Titulo:
China: ¿Superpotencia del siglo XXI?
Autor: Xulio Rios
Editorial: Barcelona: Icaria,
1997
Pags: 100-110
Profesor: Florentino Rodao
García
El sucesor debe ganarse su lealtad. No le será
del todo fácil, aunque desde 1992 se ha allanado
mucho el camino, desde entonces cientos de
oficiales superiores considerados de lealtad
dudosa fueron apartados de sus responsabilidades.
Un segundo elemento es el control del proceso de
reforma. Las dificultades en este campo no son
menores. Las reformas se encuentran en una
encrucijada problemática. Las fricciones entre
el viejo sistema y el nuevo aumentan. Son
numerosos los cambios en marcha y se llevan
adelante en un contexto cada vez más complicado
y con crecientes conflictos sociales. Si no se
gestionan a tiempo los focos de conflicto, estos
pueden enquistarse y originar crisis locales de
cierta gravedad. La estabilidad guarda una
directa relación con el mantenimiento de la
prosperidad burocrática que, a su vez, es la
base esencial de todos los consensos actuales,
tanto en la base social como en la cumbre de tan
particular pirámide de poder. El futuro
político de Zhu Rongji y de los partidarios del
reformismo acelerado depende de la solución de
estos problemas.
Un tercer elemento es la propia sociedad china
que, a pesar de las muchas limitaciones
existentes, manifiesta más abiertamente sus
diferencias y críticas respecto al poder
político. Se acabaron las épocas de los
gobernantes supremos. En el pasado incluso en
1989, la sociedad ha sido utilizada por uno u
otro sector para imponerse en el Partido y en el
Estado. No es totalmente descartable que alguien
intente aprovechar los problemas económicos y
sociales para romper el actual consenso, pero
tendrá más difícil apoyarse en la revuelta
social.
Un cuarto y último factor es el exterior. China
ya no puede resolver sus asuntos mirando solo
hacia adentro. La apertura significa el
desarrollo de las relaciones económicas pero
también una mayor dependencia y vulnerabilidad.
Los actuales dirigentes son conscientes de ello.
¿Pueden desembocar los problemas sucesorios en
un cambio de política? Deng, al igual que Mao en
su tiempo, estaba especialmente preocupado por la
posibilidad de que, cuando él desapareciera, no
solo pueda ser objeto de oprobio sino que todo
cuanto ha impulsado sea cancelado. Sin embargo
las reformas parecen irreversibles. El denguismo
se queda. No tanto porque la nueva política,
«economía socialista de mercado», haya sido
consagrada en la propia Constitución y ello es
revelador de un cierto dominio de los principales
eslabones del poder sino sobre todo porque no
existe otra alternativa. ¿Puede esperarse de
algún sucesor directo una democratización en el
sentido occidental? Todo parece indicar que no es
previsible. La reforma política en China solo
tiene un sentido: el reforzamiento del papel del
Partido Comunista. A pesar de que el proceso de
reformas ha conducido a un cierto debilitamiento
de numerosos controles, el PCCH está fuertemente
implantado y su dominio político, ni tiene
alternativa ni se consentirá de buen grado que
pueda surgir en el futuro.
Desafíos en relación al mundo exterior
En la relación de China con el mundo exterior se
proyectan diversas sombras que pueden amenazar
tanto la seguridad en la zona del Pacífico como
también el propio éxito del proceso de
modernización en curso.
En primer lugar, debemos considerar que en poco
más de una década China podrá convertirse en
una de las mayores potencias de la historia, y
que su emergencia como una potencia global
provocará inevitablemente un aumento de la
tensión en toda la región de Asia-Pacífico y
modificará radicalmente el equilibrio mundial. A
su dimensión territorial y demográfica, unirá
su fuerza económica y protagonismo político
creciente.
Pero China no será solo una potencia económica,
como Alemania o Japón, sino también militar.
Por ahora, la situación de su ejército es
bastante lamentable y sus medios son aún muy
obsoletos. Pero todo parece indicar que está en
marcha un ambicioso programa de rápida
modernización: se ha reducido el número de
efectivos humanos, se apuesta por la
profesionalización y la desvinculación del
ejército de las sociedades comerciales en las
que participa. Entre 1988 y 1993 el presupuesto
de defensa se incremento en un 98%. El de 1995
registró un incremento del 14,6%. Como ha
señalado Lester R. Brown, desde finales de los
80 y comienzos de los 90 han invertido la
tendencia en la reducción de los gastos
militares. Pero aun así estas cifras deben
relativizarse teniendo en cuenta que los gastos
militares de China en 1993 representaban menos de
la mitad del presupuesto de defensa de Francia.
Sus gastos militares supone el 5,6% del PIB, 23
dólares por habitante de media frente a los
1.074 dólares de Estados Unidos. El presupuesto
de 1994 es menor al del Reino Unido, Alemania,
Francia o Japón.
Aunque su papel en la venta de armas es
insignificante en relación con Estados Unidos o
Rusia, se está convirtiendo en un gran proveedor
de armamento. Pakistán, Arabia Saudí, Siria,
Irak, Bangladesh, Tailandia y un buen número de
países de África figuran entre sus más
cualificados clientes. Por otra parte, ha cesado
su colaboración con Irán en la construcción de
dos centrales atómicas y se ha adherido al
Tratado de no proliferación nuclear en marzo de
1992. En la vecina Kazajstán, Jiang Zemin
anunció en el mes de julio que a partir de
septiembre de 1996 suspenderán los ensayos
nucleares.
Oficialmente, en la política de defensa, la
protección de su territorio es la prioridad
principal y no la proyección exterior. Sin
embargo, la modernización de la marina y del
ejército del aire, instrumentos clásicos de la
proyección de potencia, imponen determinadas
cautelas. Algunos cálculos estiman que China
dispondrá en el año 2010 del 21% de la flota de
combate presente en Asia contra el 11 % de 1980.
Al parecer, muy pronto construirá su propio
portaaviones. La tradición marítima china es
muy importante. Como ha señalado Jacques Gernet
(1991), China fue la mayor potencia en este campo
durante los cuatro siglos y medio, que van desde
la consolidación del imperio de los Song al gran
período de expansión de los Ming.
En el orden estrictamente económico, el peso de
su ejército es importante. Las unidades
militares han creado más de 20.000 empresas
legales e ilegales y se las vincula directamente
al negocio de importación de coches robados
procedentes de Hong Kong, Europa y Estados
Unidos. Tres millones de militares controlan a
unos 25 millones de asalariados del complejo
militar-industrial que hoy orienta el 80% de sus
actividades a la producción civil.
En el orden político, el ejército abandera la
aproximación al nacionalismo. El reforzamiento
de las fuerzas armadas debe estar al servicio del
enriquecimiento del Estado y viceversa. Según
reveló el South China Morning Post, en enero de
1994, el almirante Liu Huaqing, miembro del Buró
Político, sugirió al Comité Central, en nombre
propio y de la jerarquía militar, la adopción
de acciones enérgicas contra Gran Bretaña por
su actitud en la mesa de negociaciones sobre la
devolución de Hong Kong,
incluyendo la posibilidad de una toma anticipada
de la colonia. Se acabó el tiempo de las
humillaciones.
Las últimas actuaciones en la esfera regional
deben ser tenidas en cuenta. Ha solicitado de
Myanmar, Birmania, la utilización de la base
naval de Bassein y colaboran con las autoridades
de Rangún en la modernización de algunas bases
militares que están situadas cerca de Tailandia
y de Bangladesh. Mediante el apoyo al aislado
régimen de Rangún, China obtiene el anhelado
acceso al Océano Indico. En breve se
construirán tres bases navales para portaaviones
en Dali-an, Shanghai y Zhanjiang.
Por otra parte, aunque ha resuelto varios
litigios fronterizos, son numerosas las disputas
territoriales pendientes. China percibe con
claridad el vacío de poder existente en el
Pacífico ante la retirada de Rusia y la
ambigüedad estadounidense e intenta mejorar sus
posiciones estratégicas. En 1992, decidió
unilateralmente la construcción de un aeropuerto
en la isla Woody, la mayor de las Paracels que
ocupa desde 1974. Reivindica igualmente las islas
Senkaku, archipiélago que se disputan también
Japón y Taiwan. El control del archipiélago de
las Spratleys, rico en recursos energéticos,
minerales, biológicos y de hidrocarburos
petróleo y gas- le enfrenta con Vietnam,
Indonesia, Filipinas, Brunci y Malasia. La
soberanía de China sobre el archipiélago dice
ser irrenunciable pero está dispuesta a una
explotación común de los recursos.
Recientemente firmó con la compañía americana
Creston un contrato para la búsqueda de
petróleo en una zona reclamada por Vietnam.
Hanoi puso en marcha su propio dispositivo de
explotación petrolífera. Filipinas también
hizo lo propio con la Caalco Energy, compañía
igualmente estadounidense. En septiembre de 1994
China anunció su oposición a que la cuestión
de la soberanía sobre el archipiélago sea
objeto de discusión en el seno de Naciones
Unidas. También rivaliza con Indonesia por el
control de las islas Natura, al sur de las
Spratleg.
En el período comprendido entre 1991 y 1993, la
mitad de los actos de piratería producidos en el
mundo se registraron en el mar de la China
oriental y meridional. Algunos observadores
interpretan estos hechos como una estrategia
inducida por la propia China para asegurarse, de
una forma o de otra, el pleno control de las
zonas marítimas que reivindica. Cuando los
países de la ASEAN (Malasia, Singapur, Brunei,
Filipinas, Tailandia, Indonesia y Vietnam)
declararon 1' a zona como desnuclearizada, China
expresó sus reservas porque la declaración
afecta a superficies que, en su opinión,
pertenecen a su integridad territorial. Pese a
todo, no ha dejado de participar en varias
sesiones de trabajo mantenidas con Taiwan y los
países de la ASEAN a comienzos de octubre del
1995 en Yakarta para buscar soluciones negociadas
a estos contenciosos.
¿Cómo evitar que se acentúe el desarrollo de
ambiciones hegemónicas en la región de
Asia-Pacífico? Activando su integración en los
foros internacionales y normalizando sus
relaciones con los países de la zona. En este
sentido, para vencer las reservas que provoca su
creciente y, en cierto modo, inevitable
presencia, tendencialmente hegemónico, Pekín ha
impulsado en primer lugar la normalización
diplomática, que ya esta casi completada, y la
creación de diferentes comités mixtos de fuerte
contenido económico con la práctica totalidad
de los países de la zona. Así, el proceso de
reforzamiento de sus capacidades defensivas se
desarrolla paralelamente a la negociación de
acuerdos fronterizos y el establecimiento de
sólidos lazos económicos.
¿Existen motivos para el temor? Todo indica que
más bien se trata por ahora de modernizar su
aparato de defensa y asegurar la estabilidad de
las zonas estratégicas más próximas para que
nada entorpezca el camino del crecimiento. ¿Y
después? El debate sobre el sinocentrismo, la
base ideológica de la política exterior de la
China antigua y medieval, vuelve a ponerse de
actualidad. La interdependencia es el mejor
antídoto. Hoy no es posible un único centro
como tampoco se puede dividir el mundo en tres
trozos. El mundo actual y futuro será multipolar
y China quiere, puede y debe ser uno de esos
polos. No es posible evitar la emergencia de
China ni tampoco es recomendable jugar a
contenerla. Es preciso integrarla, primero en el
plano regional, comprometiéndola más
activamente en contenciosos como el de Corea del
Norte o Camboya, y también en los problemas de
desarrollo y medioambiente. Ya no es realista
pensar en China como una potencia periférica.
El mayor reto para la prosperidad de esta parte
del mundo consiste en el arbitrio de garantías y
mecanismos para favorecer la cooperación y la
seguridad. Imaginar a la China, superpotencia
económica y militar para configurar un sistema
que le dé cabida y la comprometa en la paz y en
la estabilidad regional y mundial constituye uno
de los retos fundamentales de la región de
Asia-Pacífico.
Por otra parte, reviste especial importancia el
restablecimiento del diálogo con Moscú del que
pueden derivarse implicaciones estratégicas. En
1993, tanto el Centro de Investigaciones
Políticas del Comité Central del PCCH como el
Buró de Investigaciones Militares de la poderosa
Comisión Militar Central consideraron llegado el
momento de proponer el establecimiento de una
alianza chino-rusa contra el hegemonismo
norteamericano. En ese mismo año se firmó un
acuerdo de defensa y a partir de entonces se han
multiplicado los encuentros de funcionarios
chinos y rusos de alto rango.
¿Sobre que bases se podría establecer esa nueva
alianza? En primer lugar, constatando la
superación de los contenciosos del pasado.
Camboya, Afganistán o Vietnam, hoy parecen
formar parte de otra galaxia; los conflictos que
pululaban por sus más de 4.000 kilómetros de
frontera se han desactivado; la mayor parte se
han solventado con acuerdos y se ha verificado
una enorme desmovilización de efectivos por
parte de ambos ejércitos.
En segundo lugar, debemos considerar la
complementariedad de sus economías. China vende
a Rusia productos alimenticios y textiles y
adquiere metales, maquinaria y equipamientos de
transportes. Moscú además proporciona gran
parte de las materias primas e incluso
tecnologías básicas que se precisan en las
provincias norteñas de la ex-Manchuria. Por
parte rusa, Siberia y el Extremo Oriente lideran
un intenso comercio fronterizo. El gobierno chino
ha dado los primeros pasos para crear en estas
zonas nuevos polos de desarrollo como el de
Shenzhen. En Liaoning, técnicos rusos dirigen la
construcción de una central nuclear de 2.000 MW.
Un millón de chinos se trasladan a las vecinas
ciudades rusas, la inmensa mayoría de ellos
ilegalmente, para suplir el déficit de mano de
obra local. China se ha convertido en el
principal socio de Rusia en el Pacífico, por
delante incluso de Japón. Pronto veremos
«Chinatowns» en Vladivostok.
En el campo de la defensa, tercera reflexión,
Rusia participa en la modernización del
ejército chino y ha suscrito acuerdos por valor
de varios miles de millones de dólares para
suministrar a Pekín misiles S300-PMU y otros
equipos. La condición de gigante militar
compensa sus debilidades económicas. En cuarto
lugar, les une una similar concepción del
momento internacional actual. Comparten un
creciente nacionalismo y una deseada y efectiva
multipolaridad de las relaciones mundiales, y
acusan el carácter problemático de su
entendimiento con los países occidentales. Rusia
ambiciona frenar a toda costa la expansión
oriental de la OTAN; China observa el progresivo
empeoramiento de sus relaciones con EEUU -Tíbet,
derechos humanos y sobre todo Taiwan- y efectúa
sus proyecciones teniendo en cuenta un sustancial
debilitamiento de su alianza estratégica con
Washington.
La búsqueda de un camino propio, el alejamiento
del mimetismo occidental, una mayor influencia en
el contexto internacional que sirva de equilibrio
al peso de Washington, bien podrían cimentar el
nacimiento de un eje estratégico Moscú-Pekín,
de un nuevo bloque al que se sumarían algunos
países, aún huérfanos, del llamado Tercer
mundo. Tengamos en cuenta que tanto África como
América Latina constituyen una referencia
obligada en su acción política exterior. Si
bien no aspira a ser un modelo
para estos países, China ha multiplicado sus
viajes y su labor diplomática. El comercio con
América Latina, con Brasil a la cabeza, aumentó
en 1994 un 26,8%.
En el ámbito estrictamente económico, su
próximo ingreso en la Organización Mundial del
Comercio (OMC) constituirá uno de los
principales factores que más contribuirán a su
plena integración internacional. En los últimos
años, Pekín ha insistido en la necesidad de
despolitizar su solicitud de ingreso e impulsado
numerosas iniciativas que persiguen la
adecuación de su economía a las exigencias
formuladas por la OMC. Dicha cuestión no podrá
dilatarse por mucho tiempo. Ningún país miembro
cumple totalmente las reglas de la:
organización.
Por último, uno de los elementos que más pueden
enturbiar las relaciones de China con Occidente
en los próximos años es, sin lugar a dudas, la
cuestión de los derechos humanos. Entre las
peculiaridades del «socialismo» chino cabe
señalar el hecho de que no es la ideología
típica en estos sistemas la que justifica la
negación del reconocimiento de la plena vigencia
de los derechos humanos para la quinta parte de
la humanidad. Recordemos que en los países del
denominado socialismo real la contraposición y
el sistema de prioridades entre derechos
socioeconómicos y culturales, y derechos
cívicos y políticos, protagonizaron uno de los
más graves y duros conflictos ideológicos de la
guerra fría.
Pero desde 1991 China afirma no oponerse a la
noción de derechos humanos. Acepta el concepto
pero no sus consecuencias Dos factores ayudan a
justificar la demora de su incorporación al
sistema legal y político. En primer lugar, la
propia tradición o cultura, o lo que es lo
mismo, la excepcionalidad de los valores
asiáticos, tesis compartida por los firmantes de
la declaración de Bangkok y que hunde sus
raíces en la subordinación del individuo a los
intereses colectivos, socialmente más extendida
y arraigada por la acción de los muchos siglos
de impregnación confuciana que por las breves
décadas de rachas atemporaladas de
marxismo-leninismo, pensamiento MaoZedong. Sin
embargo, las reformas políticas que se han
producido recientemente en países de su entorno
como Corea del Sur o Taiwan cuestionan muy
seriamente el rigor de tal reflexión.
El segundo elemento es el subdesarrollo. China es
un país pobre y primero debe solucionar sus
problemas económicos; después vendrá la
reforma política. Para ilustrar este argumento
con frecuencia recurre al ejemplo de la
transición en los países del Este: la política
precedió a las reformas económicas con efectos
desastrosos en la mayor parte de los casos; o,
sensu contrario, a algunos países asiáticos en
los que el proceso inverso, impulsado desde
arriba y lentamente ha resultado, se afirma, más
exitoso. Pekín, temeroso de la inestabilidad, se
suma así a las tesis de los que opinan que sólo
a partir de un determinado nivel de bienestar se
puede pensar en la democracia y en la libertad.
Primero riqueza, después justicia.
La mejora de la situación de los derechos
humanos en China se producirá al tiempo que se
afiancen en el poder los partidarios de un Estado
de derecho, del fortalecimiento del sistema
legal. Desde el exterior se puede ayudar más con
la fuerza de la convicción que con la
imposición. No por presionar más se ira más
rápido. Los chinos forman parte de una rica y
milenaria civilización. Con una relación,
históricamente problemática y poco respetuosa
con los derechos humanos, como la ejercida por
los países occidentales en China, todo intento
de afirmar nuestra hipotética superioridad
humanística no conseguirá otro efecto que
reforzar el nacionalismo y las tendencias
xenófobas hostiles.
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