Nº 1

Enero, año 2001




Revista electrónica 
ISSN 1576-6500

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SOCIALISMO, CAPITALISMO Y TRANSICION

(Comentarios a un artículo del Profesor János Kornai)

Comentario de Fernando Luengo

 

            El análisis comparativo de los sistemas económico socialista y capitalista cuenta con una dilatada y fructifera tradición académica y ha estado presente desde el mismo surgimiento de la revolución rusa. El contexto en el que se ha producido este análisis ha sido el del enfrentamiento y la competición entre ambos sistemas en un escenario dominado por la Guerra Fría y la rivalidad entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Este debate se ha abordado desde perspectivas y enfoques muy diversos. En algunos casos, el centro de atención ha sido la capacidad de las economías planificadas para asignar de manera eficiente los recursos productivos disponibles, que permita un crecimiento económico sostenido. En otros casos, el análisis ha tratado sobre las diferencias sistémicas entre el capitalismo y el socialismo y las dinámicas económicas y contradicciones que alientan dichas diferencias. Otra de las vertientes de este debate ha sido la posibilidad de incorporar algunos elementos propios de las economías de mercado en las economías planificadas.

            La propia evolución de los sistemas económicos de tipo soviético ha despejado algunos de los interrogantes planteados en aquellos debates. Así, por ejemplo, estos sistemas, que se han configurado históricamente como alternativas al capitalismo, han sido capaces de movilizar gran cantidad de recursos productivos al servicio de estrategias de crecimiento que han promovido una industrialización de tipo extensivo. Pero las graves ineficiencias productivas y los enormes costes sociales y ecológicos en que han incurrido les situaron cada vez más a la deriva, sin que las cúpulas de los partidos comunistas fueran capaces de ofrecer y aplicar reformas sustanciales destinadas a corregir las deficiencias de la planificación centralizada.

            El artículo de Janos Kornai, quizás el economista húngaro con mayor proyección internacional, que analizan los profesores Benjamín Bastida y Carmen de la Cámara nos invita de nuevo a reflexionar sobre las diferencias y las analogías entre el capitalismo y el socialismo, pero esta vez en el marco de los procesos de transición hacia el mercado emprendidos por las economías del antiguo bloque del Este. Son numerosos los temas que suscita el eminente profesor húngaro –relacionados con las características intrínsecas del socialismo y del capitalismo, al que asocia con democracia y progreso tecnológico- y que son discutidos con detalle en el trabajo presentado por Bastida y de la Cámara. Más allá de los aspectos concretos desarrollados en su ponencia, en realidad nos invitan a meditar sobre un conjunto de apriorismos, que constituyen una especie de doctrina incuestionable, contenidos en el trabajo de Kornai y en una parte no despreciable de los análisis sobre las transiciones hacia el mercado de los países ex comunistas.

            Dos de estos axiomas se pueden describir, muy sinteticamente, de esta manera. En primer lugar, la quiebra de los sistemas de planificación centralizada ha dejado al capitalismo como única opción histórica que garantiza el progreso productivo y social; en otras palabras, según este enunciado el fin de la historia se habría consumado. Por ello, los gobiernos poscomunistas hacen bien en orientar sus reformas hacia el capitalismo. Situarse fuera de esta opción o aplicar formulas intermedias o híbridas sólo puede agravar los costes de la transición y consolidar situaciones de atraso estructural; las ´terceras vías` serían el camino hacia el Tercer Mundo. En segundo lugar, al mismo tiempo que se acepta este referente estratégico capitalista se acepta también una ´agenda` de política económica que sitúa en el centro de sus preocupaciones la estabilización financiera, la liberalización de las relaciones económicas internas, la privatización de las empresas públicas y la apertura hacia el exterior. La determinación con que se acometan estos objetivos establece el baremo básico de acercamiento a aquel horizonte capitalista. Las transformaciones sociales e institucionales, necesarias para que las reformas tengan éxito, constituyen una suerte de subproducto del paquete liberalizador.

            Pero ¿qué características tiene el modelo capitalista al que parecen orientarse los procesos de transición? Al igual que algunos autores han acuñado el término de socialismo realmente existente para definir a las economías de tipo soviético, acaso debiera utilizarse en este caso el término de capitalismo realmente existente; con ello nos situamos lejos del capitalismo ideal e ideológico invocado por los ideólogos del liberalismo, algunos gobiernos poscomunistas y los organismos monetarios y financieros internacionales.

Quienes idealizan este modelo y lo ofrecen como alternativa (factible) a las economías del desaparecido bloque del Este omiten algunas de las características más importantes del actual proceso de transformación de la economía mundial, como el protagonismo del segmento financiero-especulativo, la progresiva desarticulación de la esfera social, la debilidad de las instituciones nacionales, la posición prominente de las grandes corporaciones transnacionales, las crecientes dificultades para ejercer un control social activo por parte de la población y la configuración de un espacio productivo y social con grandes asimetrías, que se manifiestan tanto dentro de los estados como a escala internacional. Así pues, desde esta perspectiva, la opción capitalista contiene al mismo tiempo un importante caudal de crecimiento y un considerable potencial de desequilibrio. Al ignorar esta dinámica contradictoria, los gobiernos se incapacitan, al menos en parte, para intervenir de manera consciente a través de las políticas económicas nacionales en el devenir de los procesos de transición.

Aunque, como se ha señalado, todos los gobiernos surgidos de la desintegración de las estructuras administrativas diseñaron estrategias procapitalistas, en las que atribuían al mercado y al capitalismo todo tipo de virtudes y efectos balsámicos frente a la planificación, lo cierto es que en los países del Este están emergiendo capitalismos con rasgos específicos; estas peculiaridades se derivan del grado de consolidación de las instituciones, de la regulación más o menos competitiva de los mercados, de la intensidad de la polarización social, de la calidad de su especialización productiva y de la naturaleza de las relaciones de propiedad. El abanico de situaciones es muy amplio: desde países caracterizados por la desarticulación social, un aparato productivo de muy bajo perfil tecnológico, un tejido institucional débil, unos mercados controlados por grandes corporaciones todavía de propiedad pública o por nuevos monopolios privados que han surgido de las políticas privatizadoras y una economía de casino, a otros, los menos, que parecen estar alcanzando una parcial homologación con los países capitalistas más rezagados de la Unión Europea. En todo caso, unos y otros se encuentran lejos de los capitalismos más desarrollados de Europa occidental, como el alemán o el austriaco.

En la configuración de las diversas estructuras sociales y productivas que están apareciendo en el centro y este de Europa tiene una indudable importancia la herencia dejada en cada país por el sistema administrativo. El analisis detallado de esta herencia podría representar una cierta actualización del debate entre capitalismo y socialismo. Pero en este caso, más que analizar los rasgos centrales del socialismo, en oposición a los del capitalismo, se trataría de subrayar los desequilibrios estructurales a que ha dado lugar la planificación centralizada y el lastre que dichos desequilibrios han supuesto para los gobiernos reformistas. El contenido de las transformaciones económicas, la naturaleza de los capitalismos que han surgido en la región y el nuevo mapa social y político han estado determinados en gran medida por la herencia dejada por los sistemas de planificación burocrática. Esta herencia se ha manifestado de manera desigual en los distintos países del Este y se refiere a aspectos tan decisivos como, por ejemplo, el grado de monopolización de la estructura empresarial, el capital político y económico acumulado por la nomenclatura, la generalización de la cultura administrativa o el stock de capital físico acumulado que debe ser reconvertido

            No quiero cerrar este comentario sin referirme a la discusión sobre la irreversibilidad del cambio sistémico ¿Se ha alcanzado en (algunos de) estos países una ´masa crítica` de reformas (legales, productivas, institucionales, sociales) que garantice su homologación a los países capitalistas desarrollados de Europa occidental? Ni siquiera las economías relativamente más desarrolladas de Europa central y oriental –como Hungría, Polonia o la República checa- cumplirían esta restrictiva premisa; tanto menos las otras economías, que se asemejan más a zonas subdesarrolladas con graves desequilibrios productivos o sociales. Ahora bien, ¿ello quiere decir que es posible imaginar un escenario en el que se opere un retorno al sistema administrativo? No parece probable, pues una parte decisiva de las fuerzas sociales y políticas más comprometidas con las transformaciones proceden del viejo orden comunista, en el que ya ocupaban una posición privilegiada. Sus nuevos privilegios están asociados a la mercantilización de las relaciones económicas e, incluso, a la integración de sus países en el mercado internacional, que se ha convertido en una fuente muy importante de ganancias. La propia debilidad –política, económica y militar- de estos países, su dependencia de los organismos monetarios y financieros internacionales y el interés que sus mercados han despertado en las corporaciones transnacionales hacen improbable que se produzca un viraje contrario a los intereses y las estrategias de la comunidad internacional.

 

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