Nº 1 Enero, año 2001 |
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(Comentarios a un artículo del
Profesor János Kornai)
El análisis comparativo de los sistemas económico socialista y
capitalista cuenta con una dilatada y fructifera tradición académica y ha
estado presente desde el mismo surgimiento de la revolución rusa. El contexto
en el que se ha producido este análisis ha sido el del enfrentamiento y la
competición entre ambos sistemas en un escenario dominado por la Guerra Fría y
la rivalidad entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Este debate se ha
abordado desde perspectivas y enfoques muy diversos. En algunos casos, el centro
de atención ha sido la capacidad de las economías planificadas para asignar de
manera eficiente los recursos productivos disponibles, que permita un
crecimiento económico sostenido. En otros casos, el análisis ha tratado sobre
las diferencias sistémicas entre el capitalismo y el socialismo y las dinámicas
económicas y contradicciones que alientan dichas diferencias. Otra de las
vertientes de este debate ha sido la posibilidad de incorporar algunos elementos
propios de las economías de mercado en las economías planificadas.
La propia evolución de los sistemas
económicos de tipo soviético ha despejado algunos de los interrogantes
planteados en aquellos debates. Así, por ejemplo, estos sistemas, que se han
configurado históricamente como alternativas al capitalismo, han sido capaces
de movilizar gran cantidad de recursos productivos al servicio de estrategias de
crecimiento que han promovido una industrialización de tipo extensivo. Pero las
graves ineficiencias productivas y los enormes costes sociales y ecológicos en
que han incurrido les situaron cada vez más a la deriva, sin que las cúpulas
de los partidos comunistas fueran capaces de ofrecer y aplicar reformas
sustanciales destinadas a corregir las deficiencias de la planificación
centralizada.
El artículo de Janos Kornai, quizás
el economista húngaro con mayor proyección internacional, que analizan los
profesores Benjamín Bastida y Carmen de la Cámara nos invita de nuevo a
reflexionar sobre las diferencias y las analogías entre el capitalismo y el
socialismo, pero esta vez en el marco de los procesos de transición hacia el
mercado emprendidos por las economías del antiguo bloque del Este. Son
numerosos los temas que suscita el eminente profesor húngaro –relacionados
con las características intrínsecas del socialismo y del capitalismo, al que
asocia con democracia y progreso tecnológico- y que son discutidos con detalle
en el trabajo presentado por Bastida y de la Cámara. Más allá de los aspectos
concretos desarrollados en su ponencia, en realidad nos invitan a meditar sobre
un conjunto de apriorismos, que constituyen una especie de doctrina
incuestionable, contenidos en el trabajo de Kornai y en una parte no
despreciable de los análisis sobre las transiciones hacia el mercado de los países
ex comunistas.
Dos de estos axiomas se pueden
describir, muy sinteticamente, de esta manera. En primer lugar, la quiebra de
los sistemas de planificación centralizada ha dejado al capitalismo como única
opción histórica que garantiza el progreso productivo y social; en otras
palabras, según este enunciado el fin de la historia se habría consumado. Por
ello, los gobiernos poscomunistas hacen bien en orientar sus reformas hacia el
capitalismo. Situarse fuera de esta opción o aplicar formulas intermedias o híbridas
sólo puede agravar los costes de la transición y consolidar situaciones de
atraso estructural; las ´terceras vías` serían el camino hacia el Tercer
Mundo. En segundo lugar, al mismo tiempo que se acepta este referente estratégico
capitalista se acepta también una ´agenda` de política económica que sitúa
en el centro de sus preocupaciones la estabilización financiera, la
liberalización de las relaciones económicas internas, la privatización de las
empresas públicas y la apertura hacia el exterior. La determinación con que se
acometan estos objetivos establece el baremo básico de acercamiento a aquel
horizonte capitalista. Las transformaciones sociales e institucionales,
necesarias para que las reformas tengan éxito, constituyen una suerte de
subproducto del paquete liberalizador.
Pero ¿qué características tiene
el modelo capitalista al que parecen orientarse los procesos de transición? Al
igual que algunos autores han acuñado el término de socialismo realmente
existente para definir a las economías de tipo soviético, acaso debiera
utilizarse en este caso el término de capitalismo realmente existente; con ello
nos situamos lejos del capitalismo ideal e ideológico invocado por los ideólogos
del liberalismo, algunos gobiernos poscomunistas y los organismos monetarios y
financieros internacionales.
Quienes
idealizan este modelo y lo ofrecen como alternativa (factible) a las economías
del desaparecido bloque del Este omiten algunas de las características más
importantes del actual proceso de transformación de la economía mundial, como
el protagonismo del segmento financiero-especulativo, la progresiva
desarticulación de la esfera social, la debilidad de las instituciones
nacionales, la posición prominente de las grandes corporaciones
transnacionales, las crecientes dificultades para ejercer un control social
activo por parte de la población y la configuración de un espacio productivo y
social con grandes asimetrías, que se manifiestan tanto dentro de los estados
como a escala internacional. Así pues, desde esta perspectiva, la opción
capitalista contiene al mismo tiempo un importante caudal de crecimiento y un
considerable potencial de desequilibrio. Al ignorar esta dinámica
contradictoria, los gobiernos se incapacitan, al menos en parte, para intervenir
de manera consciente a través de las políticas económicas nacionales en el
devenir de los procesos de transición.
Aunque,
como se ha señalado, todos los gobiernos surgidos de la desintegración de las
estructuras administrativas diseñaron estrategias procapitalistas, en las que
atribuían al mercado y al capitalismo todo tipo de virtudes y efectos balsámicos
frente a la planificación, lo cierto es que en los países del Este están
emergiendo capitalismos con rasgos específicos; estas peculiaridades se derivan
del grado de consolidación de las instituciones, de la regulación más o menos
competitiva de los mercados, de la intensidad de la polarización social, de la
calidad de su especialización productiva y de la naturaleza de las relaciones
de propiedad. El abanico de situaciones es muy amplio: desde países
caracterizados por la desarticulación social, un aparato productivo de muy bajo
perfil tecnológico, un tejido institucional débil, unos mercados controlados
por grandes corporaciones todavía de propiedad pública o por nuevos monopolios
privados que han surgido de las políticas privatizadoras y una economía de
casino, a otros, los menos, que parecen estar alcanzando una parcial homologación
con los países capitalistas más rezagados de la Unión Europea. En todo caso,
unos y otros se encuentran lejos de los capitalismos más desarrollados de
Europa occidental, como el alemán o el austriaco.
En
la configuración de las diversas estructuras sociales y productivas que están
apareciendo en el centro y este de Europa tiene una indudable importancia la
herencia dejada en cada país por el sistema administrativo. El analisis
detallado de esta herencia podría representar una cierta actualización del
debate entre capitalismo y socialismo. Pero en este caso, más que analizar los
rasgos centrales del socialismo, en oposición a los del capitalismo, se trataría
de subrayar los desequilibrios estructurales a que ha dado lugar la planificación
centralizada y el lastre que dichos desequilibrios han supuesto para los
gobiernos reformistas. El contenido de las transformaciones económicas,
la naturaleza de los capitalismos que han surgido en la región y el nuevo mapa
social y político han estado determinados en gran medida por la herencia dejada
por los sistemas de planificación burocrática. Esta herencia se ha manifestado
de manera desigual en los distintos países del Este y se refiere a aspectos tan
decisivos como, por ejemplo, el grado de monopolización de la estructura
empresarial, el capital político y económico acumulado por la nomenclatura, la
generalización de la cultura administrativa o el stock de capital físico
acumulado que debe ser reconvertido
No quiero cerrar este comentario sin
referirme a la discusión sobre la irreversibilidad del cambio sistémico ¿Se
ha alcanzado en (algunos de) estos países una ´masa crítica` de reformas
(legales, productivas, institucionales, sociales) que garantice su homologación
a los países capitalistas desarrollados de Europa occidental? Ni siquiera las
economías relativamente más desarrolladas de Europa central y oriental –como
Hungría, Polonia o la República checa- cumplirían esta restrictiva premisa;
tanto menos las otras economías, que se asemejan más a zonas subdesarrolladas
con graves desequilibrios productivos o sociales. Ahora bien, ¿ello quiere
decir que es posible imaginar un escenario en el que se opere un retorno al
sistema administrativo? No parece probable, pues una parte decisiva de las
fuerzas sociales y políticas más comprometidas con las transformaciones
proceden del viejo orden comunista, en el que ya ocupaban una posición
privilegiada. Sus nuevos privilegios están asociados a la mercantilización de
las relaciones económicas e, incluso, a la integración de sus países en el
mercado internacional, que se ha convertido en una fuente muy importante de
ganancias. La propia debilidad –política, económica y militar- de estos países,
su dependencia de los organismos monetarios y financieros internacionales y el
interés que sus mercados han despertado en las corporaciones transnacionales
hacen improbable que se produzca un viraje contrario a los intereses y las
estrategias de la comunidad internacional.
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