Titulo: Lecturas de teoría sociológica clásica
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica
Curso 2000-2001

 

TEMA 2.    La Ilustración
                   Montesquieu
           Jean-Jacques Rousseau
TEMA 3.    El saber enciclopédico: Hegel
TEMA 4.    El ideal del industrialismo: Saint-Simon
TEMA 5.    El positivismo: Comte
TEMA 6.    El evolucionismo universal: Spencer
TEMA 7.    Antiguo Régimen y Revolución: Tocqueville
TEMA 8.    La teoría social en Karl Marx
TEMA 9.    Socialistas, marxistas y anarquistas
TEMA 10.  El evolucionismo clásico y el darwinismo social

 

 

Tema 4. El ideal del industrialismo

Henri de Saint-Simon

 

La fisiología social o ciencia del hombre

(De La Physiologie sociale)

El ámbito de la fisiología, considerada en términos generales, está compuesto por todos los hechos en que participan los seres organizados...

Enriquecida por todos los hechos que han sido descubiertos mediante cuidadosas investigaciones realizadas en las mencionadas direcciones, la fisiología general produce consideraciones de un orden más elevado. Se sitúa por encima de los individuos, que sólo son para ella órganos del cuerpo social cuyas funciones orgánicas debe estudiar.

Porque la sociedad no es una simple aglomeración de seres vivientes... La sociedad, por el contrario, es una verdadera máquina organizada cuyas partes contribuyen de diferente manera al funcionamiento del conjunto.

La reunión de hombres forma un verdadero ser, cuya existencia es más o menos vigorosa o vacilante según sus órganos cumplan o no con la función que tiene encomendada cada uno.

Si se le considera y estudia como un ser animado, el cuerpo social, en su nacimiento y en sus diferentes etapas, presenta un modo de vida que varía según cada una de ellas, de manera semejante a como la fisiología del infante no es la del adulto y la del viejo es distinta de la de momentos anteriores de la vida.

La historia de la civilización no es, pues, sino la historia de la vida de la especie humana, es decir la fisiología de sus diferentes edades, de igual manera que la historia de sus instituciones es la de los conocimientos higiénicos que ha puesto en práctica para la conservación y mejora de la salud general.

La economía política, la legislación, la moral pública y todo lo que comprende la administración de los intereses generales de la sociedad son un repertorio de reglas higiénicas cuya naturaleza debe variar según la etapa de civilización. Y la fisiología general es la ciencia que más datos posee para poder constatar la etapa en cuestión y para poder describirla...

La política incluso, considerada no como sistema hostil concebido por cada nación para engañar a sus vecinos sino como ciencia cuyo fin es procurar a la humanidad el máximo posible de felicidad, es una fisiología general que considera a los diferentes pueblos como órganos distintos cuya reunión forma un solo ser (la especie humana) y a cuyo crecimiento deben cooperar realizando las acciones específicas que se derivan de la naturaleza propia de cada uno de ellos...

La fisiología es, pues, la ciencia de la vida individual y de la vida social, cuyos engranajes son los individuos. En todas las máquinas, la perfección de los resultados depende de la armonía establecida entre los mecanismos que la componen: cada uno de ellos debe aportar necesariamente su cuota de acción y reacción y el desorden sobreviene rápidamente cuando causas perturbadoras aumentan viciosamente la actividad de unos a expensas de la de otros.

Considerada como un solo ser viviente, la especie humana puede ofrecer irregularidades parecidas durante los diferentes períodos de su existencia. Nuestro interés radica, pues, en estudiar la causa de los desarreglos a fin de poder prevenirlos o hacerlos desaparecer si no se ha podido impedir su producción.

Una fisiología social sobre los hechos que resultan de la observación directa de la sociedad y una higiene que contenga los preceptos aplicables a tales hechos son, pues, las únicas bases positivas sobre las que puede establecerse el sistema de organización que reclama el estado actual de la civilización.

 

(De El Sistema Industrial)

Si quisiéramos considerar tan importante cuestión política desde el punto de vista más asequible a los gobiernos bastaría con determinar cuál es el orden de cosas que hoy puede adquirir estabilidad.

Pues bien, la única constitución sólida y duradera es, evidentemente, la que se apoya en aquellas fuerzas temporales y espirituales cuya influencia es, en la actualidad, preponderante y cuya superioridad tiende, al mismo tiempo, a hacerse cada vez más evidente, por la evolución natural de las cosas. Sentado este principio, no cabe duda de que la observación del pasado es el único modo de descubrir sin vacilaciones cuáles son estas fuerzas y determinar igualmente con la mayor exactitud posible su tendencia y su grado de superioridad. Es evidente, por otra parte, que el estudio del progreso de la civilización debe constituir la base de los razonamientos políticos que han de orientar a los hombres públicos en la elaboración de sus planes generales de acción. A causa de que incluso los más capacitados no han seguido nunca tal método; a causa de que se han limitado a analizar el estado actual de la sociedad, haciendo abstracción de todo lo que ha precedido, su política ha carecido hasta el momento de verdaderas bases.

Ningún análisis del presente, considerado de forma aislada, por mucha que sea la habilidad con que pueda hacerse, es capaz de suministrar algo más que datos sumamente superficiales e incluso totalmente equivocados; ya que se corre el riesgo de confundir, y equiparar dos tipos de elementos que coexisten en el estado actual del cuerpo político, y que es fundamental distinguir, a saber: los restos de un pasado que se apaga y la semilla de un futuro que surge

Esta distinción, útil en todas las épocas para el esclarecimiento de las ideas políticas, es fundamental en la actualidad, cuando nos enfrentamos con la mayor revolución de la especie humana.

Ahora bien, ¿cómo distinguir, sin ser guiados por la observación profunda del pasado, los elementos sociales relativos al sistema que tiende a desaparecer, de los que corresponden al sistema que tiende a constituirse,

Y, sin haber establecido escrupulosamente tal distinción, ¿qué sagacidad humana podría evitar el confundir a menudo las fuerzas realmente preponderantes, con las fuerzas que no son ya más que simples sombras y que, por así decir, tienen una existencia metafísica?

Resulta, pues, indispensable para los gobiernos, si quieren comprender la actual crisis social en su verdadero significado y descubrir los medios más adecuados para ponerle fin, establecer como base de sus razonamientos las consecuencias generales que se desprenden de un análisis del progreso de la civilización.

Pero hay que considerar también que tal análisis sólo será instructivo y útil cuando se remonte a un pasado lo suficientemente remoto, y siempre que se refiera a la totalidad del sistema social o a sus elementos más fundamentales Si se parte de una época demasiado próxima, o si se limita a un aspecto muy particular, podría dar lugar a nuevos errores.

 

Sistema feudal y teológico y sistema industrial y científico

(De El Sistema Industrial)

La crisis que, desde hace treinta años, afecta al cuerpo político tiene como principal causa el cambio total del sistema social que tiende a realizarse en la actualidad, en las naciones más civilizadas, como resultado final de todas las modificaciones que el antiguo orden político ha venido experimentando hasta nuestros días. En términos más concretos, esta crisis consiste fundamentalmente en el paso del sistema feudal y teológico al sistema industrial y científico. Durará, inevitablemente, hasta que la formación del nuevo sistema se haya consolidado plenamente.

Estas verdades fundamentales han sido hasta el momento ignoradas, y lo siguen siendo todavía, por gobiernos y gobernantes; o, mejor dicho, unos y otros las han interpretado de una forma vaga e incompleta. El siglo XIX sigue dominado por el carácter crítico del siglo XVIII; no ha revestido todavía el carácter organizador que parecía corresponderle. Esta es la verdadera y fundamental causa de la terrible prolongación de la crisis y de las violentas tormentas de que hasta el momento ha venido acompañada. Pero esta crisis habrá de terminar necesariamente, o, al menos, se convertirá en un simple movimiento moral, en el momento mismo en que aceptemos la sublime misión que el proceso de la civilización nos ha asignado, y en el momento mismo en que las fuerzas temporales y espirituales que han de entrar en actividad abandonen su estado de inercia.

El trabajo filosófico del que hoy presento al público una primera parte tendrá como finalidad general desarrollar y demostrar las importantes proposiciones que someramente acabamos de enunciar; fijar, en la medida de lo posible, la atención general sobre el verdadero carácter de la gran reorganización, gradualmente preparada por la serie de progresos que la civilización ha realizado hasta el presente, ha llegado en la actualidad a su plena madurez, y que no podrá actualizarse sin graves inconvenientes; señalar, de forma clara y precisa, el proceso a seguir para realizarla con calma, con seguridad y prontitud, a pesar de los obstáculos reales; en una palabra, ayudar, en la medida en que la filosofía pueda hacerlo, a determinar la formación del sistema industrial y científico, cuya implantación es el único medio de poner fin a la actual tormenta social.

La doctrina industrial, me atrevo a anticiparlo, sería comprendida fácilmente y admitida sin excesivo esfuerzo si los espíritus adoptaran el punto de vista más conveniente para comprenderla y juzgarla.

Desgraciadamente no ocurre así. Actitudes mentales viciadas y profundamente arraigadas se oponen generalmente a la comprensión de esta doctrina. La Tábula Rasa de Bacon sería infinitamente más necesaria para las ideas políticas que para cualquier otro tipo de ideas; y, por el mismo motivo, experimentarla, con respecto a este tipo de ideas, muchas más dificultades.

Las mismas dificultades que los sabios sufrieron para convertir al verdadero espirito de la astronomía y de la química, mentalidades hasta entonces acostumbradas a considerar talos ciencias a la manera de los astrólogos y alquimistas, se manifiestan hoy en el campo de la política, en el que se pretende introducir un cambio semejante: el paso de lo conjetural a lo político, de lo metafísico a lo físico.

Obligado a luchar contra estados de opinión universalmente aceptados, creo conveniente superarlos y anticipar una parte de mi trabajo, explicando aquí, de forma general y somera, la influencia que en política han tenido y siguen teniendo las doctrinas vagas y metafísicas, el error que induce a confundirlas con la verdadera política y, por último, la necesidad actual de abandonarlas.

El sistema industrial y científico ha nacido y se ha desarrollado bajo el dominio del sistema feudal y teológico. Ahora bien, esta simple coincidencia basta para demostrar que, entre dos sistemas tan absolutamente opuestos, debe existir una especie de sistema intermedio e impreciso, destinado exclusivamente a modificar el antiguo sistema de forma que permita el desarrollo del sistema nuevo y, más adelante, llevar a cabo la transición. Es el hecho histórico general más fácilmente deducible de los datos de que disponemos. Todo cambio ha de efectuarse necesariamente de forma gradual, tanto en lo temporal como en lo espiritual. En este caso, el cambio era tan grande, y, por otra parte, el sistema feudal y teológico rechazaba de tal forma, por su propia naturaleza, todo tipo de modificaciones que ha sido preciso, para que éstas pudieran producirse, la acción especial y continuada durante varios siglos de clases particulares surgidas del antiguo régimen, pero distintas y, hasta cierto punto, independientes de aquél y que consiguientemente, por el mero hecho de su existencia política, han debido constituir en el seno de la sociedad lo que yo llamo, por abstracción, un sistema de transición. Estas clases han sido, en lo temporal, la de los legistas y en lo espiritual, la de los metafísicos, que han elaborado una acción política común, del mismo modo que el feudalismo y la teología, o la industria y las ciencias de la observación.

El hecho general al que acabo de referirme es de la mayor importancia. Se trata de uno de los datos fundamentales que deben servir de base a la teoría positiva de la política. Y es el dato que más importa aclarar en la actualidad porque la vaguedad y oscuridad en que hasta hoy ha estado sumido constituye, en este momento, el mayor obstáculo para la comprensión de las ideas políticas, la causa de casi todas las divagaciones.

Sería totalmente afilosófico no admitir la útil e importante influencia ejercida por los legistas y los metafísicos para modificar el sistema feudal y teológico, y para impedir que ahogara al sistema industrial y científico en sus primeras manifestaciones.

A los legistas, debemos la abolición de las justicias feudales, el establecimiento de una jurisprudencia menos opresiva y más regularizada. ¡Cuántas veces nos ha servido, en Francia, la acción de los parlamentos para defender a la industria frente al feudalismo! Reprochar a estos cuerpos su ambición es como lamentar los efectos inevitables de una causa útil, razonable y necesaria; es quedarse al margen de la cuestión. En cuanto a los metafísicos, obra suya es la reforma del siglo XVI, y el establecimiento del principio de la libertad de conciencia que minó en su base al poder teológico.

Sería salirme de los límites de un prefacio insistir más en observaciones que cualquier espíritu justo será capaz de desarrollar fácilmente a partir de las indicaciones anteriores. En lo que a mi respecta, declaro que no concibo cómo hubiera podido modificarse el antiguo sistema y desarrollarse el nuevo sin la intervención de los legistas y de los metafísicos.

Por otra parte, si es absurdo negar la participación de los jurisconsultos y metafísicos en el avance de la civilización, sería muy peligroso exagerar dicha participación o, mejor dicho, ignorar su verdadera naturaleza. En virtud de su mismo destino la influencia política de los legistas y metafísicos se ha limitado a una existencia pasajera, ya que no era más que modificadora, de transición, y en absoluto organizadora. Terminó de cumplir su función en el momento mismo en que el antiguo sistema perdió la mayor parte de su poder y las fuerzas del nuevo empezaron a predominar realmente en la sociedad, tanto en lo temporal como en lo espiritual. Si se hubiera limitado a esta función, plenamente conseguida desde mediado el siglo pasado, la carrera política de los legistas y de los metafísicos no hubiera dejado de ser útil y honorable, mientras que en realidad se ha convertido en algo perjudicial, por haber superado sus límites naturales.

Cuando se declaró la revolución francesa no se trataba de modificar el sistema feudal y teológico, que ya había perdido todas sus fuerzas reales. Se trataba de organizar el sistema industrial y científico, llamado, por la fuerza misma de la civilización, a sustituir al anterior. Eran, por consiguiente, los industriales y los sabios quienes debían ocupar la escena política, desempeñando cada uno de ellos sus papeles naturales. En vez de ello, los legistas se pusieron a la cabeza de la Revolución y la dirigieron con las doctrinas de los metafísicos. Es inútil recordar qué extrañas divagaciones fueron su consecuencia y qué males resultaron de tales divagaciones. Pero hay que señalar cuidadosamente, que, a pesar de tan gran experiencia, los legistas y los metafísicos han seguido dirigiendo todos los asuntos, y que son ellos quienes en la actualidad presiden los debates políticos.

Esta experiencia, por costosa que haya sido, y a pesar de su importancia, seguirá resultando estéril a causa de su misma complicación si no se demuestra, mediante un análisis directo, la absoluta necesidad de arrebatar a los legistas y a los metafísicos la influencia política universal que se les concede, y que sólo se debe a la supuesta excelencia de sus doctrinas. Pero es muy fácil demostrar que las doctrinas de los legistas y metafísicos resultan, en la actualidad, por su misma naturaleza, completamente inadecuadas para dirigir convenientemente la acción política, tanto de los gobernantes como de los gobernados. Este obstáculo es tan grande que elimina, por así decir, las ventajas que pueden proporcionar las capacidades individuales, por brillantes que sean.

Los espíritus ilustrados admiten perfectamente hoy la necesidad de una reforma general del sistema social. Esta necesidad se ha hecho tan inminente que no puede ignorarse. Pero el error fundamental que generalmente se comete en este sentido consiste en creer que el nuevo sistema a edificar debe basarse en las doctrinas de los legistas y de los metafísicos. Este error sólo se mantiene por no remontarse suficientemente en la serie de observaciones políticas, por no examinar con la debida profundidad los hechos generales, o, mejor dicho, por no haber fundamentado los razonamientos políticos en hechos históricos De otro modo no cabria el error de tomar una modificación del sistema social, una modificación que ya ha tenido todas sus consecuencias, y que no puede desempeñar ya ningún papel, por un verdadero cambio de dicho sistema.

Los legistas y los metafísicos suelen tomar la forma por el fondo y las palabras por cosas. De ahí la idea generalmente admitida de la multiplicidad casi infinita de los sistemas políticos. Pero, en la práctica, no hay, ni puede haber, más que dos sistemas de organización social realmente distintos, el sistema feudal o militar y el sistema industrial; y en lo espiritual, un sistema de creencias y un sistema de demostraciones positivas. Toda la historia de la especie humana civilizada se reparte necesariamente entre estos dos grandes sistemas de sociedad. No existen, en efecto, para una nación o para un individuo, más que dos fines de su actividad: la conquista o el trabajo, a los que corresponden, en el orden espiritual, las creencias ciegas o las demostraciones científicas, es decir, basadas en observaciones positivas. Ahora bien, es preciso que el fin de la actividad general cambie realmente el sistema social. Todos los demás perfeccionamientos, por importantes que puedan ser, son simples modificaciones, es decir, cambios de forma y no de sistema. La metafísica puede hacer ver las cosas de un modo diferente por la desdichada aptitud que confiere para confundir lo que debe ser distinto y para distinguir lo que debe confundirse. (...)

 

(De El Sistema Industrial)

He recibido la misión de arrebatar los poderes políticos al clero, a la nobleza y al orden judicial para entregárselos a los industriales: llevaré a cabo esta misión, cualesquiera que fueren los obstáculos que se pongan en mi camino y aunque el mismo poder real, ciego en lo que se refiere a sus verdaderos intereses, tratara de oponerse.

Es la filosofía la que ha creado las más importantes instituciones políticas; sólo ella posee poderes suficientes para arrinconar las instituciones envejecidas y para formar otras nuevas que se basen en una doctrina perfeccionada.

Señor, toda institución política halla justificación en los servicios que presta a la mayoría de la sociedad y por consiguiente a la clase más pobre.

Si las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial han durado un gran número de años, si han tenido fuerza, es porque durante mucho tiempo rindieron importantes servicios a la mayoría de la nación.

Antes de que el uso de las armas de fuego se perfeccionara y extendiera de forma general, la fuerza militar consistía principalmente en los hombres de armas; los hombres de armas eran, de toda la sociedad, los que desempeñaban el oficio más peligroso y cansado.

Ahora bien, tal estado estaba reservado a los nobles. En aquella época, cuando todas las naciones eran fundamentalmente guerreras, ¡ay de aquélla cuya casta militar no fuera valiente, bien adiestrada y movida por el amor a la gloria! Bayard fue, en su época, el hombre más útil para su país. Este héroe era un verdadero protector de la industria, en una época en que los industriales no estaban capacitados para defenderse personalmente. Innumerables veces preservó a los tranquilos habitantes de nuestros campos de los desastres que les amenazaban; pero aún hizo más: introdujo en el espirito militar una especie de civilización y moderación; fue, en todo momento, un modelo de lealtad y entrega y legó a sus compatriotas la más útil de las herencias con que un ciudadano puede enriquecer a su patria: el recuerdo de sus virtudes, recuerdo que nos permite apreciar hoy en su justo valor los servicios que Bonaparte y sus ambiciosos lugartenientes rindieron a Francia.

Paso al examen de lo que respecta al clero. Fueron los monjes los que conservaron los manuscritos griegos y romanos; fue el clero católico el que civilizó a Europa. El célebre Hume, que era protestante y que por consiguiente no puede ser considerado como sospechoso al respecto, lo declara formal y positivamente en su Historia de Inglaterra. Y este autor es indudablemente el mejor de los historiadores modernos.

El clero ha prestado servicios importantes a las clases más humildes de la sociedad en la medida en que ha predicado a los ricos y poderosos las obligaciones impuestas por Dios y la moral. ¿Quién podría negar que Fénelon, Massillon, Fléchier y Bourdaloue fueron celosos y útiles defensores de los derechos del pueblo? Bossuet es quizá el hombre que más eficazmente contribuyó a preparar la revolución. Dijo, y repitió con una elocuencia que mereció la atención general, que los hombres eran iguales tras su muerte. Esto llevó a examinar cuál era la diferencia que debía existir entre ellos durante su vida terrestre.

En lo que se refiere al orden judicial, gracias a su labor hemos conseguido la supresión de las justicias que eran origen de un sinnúmero de vejaciones para las clases más humildes del pueblo.

Tras haber dotado a toda Francia de la justicia real, los legistas han rendido, en numerosas ocasiones, importantes servicios a la clase adecuada: hemos visto cómo más de una vez los parlamentos luchaban contra los reyes para defender los derechos de la nación; especialmente han demostrado una gran energía al oponerse a las ambiciones del poder papal.

Si en la actualidad, señor, el clero, la nobleza y el orden judicial carecen de fuerza es porque tales instituciones no son ya de utilidad para la nación, no rinden servicio a las clases más humildes de la sociedad.

Y en efecto, los nobles, que antaño se entregaron al oficio más laborioso, constituyen en la actualidad la clase más desocupada y, por consiguiente, la de peor ejemplo para la sociedad.

Desde el descubrimiento de la pólvora, la educación militar no es ya una educación especial; tras 15 días de prácticas todo hombre sabe manejar un fusil, y tras dos o tres campañas se siente capaz de desempeñar las funciones de general, con tal de que posea gran audacia y un poco de inteligencia; mientras que antaño hacían falta veinte años de trabajo para que un caballero aprendiera a romper adecuadamente una lanza.

Por otra parte, el espíritu nacional ha cambiado totalmente de dirección. Antes de la revolución era fundamentalmente militar; y todavía lo fue accidentalmente, y, en cierto modo, forzadamente, durante parte de la revolución; pero hoy se ha convertido definitivamente en industrial. De forma que todas nuestras guerras serán ya exclusivamente defensivas; incluso es posible que muy pronto ni siquiera éstas tengan cabida, ya que la revolución que se ha realizado en el espíritu nacional francés se efectúa diariamente en las naciones vecinas, que tienden a hacerse pacificas, convencidas de que ése es el único medio para ellas de librarse de los poderes arbitrarios que todavía las tienen sojuzgadas.

En lo que se refiere al clero se ha convertido para el pueblo en una carga sin beneficios: en el actual estado de cosas cuesta todavía mucho dinero a la clase más humilde de la sociedad; y todas sus predicaciones tienen por objeto sentar que los pobres deben obediencia ciega a los ricos y a los privilegiados, los cuales, por su parte, deben obedecer ciegamente en primer lugar al Papa y después a los reyes.

Desde la vuelta de la Casa de Borbón no hemos oído hablar de ningún predicador que se ocupara de recordar a la familia real sus deberes frente a la nación; ahora bien, es evidente que el pueblo francés no puede conceder ningún tipo de confianza a una corporación eclesiástica que hace estribar toda la moral en la obediencia de la nación a sus príncipes y que no se ocupa por establecer, en el mismo sentido, las obligaciones de los príncipes frente a la nación.

También el orden judicial ha perdido la estima de los franceses, en mayor medida todavía que el clero y la nobleza. Casi todos los jueces se han convertido en instrumentos del poder; y hoy, la inmensa mayoría de los presidentes y procuradores del rey profesan, en pleno tribunal, opiniones absolutamente contrarias a los derechos y a los intereses de la nación.

Por último, señor, os diría, para completar esta recapitulación, que si el clero, la nobleza y el orden judicial subsisten todavía, aunque no son ya instituciones útiles a la sociedad, aunque, por el contrario, graviten sobre la inmensa mayoría de la nación, es porque han sido mal atacadas, es porque no se han llevado a cabo las operaciones necesarias para terminar con su influencia

Este tercer examen, merece, señor, toda vuestra atención y me tomo la libertad de animaros a reflexionar sobre ello.

En primer lugar, es evidente, por una parte, que las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial han sido sucesivamente atacadas por los filósofos del siglo XVIII, por la Asamblea Constituyente y por la Convención Nacional, y, por otra parte, que estas instituciones subsisten todavía, de donde se deriva que han sido mal atacadas. Se trata ahora de determinar claramente y en pocas palabras cuáles han sido las faltas cometidas por los atacantes, y de qué forma los industriales deben realizar esta acción para derrotarlas de una forma completa, decisiva y definitiva.

Los esfuerzos filosóficos de los escritores del siglo XVIII para liberar a la sociedad de las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial han obtenido brillantes y rápidos éxitos; pero dichos éxitos han sido muy incompletos, como también lo habían sido los ataques: toda la operación se había llevado a cabo entre la vanguardia filosófica y los privilegiados.

Afirmo, señor, que el ataque de los escritores del siglo XVIII ha sido brillante, que ha obtenido un rápido éxito, porque ha merecido la atención de toda Europa, y que se ha visto seguido casi inmediatamente por la insurrección de la nación contra los privilegiados.

Pero afirmo que dicho ataque ha obtenido un éxito incompleto, porque las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial, tras haber sido enterradas, han resucitado y tienden a instaurarse de nuevo en nuestros días. Digo que el ataque ha sido incompleto porque el razonamiento esgrimido fue que el clero, la nobleza y el orden judicial eran instituciones que, en todas las épocas, habían actuado de forma perjudicial para los intereses de la nación, lo que es falso, y también porque los atacantes se conformaron con demostrar que dichas instituciones no guardaban ninguna relación con el estado del progreso y de la civilización, sin preocuparse por demostrar cuáles eran las instituciones que debían sustituirlas.

Digo, por último, que este ataque fue llevado a cabo exclusivamente por la vanguardia, porque fueron los escritores quienes desempeñaron el papel principal en esta operación, y los sabios, es decir, la Academia de las Ciencias, no se comprometió verdaderamente en el ataque.

Hasta aquí, señor, el análisis del primer ataque: paso a analizar el segundo.

La Asamblea Constituyente quiso librar a la sociedad del clero, de la nobleza y del orden judicial. Para alcanzar tal finalidad hizo uso de su poder constituyente y declaró que la nobleza, el clero y el poder judicial quedaban suprimidos, en tanto que corporaciones encargadas de administrar los asuntos generales; pero al no sustituir la Asamblea Constituyente la acción política ejercida por los privilegiados, por otra acción, se encontró con que las instituciones que había pretendido suprimir no quedaron suspendidas.

La Convención se dio cuenta de la falta cometida por la Asamblea Constituyente; quiso repararla pero utilizó un mal método. Se dio cuenta de que era preciso sustituir las instituciones del clero, de la nobleza y del orden Judicial por otras instituciones; pero en vez de sustituirlas por instrumentos más adecuados al actual estado de las luces y de la civilización, trató de hacer revivir las instituciones de los romanos que resultaban, con respecto a la civilización actual, mucho más atrasadas que las del feudalismo.

Estas son, señor, las principales faltas cometidas en los tres ataques más importantes que se han dirigido contra las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial.

El único medio de aniquilar esas instituciones consiste en sustituirlas por otras más adecuadas al estado de conocimientos adquiridos y a los hábitos contraídos.

Es preciso organizar una nueva doctrina: la antigua había basado la moral en creencias; la nueva debe basarla en la demostración de que todo lo que es útil a la especie es útil a los individuos y recíprocamente, todo lo que es útil al individuo lo es también a la especie; y el nuevo código moral debe ser integrado por aplicaciones de este principio general a todos los posibles casos particulares.

La antigua doctrina había constituido la sociedad en interés de los gobernantes; la nueva debe crear una asociación en interés de la mayoría de los asociados. La antigua doctrina encargaba fundamentalmente a los gobernantes que mandaran; la nueva debe atribuirles como principal condición la buena administración, debe encargar a la clase de ciudadanos más capacitada administrativamente que dirija los asuntos públicos.

La antigua doctrina había construido en un principio el orden judicial para explotar una rama de los ingresos señoriales; la nueva debe determinar que la principal función de los jueces consiste en conciliar a las partes.

Por último, el antiguo código civil tuvo por objeto asegurar, en la medida más amplia posible, las propiedades en manos de las familias que las poseían, y el nuevo debe proponerse un fin absolutamente contrario, el de facilitar a todos aquellos cuyos trabajos son útiles para la sociedad, los medios de convertirse en propietarios.

Señor, como resultado final del proceso de la civilización hasta nuestros días, las instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial se hallan sometidas al examen de la filosofía positiva: de sus manos saldrán necesariamente reducidas a polvo. La filosofía positiva impondrá silencio a los leguleyos políticos: otorgará a la fuerza industrial todos los poderes que las instituciones teológicas y feudales han ejercido, y cuya conservación podrá ser útil para el mantenimiento del orden; relegará las viejas instituciones a un pasado político que ya no ha de volver; y allí figurarán con los mismos derechos que la división de los lacedemonios en Esparciatas e Ilotas, que la de los romanos en patricios y plebeyos, y que la de nuestra nación en francos y galos.

La función de los industriales

(De El Sistema Industrial)

Para evitar las desgracias que inevitablemente sobrevendrían si el gran movimiento moral, imprescindible en estos momentos, fuera dirigido por jacobinos o por bonapartistas.

Para evitar los inconvenientes de tener que repetir el trabajo, lo que sucedería inevitablemente si el movimiento de opinión fuera dirigido por los militares o por los legistas.

Hay que presentar a la nación perspectivas claras sobre los modos de garantizar la prosperidad de la agricultura, del comercio y de la industria.

Hay que tomar medidas para garantizar trabajo a la clase numerosa para quien el trabajo de sus manos es el único modo de existencia. (...)

Nunca he dicho, nunca he pensado, que los industriales merezcan toda la consideración social y deban desempeñar todos los cargos públicos. Una persona que adoptara tal concepción como base del sistema político me parecería un ignorante y un loco. Mi idea es completamente diferente de la que me atribuís tan injustamente, ya que nunca la he formulado en mis escritos. Voy a explicaros, de nuevo, la concepción que ya he expuesto en mi folleto, afirmando que debe servir de base al nuevo sistema político.

En el actual estado de ilustración, y como la consecuencia más general e inmediata de dicha ilustración, la nación desea prosperar por medio de una actividad agrícola, industrial, y de comercio. Ahora bien, es evidente que la forma más segura de hacer progresar la agricultura, el comercio y la industria consiste en confiar a los agricultores, a los comerciantes y a los fabricantes la tarea de dirigir la administración de los asuntos públicos, es decir, la tarea de elaborar el presupuesto, ya que son ellos ciertamente los que mejor conocen lo que es útil, así como lo que es perjudicial a sus intereses.

Esto es lo que yo pienso, esto es lo que he dicho, esto es lo que yo he repetido, esto es lo que demostraré ante el rey y la Nación. Este es, en una palabra, el principio que intento hacer adoptar y que estoy seguro que admitirán todos ellos, en una época no lejana, y sin utilizar más medios que el de la persuasión.

Y de este principio, al que podríamos calificar de axioma, no se desprende que los agricultores, los comerciantes y los fabricantes deban acaparar toda la consideración pública y ocupar todos los cargos del gobierno.

Haced el esfuerzo de reflexionar en la conducta que necesariamente habrá de seguir (es decir, si actúa de acuerdo con sus intereses) la comisión formada por los industriales, encargada de elaborar el presupuesto, y llegaréis, por propia iniciativa, al convencimiento de que dicha comisión se apresurará a garantizar los fondos necesarios para activar todos los trabajos útiles a la agricultura, a la industria y al comercio y que anulará, con la mayor rapidez posible, todos los gastos inútiles o perjudiciales para las principales ramas de la industria.

Ahora bien, es evidente que todos los trabajos útiles para la agricultura, la industria y el comercio son útiles para la sociedad, mientras que todos los trabajos inútiles o perjudiciales para la industria son inútiles para la sociedad en general, o le son perjudiciales.

Todos los ciudadanos entregados a tareas útiles a la sociedad debieran desear que fueran los industriales los encargados de elaborar el presupuesto; pues son los más interesados de todos en el perfeccionamiento de la moral pública y privada, así como en el establecimiento de las leyes necesarias para impedir los desórdenes, y sienten mejor que nadie la utilidad de las ciencias positivas y de los servicios que las Bellas Artes proporcionan a la sociedad; pues son los más capaces, los únicos capaces de distribuir entre los miembros de la sociedad la consideración y las recompensas nacionales, de la forma más conveniente, para que cada cual reciba lo que en Justicia corresponde a sus méritos.

Sería una inquietud mal fundada el temer que los industriales aprovecharan el hecho de ser los encargados de elaborar el presupuesto para acaparar los puestos del gobierno. Tal temor carecería de fundamento; primero, porque tales empleos les estarían supeditados cuando fueran ellos los encargados de la dirección general de la administración pública; segundo, porque después de haber hecho las reformas necesarias, las grandes empresas de la industria serían infinitamente más lucrativas que los principales puestos del gobierno; tercero, porque los industriales se sentirían menos dispuestos a defender a los cargos del gobierno que los que están habituados a este tipo de trabajo.

En fin, mi idea es sumamente simple. Digo:

Mientras la nación basó su progreso en la guerra y en las conquistas, los militares constituyeron la primera clase de la sociedad; son ellos los que dirigieron los asuntos públicos, y así, en efecto, ocurrieron las cosas en aquella época. Hoy, cuando la nación quiere prosperar por medio de labores pacíficas, son los industriales los que deben constituir la primera clase de la sociedad, son ellos quienes deben dirigir los asuntos públicos; son ellos, en una palabra, los que deben elaborar el presupuesto.

El sistema militar no era exclusivo, ya que los militares fomentaban los trabajos que les eran útiles; el sistema industrial no será más exclusivo que el feudal, será incluso menos, ya que todos los trabajos que tienden a mejorar la suerte de la especie humana serán considerados útiles por los industriales.

 

Henri de Saint-Simon: (1965): La Physiologie Sociale. Textos recogidos por G. Gurvitch. París: PUF.

— (1975): El Sistema Industrial. Trad. de A. Méndez. Madrid: Revista de Trabajo.

 

 

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