 3.336,79 | |||||||
2.876,67 | 806,70 | 3.567,46 | 15,85 | -690,79 | 2.581,96 | |||||||
4.011,25 | 726,55 | 4.988,67 | 0,00 | -977,42 | 5.071,76 | |||||||
3.150,00 | 1.919,28 | 5.170,72 | 0,00 | -2.020,72 | 2.730,04 | |||||||
3.038,25 | 1.408,36 | 4.499,20 | 0,00 | -1.460,95 | 2.634,34 | |||||||
3.059,55 | 908,03 | 3.688,23 | 0,00 | -628,68 | 2.670,09 | |||||||
2.203,85 | 1.749,96 | 4.431,73 | 0,00 | -2.227,88 | 2.143,45 | |||||||
3.879,15 | 737,18 | 4.567,36 | 0,00 | -688,21 | 1.749,99 | |||||||
607,02 | 710,79 | 974,80 | 22,22 | -367,78 | 1.337,54 | |||||||
1.105,80 | 643,85 | 1.477,00 | 0,00 | -371,20 | 1.682,20 | |||||||
972,63 | 245,86 | 1.451,80 | 5,16 | -479,17 | 1.355,76 | |||||||
1.200,89 | 308,77 | 1.354,37 | 1,30 | -153,48 | 1.231,93 | |||||||
828,98 | 1.387,04 | 2.102,01 | -1.273,03 | 1.668,18 | ||||||||
689,54 | 1.726,90 | 2.909,59 | 28,36 | -2.220,05 | 2.655,24 | |||||||
716,02 | 1.057,98 | 1.839,94 | 0,00 | -1.123,92 | 2.183,80 | |||||||
658,58 | 1.501,88 | 2.400,69 | 0,00 | -1.742,11 | 2.314,00 | |||||||
526,02 | 924,83 | 1.709,87 | 36,80 | -1.183,85 | 1.256,25 | |||||||
890,10 | 1.092,77 | 2.193,37 | 0,00 | -1.303,27 | 3.474,68 | |||||||
595,94 | 1.804,34 | 2.698,26 | 0,00 | -2.102,32 | 1.408,41 | |||||||
720,45 | 900,10 | 1.412,60 | 0,00 | -692,15 | 1.307,26 | |||||||
875,20 | 1.176,36 | 2.060,23 | 0,00 | -1.185,03 | 1.956,06 | |||||||
683,08 | 1.406,05 | 2.241,13 | 0,00 | -1.558,05 | 1.490,59 | |||||||
1.152,71 | 1.094,13 | 2.405,20 | 0,00 | -1.252,49 | 1.195,36 | |||||||
Ingresos | Compras | Gastos | Ventas | Ingresos-gastos | Existencias | |||||||
9.175,12 | 4.335,76 | 12.393,41 | 91,87 | -3.218,29 | 6.991,66 | |||||||
11.330,86 | 4.591,45 | 14.014,68 | 61,44 | -2.683,82 | 16.849,15 | |||||||
13.927,34 | 2.665,34 | 16.803,46 | 457,37 | -2.876,12 | 21.905,17 | |||||||
16.754,76 | 3.737,20 | 16.626,16 | 454,53 | 128,60 | 25.668,88 | |||||||
12.077,62 | 5.109,63 | 21.978,57 | 701,57 | -9.900,95 | 27.482,84 | |||||||
13.243,89 | 5.536,24 | 21.075,11 | 543,06 | -7.831,22 | 18.647,39 | |||||||
15.288,01 | 4.388,25 | 18.211,92 | 153,84 | -2.983,91 | 21.928,72 | |||||||
18.316,56 | 4.205,09 | 21.255,91 | 59,62 | -2.939,35 | 28.655,59 | |||||||
12.193,78 | 5.461,25 | 19.960,69 | 121,42 | -7.766,91 | 21.205,32 | |||||||
18.775,15 | 5.090,62 | 22.804,07 | 0,00 | -4.028,92 | 39.497,40 | |||||||
12.558,55 | 9.258,69 | 23.681,68 | 0,00 | -11.123,13 | 19.257,29 | |||||||
11.601,15 | 8.132,30 | 20.500,85 | 0,00 | -8.899,70 | 15.772,49 | |||||||
14.095,60 | 5.832,25 | 18.909,57 | 0,00 | -4.813,97 | 16.735,16 | |||||||
10.838,31 | 8.991,44 | 21.972,34 | 0,00 | -11.134,03 | 16.207,75 | |||||||
18.497,29 | 4.959,54 | 21.105,64 | 0,00 | -2.608,35 | 17.185,41 | |||||||
Fuentes: "Hojas de Pan", AMG, legajo 149; "Hojas de Granos", AHN, clero, libro 1.560. |
El trigo siempre había sido el cereal
más importante en la economía de los jerónimos
de Guadalupe, pero su predominio se acentuó en el siglo
XVIII. Del total de fanegas de granos ingresadas por la "casa",
aquél aportó el 64,54 por 100 en 1710-1719, el 67,19
por 100 en 1720-1729, el 70,51 por 100 en 1730-1739, el 73,40
por 100 en 1740-1749, el 73,18 por 100 en 1750-1759, el 68,93
por 100 en 1760-1769, el 72,60 por 100 en 1770-1779 y el 72,79
por 100 en 1780-1784 (321).
El alza de los ingresos de trigo se debió
fundamentalmente a la ya reseñada revitalización
de las actividades cerealícolas de las granjas del monasterio
-veánse el Gráfico 4 y el Cuadro C del Apéndice
Estadístico- , proceso que se había iniciado en
los años sesenta del Seiscientos y que tendría sus
momentos estelares en la primera mitad de los veinte y en la segunda
mitad de los treinta del Setecientos. Las cantidades medias anuales
de trigo sembradas en las diferentes explotaciones agrícolas
de la "casa" ascendieron a 709,5 fanegas en 1710-1714,
a 932,2 en 1721-1725, a 1.470 en 1735-1739 y a 1.230,8 en 1780-1784
(322). La expansión de la cerealicultura no se prolongó,
pues, hasta el final del periodo ahora analizado; es más,
las labores tendieron a reducirse algo a partir de mediados de
siglo.
Las cosechas de las granjas (323) significaron
el 52,31 por 100 del total de trigo ingresado por la "casa"
en 1710-1719, el 67,37 por 100 en 1720-1729, el 70,00 en 1730-1739,
el 74,52 por 100 en 1740-1749, el 70,44 por 100 en 1750-1759,
el 69,43 por 100 en 1760-1769, el 73,89 por 100 en en 1770-1779
y el 78,87 por 100 en 1780-1784 (324). El resto de las partidas
de ingreso de trigo tenían una importancia considerablemente
inferior: entre 1765 y 1784, las rentas de los labrantíos
supusieron el 3,33 por 100, los diezmos de Guadalupe y de fuera
el 4,39 por 100, las Tercias Reales de Trujillo y su Tierra el
9,90 por 100, las rentas de los molinos el 3,50 y otros pequeños
capítulos el 3,34 por 100 -en esos veinte años las
cosechas aportaron el 75,52 por 100-.
Los jerónimos siempre desarrollaron
la inmensa mayoría de sus actividades cerealícolas
fuera de Guadalupe, ya que el término en que estaba ubicado
el monasterio era pequeño y disponía de unos recursos
agrarios muy mediocres. La producción de granos se veía
dificultada por las características de los suelos -carecían
de carbonatos y tenían poca profundidad y un pH inferior
a 6,5- y, sobre todo, por la orografía. La fuerte pendiente
del terreno y el escaso espesor de los suelos determinaban una
baja capacidad de retención de agua. Aunque la vid y el
olivo soportaban algo mejor los inconvenientes de la accidentada
orografía, las propiedades del terrazgo distaban de ser
las idóneas para la práctica de aquellos cultivos
(325).
A comienzos del siglo XVIII, la comunidad
jerónima poseía las siguientes granjas fuera de
Guadalupe: Madrigalejo, El Rincón, Valdepalacios, La Burguilla,
La Vega, Becenuño y Malillo. Ahora bien, la actividad agrícola
era intermitente en algunas y esporádica en las dos últimas.
Hasta la reedificación de la casería
de Nuño Matheos -que a partir de entonces pasó a
denominarse cortijo de San Isidro-, obra finalizada en la segunda
mitad de los treinta del Setecientos, Madrigalejo constituyó
la principal casería agrícola de los monjes. Esta
granja estaba situada a unas 8 leguas al suroeste del monasterio.
En el término de Madrigalejo poseían los jerónimos
casi 1.500 fanegas de sembradura (326), tierras que los propios
administradores monásticos consideraban que se hallaban
entre las mejores de "pan llevar" de la región
(327). Dichos labrantíos estaban enclavados en una zona
llana o suavemente alomada en la que la altitud oscilaba entre
los 300 y los 325 metros. Los suelos de aquéllos son muy
profundos, aunque casi siempre pobres en materia orgánica,
fósforo y potasio (328).
La superficie de labor explotada por esta
granja se dividía en tres hojas, ascendiendo las cantidades
medias anuales sembradas a 413,45 fanegas de trigo en 1710-1736
y a 227,49 en 1737-1783. En el primero de estos periodos, el número
de criados fijos de la casería de Madrigalejo osciló
entre 15 y 26 y el de bueyes de labor entre 45 y 103. En el segundo
intervalo, aquéllos fluctuaron entre 10 y 22 y éstos
entre 35 y 62 (329).
El cortijo de San Isidro estaba situado
dentro de la dehesa de Palazuelo de Nuño Matheos (330).
Aunque formaba parte del término de Acedera, Madrigalejo
era el núcleo de población más próximo
a dicha casería -ésta y aquél distaban menos
de una legua-. El cortijo de San Isidro, a partir de 1738, se
ocupó en buena medida de cultivar tierras que anteriormente
habían venido siendo labradas por los criados de la granja
de Madrigalejo (331). Entre 1739 y 1772, la sementera media anual
de trigo se elevó en esta casería a 461,19 fanegas.
En ese mismo intervalo, el número de bueyes osciló
entre 64 y 116 y el de criados fijos entre 14 y 29 (332).
Dentro del despoblado de Valdepalacios,
territorio perteneciente en la actualidad al término de
Logrosán, el monasterio poseía dos caserías
separadas por legua y media: El Rincón, la más próxima
a Guadalupe (333), y Valdepalacios. Junto a la primera se hallaban
36 pedazos de "pan llevar", viñas, un gran olivar,
un molino de aceite, un granero grande, un rancho de esquilar,
una lonja, una bodega y un corral (334). Aunque el cultivo del
referido gran olivar constituía la principal actividad
agrícola de El Rincón, fue en esta casería
donde el número de años que no hubo sementera alcanzó
una cifra más baja. Entre 1710 y 1787, en El Rincón
la cantidad media anual sembrada de trigo fue 108,14 fanegas.
El número de criados fijos y de bueyes de labor, en ese
mismo lapso de tiempo, se movió entre 11 y 40 y entre 22
y 56, respectivamente (335).
En las cercanías de la casería
de Valdepalacios existían diversos pedazos de tierra donde
podían sembrarse anualmente unas 200 fanegas de granos,
pero era necesario dar un periódico descanso a tales labrantíos.
Por ello, los bueyes y los aperos se trasladaban, en ocasiones,
a la granja de Madrigalejo. La casería de Valdepalacios
atendía a la crianza de ganado bovino: alrededor de aquélla
había pastizales adecuados para sustentar 200 vacas morenas
de "vientre", lo que permitía obtener los novillos
necesarios para las carretas y las granjas y vender los de La
Vega, que eran "flojos, tiernos, y con poco trabajo se truncaban"
(336).
La Vega estaba situada en la Tierra de
Medellín. La localidad más próxima era El
Campo -denominada actualmente Campo-Lugar-, y distaba 10 leguas
del monasterio. La primera prioridad de esta casería era
la cría de ganado vacuno y la segunda la de yeguas y mulas.
No es extraño, pues, que uno de los monjes gestores recomendase
que en La Vega se sembrase mucha cebada y poco trigo (337). Entre
1710 y 1788, el número de criados fijos osciló entre
8 y 19 y el de bueyes entre 6 y 35 (338). Se trataba, por tanto,
de una granja en la que las actividades agrícolas tenían
una importancia relativamente reducida.
Malillo se hallaba en la enorme dehesa
de ese mismo nombre -anteriormente denominada Abiertas- (339),
área que entonces pertenecía a la Tierra de Trujillo
y que ahora forma parte del término de Logrosán.
Las actividades agrícolas de esta casería, en la
que residía, durante la invernada, el monje que regía
la cabaña trashumante (340), no fueron demasiado frecuentes
hasta 1750. En el trienio que gobernó el monasterio Fr.
Manuel de la Puebla, que comenzó el 6 de julio de 1762,
se construyó un lavadero de lana en la dehesa de Malillo
(341). Esta granja estaba situada a unas 6 leguas al suroeste
de Guadalupe y a no mucho distancia de la de Valdepalacios.
Al norte del Tajo, casi en los límites
de los términos de Valdeverdeja y Berrocalejo, se hallaba
emplazada la casería de Becenuño. Distaba del monasterio
unas 9 leguas. La dehesa donde estaba situada esta granja solía
arrendarse a pasto y labor, pero los jerónimos la explotaron
directamente durante varios periodos del Setecientos.
La Burguilla estaba ubicada a unos 3 kilómetros
al oeste de Villar del Pedroso y a unas 2 leguas al sur del Tajo.
Le separaban de Guadalupe unos 40 kilómetros. Las tierras
"aramías" de esta explotación, que había
sido aldea de Talavera hasta el siglo XV, tenían una superficie
de 1.500 fanegas y estaban divididas en 6 hojas. La Burguilla
estuvo arrendada entre 1560 y 1653 y entre 1684 y 1690, pero a
partir de esta última fecha sería explotada directamente
por los monjes (342). Era esta la granja de los jerónimos
en la que el cultivo de cebada tenía una mayor importancia.
Entre 1710 y 1779, las cantidades medias anuales sembradas de
trigo y cebada fueron de 180,36 y 132,09 fanegas, respectivamente.
En ese mismo intervalo de tiempo, el número de criados
fijos fluctuó entre 19 y 38 y el de bueyes de labor entre
24 y 38 (343).
La mayor parte de las actividades cerealícolas
del monasterio se realizaba, pues, en la margen derecha del Guadiana.
Concretamente, en el interfluvio formado por el Gargaligas y el
Ruecas.
Las granjas eran regidas por monjes, quienes,
además, vivían en aquéllas (344). La realización
de las labores corría a cargo, fundamentalmente, de criados
fijos que también residían en las caserías.
En 1752, por ejemplo, aquéllos sumaban un mínimo
de 94: 15 en Madrigalejo, 14 en La Vega, 15 en El Rincón,
32 en La Burguilla y 18 en San Isidro (345).
Amparándose en su potestad señorial,
el monasterio, durante el siglo XV, había regulado minuciosamente
las relaciones laborales en Guadalupe. Como era previsible, las
normas establecidas por la comunidad jerónima pretendían
garantizar el reclutamiento de mano de obra para sus distintos
oficios en las condiciones más ventajosas posibles. Así,
el monasterio fijaba los salarios y prohibía que sus antiguos
criados pudieran ser contratados sin previo consentimiento del
padre mayordomo o del padre obrero; además, aquél
estaba facultado para exigir que los "asoldados" que
estuviesen al servicio de otra persona les fuesen cedidos temporalmente
siempre que precisase tales trabajadores (346). Ahora bien, independientemente
del grado de observancia de dichas disposiciones (347), casi todas
las actividades agrícolas y ganaderas del monasterio se
desarrollaron fuera de su jurisdicción temporal y la mayor
parte de los asalariados de sus cabañas y granjas no eran
vecinos de Guadalupe (348). No obstante, las relaciones laborales
entre la "casa" y sus criados de fuera tuvieron que
verse mediatizadas, tanto por el poder económico de aquélla
como por la enorme influencia social que dicha institución
religiosa, pese al declive de las peregrinaciones al santuario,
aún conservaba en el Setecientos en el territorio extremeño.
La comunidad jerónima contaba con
sustanciosas ventajas para acometer la explotación directa
de sus labrantíos: además de estar exonerada de
la obligación de diezmar, disponía de extensas áreas
de terrenos cultivados o susceptibles de ser roturados, de numerosos
rebaños de ovejas capaces de producir elevadas cantidades
de abono, de dos grandes cabañas bovinas que podían
atender las necesidades de fuerza de tracción animal de
sus granjas (349) y de otros privilegios que facilitaban la realización
de las labores. En Madrigalejo, por ejemplo, el monasterio, aparte
de disfrutar del derecho de vecindad, podía sustentar en
el añojalero y en la dehesa boyal los animales de labor
que precisase para cultivar sus tierras, aunque aquéllos
fuesen empleados en explotaciones ubicadas fuera del término
de la referida localidad. En los ejidos de Acedera, situados cerca
del cortijo de San Isidro, los jerónimos podían
introducir 1.000 ovejas (350).
En las caserías del monasterio,
el nivel de los rendimientos por unidad de semilla de trigo (351),
variable que aparece en el Cuadro 11, era relativamente alto,
pero a la hora de evaluar los resultados de la actividad cerealícola
de los jerónimos conviene tener presente: 1) que se empleaba
el sistema de cultivo al tercio o sistemas aún menos intensivos
(352); 2) que la ratio cantidades recolectadas/cantidades sembradas
era únicamente un poco más elevada que la correspondiente
a los pueblos en los que estaban enclavadas sus labores (353).
6,37 | 5,66 | 5,91 | 3,28 | -,-- | |
8,55 | 7,21 | 6,37 | 3,97 | -,-- | |
6,22 | 5,42 | 4,86 | 4,86 | -,-- | |
6,99 | 6,92 | 5,61 | 5,58 | 7,95 | |
6,28 | 6,56 | 6,68 | 4,33 | 7,80 | |
4,65 | 6,74 | 4,76 | 3,60 | 5,28 | |
5,94 | 6,07 | 3,91 | 5,04 | -,-- | |
7,03 | 6,30 | 5,69 | 4,42 | -,-- | |
5,62 | 6,46 | 5,12 | 4,32 | -,-- | |
6,42 | 6,37 | 5,44 | 4,38 | -,-- | |
Fuentes: Cuentas de la casa de Madrigalejo, AMG, legajo 130; Cuentas de la casa de
El Rincón, AMG, legajo 143; Cuentas de la casa de La Burguilla, AMG, legajo 141; Cuentas de la casa de La Vega, AMG, legajo 140; Cuentas del cortijo de San Isidro, AMG, legajo 142. (*)No incluye los años agrícolas 1750-1751 y 1753-1754 debido a que en el primero no se cultivó trigo y a que en el segundo no quedaron consignadas en las cuentas las cantidades sembradas. |
El Cuadro 11 pone de manifiesto que los
rendimientos medios anuales eran bastante más elevados
en Madrigalejo, El Rincón y cortijo de San Isidro que en
La Burguilla y, sobre todo, La Vega. Como las tres primeras caserías
solían concentrar en torno a dos terceras partes del trigo
sembrado por el monasterio, el nivel de rendimientos de las actividades
cerealícolas de los jerónimos se aproximaba más
al del primer grupo de granjas que al del segundo.
Aunque aquí no estudiaré
la intensidad de las fluctuaciones interanuales de los rendimientos,
sí quiero dejar constancia de que la volatilidad de éstos
era muy alta. El nivel de la ratio cantidades cosechadas/cantidades
sembradas tendió a caer en todas las caserías, excepto
en la de El Rincón, a partir de 1750. Entre 1710-1749 y
1750-1779, los rendimientos medios anuales de la granja de Madrigalejo
descendieron un 20,05 por 100, los de La Burguilla un 10,01 por
100 y los de La Vega un 2,26 por 100; en cambio, los de la de
El Rincón aumentaron un 2,53 por 100 entre esos dos mismos
intervalos. El descenso pudo obedecer a la climatología
-más desfavorable después de 1750, especialmente
en la década de los sesenta- y/o al agotamiento de algunos
suelos.
Entre 1710 y 1779, el rendimiento medio
anual de semilla de trigo fue de 3,87 en la granja de Quintanajuar
del monasterio cisterciense de Medina de Rioseco -Burgos- (354)
y de 4,10 en la explotación agrícola del monasterio
cisterciense de Matallana -Valladolid- (355). Por su parte, el
de la granja de Nieva de la casa jerónima de El Parral
-Segovia-, entre 1745 y 1767, se elevó a 4,93. El promedio
anual de la ratio cosechas/sementeras de trigo de la reserva señorial
de la abadía de La Santa Espina -Valladolid-, entre 1730
y 1779, fue de sólo 3,13 (356). Aunque el sistema de año
y vez solía ser empleado en extensas áreas de la
Meseta septentrional, las cifras de rendimientos sugieren que
la productividad de los labrantíos de los jerónimos
de Guadalupe no era inferior, cuando menos, a la de los terrenos
de "pan llevar" de las casas de monacales de Castilla
la Vieja y León.
Pese a que la notable expansión
de las labores permitió al monasterio ingresar mayores
cantidades de granos, aquél siguió registrando un
importante déficit cerealícola -véase el
Cuadro 10-; es más, el índice de cobertura de los
ingresos se redujo desde el 77,65 por 100 en 1710-1719 al 57,71
por 100 en 1760-1779. Ello obedeció, como es lógico,
a que las cantidades de granos gastadas por los jerónimos
crecieron aún más rápidamente que las ingresadas:
aquéllas, en promedio anual, pasaron de 13.204 fanegas
en 1710-1719 a 21.234 en 1760-1784. Este alza fue fruto del aumento
del tamaño de las cabañas -aparte del consumo de
cebada y centeno de éstas, conviene no olvidar que los
pastores cobraban en trigo una porción sustantiva de sus
salarios (357)- y de las actividades agrícolas de las granjas,
así como al apreciable incremento de las cantidades de
trigo destinadas a limosnas (358).
La dimensión del referido déficit
y, en menor medida, la política de almacenamientos comportaron
que las compras medias anuales de la "casa", excepto
en la década de los veinte, superasen las 4.250 fanegas.
Aquéllas alcanzaron su cénit en los sesenta, decenio
en el que coincidieron varios malos años agrícolas
y las cifras de gasto más elevadas. Entre 1765 y 1784,
los monjes destinaron el 17,80 por 100 de sus desembolsos monetarios
a la compra y acarreo de granos (359).
Después de la Guerra de Sucesión,
los rectores monásticos desarrollaron una activa política
de almacenamiento de cereales encaminada a evitar las compras
masivas en años de carestía. Hasta comienzos de
los sesenta, los "stocks" a fin de cada ejercicio solían
igualar o superar al consumo anual. Sin embargo, a partir de dicha
fecha, cuando el déficit cerealícola de la "casa"
se disparó, los jerónimos no pudieron mantener el
nivel de reservas de granos en sus distintas paneras. En cualquier
caso, la dimensión de los almacenamientos, salvo en el
trienio 1779-1781 (360), se mantuvo muy por encima de la de finales
del XVII y de la primera década del XVIII. Esta intensa
política de regulación de "stocks" de
cereales constituye una prueba más de la buena situación
económica y financiera del monasterio en la mayor parte
del Setecientos.
Aunque de manera más moderada, también
se expandió la actividad oleícola de los jerónimos:
la producción media anual de aceite obtenida de sus cosechas
de olivas, tanto en Guadalupe como en El Rincón, pasó
de 1.322,72 arrobas en 1690-1699 a 1.893,81 en 1733-1740 (361).
No ocurrió lo mismo con la viticultura: el aprovisionamiento
de caldos de la "casa" tendió a depender cada
vez más de las compras.
Las actividades manufactureras del monasterio,
aunque orientadas casi exclusivamente a atender las necesidades
de la "casa", crecieron en el Setecientos. En 1752,
el monasterio poseía una "fábrica de pelleginas"
-donde se labraban mantas y batas para abrigo de los religiosos
y para regalar a algunas personas-, una tejeduría, una
zapatería (362) y un martinete -para surtir de cobre a
las cocinas, oficinas, hospitales, granjas y cabañas- (363).
En esa misma fecha, los jerónimos ocupaban a 68 personas
en actividades transformadoras: 12 en el sector de la construcción,
8 en el de la madera, 16 en el metalúrgico, 19 en el textil,
7 en el del cuero y calzado, 4 en el alimentario, 1 en el del
vidrio y 1 en el de la cera (364). En la tejeduría, que
era el principal taller artesanal de la "casa", la producción
media anual, entre 1717 y 1738, ascendió a 4.169,5 varas
de paño (365).
En reales constantes, los gastos monetarios
medios anuales del monasterio (366) crecieron un 67,59 por 100
de 1681-1690 a 1742-1751 y un 11,00 por 100 de 1742-1751 a 1775-1784.
Si excluimos los gastos de las cabañas y de las granjas,
el aumento se sitúa en el 19,41 por 100 entre 1681-1690
y 1714-1721 y en el 57,21 por 100 entre 1714-1721 y 1775-1784
(367). Por tanto, aparte del crecimiento de las partidas destinadas
a financiar sus explotaciones cerealícolas y pecuarias,
la capacidad de gasto de los monjes creció apreciablemente
en las últimas décadas del siglo XVII y en los tres
primeros cuartos del XVIII.
La composición de los desembolsos
en metálico de la "casa" registró algunas
variaciones significativas entre 1681-1690 y 1765-1784.
27,56 | 5,62 | 10,97 | 3,26 | |
22,12 | 9,32 | 17,80 | 7,11 | |
8,24 | 4,00 | 1,20 | 4,50 | |
6,10 | 2,29 | 2,03 | 1,17 | |
2,41 | ||||
1,88 | ||||
Fuentes: "Hojas de División", AMG, legajo 153; Libro de Cuentas Generales, 1765-1784, AHN, clero, libro 1.560. |
Las partidas cuyo peso relativo aumentó
fueron la compra y acarreo de granos, los gastos de las granjas
y los gastos comunes. En cuanto a la primera, el alza obedeció
tanto al crecimiento del déficit cerealícola, como
al hecho de que la cotización de los granos se elevó
más que el índice general de precios. El incremento
de la segunda refleja la expansión de las labores. La fuerte
elevación de la tercera, tanto en términos absolutos
como relativos, testimonia el aumento de la capacidad adquisitiva
de la "casa".
En reales constantes, los gastos medios
anuales de las cabañas crecieron un 43,63 por 100 entre
1681-1690 y 1765-1784. Esa moderada elevación, netamente
inferior a la registrada por la totalidad de desembolsos en metálico,
fue posible gracias a que el precio de los insumos de las cabañas
del monasterio creció menos que el índice general
de precios. Por consiguiente, la pérdida de peso relativo
de los gastos de las cabañas en absoluto puede interpretarse
como una merma de la importancia de las actividades pecuarias
en la economía de los jerónimos.
El acusado retroceso del porcentaje que
representaba el subsidio eclesiástico dentro del total
de desembolsos en metálico, sí denota el descenso
de la presión fiscal sobre el clero regular en el siglo
XVIII (368), lo que fue fruto de la "petrificación"
de las "Tres Gracias" en una época en la que
los precios, aunque no de forma completamente sostenida, tendieron
a aumentar.
Aunque el monasterio no registró
abultados déficit "presupuestarios" en este periodo,
los "números rojos", como atestiguan las cifras
del Cuadro 13, tendieron a predominar desde poco después
de iniciarse la segunda mitad del Setecientos.
1.541.599 | 1.536.189 | 5.410 | |
9.416.549 | 8.836.722 | 579.827 | |
12.116.160 | 12.601.757 | -485.597 | |
9.257.057 | 9.259.401 | -2.344 | |
6.079.034 | 6.189.755 | -110.721 | |
Fuente: "Hojas de Rentas", AMG, legajo 151. |
El endeudamiento de la comunidad jerónima
no alcanzaba todavía cotas preocupantes. En 1778, aquélla
debía 805.158,6 reales: 189.707,31 a dos memorias, 308.488
al "depósito común" -bienes de los monjes
difuntos-, 29.963,29 a los "depósitos particulares"
-bienes de los monjes vivientes-, 275.000 a D. Cipriano de Arizcún
-el principal de un censo- y 2.000 a un particular (369). Las
deudas auténticamente exigibles ascendían, pues,
a sólo 277.000 reales, cantidad que no llegaba a representar
el 25 por 100 de los ingresos monetarios anuales.
Son, pues, numerosos y apabullantes los
testimonios que indican el crecimiento y la solidez de la economía
del monasterio de Guadalupe durante la mayor parte del siglo XVIII.
Uno de aquéllos, al que no me he referido todavía,
estriba en el volumen de mano de obra empleada por los jerónimos:
más de 715 trabajadores fijos hacia 1752 (370).
Sin embargo, el futuro de la institución
comenzaba ya a verse ensombrecido, especialmente a partir de los
años sesenta, por la propia dinámica de la "casa"
y por la evolución de la economía y de la sociedad
castellanas. Para intentar recuperar el protagonismo social, los
monjes intensificaron sus actividades benéfico-asistenciales.
A mediados del siglo XVIII, el coste anual de los hospitales ascendía
a 110.000 reales, el del seminario y el del colegio a 45.260 reales
y el de las limosnas y raciones entregadas diariamente en la portería
a 35.000 reales (371). Por otro lado, el crecimiento de diversas
explotaciones, sobre todo de las cabañas, acabó
elevando, pese al resurgimiento de las labores, el abultado déficit
cerealícola de la "casa". En suma, el carácter
consuntivo de esta economía monástica se acentuó
en este periodo; además, los jerónimos tuvieron
que incrementar las compras de trigo, que era, precisamente, una
de las mercancías cuyo precio venía aumentando a
un ritmo más rápido desde poco tiempo después
de iniciarse la segunda mitad de la centuria.
Las transformaciones acaecidas extramuros
acabaron complicando el presente y, sobre todo, amenazando gravemente
el porvenir de la "casa". En el terreno económico,
las limitaciones y contradicciones del modelo extensivo de crecimiento
agrario se tradujeron en una fuerte elevación de los precios
de los alimentos de primera necesidad, especialmente de los del
trigo, y en una progresiva pauperización de numerosos campesinos
(372). En Extremadura, los problemas para los pequeños
productores agrarios no sólo se derivaron de las habituales
secuelas de ese tipo de modelo expansivo -empeoramiento de la
calidad media de los terrenos cultivados, escasez de fuerza de
tracción animal y de abono y alza de la renta de la tierra-,
sino que también tuvieron su origen en el creciente acaparamiento
de pastizales por parte de los ganaderos trashumantes de fuera
de la región (373). No es extraño, pues, que la
presión de la población sobre los recursos agrarios
y las tensiones sociales alcanzasen especial intensidad en Extremadura
durante el último tercio del siglo XVIII y los primeros
años del XIX (374). Estos cambios afectaron al monasterio,
tanto en el corto como en el largo plazo: por un lado, el rápido
crecimiento de los precios de los cereales provocó que
los términos de intercambio tendiesen a deteriorarse para
la "casa"; por otro, la extensión de la pobreza
hubo de estimular a amplios sectores del campesinado de la zona
a adoptar una actitud menos complaciente con las enormes rentas
y riquezas que administraban y disfrutaban, al menos en parte,
los jerónimos, máxime en una época en que
desde los poderes públicos comenzaba a permitirse e, incluso,
a propiciarse determinadas críticas al clero regular.
La reforma eclesiástica emprendida
por el equipo reformista de Carlos III aspiraba, ante todo, a
reducir el número de religiosos y a frenar o paralizar
el proceso de acaparamiento de tierras del clero (375). Además,
los ilustrados, sobre todo Campomanes, procuraron que monasterios
y conventos redujesen drásticamente o suprimiesen la explotación
directa de sus patrimonios territoriales rústicos. Aunque
la real cédula de 11 de septiembre de 1764, que reiteraba
normas anteriores que habían sido generalmente transgredidas,
sólo prohibía que los religiosos, legos y donados
viviesen en granjas fuera de sus respectivas casas, tal disposición,
caso de ser cumplida, empujaba al clero regular a abandonar la
explotación directa de sus tierras que no estuviesen ubicadas
en las proximidades de sus correspondientes monasterios o conventos,
ya que la alternativa de encomendar la administración de
las caserías a mayordomos seglares había solido
proporcionar unos resultados bastante negativos (376). Prueba
de que Campomanes pretendía que los regulares renunciasen
al cultivo directo de sus predios rústicos lo constituye
un escrito suyo, fechado en 30 de junio de 1768, en el que solicitaba
que el monasterio de El Paular desmantelase sus explotaciones
agrícolas (377).
Hasta 1769 los jerónimos de Guadalupe
no observaron lo establecido en la referida real cédula
de 11 de septiembre de 1764. En 1772 los monjes aún seguían
respetando la prohibición (378); sin embargo, en 1780,
cuando D. Josep Rodríguez de Cáceres, quien el año
anterior había sido designado visitador regio y apostólico
del monasterio, llegó al santuario, varios religiosos residían
en las granjas. D. Josep Rodríguez ordenó, entre
otras medidas, que los monjes se retirasen inmediatamente de las
caserías (379).
Ante las medidas restrictivas, el monasterio
mantuvo la explotación directa de sus labrantíos
y se movió con diligencia para conseguir cuanto antes el
retorno a la "normalidad" (380), ya que el abandono
de aquélla habría implicado un espectacular incremento
de su déficit cerealícola (381). Los jerónimos
acabarían logrando buena parte de sus objetivos: el 25
de enero de 1785 el Consejo de Castilla accedió a que 4
monjes que mereciesen la "satisfacción del prelado",
que hubiesen sido aprobados de confesores y que tuviesen más
de 30 años de hábito, pudiesen regir "in situ"
las granjas de El Rincón, San Isidro, La Vega y La Burguilla.
El Consejo también autorizó a que un religioso,
que cumpliese los citados requisitos, se ocupase de la administración
de la cabaña trashumante (382). Por consiguiente, la supresión
de los "monjes granjeros" sólo generó,
aparentemente, perturbaciones transitorias a la economía
del monasterio; sin embargo, aquella disposición, en particular,
y los planteamientos de los ilustrados hacia el clero regular,
en general, propiciaron que los campesinos comenzasen a cuestionar
abiertamente los privilegios, las grandes propiedades territoriales
y las actividades agrarias de las instituciones monásticas.
Consiguientemente, las secuelas de la actitud y de las disposiciones
en materia eclesiástica del equipo reformista de Carlos
III acabaron siendo para la mayor parte del clero regular bastante
más importantes en el largo que en el corto plazo.
En definitiva, en la primera mitad de los
años ochenta, las cifras que arrojaban los libros de cuentas
seguían indicando que el monasterio conservaba por esas
fechas una buena "salud económica", pero las
transformaciones y problemas de la sociedad española empezaban
a amenazar el equilibrio financiero e, incluso, el futuro de la
"casa".
5. El inicio de la "cuesta abajo",
1787-1807
Las repercusiones negativas de la crisis
del Antiguo Régimen sobre las economías monásticas
fueron especialmente intensas (383). Guadalupe, pese al tamaño
de su hacienda, no fue una excepción. La "casa"
comenzó a padecer un preocupante y crónico desequilibrio
financiero desde la segunda mitad de los ochenta (384). Los "números
rojos" fueron producto, básicamente, del descenso
de los beneficios de su cabaña trashumante, del encarecimiento
de los granos y de la pérdida de la mayor parte de sus
privilegios y derechos decimales. Ahora bien, el análisis
del declive económico del monasterio no debe circunscribirse
al examen de las cuentas: hemos de fijarnos, asimismo, en el progresivo
deterioro de la situación política del clero regular,
en general, y de los jerónimos de Guadalupe, en particular;
ya que tal proceso constituirá un factor primordial a la
hora de explicar el devenir de las comunidades religiosas, y también
de la "casa", desde el estallido de la Guerra de la
Independencia hasta la definitiva exclaustración de 1835.
En otras palabras: en las dos décadas que precedieron al
conflicto bélico con las tropas napoleónicas, la
crisis de las economías monásticas era más
profunda de lo que sugieren los guarismos de sus respectivos libros
de cuentas. En cualquier caso, dedicaré la primera parte
de este epígrafe a intentar evaluar el alcance del deterioro
de la "cuenta de resultados" de la "empresa"
de los jerónimos en los veinte años anteriores a
la Guerra de la Independencia.
Los rendimientos netos medios anuales de
las cabañas trashumantes descendieron de manera significativa
desde finales de los años ochenta; además, aumentó
la intensidad de las fluctuaciones interanuales de los beneficios
de este tipo de explotaciones pecuarias, lo que obedeció
a los bloqueos que sufrieron los puertos durante las guerras mantenidas
con Francia e Inglaterra. Es decir, la producción de lana
fina se convirtió en un negocio menos próspero y
más inestable (385).
En el mercado interior, la tendencia alcista
del precio de la lana fina prosiguió hasta los primeros
años del siglo XIX. Sin embargo, ese movimiento ascendente
había comenzado a desacelerarse desde finales de los años
ochenta. Pese a esta ralentización, los ingresos nominales
medios anuales por cabeza de las cabañas trashumantes se
incrementaron, probablemente, por encima del 25 por 100 entre
1765-1784 y 1786-1807 (386). El problema para aquéllas
radicó en que los costes de producción crecieron
bastante más deprisa que el precio de la lana fina (387).
El agotamiento del modelo meramente extensivo
de crecimiento agrario, ahora aún más notorio, contribuyó
decisivamente al fuerte encarecimiento de los pastos y de los
cereales; o sea, de los principales insumos de las cabañas
trashumantes. El coste medio anual de los invernaderos extremeños
aumentó, pero no fue la partida de gastos que más
se disparó (388). Los granos y las yerbas estivales constituyeron
las rúbricas que tuvieron un mayor crecimiento. Entre los
periodos 1765-1784 y 1785-1804, los costes por rebaño de
los cereales y de los pastos veraniegos consumidos por la cabaña
merina del monasterio, como puede apreciarse en el Cuadro 14,
aumentaron un 78,2 y un 58,0 por 100, respectivamente. Los desembolsos
totales medios anuales por rebaño de la trashumancia estival,
entre esos dos mismos intervalos, se elevaron un 54,1 por 100
(389).
1.517,7 | 477,9 | 1.191,5 | 3.187,1 | 47,6 | 15,0 | 37,4 | |
1.543,8 | 684,3 | 1.126,8 | 3.354,9 | 46,0 | 20,4 | 33,6 | |
2.050,6 | 618,3 | 1.094,8 | 3.763,7 | 54,5 | 16,4 | 29,1 | |
2.763,5 | 972,2 | 1.311,1 | 5.046,8 | 54,8 | 19,3 | 25,9 | |
2.915,9 | 1.348,6 | 1.658,4 | 5.922,9 | 49,2 | 22,8 | 28,0 | |
Fuente: Libro de cuentas de la cabaña merina, 1755-1806, AHN, clero, libro 1.573. |
En el supuesto de que los ingresos y los
costes unitarios de la ganadería ovina trashumante de los
jerónimos hubiesen aumentado, respectivamente, un 25 y
un 50 por 100, los beneficios medios anuales por cabeza, en reales
corrientes, del periodo 1785-1807 habrían sido alrededor
de un 30 por 100 inferiores a los del intervalo 1765-1784 (390).
En términos reales, la caída fue bastante más
acusada. No puede extrañarnos, por tanto, que los monjes,
en octubre de 1791, momento en que la "casa" tenía
serios problemas de tesorería, decidiesen vender 8 ó
10.000 cabezas merinas. Se entablaron negociaciones con los Cinco
Gremios Mayores de Madrid, quienes ofrecieron 100 reales por oveja,
pero pusieron diversas condiciones que no fueron aceptadas por
la comunidad jerónima. No se recibió ninguna otra
oferta. Ello indujo a los gestores de la "casa", en
mayo de 1793, a intentar arrendar la cabaña trashumante
(391); sin embargo, esa tentativa no prosperó, y este asunto
no volvió a ser abordado en las reuniones capitulares,
pese a que la ganadería merina del monasterio, desde 1796,
hubo de satisfacer el diezmo a las parroquias a las que pertenecían
las dehesas y los puertos donde pastaban sus rebaños trashumantes
durante el invierno y el verano, respectivamente (392). Ello no
respondió ni a la dejadez de los rectores monásticos,
ni a la imposibilidad de efectuar operaciones de venta o arrendamiento
de merinas: aunque sin recobrar los niveles anteriores a 1785,
la rentabilidad media anual de la producción de lana fina
se recuperó algo después de 1795 o de 1801. En el
decenio 1785-1794, el fuerte alza de los costes de producción
había coincidido con un muy modesto incremento del precio
de los vellones. Después de 1795, en cambio, el mercado
interior de lana fina, pese a los problemas del comercio con los
países de la Europa noroccidental en algunos años
recuperó parte de su vitalidad de antaño (393).
El tamaño de la cabaña trashumante
del monasterio no disminuyó: la media anual de rebaños
fue de 28,55 en 1765-1784 y de 29,04 en 1785-1805 (394). En cualquier
caso, los ingresos netos reales proporcionados por esta explotación
pecuaria disminuyeron abruptamente. Al tratarse de la principal
fuente de ingresos monetarios de la "casa", no cabe
la menor duda de que esa sensible caída de los beneficios
contribuyó de modo decisivo al desequilibrio financiero
del monasterio en las dos décadas anteriores a la Guerra
de la Independencia.
La dimensión de la mayor explotación
bovina, la de La Vega, se redujo drásticamente a partir
de finales de los ochenta. Esa disminución fue causada,
ante todo, por la sequía de 1793. En ese año la
cabaña tuvo que ser dispersada y no resultó posible
la elaboración de las cuentas. Este accidente climático
provocó que el número de cabezas de esta ganadería
bovina pasase de 1.191 en 1792 a sólo 245 en 1794. Esta
cabaña registró después una pequeña
recuperación, pero las cifras de reses se situaron muy
por debajo de las de la segunda mitad de los años ochenta
(395). Por consiguiente, descendieron simultáneamente los
beneficios de las principales ganaderías de los jerónimos:
la trashumante y la vacuna.
Los ingresos cerealícolas del monasterio
tuvieron que disminuir como consecuencia de la périmes
de sus privilegios decimales: por un lado, aquél, después
de 1796, hubo de satisfacer el diezmo por todos los frutos y esquilmos
obtenidos fuera de Guadalupe, lo que mermó sensiblemente
la rentabilidad de sus actividades agrícolas y pecuarias;
por otro, a los monjes se les privó, probablemente ya en
1793 (396), de todos los derechos decimales sobre las cosechas
que sus arrendatarios lograban en tierras situadas más
allá del término donde estaba enclavado el santuario.
La abolición de los privilegios decimales entrañó
para la "casa" dejar de ingresar o tener que pagar un
promedio anual de unas 1.300 fanegas de granos, de las que cerca
de 1.000 eran de trigo. Entre tanto, el consumo medio anual de
cereales del monasterio, como puede constatarse en el Cuadro 15,
sólo estaba descendiendo suavemente: entre 1765-1784 y
1798-1802, un 10,87 por 100 el de trigo, un 18,50 por 100 el de
cebada, un 6,83 por 100 el de centeno y un 12,06 por 100 el total
de granos. El mantenimiento de las actividades agrícolas
y pecuarias y la profunda crisis social, con la consiguiente presión
sobre la portería, impedían que la política
de reducción del gasto de cereales pudiese ir más
lejos.
14.295,68 | 4.296,63 | 2.029,79 | 20.622,10 | |
12.741,08 | 3.501,50 | 1.891,00 | 18.133,58 | |
Fuentes: "Hojas de Granos", AHN, clero, libro 1.560; Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero, libro 1.549, ff. 4-4v. |
Los ingresos de granos del monasterio seguían
dependiendo fundamentalmente de las cosechas obtenidas en sus
caserías. Para este periodo, por desgracia, sólo
dispongo de datos de producción agrícola de dos
granjas: la de Madrigalejo y la de La Vega. Además, la
actividad cerealícola de esta última, en el lapso
que ahora estamos contemplando, fue mínima (397). Las cantidades
de granos recolectadas en la casería de Madrigalejo confirman
que las crisis agrarias fueron muy frecuentes en este periodo
(398), pero los rendimientos medios anuales de la semilla de trigo
fueron más elevados en 1789-1808 que en 1745-1783: 6,76
en aquél intervalo y 6,20 en éste (399). Es probable,
pues, que el nivel de las cosechas de la "casa" no disminuyese
en estos veinte años que precedieron a la Guerra de la
Independencia. Sin embargo, la distribución temporal de
los ingresos cerealícolas se hizo todavía más
irregular.
Como el descenso del consumo compensó
la pérdida de los privilegios decimales y el previsible
aumento de los impagos en la renta de la tierra (400), resulta
bastante verosímil que el déficit medio anual de
granos del monasterio no se elevara significativamente. Pese a
ello, las crecientes dificultades financieras para instrumentar
una política de grandes almacenamientos, la concentración
aún mayor de los déficit en los años de carestía
y el fuerte crecimiento del precio de los cereales, determinaron
que las cantidades de dinero gastadas por la "casa"
en la compra y acarreo de aquéllos se disparasen en los
últimos años del siglo XVIII y en los primeros del
XIX.
El monasterio padeció importantes
dificultades financieras desde 1788. En mayo de ese mismo año,
el vicario notificó a los padres capitulares que podía
disponerse de unos 400.000 reales, pero las deudas a corto plazo
ascendían a 520.148 reales y las provisiones urgentes a
570.000 reales; además, después había que
comprar granos, cacao, bacalao y azúcar. Para afrontar
esta situación, unos religiosos eran partidarios de recurrir
al crédito y otros, por el contrario, proponían
cerrar la portería y reducir el gasto de los hospitales.
Estos últimos obtuvieron 38 votos y aquéllos 34
(401).
Sin embargo, poco tiempo después,
el 21 de mayo de 1789, la comunidad jerónima acordó
tomar un empréstito de 80.000 ducados, la mitad para pagar
deudas y el resto para aprovisionarse de granos. El capítulo
autorizó, en el supuesto de que el tipo de interés
del censo fuese inferior al 2,5 por 100, a tomar hasta 100.000
ducados. Ese dinero adicional se utilizaría, en su caso,
para redimir otro censo de 25.000 ducados de principal (402).
A finales de 1792, el monasterio se encontraba
falto de liquidez. En ese momento, las deudas ascendían
a 1.300.000 reales. El capítulo encomendó a una
comisión de 7 u 8 monjes la tarea de elaborar un "plan
de saneamiento económico" (403).
Los problemas de tesorería se agudizaron
en 1793. En agosto de ese año, no había fondos para
atender la manutención diaria, nadie quería tomar
en arrendamiento las dehesas y no había quien comprase
ganados. La comunidad debía adquirir 8.000 fanegas de granos,
pagar 63.444,26 reales al obispo de Plasencia (404) y surtir a
la mayordomía de diversos productos. El capítulo
acordó tomar a censo medio millón de reales, o la
cantidad que el mayordomo estimase necesaria. En esta reunión
se discutió acaloradamente acerca de la conveniencia de
suprimir algunas raciones y de prescindir de algunos criados (405).
Tras las flojas cosechas de 1796 y 1797,
la comunidad jerónima optó, en el capítulo
celebrado el 4 de septiembre de 1797, por reducir el número
de criados y por pagar los salarios en metálico (406).
Aunque se adoptaron algunas medidas de
austeridad, el monasterio, hasta los primeros años del
siglo XIX, había recurrido para afrontar sus crisis financieras,
fundamentalmente, al aplazamiento de los pagos a sus proveedores
y al crédito. Como el desequilibrio financiero era crónico
y relativamente importante, la deuda de la "casa" alcanzó
pronto una dimensión preocupante: más de 1,5 millones
de reales hacia 1803. Por tanto, la profunda crisis agrícola
de 1803-1805 actuaría sobre una economía monástica
debilitada y que ya había agotado buena parte de su capacidad
de endeudamiento.
El 22 de junio de 1803, ante la desastrosa
cosecha que se avecinaba, el prior propuso vender algunas partes
de dehesas en las que el monasterio era particionero para financiar
el acopio de granos. Fray Laureano de Llerena se opuso tajantemente
a cualquier enajenación. Ante la división de la
comunidad, la decisión se pospuso al siguiente capítulo.
En éste, celebrado el 1 de julio, se impuso la propuesta
del prior -30 votos frente a 17- (407).
En 1803, las cosechas de la "casa"
ascendieron a 1.894,5 fanegas de trigo, 648 de cebada y 216,5
de centeno. El abastecimiento de cereales -a 75 reales la fanega
de trigo, a 45 la de cebada y a 46 la de centeno- iba a costar
ese año, según las estimaciones de los administradores,
nada menos que 1.016.005,76 reales (408). Había que conseguir,
pues, una gran suma de dinero en un plazo bastante breve -los
monjes eran conscientes de que los granos se encarecerían
aún más a medida que transcurriese el año
agrícola-. La comunidad jerónima tenía entonces
escasas alternativas para financiar el acopio de cereales: o recurría
a un gran empréstito, o se desprendía de bienes
patrimoniales de apreciable valor. Bien porque los rectores monásticos
no quisiesen elevar sustancialmente el grado de endeudamiento
de la "casa", bien porque en aquellos momentos fuese
difícil encontrar quien prestase esa cantidad de dinero
a un tipo de interés no superior al 3 por 100, el prior
optó por la vía de la enajenación de algunas
fincas. Esta propuesta es lógico que fuese contestada de
modo enérgico por un sector del capítulo: al margen
del grado de arraigo de la idea de inalienabilidad de los bienes
de la Iglesia, la venta de bienes raíces no resultaba fácil
de asimilar para unos monjes que creían firmemente en el
poder económico de su "casa" y que sabían
que jamás ésta había tenido que recurrir
a la enajenación de parte de su patrimonio territorial
rústico para solventar un desequilibrio financiero; además,
las ventas de las dehesas podían sentar un precedente y
constituir, por tanto, una seria amenaza para la integridad de
la hacienda del monasterio. Los juicios morales y los argumentos
económicos del cabecilla del sector "intransigente",
Fr. Laureano de Llerena, debieron de ejercer un fuerte impacto
sobre las conciencias de todos los capitulares, pero aquél
no tenía una alternativa viable que ofrecer, lo que facilitó
el triunfo del sector afín al prior, sector que podemos
calificar de "posibilista" y que en aquel momento priorizaba
el normal desenvolvimiento de caserías y cabañas
y de las actividades benéfico-asistenciales.
Antes de proceder a la venta de las referidas
fincas, los gestores del monasterio habían calculado la
rentabilidad de diferentes bienes patrimoniales: en los últimos
12 años, la utilidad proporcionada por la cabaña
merina había ascendido a un 7 por 100 y la obtenida de
las dehesas en las que los jerónimos eran particioneros
no había alcanzado el 2 por 100 (409). La decisión
adoptada no se sustentó, pues, en juicios de valor, sino
en un correcto estudio acerca de los costes de oportunidad de
las posibles enajenaciones patrimoniales.
Los problemas financieros de la comunidad
jerónima se agravaron aún más en 1804. El
28 de junio de ese año, el capítulo, ante la cortísima
cosecha que se presentaba por todas partes, volvió a plantearse
la venta de dehesas -en este caso la de Gamero y la de Aguanel-
como vía para poder abastecer de granos a la "casa".
Se constituyó, en ese mismo día, una comisión
con el doble cometido de elaborar un nuevo plan de austeridad
y de examinar las ventajas e inconvenientes de arrendar algunas
haciendas. Como las decisiones urgían, dos días
después se celebró un nuevo capítulo en el
que se dieron al padre mayordomo poderes para vender la dehesa
de Gamero y, si fuese preciso, también la de Aguanel; pero,
"caso de que tuviese más cuenta", la comunidad
jerónima autorizó la enajenación de algún
ganado en vez de la de las referidas fincas (410). La dehesa de
Gamero fue vendida entonces, pero no la de Aguanel (411).
Durante la crisis agrícola de 1803-1805,
los monjes de Guadalupe acabaron de convencerse de que el desequilibrio
financiero de su economía era abultado y estructural. Como
no se vislumbraba ninguna medida que permitiera elevar los ingresos,
el drástico recorte de los gastos aparecía como
el único instrumento, al menos en el corto plazo, capaz
de frenar el rápido incremento del endeudamiento y la erosión
del patrimonio del monasterio.
El anteriormente citado plan de austeridad,
presentado y aprobado el 3 de julio de 1804, preveía: reducir
el número de colegiales, las limosnas entregadas en portería
y la asistencia a los peregrinos; recortar las pensiones; no admitir
en los hospitales a personas que podían curarse en sus
casas; prescindir de los aprendices de los oficios que no fuesen
imprescindibles; minorar el número de criados y pagar los
salarios en metálico (412); y, por último, suprimir
o rebajar las tasas de ciertos productos a determinados oficios
(413). El objetivo prioritario del plan era el recorte del consumo
de granos. Para ello se intentaba reducir el número de
criados, los salarios en especie y las actividades benéfico-asistenciales.
La minoración de estas últimas se iba a producir
en un momento en que las demandas de limosnas alcanzaban su cénit
-debido a la gravedad de la crisis agrícola de 1803-1805-
y en el que la imagen del clero regular se hallaba bastante deteriorada.
Por tanto, el recorte del "gasto social" debió
de favorecer la propagación de las críticas al excesivo
volumen de rentas y de recursos agrarios acaparados por los jerónimos
de Guadalupe. La política de austeridad tuvo, pues, unos
nada despreciables costes de imagen para el monasterio, pero los
religiosos debieron pensar que eso era un mal menor, ya que las
mermas patrimoniales podrían alcanzar importantes proporciones
si no se introducían inmediatamente severos recortes en
los gastos.
En 1806 y 1807, la situación financiera
del monasterio mejoró algo gracias a las aceptables cosechas
(414) y a la elevada cotización de la lana fina (415).
En definitiva, los gastos monetarios de
la "casa" tendieron a situarse bastante por encima de
sus ingresos a partir de finales de los ochenta, fenómeno
que respondía primordialmente al acusado descenso de la
ratio precio de la lana fina/precio del trigo -notable empeoramiento,
pues, de los términos de intercambio para la "empresa"
de los jerónimos- y a la pérdida de la mayor parte
de sus valiosos privilegios decimales (416). Para financiar esos
abultados déficit, el monasterio hubo de endeudarse, de
vender algunas fincas y de instrumentar una severa política
de austeridad que comportó la reducción de sus actividades
benéfico-asistenciales justo cuando la crisis social alcanzaba
en el territorio extremeño una especial virulencia (417).
Las crecientes dificultades para ampliar
el área de superficie cultivada y, sobre todo, el aumento
de la renta de la tierra habían colocado a la mayor parte
de los productores agrarios de la España interior en una
situación bastante precaria. De ahí que la escalada
tributaria tuviera pronto que ralentizarse y que las mayores necesidades
financieras del Estado, originadas por el centralismo y, primordialmente,
por las guerras en que se vio involucrado el país en la
última década del siglo XVIII, acabasen generando
fuertes tensiones en torno al reparto del producto en las que
el clero regular se vio, naturalmente, involucrado (418).
En los últimos años del Setecientos,
el incremento en la presión fiscal terminó por desestabilizar
el sistema agrario (419). Al haber empeorado sus condiciones de
acceso a los principales recursos agrarios y al verse sometidos
a mayores cargas tributarias, los campesinos, a fin de corregir
los graves desequilibrios de sus economías, ofrecieron
mayores resistencias al pago de diezmos y rentas. El monasterio
de Guadalupe no se vio demasiado afectado por tales comportamientos:
por un lado, porque se trataba entonces de una economía
basada fundamentalmente en la explotación directa de su
enorme patrimonio territorial (420); por otro, porque no se produjeron
impagos generalizados de la renta de los pastizales (421), fuente
de ingresos que para los jerónimos era más importante
que la constituida por los arrendamientos de tierras de "pan
llevar". Sin embargo, la "casa" no podría
zafarse de las repercusiones inmediatas y no inmediatas de las
crisis fiscal y política.
Como los ingresos tributarios ordinarios
no bastaban para financiar el crecimiento de los gastos públicos,
el Estado, además de endeudarse, impuso contribuciones
extraordinarias, dejó de atender el pago de los réditos
de los juros, incrementó su participación en el
reparto de la masa decimal y aprobó diversas disposiciones
legales encaminadas a la desamortización de parte de los
bienes de las instituciones eclesiásticas (422). El Estado
se proponía, pues, financiar un porcentaje de los gastos
extraordinarios mediante la apropiación de parte de las
rentas del clero y mediante la venta de una porción de
los patrimonios de aquél; es decir, la Hacienda pretendía
mejorar su posición en el reparto del producto a costa,
fundamentalmente, de las instituciones eclesiásticas. Ello
constituye un claro síntoma de la debilidad política
del clero en el seno de las clases dirigentes, pero esas actuaciones
gubernamentales también contribuyeron a complicar aún
más el futuro de aquél: la desamortización
de una parte de los bienes de las instituciones eclesiásticas
alentó las ansias de la burguesía rural, grupo integrado
por campesinos propietarios y por grandes arrendatarios, de acelerar
y consolidar su proceso de ascenso económico y social (423);
además, el temor a la defraudación en el pago de
los diezmos hubo de mitigarse a raíz de que el Estado se
apropiase de parte de aquéllos y utilizase los fondos procedentes
de esas incautaciones para atender diversas necesidades del mundo
secular.
Una vez que ya disponemos de unas mínimas
referencias generales sobre la evolución política
y económica del periodo, veamos la repercusión directa
de la crisis fiscal en la economía de los jerónimos
de Guadalupe.
Entre 1790 y 1808, las instituciones eclesiásticas
tuvieron que satisfacer varios subsidios extraordinarios, pero
desconozco en qué medida exacta afectó a la "casa"
este aumento de exacciones.
En el caso de la guerra contra la Francia
revolucionaria, fue el propio monasterio quien otorgó voluntariamente
su ayuda a la Corona. En el capítulo de 9 de diciembre
de 1793 se acordó entregar a la Hacienda 30 piezas de paño
blanco, potros y 600 marcos de plata; además, los monjes
se ofrecieron a servir como capellanes en el ejército (424).
Esta donación, llevada a cabo en un momento en el que la
situación financiera de la "casa" era bastante
mala, revela hasta qué punto los jerónimos eran
conscientes del impacto que las ideas de la "revolución"
podrían tener sobre las mentalidades y los comportamientos
de diversos y amplios grupos sociales del país (425); es
decir, denota que los monjes no desconocían que amplios
sectores de la sociedad española cuestionaban, aunque no
siempre de forma abierta, el excesivo poder y protagonismo económico
del clero, sobre todo del regular.
A finales de 1798, el Erario Público
solicitó una importante ayuda financiera al monasterio.
La comunidad jerónima, en su reunión capitular de
21 de diciembre de ese mismo año, decidió vender
algunas casas -las de Logrosán, Sevilla, Trujillo y Puente
del Arzobispo- y alhajas para socorrer a la Real Hacienda (426).
En septiembre de 1800, el prior recibió
una carta del monarca en la que éste pedía un nuevo
donativo a la "casa". El capítulo otorgó
poder al prelado para vender, con la aquiescencia de la Diputa
(427) y del mayordomo mayor, los bienes que considerase pertinentes
a fin de atender la solicitud de Carlos IV (428). Los fondos de
los donativos procedieron siempre, pues, de la enajenación
de pequeñas partes del patrimonio del monasterio, lo que
constituye un nuevo testimonio de los apuros financieros de aquél
en este periodo.
A partir de 1803, los jerónimos
de Guadalupe dejaron de percibir los réditos de todos sus
juros. Anualmente, aquéllos ascendían entonces a
32.654,29 reales (429).
A través del breve expedido el 12
de diciembre de 1806, el pontífice concedió a la
Corona española la facultad de enajenar la séptima
parte de los predios pertenecientes a las instituciones eclesiásticas
(430). Poco tiempo después, el 25 de abril de 1807, el
capítulo designó a dos religiosos para que tratasen
de este asunto con los enviados de Su Majestad. El comisionado
regio, D. Joaquín de Mena, llegó a Guadalupe el
8 de marzo de 1808. Cuando se inició la Guerra de la Independencia,
todavía no habían concluido los trabajos de segregación
de la séptima parte de la hacienda del monasterio. Unos
días más tarde, el 14 de mayo de 1808, D. Joaquín
de Mena suspendió temporalmente la formación de
los correspondientes expedientes (431). Por consiguiente, las
medidas desamortizadoras de antes de 1808 no llegaron a tener
incidencia sobre la comunidad jerónima guadalupense. Sin
embargo, la relación ya establecida entre crisis fiscal
y desamortización eclesiástica implicaba que el
no agravamiento de los problemas de la Hacienda pasaba a convertirse
en condición necesaria para la supervivencia del monasterio
y, en general, del clero regular (432).
En suma, las medidas adoptadas por los
ministros de Carlos IV para allegar más recursos al Erario
Público provocaron una acentuación del desequilibrio
financiero de los jerónimos, pero, sobre todo, generaron
una dinámica que favoreció el desarrollo de las
corrientes antimonásticas y que colocó a los patrimonios
del clero regular como uno de los primeros recursos a utilizar
por los gobernantes para resolver o, cuando menos, paliar el problema
de la deuda del Estado absolutista.
Los conflictos intramuros y la relajación
de costumbres vinieron a deteriorar aún más la imagen
de los monjes de Guadalupe. En una carta dirigida al vicario y
fechada el 12 de agosto de 1787, el teniente alcalde de la citada
localidad denunciaba la falta de observancia de algunos religiosos,
quienes, bajo el pretexto de encontrarse enfermos, habían
dejado de acudir al coro. Al parecer, los intentos del vicario
de imponer la disciplina resultaron estériles. La gravedad
de la situación llegó hasta el extremo de que el
monarca decidió intervenir en este asunto. El 15 de julio
de 1788, la comunidad jerónima fue informada de que el
pontífice, a instancias de Carlos III, había autorizado
a su representante en España a nombrar, durante 12 años,
los cargos de prior, vicario y procurador mayor (433). Este breve
apostólico entrañaba un duro atentado contra el
derecho de autogobierno que el monasterio había venido
defendiendo con tenacidad y ardor desde su fundación.
Los problemas de indisciplina que motivaron
la intervención del papa y del monarca no fueron un fenómeno
episódico. Las severas normas que hacía una década
había establecido D. Josep Rodríguez de Cáceres,
visitador regio y apostólico del monasterio, sugieren que
bastantes religiosos habían sido acusados de mantener trato
carnal con mujeres, de disfrutar de jubilaciones indebidas, de
comer o cenar fuera del refectorio, de practicar la caza, de mantener
fuertes enfrentamientos por la distribución de los estipendios
de las misas y de los bienes de los difuntos y/o de otras transgresiones
a la regla y a las constituciones de la orden (434). El relativamente
pequeño protagonismo social y religioso del santuario debió
de favorecer que el interés de los monjes por los asuntos
del "siglo" aumentase. Si a ello le agregamos que los
acontecimientos de extramuros tuvieron que comenzar a minar esa
plena confianza de los religiosos en la perennidad de sus respectivas
casas, no puede sorprendernos que el ambiente en el claustro guadalupense
se enrareciese y que las apetencias terrenales de muchos jerónimos
se intensificasen.
En suma, el balance para el monasterio
de los dos decenios que precedieron a la Guerra de la Independencia
fue negativo: disminuyeron sus ingresos reales, crecieron notablemente
sus deudas, perdió buena parte de sus privilegios decimales,
tuvo que acudir a la enajenación de algunas fincas rústicas
para financiar sus gastos corrientes, se redujo su protagonismo
social y se debilitó su posición política.
Ahora bien, la decadencia económica de la "casa"
se aceleraría enormemente a raíz de la ocupación
de España por las tropas napoleónicas. El estallido
de la Guerra de la Independencia marcaría, pues, el inicio
de una nueva fase en la historia del monasterio de las Villuercas.
6. La larga agonía, 1808-1835:
el monasterio zarandeado y devorado por la historia
La "casa" se vio muy afectada
por las destrucciones bélicas, por los movimientos antimonásticos
y por las profundas transformaciones económicas, políticas
y sociales que se registraron en España durante la Guerra
de la Independencia. Para el futuro de la "empresa"
el suceso más importante fue el exterminio de la mayor
parte de su inmensa riqueza ganadera. En cambio, para el futuro
del monasterio, al igual que para el de todas las casas de religiosos,
el acontecimiento más decisivo lo constituyó el
desmoronamiento del Antiguo Régimen y la eclosión
del liberalismo a raíz de la ocupación de gran parte
del país por las tropas napoleónicas (435).
Las nuevas autoridades pronto exigieron
que la "casa" contribuyese a la financiación
del conflicto bélico. El 6 de junio de 1808 aquélla
recibió una petición de ayuda de la Junta de Trujillo
(436). La comunidad jerónima acordó donar 500 reales
diarios desde el momento en que los alistados en Guadalupe llegasen
a Trujillo, 40 vacas, 200 ovejas y todos los caballos que pudiesen
recogerse en las caserías (437). Poco tiempo después,
el 21 de ese mismo mes, la Junta de Badajoz conminó a los
monjes guadalupenses a que intensificasen sus aportaciones. La
"casa" ya había entregado 14,1 arrobas de plata,
pero la Junta de Badajoz consideraba insuficiente ese esfuerzo
y amenazaba de un modo nada velado a los jerónimos: "y
como en la presente época podía temerse alguna consecuencia
sensible si los Pueblos llegan a persuadirse de que los esfuerzos
de ese mismo Real Monasterio no correspondían a la opinión
que de sus grandes riquezas tiene formada, en una ocasión
en que hasta el más infeliz sacrifica lo que más
necesita para su propia subsistencia, y todos ofrecen el bien
más precioso que es la vida; cree la Junta forzoso que
este Real Monasterio que tanto tiene que perder multiplique los
esfuerzos hasta el último punto, y en tal concepto ha acordado
que desde luego aporte un Millón de Reales en efectivo"
(438).
Jamás hasta entonces las autoridades
civiles se habían dirigido con un lenguaje tan directo
y tan poco reverente a esta ilustre casa jerónima; la carta,
sin duda, refleja el brusco cambio político registrado
tras la invasión de España por las tropas napoleónicas:
el anticlericalismo de los nuevos dirigentes y de amplios sectores
del mundo rural era ahora explícito y mucho más
decidido (439).
Durante la Guerra de la Independencia,
la situación del clero regular fue muy delicada: por un
lado, si los franceses lograban dominar el país, aquéllos,
sin ningún género de dudas, extenderían y
consolidarían la "revolución"; por otro,
si el movimiento de oposición a los franceses triunfaba,
los liberales, presumiblemente, suprimirían los monasterios
y conventos o reducirían en un elevado porcentaje el número
de aquéllos. Los invasores procederían de inmediato
a la exclaustración; además, en los claustros, a
raíz de la Revolución de 1789, se había desarrollado
una enorme animadversión hacia todo lo procedente del vecino
país del norte. No es extraño, pues, que la casi
totalidad del clero regular apoyase el movimiento de resistencia
frente a los invasores, aunque en absoluto compartía los
planteamientos y los anhelos de quienes empuñaron las armas
para impedir que España quedase bajo el dominio de Napoleón
y para que se realizasen profundas reformas económicas,
políticas y sociales en el país. Los religiosos
confiaban en que, tras el conflicto, los viejos gobernantes y
la monarquía absoluta fuesen repuestos.
En ese adverso panorama político,
los jerónimos de Guadalupe procuraron que sus sacrificios
económicos atemperasen la actitud crítica de las
nuevas autoridades hacia la "casa", pero también
intentaron evitar que sus ayudas a la financiación de la
guerra comportasen pérdidas patrimoniales de grandes proporciones.
En cualquier caso, como el déficit "presupuestario"
se agravó a partir del inicio del conflicto con los franceses,
el monasterio hubo de desprenderse de parte de su tesoro (440),
de algunas cabezas de ganado y de ciertas fincas para atender
las exigencias de las juntas locales y regional y de los altos
jefes militares. La "casa" aportó a la financiación
de la Guerra de la Independencia 14,1 arrobas de plata, el producto
de la venta de las dehesas de Carnerito y de La Escobosa, algunas
reses vacunas y ovinas, 200 arrobas de lana fina lavada, 800 varas
de paño y el sustento de diversas tropas (441). Estas ayudas
no entrañaron, pues, un importante recorte del patrimonio
territorial del monasterio. Además, los rectores de éste
buscaron y lograron la protección política de altos
jefes militares de origen nobiliario cuyos planteamientos se hallaban
bastante más próximos a los de los religiosos que
los de las nuevas autoridades civiles o los de los jefes de las
partidas (442).
Pese a que los jerónimos maniobraron
con cierta habilidad en el nuevo panorama político, aquéllos
no pudieron evitar los asaltos a sus granjas, el práctico
exterminio de sus ganaderías y las ocupaciones y rompimientos
incontrolados de algunas de sus dehesas. Es cierto que el monasterio
donó y vendió algunas ovejas y vacas durante la
guerra (443), pero la drástica reducción de su riqueza
pecuaria obedeció, fundamentalmente, a los robos y matanzas
de ganado, unas veces perpetrados por los franceses y otras, las
más, por los vecinos de los pueblos cercanos a las dehesas
donde pastaban sus rebaños (444). En diciembre de 1813,
la cabaña trashumante tenía sólo 2.909 cabezas,
alrededor de la octava parte de las existentes antes de iniciarse
el conflicto bélico. En enero de 1813, habían desaparecido
todas las vacas y quedaban en las caserías sólo
30 bueyes de labor. La cabaña caprina no corrió
mucha mejor suerte: en octubre de 1812 únicamente se contabilizaron
100 cabezas preñadas (445). Estas destrucciones privaron
casi por completo a los jerónimos de la que venía
siendo, desde hacía más de 175 años, su principal
fuente de ingresos monetarios: la venta de las pilas de lana y
de algunas cabezas de ganado; además, la "casa",
a partir de entonces, ya no conseguiría el autoabastecimiento
cárnico. El número medio anual de reses sacrificadas
en la carnicería del monasterio descendió de 3.010
en 1806-1809 a 824 en 1811-1814 (446).
En el transcurso de la Guerra de la Independencia,
los campesinos no sólo robaron y destruyeron bienes de
las explotaciones agrícolas y pecuarias de la "casa",
sino que cuestionaron abiertamente los derechos de propiedad territorial
de los jerónimos al dejar de pagar ciertas rentas y, sobre
todo, al ocupar y roturar diversas fincas sin ningún tipo
de autorización. En 1811, por ejemplo, los labradores de
La Cumbre, por sorpresa y empleando la fuerza, rompieron la dehesa
de Rivilla (447). También numerosos vecinos de Don Benito
se introdujeron y explotaron ilegalmente la dehesa de los Agostaderos.
En este último caso, el monasterio, hasta bastante después
de ser restablecido el absolutismo, no conseguiría recuperar
sus derechos de propiedad: en 1817, cuando la ocupación
se prolongaba más de un lustro, el Consejo de Castilla
hubo de intervenir con energía, amenazando, incluso, con
el recurso al ejército, para lograr que los labradores
de Don Benito desalojasen la dehesa de Agostaderos (448). Por
consiguiente, el derrumbamiento de la "empresa" agraria
de la comunidad jerónima guadalupense no puede interpretarse
como mero fruto de las destrucciones que habitualmente se producen
en el transcurso de un conflicto bélico: aquél fue
consecuencia, ante todo, de un auténtico estallido antimonástico.
Los robos de ganado y de utillaje agrícola y las ocupaciones
de fincas se vieron facilitados por el desorden consustancial
a la guerra, pero, fundamentalmente, por la situación de
extrema debilidad política en que quedaron los jerónimos
tras el desmoronamiento del Antiguo Régimen nada más
iniciarse el conflicto bélico con los franceses. Algunos
campesinos extremeños, ávidos de acceder a más
recursos agrarios en mejores condiciones (449), intentaron aprovechar
la oportunidad que les brindaba el elevado número de dehesas
de la "casa" que habían quedado sin aprovechamiento
alguno tras el exterminio de la mayor parte de la riqueza pecuaria
de aquélla, así como la posición nada favorable
de las nuevas autoridades civiles de la región hacia los
institutos monásticos, para ampliar sus labrantíos
y disponer de pastos adicionales para sus ganados.
El hundimiento de la producción
agrícola (450) y pecuaria y los gastos extraordinarios
ocasionados por la guerra provocaron un agravamiento del desequilibrio
financiero de la "empresa". En 1808, el monasterio tomó
a censo 733.330,33 reales para hacer frente al incremento de desembolsos
en los primeros meses del conflicto. Sin embargo, a partir de
entonces los jerónimos tuvieron que desprenderse de bienes
patrimoniales para financiar los abultados déficit (451).
El 4 de mayo de 1810 se acordó vender algunas casas de
Guadalupe y las heredades de "poco buque", tanto de
dicha localidad como de otros lugares. En enero de 1813, el capítulo
decidió la venta de todas las casas, de las dehesas de
los Hierros y de Asperilla de Alvar Negro y de un pedazo de la
dehesa de los Agostaderos. En diciembre de 1813, la comunidad
jerónima acordó desprenderse de la dehesa de Higuera
de Vando y de todas las partes de dehesa que aún conservaba
o, caso de que no hubiera compradores para aquéllas, de
la dehesa de la Alberca (452).
Cuando el conflicto bélico concluyó,
los acreedores del monasterio presionaron para que éste
hiciese frente a los compromisos incumplidos. La comunidad jerónima
debía 113.558,82 reales al cabildo de la catedral de Toledo
de los réditos no satisfechos del censo de 733.330,33 reales
tomado por aquélla en 1808. El monasterio se veía
incapaz de hacer frente a este débito, entre otras razones
porque no hallaba compradores para sus fincas. Ello indujo a los
monjes a proponer al citado cabildo que aceptase la dehesa de
Aguanel como pago de los réditos y del principal del censo.
Los canónigos toledanos no rehusaron esa oferta, tal vez
debido a que consideraban que no existía otra alternativa
para percibir la deuda en un breve periodo de tiempo. La dehesa
de Aguanel fue tasada en 876.547,85 reales, lo que permitió
al monasterio quedar en posición acreedora por unos 30.000
reales (453).
En los dos últimos años de
la Guerra de la Independencia, el desequilibrio financiero de
la "casa" se mantenía en niveles muy altos: en
1813 y 1814 los gastos ordinarios superaron a los ingresos ordinarios
en 316.546,32 y 218.138,14 reales, respectivamente (454). Ante
el retraimiento de los prestamistas, los jerónimos no tenían
otro recurso para cubrir su abultado "agujero" que desprenderse
de fincas de cierto fuste. Aquéllos trataron de que las
ventas de propiedades territoriales no afectasen al núcleo
central de su patrimonio rústico; es decir, a sus dehesas
y labrantíos ubicados entre la granja de El Rincón,
al este, y la de La Vega, al oeste.
Las repercusiones del conflicto bélico
y del movimiento antimonástico para la casa jerónima
de las Villuercas no se circunscribieron a ciertos reveses y a
determinadas pérdidas patrimoniales: aquélla se
vería obligada a abandonar su secular modelo de gestión
económica. Al quedar muy dañadas sus caserías
y diezmadas sus cabañas, los jerónimos no pudieron
proseguir con la explotación directa de la mayor parte
de su patrimonio rústico, práctica que había
sido una constante en la historia de la "casa". De modo
que el monasterio pasó, en un breve periodo de tiempo,
de ser una gran "empresa" agraria cuyas producciones
cerealícolas y pecuarias alcanzaban cifras impresionantes
a convertirse en una institución básicamente rentista.
Pese a que las yerbas extremeñas se revalorizaron en estos
años (455), un elevado porcentaje de las dehesas de los
monjes que habían quedado sin aprovechamiento fueron arrendadas
a pasto y labor o a labor a los campesinos de los pueblos cercanos
a aquéllas (456). Por tanto, durante la guerra se produjo
un cambio drástico en los aprovechamientos del terrazgo
monástico: las labores ganaron terreno a costa de los pastizales,
avance que era fruto de las dificultades que estaban atravesando
las cabañas trashumantes (457) y de la débil posición
política de los jerónimos frente a los campesinos.
De hecho, bastantes de esos arrendamientos a pasto y labor o a
labor debieron de ser resultado de las transacciones entre el
monasterio y los labradores que previamente habían ocupado
y explotado ilegalmente determinadas dehesas.
En suma, entre 1808 y 1814 se aceleró
bruscamente el declive económico del monasterio, lo que
obedeció, ante todo, al práctico aniquilamiento
de sus granjas y cabañas, fenómeno que fue más
consecuencia del estallido antimonástico que de las meras
secuelas del conflicto bélico. Además, los jerónimos
guadalupenses vieron como su patrimonio inmaterial sufría
una importante erosión durante estos años: el desmoronamiento
del Antiguo Régimen y la difusión de las ideas liberales
contribuyeron a que la "casa" perdiese buena parte de
la autoridad moral que aún le reconocía la sociedad
extremeña -y también la española-.
En mayo de 1814, algunos de los anhelos
de los monjes ya se habían cumplido: la expulsión
definitiva del ejército invasor, el retorno de Fernando
VII y el restablecimiento del absolutismo. Aparentemente, el país
había retornado a la "normalidad", pero, en realidad,
muchos de los cambios económicos, políticos y sociales
acaecidos durante la Guerra de la Independencia fueron irreversibles.
Las viejas instituciones y autoridades absolutistas coexistirían,
a partir de entonces, con una realidad económica y social
distinta de la de antes de 1808 (458). Por otro lado, las explotaciones
agrícolas y pecuarias de la "casa", que venían
constituyendo, desde la segunda mitad del siglo XVI, la base fundamental
de su economía, se hallaban en un estado lamentable. El
19 de enero de 1815, Fr. Pedro de la Rambla renunció al
priorato. No se sentía con fuerzas para organizar y dirigir
la reconstrucción económica del monasterio (459).
Fr. Joaquín Herrera, el nuevo prelado, propuso al capítulo,
nada más resultar elegido, la venta de una gran finca rústica
para financiar el déficit "presupuestario" y
para adquirir 100 vacas y 400 cabras. Cinco días después,
la comunidad jerónima acordó vender la dehesa de
la Alberca y no sacrificar ninguna cabeza bovina o caprina hasta
que no se contase con un mínimo de 400 vacas o de 2.400
cabras, respectivamente (460). Esta enajenación tenía,
pues, unas finalidades limitadas: resolver un problema de tesorería
y recomponer de modo parcial ciertas explotaciones pecuarias a
fin de garantizar un mínimo de autoaprovisionamiento de
carne a la "casa". La reconstrucción de todas
las granjas y cabañas hubiese exigido inversiones de mucha
mayor envergadura que los jerónimos sólo habrían
podido financiar mediante la venta de otras grandes fincas rústicas.
¿Por qué el monasterio renunció,
al menos en el corto plazo, a restaurar su gran "empresa"
agraria? El patrimonio territorial de aquél había
registrado una merma sensible a partir de 1803. Es lógico,
pues, que los jerónimos tratasen de frenar o, cuando menos,
de no intensificar esa sangría que amenazaba con aniquilar
el principal fundamento de su seguridad económica: sus
grandes fincas rústicas. Además, tras haber perdido
la "casa" sus privilegios decimales, los incentivos
para la explotación directa de su patrimonio territorial
eran ahora mucho menores que antes de 1796. También algunos
factores de índole política y social obraban en
favor de la opción rentista: la reaparición de los
jerónimos como grandes "empresarios" agrícolas
y ganaderos habría alimentado los sentimientos antimonásticos
y habría generado conflictos con los arrendatarios de algunas
de sus fincas. Los monjes eran conscientes de que, pese al restablecimiento
del absolutismo, su margen de maniobra era bastante menor del
que habían venido disfrutando hasta 1808 (461).
Al no poder recomponer sus explotaciones
agrícolas y pecuarias, los ingresos monetarios y, sobre
todo, en especie del monasterio cayeron abruptamente. En el bienio
1818-1819, las cosechas medias anuales de trigo, cebada y centeno
fueron de 1.235, 671,25 y 66,25 fanegas, respectivamente (462).
El aumento del número de fincas arrendadas a labor o a
pasto y labor, cuyas rentas, en parte o en su totalidad, se percibían
en especie, compensó en escasa medida el notable descenso
de las cosechas de la "casa" (463). Entre 1775-1784
y 1818-1819, las cantidades medias anuales de trigo se redujeron
un 61,2 por 100, las de cebada un 58,6 por 100 y las de centeno
un 18,9 por 100. El descenso del número de reses sacrificadas
en la carnicería, que fue del 71,8 por 100 de 1803-1807
a 1815-1819, refleja la fuerte caída de la producción
de las cabañas de los jerónimos (464).
El hundimiento de los ingresos obligó
al monasterio a introducir severos recortes en sus gastos. En
enero de 1817 se nombró una comisión de 5 religiosos,
"instruidos en el ramo de la Hacienda y la Economía",
para que propusiesen medidas encaminadas a poner orden en la administración
de la "casa". El 14 de julio de ese año, aquélla
presentó un informe preliminar en el que cifró los
déficit de 1815 y 1816 en 542.000 reales. Es decir, el
ajuste de los gastos no se estaba produciendo con el vigor que
reclamaba el desplome de los ingresos. El 31 de marzo de 1818,
la citada comisión presentó su plan en el capítulo.
Este no contenía grandes novedades en relación a
los que habían sido elaborados en los veinticinco años
precedentes: propugnaba la intensificación de la política
de austeridad y una reforma administrativa orientada a controlar
más estrechamente a los responsables de los oficios y a
los que dirigían y coordinaban las finanzas y el conjunto
de actividades económicas de la "casa" -el mayordomo
mayor y el arquero mayor- (465). Este plan entrañaba la
renuncia a restaurar las grandes explotaciones agrarias y la asunción
de una fuerte pérdida de capacidad de gasto. En suma, los
jerónimos se mostraban impotentes para promover una auténtica
recuperación de su economía.
No todo evolucionó de manera negativa
para los intereses de los monjes durante la primera restauración
del absolutismo: entre 1814 y 1818, la lana fina y las yerbas
invernales alcanzaron elevadas cotizaciones. En ese lapso de tiempo,
como los precios de la mayor parte de las mercancías tendieron
a la baja, los términos de intercambio evolucionaron de
un modo muy favorable para el monasterio. Sin embargo, este elemento
positivo en absoluto podía compensar los daños padecidos
por sus granjas y ganaderías durante el conflicto bélico
con los franceses.
En 1816, 1817 y 1818 los jerónimos
vendieron la lana procedente de sus cabañas trashumante
y "grosera" a 140, 156 y 165 reales por arroba, respectivamente.
Nunca los vellones de las ovejas de la "casa" habían
logrado una cotización tan elevada. Los beneficios por
cabeza de la ganadería trashumante del monasterio debieron
de ser bastante altos en esos tres años. Sin embargo, los
ingresos brutos o netos de las ganaderías de aquél,
debido a la fortísima reducción del número
de cabezas, fueron, como ponen de manifiesto las cifras de los
Cuadros 6 y 16, muy inferiores a los de antes de 1808 (466).
171.210 | 222.968 | 96.284 | 385.929 | ||
20.289 | 247.344 | 64.492 | 405.376 | ||
265.493 | --- | 96.711 | 384.996 | ||
21.188 | 294.454 | 59.540 | 320.752 | ||
371.781 | 332.006 | 57.945 | 343.665 | ||
290.280 | 404.451 | 67.039 | 295.121 | ||
320.355 | 487.171 | 67.882 | 285.294 | ||
2.700 | 473.148 | 118.128 | 312.937 | ||
0 | 376.270 | 121.688 | 316.213 | ||
117.501 | 337.062 | ||||
(*)Del 1 de marzo hasta el 31 de diciembre.
Fuentes: "Liquidación de los productos que disfruta en propiedad y usufructo fuera del término de esta villa con deduccción de sus gravámenes y gastos. Año 1812", AMG, legajo 95; Cuenta por mayor de recibos y gastos, AHN, clero, libro 1.561. |
El tamaño de la cabaña trashumante
aumentó algo a partir de 1814. En 1818, según la
cantidad de lana producida, aquélla debió de estar
integrada por unas 5.000-5.500 cabezas. La elevada rentabilidad
de esta explotación pecuaria en 1816-1818 hubo de incentivar
a los monjes a incrementar el número de rebaños.
Sin embargo, en el mercado lanero se registró un cambio
drástico en 1819: como consecuencia del fuerte descenso
de las exportaciones, los precios se desplomaron y bastantes productores
-el monasterio de Guadalupe entre ellos- no pudieron dar salida
a sus pilas. No se trataba, además, de una crisis pasajera:
desde hacía años las lanas sajonas venían
ganando cuota de mercado en las principales plazas de los países
de la Europa noroccidental, pero ahora el desplazamiento de las
castellanas por aquéllas se aceleró bruscamente,
hasta el punto de que las explotaciones ovinas trashumantes de
nuestro país registraron fuertes pérdidas durante
los años veinte (467). Por tanto, si los jerónimos
hubiesen invertido una gran suma de dinero en la adquisición
de cabezas merinas después de la guerra, habrían
efectuado una operación nefasta. Aquéllos, probablemente,
no sospechaban en 1817 ó 1818 el desastre que iba a producirse
en el negocio lanero.
La recuperación de las ganaderías
bovinas del monasterio fue muy limitada. La cabaña vacuna
de La Vega contaba con 794 reses en 1808, con 263 en 1810, con
127 en 1817, con 139 en 1818 y con 174 en 1819 (468). Después
de 1808, la producción de las explotaciones bovinas de
los jerónimos se destinó casi exclusivamente al
autoabastecimiento de carne y de fuerza de tracción animal
de la "casa".
Entre 1815 y 1818, la cotización
de los pastizales del monasterio creció cerca de un 25
por 100 (469). Ese fuerte ascenso respondió al alza del
número de cabañas ovinas de renta, auspiciado por
los elevados precios de la lana, y a la reducción de la
oferta de yerbas como consecuencia de la gran cantidad de dehesas
que habían sido roturadas durante la Guerra de la Independencia
(470). Esta revalorización de los pastizales concluyó
súbitamente a raíz del desplome de las exportaciones
y de los precios de la lana fina.
En los años de la primera restauración
absolutista, la política de austeridad del monasterio,
estrictamente necesaria para reducir el déficit y, por
ende, para evitar mayores pérdidas patrimoniales, se vio
obstaculizada por el aumento de las cargas fiscales y por los
gastos que ocasionaron diversos litigios que aquél hubo
de promover a fin de recuperar los derechos de propiedad sobre
algunas de sus fincas rústicas.
La reforma tributaria de Martín
de Garay tuvo un fuerte impacto sobre la economía de los
jerónimos de Guadalupe. En el decenio 1765-1774, el monasterio
había pagado 108.193,23 reales en concepto de Subsidio
y Excusado. Sólo en 1818, aquél hubo de satisfacer
a la Real Hacienda 164.780,55 reales, de los que 112.577,2 correspondían
a la nueva contribución directa sobre los pueblos (471).
Como los ingresos en metálico y en especie de la "casa"
habían descendido fuertemente, la presión fiscal
sobre aquélla era ahora, a finales de la segunda década
del siglo XIX, muy superior a la de antes de la Guerra de la Independencia.
En el bienio 1818-1819, el monasterio gastó
una media anual de 51.417,6 reales en pleitos y diligencias -5,18
veces más que la de 1765-1784- (472). Los jerónimos
tuvieron, pues, que dedicar un importante volumen de recursos
a la defensa de sus derechos de propiedad territorial en unos
momentos en que precisaban reducir fuertemente sus gastos a fin
de corregir su desequilibrio financiero y de evitar nuevas ventas
de fincas rústicas. Esta intensa y necesaria actividad
de la "casa" en los tribunales pone de manifiesto que
el restablecimiento del absolutismo no entrañó el
inmediato y automático retorno a la situación de
preguerra.
Cuando las menguadas tropas de Riego recorrían
el país en busca de apoyo en los primeros meses de 1820,
las perspectivas para los monjes de Guadalupe eran bastante sombrías.
En el terreno económico, aquéllos habían
sido incapaces de reconstruir sus grandes explotaciones agrícolas
y pecuarias; además, el negocio lanero se estaba hundiendo,
lo que perjudicaba al monasterio en tanto que dueño de
una cabaña trashumante y de otra "grosera" y
en tanto que arrendador de dehesas dedicadas fundamentalmente
al sustento del ganado ovino (473). Pero los jerónimos
se enfrentaban a un problema aún más arduo que el
indudable declive de su economía: la justificación
social del impresionante volumen de riquezas que todavía
acaparaban. Ahora, cuando las peregrinaciones al santuario tenían
una escasa importancia social y cuando las obras benéfico-asistenciales
de la "casa" se habían reducido drásticamente,
entre otras razones porque aquélla hubo de aplicar una
severa política de austeridad, resultaba difícil
evitar, tras la difusión de las propuestas liberales, que
la idea de la conveniencia de la desamortización de parte
o de la totalidad de los bienes del monasterio fuese siendo apoyada
por sectores cada vez más amplios de la sociedad extremeña.
Los monjes de Guadalupe eran conscientes
de que los liberales iban a promover una profunda reforma del
clero regular y de que la supresión de la "casa"
era bastante probable. El 25 de septiembre de 1820, el prior reunió
a todos los religiosos para comunicarles que las Cortes habían
acordado la extinción de los monacales (474). El decreto
de 1 de octubre de 1820 suprimió todos los monasterios
de los citados institutos, si bien 8 casas, señaladas por
el gobierno, podrían permanecer abiertas con el propósito
de que el culto divino se conservase en algunos célebres
santuarios. Además de otras restricciones, los religiosos
de los monasterios no clausurados quedaban sujetos al ordinario
correspondiente y los bienes de todas estas casas pasaban a manos
del Crédito Público. De modo que los monjes subsistentes
se convertían en una especie de empleados del gobierno
que ofrecían servicios religiosos en diversos santuarios
(475).
Guadalupe, como era previsible, fue una
de las ocho casas de monacales que el gobierno eligió para
que permaneciesen abiertas. En cualquier caso, el decreto de 1
de octubre de 1820 supuso la disolución de la "empresa"
de los jerónimos de las Villuercas y la desamortización
de sus bienes. En Extremadura, hasta el 24 de enero de 1822, se
habían tasado bienes desamortizados por valor de 101.206.046,11
reales, de los que 27.863.178,11 reales correspondían a
propiedades del monasterio de Guadalupe (476). De modo que una
parte significativa del patrimonio de la "casa" pasó
a manos de particulares en el transcurso del trienio liberal.
Según informaciones de los propios
jerónimos, fueron muy pocos los monjes de la "casa"
que se secularizaron a raíz del citado decreto de 1 de
octubre de 1820. La situación de los religiosos debió
de hacerse especialmente complicada tras el triunfo de un grupo
de liberales, que ya habían mantenido un fuerte enfrentamiento
con el monasterio durante la Guerra de la Independencia (477),
en las elecciones municipales. Uno de los monjes, Fr. José
de la Fuente, fue detenido una noche cuando atravesaba, camino
de Plasencia, un puente sobre el Tajo en compañía
de otras personas. Aquél, acusado de entrar en contacto
con partidas que pretendían derribar al régimen
constitucional, fue condenado a muerte y ejecutado en Badajoz
el 28 de septiembre de 1822. El 1 de junio de 1822, poco después
del apresamiento de Fr. José de la Fuente, fueron encarcelados
todos los monjes de la "casa" debido a "una representación
calumniosa del Ayuntamiento Constitucional de Guadalupe".
El asunto fue tratado en las Cortes: éstas, en sesión
extraordinaria celebrada el 17 de junio de 1822, determinaron
la supresión del monasterio de Guadalupe y "la diseminación
de sus individuos en las siete casas restantes de Monacales".
Ante tal panorama, muchos jerónimos decidieron secularizarse.
Entonces alguien poderoso intercedió por los religiosos,
y consiguió que se les trasladase al monasterio de El Escorial,
casa que pertenecía a su misma orden. Sin embargo, en su
nueva morada los monjes guadalupenses "se vieron llenos de
penalidades, y sufrimientos, y agoviados con la privación
de todo lo necesario por falta de pago de pensiones y hubieran
perecido de miseria", lo que les indujo a la secularización
(478). Después de dar este paso, algunos serían
deportados o encarcelados por su oposición activa al sistema
liberal (479). Este tipo de comportamiento político de
los más audaces no puede sorprendernos: los jerónimos
estaban convencidos de que el restablecimiento del Antiguo Régimen
y de su "casa" exigía el triunfo de la revuelta
realista.
Lo acontecido en el trienio liberal tuvo
importantes consecuencias para el monasterio. Por un lado, las
actitudes y comportamientos de los distintos grupos sociales mostraron
que el clero regular carecía ya de apoyos sustantivos en
el seno de la sociedad extremeña, lo que hubo de reducir
el grado de confianza, incluso el de los propios jerónimos,
en las posibilidades de supervivencia de la "casa" en
el medio plazo; por otro, tras la segunda restauración
absolutista, el monasterio tuvo que emplear bastantes energías
y recursos en recuperar todos sus bienes y en intentar recomponer
sus diferentes explotaciones.
A medida que los "Cien Mil Hijos de
San Luis" iban ocupando el país, los monjes fueron
retornando a Guadalupe. Aquéllos sabían que la reimplantación
del absolutismo supondría el inmediato restablecimiento
de las casas de religiosos suprimidas durante el trienio liberal.
El Crédito Público devolvió el monasterio
a la comunidad jerónima el 1 de julio de 1823 (480). En
los primeros tiempos de la segunda restauración absolutista,
aquélla tuvo que concentrar sus esfuerzos en resolver el
asunto de los secularizados (481), en recuperar sus bienes (482)
y en reconstruir su economía. Los monjes se vieron forzados
a recurrir a los tribunales y a gastar grandes sumas de dinero,
en unos momentos en que la "casa" padecía graves
problemas de tesorería, para recobrar sus derechos de propiedad
sobre varias fincas (483). Entre el 1 de marzo de 1824 y finales
de diciembre de 1826, los jerónimos destinaron a pleitos
y diligencias nada menos que 208.178,58 reales (484).
Después de 1823, no hubo ninguna
tentativa seria de los rectores monásticos para restaurar
sus grandes explotaciones agrícolas y pecuarias. La profunda
crisis de la trashumancia no aconsejaba, desde luego, invertir
en la adquisición de rebaños merinos, pero aquéllos
tampoco hicieron esfuerzos de cierto calibre para que las granjas
recuperasen el nivel de actividad de antaño. El 22 de noviembre
de 1824, el prior propuso a los padres capitulares la venta de
una finca por valor de unos 800.000 reales a fin de pagar las
deudas y de adquirir algunas cabezas caprinas y vacunas. No se
trataba, pues, de un auténtico plan para convertir, de
nuevo, al monasterio en un gran productor agrario: la citada enajenación
sólo pretendía que la "casa" pudiera atender
a sus compromisos financieros e incrementar el grado de autoabastecimiento
de carne (485). Aparte de la carencia de recursos líquidos
y de la depresión del negocio lanero, la renuncia de los
jerónimos a restaurar sus grandes explotaciones agrícolas
y pecuarias también obedeció, probablemente, a que
aquéllos, tras la experiencia del trienio, ya albergaban
serias dudas sobre la "inmortalidad" de su "casa"
(486). En la segunda restauración absolutista, por tanto,
el monasterio consolidó ese carácter rentista que
había adquirido a raíz de los robos y destrucciones
sufridos por sus ganaderías y granjas durante la Guerra
de la Independencia.
En el Cuadro 17 he reflejado la evolución
de los ingresos y gastos monetarios de la "casa" en
el periodo anterior a la exclaustración.
339.537 | 340.660 | 4.800 | -1.123 | |
644.255 | 711.053 | 89.039 | -66.798 | |
747.393 | 854.906 | 55.395 | -107.513 | |
705.746 | 803.149 | 76.854 | -97.403 | |
728.325 | 788.156 | 142.081 | -59.831 | |
679.783 | 695.509 | 19.553 | -15.726 | |
555.124 | 618.295 | 63.648 | -63.171 | |
581.361 | 645.964 | 30.615 | -64.603 | |
521.950 | 541.904 | --- | -19.954 | |
514.063 | 493.561 | 10.184 | 20.502 | |
605.638 | 666.300 | 27.704 | -60.662 | |
657.742 | 652.921 | 7.914 | 4.821 | |
(*) Del 1 de julio de 1823 a finales de febrero de 1824.
(**) Del 1 de marzo de 1824 a finales de diciembre de ese año. Fuente: Cuentas por mayor de recibos y gastos, AHN, clero, libro 1.561. |
Entre 1783-1786 y 1825-1834, los ingresos
monetarios medios anuales del monasterio cayeron un 58,5 por 100
en términos nominales -el descenso en reales constantes
también debió de ser superior al 50 por 100- (487).
Los gastos nominales en metálico, por su parte, se redujeron
un 49,3 por 100 de 1775-1784 a 1825-1834. Como los ingresos en
especie disminuyeron en proporciones bastante superiores, esos
porcentajes, pese a ser muy elevados, infravaloran la decadencia
económica de la "casa".
Durante la segunda restauración
absolutista, los gastos excedieron a los ingresos en la mayor
parte de ejercicios. Entre 1823 y 1834, aquéllos superaron
a éstos en 531.461 reales. Para financiar este déficit
el monasterio recurrió a préstamos de particulares
y de los propios religiosos por un importe de 527.787 reales (488).
Por tanto, el desequilibrio financiero, pese a la severa política
de austeridad, no desapareció en los años que precedieron
a la supresión de la "casa". En cualquier caso,
el déficit "presupuestario" se redujo notablemente
en relación al del de las dos primeras décadas del
siglo XIX.
En esta última fase de la historia
del monasterio jerónimo de Guadalupe, los ingresos monetarios
de éste tendieron a la baja hasta 1832. En los dos últimos
ejercicios completos, aquéllos registraron una pequeña
recuperación como consecuencia del alza del precio de la
lana y del de las yerbas.
Entre 1824 y 1834, la renta en metálico
de las dehesas y la venta de productos pecuarios supusieron el
54,2 y el 12,5 por 100 de los ingresos monetarios de la "casa",
respectivamente. Ahora bien, como la cotización de los
pastizales del monasterio estaba bastante condicionada por el
precio de los vellones de las ovejas merinas, la economía
de los jerónimos, pese al relativamente reducido tamaño
que ahora tenían sus cabañas ovinas, continuaba
dependiendo en un elevado grado de la marcha del negocio lanero.
Entre 1825 y 1832, los ingresos monetarios
netos medios anuales de las ganaderías ovinas de los jerónimos
sólo ascendieron a 23.896,6 reales (489). No fueron negativos
porque los rebaños, salvo los trashumantes durante el periodo
estival, se sustentaban en pastizales de la "casa".
Como ya he señalado, el hundimiento de las exportaciones
originó una profunda depresión en el mercado interior
de vellones: el precio medio anual de la lana vendida por el monasterio
se redujo nada menos que un 60 por 100 de 1816-1818 a 1825-1832
(490). El coste de los insumos, especialmente el de las yerbas
estivales, descendió (491), pero en absoluto compensó
el desplome de los ingresos ocasionado por la fortísima
depreciación de los vellones. En 1828, la comunidad jerónima
adquirió 400 ovejas -con crías- a razón de
30 reales por unidad (492). Hacía menos de dos décadas
que "Lord Stiward" (sic) había pagado algo más
de 100 reales por merina; es decir, la cotización del ganado
ovino se había reducido nada menos que un 70 por 100, lo
que revela la intensidad de la depresión de la actividad
lanera.
El número de cabezas trashumantes
de los monjes creció algo entre 1824 y 1829. En este último
año partieron hacia las montañas leonesas 6.332
merinas. En 1835, cuando a raíz de la exclaustración
se inventariaron los bienes de los jerónimos, la cabaña
trashumante de éstos estaba integrada por 5.150 cabezas.
Las restantes ganaderías tuvieron una importancia relativamente
pequeña en los últimos años de existencia
del monasterio. En 1835 sólo se contabilizaron 2.115 ovejas
estantes, 79 vacas, 28 bueyes, 31 cerdos, 7 yeguas y 6 jumentos
(493).
Como ya he apuntado, el hundimiento del mercado castellano de lana fina originó una profunda contracción en el mercado extremeño de yerbas. La renta de 10 dehesas de la "casa" arrendadas a puro pasto fue de 162.400 reales en 1818, de 106.600 en 1830 y de 115.400 en 1834 (494). Además, los ganaderos no sólo dejaron de satisfacer anticipadamente la "parte del arriendo" que siempre se estipulaba, sino que a menudo solicitaban rebajas en la renta cuando sus rebaños salían de los invernaderos (495). Ante las enormes dificultades que estaban teniendo los productores de lana fina para pagar los pastos consumidos por sus merinas, el capítulo, en septiembre de 1826, acordó arrendar por 6 años las dehesas de Torilejo, Campillo Cimero de Moheda Oscura, Pasarón y Millar de Rena a pasto y labor a diversos labradores. En 1827 la comunidad jerónima volvió a abordar este tema y decidió arrendar a pasto y labor todas aquellas dehesas en que dicha alternativa resultase más ventajosa que la cesión a puro pasto. Ahora bien, no todas las fincas rústicas del monasterio eran apropiadas para la cerealicultura. Por otro lado, la agricultura extremeña registraría, precisamente en los años siguientes, una profunda crisis debido al desplome de los precios (496). A partir de 1828 fueron numerosos los labradores que solicitaron a los jerónimos la rebaja de sus rentas, el perdón de sus deudas o, incluso, la cancelación de sus contratos (497). Como la "casa" se había convertido en una institución eminentemente rentista, los graves apuros financieros de los arrendatarios de sus dehesas, los labradores acomodados y los ganaderos, tardaron muy poco en afectarle. Aunque los ingresos monetarios de la comunidad jerónima ya no dependían básicamente de los balances de sus cabañas ovinas y bovinas, buena parte de sus grandes propiedades territoriales seguían siendo aprovechadas por rebaños merinos. De modo que la rentabilidad de las explotaciones laneras seguía influyendo notablemente en la renta de sus dehesas y, por ende, en la cuantía de sus ingresos monetarios.
Entre 1818-1819 y 1824-1832, los ingresos
y los gastos medios anuales de cereales cayeron un 21,2 y un 35,0
por 100, respectivamente (498). Gracias a que el descenso de éstos
fue mayor que el de aquéllos, el déficit de granos
de la "casa" continuó reduciéndose. Entre
1824 y 1832, las compras de cereales, que ascendieron, en promedio
anual, a sólo 1.003,9 fanegas -véase el Cuadro 18-,
absorbieron únicamente el 3,42 por 100 de los gastos monetarios
-aquéllas habían supuesto, de 1765 a 1784, el 17,8
por 100 de éstos-.
3.546,9 | 3.735,6 | 440,1 | 75,8 | -188,7 | |
807,8 | 1.335,0 | 502,3 | 7,2 | -527,2 | |
521,7 | 533,7 | 61,5 | 19,7 | -12,0 | |
4.876,4 | 5.604,3 | 1.003,9 | 102,7 | -727,9 | |
Fuente: "Hojas de Granos", AHN, clero, libro 1.562. |
La composición de los ingresos cerealícolas
refleja el progresivo empequeñecimiento de la "empresa"
agraria de los jerónimos. Entre 1824 y 1832, las cosechas
de las caserías sólo significaron el 8,7, el 37,1
y el 6,4 por 100 del total de trigo, cebada y centeno ingresados,
respectivamente (499). De los arrendamientos en especie, el monasterio
obtuvo, de 1824 a 1832, un promedio anual de 1.824,1 fanegas de
trigo, 96,8 de cebada y 6,1 de centeno. En el caso de la primera
gramínea, la renta de la tierra y las Tercias Reales representaron
el 52,2 y el 28,4 por 100 de los ingresos, respectivamente (500).
Por consiguiente, las disponibilidades de trigo de la "casa"
dependían ahora mucho más del producto de los arrendamientos
de sus dehesas que de sus propias cosechas.
La decadencia económica del monasterio
la acusaron en mayor medida los ingresos en especie que los monetarios.
Los cerealícolas disminuyeron, en promedio anual, nada
menos que un 64,8 por 100 entre 1765-1784 y 1824-1832. Por su
parte, la producción pecuaria de la "casa" registró
un descalabro aún más intenso (501). Sólo
los ingresos oleícolas descendieron moderadamente (502).
Por tanto, la capacidad de gasto de los jerónimos cayó
bastante más de lo que sugieren las cifras de sus ingresos
monetarios.
En las postrimerías del reinado
de Fernando VII, ¿la situación económica de
la "casa" hacía presagiar un final próximo?
Es cierto que sus cabañas habían sido diezmadas,
que sus granjas habían sufrido graves daños, que
sus ingresos habían caído abruptamente y que había
tenido que vender algunas fincas, pero aquélla todavía
conservaba un impresionante patrimonio territorial rústico
(503) que le permitía obtener unas rentas anuales por encima
de los 275.000 reales y de las 1.500 fanegas de trigo. Además,
el precio de la lana y la cotización de las yerbas invernales
habían iniciado una recuperación a comienzos de
los treinta (504). Por otro lado, el monasterio había conseguido
reducir sustancialmente su déficit "presupuestario"
y financiar la mayor parte de éste con los depósitos
particulares de los propios religiosos. De modo que aquél,
durante la segunda restauración absolutista, no se vio
forzado a vender ninguna dehesa. En definitiva, hacia 1833 la
"casa" aún disponía de suficientes recursos
y rentas para mantener a un elevado número de monjes (505),
pero ya no estaba en condiciones de financiar una amplia actividad
benéfico-asistencial que justificase socialmente el extenso
patrimonio territorial que todavía conservaba en esas fechas.
Sin embargo, la comunidad jerónima
guadalupense se hallaba en un avanzado estado de descomposición
cuando la junta directiva de gobierno de Extremadura ordenó,
el 5 de septiembre de 1835, que fuesen exclaustrados todos los
regulares de la región (506). A los monjes de Guadalupe
no les había resultado fácil de aceptar la actitud
fría o francamente hostil de amplios sectores de la sociedad
extremeña hacia la "casa" y su nuevo papel, bastante
más modesto que el de antes de la Guerra de la Independencia,
en los terrenos económico, social y religioso. Los jerónimos
ya estaban inquietos, desorientados, desasosegados y, probablemente,
divididos antes de morir Fernando VII. Ahora bien, las expectativas
para los defensores del "trono y el altar" empeoraron
de manera sustancial tras el fallecimiento de aquél. Ello
precipitaría los acontecimientos en el claustro guadalupense.
El 18 de abril de 1834 apareció
un pasquín abiertamente partidario de la "causa de
D. Carlos" en la celda de un monje. La comunidad jerónima,
muy asustada, acordó que el prior, a su paso por Madrid,
"asegure al Trono de la manera más positiba y solemne,
el respeto y ciega sumisión a los preceptos que de ella
emanen, garantizando en nombre de la Comunidad los sagrados derechos
que indudablemente pertenecen a la Reyna Nuestra Señora
Isabel Segunda, cuya Majestad reconocen de hecho y derecho como
lexitima y única de las Españas, a cuyo sostén
están dispuestos con los elementos de su posibilidad"
(507). Los monjes temían, no sin motivo, la supresión
de la "casa". La mayoría de aquéllos,
aunque en absoluto compartían y apoyaban los proyectos
de los liberales moderados (508), eran conscientes de la necesidad
de evitar roces con los nuevos gobernantes. El relativamente escaso
apoyo popular a la "causa de D. Carlos" en la región
debió de contribuir a que la mayoría de jerónimos
optasen por "guardar las formas" y por la cautela. Pocos
días después del incidente del pasquín, el
vicario propuso enviar dos o tres religiosos para que manifestasen
al "Señor Subdelegado del Fomento de esta Provincia"
la fidelidad y adhesión de la comunidad al "legítimo
gobierno" de Isabel II (509). Dos monjes serían detenidos
como consecuencia de las investigaciones llevadas a cabo por la
justicia real acerca del pasquín.
Desde el momento en que los jerónimos
llegaron al convencimiento de que las posibilidades de supervivencia
del monasterio eran mínimas, los enfrentamientos por el
control del gobierno de la "casa" entre dos o más
bandos alcanzaron una virulencia inusitada. Aunque la explotación
directa había retrocedido, el prior aún repartía
34 administraciones de oficios. Los monjes que ocupaban estos
cargos estaban exentos de los "actos de Comunidad",
pero aquéllos apetecían entonces regentar un oficio,
ante todo, para resarcirse del dinero prestado a la "casa"
y/o para reunir unos fondos que les permitieran afrontar en mejores
condiciones su incierto futuro. Según José García
Atocha, subdelegado de rentas de Trujillo, los jerónimos
habían sustraído sólo en joyas y piedras
preciosas cerca de 300.000 reales. Aquél estimó
los bienes "dilapidados" y ocultados por los monjes
en 1.200.000 reales (510).
Fr. Zenón de Garbayuela ganó
las elecciones a la prelacía en abril de 1833. Algún
tiempo después, dos monjes del bando minoritario acusaron
a aquél de sodomía. Fr. Zenón de Garbayuela
ordenó abrir una investigación, pero algunos religiosos,
conscientes de las graves consecuencias que podrían derivarse
de tales pesquisas, consiguieron que el prior y los monjes "rebeldes"
se reconciliasen. Sin embargo, las hostilidades se reanudaron
a raíz de una exposición, fechada el 24 de octubre
de 1834, en la que 73 monjes solicitaron que su firma fuese declarada
nula en el escrito donde se caracterizaban de calumnias a los
rumores que habían circulado sobre ciertas obscenidades
cometidas por el prelado. Fr. Zenón de Garbayuela intentó
que las autoridades civiles ordenasen la separación de
la "casa" de sus principales adversarios. El ministerio
de Gracia y Justicia solicitó opinión al regente
de la Audiencia de Cáceres sobre la conveniencia de trasladar
algunos monjes para restablecer la calma en el claustro. El informe
elevado por el citado funcionario cacereño ponía
de manifiesto el elevado grado de desintegración y perversión
de la comunidad jerónima guadalupense: "la inmoralidad
ha envejecido en el Monasterio, y que apenas habrá un sólo
individuo, que conserve resto de religiosidad (...). Que en la
Sala del Crimen de aquélla audiencia se han visto dos causas,
que aunque son insignificantes en la sustancia, dan una exacta
idea de las perversidades de los Monges: que están tan
avezados a la licencia, que aún el Regente informante le
han referido sus actos más irreligiosos, de modo que, cerrando
los ojos, hubiera podido oir a un facineroso desalmado".
El regente proponía la adopción de medidas más
drásticas que el simple traslado de algunos monjes (511).
En 1834, el capitán general de Extremadura
recibió una carta firmada por un tal Pablo Arnaiz, quien
aseguraba haber sido criado de la "casa", en la que
se denunciaba la ayuda económica prestada por el prior
al movimiento carlista. El ministerio de Gracia y Justicia acabó
encomendando la investigación de este asunto a D. Diego
Mendo, quien no halló pruebas del apoyo financiero de Fr.
Zenón de Garbayuela al "Pretendiente". Sin embargo,
en el informe elaborado por aquél, fechado el 2 de febrero
de 1835, se descalificaba la conducta y las actitudes de los monjes:
la comunidad jerónima disfrutaba de un capital de cuarenta
y tantos millones, "y el manejo de una parte, o del todo
de este caudal, y el asegurarse una vida colmada de placeres y
comodidades son los objetos que generalmente se proponen sus individuos
al profesar en aquel Santuario. El estupro, el adulterio no son
los vicios que menos los dominan". Diego Mendo afirmaba que
había visto embriagados varias veces a algunos de los monjes
que habían comparecido para declarar en el expediente general
de su comisión. Aquél consideraba que "la sed
del mando y del oro es la que sostiene alternativamente las luchas
que turban la paz interior del claustro". No puede extrañar,
pues, que Diego Mendo fuese partidario de cerrar el monasterio,
de diseminar a los religiosos en las restantes casas jerónimas
y de que el Estado se hiciese cargo de todos los bienes de la
"casa" (512).
El hecho de que no se celebrase ninguna
reunión capitular después del 7 de octubre de 1834
también testimonia las transgresiones a las normas y a
las costumbres por parte de la comunidad jerónima en el
año que precedió a la exclaustración, al
tiempo que induce a pensar que los religiosos ya habían
perdido entonces casi todas sus esperanzas en la capacidad de
la "casa" para sobrevivir en el nuevo panorama político.
En suma, la comunidad jerónima,
después de la muerte de Fernando VII, no aparecía
dividida por discrepancias políticas fundamentales, sino
por meras cuestiones tácticas -una minoría de monjes
propugnaba que la "casa" debía pronunciarse abiertamente
a favor de la insurrección carlista- y, sobre todo, por
intereses materiales. Da la impresión, pues, que los religiosos
de Guadalupe en esta fase final pusieron más empeño
en incrementar sus capitales personales que en la defensa del
absolutismo. Hasta hacía poco tiempo, la "casa"
ofrecía plena seguridad económica a los hombres
que profesaban en ella. Es lógico, por tanto, que a muchos
monjes les aterrase la incertidumbre económica que les
esperaba fuera de su claustro y que ello les impulsase a intentar
acrecentar sus respectivos peculios particulares antes de que
fuesen obligados a abandonar su "casa", máxime
cuando aquéllos se consideraban los propietarios legítimos
de unos bienes que, presumiblemente, iban a ser incautados por
un Estado "impío".
La junta directiva de gobierno de Extremadura,
que se había formado en el verano de 1835, suprimió
todas las casas regulares de la región el 5 de septiembre
de ese mismo año. Los monjes de Guadalupe fueron desalojados
de su "casa" trece días después (513).
Los jerónimos habían permanecido de forma prácticamente
ininterrumpida en Guadalupe durante 445 años, 10 meses
y 27 días.
En definitiva, hacia 1835 los ingresos
y gastos del monasterio eran, cuando menos, un 60 por 100 inferiores
a los de antes de 1808. Esa aguda decadencia económica
tuvo sus orígenes en el agotamiento del modelo de crecimiento
agrario extensivo del interior peninsular en la segunda mitad
del siglo XVIII, pero se agravó notablemente con los robos
y destrucciones padecidos por las explotaciones agrarias de los
jerónimos en la Guerra de la Independencia y, más
tarde, con el hundimiento de la actividad lanera a partir de 1819.
Pese a este fuerte declive, la "casa" aún estaba
en condiciones, cuando se produjo la exclaustración, de
sustentar a casi un centenar de religiosos. Sin embargo, había
aparecido un enorme desfase entre las riquezas y rentas del monasterio
y el valor atribuido por la sociedad a las actividades desarrolladas
por aquél: por un lado, la importancia social y religiosa
del santuario y de las peregrinaciones había disminuido
fuertemente -y, por tanto, también la relevancia otorgada
por extremeños, castellanos, andaluces y portugueses a
las ceremonias religiosas y a la labor mediadora ante la Virgen
de los jerónimos-; por otro, la "casa" ya no
estaba en condiciones de financiar una amplia oferta benéfico-asistencial.
Por consiguiente, el papel de los monjes de Guadalupe había
quedado severamente recortado y ya no resultaba posible hallar
razones de "utilidad pública" que justificasen
la conveniencia de que el monasterio conservase todavía
un descomunal patrimonio territorial. De ahí el avanzado
grado de descomposición de la comunidad jerónima
y las presiones populares para la supresión de la "casa"
antes de que las autoridades regionales, primero, y las nacionales,
poco después, decretasen la exclaustración de los
regulares.
8. Epílogo
A algún lector le habrá sorprendido
y, tal vez, disgustado el título de este trabajo: "Una
gran "empresa" agraria y de servicios espirituales...".
Sin embargo, la utilización de cualquiera de los conceptos
de empresa implícitos o explícitos en los diversos
enfoques de aquélla, lleva, sin ningún género
de dudas, a considerar a monasterios y conventos como empresas
u "organizaciones" (514). Ahora bien, el objetivo prioritario
de aquéllos no radicó en la maximización
de sus beneficios; no obstante, uno de sus "nortes"
sí lo constituyó la maximización de sus beneficios;
no obstante, uno de sus "nortes" sí lo constituyó
la maximización del valor de sus activos tangibles e intangibles,
aunque tal meta solió estar sometida a importantes y variables
restricciones. En cualquier caso, los objetivos de las instituciones
monásticas, como ya advertimos en el capítulo introductorio,
fueron múltiples, complejos y cambiantes. Por consiguiente,
considero que no pueden resultar fructíferos los intentos
de explicar el comportamiento económico de monasterios
y conventos durante un dilatado periodo de tiempo a partir de
la delimitación de un único fin prioritario de aquéllos.
El monasterio jerónimo de Guadalupe
no sólo fue una "empresa", sino que constituyó
una de las mayores empresas de la España medieval y moderna
(515), fenómeno que queda patente en el tamaño de
su patrimonio, en la cuantía de sus ingresos -en metálico
y en especie- o en el volumen de la fuerza de trabajo contratada
para sus diferentes explotaciones y oficios. Se trataba, además,
de una "empresa" que conjugó numerosas y variadas
actividades agrícolas, pecuarias, manufactureras, benéfico-asistenciales,
educativas y de prestación de servicios espirituales, lo
que obligó a sus rectores a establecer una compleja organización
interna y a dedicar bastantes recursos al área administrativa
a fin de disponer de la información precisa para poder
coordinar y controlar los distintos talleres, granjas, ganaderías
y servicios. La diversidad de "negocios" aconsejó
a los jerónimos la implantación de una especie de
estructura multidivisional en la que cada explotación o
grupo de explotaciones era regida por un monje que gozaba de cierta
autonomía (516) y en la que las tareas de coordinación
general eran realizadas por el prior, el arquero y, sobre todo,
el mayordomo. Dadas las características de la economía
del monasterio de Guadalupe, ese sistema organizativo presentaba
indudables e importantes ventajas, pero también ciertos
inconvenientes: por un lado, los monjes administradores de los
oficios, casi todos interesados en su promoción en el seno
de la "casa" o de la orden, a menudo se preocupaban
más de presentar un balance "vistoso" de su gestión
que de promover el desarrollo a largo plazo de aquéllos
o de colaborar eficazmente para que la "casa" alcanzase
los objetivos prioritarios que se había fijado; por otro,
el prior, absorbido en buena medida por otro tipo de obligaciones,
no podía prestar toda la atención y el tiempo que
requería la coordinación económica general,
en tanto que el mayordomo y el arquero tenían atribuciones
limitadas en ese ámbito. Esta última desventaja
contribuyó a que se demorase la corrección de determinadas
conductas desviadas de algunos administradores de oficios y la
adopción de ciertas decisiones estratégicas. La
falta de agilidad en la gestión, especialmente cuando había
que introducir cambios económicos de cierta envergadura,
también obedecía al arraigo de la gerontocracia
en la orden jerónima (517). No obstante, el ferviente deseo
de hacer perdurable a la "casa" empujaba a los dirigentes
de ésta a reaccionar ante los procesos de fuerte degradación
económica del monasterio. En suma, las respuestas ante
cambios en el entorno solían tardar en producirse, pero
la preocupación por el largo plazo acababa obligando a
los rectores de la "casa" a promover los ajustes y transformaciones
necesarias en la gestión del patrimonio material e inmaterial,
que a veces comportaban apreciables sacrificios económicos,
a fin de facilitar la supervivencia del monasterio en el largo
plazo en unas condiciones que le permitiesen mantener los máximos
grados de protagonismo social y religioso posibles.
Las actividades económicas de la
"casa" se desarrollaron en un entorno en el que los
derechos de propiedad territorial estaban mejor definidos que
en otras zonas de la Corona de Castilla y en el que las relaciones
mercantiles y monetarias, pese a carecer la región extremeña
de una red urbana, estuvieron bastante difundidas desde la baja
Edad Media. La primera de las características arriba mencionadas
no fue ajena a la fecha relativamente tardía de la repoblación
del área en el que se ubicaban las principales fincas rústicas
de la "casa", al débil poblamiento de aquél
cuando se llevó a cabo su colonización, y a la gran
importancia adquirida pronto por la dehesa en el proceso de atribución
social del espacio en dicho territorio. La amplitud de las relaciones
mercantiles y monetarias cabe atribuirla a la intensa especialización
pecuaria de buena parte de Extremadura, al crónico déficit
manufacturero de esta región, a las facilidades que para
ciertos intercambios entrañaban los desplazamientos anuales
de los pastores trashumantes y al pago en metálico de los
arrendamientos de las yerbas de las dehesas. Sin duda, estos rasgos
del entorno condicionaron el devenir y la organización
económica del monasterio: por un lado: el relativamente
alto grado de definición de los derechos de propiedad permitió
a aquél modificar las formas de aprovechamiento y gestión
de sus fincas rústicas sin que ello desencadenase violentos
conflictos sociales (518); por otro, la comunidad jerónima,
desde su fundación, producía una importante cantidad
de bienes y servicios para satisfacer necesidades ajenas y obtenía
en los mercados una parte significativa de las mercancías
consumidas. Ahora bien, los rectores de la "casa" no
se limitaron a adaptarse pasivamente al entorno: sus decisiones
contribuyeron a modificar aquél, unas veces acelerando
ciertos procesos -como el de adehesamientos- y otras alterando
la organización del terrazgo en las áreas donde
se concentraron sus principales intereses cerealícolas
-Madrigalejo- o sustituyendo ganado vacuno por lanar en el aprovechamiento
de sus extensos pastizales de la Tierra de Medellín.
Aunque sus relaciones mercantiles siempre
fueron muy importantes, no debe olvidarse que el monasterio dedicó
gran cantidad de sus recursos al autoabastecimiento de cereales,
carne, aceite, vino, legumbres, hortalizas y algunas manufacturas.
Ante la carestía del transporte, la considerable distancia
que separaba a Guadalupe de los principales mercados castellanos,
la alta volatilidad de los precios agrarios y los elevados costes
de transacción (519), los jerónimos procuraron que
el aprovisionamiento de los productos esenciales dependiese lo
mínimo posible del mercado. Sin duda, el entorno favorecía
la integración vertical y horizontal de las grandes "organizaciones".
Por otro lado, el monasterio obtenía una ventaja indirecta
del crecimiento de algunas de sus actividades económicas:
el práctico monopolio de la demanda de trabajo en el mercado
local vino a reforzar el control que aquél ejercía
sobre los vecinos de Guadalupe a través de la jurisdicción
señorial.
Algunos asuntos de indudable trascendencia,
como el gobierno y la organización interna de la "casa",
las relaciones con la orden jerónima, los conflictos sociales,
los contratos agrarios, la renta de la tierra o el análisis
pormenorizado de ciertas explotaciones agrícolas y pecuarias,
han sido obviados o tratados de manera muy superficial en este
trabajo. Ello ha obedecido fundamentalmente a razones de espacio,
pero también a problemas de fuentes (520), a no haber investigado
todavía a fondo algunas de esas cuestiones y a haber publicado
ya distintos artículos sobre el tema de la cabaña
trashumante. En cualquier caso, el intento de trazar las líneas
maestras de la evolución económica del monasterio
jerónimo de Guadalupe ha constituido el objetivo prioritario
de este capítulo.
En una apretada síntesis, la rica
historia económica de la "casa" cabe presentarla
como la sucesión de tres tipos o modelos de gran "empresa":
agraria y de servicios espirituales, agraria -con una marcada
especialización en la actividad lanera- y rentista.
El germen del primero fue uno de los legados
del priorato secular, pero es indiscutible que los jerónimos
consiguieron perfeccionarlo y desarrollarlo. Hasta mediados del
siglo XVI, el espectacular éxito económico del monasterio,
que permitió a éste financiar grandes construcciones
y una impresionante expansión de su patrimonio territorial
rústico, se basó principalmente en la habilidad
de sus rectores para explotar con gran eficacia un activo intangible:
la devoción a la Virgen de Guadalupe. Los jerónimos
consiguieron fomentar aquélla en extensas áreas
del territorio peninsular y realzar su papel de intermediarios
entre los fieles y la "Madre de Jesucristo". Ello les
posibilitó recaudar un sinfin de limosnas y pequeñas
mandas en numerosísimas localidades de la corona de Castilla
y del reino de Portugal a través de una tupida, compleja
y barata red de demandaderos o "questores" (521). Aunque
el mantenimiento y la mejora de la imagen del santuario obligó
a los monjes a realizar ciertos gastos suntuarios, a subvencionar
las peregrinaciones y a financiar diversas obras benéfico-asistenciales,
la "sección de servicios espirituales" aportó
a la "empresa" monástica un elevado volumen de
beneficios. Una parte importante de éstos, sobre todo a
partir de mediados del siglo XV, fueron dedicados por los jerónimos
a la adquisición de dehesas a fin de intentar asegurar
un brillante futuro económico a la "casa". Este
tipo de inversiones y el rápido crecimiento de las cabañas
acentuaron la especialización pecuaria del monasterio,
alternativa que proporcionó altos rendimientos a éste
mientras la renta per cápita se mantuvo en la corona de
Castilla en niveles relativamente altos y el dinamismo de las
exportaciones de lana prosiguió (522). Un último
factor no debe de ser obviado a la hora de explicar los excelentes
resultados económicos de la "casa" durante esta
primera etapa de su desarrollo histórico: el mantenimiento
e, incluso, incremento del apoyo regio hasta la época de
los Reyes Católicos. Es decir, la prosperidad del monasterio
no sólo se sustentó en la indudable brillantez de
la gestión de sus dirigentes en el periodo de las primeras
generaciones de jerónimos, sino también en que aquél
constituía una "empresa" fuertemente privilegiada.
Los resultados económicos de la
"casa" tendieron a empeorar ligeramente poco después
de 1525 como consecuencia de la caída del producto real
de las demandas y de los beneficios de las cabañas, especialmente
de las bovinas. Ahora bien, la auténtica recesión
económica del monasterio no se iniciaría hasta después
de 1560, cuando las limosnas y mandas recolectadas por los "questores"
se desplomaron, los rendimientos netos de las cabañas siguieron
descendiendo y la renta real de las dehesas tendió a disminuir.
La "sección de servicios espirituales", que tan
suculentos beneficios había proporcionado antaño,
acabó generando pérdidas en el siglo XVII; de hecho,
las demandas serían suprimidas en 1686.
Los dirigentes de la comunidad jerónima
combatieron la intensa crisis económica de la "casa",
que no tocó fondo hasta poco antes de mediados del siglo
XVII, con una reforma administrativa, con una severa política
de austeridad y con el fomento de la explotación directa
de sus fincas rústicas. Una vez que el producto de las
demandas tenía una entidad insignificante, el monasterio
hubo de intentar sacar mayor rendimiento a su extenso patrimonio
territorial, especialmente a sus labrantíos -la mayoría
de éstos habían sido arrendados hacía bastante
tiempo y sus rentas estaban situadas en niveles muy bajos hacia
1650-. El resultado de la nueva política de aprovechamiento
de dehesas y heredades fue la configuración del segundo
tipo o modelo de "empresa": a finales del Seiscientos,
el monasterio había pasado a ser una gran "empresa"
de carácter eminentemente agrario -la "sección
de servicios espirituales" generaba ahora muy pocos recursos-
en la que sobresalían sus cabañas ovinas y la cerealicultura
de sus granjas. Este modelo proporcionó a la "casa"
buenos resultados entre 1710 y 1785, periodo en el que los términos
de intercambio favorecieron casi siempre a los oferentes de lana
fina. Sin embargo, la economía del monasterio no recuperó
el dinamismo que aquélla había tenido cuando el
producto neto de las demandas superaba anualmente los dos millones
de maravedís. Además, el valor que la sociedad atribuía
al cometido de los jerónimos disminuyó considerablemente
como consecuencia del retroceso de las peregrinaciones y de la
devoción popular a la Virgen de Guadalupe, lo que complicaba
la justificación social del vasto patrimonio territorial
y, sobre todo, de los numerosos privilegios de la "casa".
Es decir, la recuperación económica del monasterio
no fue acompañada de la recuperación de su imagen.
El declive económico definitivo
de la "casa" se había iniciado antes de finalizar
el Setecientos debido al agotamiento del modelo de crecimiento
agrario extensivo del interior peninsular y al menor dinamismo
y mayor irregularidad de las exportaciones de lana. No obstante,
la decadencia de aquélla se aceleró bruscamente
a raíz de las importantísimas destrucciones y robos
que sufrieron sus cabañas y granjas agrícolas en
el transcurso de la Guerra de la Independencia. Los jerónimos
fueron incapaces de restaurar sus explotaciones agrarias: el grado
de endeudamiento del monasterio ya era elevado al iniciarse el
conflicto bélico, las posibilidades de obtener financiación
externa en gran escala eran mínimas después de lo
que había acontecido entre 1808 y 1814 y aquéllos
no estaban dispuestos a sacrificar una parte importante de su
patrimonio territorial a fin de obtener los fondos de inversión
necesarios para reconstruir sus granjas y cabañas; además,
los propios monjes comenzaron a dudar de la perdurabilidad de
su "casa", sobre todo a raíz de la exclaustración
que padecieron durante el trienio liberal. Esa aludida incapacidad
comportó que el monasterio se convirtiese en una gran "empresa"
de carácter básicamente rentista desde 1810 y que
sus ingresos y gastos descendiesen de manera drástica.
Pese al fuerte deterioro económico
que había experimentado, la "casa", después
de la Guerra de la Independencia, aún disponía de
suficientes recursos para sostener a una amplia comunidad religiosa,
pero ya no estaba en condiciones de sufragar los gastos de una
extensa oferta benéfico-asistencial que frenase el deterioro
de su imagen en una sociedad cuyos planteamientos y actitudes
ante el clero regular tendían a ser cada vez más
críticos. La comunidad jerónima guadalupense quedó
desplazada socialmente, lo que contribuyó a desencadenar
el proceso de descomposición interna de aquélla
cuando sus esperanzas de supervivencia prácticamente se
esfumaron tras los sucesos políticos que siguieron al fallecimiento
de Fernando VII. Es incuestionable que la supresión de
la "casa" fue consecuencia de los cambios políticos
y sociales de ámbito nacional, pero resulta significativo
que la exclaustración se produjera en Extremadura un poco
antes de que el gobierno español optara por erradicar a
todos los conventos y monasterios. Ese adelanto tuvo relación,
muy probablemente, con el completo hundimiento de la imagen de
la comunidad jerónima de las Villuercas a raíz de
los escándalos y desórdenes acaecidos en el seno
de aquélla tras la aparición de un pasquín
subversivo en la puerta de una celda el 18 de abril de 1834.
Por último, quisiera subrayar que
Guadalupe fue un monasterio muy singular: sus actividades económicas,
religiosas y sociales vinieron marcadas, sobre todo hasta mediados
del siglo XVI, por el santuario mariano que albergaba. Consiguientemente,
su trayectoria histórica no es representativa ni de la
de las casas de religiosos de la región extremeña
(523), ni de la de los otros monasterios jerónimos.
NOTAS
(1) Fr. Sebastián García(1984),
pp. 295-297; Fr. Sebastián García(1993), p. 27.
(2) Archivo Histórico Nacional -en
adelante, AHN-, clero, legajo 1.422/2.
(3) J. L. del Pino(1984), pp. 35-47; José
Luis Martín Martín y María Dolores García
Oliva(1985), pp. 297-309; Emilio Cabrera(1985), pp. 132-147.
(4) AHN, clero, carpeta 391/19.
(5) José Antonio Ruiz Hernando(1993),
p. 128.
(6) Fr. Germán Rubio(1926), pp.
30-31.
(7) Fr. Germán Rubio (1926), p.
54. Alía era una aldea próxima a Guadalupe que se
hallaba en el extremo occidental del extenso término medieval
de Talavera de la Reina.
(8) En los mismos albores de la historia
guadalupense, concretamente el 15 de octubre de 1343, Alfonso
XI, a petición del procurador de la iglesia, autorizó
a ésta a aprovisionarse de trigo en las tierras del arzobispado
de Toledo (María Isabel Pérez de Tudela(1982), p.
280). El priorato secular, primero, y el regular, más tarde,
conseguirían numerosos privilegios de abastos para la población
religiosa, los criados y los peregrinos.
(9) La obtención de limosnas fuera
de Guadalupe parece haberse iniciado antes de 1348, fecha en la
que Alfonso XI facultó al ya priorato guadalupense a solicitar
demandas en cualquier parte de sus reinos. Es probable que un
porcentaje significativo de las limosnas estuviesen constituidas
por cabezas de ganado, lo que explicaría el rápido
crecimiento de la riqueza pecuaria de la iglesia de Guadalupe.
(10) Tenemos constancia de dicha visita
por la carta remitida por el propio monarca desde Cadalso el 25
de diciembre de 1340 (María Filomena Cerro(1987 a), p.
6).
(11) El núcleo de población
aparece denominado de distintas maneras en la documentación.
En las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada, por ejemplo,
se señala "que esta Villa es conocida, en la Provincia
y Reyno, por la de la Puevla del Real Monasterio de Nuestra Señora
de Guadalupe" (Guadalupe. 1752. Según las Respuestas
Generales del Catastro de la Ensenada(1990), p. 70).
(12) Los monasterios y las iglesias catedralicias
habían sido los grandes beneficiarios de los privilegios
reales de pastos en la segunda mitad del siglo XII y en las primeras
décadas del XIII (Reyna Pastor de Togneri(1973), pp. 142-143).
En el caso de la iglesia de Guadalupe no sorprende la facultad
recibida, sino la cronología de la misma un siglo después
de que dichas franquicias de yerbas hubiesen dejado prácticamente
de otorgarse por los monarcas castellanos.
(13) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 59-60.
(14) "Privilegios confirmados al monasterio
por Carlos III y recopilados por Fr. Pablo Antonio de Robledillo"
-Malillo, 2 de febrero de 1770-, AHN, códice 877-B.
(15) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 90-92.
(16) Isabel Pérez de Tudela(1982),
p. 285.
(17) Según María Jesús
Suárez Alvarez, la aldea y el santuario de Guadalupe se
constituyeron en una porción de la dehesa de Iván
Román -denominada posteriormente de los Guadalupes-, finca
situada en el confín sudoccidental del término de
Talavera (María Jesús Suárez Alvarez(1982),
pp. 78-82).
(18) Luis Vicente Díaz Martín(1983),
p. 594. Los poderosos concejos de Talavera y Trujillo trataron
de impedir la formación de patrimonios territoriales de
grandes instituciones eclesiásticas en sus respectivos
términos. La intervención regia resultó decisiva
para que el priorato guadalupense pudiera vencer la resistencia
concejil y constituir un extenso patrimonio rústico. Entre
1363 y 1388, la iglesia de Guadalupe invirtió más
de 69.300 maravedís en la adquisición de fincas
en el término de Trujillo, transgrediendo, por tanto, el
límite de 60.000 maravedís establecido por Pedro
I en 1363. Antes de esta última fecha, parece ser que aquélla
empleaba testaferros en la compra de heredades y dehesas (María
Isabel Pérez de Tudela(1980), pp. 330-335 y 344). La práctica
inexistencia de grandes monasterios en el territorio comprendido
entre el Tajo y el Guadiana obedeció a la oposición
de los grandes concejos y, también, de las órdenes
militares (Emilio Cabrera(1985), pp. 141-142).
(19) Julius Klein(1985), pp. 268-269.
(20) Fr. Tomás Bernal(1978), p.
33.
(21) La oposición del concejo de
Talavera llegó hasta el extremo de promover la demolición
de los mojones que habían sido colocados cuando se procedió
al señalamiento de términos a Guadalupe en 1338
(Fr. Germán Rubio(1921), pp. 122-123).
(22) Tras diversos incidentes y litigios,
Alfonso XI, probablemente con el propósito de calmar a
Trujillo y Talavera, restringió la libre circulación
de los ganados del santuario a 800 vacas, 2.000 ovejas y cabras,
500 puercos y 50 yeguas. Sin embargo, las actuaciones arbitrales
de los monarcas no lograron resolver el conflicto. Los gestores
del priorato no tardaron mucho tiempo en convencerse de que los
privilegios de pastos concedidos o repetidamente confirmados por
los reyes castellanos no garantizaban el mantenimiento de los
rebaños de la iglesia de Guadalupe (María Isabel
Pérez de Tudela(1982), pp. 281-283; Luis Vicente Díaz
Martín(1984), p. 246).
(23) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 76-78.
(24) Ese suceso corrobora la tesis de Salustiano
Moreta acerca de la existencia de "malhechores -feudales-
eclesiásticos" (Salustiano Moreta(1978), p. 72).
(25) Pedro I, en julio de 1350, envió
una dura misiva al obispo de Plasencia conminándole a que
no volviese a inmiscuirse en los asuntos del priorato de Guadalupe
-aquél había roto las arcas de la iglesia y se había
llevado 500 maravedís en concepto de yantar-. En octubre
de 1352, ese mismo monarca hubo de remitir dos cartas al obispo
y deán y cabildo de Plasencia prohibiéndoles terminantemente
exigir rentas a la iglesia de Guadalupe -al parecer lo habían
intentado aduciendo que eran para la Cámara Pontificia-
(Luis Vicente Díaz Martín(1982), pp. 322-323).
(26) Fr. Germán Rubio(1922), pp.
244-248. En 1366, el prior D. Toribio Fernández se quejaba
de que "omes poderosos así clérigos como legos
en algunas cibdades e villas e lugares" se apropiaban de
las limosnas y mandas recolectadas por los demandaderos o mensajeros
del santuario de Guadalupe (Carta dada por Enrique II el 20 de
noviembre de 1366, AHN, códice 1.123-B, f. 168). Otros
testimonios también sugieren que los clérigos de
bastantes localidades no contemplaban con agrado las limosnas
que recolectaban los demandaderos del santuario, ya que aquéllas
competían con las que ellos solían recibir de sus
fieles. Resulta verosímil, pues, que fuesen los propios
clérigos de villas y aldeas quienes principalmente promoviesen
las acciones encaminadas a obstruir las peregrinaciones y la labor
de los demandaderos del priorato (Luis Vicente Díaz Martín(1982),
pp. 324, 326 y 329-330).
(27) "Libros de los caños del
agua", Archivo del Monasterio de Guadalupe -en adelante,
AMG-, códice 115.
(28) En 1359, Talavera presentó
cartas de la reina Doña María, señora de
la villa, en las que se prohibía a los ganados del santuario
andar libremente por sus términos, al tiempo que adujo
que Sancho IV le había concedido la dehesa de los Guadalupes
para su exclusivo aprovechamiento. Aunque Pedro I, y esta vez
mediante privilegio rodado, ordenó que se respetasen los
derechos pecuarios del priorato de Guadalupe, los ganados de éste
siguieron sin poder aprovechar plenamente su privilegio de andar
con libertad por los términos de Trujillo y Talavera (Luis
Vicente Díaz Martín(1982), pp. 328-329).
(29) El inicio de la construcción
de una nueva iglesia, pocos años después de haberse
inaugurado la mandada levantar por Alfonso XI hacia 1330, constituye
una prueba más del fuerte auge de las peregrinaciones al
santuario. Las obras de aquélla se iniciaron no después
de la prelacía de Toribio Fernández Mena (1348-1367),
y aún no habían concluido cuando los jerónimos
se hicieron cargo del santuario en 1389 (José Antonio Ruiz
Hernando(1993), p. 132).
(30) José Carlos Vizuete(1980),
p. 596. La documentación transcrita por María Filomena
Cerro(1987 a) demuestra que las adquisiciones de casas -y probablemente
también las de otros bienes inmuebles- fueron bastantes
más de las señaladas por José Carlos Vizuete.
(31) No obstante, en 1347 se había
llevado a cabo la primera gran compra: la dehesa de Becenuño,
ubicada en el término de la Puebla de Arañuelo y
de una cabida de 600 vacas, con casas, lagares, huertas, solares,
labrantíos, pastos, montes, jaras y aguas, por un importe
de 19.000 maravedís (Libro de Hacienda del Monasterio de
Guadalupe, AMG, códice 210; José Carlos Vizuete(1978),
p. 184).
(32) María Isabel Pérez de
Tudela(1980), pp. 329-345.
(33) Es significativo que muchas de las
heredades adquiridas, como las de Palacio de Nuño Mateos,
Toril y Pizarralejos, figurasen ya como dehesas en el inventario
de bienes que se efectuó en 1389 con motivo de la entrega
de la iglesia y de sus propiedades y derechos a la orden jerónima
(AHN, clero, legajo 1.429/1-b).
(34) Antonio Domínguez Ortiz(1948).
(35) Un testimonio del siglo XV se refería
de este modo al término de Madrigalejo: "como es tan
fértil y a propósito para sembrar y para ganados
se venían muchos a morar allí" (María
Filomena Cerro(1987 b), p. 19).
(36) En la formación del patrimonio
de 23 monasterios cistercienses castellano-leoneses, el número
de donaciones superó al de compras (Javier Pérez-Embid(1986),
capítulos 2 y 7).
(37) Según José Carlos Vizuete,
el priorato secular recibió 6 propiedades territoriales
rústicas de distintos benefactores (José Carlos
Vizuete(1980), p. 596).
(38) Judío, Pizarralejos, Abiertas,
Toril, Mirasierras, Logrosanejo, Arroyo de las Puercas, Pasarón,
Parrilla, La Vega, La Torre, Las Cuestas, Campillo, Becenuño,
Valdepalacios, Palacio de Nuño Mateos y Buytrera (AHN,
clero, legajo 1.429/1-b).
(39) En Guadalupe, Talavera, Alcolea, Villar
del Pedroso, Villanueva de la Serena y Cañamero (María
Filomena Cerro(1987 a), pp. 214-215).
(40) En la de Pozuelo había 43 -cerca
de Oropesa-, en la de Becenuño 40 -en los términos
de Berrocalejo y de Puebla de Naciados-, en la de Palacio de Nuño
Mateos 8 -junto a Acedera-, en la de Valdepalacios 14 y en la
de Madrigalejo 18 (María Filomena Cerro (1987 a), p. 215).
(41) El aumento del número de clérigos
y la creciente actividad del hospital debieron elevar notablemente
los gastos corrientes (Fr. Germán Rubio(1926), pp. 46-47).
(42) Las frecuentes disposiciones regias
sobre las demandas de limosnas para la iglesia de Guadalupe ponen
de manifiesto la importancia que los priores o tenentes de aquélla
otorgaban a esa fuente de ingresos (AHN, sellos 17/3 y 4; AHN,
clero, legajo 1422/10 y 13-14). Por otro lado, diversos testimonios
apuntan a que las demandas fueron el principal soporte económico
para los jerónimos que se hicieron cargo del santuario
en 1389.
(43) En 1389, de todo el patrimonio territorial
rústico, sólo se hallaban arrendadas unas viñas
en Alcolea (Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 165-166).
(44) Luis Suárez Fernández(1977),
pp. 354-369.
(45) La intensidad de las peregrinaciones
hacia Guadalupe fue la causa principal de la construcción,
sobre el Tajo, del famoso puente del "arzobispo", obra
culminada en 1388 (Fr. Germán Rubio(1926), p. 50). Junto
a aquél se fundaría, a instancias del arzobispo
de Toledo D. Pedro Tenorio, Villafranca de la Puente del Arzobispo
(María Jesús Suárez Alvarez(1982), p. 99).
(46) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 112-113.
(47) Benigno González Sologaistua(1933),
p. 189. Resulta extraño, desde luego, que habiendo llegado
hasta nosotros numerosos testimonios escritos sobre la entrega
del santuario a los jerónimos, la presencia de los mercedarios
en la Puebla no haya dejado ningún rastro en la copiosa
documentación guadalupense.
(48) Elías Tormo(1919), p. 19.
(49) Fr. Diego de Ecija(1953), p. 114.
(50) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 142-167.
(51) 46.000 blancos, 500 reales de plata,
37 florines de oro de Aragón, 1,5 dobla morisca, 10 francos
de oro y 1.500 maravedís de moneda vieja (María
Filomena Cerro(1987 a), p. 205).
(52) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 173-174.
(53) El 28 de octubre de 1389, en el acto
de reconocimiento del nuevo señor de la Puebla -el prior
del monasterio recientemente creado-, los vecinos pidieron "por
merced al dicho prior que les prometiesse de los guardar e que
les guardasse e fiziesse guardar por sí e por el dicho
monasterio todos los sus privillegios e franquezas e libertades
e buenos usos e buenas costunbres que han e ovieron fasta oy",
solicitud que fue atendida por Fr. Fernán Yáñez
(María Filomena Cerro(1987 a), p. 218). Sin embargo, hacia
1409 los vecinos, aduciendo que los jerónimos no habían
respetado el compromiso de 1389, cuestionaron los derechos del
prior para exigirles la "facendera" y para designar
a los alcaldes, alguaciles y justicias, así como el monopolio
de horno y carnicería del monasterio. Este impidió
que los vecinos se reuniesen en concejo, como probablemente habían
venido haciendo hasta 1389, y la protesta no pasó de cabildeos
"y ayuntamientos en escondido y enviandoos unos a otros cartas"
(Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 173-174).
(54) Al menos en el siglo XV, el monasterio
establecía y revisaba periódicamente los jornales.
Además, para contratar a un mozo, criado o asalariado que
hubiese trabajado para la comunidad jerónima, los vecinos
precisaban obtener licencia del mayordomo o del "obrero".
Por el contrario, aquélla podía emplear, por ocho
o diez días, asalariados que tuviesen contrato en vigor
con cualquier vecino (Ordenanzas de la Puebla promulgadas en la
prelacía de Fr. Diego de París, AMG, códice
79, título XVII, ordenanzas segunda y cuarta).
(55) José Carlos Vizuete(1988),
pp. 227-234; Enrique Llopis(1990), p. 20.
(56) Fr. José de Sigüenza(1600); José María Revuelta(1982), p. 78.
(57) Eremita italiano que vivió
en el Monte Regalí, en compañía de su maestro,
el beato Pedro de Gualdo, y otros condiscípulos de 1341
a 1365.
(58) José María Revuelta(1982),
pp. 74-76.
(59) José María Revuelta
(1982), pp. 108-110 y 124-128.
(60) Fr. Alonso de la Rambla, tal vez el
primer cronista del monasterio, nos describe de este modo la situación:
""E como se yva ya multiplicando, levantáronse
algunas personas de manera e ciencia contra ellos e a les dar
a entender que non era aquella manera de bevir aprovada por la
iglesia, mas que era reprobada como de beguinos" (AMG, Fondo
Arcángel Barrado, "Crónica del Monasterio de
Guadalupe escrita por Fr. Alonso de la Rambla entre 1459 y 1480",
f. 14).
(61) Un hermano de Pedro Fernández
Pecha, Alfonso, quien había sido obispo de Jaén
y había formado parte del grupo de ermitaños de
Villaescusa durante un breve periodo de tiempo, vivió varios
años en Roma y Avignon, donde entablaría relaciones
con Gregorio XI, entonces cardenal, y con numerosos miembros de
la curia. La ayuda de Alfonso debió resultar decisiva para
el éxito de la operación (José María
Revuelta(1982), pp. 112-123).
(62) Al ser considerada como orden monacal,
he considerado preferible utilizar el vocablo de monjes en vez
del de frailes.
(63) José María Revuelta(1982),
pp. 129-135.
(64) José María Revuelta(1982),
pp. 135-137 y 144-147.
(65) Fr. Diego de Ecija(1953), p. 104.
(66) Fr. Diego de Ecija(1953), p. 128;
Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián García(1978),
p. 144; Arturo Alvarez Alvarez(1993), p. 66 y 86-87; Jerónimo
Münzer(1991), p. 229.
(67) AMG, Fondo Arcángel Barrado,
"Crónica del Monasterio de Guadalupe escrita por Fr.
Alonso de la Rambla entre 1459 y 1480", f. 13.
(68) Los procesos inquisitoriales desarrollados
en el seno de la orden a partir de 1485, revelan la importancia
alcanzada por la facción conversa en los veinticinco años
precedentes. En Guadalupe, por ejemplo, fueron acusados de judaizantes
más de la mitad de los monjes (Libro de testificaciones
de los monjes del Monasterio de Guadalupe en el proceso inquisitorial
de 1485, AMG, códice fotografiado, sin catalogar).
(69) Adèle Perrin(1982), pp. 21-24.
(70) "Necrológico de monjes",
AMG, códice 60; Libro de testificaciones de los monjes
del Monasterio de Guadalupe en el proceso inquisitorial de 1485,
AMG, códice fotografiado, sin catalogar.
(71) Hacia 1462 había dos monjes
en la portería, uno en el hospital, dos en la cocina, uno
en el horno, uno en la sacristanía, uno en la platería,
uno en la cerería, uno en la almachaquería, uno
en la ropería, dos en la bodega, uno en la barbería,
uno en la pergaminería, uno en la encuadernación,
uno en la pintura, siete en la enfermería, uno en la herrería,
uno en la zapatería, uno en la tejeduría, uno en
la pellejería, dos en el "arca", uno en la acemilería,
uno en la carnicería, uno en la obra y uno en la "fruta"
("Libro de oficios", AMG, códice 99).
(72) Albert A. Sicroff(1985), pp. 112-116.
(73) En el proceso salieron a la luz las estrechas relaciones entre algunos monjes y los líderes conversos laicos de la Puebla.
(74) "Necrológico de monjes",
AMG, códice 60.
(75) En 1787, por ejemplo, la comunidad
jerónima estaba integrada por 123 sacerdotes, 2 legos y
4 donados (Censo de 1787 "Floridablanca". 2. Comunidades
Autónomas de la Submeseta Sur(1987), p. 1253).
(76) El recinto fortificado del monasterio ocupaba unos 20.000 m2 de superficie.
(77) Fr. Diego de Ecija(1953), p. 123.
(78) Los pontífices concedieron
indulgencias a los fieles que ayudasen con su trabajo personal
en las obras del santuario (Arturo Alvarez(1993), p. 73). Es probable,
pues, que una parte de los numerosos hombres que participaron
en la construcción del monasterio no fuesen asalariados,
sino personas que habían realizado un voto a la Virgen.
(79) Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián
García(1978), pp. 75-76.
(80) En esa obra, efectuada junto con la
de la librería, el monasterio llegó a emplear a
600 trabajadores (Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián
García(1978), p. 88).
(81) Tras la toma de Granada en 1492, los
Reyes Católicos vinieron a Guadalupe a inaugurar la hospedería
real y el palacio campestre de Mirabel -situado en el mismo término
de la Puebla y empleado para las "recreaciones de verano
de los monjes" (Fr. Arturo Alvarez Alvarez(1993), p. 67).
La hospedería real costó 2.076.733 maravedís,
de los que el monasterio aportó 626.498,5 y los restantes,
1.450.234,5, procedieron del valor neto de los bienes confiscados
a los hallados "herejes" en los procesos inquisitoriales
que tuvieron lugar en Guadalupe en 1485 (AHN, códice 111,
ff. 93 y 96).
(82) Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián García
(83) La relación exhaustiva más
antigua de ingresos y gastos en metálico y en especie se
refiere al decenio 1612-1621 ("Libro y memorial de todas
las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, ff. 174v-193v).
(84) Hacia 1462 el número de trabajadores
fijos de la "casa" se elevaba a 628, y buena parte del
salario de aquéllos se satisfacía en especie (José
Carlos Vizuete(1988), p. 215).
(85) No incluye el coste del cultivo de
las pequeñas granjas de Mirabel y Valdefuentes. Esta última
también estaba emplazada en el término de la Puebla
y se utilizaba para las "recreaciones" de invierno de
los monjes.
(86) Los gastos medios anuales de la mayordomía
se evaluaron entonces en 1.041.710 maravedís ("Libro
de oficios", AMG, códice 99, ff. 44-49v). En esa relación
no se incluía ni la compra de heredades y dehesas, ni los
gastos de las cabañas y de las granjas de "fuera".
(87) "Libro de oficios", AMG,
códice 99, f. 48-v.
(88) En la documentación del monasterio
de distintas épocas aparecen los vocablos peregrino y romero.
Este último, según F. Cremoux, tendió a predominar
a partir del Quinientos, lo que pudo obedecer al cambio en el
prototipo de devoto que viajaba al santuario de Guadalupe: "le
XVIe siècle voit le passage définitif de la "peregrinación",
voyage de longe haleine accompagné d'un réel prestige,
à la "romería", voyage de proximité
qui peut occulter toutes sortes d'activites" (F. Cremoux(1993),
p. 357).
(89) "Libro de oficios"(puerta),
AMG, códice 99.
(90) Hacia 1462 el portero entregaba anualmente
2.250 pares de zapatos a los romeros y a los guadalupenses pobres
("Libro de oficios"(puerta), AMG, códice 99,
f. 24).
(91) Los hospitales empleaban a 45 personas
en los años sesenta del Cuatrocientos (Guy Beaujouan(1966),
pp. 374-375).
(92) Como estaba muy interesado en proyectar
una buena imagen, el monasterio ponía especial cuidado
en la elección del portero: él "es el ejemplo
e demuestra de la religión y honestat que todos somos obligados
de mostrar a los otros especialmente a los forasteros". Para
ese oficio había que designar al mejor de la comunidad,
"como hace el trapero que en la muestra pone el mejor paño"
("Libro de oficios"(puerta), AMG, códice 99).
(93) "Libro de oficios"(puerta),
AMG, códice 99, f. 37.
(94) Guy Beaujouan(1966), pp. 381 y 417;
Nicolás Sánchez Prieto(1978), pp. 574-575. Los propios
monjes practicaron la medicina y la cirujía desde, probablemente,
comienzos del siglo XV. Eugenio IV, mediante bula expedida el
13 de julio de 1442, facultó a los religiosos no ordenados
"in sacris" a que ejerciesen tales oficios.
(95) El "físico" siempre
fue, con gran diferencia, el empleado del monasterio con mayor
salario. Hacia 1462 su retribución en metálico era
de 15.000 maravedís al año -10 veces superior a
la de los capellanes, casi dos veces superior a la del alcalde
y 5 veces superior a la de los cirujanos ("Libro de oficios",
AMG, códice 99, ff. 45v-46). Carlos I atrajo a su real
Protomedicato a los doctores Ceballos y La Parra, quienes habían
trabajado en los hospitales de Guadalupe (Arturo Alvarez Alvarez(1993),
p. 68).
(96) Algunos peregrinos acudían
al santuario con el propósito de curarse sus males en los
hospitales y/o merced a la intervención de la Virgen. La
medicina y la fe no eran considerados como recursos incompatibles
por aquéllos. Dentro de la estrategia de los rectores monásticos
de realzar el santuario, médicos y cirujanos constituían
auxiliares de la Virgen cuyo cometido era el de preparar o ultimar
algunas de las curaciones "milagrosas" (F. Cremoux(1993),
pp. 348-349).
(97) En los años siguientes se elevó
la suma de dinero repartida por el portero, primero a 12.000 maravedís
y luego, en la prelacía de Fr. Juan de Guadalupe (1469-1475),
a 24.000 maravedís ("Libro de oficios", AMG,
códice 99, ff. 24-v y 44).
(98) "Libro de oficios", AMG,
códice 99, ff. 21-23. No hacía muchos años
que 300 mozos acudían diariamente a la portería
a recoger un pan de "compaña". A esa cita de
cada mañana también iban muchachos de familias no
necesitadas, lo que indujo al monasterio a restringir las entregas
a los 50 mozos más necesitados.
(99) "Libro de oficios", AMG,
códice 99, f. 22.
(100) "Libro de oficios", AMG,
códice 99, ff. 23v-24.
(101) El portero se quejaba de la cantidad
de gente de distinta condición económica que pretendía
obtener de balde los preparados de la botica del monasterio ("Libro
de oficios", AMG, códice 99, ff. 35-35v).
(102) AMG, Fondo Arcángel Barrado,
"Crónica del Monasterio de Guadalupe escrita por Fr.
Alonso de la Rambla entre 1459 y 1480", f. 33. Durante la
intensa crisis epidémica de 1488, en la que muchos guadalupenses
fallecían porque no quedaba nadie en sus casas para atenderles,
el monasterio también envió comida a los domicilios
de los vecinos precisados de asistencia (Fr. Diego de Ecija(1953),
p. 342).
(103) La Puebla contaba con 301 vecinos
en 1407, con más de 500 en 1446 y con más de 1.000
en 1485 (Adèle Perrin(1982), pp. 129-130; Fr. Germán
Rubio y Fr. Sebastián García(1978), pp. 148-149).
(104) Guadalupe, debido a la estrechez
de su término y a la escasa aptitud de buena parte de sus
suelos para la cerealicultura, padeció siempre un notable
déficit de granos. Durante algún tiempo el concejo
de Talavera arrendó tierras de labor a los vecinos de Guadalupe.
El primer contrato documentado data de 1426, pero por éste
sabemos que los labradores de la Puebla llevaban ya cierto tiempo
explotando terrenos de "pan llevar" del referido municipio
toledano (María Jesús Suárez Alvarez(1982),
pp. 98-99). No obstante, estos arrendamientos permitieron mitigar
el déficit cerealícola de Guadalupe, pero en ningún
caso eliminarlo.
(105) Fr. Germán Rubio(1926), p.
96.
(106) Enrique Llopis(1980), p. 214.
(107) Enrique Llopis(1980), pp. 210-213.
(108) AMG, Fondo Franciscano, legajo 25,
carpeta 2.
(109) "Libro de oficios", AMG,
códice 99, f. 17-v.
(110) Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián
García(1978), pp. 102-103; Adèle Perrin(1982), pp.
94-95. A finales del siglo XVII residían unos 40 escolares
en el Colegio y unos 30 en la hospedería (Instrucción
de un passagero...(1697), pp. 45-47).
(111) De los 406 niños bautizados
en la iglesia de Guadalupe entre 1548 y 1551, 24 fueron expósitos
(Adèle Perrin(1982), pp. 149-150).
(112) Instrucción de un passagero...(1697),
p. 137.
(113) José María Revuelta(1982),
p. 210.
(114) Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián
García(1978), p. 88.
(115) F. Cremoux(1993), pp. 315-323.
(116) F. Cremoux(1993), p. 284.
(117) El bohemio Teztel, en 1467, señaló
que "el hierro traído aquí -al santuario- por
los cautivos no podrá ser transportado ni por doscientos
carros" (Arturo Alvarez Alvarez(1993), p. 91). Pocos años
después, Münzer, humanista germano que visitó
Guadalupe los primeros días de 1495, escribió: "Vimos
también grillos de hierro sin cuanto, traídos allí
por los cautivos cristianos que se liberaron de los sarracenos
por la intercesión de la bienaventurada Virgen" (Jerónimo
Münzer(1991), p. 227).
(118) El propio Cervantes, que había
estado en presidio de infieles, calificó a la Virgen de
Guadalupe de "libertadora de cautivos, lima de sus hierros
y alivio de sus prisioneros". En su obra póstuma,
Los Trabajos de Persiles y Segismunda, narró su romería
al santuario de las Villuercas. A comienzos del siglo XVII, la
redención de cautivos en territorio "infiel"
seguía asociándose en Castilla a la intercesión
de la Virgen de Guadalupe.
(119) No se incluyen ni las compras de
tierras en Guadalupe, ni los desembolsos en dehesas que fueron
posteriormente trocadas o vendidas, ni la adquisición de
fincas rústicas pequeñas. No obstante, las cifras
del Cuadro 1 constituyen, a mi juicio, una buena aproximación
al esfuerzo inversor en tierras de los jerónimos.
(120) Hacia 1410 el monasterio no tenía
suficientes pastos propios para sustentar a sus cabañas.
Se vio, pues, en la necesidad de arrendar algunas yerbas en tierras
de Trujillo y Talavera (José María Revuelta(1982),
p. 202).
(121) En los años veinte del Quinientos,
la práctica inexistencia de inversiones territoriales obedeció
al elevado coste de la nueva botica y del claustro gótico,
obras que estaban acometiéndose en ese decenio.
(122) Costó 2.081.250 maravedís
("Libro y memorial de todas las heredades, rentas y juros...",
AMG, códice 229, ff. 30-31v).
(123) Por ejemplo, el coste por vaca de
yerba en la dehesa de Valverde, situada en el término de
Medellín, pasó de 3.348,5 maravedís en 1498
a 20.000 maravedís en 1561 ("Libro y memorial de todas
las heredades, rentas y juros...", AMG, códice 229,
ff. 34v-38v).
(124) En el decenio 1548-1557, los demandaderos
del monasterio recogieron 8.062 cabezas ("Libro y memorial
de todas las heredades, rentas y juros...", AMG, códice
229, f. 172).
(125) Durante bastante tiempo el monasterio
percibió el diezmo o el medio diezmo del ganado ajeno que
aprovechaba las dehesas que poseía en el territorio del
obispado de Plasencia. En 1461 ingresó por este concepto
801 añojos y 3.280 corderos (AMG, Fondo Franciscano, legajo
25, carpeta 1).
(126) Elaboración propia a partir
del "Libro y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas
y juros...", AMG, códice 229, ff. 1-143.
(127) De las dehesas que recibieron los
jerónimos en 1389, más del 75 por 100 eran ovejunas
y carneriles.
(128) En esas cifras no se incluyen las
donaciones de una pequeña parte de las dehesas de Carrascal
de Sanabria y de los Corvos.
(129) Las dehesas enteras obtenidas mediante
trueque fueron las de Veguilla y Palacio de Hernando Alvarez ("Libro
y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...",
AMG, códice 229, ff. 38-38v y 115v-116v).
(130) En los casos en que sólo se
indica la cabida, he supuesto que cada vaca ocupaba 50 cordeles
y cada oveja 10. Estas cifras las he estimado a partir de los
datos de las dehesas en las que se especifica el número
de cordeles y la cabida.
(131) Se efectuaron rompimientos, por ejemplo,
en las dehesas de Valdepalacios, Trevolosa, Parrilla, Pasarón,
Palacio de Nuño Mateos, Aguanel, Becenuño y Malillo.
(132) Ello ocurrió en las dehesas
de Vivares, Palacio de Hernando Alvarez, Torviscales, Arroyo de
las Puercas y Torrevirote ("Relación de invernaderos
de la cabaña trashumante del monasterio de Guadalupe en
1779-1780", AMG, legajo 73).
(133) Había sido una aldea perteneciente
a Talavera de la Reina. Tras la desaparición de aquélla
en el siglo XV, la heredad de Bringuilla o Burguilla pasó
a formar parte de los términos de Valdelacasa y Villar
de Pedroso.
(134) En Madrigalejo, aparte de viñas,
majuelos, cercas, cortinales y huertos, el monasterio era dueño
de 58 pedazos de tierras de "pan llevar" que medían
1383,9 fanegas de sembradura ("Libro y memorial de todas
las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, ff. 102v-105).
(135) En 1752, el monasterio poseía
en el término de Guadalupe 1.342,8 fanegas de tierra, cifra
que representaba el 29,9 por 100 de la superficie agraria de aquél
(Registros de haciendas del "estado secular" y del "estado
eclesiástico", Archivo Provincial de Toledo -en adelante,
APT-, hacienda, libros 297 y 298).
(136) Fr. Diego de Ecija(1953), pp. 299-307;
José Antonio Rincón(1984), p. 40.
(137) José Carlos Vizuete(1980),
p. 600.
(138) "Libro y memorial de todas las
heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, ff. 15v-21 y 23v-26.
(139) AHN, clero, legajo 1.429/1-b. En
1526, el monasterio poseía 154 casas en el barrio de "arriba"
(Adèle Perrin(1982), p. 250). A finales del siglo XVII,
era propietario de 154 casas en el barrio de "arriba"
y de 156 en el de "abajo" (Instrucción de
un passagero para no errar el camino...(1697), p. 84).
(140) Jorge Antonio Rincón(1984),
pp. 16 y 71-72.
(141) Jerónimo Münzer(1991),
p. 241.
(142) "Hojas de Gracias", AMG,
legajo 143; Cuentas de la mayordomía, AMG, legajo 152.
(143) Jorge Antonio Rincón(1984),
pp. 73-75.
(144) Entre los relatores de los "milagros
de Nuestra Señora" reconocidos por el monasterio aparecen
portugueses, italianos, franceses, alemanes, ingleses, irlandeses
y griegos (F. Cremoux(1993), pp. 128-137).
(145) Los demandaderos del monasterio recolectaban
limosnas y pequeñas mandas testamentarias en las coronas
de Castilla y Aragón y en el reino de Portugal. Aquéllos
también eran denominados "procuradores", "questores",
"mensajeros" o "bacinadores". Lamentablemente,
se ha conservado muy poca documentación sobre las demandas.
Tengo la sospecha de que los propios administradores monásticos
destruyeron bastantes documentos a raíz de que los pontífices
y los monarcas castellanos estableciesen normas restrictivas acerca
de las actuaciones de los recolectores de limosnas y mandas del
santuario.
(146) En un libro de hacienda redactado
en 1732, la propia administración monástica reconocía
que el producto de las demandas había sido la principal
fuente de ingresos de la "casa" (AMG, códice
210). Claro es que tal afirmación se realizó bastantes
años después de que aquéllas hubiesen sido
suprimidas.
(147) Marie-Claude Gerbet(1982), pp. 281-285.
(148) "Relación, sumario y
valoración hecho este año del Señor de MDXXXVIII...",
AMG, legajo 72/2.
(149) "Libro y memorial de todas las
heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, f. 166-v.
(150) En 1548-1557, el producto de las
demandas, las limosnas recogidas en Guadalupe y los adventicios
-probablemente, mandas testamentarias- significaron el 39,97 por
100 del total de ingresos en metálico del monasterio ("Libro
y memorial de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...",
AMG, códice 229, ff. 166-183).
(151) En 1622, los administradores monásticos
eligieron los decenios 1548-1557 y 1612-1622 para comparar la
situación económica de la "casa" en el
"ayer" y en el "hoy". Como aquéllos
querían mostrar el fuerte descenso de ingresos, resulta
muy probable que las mayores rentas nominales en metálico
del Quinientos se registrasen, precisamente, en la década
1548-1557.
(152) Las capillas construidas en el ala
septentrional del claustro, empleadas como oratorios individuales,
revelan el deseo de los primeros jerónimos de no renunciar
del todo a su vida contemplativa (José Antonio Ruiz Hernando(1993),
p. 140).
(153) AMG, Fondo Arcángel Barrado,
"Crónica del Monasterio de Guadalupe escrita por Fr.
Alonso de la Rambla entre 1459 y 1480", f. 13-v.
(154) Los peregrinos que venían
al santuario por la carretera de Toledo podían pasar la
noche y comer algo en el Hospital del Obispo -albergue que había
fundado Pedro I y que fue posteriormente ampliado con los fondos
donados por Diego Muros, obispo de Canarias-, que se hallaba situado
a mitad de camino entre Villar del Pedroso y la Puebla. Los romeros
procedentes del sur eran alojados, a veces, en la casería
del Rincón. Por tanto, el monasterio ofrecía su
hospitalidad antes de que el peregrino llegara a Guadalupe.
(155) Paulo III, en su breve de 22 de febrero
de 1535, llegó a conceder al santuario "Jubileo Plenísimo
y Perpetuo" (Arturo Alvarez Alvarez(1993), p. 73).
(156) Las visitas regias fueron frecuentes
hasta la época del Emperador. Los Reyes Católicos
realizaron nada menos que 23 viajes a Guadalupe: 12 ambos monarcas,
6 Isabel y 5 Fernando (Arturo Alvarez Alvarez(1993), p. 67).
(157) La primera versión escrita
de la "leyenda de Guadalupe" data de finales del siglo
XIV o de comienzos del XV (AHN, códice 48).
(158) Fueron empleados 9 códices.
La narración "milagrosa" más antigua está
fechada en 1403 y la más reciente en 1722 (F. Cremoux(1993),
p. 75).
(159) Pese al control ejercido por el monasterio,
la dinámica generada por algunos "milagros" obligó
a aquél, en ocasiones, a reconocerlos e incluirlos en el
correspondiente códice (F. Cremoux(1993), p. 307).
(160) De los 857 "milagros oficiales"
del periodo 1510-1599, las curaciones y resurrecciones representaron
el 51,5 por 100, las liberaciones de cautivos y prisioneros el
18 por 100 y las "protecciones" y "asistencias"
el 30,5 por 100. Como el primer grupo resulta común a todos
los santuarios marianos, las auténticas "especialidades
milagrosas" de la Virgen de Guadalupe se hallan dentro del
segundo y tercer grupo (F. Cremoux(1993), p. 253 y 292-293).
(161) F. Cremoux(1993), pp. 150-152.
(162) F. Cremoux(1993), pp. 109-112.
(163) Probablemente, los jerónimos
tendieron a catalogar de "milagros" con mayor facilidad
las narraciones referidas a lejanos lugares que aquellas otras
cuyo escenario era más próximo al santuario.
(164) F. Cremoux(1993), pp. 123-144.
(165) La imagen pertenece al grupo de "vírgenes
negras" (Fr. Sebastián García(1993), p. 14).
(166) Javier Campos(1993), p. 434.
(167) AHN, códice 111, ff. 5-v,
13-v y 15.
(168) AHN, códice 1.123, f. 169-v.
(169) También Enrique II, en su
carta de 20 de noviembre de 1366, había ordenado a las
autoridades locales que atendiesen a los procuradores del santuario
y que "los presentedes a vuestros pueblos en vuestras iglesias
e vos ayuntades e fagades ayuntar las gentes a oyrles e les oyades
sus peticiones e los atendades en las oras bien e complidamente
por que ellos puedan mostrar e recaudar la dicha demanda como
dicho es" (AHN, códice 1.123, f. 168).
(170) AHN, códice 1.123, f. 169.
(171) AHN, códice 1.123, ff. 172-172v.
(172) AHN, sellos 109/8.
(173) El factor desencadenante de dicha
crisis fue la decisión de Pío IV de suspender todas
las "questas" que publicaban indulgencias, medida adoptada
a través de un "motu propio" en 1562 ó
1563 (AHN, clero, legajo 1.422/94).
(174) Era el clero secular de villas y
aldeas el grupo social más perjudicado por las demandas
del monasterio de Guadalupe, ya que éstas afectaban a su
capacidad para captar limosnas y, sobre todo, podían mermar
su influencia sobre sus feligreses.
(175) De los 10 demandaderos "principales"
avecindados en territorio del obispado de Plasencia, varios se
ocupaban de organizar las "questas" en el arzobispado
de Toledo y en otros obispados.
(176) AHN, códice 1.123, f. 169-v.
(177) El monasterio sugiere en esa misiva
que las demandas "andaban" en unos 10.000 núcleos
de población. Es probable que la cifra sea exagerada, ya
que los jerónimos pretendían demostrar al rey los
graves inconvenientes que para sus "questas" tendría
la obligación de que la recogida de limosnas y mandas sólo
pudiese ser efectuada por un vecino del núcleo en cuestión
que contase con el beneplácito de las autoridades locales.
En cualquier caso, el número de ciudades, villas, aldeas
y lugares en los que se efectuaban las demandas de Guadalupe debía
ser muy elevado (AHN, clero, legajo 1.422/94).
(178) Un demandadero hizo voto de seguir
realizando "questas" para el monasterio durante toda
su vida (F. Cremoux(1993), p. 239). Si los procuradores hubiesen
estado retribuidos, habría carecido de sentido dicha promesa.
Por otro lado, en la ya aludida carta de los jerónimos
a Felipe II se sugiere que cada demandadero recibía, aproximadamente,
un ducado. Ahora bien, esta entrega podía constituir una
pequeña gratificación, pero también podía
destinarse a cubrir determinados gastos de las "questas".
(179) Unos vecinos de Casatejada, al comienzo
del reinado de Felipe IV, se negaron a recibir soldados y pagar
sisas y repartimientos aduciendo ser cofrades -demandaderos- del
monasterio de Guadalupe (AHN, clero, legajo 1.422/112).
(180) Habida cuenta de que era prácticamente
imposible controlar las demandas efectuadas en miles de núcleos
de población, resulta muy probable que algunos "questores"
se quedasen con parte del producto de aquéllas. El lucro
personal también pudo ser, pues, uno de los móviles
que indujo a ciertas personas a ofrecerse como demandaderos de
Guadalupe.
(181) José Antonio Sebastián(1992),
pp. 509-561.
(182) Fr. Germán Rubio y Fr. Sebastián
García(1978), p. 89.
(183) En 1413, los regentes de Juan II
autorizaron al monasterio a extraer "pan" de cualquier
localidad aunque las ordenanzas de los municipios en cuestión
lo prohibiesen de manera expresa (José María Revuelta(1982),
pp. 196-197). El 14 de enero de 1430 Juan II declaró libres
de todo tributo a los ganados, pastores, acemileros, paniaguados
y demás personal del monasterio que condujesen artículos
para la provisión de aquél. Por su parte, Enrique
IV, el 10 de agosto de 1468, eximió de todo derecho a las
cosas y bienes que se llevasen a Guadalupe para la provisión
del monasterio y de sus hospitales (AHN, códice 877).
(184) El 9 de junio de 1411 la reina Catalina
otorgó 70 excusados al monasterio porque "los frayles
non pueden fallar quien les guarde sus ganados ni quien administre
sus bienes e casas e heredades" (Marie-Claude Gerbet(1982),
p. 236). En ese momento cada uno de los vaqueros del monasterio
tenía una escusa de 25 reses (José María
Revuelta(1982), pp. 200-201).
(185) El 18 de diciembre de 1467 Enrique
IV eximió al monasterio de las alcabalas de las yerbas
que vendiese en cualquier parte del reino (AHN, códice
877).
(186) En esta época la corona castellana
estaba intentando recortar este tipo de privilegios, lo que otorga
un valor especial al obtenido por los jerónimos.
(187) D. Manuel el Venturoso, casado con
una hija de los Reyes Católicos, fue quien concedió
dicho privilegio al monasterio (Arturo Alvarez Alvarez(1993),
p. 71). Las yerbas de la Sierra de la Estrella fueron valoradas
por los propios jerónimos en más de 100.000 maravedís
(Fr. Germán Rubio(1926), pp. 238-239).
(188) Fr. Germán Rubio(1926), p.
297.
(189) La "casa del trigo" fue
construida inmediatamente después de la crisis de subsistencia
de 1417.
(190) Fr. Germán Rubio(1926), p.
290.
(191) "Estados de la casa", AMG,
legajo 72/1. En 1510 se cosecharon 1.050 y 5.610 fanegas de trigo
en las granjas de El Rincón y Madrigalejo, respectivamente
(María Filomena Cerro(1987 b), p. 35).
(192) AMG, legajo 43.
(193) María Filomena Cerro(1987
b), p. 47.
(194) AMG, Fondo Arcángel Barrado,
"Crónica del Monasterio de Guadalupe entre 1459 y
1480", f. 34-v; Fr. Diego de Ecija(1953), p. 338.
(195) AMG, legajo 43.
(196) El olivar de El Rincón constaba
de 14.800 pies cuando se llevó a cabo la desamortización
de las propiedades del monasterio en la cuarta década del
siglo XIX (José Patricio Merino(1976), p. 105).
(197) De las maquilas los jerónimos
obtuvieron 758 arrobas de aceite en 1461 (Fr. Germán Rubio(1926),
p. 290).
(198) "Hojas de Gracia", AMG,
legajo 143.
(199) "Libro y memorial de todas las
heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, ff. 17-18v.
(200) Elías Tormo(1919), pp. 45-46.
(201) AMG, Fondo Franciscano, legajo 25,
carpeta 1.
(202) Fr. Germán Rubio(1926), pp.
103-105.
(203) "Relación, sumario y
valoración hecho este año del Señor de MDXXXVIII...",
AMG, legajo 72/2.
(204) Marie-Claude Gerbet(1982), p. 273.
(205) Marie-Claude Gerbet(1982), pp. 273-274.
En 1467, el concejo de Cuenca dio licencia al monasterio de Guadalupe,
previa presentación por éste del privilegio real,
para que anduviesen libremente por la sierra 10.000 cabezas lanares
durante el periodo estival (Paulino Iradiel(1974), p. 67).
(206) Cuenca fue, precisamente, una de
las urbes castellanas en las que la producción pañera
registró un crecimiento más vigoroso durante el
siglo XV.
(207) Alfonso V el Africano fue el monarca
portugués que mantuvo unos vínculos más estrechos
con el santuario de Guadalupe (Arturo Alvarez Alvarez(1993), p.
71).
(208) "Estados de la casa", AMG,
legajo 43.
(209) "Estados de la casa", AMG,
legajo 43.
(210) Felipe Ruiz Martín(1974),
pp. 276-281.
(211) "Itinerario de la ida, estada
y buelta del ganado a las montañas de León, con
algunas advertencias provechosas del camino y de las calidades
de los puertos...", AMG, códice 229, ff. 204-221.
(212) "Relación, sumario y
valoración hecho este año del Señor de MDXXXVIII...",
AMG, legajo 72/2.
(213) Entre 1536-1540 y 1670-1679, los
beneficios por cabeza en moneda corriente se multiplicaron por
5 y el nivel de precios por 7 ("Hojas de Ganado", AMG,
legajo 127; Pablo Martín Aceña(1989), pp. 9-10).
He utilizado el índice de precios elaborado por Pablo Martín
Aceña para Castilla la Nueva a partir de las series de
E.J. Hamilton, ya que todavía no se ha estimado ninguno
para Extremadura.
(214) Marie-Claude Gerbet(1982), pp. 270-271.
(215) "Estados de la casa", AMG,
legajo 43.
(216) Según la concordia suscrita
con el concejo de Trujillo en 1418, el monasterio quedó
facultado para introducir todo el ganado de cerda que desease
en Valdepalacios durante la montanera. Más tarde, en 1444,
los jerónimos llegaron a un nuevo acuerdo que les autorizaba
a llevar 700 cerdos a los montes de la ciudad y tierra de Trujillo
en tiempo de montanera ("Libro y memorial de todas las heredades
y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff.
81-81v).
(217) "Hojas de Gracias", AMG,
legajo 143.
(218) Cuentas de la mayordomía,
AMG, legajo 152; "Libro y memorial de todas las heredades
y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff.
166-174.
(219) En este renglón se incluyen
los ingresos en metálico que iban a parar entonces a la
mayordomía. Los restantes eran depositados en el arca.
(220) Las demandas representaron el 95,13
por 100 de esta partida de ingresos.
(221) La renta "nueva" del ganado
era la diferencia entre los ingresos y los gastos monetarios de
las cabañas.
(222) Una de las obligaciones del mayordomo
consistía en conocer todas las monedas en circulación
("Libro de oficios", AMG, códice 99, ff. 76v-79v).
(223) F. Cremoux(1993), p. 150. A este
respecto conviene tener en cuenta que los peregrinos eran pieza
clave en el mantenimiento del culto a la Virgen de Guadalupe y
también, por tanto, en el resultado de las demandas.
(224) Debida a la reducción del
tamaño medio de las explotaciones campesinas, al aumento
de la renta de la tierra y a la caída de los salarios reales.
(225) Adèle Perrin(1982), p. 112.
(226) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), p. 41.
(227) Diferencia entre los ingresos y los
gastos en metálico de las ganaderías.
(228) En 1556 estaban en cultivo, al menos
en parte, las dehesas de la Vega, Hormigoso, Palazuelo de Nuño
Mateos, El Guijo, Cascajera y Escobilla, Torilejo, Becenuño
y Burguilla (AMG, legajo 43). Ha de tenerse presente que entonces
los jerónimos percibían el diezmo de los frutos
de sus fincas emplazadas en el territorio del obispado de Plasencia.
(229) Por ejemplo, los pleitos sobre los
rompimientos efectuados en las dehesas de Aguanel, Parrilla y
Malillo fueron fallados a favor del monasterio (AMG, legajos 73,
202 y 203).
(230) En 1544 se cerró la granja
de Madrigalejo por los muchos gastos que ocasionaba (Instrucción
de un passagero para no errar el camino... (1697), pp. 285-287).
(231) Como deflactor he utilizado la serie
de precios elaborada por Pablo Martín Aceña para
Castilla la Nueva.
(232) El incremento de las ventas de oro
y de plata constituye, ante todo, un síntoma de las dificultades
económicas que estaba atravesando la "casa" en
la segunda década del siglo XVII.
(233) La renta media anual de las ganaderías
había ascendido a 1.816.708 maravedís -corrientes-
en 1524-1527 (Marie-Claude Gerbet (1982), pp. 281-285).
(234) En maravedís corrientes ascendieron
a 30.099.968 en 1548-1557 y a 9.932.219 en 1612-1621.
(235) Libro de actas capitulares del Monasterio
de Guadalupe, 1673-1802, AHN, códice 103, f. 99.
(236) AHN, clero, legajo 1.422/94 y 105.
(237) F. Cremoux (1993), pp. 118-119.
(238) AHN, sellos 108/2 y 3.
(239) AHN, códice 111, f. 500-v.
(240) AHN, códice 1.123, ff. 176v-180.
(241) En tiempos de Juan II, los procuradores
no sólo podían efectuar su cometido en varios núcleos
de población, sino que también estaban capacitados
para nombrar "sostitutos" (AHN, códice 1.123,
f. 169).
(242) AHN, clero, legajo 1.422/94.
(243) Facilitar la labor de los demandaderos
en Galicia y Asturias parece ser el objeto de esta concesión.
(244) AHN, clero, legajo 1.422/94 y 105.
(245) AHN, clero, legajo 1.422/94 y 105.
(246) AHN, códice 101, f. 501-v.
(247) F. Cremoux (1993), pp. 118-119.
(248) Es muy probable que llegase a difundirse
la idea, nada desencaminada, por cierto, de que la expansión
del patrimonio rústico del monasterio se había financiado
en parte con el producto de las demandas.
(249) Fr. Germán Rubio (1926), pp.
223-230.
(250) Ello fue debido, probablemente, al
creciente peso que tuvieron en esta rúbrica las mandas
americanas.
(251) Las primeras cuentas de la mayordomía
que he localizado datan de 1546.
(252) Cuentas de la mayordomía,
1546-1660, AMG, legajo 152.
(253) Cuentas de la mayordomía,
1546-1660, AMG, legajo 152.
(254) Enrique Llopis (1991), pp. 329-331.
(255) José Luis Pereira (1991),
pp. 94-97.
(256) Cuentas de la mayordomía,
AMG, legajo 152.
(257) Además, buena parte de la
producción de las cabañas no se comercializaba,
sino que se destinaba a satisfacer las necesidades de la "casa".
Los rectores monásticos acabarían elaborando anualmente
la "hoja de ganado" en la que calculaban el valor de
la producción, tanto de la canalizada hacia el mercado
como de la consumida en la "casa", y los costes, en
los que se incluían también los "inputs"
no adquiridos en el mercado, de sus distintas cabañas ("Hojas
de Ganado", AMG, legajos 127 y 128; "Hojas de Ganado",
AHN, clero, libro 1.560). Los monjes conocían, pues, desde
finales del siglo XVI -la "hoja de ganado" más
antigua data de 1597-, los rendimientos netos de sus explotaciones
pecuarias.
(258) La cabaña trashumante era
ya entonces la de mayor relieve; además, el "output"
de esta explotación, a diferencia del de las restantes,
se comercializaba casi íntegramente. Es lógico,
por tanto, que la renta "nueva" del ganado dependiera
esencialmente del tamaño y de los beneficios de aquélla
explotación pecuaria.
(259) Un examen pormenorizado de la trayectoria
de la cabaña trashumante del monasterio puede encontrarse
en Enrique Llopis (1980 b), pp. 125-168; (1982), pp. 1-101; (1993),
pp. 107-129.
(260) A finales del siglo XVII se adeudaban
al monasterio 10.062.062 maravedís de los intereses de
los juros de Trujillo (Instrucción de un passagero para
no errar el camino... (1697), p. 384).
(261) La fragmentaria información
disponible apunta a que las cosechas medias anuales de trigo se
mantuvieron por debajo de las 2.500 fanegas entre 1550 y 1650
("Rentas del Pan" y "Hojas de Gracias", AMG,
legajo 143). En 1630, en las granjas del monasterio sólo
se contabilizaron 30 bueyes ("Estado de la casa en 26 de
enero de 1630", AMG, legajo 40). También los gastos
de las caserías confirman el bajísimo nivel de la
actividad agrícola monástica en la segunda mitad
del siglo XVI y en la primera del XVII ("Hojas de División",
AMG, legajos 149 y 153; "Cabo del Año", AMG,
legajo 148).
(262) Martín V, mediante bula expedida
"el 12 de las calendas de julio del 7º año de
su pontificado" -1425-, había eximido al monasterio
y a sus arrendatarios de la obligación de pagar los diezmos
de los productos obtenidos en sus tierras a las correspondientes
iglesias parroquiales ("Brebe Resumen, y Conciso Ayuntamiento
del Memorial Ajustado sobre la Declinatoª y Competencia de
Jurisdicción que el Real Monasterio de N. Sª de Guadalupe
sigue con los señores Obispo, Deán y Cabildo de
Plasencia en la causa Decimal", AMG, códice 196, ff.
9-9v).
(263) Inicialmente se señalaron
1.600 fanegas de tierra ("Brebe Resumen, y Conciso Ayuntamiento
del Memorial Ajustado sobre la Declinatoª y Competencia de
Jurisdicción que el Real Monasterio de N. Sª de Guadalupe
sigue con los señores Obispo, Deán y Cabildo de
Plasencia en la causa Decimal", AMG, códice 196, ff.
21-22).
(264) "Informe de la verdad, y justicia
que asiste al Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe,
orden del gran padre San Gerónimo: en el pleyto que sufre
en la Real Cámara con el Reverendo Obispo, Deán
y Cabildo de la Santa Iglesia de Plasencia...", AHN, clero,
legajo 1431-1º/40.
(265) "Informe de la verdad, y justicia
que asiste al Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe,
orden del gran padre San Gerónimo: en el pleyto que sufre
en la Real Cámara con el Reverendo Obispo, Deán
y Cabildo de la Santa Iglesia de Plasencia...", AHN, clero,
legajo 1431-1º/40.
(266) "Hojas de Rentas", AMG,
legajo 152; "Rentas del Pan", AMG, legajo 143.
(267) "Rentas del Pan", AMG,
legajo 143; "Hojas de Pan", AMG, legajo 149.
(268) Enrique Llopis, Miguel A. Melón
y otros (1990), pp. 444-447.
(269) "Hojas de Rentas", AMG,
legajo 152; "Rentas de Pan", AMG, legajo 143; "Hojas
de Pan", AMG, legajo 149.
(270) "Hojas de Ganado", AMG,
legajo 127.
(271) A través de las demandas el
monasterio había ingresado 8.067 cabezas de ganado en el
decenio 1548-1557 (AMG, códice 229, f. 172).
(272) "Hojas de Gracias", AMG,
legajo 143.
(273) Enrique Llopis (1991), pp. 36-40.
(274) En las "hojas de división"
-cuentas de gastos-, no apareció una partida de compra
de granos hasta 1561. Sin embargo, en el último cuarto
del siglo XVI, el monasterio debió recurrir a la adquisición
de cereales en todos los años ("Hojas de División",
AMG, legajo 149).
(275) Pese a ese intento de centralización,
las cuentas de ingresos metálicos generales no comenzaron
a elaborarse sistemáticamente hasta 1689, pocos años
después de suprimirse las demandas. Esa demora pudo obedecer
a dos motivos: 1) al deseo de los rectores monásticos de
que permaneciese en la penumbra todo lo relacionado con la administración
de las demandas; 2) a la resistencia ofrecida por los arqueros
a la pérdida de unas competencias que reduciría
aún más su papel, el cual ya estaba siendo recortado
por el creciente protagonismo de la mayordomía y por la
disminución de la importancia relativa de las rentas que
ellos gestionaban.
(276) La "Hoja de Ganado" puede
ser considerada una "cuasi" contabilidad de costes de
las explotaciones pecuarias. Aunque no existía cuenta diferenciada
para la compra-venta de bienes de capital -rebaños o instalaciones-,
los gastos de inversión en las cabañas del monasterio
fueron poco frecuentes. Por consiguiente, las cifras de beneficios
que ofrecen las "Hojas de Ganado" no se alejan demasiado
de las que el autor de este trabajo ha estimado tras eliminar
las "irregularidades contables" de los jerónimos.
En suma, los administradores monásticos, a finales del
siglo XVI, empleaban unas técnicas contables y de cálculo
económico bastante avanzadas. En este sentido resulta especialmente
llamativo que los monjes conociesen y aplicasen, al menos a las
cuentas de las cabañas, el concepto de coste de oportunidad.
(277) Fr. Sebastián García
(1990), pp. 151-172.
(278) Javier Campos (1993), pp. 410-434.
(279) Enrique Llopis (1980 a), pp. 370-371;
Fr. Sebastián García (1990), pp. 143-150.
(280) Javier Campos (1993), p. 421.
(281) "Libro y memorial de todas las
heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice
229, ff. 174v-193.
(282) Aunque los gastos monetarios reales
se habían reducido un 17,92 por 100 entre 1575-1583 y 1614-1622,
ese esfuerzo resultaba insuficiente para reequilibrar la economía
de los jerónimos.
(283) "Hojas de División",
AMG, legajo 153. Lógicamente, este último porcentaje
es el que ha de ser tenido en consideración a la hora de
evaluar el esfuerzo de austeridad.
(284) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 127-128.
(285) Entre 1630 y 1669, el capítulo
acordó tomar a censo las siguientes cantidades de dinero:
8.000 ducados en 1630, 8.000 en 1631, 12.000 en 1634, 12.000 en
1636, 2.000 en 1639, 2.000 en 1646, 3.000 en 1651, 3.000 en 1653,
4.000 en 1654, 8.000 en 1657, 4.000 en 1658, 7.000 en 1659, 7.000
en 1660, 8.000 en 1661, 1.000 en 1662, 3.000 en 1665, 5.000 en
1666, 13.000 en 1668 y 14.363 en 1669 ("Indice de los acuerdos
de los capítulos", AMG, códice 40). Pese a
que no siempre se cumplieron las decisiones del capítulo
y a que algunos censos se tomaron para redimir otros, es indudable
que el monasterio tuvo que recurrir frecuentemente al crédito
en ese periodo.
(286) "Estados de la casa", AMG,
legajo 40; Libro de actas capitulares, 1671-1802, AHN, códice
103-B, f. 75.
(287) A finales del siglo XVII, cuando
los débitos ya habían sido reducidos, el monasterio
pagaba anualmente 918.000 maravedís de los réditos
de los censos (Instrucción de un passagero para no errar
el camino... (1697), pp. 125-127).
(288) La nueva sacristía, en la
que se encuentran los famosos "zurbaranes", constituyó
un instrumento de los rectores de la "casa" para reivindicar
nostálgicamente, ante los visitantes ilustres, el pasado
esplendor del monasterio en una época en la que las peregrinaciones
al santuario ya no tenían ni el vigor ni la importancia
de antaño y en la que las preferencias de los Austrias
ya se habían decantado claramente a favor de El Escorial
(Jesús Miguel Palomero (1990), pp. 26-32).
(289) En la década de los noventa
del Seiscientos, unos 400 menesterosos acudían diariamente
a la portería para recoger la limosna de pan (Instrucción
de un passagero para no errar el camino... (1697), p. 35).
(290) En la portería se gastaban
anualmente unas 650 fanegas de trigo y 4.500 libras de carnero
(Instrucción de un passagero para no errar el camino...
(1697), p. 39).
(291) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 42-45 y 128-129.
(292) Fr. Germán Rubio (1926), p.
161.
(293) La compra de juros, opción
que probablemente no obedeció a motivos estrictamente económicos,
limitó algo las inversiones en fincas rústicas durante
el siglo XVI.
(294) Enrique Llopis (1990 b), pp. 133-144.
(295) Las cuentas de las granjas comenzaron
a elaborarse en la segunda mitad de esa década (Cuentas
de la casa de El Rincón, 1667-1694, AMG, códice
135; Cuentas de la casa de Madrigalejo, 1667-1687, AMG, códice
151; Cuentas de la casa de La Vega, 1667-1744, AMG, legajo 140;
Cuentas de la casa de La Burguilla, 1667-1781, AMG, legajo 141).
(296) "Hojas de Gracias", AMG,
legajo 143.
(297) Cuentas de la Mayordomía,
AMG, legajos 151 y 152.
(298) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 348-349.
(299) Recuerdo que los costes recogían
el valor de las yerbas propias consumidas por las cabezas de la
"casa". Por consiguiente, los beneficios medían
la diferencia entre los ingresos netos efectivamente obtenidos
por las cabañas y los que habrían logrado éstas
en el supuesto de que los jerónimos hubiesen arrendado
los pastizales consumidos por sus ganaderías.
(300) Aunque carecemos de un detallado
estudio sobre la evolución de la renta de los labrantíos
en la Extremadura del Setecientos, diversos indicios apuntan a
que aquélla no alcanzó niveles relativamente elevados
hasta bien avanzada dicha centuria. No obstante, es probable que
la "invasión mesteña" provocase que el
movimiento alcista de la renta de la tierra fuera más precoz
e intenso en la citada región que en otras zonas del interior
de la Corona de Castilla (Gonzalo Anes (1970), pp. 273-295; Angel
García Sanz (1977), pp. 296-310; Alberto Marcos (1985),
pp. 211 y ss.; José Antonio Alvarez Vázquez (1987),
pp. 52 y ss.; Bartolomé Yun (1987), pp. 512-516; José
Antonio Sebastián (1990), pp. 62-63).
(301) Enrique Llopis (1982), pp. 95-97.
(302) El monasterio poseía dos explotaciones
de ganado vacuno. Una de ellas estaba ubicada en el despoblado
de Valdepalacios y la otra, la más rentable y de mayor
tamaño, en la dehesa de La Vega, finca próxima al
Guadiana y perteneciente a la Tierra de Medellín (Enrique
Llopis (1980 a), pp. 281-292).
(303) No incluye el dato de 1702.
(304) Enrique Llopis (1980 a), pp. 200-202.
(305) Enrique Llopis (1980 a), pp. 289-290.
(306) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 127-128; Carta-cuenta
del oficio de carnicería, AMG, códice 136.
(307) Desgraciadamente, no se ha conservado
ninguna "Hoja de Rentas" del periodo 1691-1735. Además,
faltan algunas del intervalo 1736-1786.
(308) La renta "nueva" del ganado
supuso el 15,71 por 100 de los ingresos monetarios en 1548-1557,
el 27,16 por 100 en 1612-1621 y el 42,66 por 100 en 1742-1772.
(309) "Cuentas de la Mayordomía",
AMG, legajo 152; "Libro y memorial de todas las heredades
y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, ff.
174v-179v.
(310) Para comparar las cifras de 1612-1621
con las del siglo XVIII hemos de deducir de los ingresos totales
los gastos monetarios de las cabañas. Una vez efectuada
esa operación, las rentas en dinero de las dehesas pasan
a suponer el 19,65 por 100 de los ingresos en 1739-1740, el 13,38
por 100 en 1742-1752, el 10,44 por 100 en 1753-1762, el 9,24 por
100 en 1763-1772 y el 10,14 por 100 en 1783-1786.
(311) He empleado los precios medios del
trigo vendido por la fábrica de la iglesia de Torrequemada.
Estos datos, procedentes de los libros de fábrica de dicha
institución, tuvo la gentileza de proporcionármelos
Miguel Angel Melón.
(312) "Hojas de Rentas", AMG,
legajo 151. De esas 10 dehesas, 7 estaban ubicadas en el término
de Cáceres, 2 en el de Alcántara y 1 en el de Toledo.
Caso de considerar sólo a las fincas emplazadas en Extremadura,
el incremento de la renta descendería hasta el 75,31 por
100.
(313) Ciertos criterios contables utilizados
por los administradores monásticos en la elaboración
de las "Hojas de Ganado" son discutibles. No obstante,
las cuentas de las cabañas que aquéllos elaboraron
en el Setecientos no diferirían apreciablemente de las
que gestores de empresas pecuarias de nuestro siglo hubiesen confeccionado
acerca de idénticas actividades ganaderas. En cualquier
caso, las cifras de beneficios que aparecen en el Cuadro 8 deben
considerarse como meras aproximaciones.
(314) La contribución a los ingresos
monetarios netos del conjunto de explotaciones pecuarias aún
fue mayor, ya que constituía la cabaña que comercializaba
un porcentaje más elevado de su producción.
(315) Enrique Llopis (1982), pp. 80-83.
(316) Enrique Llopis (1982), pp. 15-18,
32-34 y 44-46; Angel García Sanz (1994), pp. 138-151.
(317) Para poder comparar adecuadamente
los ingresos correspondientes al siglo XVIII con los de las décadas
1548-1557 y 1612-1621, he incluido en aquéllos la renta
"nueva" del ganado en vez de los ingresos brutos de
las cabañas.
(318) Sospecho que se trata de rentas netas.
Por otro lado, las cifras de los decenios 1548-1557 y 1612-1621
incorporan el valor de los adventicios -donaciones-, que supusieron
el 7,5 y el 5,2 por 100 del total de ingresos en metálico
del primero y del segundo, respectivamente. En suma, los guarismos
de las décadas 1548-1557 y 1612-1621, más los de
aquélla que los de ésta, sesgan al alza las rentas
del monasterio. En cualquier caso, aún excluyendo los adventicios
y suponiendo que los gastos que acarreaban las demandas no hubiesen
sido contabilizados, resulta muy poco verosímil que el
nivel medio anual de los ingresos monetarios reales de la "casa"
del tercer cuarto del siglo XVIII haya sido mayor que el del decenio
1548-1557.
(319) Faltan las "Hojas de Pan"
de 1732 y 1735. Como la producción de cereales en las principales
granjas del monasterio fue relativamente alta en 1735, las cifras
de ingresos de granos de la segunda mitad de los treinta están
sesgadas a la baja. En aquél año, el rendimiento
de la semilla de trigo fue de 9,28 en la casería de El
Rincón, de 13,57 en la de Madrigalejo, de 9,43 en la de
La Burguilla y de 12,81 en la de La Vega, guarismos todos ellos
muy superiores a los valores promedio alcanzados en tales explotaciones
agrícolas (Cuentas de las granjas de La Vega, La Burguilla,
Madrigalejo y El Rincón, AMG, legajos 130, 140, 141 y 143).
(320) Enrique Llopis (1989), pp. 276-277.
(321) Conviene tener presente que parte
de la cebada y del centeno sembrados se destinaban para "verde".
En cualquier caso, la contabilización de ese fenómeno
reduciría muy poco los porcentajes que preceden a esta
nota.
(322) Las "Hojas de Pan" no incluyen
las cantidades de granos sembradas y cosechadas por los oficios
de la "obra" y de la "carnicería" en
los términos de Guadalupe y Alía. En el caso del
trigo, tales sementeras tenían una importancia mínima.
De modo que su exclusión no resta relevancia a las anteriores
cifras.
(323) "Hojas de Pan", AMG, legajo
149; "Hojas de Granos", AHN, clero, libro 1.560. Las
cifras de trigo cosechado que ofrecen las "Hojas de Gracias"
y las "Hojas de Pan o Granos" son muy similares, salvo
en 1738, 1739 y 1740.
(324) Las cosechas de cebada representaron
el 71,34 por 100 del total de ingresos de dicha gramínea
en 1710-1719, el 79,76 por 100 en 1720-1729, el 73,93 por 100
en 1730-1739, el 80,05 por 100 en 1740-1749, el 80,29 por 100
en 1750-1759, el 80,92 por 100 en 1760-1769, el 67,44 por 100
en 1770-1779 y el 75,73 por 100 en 1780-1784. En el caso del centeno,
por el contrario, tales porcentajes fueron mucho más bajos:
el 16,37 por 100 en 1710-1719, el 35,83 por 100 en 1720-1729,
el 22,42 por 100 en 1730-1739, el 12,45 por 100 en 1740-1749,
el 10,37 por 100 en 1750-1759, el 22,99 por 100 en 1760-1769,
el 19,40 por 100 en 1770-1779 y el 26,81 por 100 en 1780-1784.
(325) Mapa de cultivos y aprovechamientos,
Logrosán, 707, 14-28 (1982), pp. 8-13.
(326) En el siglo XVII el monasterio siguió
comprando algunos pedazos de tierra del término de Madrigalejo.
(327) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), p. 281.
(328) Mapa de cultivos y aprovechamientos,
Madrigalejo, 754, 13-30 (1982), pp. 9-12.
(329) Cuentas de la casa de Madrigalejo,
AMG, legajo 130 y códice 152.
(330) Al amojonarse esa finca se estimó
su extensión en 594 fanegas de sembradura (Libro de la
Hacienda, AMG, códice 210, f. 72).
(331) Resulta significativo que, en 1737,
52 bueyes de labor fuesen conducidos desde la casería de
Madrigalejo al cortijo de San Isidro. En cualquier caso, si sumamos
las yuntas en ambas caserías, detectamos un significativo
aumento a raíz de la entrada en funcionamiento del cortijo
de San Isidro. Es muy probable, pues, que la superficie de labor
explotada directamente por los monjes en los términos de
Madrigalejo y Acedera creciese en los últimos años
de la década de los treinta.
(332) Cuentas del cortijo de San Isidro,
AMG, legajo 142.
(333) Había unas 5 leguas entre
El Rincón y el monasterio. Las distancias entre la mayor
parte de las caserías y Guadalupe proceden de AHN, clero,
legajo 1428/2.
(334) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 220-221.
(335) Cuentas de la casa de El Rincón,
AMG, legajo 143 y códice 152.
(336) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 233-234.
(337) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 307-308.
(338) Cuentas de la casa de La Vega, AMG,
legajo 140.
(339) La dehesa de Malillo comprendía
las de Moheda, Milanera, La Torre, Mirasierras, Logrosanejos y
Torilejo. Tenía una extensión de 5.557,5 fanegadas
y permitía sustentar a 8.589,5 ovejas ("Libro y memorial
de todas las heredades y dehesas, rentas y juros...", AMG,
códice 229, ff. 118-119v).
(340) Lógico, ya que se hallaba
en el área de mayor concentración de dehesas ovejunas
del monasterio (Instrucción de un passagero para no
errar el camino... (1697), p. 334).
(341) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B.
(342) Instrucción de un passagero
para no errar el camino... (1697), pp. 408 y 410-411.
(343) Cuentas de la casa de La Burguilla,
AMG, legajo 141.
(344) A mediados del siglo XVII, las granjas
de El Rincón, La Vega y La Burguilla, las únicas
que en ese momento tenían actividad cerealícola,
eran administradas por el mayordomo mayor (Instrucción
de un passagero para no errar el camino... (1697), pp. 222-223).
El sistema de "monjes-granjeros" sería adoptado
por el monasterio en el transcurso de la segunda mitad del Seiscientos,
cuando aquél volvió a explotar directamente buena
parte de sus terrenos de labor.
(345) En 1752, había 24 bueyes en
El Rincón, 46 en Valdepalacios, 94 en el cortijo de San
Isidro, 56 en Madrigalejo, 36 en Malillo, 12 en La Vega, 29 en
La Burguilla y 32 en Guadalupe -en los oficios de la "carnicería"
y de la "obra"- ("Razón de los bienes de
este Real Monasterio, según comprende para dar relación
de ellos cuando el Catastro", AMG, legajo 44; Cuentas de
la casa de La Burguilla, AMG, legajo 142). Por tanto, si agregásemos
los empleados de Valdepalacios y Malillo, el número de
trabajadores fijos de las caserías no sería, probablemente,
inferior a 125.
(346) Ordenanzas de Guadalupe promulgadas
durante las prelacías de Fr. Diego de Paris - 1476-1483
- , "Título XVII de los trabajadores e jornaleros
e asoldadas e de las filanderas", AMG, códice 79.
Estas fueron las segundas ordenanzas de La Puebla. Las primeras,
probablemente las más reglamentistas, habían sido
establecidas por el monasterio hacia 1424 (Francisco García
Rodríguez (1986), pp. 69-72).
(347) Sin renunciar a regular las relaciones
laborales, las terceras ordenanzas de Guadalupe, aprobadas en
1622, entrañaron una reducción del número
de normas que facultaban al monasterio para intervenir en la economía
local, cambio que obedeció, probablemente, a que los monjes,
después del debilitamiento de la burguesía local
a raíz de la expulsión de los conversos y del fracaso
del movimiento vecinal en el primer cuarto del siglo XVI, ya no
les resultaba necesario mantener una prolija reglamentación
laboral para garantizar el reclutamiento de la fuerza de trabajo
requerida por sus distintos oficios. También pudo influir
el convencimiento de los rectores monásticos de la escasa
o nula eficacia de un ordenancismo exacerbado, máxime si
se aspiraba a que el código local permaneciese en vigor
durante un amplio periodo de tiempo.
(348) De los 284 empleados fijos en las
distintas cabañas del monasterio en 1752 -según
rezan las Respuestas Particulares del Catastro de la Ensenada-,
sólo 25 eran vecinos de Guadalupe -23 de la cabaña
caprina y 2 de una de las explotaciones vacunas-. Los pastores
de la cabaña trashumante procedían entonces de las
montañas astur-leonesas; es decir, de la zona donde estaban
ubicadas las yerbas que consumían los rebaños merinos
de la "casa" durante el periodo estival ("Registro
de la industria y personal de la villa de la Puebla de Nuestra
Señora de Guadalupe", APT, hacienda, libro 296).
(349) En la cerealicultura, la comunidad
jerónima empleó exclusivamente bueyes.
(350) Libro de Hacienda, AMG, códice
210, ff. 61-72.
(351) Como parte de la cebada y del centeno
sembrados era para "verde" -y casi nunca se especificaba
la porción destinada a tal menester-, no pueden calcularse
los rendimientos por unidad de semilla de dichos cereales. Tampoco
se dispone de datos precisos sobre el área sembrada, lo
que impide conocer los rendimientos por unidad de semilla de dichos
cereales. Tampoco se dispone de datos precisos sobre el área
sembrada, lo que impide conocer los rendimientos por unidad de
superficie.
(352) En el despoblado de Valdepalacios,
donde se hallaban ubicadas las granjas de El Rincón y Valdepalacios,
se utilizaba el sistema de cultivo al cuarto hacia mediados del
siglo XVIII (Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada,
Archivo General de Simancas, Dirección General de Rentas,
libro 153, ff. 410-410v).
(353) En el lugar de Madrigalejo, a mediados
del siglo XVIII, por cada fanega sembrada de granos se recogían,
en promedio, 7 fanegas en las tierras de primera, 6 en las de
segunda y 5 en las de tercera (Respuestas Generales del Catastro
de la Ensenada, Archivo General 1978), pp. 75-107. Sól
General de Rentas, libro 145).
(354) Libros de Panera, AHN, clero, libros
1.331, 1.408 y 1.414.
(355) Los datos del monasterio de Matallana
me los proporcionó Angel García Sanz, quien los
recogió del AHN, clero, libros 16.262 y 16.263.
(356) Angel García Sanz (1985 a),
p. 209; José Miguel López García (1990),
p. 295.
(357) En 1752, los zagales de las cabañas
ovinas percibían entre 185 y 229 reales al año,
2,5 libras diarias de pan común y 1 panilla semanal de
aceite ("Registro de la industria y personal de la villa
de la Puebla de Nuestra Señora de Guadalupe", APT,
hacienda, libro 296).
(358) El gasto de trigo medio anual en
limosnas ascendió a 1.552,12 fanegas en 1754-1764, a 1.432,36
en 1765-1774 y a 1.732,73 en 1775-1784 ("Hojas de Pan",
AMG, legajo 149; "Hojas de Pan o Granos", AHN, clero,
libro 1.560).
(359) Libro de Cuentas Generales, 1765-1785,
AHN, clero, libro 1.560.
(360) Los "stocks" de cereales,
que se medían a finales de año, ascendieron a 9.349,41
fanegas en 1779 -6.925,5 de trigo-, 8.113,5 en 1780 -7.126,66
de trigo- y 8.671,66 en 1781 -6.578 de trigo-. El máximo
de las limosnas de trigo se alcanzó, precisamente, en 1780:
2.576,91 fanegas ("Hojas de Granos", AHN, clero, libro
1.560).
(361) Las cantidades medias anuales de
aceite producido con la cosecha de El Rincón pasaron de
1.103,18 arrobas en 1733-1740 a 1.210,75 en 1779-1786 ("Hojas
de Gracias" y Cuentas de la casa de El Rincón, AMG,
legajo 143). La expansión oleícola parece haber
sido, pues, de pequeña entidad a partir de los años
cuarenta.
(362) En la zapatería trabajaban
entre 9 y 11 criados. En 1770, este oficio entregó a la
comunidad: 512 zapatos de cordobán -piel curtida de macho
cabrío o de cabra-, 14 pares de sandalias, 94 cordobanes,
944 pares de zapatos de piel de vaca, 1.354 pares de suelas, 725
badanas -pieles curtidas de carnero u oveja-, 355 pares de zapatos
de "tasa" forrados, 605 pares de "tasa" sencillos,
4 medios de baqueta y 1 piel de ternera. También se arreglaron
72 pares de zapatos (Cuentas de la zapatería, AMG, legajo
154).
(363) "Razón de bienes de este
Real Monasterio, según comprehende para dar la relación
de ellos quando el Catastro", AMG, legajo 44.
(364) "Registros de Personal de la
Puebla en 1752", APT, hacienda, libro 296.
(365) Entre 1717 y 1738, este oficio transformó
un promedio anual de 301 arrobas de lana. En 1729, por ejemplo,
la tejeduría produjo 29 burieles -1.257 varas-, 4 piezas
de paño pardo -78 varas-, 29 piezas de paño menor
-725 varas-, 12 cordellates -504 varas-, 5 piezas de osadilla
-249 varas-, 7 piezas de jerga -350 varas-, 9 piezas de sayal
y costales -378 varas-, 4 piezas de manga -160 varas-, 5,5 piezas
de sillones -220 varas- y 1 pieza de coladores -35 varas- (Cuentas
de la tejeduría, AMG, códice 144).
(366) En la "Hoja de División"
o en "Cabo del Año" se incluían casi todos
los gastos en metálico de la "casa". Algunas
actividades, como las musicales, y oficios, como los hospitales,
se financiaban, parcial o totalmente, con rentas destinadas específicamente
a tales menesteres. Por consiguiente, el gasto total era algo
más elevado que la suma de las rúbricas de la "Hoja
de División" o del "Cabo del Año".
(367) "Hojas de División",
AMG, legajo 153; "Cabo del Año", AMG, legajo
148; "Hojas de División", AHN, clero, libro 1.560.
(368) Hay que tener en cuenta que los ingresos
y los gastos monetarios de la "casa" tuvieron una evolución
bastante similar en el siglo XVIII. La carga fiscal directa soportada
por el monasterio de Sandoval, situado en las proximidades de
León, también se redujo apreciablemente entre 1611
y 1789 (José Antonio Sebastián (1993), p. 9).
(369) AHN, clero, legajo 1.431-2º/26.
(370) De los que 325 se empleaban en las
cabañas -esta cifra no coincide con la que aparece en las
Respuestas Particulares del Catastro-, 63 en la carnicería,
37 en el arca, 22 en la mayordomía, 44 en los hospitales,
16 en la carretería y más de un centenar en las
granjas.
(371) "Razón de bienes de este
Real Monasterio, según comprehende para dar la relación
de ellos quando el Catastro", AMG, legajo 44.
(372) Angel García Sanz (1985 b),
pp. 630-680.
(373) Enrique Llopis (1989), pp. 277-279.
(374) Juan García Pérez y
Fernando Sánchez Marroyo (1984); Miguel A. Melón
(1988).
(375) Concepción de Castro (1989),
p. 468.
(376) El monasterio de Guadalupe, en un
escrito dirigido al Consejo de Castilla, y fechado el 18 de junio
de 1783, señalaba que los mayorales, dependientes y criados
hacían "causa común para mejorar sus intereses"
y que las caserías se hallaban en un estado deplorable
(AHN, clero, legajo 1.429, carpeta 3).
(377) Antonio Domínguez Ortiz (1977),
p. 107. Antes de acceder a una de las fiscalías del Consejo
de Castilla, Campomanes había sido partidario, incluso,
de la desamortización de la parte del patrimonio del clero
regular que no fuese precisa para el sostenimiento de los religiosos
(Concepción de Castro (1989), p. 470).
(378) AHN, consejos, legajo 5.999/17.
(379) AHN, clero, legajo 1.428/5.
(380) En los documentos reseñados
en las notas 373 y 378 se alude a diversas cartas remitidas por
el monasterio al Consejo de Castilla sobre este asunto entre 1769
y 1783.
(381) En tierras de Castilla, y probablemente
también de Extremadura, la renta de los labrantíos
no llegó casi nunca a recobrar los niveles de finales del
siglo XVI (José Antonio Sebastián (1990), pp. 58-65).
Ello debió de inducir, pese a la indudable recuperación
del producto de los arrendamientos en el Setecientos, a muchas
casas de monacales a mantener y/o ampliar la administración
directa de sus terrenos de "pan llevar", máxime
en un periodo de encarecimiento de los granos, tanto en términos
absolutos como relativos.
(382) AHN, clero, legajo 1.429/3.
(383) Hace ya bastantes años que
Josep Fontana llamó la atención sobre ese fenómeno
(Josep Fontana (1971), pp. 162-167). José Miguel López
García, más recientemente, ha presentado una visión
panorámica sobre la crisis de las economías monásticas
al final del Antiguo Régimen (José Miguel López
García (1987), pp. 311-325).
(384) Para el periodo que ahora es objeto
de análisis no disponemos ni de los libros de cuentas generales,
ni de las "Hojas de Ganado", ni de las "Hojas de
Pan". Pese a este grave problema de fuentes, considero que
he logrado reconstruir las líneas generales de la evolución
económica del monasterio en estos años. La mayor
parte de los asuntos abordados en este y los siguientes epígrafes
se describen con mayor detalle en Enrique Llopis (1980 a), pp.
395-648.
(385) Este tema se analiza más detenidamente
en Enrique Llopis (1982), pp. 52-61.
(386) Entre 1765-1784 y 1785-1804, el precio
medio anual de la lana fina en el mercado interior según
las estimaciones de Angel García Sanz, se incrementó
un 27,5 por 100 (Angel García Sanz (1978), p. 291).
(387) De acuerdo con cálculos efectuados
por ganaderos segovianos de la época, que han sido reelaborados
recientemente por Angel García Sanz, los ingresos y los
costes de un rebaño lanar trashumante de 1.000 cabezas
crecieron, entre 1750 y 1802, un 104,2 y un 166,3 por 100, respectivamente
(Angel García Sanz (1994), p. 148).
(388) La renta media anual por cabeza de
los invernaderos cacereños sólo aumentó un
12,9 por 100 entre 1763-1785 y 1786-1807 (José Luis Pereira,
Alfonso Rodríguez Grajera y Miguel Angel Melón (1992),
p. 473). En cambio, el coste por cabeza de las yerbas invernales
consumidas por la cabaña trashumante de D. Mariano Antonio
Manso de Velasco, ganadero de la Sierra de Cameros, creció
un 68,42 por 100 entre 1780-1789 y 1800-1809 (María Angeles
Herrero (1992), p. 207). Este porcentaje tan elevado respondió,
probablemente, a que el precio de los pastos adquiridos por D.
Antonio Manso en Extremadura y Portugal, en los años ochenta
era bastante bajo -sólo 4,56 reales por cabeza-. En suma,
resulta bastante verosímil que el incremento del coste
de las yerbas invernales se situase por debajo del 40 por 100.
(389) En esas cifras no se incluyen los
salarios en metálico de los pastores contratados para todo
el año. Por otra parte, no es descartable que el aumento
de gastos indujese a los gestores de la cabaña a formar
de mayor dimensión; en ese caso, el incremento de costes
por cabeza habría sido algo menor, pero ello no puede alterar
grandemente los porcentajes.
(390) En ese cómputo no se tiene
en cuenta que la cabaña trashumante de los jerónimos
tuvo que pagar el diezmo a partir de 1796. Este suponía,
probablemente, más del 30 por 100 del producto neto de
la explotación (Enrique Llopis (1982), p. 6). Por consiguiente,
la caída de beneficios hubo de situarse bastante por encima
del 30 por 100.
(391) Los Cinco Gremios Mayores solicitaron,
entre otras cuestiones, que el monasterio les garantizase las
yerbas invernales y que les cediese los pastos estivales que le
sobrarían tras la venta de 8 ó 10 rebaños;
además, exigieron poder esquilar en la casa de Malillo
y utilizar el lavadero de la comunidad (Libro de Actas Capitulares,
1671-1802, AHN, códice 103-B, ff. 419v-420v y 431).
(392) La pérdida de ese privilegio
puedo verificarse en 1793, al resultarle desfavorable al monasterio
el veredicto en el pleito que mantenía con el obispo y
cabildo de Plasencia, o, más probablemente, en 1796, año
en el que el pontífice abolió la franquicia de abonar
décimas de que gozaban los regulares.
(393) Entre 1785-1794 y 1795-1804, el precio
medio anual de la lana fina aumentó en el mercado interior
un 23,1 por 100 (Angel García Sanz (1978), p. 291), en
tanto que el coste por rebaño de la trashumancia estival
de la cabaña merina de los jerónimos sólo
registró un alza del 17,4 por 100 -véase el Cuadro
14-.
(394) Libro de cuentas de la cabaña
merina, 1755-1806, AHN, clero, libro 1.573.
(395) En 1788 habían llegado a contabilizarse
1.710 vacas. Después de 1793, el máximo número
de cabezas fue de 893 en 1805 (Libro de cuentas de la casa de
La Vega, 1770-1820, AHN, clero, libro 1.577).
(396) El 8 de mayo de 1793 tuvo conocimiento
el capítulo de que la Real Cámara de S. M. había
fallado en contra del monasterio en el pleito que éste
venía manteniendo, desde hacía bastantes años,
sobre derechos decimales con la catedral de Plasencia (Libro de
Actas Capitulares, 1671-1802, AHN, códice 103-B, f. 431v).
(397) Entre 1789 y 1808, en la casa de
La Vega se sembraron 239,33 fanegas de trigo, 673,25 de cebada
y 165,91 de centeno (Libro de cuentas de la casa de La Vega, 1770-1820,
AHN, clero, libro 1.577).
(398) Rendimientos de la semilla de trigo
inferiores a 4 se registraron en 1793 -2,62-, en 1796 -3,77-,
en 1800 -3,40-, en 1803 -1,82-, en 1804 -1,08- y en 1805 -3,47-
(Libro de cuentas de la casa de Madrigalejo, AHN, clero, libro
1.574).
(399) Cuentas de la casa de Madrigalejo,
AMG, legajo 130; Libro de cuentas de la casa de Madrigalejo, AHN,
clero, libro 1.574.
(400) Aunque quienes arrendaban a pasto
y labor las dehesas del monasterio solían ser campesinos
relativamente acomodados, el volumen de rentas impagadas debió
de aumentar en los últimos años del siglo XVIII
y en los primeros del XIX, si bien no tanto como en otras casas
de monacales cuyos labrantíos estaban cedidos casi siempre
a pequeños colonos (José Antonio Sebastián
(1990), p. 63). En cualquier caso, el producto en especie de los
arrendamientos de fincas rústicas constituía para
la "casa" sólo un pequeño porcentaje de
sus ingresos cerealícolas.
(401) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 403-404.
(402) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 409-410.
(403) Ese plan fue elaborado, pero no llegó
a discutirse, ni a aplicarse (Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 427-427v).
(404) Quizás, por las costas del
litigio sobre derechos decimales que acababa de perder.
(405) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 432v-435v.
(406) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 454-454v.
(407) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 2-2v.
(408) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 4-4v.
(409) Se trataba de las dehesas de los
Corvos, del Algibe, de los Turuñuelos, del Guijo de Valdetorres,
de la Alberquilla, de Braceros de Arriba, de Canalejas, de Casas
Blancas, de Campo de Marión, de Higuera del Vando, de Hocino
Hondonero, de Xecafre de Machado, del Carrascal de Sanabria, de
la Asperilla y del Torviscal de Malpartida, amén del cortijo
de los Sexmos (Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero,
libro 1.549, ff. 4-4v). Esos predios rústicos estaban ubicados
en la Tierra de Medellín y en la de Trujillo, así
como en los términos de Cáceres, Alcántara
y Córdoba. En 1835, de las fincas enumeradas anteriormente,
el monasterio sólo conservaba la propiedad de una parte
de las dehesas de Alberquilla, Casas Blancas y Xecafre, y del
cortijo de los Sexmos ("Inventario de los bienes del extinguido
Monasterio de Guadalupe efectuado por D. Manuel Berenguer, representante
de la Contaduría de Arbitrios, y D. Miguel Pantoja",
AHN, clero, legajo 1.429/2a).
(410) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 9v-10.
(411) La dehesa de Aguanel, junto a Toledo,
sería vendida algunos años después. La de
Gamero estabs situada cerca de Guareña y tenía una
cabida de 300 vacas ("Libro y memorial de todas las heredades
y dehesas, rentas y juros...", AMG, códice 229, f.
34). El monasterio optó, pues, por enajenar las dehesas
más alejadas del núcleo central de sus pastizales.
(412) El acuerdo capitular de 4 de septiembre
de 1797, referente al pago en dinero de todos los salarios, no
debió de ejecutarse de modo estricto.
(413) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 10-11v.
(414) En 1806 y 1807, el rendimiento de
la semilla de trigo en la granja de Madrigalejo ascendió
a 8,72 y a 7,02, respectivamente (Libro de cuentas de la casa
de Madrigalejo, AHN, clero, libro 1.574). En esos mismos dos años,
el de tal semilla en la casa de Malillo fue de 4,97 y 7,62, respectivamente
(Libro de cuentas de la casa de Malillo, AHN, clero, libro 1.572).
(415) Enrique Llopis (1982), pp. 82-83.
(416) El monasterio siguió percibiendo
los diezmos de las cosechas y de los esquilmos obtenidos en Guadalupe.
(417) Miguel A. Melón (1989), pp.
401-402. Durante el año agrícola 1804-1805, el precio
medio del trigo se situó en el mercado de Trujillo por
encima de los 180 reales (Gonzalo Anes (1970), p. 234).
(418) Bartolomé Yun (1987), pp.
601-627.
(419) José Antonio Sebastián
(1992), pp. 419-420.
(420) No obstante, diezmos, Tercias Reales
y renta de la tierra habían significado, entre 1765 y 1784,
el 21,64 por 100 de los ingresos cerealícolas de la "casa".
En esos veinte años, las entradas medias anuales por esos
conceptos se habían elevado a 2.996,3 fanegas de granos.
Conviene tener presente, sin embargo, que el monasterio perdería
buena parte de sus derechos decimales en 1793 y 1796.
(421) Los arrendatarios de las dehesas
cedidas a puro pasto solían ser medianos o grandes ganaderos.
Por otra parte, la renta de las yerbas extremeñas, al menos
en términos nominales, aumentó de manera significativa
entre 1790 y 1808 (J.L. Pereira, A. Rodríguez Grajera y
M.A. Melón (1992), p. 473).
(422) Richard Herr (1971), pp. 37-100.
(423) Era el raquitismo del mercado de
tierras, debido en gran medida a la pervivencia de los mayorazgos
y de la amortización eclesiástica y municipal, el
principal obstáculo para que los componentes de la burguesía
rural lograsen culminar y afianzar su ascenso económico
y social (Bartolomé Yun (1987), p. 613).
(424) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, ff. 434v-435v.
(425) Gonzalo Anes (1969), pp. 139-198.
(426) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, f. 465v.
(427) Organo consultivo de carácter
gerontocrático integrado por ex-priores, ex-vicarios y
ex-mayordomos.
(428) Libro de Actas Capitulares, 1671-1802,
AHN, códice 103-B, f. 470v.
(429) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, f. 21.
(430) Francisco Tomás y Valiente
(1971), pp. 44-45.
(431) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 22v y 25v-26.
(432) Francisco Tomás y Valiente
(1971), pp. 38-47; Richard Herr (1991), pp. 111-208.
(433) El 24 de agosto de 1795, los jerónimos
recibieron con algarabía la noticia de que Carlos IV había
reintegrado al monasterio sus derechos de elección de prelado,
vicario y procurador (Libro de Actas Capitulares, 1671-1802, AHN,
códice 103-B, ff. 404-404v y 440-441v).
(434) El visitador regio y apostólico
había prohibido que las mujeres entrasen en las granjas,
que los jerónimos cazasen o usasen armas, que los monjes
se separasen del camino o hablasen con alguien cuando se dirigían
a las caserías, que los religiosos siguiesen a cargo de
diversos oficios -campero, bodeguero, obrero, zapatero, hortelano
y segundo portero- y que los monjes sanos acudiesen al refectorio
de la enfermería. También anuló todas las
jubilaciones concedidas por los generales y determinó el
modo en que debían repartirse los bienes de los monjes
difuntos y el producto de las misas (AHN, clero, legajo 1.428/5).
(435) Miguel Artola (1959); Miguel Artola
(1973), pp. 7-57; Josep Fontana (1979), pp. 13-21.
(436) Durante la Guerra de la Independencia,
las autoridades provinciales y regionales tuvieron una amplia
autonomía en materia hacendística en sus respectivos
territorios (Josep Fontana (1973), p. 49).
(437) Además, el monasterio se comprometió
a proporcionar calzado a los alistados en Guadalupe y a sustentar
a éstos hasta que llegasen a Trujillo. También a
ayudar a las familias cuyas economías dependían
de los jornales de los alistados (Libro de Actas Capitulares,
1803-1834, AHN, clero, libro 1.549, ff. 26v-27).
(438) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 27-28.
(439) Aunque fuesen mucho más moderados
y prudentes, cabe establecer una cierta continuidad entre los
planteamientos antimonásticos de algunos ilustrados y los
de los liberales de comienzos de la segunda década del
siglo XIX. En este sentido conviene recordar que el propio Campomanes,
antes de llegar al Consejo de Castilla, llegó a ser partidario
de la desamortización de parte de los bienes del clero
regular (Concepción de Castro (1989), p. 470).
(440) Aparte de la plata donada, un destacamento
de tropas francesas, que pasó por Guadalupe en 1810, se
llevó 3 cálices de oro, el viril grande del Tabernáculo,
una de las coronas de "Nuestra Señora", la custodia
grande, dos blandones y distintos objetos de plata (Fr. Germán
Rubio (1926), pp. 193-194).
(441) Enrique Llopis (1980 a), pp. 449-461.
El monasterio evaluó el valor de las dehesas de Carnerito
y de La Escobosa en más de medio millón de reales
(Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero, libro 1.549,
ff. 32v-33v).
(442) En octubre de 1810, el prior acudió
al cuartel general del marqués de la Romana con el propósito
de que éste amparase a la "casa" frente a las
frecuentes demandas de otros jefes militares y de simples jefes
de partidas. El prelado no halló al maqués, pero
obtuvo de D. Gabriel Mendizábal una carta en la que ordenaba
que, excepto las tropas transeúntes con los oportunos pasaportes,
no se exigiesen más suministros al monasterio que los autorizados
por el General en Jefe, el Intendente del Ejército o por
él mismo (Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero,
libro 1.549, ff. 34-34v).
(443) Durante la Guerra de la Independencia,
un inglés, "Lord Stiward" (sic), pagó
al monasterio 105.625 reales por 1.045 merinas (Angel García
Sanz (1978), p. 301). En 1835, una casa comercial inglesa aún
no había satisfecho el importe íntegro del ganado
trashumante adquirido a los jerónimos de Guadalupe entre
1808 y 1814 ("Inventario de las Causas sobre las dilapidaciones
ocurridas en el extinguido Monasterio de Guadalupe...", AHN,
clero, legajo 1.431-2/4). No es descartable que el tal "Lord
Stiward" fuese el representante de la referida casa comercial
inglesa y que, por tanto, sólo hubiese habido una única
operación de venta de cabezas merinas al exterior.
(444) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 32v-33v y 40.
(445) Libro de cuentas de la casa de Malillo,
AHN, clero, libro 1.572; Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, f. 40.
(446) Libro de cuentas del oficio de carnicería,
AHN, clero, libro 1.570.
(447) AMG, legajo 72/58.
(448) AHN, clero, legajo 1.426 -papel suelto-.
(449) Aunque las reformas ilustradas tuvieron
cierta incidencia en el campo extremeño, aquéllas
no habían conseguido subsanar la aguda escasez de labrantíos
y pastizales que padecían muchos de los productores agrarios
de la región (Enrique Llopis (1989), pp. 282-286).
(450) En 1812 sólo se cosecharon
en las granjas 1.290 fanegas de trigo, 181,75 de cebada y 81 de
centeno. Más reveladora aún resulta la dimensión
de las sementeras en ese mismo año: 173,5 fanegas de trigo
y 34 de cebada ("Liquidación de los productos que
disfruta en propiedad y usufructo fuera del término de
esta villa con deducción de sus gravámenes y gastos.
Año de 1812", AMG, legajo 95).
(451) Lógicamente, nadie quería
prestar una gran suma de dinero a una institución que tenía
bastantes posibilidades de ser clausurada.
(452) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 31-31v, 40 y 44v-45. La venta de
la dehesa de Asperilla de Alvar Negro le reportó al monasterio
80.000 reales y la de Higuera de Vando 67.000 reales (Cuenta por
mayor de recibos y gastos, AHN, clero, libro 1.561).
(453) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 45v-46.
(454) Cuenta por mayor de recibos y gastos,
AHN, clero, libro 1.561.
(455) Enrique Llopis (1980 a), pp. 529-531;
J.L. Pereira, A. Rodríguez Grajera y M.A. Melón
(1992), p. 473. Este incremento, en un momento de descenso del
número de cabezas merinas, demuestra que la protección
dispensada por las leyes del Antiguo Régimen a la ganadería
trashumante no era ineficaz.
(456) Antes de concluir el conflicto con
los franceses o poco después de finalizar aquél,
fueron arrendadas a labor o a pasto y labor las dehesas -en su
totalidad o en parte- de Vallesteros, Mirasierras, La Torre, Torrecilla,
Valle del Judío, Moheda, Trevolosa, Suerte de Santa María,
Hornillo, Maroquil, Girondas, Cerro de los Hoyos, Pizarra de Abajo
-parte de Vivares-, Agostaderos, Pasarón, Campillos de
Solana y Becenuño (Arrendamientos de dehesas, AHN, clero,
legajo 1.426). Probablemente, jamás se había cultivado
tal extensión de tierra en las dehesas de los jerónimos.
(457) Enrique Llopis (1982), pp. 62-69;
Angel García Sanz (1994 b), pp. 191-194.
(458) La defraudación en el pago
de los diezmos se extendió e intensificó, las restricciones
legales a los rompimientos se transgredieron con bastante más
frecuencia, los aprovechamientos en los terrenos públicos
registraron cambios significativos y el grado de observancia de
las viejas ordenanzas municipales y de los privilegios mesteños
se redujo apreciablemente. Hubo, pues, alteraciones relevantes
en las condiciones de acceso a importantes recursos agrarios y
en la distribución del producto.
(459) Fr. Pedro de la Rambla era consciente
de que la "casa" precisaba introducir profundas reformas
en su economía: "el estado de pobreza a que ha venido
el Monasterio de resultas de las guerras anteriores, y que en
este estado se necesitaba tomar algunas providencias económicas,
a fin de que pudiera subsistir la comunidad y sus obligaciones"
(Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero, libro 1.549,
f. 50v).
(460) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 51v y 52.
(461) La comisión que se constituyó
en el capítulo de 22 de enero de 1817 para el "arreglo
económico y político" del monasterio, señaló
como una de las principales causas de la decadencia de aquél:
"la variación de opiniones o modo de pensar filosófico
de nuestro siglo que alcanza a todos los Estados, coorporaciones
y familias, y con especialidad a la Iglesia" (Libro de Actas
Capitulares, 1803-1834, AHN, clero, libro 1.549, ff. 67-71).
(462) "Hojas de Granos", AHN,
clero, libro 1.562.
(463) En 1818, el monasterio ingresó
1.398,83 fanegas de trigo y 84,33 de cebada en concepto de renta
de sus tierras. Al año siguiente, 916,33 fanegas de trigo,
88 de cebada y 20 de centeno ("Hojas de Granos", AHN,
clero, libro 1.562).
(464) Cuentas del oficio de carnicería,
AHN, clero, libro 1.570.
(465) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 59 y 67-71.
(466) Del total de ingresos brutos obtenidos
por las ganaderías entre 1812 y 1819, la cabaña
ovina trashumante aportó el 58,7 por 100 y la ovina "grosera"
el 36,6 por 100. La contribución del resto de explotaciones
pecuarias no llegó a alcanzar, pues, el 5 por 100.
(467) Benito Felipe de Gaminde (1827);
Angel García Sanz (1978); Angel García Sanz (1983),
pp. 269-279; Angel García Sanz (1994 b), pp. 194-203.
(468) Libro de cuentas de la casa de La
Vega, AHN, clero, libro 1.577.
(469) Arrendamientos de dehesas, AHN, clero,
legajo 1.426.
(470) Enrique Llopis (1983), p. 144.
(471) Al año siguiente, en 1819,
pagó 110.991,83 reales, de los que 62.847,32 fueron entregados
en concepto del tributo directo sobre los pueblos establecido
por Martín de Garay ("Hojas de División",
AHN, clero, libro 1.562).
(472) "Hojas de División",
AHN, clero, libros 1.560 y 1.562.
(473) En 1819, al no conseguir vender las
pilas de sus cabañas ovinas, el monasterio tuvo que tomar
un préstamo de 160.000 reales (Cuenta por mayos de recibos
y gastos, AHN, clero, libro 1.561).
(474) Libro de Actas Capitulares, AHN,
clero, libro 1.549, f. 96v.
(475) Joaquín del Moral (1975),
pp. 278-282.
(476) Teodoro Martín (1975), p.
12. En 1822, D. Francisco Crespo de Tejada adquirió el
ganado lanar de la "casa" por 795.898,79 reales (José
Patricio Merino (1976), p. 101).
(477) Poco después de que las Cortes
de Cádiz aboliesen los señoríos jurisdiccionales,
14 vecinos de Guadalupe, los más comprometidos en la lucha
contra el Antiguo Régimen, presentaron un durísimo
escrito en la Audiencia de Extremadura en el que, además
de exigir que el monasterio exhibiese los títulos de propiedad
de sus posesiones territoriales en la localidad, denunciaban la
escasa contribución económica de la comunidad jerónima
a las fuerzas que combatían a los franceses y los abusos
de poder de los monjes, al tiempo que solicitaban que dicha institución
organizase las elecciones locales e inhabilitase a los asalariados
y paniaguados de la "casa" para el desempeño
de cargos municipales ("Pedimiento presentado en esta Audiencia
de Cáceres contra los monjes de el Real Monasterio de Guadalupe
por los señores a saber...", AMG, legajo 52). Posteriormente,
los dos principales cabecillas liberales, los abogados D. Tomás
Pintor y D. Juan Crisóstomo de la Peña, enviaron
un escrito de parecido contenido al Supremo Consejo de Regencia
("A la Regencia contra la Representación hecha por
los dos Abogados D. Tomás Pintor y D. Juan Crisóstomo
de la Peña contra el monasterio", AMG, legajo 52).
Las primeras elecciones municipales se celebraron en Guadalupe
a finales de 1811 o a principios de 1812 de acuerdo con el real
decreto de 6 de agosto de 1811, pero aquéllas fueron ganadas
por los candidatos auspiciados por el monasterio. Fenómeno
lógico, ya que todavía buena parte de la subsistencia
de la mayoría de los vecinos dependía, directa o
indirectamente, de la "casa". A finales de 1820, tras
incautarse el Crédito Público de los bienes del
monasterio, el poder económico de los jerónimos
había sido prácticamente aniquilado. Los liberales
triunfaron entonces sí, en las segundas elecciones municipales
de Guadalupe.
(478) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 99v-100v.
(479) Unos fueron deportados a Málaga
y otros fueron enviados a los presidios de Africa (Fr. Germán
Rubio (1926), p. 198).
(480) Enrique Llopis (1980 a), p. 565.
(481) Unos 8.000 religiosos habían
obtenido la bula de secularización durante el trienio liberal
(Manuel Revuelta (1973), pp. 324-333). En Guadalupe, los secularizados
suponían un elevado porcentaje del total de monjes; además,
entre aquéllos figuraban varios rectores y ex-rectores
de la "casa". El asunto no se resolvió definitivamente
hasta el 14 de enero de 1826, fecha en la que el prior leyó
en el capítulo las sentencias en las que el maestro general
de la orden declaraba a los secularizados "monjes con el
goce y preeminencia que les corresponde por su profesión"
(Enrique Llopis (1980 a), pp. 565-575).
(482) Los muebles del monasterio habían
sido vendidos a los vecinos de Guadalupe. El 26 de noviembre de
1823, la comunidad jerónima designó a dos religiosos
para que rescatasen aquéllos. Por otro lado, faltaban o
se hallaban en mal estado la mayor parte de los utensilios, enseres
y edificios de los oficios y de las granjas (Libro de Actas Capitulares,
1803-1834, AHN, clero, libro 1.549, f. 121).
(483) Durante el trienio liberal, los labradores
de Don Benito habían vuelto a roturar, "con desorden
y barullo", la dehesa de los Agostaderos (Libro de Actas
Capitulares, 1803-1834, AHN, clero, libro 1.549, f. 102). Las
ocupaciones y rompimientos incontrolados, tanto durante la Guerra
de la Independencia como durante el trienio liberal, ponen de
relieve las notables diferencias existentes entre las aspiraciones
del campesinado y la reforma agraria planeada y ejecutada por
los liberales.
(484) "Hojas de División",
AHN, clero, libro 1.562.
(485) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 122-122v. Debido a la oposición
del maestro general de la orden, ni tan siquiera pudo llevarse
a efecto la enajenación de el Agostadero de Arriba, finca
que los monjes habían considerado "más proporcionada"
para la obtención de los referidos 800.000 reales.
(486) Los comportamientos y actitudes de
las oligarquías rurales, cada vez menos propensas a defender
el "viejo orden", debieron de contribuir de manera importante
al progresivo pesimismo de los jerónimos de Guadalupe acerca
del futuro de su monasterio y de su orden.
(487) Conviene precisar que se trata de
ingresos brutos, pero la disminución de los netos también
superó el 50 por 100. Entre 1816-1819 y 1825-1834, la caída
de los ingresos monetarios medios anuales fue de un 42,6 por 100
en términos nominales y de un 25,1 por 100 en términos
reales.
(488) Los principales prestamistas particulares
de la "casa" fueron Doña Dorotea Moreno de los
Arados -vecina de Madrid-, D. Juan Amat y Torres -fabricante de
paños de Tarrasa y comprador de las pilas de lana de los
jerónimos- y una dependienta del monasterio en Madrid.
La primera prestó 70.000 reales en 1826, el segundo 13.927,2
reales en 1827 y la tercera 45.657,64 reales en 1829 (Cuentas
por mayor de recibos y gastos, AHN, clero, libro 1.561). El frecuente
recurso a los depósitos de los religiosos apunta a las
grandes dificultades de la "casa" para financiar sus
déficit a través de la vía crediticia.
(489) Cuentas por mayor de recibos y gastos,
AHN, clero, libro 1.561; "Hojas de División",
AHN, clero, libro 1.562. En estos años las lanas de las
cabañas trashumante y "grosera" se vendieron
a los mismos precios y compradores.
(490) Hemos de retrotraernos nada menos
que a la primera década del siglo XVIII para hallar precios
de la lana fina inferiores a los alcanzados en el periodo 1825-1832.
(491) La renta de los puertos astur-leoneses
se redujo a menos de la tercera parte entre 1819 y 1831, lo que
constituye otro magnífico testimonio del desplome de la
trashumancia (Borradores de cuentas, AHN, clero, legajo 1.426).
(492) Borradores de cuentas, AHN, clero,
legajo 1.425.
(493) Borradores de cuentas, AHN, clero,
legajo 1.425; AHN, clero, legajo 1.431-2/6(e).
(494) Las dehesas arrendadas fueron las
de Casa del Hito y Torrecilla, Pasarón, Arroyo de las Puercas,
Cerro de Racha, Torviscal, Lomo de Hierro, Becenuño, Mirasierras,
Cerro de los Hoyos y Rivilla (Arrendamientos de dehesas, AHN,
clero, legajo 1.426; Libros de arrendamientos de dehesas y heredades,
AHN, clero, libros 1.580 y 1.583). El descenso habría sido
aún mayor si hubiese incluido en la muestra algunas de
las dehesas que estuvieron sin ningún aprovechamiento durante
uno o varios años.
(495) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 160v-161.
(496) El precio medio anual del trigo vendido
por el convento de monjas de Regina Coeli de Zafra descendió
nada menos que un 47 por 100 entre 1822-1826 y 1827-1831 (AHN,
clero, libro 1.010). Ese desplome en los precios de los cereales
obedeció al intenso proceso roturador de los años
precedentes y a las abundantes cosechas de 1827, 1828 y 1830.
En esos tres años, el rendimiento de la semilla de trigo
en la granja de El Rincón fue de 15,20, 13,25 y 12,80,
respectivamente (Libro de cuentas de la casa de El Rincón,
AHN, clero, libro 1.576).
(497) Pidieron la suspensión de
sus respectivos contratos: los arrendatarios de la dehesa de La
Torre en diciembre de 1828, los de la de Campillo Cimero en agosto
de 1829, los de las de Moheda de Majadal Raso y Valle del Judío
en febrero de 1830 y los de la de Girondas en abril de 1830. Los
jerónimos accedieron a estas solicitudes, pero exigieron
a los labradores la liquidación de sus obligaciones pendientes
(Enrique Llopis (1980 a), pp. 596-597).
(498) Los ingresos y gastos de trigo descendieron
un 14,5 y un 35,9 por 100, respectivamente; los de cebada un 35,9
y un 26,2 por 100, respectivamente; y los de centeno un 32,7 y
un 45,8 por 100, respectivamente.
(499) En ese mismo periodo de tiempo, las
cantidades medias anuales sembradas en las explotaciones agrícolas
de los monjes sólo ascendieron a 70,6 fanegas de trigo,
97 de cebada y 18,5 de centeno ("Hojas de Granos", AHN,
clero, libro 1.562). Es cierto, no obstante, que la actividad
de las granjas se recuperó ligeramente a partir de 1830.
(500) En el de la cebada, la renta de la
tierra aportó el 11,7 por 100 de los ingresos y las Tercias
Reales el 44,5 por 100.
(501) Suponiendo que la producción
fuese estrictamente proporcional al número de cabezas,
el descenso de aquélla, entre 1784 y 1835, habría
sido del 79 por 100 en el caso de la cabaña trashumante,
del 75,7 por 100 en el de la "grosera", del 95,6 por
100 en el de las bovinas y del 96 por 100 en el de la porcina.
(502) Entre 1825 y 1834, los ingresos medios
anuales de aceite se elevaron a 1.429,3 arrobas -675,0 y 370,1
arrobas de las cosechas de El Rincón y Guadalupe, respectivamente-
(Libro de cuentas de la casa de El Rincón, AHN, clero,
libro 1.576; Libro de cuentas del oficio de carnicería,
AHN, clero, libro 1.570).
(503) Del que sobresalían 50 dehesas
y partes de dehesas ("Inventario de los bienes del extinguido
Monasterio de Guadalupe efectuado por D. Manuel Berenguer, representante
de la Contaduría de Arbitrios, y D. Miguel Pantoja...",
AHN, clero, legajo 1.429/2a).
(504) El precio medio anual de la lana
fina vendida por el monasterio fue un 56,1 por 100 más
alto en 1833-1834 que en 1825-1832.
(505) Entre 1808 y 1835, la "casa"
albergó a unos 90 jerónimos. En septiembre de 1835,
cuando se llevó a cabo la exclaustración, la comunidad
estaba formada por 89 religiosos. Tras la orden de un visitador
regio, a finales de los años setenta del Setecientos, de
reducir a 110 el número de monjes -en ese momento se contabilizaron
en la "casa" 143-, la población monástica
había tendido a disminuir (AHN, clero, legajo 1.428/5).
(506) Manuel Revuelta (1976), pp. 354-355.
(507) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 196-196v.
(508) Como es lógico, los monjes
eran firmes partidarios del "viejo orden". Aparte de
sus ya comentadas actuaciones políticas en el trienio,
aquéllos, nada más producirse la segunda restauración
absolutista, acordaron no contratar a ningún criado que
hubiese sido adepto al gobierno constitucional (Enrique Llopis
(1980 a), p. 578).
(509) El subdelegado de Fomento de Cáceres
aprovechó la extrema debilidad política del monasterio
para que el "vestuario de los urbanos" corriese a cargo
de aquél (Libro de Actas Capitulares, 1803-1834, AHN, clero,
libro 1.549, ff. 197-197v).
(510) Fr. Germán Rubio (1926), pp.
475-477.
(511) Libro de Actas Capitulares, 1803-1834,
AHN, clero, libro 1.549, ff. 199-199v; AHN, clero, legajo 1.431-2/2.
El regente sugirió que el gobierno nombrase prior, bien
haciendo uso de la bula de 1788, bien obteniendo una nueva.
(512) AHN, clero, legajo 1.431-2/2.
(513) La presión de las masas populares
que apoyaban al liberalismo debió de empujar a la junta
directiva de gobierno de Extremadura a decretar inmediatamente
la exclaustración para evitar desórdenes públicos
(Josep Fontana (1977), p. 22).
(514) Andrés S. Suárez define
a la empresa "como un conjunto de factores de producción
coordinados, cuya función es producir y cuya finalidad
viene determinada por el sistema de organización económica
en el que la empresa se halla inmersa" (Andrés S.
Suárez (1991), p. 25). Louis Putterman la describe como
un complejo de agentes interactivos, recursos, información
y rutinas (Louis Putterman (1994), p. 16). La caracterización
de los monasterios como "empresas" resulta también
incuestionable bajo los distintos enfoques de la "empresa":
microeconómico tradicional, sistemático, alternativa
al mercado -costes de transacción- o "nexo de contratos"
(Alvaro Cuervo (dir.)(1994), pp. 27, 29 y 41).
(515) El vocablo empresa lo he entrecomillado
para subrayar que la racionalidad económica del monasterio
-objetivos- era distinta de la tradicionalmente atribuida a las
empresas.
(516) No obstante, algunos de los oficios,
como la "compaña" o la carnicería, tenían
asignadas tareas muy diversas. Este último, por ejemplo,
se encargaba de suministrar y distribuir la carne, de las actividades
agrícolas desarrolladas por el monasterio en Guadalupe,
de dirigir la explotación de algunas ganaderías,
de elaborar los artículos de cáñamo y esparto
y de administrar el aceite, la sal y el queso (Instrucción
de un passagero... (1697), pp. 159-165).
(517) Elías Tormo (1919), p. 28.
(518) No obstante, el adehesamiento de
algunas fincas rústicas debió de generar ciertos
conflictos cuando ello entrañó la desaparición
de aldeas cuyos vecinos habían disfrutado hasta entonces
de determinados derechos de uso sobre aquéllas. Por otro
lado, la Mesta, sobre todo en las décadas finales del siglo
XVI y en las primeras del XVII, trató de impedir las roturaciones
en las dehesas del monasterio. Además, en alguna de éstas
la propiedad la compartían los jerónimos con un
municipio, lo que dio lugar a frecuentes litigios.
(519) Los costes de transacción
incluyen los asociados a la recogida de información, confección
de contratos y esfuerzos para garantizar el cumplimiento de lo
pactado.
(520) Aunque la documentación que
sobre el monasterio jerónimo de Guadalupe puede consultarse
en la actualidad es bastante copiosa, aquélla constituye
sólo una pequeña parte de la que se conservaba en
el archivo de la "casa" en 1835. Así, por ejemplo,
hoy en día disponemos de muy pocos libros de cuentas generales,
lo que complica la reconstrucción de la historia económica
del monasterio.
(521) Debido precisamente a la dimensión
de la red de "questores", resultaba inevitable que una
parte del producto de las demandas fuese a parar a manos de pícaros
o, incluso, de gentes del hampa. Ello constituyó un motivo
de frecuentes cavilaciones para los jerónimos. En el capítulo
de 19 de marzo de 1501 se discutió la conveniencia de suprimir
las demandas por los malos ejemplos dados por algunos "questores"
(Libro de Actas Capitulares, 1498-1538, AMG, códice 74,
f. 19v). A mediados del siglo XVI, preocupados por el deterioro
de la imagen de la "casa", algunos monjes se mostraron
partidarios de eliminar las demandas: "sospechando alguno
nacía el pedirlas, más por codicia del monasterio,
que por el amparo y socorro de los pobres" (Fr. Gabriel de
Talavera (1597), ff. 453-453v). Pese a que este tema hubo de ser
debatido en numerosas ocasiones, la comunidad jerónima
mantuvo las demandas hasta el momento en que su rentabilidad fue
insignificante o nula. Pesaron más, pues, las consideraciones
económicas que los escrúpulos de ciertos monjes.
(522) Los productos pecuarios solían
tener una elevada elasticidad renta de demanda. Es lógico,
pues, que el descenso de la capacidad adquisitiva de los potenciales
compradores de carne o lana fina se tradujese en un fuerte deterioro
de los términos de intercambio para los oferentes de esos
artículos ganaderos. Como un alto porcentaje de los vellones
de las ovejas merinas castellanas se colocaban en distintos países
de la Europa occidental, el precio de aquéllos dependía
más de las exportaciones que de la evolución del
nivel de vida de los grupos sociales "autóctonos"
que adquirían paños elaborados con dicha materia
prima.
(523) Antonio Luis López Martínez subraya, con acierto, la notable adaptación de las instituciones monásticas a las condiciones de sus respectivos marcos físicos (Antonio Luis López Martínez (1992), p. 344). El monasterio jerónimo de Guadalupe, sin embargo, pudo eludir muchas de las limitaciones derivadas de las características espaciales de la comarca en que se hallaba enclavado merced a las grandes posibilidades de expansión territorial que le brindó el hecho de administrar un afamado santuario mariano.
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as de Rentas", AMG, legajo 151.
(1)Cuenta de los primeros diez meses.
(2)Incluye los dos últimos meses de 1747.
(3)Cuenta de los primeros diez meses.
(4)Incluye los dos últimos meses de 1750.
(5)Cuenta de los primeros diez meses.
(6)Incluye los dos últimos meses de 1757.
(7)Cuenta de los primeros diez meses.
(8)Incluye los dos últimos meses de 1760.
(9)Cuenta de los primeros cinco1670
(10)Cuenta del 1 de junio de 1762 al 30 de junio de 1763.
(11)Incluye los últimos seis meses de 1763.
(12)Incluye el mes de enero de 1770.
(13)Cuenta del 1 de febrero de 1770 al 31 de octubre de 1770.
(14)Incluye los dos últimos meses de 1770.
Fecha de
actualización: 07/08/98
8.297.291
2.111.681
3.740.101
15.280.462
3.888.915
6.887.847
6.538.282
451.619
4.056.124
10.848.319
749.326
6.729.922
9.065.448
1.405.299
4.065.249
14.346.333
2.223.926
6.433.374
7.127.578
897.807
4.112.869
14.240.915
1.793.820
8.217.520
7.480.512
967.348
3.883.639
12.798.139
1.655.001
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8.103.562
1.268.530
3.783.748
14.159.640
2.216.547
6.611.476
8.409.551
1.088.738
3.805.683
13.631.952
1.764.853
6.169.044
8.853.954
1.198.230
4.307.623
12.612.470
1.706.880
6.136.215
6.676.139
202.156
4.074.388
10.478.950
317.307
6.395.210
8.340.114
2.121.417
4.363.112
12.250.461
3.116.065
6.408.801
7.342.927
1.337.046
3.794.291
10.434.741
1.900.023
5.391.916
7.171.684
1.796.567
3.575.352
10.013.521
2.508.471
4.992.114
7.057.621
769.066
3.574.375
10.516.497
1.145.978
5.326.144
6.075.144
560.150
3.392.876
8.423.661
776.692
4.704.487
8.611.293
2.555.657
3.519.120
10.544.010
3.129.248
4.308.951
8.841.737
2.902.763
3.495.626
11.541.231
3.789.013
4.562.885
8.863.573
2.110.298
3.580.083
11.592.431
2.760.003
4.682.295
7.330.946
1.645.317
3.438.285
10.806.229
2.425.290
5.068.227
8.301.928
1.905.433
3.559.600
11.085.496
2.544.309
4.753.105
7.413.029
1.324.312
3.647.890
10.052.928
1.795.921
4.946.962
7.465.887
1.630.200
3.606.614
8.947.611
1.953.739
4.322.404
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1.984.571
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3.309.219
2.121.465
15.325.980
8.760.236
3.308.386
8.997.288
5.142.794
1.942.225
Fuentes: Cuentas de la Mayordomía, AMG, legajo 152; Pablo Martín Aceña (1992), pp. 364.
10.363.148
10.034.803
11.812.544
11.438.277
10.987.328
10.557.874
11.005.797
10.575.621
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10.418.138
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16.725.049
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10.557.018
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3.229.125
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7.391.279
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2.933.401
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10.969.044
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12.315.787
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7.050.570
11.100.961
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11.171.260
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5.806.660
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11.498.724
6.119.184
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12.229.170
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14.379.110
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7.204.196
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11.796.403
6.893.314
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13.223.005
11.914.381
6.267.261
5.647.017
12.356.881
10.847.633
6.538.022
5.739.480
11.744.906
10.415.988
7.058.874
6.260.173
13.873.377
12.178.333
7.740.444
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10.479.822
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12.646.335
10.875.703
8.882.075
7.638.483
11.543.545
9.117.390
7.783.393
6.147.525
Fuentes: "Cabo del año", AMG, legajo 148; "Hojas de División", AMG, legajo 149; "Hojas de División", AMG, legajo 153.
999,0
1.623,0
33,5
2.655,5
1.267,0
1.235,0
151,0
2.653,0
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2.278,5
1.257,0
62,0
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1.364,0
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183,5
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2.363,0
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189,5
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651,0
464,0
55,0
1.170,0
2.791,0
1.824,5
363,5
4.979,0
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2.469,0
157,0
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2.120,5
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2.039,5
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351,0
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5.150,0
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3.776,0
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1.638,5
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1.855,5
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1.133,0
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1.026,0
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259,0
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108,0
1.006,8
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1.233,0
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2.338,0
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195,0
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11.246,5
3.683,0
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7.387,5
Fuentes: "Hojas de Gracias", AMG, legajo 143; "Hojas de Pan", AMG, legajo 149; "Hojas de Pan", AHN, clero, libro 1.560.
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52,78
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