MUJER Y TRABAJO : EL LARGO CAMINO HACIA LA IGUALDAD

Beatriz García García

A lo largo de la historia, las mujeres han trabajado dentro y fuera del hogar, aunque no será hasta finales del siglo XIX y principios del XX cuando se comiencen a reivindicar derechos fundamentales como el sufragio femenino o la incorporación al mundo del trabajo remunerado en igualdad de condiciones con los hombres.

 

En este largo camino, que arranca con la Revolución Industrial, ya en esos años se echa mano del trabajo de mujeres y niños en las fábricas, más bajos que los de los hombres (con respecto al trabajo de la mujer en España en los últimos años del siglo XIX, es interesante la lectura de la novela de Emilia Pardo Bazán - versión electrónica en La Tribuna-).

Surgiría ya entonces la necesidad de legisla a favor de estos sectores de la población, como lo indican, en España, la Ley de 13 de marzo de 1900 de protección al trabajo de mujeres y niños, la Ley de protección a la infancia de 12 de agosto de 1904, la Ley que prohibe el trabajo nocturno de las mujeres (de 11 de julio de 1912) o, ya en Estados Unidos, la ley Owen-Keating de septiembre de 1916 que pretendía poner límite a las pésimas condiciones en que se desarrollaba el trabajo infantil.

 

El acceso a puestos de trabajo que requieren una mayor cualificación ha sido posible a partir de la incorporación de la mujer a los estudios universitarios, hecho que en España no se produce hasta 1910, a lo que se añade que no será hasta 1857 cuando se generalice la obligatoriedad de la enseñanza elemental para ambos sexos con la Ley Moyano, como recuerda Susana Tavera en Mujeres en la historia de España.

 

En las primeras décadas de siglo, la presencia de la mujer en el mundo del trabajo, que en España se limitará a puestos de telefonistas, dependientas de comercio y, además de la profesión de maestra, otras categorías de empleadas, no se observa con total naturalidad, como se refleja en la curiosa Ley de la silla, de 27 de febrero de 1912, que obligaba a tener dispuesto un asiento para las mujeres empleadas (al respecto, puede ser ilustrativa la obra de Miguel Mihura Sublime decisión).

 

La Primera Guerra Mundial (PGM), marca otro punto de inflexión en la historia del trabajo de las mujeres. Así, el gobierno británico, en 1915 hace un llamamiento a las mujeres para que acudan a trabajar a las fábricas, de modo que los hombres pudieran combatir. Fundamentalmente, se emplearán en la fabricación de municiones y su entusiamo y entrega a la causa serán aprovechados por los dueños de las fábricas, en las que llegarán a realizar jornadas de 12 horas diarias. En general, gran parte de los servicios tuvieron que ser cubiertos por mujeres, no sólo las fábricas, sino granjas y transportes públicos, al estar movilizados la mayor parte de los hombres en edad de trabajar. A destacar también, la importante labor de las mujeres en el frente, prestando sus servicios como enfermeras.

 

Así, de la PGM, sale una “nueva mujer”, que, en general y en casi todos los países, ha adquirido el derecho al voto y se presenta como liberada y activa, que se reflejaba en una nueva manera de vivir y de vestir, en los “felices años 20”.

 

Las turbulencias de los años 30, que condujeron a la guerra civil en España (1936-1939) y a la Segunda Guerra Mundial (SGM), también serán decisivas para el desarrollo posterior del papel de la mujer en la sociedad. En España, la mujer vive un papel de especial protagonismo desde los años de la República (periodo en el que se consiguió el voto femenino) y este protagonismo se prolonga durante los años de la contienda civil, especialmente en el bando republcano. Destacan, entre otras, las figuras de Federica Montseny, dirigente anarquista de la CNT-FAI que entre noviembre de 1936 y mayo de 1937 fue la primera mujer ministra de la historia de España ; Clara Campoamor, defensora del voto femenino durante la República ; Margarita Nelken, que tuvo un destacado papel también a lo largo del periodo republicano, sin olvidar la personalidad de Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, cuyos defensores y detractores han cargado su biografía de un alto componente mítico.

 

Fuera del ámbito estrictamente político, hubo una destacada presencia de mujeres en el mundo del arte y de la cultura en general, entre ellas, las escritoras Rosa Chacel, María Teresa León, María Lejárraga; la pintora María Blanchard; las filólogas María Goyri (primera universitaria aceptada con matrtícula oficial en 1893 en España, aun cuando hasta 1910 no se admitió la presencia de mujeres en la Universidad) y María Moliner, autora del Diccionario de uso del español y que, formada en el mundo de la archivística y la biblioteconomía, desde su trabajo como bibliotecaria y, a través de los diferentes cargos que ocupó, “aspiraba a hacer realidad la pretensión republicana de que la cultura era capaz por sí sola de redimir los males de la sociedad española” (Mujeres en la historia de España,  p.599).

 

En el ámbito de la política, la guerra permitió, pues, como recuerda Susana Tavera, la incorporación activa a los escenarios políticos en los que antes había sido rechazada. Esta situación especial es analizada por Mary Nash en su libro Rojas : las mujeres republicanas en la guerra civil.

 

Durante la SGM, de nuevo las mujeres reemplazan a los hombres llamados a filas en astilleros, fábricas, en la conducción de ambulancias, ... En la Unión Soviética llegaron a pilotar aviones de carga. En Australia, Canadá y Reino Unido, formaron el Ejército Agrícola Femenino y en Estados Unidos eran mayoría en muchas industrias. También fueron empleadas en trabajos duros, como la industria maderera (talando árboles o en los aserraderos); en el campo (ordeñando o segando); manejando grúas; conduciendo camiones...

 

Con respecto a las duras condiciones del trabajo de la mujer durante la guerra civil española, Inmaculada de la Fuente, en su libro Mujeres de la posguerra, cita a la activista republicana Soledad Real que “ha narrado las condiciones heroicas en las que trabajaban algunas mujeres en las fábricas de armamento de Barcelona: ‘Tenían que trabajar sin máscaras, necesarias a causa de las sustancias venenosas que producían. También tenían derecho a un vaso de leche para desintoxicarse. Pero en lugar de beberlo lo guardaban para los niños de la guardería’ “.

 

Según se nos recuerda en Historia visual del siglo XX, durante la SGM “como ya ocurrió en la guerra anterior, [a las mujeres] se les pagaba menos que a los hombres, y al terminar la conflagración se les obligó a abandonar sus puestos de trabajo a favor de los hombres que volvían del frente” (p.151). Esta tradición por la que la mujer desempeñaba un papel secundario con respecto a los hombres sería analizada en el famoso libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo, de 1949.

 

Sin embargo, el destino de la mujer europea tras la SGM no parece exactamente igual al de la española tras la guerra civil. Según nos recuerda Inmaculada de la Fuente en su ya citado libro: “Años antes, el final de la primera guerra mundial había llevado a las europeas a las fábricas y a la universidad, y de ahí a conseguir sus derechos políticos, un testigo que las españolas retomarían en los años treinta. Pero la guerra civil interrumpió aquellos tímidos avances de una forma ruda. A pesar de que durante la contienda muchas mujeres habían ido a trabajar a lasfábricas o habían asumido labores tradicionalmente masculinas para sacar adelante a sus hijos, al tiempo que seguían realizando sus tareas en el hogar sin cuestionar los roles establecidos, no se reconoció ese mérito más tarde ni se aceptó que compatibilizaran ambos mundos. Se impuso la vuelta al hogar, sin más, y los logros laborales o los avances en anticonceptivos quedaron anegados en el río del olvido. Conservadoras en cuestiones de pareja y moral sexual, aunque la República les hubiera empujado a una libertad insospechada, muchas no opusieron resistencia, pero las más preparadas sintieron que la puerta de su juventud y sus ideales se cerraba definitivamente para ellas. Justamente el proceso inverso al recorrido por las mujeres de los países involucrados en la segunda guerra mundial: puesto que habían trabajado codo con codo con sus compañeros, se les reconoció sin excusas su derecho a trabajar fuera del hogar. Durante la posguerra europea, la mujer fue invitada a procrear, pero no se le cerraron las fábricas: sus brazos y su inteligencia fueron tan valorados como sus úteros. No se vieron impelidas a aceptar la reducción intelectual a la que les sometió el régimen franquista. Sencillamente porque mientras la Europa democrática no se podía permitir tales retrocesos, la España totalitaria se sostenía en parte gracias a ellos.” (p.51-52).

 

Por otra parte, las represalias del nuevo gobierno con los profesionales que se habían mostrado partidarios de la República, se extendió también a algunas mujeres que se habían significado en el mismo sentido. La autora de Mujeres de la posguerra nos recuerda dos casos significativos: “Una de las represaliadas fue María Moliner, responsable durante la República del Plan de Bibliotecas del Estado. Moliner fue obligada a perder varios puestos de su escalafón del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, y a su marido, catedrático de Física, le suspendieron de empleo y sueldo. Alejada de muchos de sus amigos, que se habían marchado al exilio, y aislada de la vida académica, Moliner inició la posguerra rellenando las primeras fichas de palabras que dieron origen a su Diccionario de uso del español. La escritora Elena Soriano fue doblemente castigada. Después de Magisterio, estudió Filosofía y Letras, pero la incapacitaron por razones políticas y le negaron la licenciatura, y al no poder optar a las oposiciones facultativas, se presentó a las auxiliares: obtuvo la nota máxima y su nombre apareció en las listas de Educación, pero posteriormente fue expulsada. La razón que le dio el presidente del tribunal, al aconsejarle que se retirara, fue que su marido había estado en la cárcel y que él no podía admitirla sabiendo que no estaba moralmente con el régimen.” (p.35-36)

 

Así, pues, en España, tras la Guerra Civil, la mujer de nuevo queda recluida en el hogar y sólo se produce su incorporación al trabajo en los años previos al matrimonio, en oficinas, tiendas, servicio doméstico, o en la enseñanza no universitaria, básicamente. La mujer casada se dedica a las labores del hogar y su comportamiento queda supeditado a las decisiones del marido. No será hasta los años 60-70 cuando los aires modernizadores en el resto del mundo occidental impregnarán también el despertar español en todos los ámbitos, desde el político al económico, pasando por el social.

 

Los años 60, con la eclosión de 1968, reflejan el descontento de una parte de la población de los países desarrollados con la política que llevan a cabo sus dirigentes, con Estados Unidos a la cabeza. Movimientos estudiantiles, feministas, ecologistas, antibelicistas, obreros, expresan su malestar, fundamentalmente a través de numerosas manifestaciones, huelgas y actos de repulsa de los que, si bien no surgiría un mundo radicalmente diferente, sí que incidieron en la búsqueda de soluciones integradoras de los colectivos más desfavorecidos, al menos en el caso de los gobiernos socialdemócratas que alcanzaron el poder en los países occidentales durante la década de los 70-80. No hay que olvidar, sin embargo, que la crisis económica de comienzos de los 70 impulsaba las políticas económicas en un sentido restrictivo de los avances alcanzados tras la SGM en el llamado Estado del Bienestar. También se produce un malestar en este sentido, cuyas manifestaciones externas recuerdan a algunos autores, salvando todas las distancias posibles, a las de los movimientos antiglobalización surgidos en los años finales del siglo XX y que en este siglo XXI defienden la necesidad de alcanzar una mundialización humana, no sólo económica.

 

En el caso español, después de un largo camino y de haber alcanzado mejoras sustanciales en cuanto al acceso a la educación, al trabajo y, en general, a la vida pública, las diferencias de género subsisten, como nos recuerda el Informe España 2002  elaborado por la Fundación Encuentro a partir de datos estadísticos nacionales (INE) y europeos (Eurostat).

 

Dicho informe señala, con respecto al tema que nos ocupa, que las grandes diferencias que se observan en el mercado de trabajo español en relación con el de otros países de la Unión Europea se explican en gran medida por el comportamiento femenino, que, aunque en el periodo 1995-2001 ha doblado su tasa de crecimiento con respecto al de los varones, todavía refleja una gran disparidad de género, debido a que las diferencias al principio de este periodo eran de gran magnitud, por lo que el crecimiento del empleo femenino en estos años no ha podido superar una tendencia a la desigualdad. Se señala en el mencionado informe cómo “una significativa corrección de las desigualdades exige una actuación sobreproporcionada respecto al colectivo en desventaja ; de no ser así, el resultado será como mucho el mantenimiento de las diferencias, cuando no la aparición de un nuevo proceso divergente.”

 

Se resalta también en este trabajo el hecho de que “las altas tasas de crecimiento del empleo femenino en los tramos intermedios de edad no han alcanzado en la misma medida al tramo de mujeres de 30 a 34 años, momento en el que en España las mujeres empiezan a tener hijos.” Así, a pesar de que la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral y la legislación educativa no universitaria prevén la existencia de plazas suficientes para la escolarización de los niños entre 0 y 5 años que permitan la incorporación al trabajo por parte de la mujer en las mismas condiciones que el hombre, la realidad es bastante más desalentadora, hasta el punto de inhibir en muchas mujeres el deseo de maternidad ante la imposibilidad de hacer compatibles su vida laboral y familiar, hecho este que ha motivado que la tasa de fecundidad de las mujeres españolas sea ya una de las más bajas del mundo.

 

Las tendencias cambian lentamente y, aunque en el año 2002 las bajas por paternidad aumentaron un 21,3% hasta alcanzar la cifra de 3.312, todavía es la mujer la que mayoritariamente se hace cargo del cuidado de los recién nacidos durante los primeros meses. Por ello, y aunque la legislación lo prohibe, la mujer teme, en muchos casos ser despedida si se queda embarazada o ser relegada a un puesto de inferior categoría al regreso de una baja por maternidad.

 

La combinación de género con otros factores de discriminación, como la discapacidad o el hecho de ser inmigrante, resulta explosiva en general. En el caso de las mujeres inmigrantes, si no está legalmente reconocida su residencia en el país de acogida, conduce a la necesidad de aceptar trabajos en los que existe una tendencia a la explotación, sin que puedan atreverse a hacer valer sus derechos por miedo a la expulsión del país. Es frecuente, además, que las mujeres inmigrantes caigan en redes de prostitución, creándose una situación en la que, a las condiciones de explotación y degradación, se une la inseguridad con que realizan su trabajo, en el que a veces encuentran la muerte, como nos viene recordando la prensa demasiado frecuentemente (al respecto véase Simposio internacional sobre prostitución y tráfico de mujeres con fines de explotación sexual : Madrid, 26-28 de junio 2000 : Actas)

 

La opción a la inmigración para muchas de estas mujeres es el trabajo en las fábricas que explotan compañían multinacionales en los países pobres, las maquiladoras, y al llegar a este punto la descripción de las jornadas de trabajo y sus condiciones laborales nos trasladan desde estos comienzos del siglo XXI hasta la época del trabajo exclavista.

 

Ante este panorama, parece seguir siendo necesaria la reivindicación de unos derechos de los que no todas las mujeres pueden gozar, y aún tiene un sentido el dedicar un día al año para reflexionar sobre el largo camino que aún queda por recorrer. Ese día internacional es el 8 de marzo y, como en el caso del 1º de mayo, cada nueva celebración de los últimos años, al calor de la realidad, hace que no sólo sea una fecha para el recuerdo de miserias pasadas, sino que, los hechos que se conmemoran en esa fechaà http://aula.elmundo.es/aula/noticia.php/2003/03/07/aula1046972192.html, bien podrían ser la crónica de sucesos de cualquier día en las fábricas de los países más pobres, en los que aún no se ha instalado el progreso del que otras mujeres gozan en pleno siglo XXI.

 

Por último, la violencia de género, que en los últimos tiempos es noticia frecuente en la prensa de nuestro país, por la reiteración de casos en los que se produce la muerte de la víctima, debe ser atajada con una compleja serie de medidas en combinación, entre las que se incluyen una mayor seguridad y protección para la mujer maltratada y, necesariamente, políticas de inserción laboral que faciliten la salida a mujeres que, en muchos casos, al no tener una independencia económica, soportan durante más tiempo un maltrato que pone en peligro su dignidad y su propia vida.

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

 

España fin de siglo, 1898 : exposición : Sala de Exposiciones del Ministerio de Educación y Cultura, 13 enero – 29 marzo 1998 : Centre Cultural de la Fundación “la Caixa”, 20 mayo – 26 julio 1998. – Barcelona : Fundación “la Caixa”, D.L. 1997

 

Regeneración y reforma : España a comienzos del siglo XX : Madrid, Sala Fundación BBVA, enero – marzo 2002 : Bilbao, Sala Fundación BBVA, abril – mayo 2002. – Madrid : Fundación BBVA, D.L. 2002

 

Atlas histórico universal. – Madrid : El País-Aguilar, D.L. 1995

 

Historia visual del siglo XX. – Madrid : El País-Aguilar, D.L. 1998

 

Informe España 2002 : una interpretación de su realidad social. – Madrid : Fundación Encuentro, D.L. 2002

 

Las primeras universitarias en España, 1872-1910 / Consuelo Flecha García. – Madrid : Narcea, D.L. 1996

 

Rojas : las mujeres republicanas en la guerra civil / Mary Nash ; traducción de Irene Cifuentes. – 2ª ed. – Madrid : Taurus, 1999

 

Mujeres en la historia de España : enciclopedia biográfica / dirección, Cándida Martínez ... [et al.]. – 1ª ed. – Barcelona : Planeta, 2000

 

Mujeres de la posguerra / Inmaculada de la Fuente. – 1ª ed. – Barcelona : Planeta, 2002

 

Las presencias de la inmigración femenina : un recorrido por Filipinas, Gambia y Marruecos en Cataluña / Natalia Ribas. – 1ª ed. – Barcelona : Icaria, 1999

 

 

 

                         

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

 

 

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