Titulo: Lecturas de teoría
sociológica clásica
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica
Curso 2000-2001
TEMA
2. La
Ilustración
Montesquieu
Jean-Jacques Rousseau
TEMA
3.
El saber enciclopédico: Hegel
TEMA
4.
El ideal del industrialismo: Saint-Simon
TEMA
5.
El positivismo: Comte
TEMA
6.
El evolucionismo universal: Spencer
TEMA
7.
Antiguo Régimen y Revolución: Tocqueville
TEMA
8.
La teoría social en Karl Marx
TEMA
9.
Socialistas, marxistas y anarquistas
TEMA
10. El
evolucionismo clásico y el darwinismo social
Tema 4. El ideal del industrialismo
Henri de Saint-Simon
La fisiología social o ciencia del hombre
(De La Physiologie sociale)
El ámbito de la fisiología, considerada
en términos generales, está compuesto por todos los hechos
en que participan los seres organizados...
Enriquecida por todos los hechos que han
sido descubiertos mediante cuidadosas investigaciones
realizadas en las mencionadas direcciones, la fisiología
general produce consideraciones de un orden más elevado. Se
sitúa por encima de los individuos, que sólo son para ella
órganos del cuerpo social cuyas funciones orgánicas debe
estudiar.
Porque la sociedad no es una simple
aglomeración de seres vivientes... La sociedad, por el
contrario, es una verdadera máquina organizada cuyas partes
contribuyen de diferente manera al funcionamiento del
conjunto.
La reunión de hombres forma un verdadero
ser, cuya existencia es más o menos vigorosa o vacilante
según sus órganos cumplan o no con la función que tiene
encomendada cada uno.
Si se le considera y estudia como un ser
animado, el cuerpo social, en su nacimiento y en sus
diferentes etapas, presenta un modo de vida que varía según
cada una de ellas, de manera semejante a como la fisiología
del infante no es la del adulto y la del viejo es distinta de
la de momentos anteriores de la vida.
La historia de la civilización no es,
pues, sino la historia de la vida de la especie humana, es
decir la fisiología de sus diferentes edades, de igual manera
que la historia de sus instituciones es la de los
conocimientos higiénicos que ha puesto en práctica para la
conservación y mejora de la salud general.
La economía política, la legislación, la
moral pública y todo lo que comprende la administración de
los intereses generales de la sociedad son un repertorio de
reglas higiénicas cuya naturaleza debe variar según la etapa
de civilización. Y la fisiología general es la ciencia que
más datos posee para poder constatar la etapa en cuestión y
para poder describirla...
La política incluso, considerada no como
sistema hostil concebido por cada nación para engañar a sus
vecinos sino como ciencia cuyo fin es procurar a la humanidad
el máximo posible de felicidad, es una fisiología general
que considera a los diferentes pueblos como órganos distintos
cuya reunión forma un solo ser (la especie humana) y a cuyo
crecimiento deben cooperar realizando las acciones
específicas que se derivan de la naturaleza propia de cada
uno de ellos...
La fisiología es, pues, la ciencia de la
vida individual y de la vida social, cuyos engranajes son los
individuos. En todas las máquinas, la perfección de los
resultados depende de la armonía establecida entre los
mecanismos que la componen: cada uno de ellos debe aportar
necesariamente su cuota de acción y reacción y el desorden
sobreviene rápidamente cuando causas perturbadoras aumentan
viciosamente la actividad de unos a expensas de la de otros.
Considerada como un solo ser viviente, la
especie humana puede ofrecer irregularidades parecidas durante
los diferentes períodos de su existencia. Nuestro interés
radica, pues, en estudiar la causa de los desarreglos a fin de
poder prevenirlos o hacerlos desaparecer si no se ha podido
impedir su producción.
Una fisiología social sobre los hechos que
resultan de la observación directa de la sociedad y una
higiene que contenga los preceptos aplicables a tales hechos
son, pues, las únicas bases positivas sobre las que puede
establecerse el sistema de organización que reclama el estado
actual de la civilización.
(De El Sistema Industrial)
Si quisiéramos considerar tan importante
cuestión política desde el punto de vista más asequible a
los gobiernos bastaría con determinar cuál es el orden de
cosas que hoy puede adquirir estabilidad.
Pues bien, la única constitución sólida
y duradera es, evidentemente, la que se apoya en aquellas
fuerzas temporales y espirituales cuya influencia es, en la
actualidad, preponderante y cuya superioridad tiende, al mismo
tiempo, a hacerse cada vez más evidente, por la evolución
natural de las cosas. Sentado este principio, no cabe duda de
que la observación del pasado es el único modo de descubrir
sin vacilaciones cuáles son estas fuerzas y determinar
igualmente con la mayor exactitud posible su tendencia y su
grado de superioridad. Es evidente, por otra parte, que el
estudio del progreso de la civilización debe constituir la
base de los razonamientos políticos que han de orientar a los
hombres públicos en la elaboración de sus planes generales
de acción. A causa de que incluso los más capacitados no han
seguido nunca tal método; a causa de que se han limitado a
analizar el estado actual de la sociedad, haciendo
abstracción de todo lo que ha precedido, su política ha
carecido hasta el momento de verdaderas bases.
Ningún análisis del presente, considerado
de forma aislada, por mucha que sea la habilidad con que pueda
hacerse, es capaz de suministrar algo más que datos sumamente
superficiales e incluso totalmente equivocados; ya que se
corre el riesgo de confundir, y equiparar dos tipos de
elementos que coexisten en el estado actual del cuerpo
político, y que es fundamental distinguir, a saber: los
restos de un pasado que se apaga y la semilla de un futuro que
surge
Esta distinción, útil en todas las
épocas para el esclarecimiento de las ideas políticas, es
fundamental en la actualidad, cuando nos enfrentamos con la
mayor revolución de la especie humana.
Ahora bien, ¿cómo distinguir, sin ser
guiados por la observación profunda del pasado, los elementos
sociales relativos al sistema que tiende a desaparecer, de los
que corresponden al sistema que tiende a constituirse,
Y, sin haber establecido escrupulosamente
tal distinción, ¿qué sagacidad humana podría evitar el
confundir a menudo las fuerzas realmente preponderantes, con
las fuerzas que no son ya más que simples sombras y que, por
así decir, tienen una existencia metafísica?
Resulta, pues, indispensable para los
gobiernos, si quieren comprender la actual crisis social en su
verdadero significado y descubrir los medios más adecuados
para ponerle fin, establecer como base de sus razonamientos
las consecuencias generales que se desprenden de un análisis
del progreso de la civilización.
Pero hay que considerar también que tal
análisis sólo será instructivo y útil cuando se remonte a
un pasado lo suficientemente remoto, y siempre que se refiera
a la totalidad del sistema social o a sus elementos más
fundamentales Si se parte de una época demasiado próxima, o
si se limita a un aspecto muy particular, podría dar lugar a
nuevos errores.
Sistema feudal y teológico y sistema
industrial y científico
(De El Sistema Industrial)
La crisis que, desde hace treinta años,
afecta al cuerpo político tiene como principal causa el
cambio total del sistema social que tiende a realizarse en la
actualidad, en las naciones más civilizadas, como resultado
final de todas las modificaciones que el antiguo orden
político ha venido experimentando hasta nuestros días. En
términos más concretos, esta crisis consiste
fundamentalmente en el paso del sistema feudal y teológico al
sistema industrial y científico. Durará, inevitablemente,
hasta que la formación del nuevo sistema se haya consolidado
plenamente.
Estas verdades fundamentales han sido hasta
el momento ignoradas, y lo siguen siendo todavía, por
gobiernos y gobernantes; o, mejor dicho, unos y otros las han
interpretado de una forma vaga e incompleta. El siglo XIX
sigue dominado por el carácter crítico del siglo XVIII; no
ha revestido todavía el carácter organizador que parecía
corresponderle. Esta es la verdadera y fundamental causa de la
terrible prolongación de la crisis y de las violentas
tormentas de que hasta el momento ha venido acompañada. Pero
esta crisis habrá de terminar necesariamente, o, al menos, se
convertirá en un simple movimiento moral, en el momento mismo
en que aceptemos la sublime misión que el proceso de la
civilización nos ha asignado, y en el momento mismo en que
las fuerzas temporales y espirituales que han de entrar en
actividad abandonen su estado de inercia.
El trabajo filosófico del que hoy presento
al público una primera parte tendrá como finalidad general
desarrollar y demostrar las importantes proposiciones que
someramente acabamos de enunciar; fijar, en la medida de lo
posible, la atención general sobre el verdadero carácter de
la gran reorganización, gradualmente preparada por la serie
de progresos que la civilización ha realizado hasta el
presente, ha llegado en la actualidad a su plena madurez, y
que no podrá actualizarse sin graves inconvenientes;
señalar, de forma clara y precisa, el proceso a seguir para
realizarla con calma, con seguridad y prontitud, a pesar de
los obstáculos reales; en una palabra, ayudar, en la medida
en que la filosofía pueda hacerlo, a determinar la formación
del sistema industrial y científico, cuya implantación es el
único medio de poner fin a la actual tormenta social.
La doctrina industrial, me atrevo a
anticiparlo, sería comprendida fácilmente y admitida sin
excesivo esfuerzo si los espíritus adoptaran el punto de
vista más conveniente para comprenderla y juzgarla.
Desgraciadamente no ocurre así. Actitudes
mentales viciadas y profundamente arraigadas se oponen
generalmente a la comprensión de esta doctrina. La Tábula
Rasa de Bacon sería infinitamente más necesaria para las
ideas políticas que para cualquier otro tipo de ideas; y, por
el mismo motivo, experimentarla, con respecto a este tipo de
ideas, muchas más dificultades.
Las mismas dificultades que los sabios
sufrieron para convertir al verdadero espirito de la
astronomía y de la química, mentalidades hasta entonces
acostumbradas a considerar talos ciencias a la manera de los
astrólogos y alquimistas, se manifiestan hoy en el campo de
la política, en el que se pretende introducir un cambio
semejante: el paso de lo conjetural a lo político, de lo
metafísico a lo físico.
Obligado a luchar contra estados de
opinión universalmente aceptados, creo conveniente superarlos
y anticipar una parte de mi trabajo, explicando aquí, de
forma general y somera, la influencia que en política han
tenido y siguen teniendo las doctrinas vagas y metafísicas,
el error que induce a confundirlas con la verdadera política
y, por último, la necesidad actual de abandonarlas.
El sistema industrial y científico ha
nacido y se ha desarrollado bajo el dominio del sistema feudal
y teológico. Ahora bien, esta simple coincidencia basta para
demostrar que, entre dos sistemas tan absolutamente opuestos,
debe existir una especie de sistema intermedio e impreciso,
destinado exclusivamente a modificar el antiguo sistema de
forma que permita el desarrollo del sistema nuevo y, más
adelante, llevar a cabo la transición. Es el hecho histórico
general más fácilmente deducible de los datos de que
disponemos. Todo cambio ha de efectuarse necesariamente de
forma gradual, tanto en lo temporal como en lo espiritual. En
este caso, el cambio era tan grande, y, por otra parte, el
sistema feudal y teológico rechazaba de tal forma, por su
propia naturaleza, todo tipo de modificaciones que ha sido
preciso, para que éstas pudieran producirse, la acción
especial y continuada durante varios siglos de clases
particulares surgidas del antiguo régimen, pero distintas y,
hasta cierto punto, independientes de aquél y que
consiguientemente, por el mero hecho de su existencia
política, han debido constituir en el seno de la sociedad lo
que yo llamo, por abstracción, un sistema de transición.
Estas clases han sido, en lo temporal, la de los legistas y en
lo espiritual, la de los metafísicos, que han elaborado una
acción política común, del mismo modo que el feudalismo y
la teología, o la industria y las ciencias de la
observación.
El hecho general al que acabo de referirme
es de la mayor importancia. Se trata de uno de los datos
fundamentales que deben servir de base a la teoría positiva
de la política. Y es el dato que más importa aclarar en la
actualidad porque la vaguedad y oscuridad en que hasta hoy ha
estado sumido constituye, en este momento, el mayor obstáculo
para la comprensión de las ideas políticas, la causa de casi
todas las divagaciones.
Sería totalmente afilosófico no admitir
la útil e importante influencia ejercida por los legistas y
los metafísicos para modificar el sistema feudal y
teológico, y para impedir que ahogara al sistema industrial y
científico en sus primeras manifestaciones.
A los legistas, debemos la abolición de
las justicias feudales, el establecimiento de una
jurisprudencia menos opresiva y más regularizada. ¡Cuántas
veces nos ha servido, en Francia, la acción de los
parlamentos para defender a la industria frente al feudalismo!
Reprochar a estos cuerpos su ambición es como lamentar los
efectos inevitables de una causa útil, razonable y necesaria;
es quedarse al margen de la cuestión. En cuanto a los
metafísicos, obra suya es la reforma del siglo XVI, y el
establecimiento del principio de la libertad de conciencia que
minó en su base al poder teológico.
Sería salirme de los límites de un
prefacio insistir más en observaciones que cualquier
espíritu justo será capaz de desarrollar fácilmente a
partir de las indicaciones anteriores. En lo que a mi
respecta, declaro que no concibo cómo hubiera podido
modificarse el antiguo sistema y desarrollarse el nuevo sin la
intervención de los legistas y de los metafísicos.
Por otra parte, si es absurdo negar la
participación de los jurisconsultos y metafísicos en el
avance de la civilización, sería muy peligroso exagerar
dicha participación o, mejor dicho, ignorar su verdadera
naturaleza. En virtud de su mismo destino la influencia
política de los legistas y metafísicos se ha limitado a una
existencia pasajera, ya que no era más que modificadora, de
transición, y en absoluto organizadora. Terminó de cumplir
su función en el momento mismo en que el antiguo sistema
perdió la mayor parte de su poder y las fuerzas del nuevo
empezaron a predominar realmente en la sociedad, tanto en lo
temporal como en lo espiritual. Si se hubiera limitado a esta
función, plenamente conseguida desde mediado el siglo pasado,
la carrera política de los legistas y de los metafísicos no
hubiera dejado de ser útil y honorable, mientras que en
realidad se ha convertido en algo perjudicial, por haber
superado sus límites naturales.
Cuando se declaró la revolución francesa
no se trataba de modificar el sistema feudal y teológico, que
ya había perdido todas sus fuerzas reales. Se trataba de
organizar el sistema industrial y científico, llamado, por la
fuerza misma de la civilización, a sustituir al anterior.
Eran, por consiguiente, los industriales y los sabios quienes
debían ocupar la escena política, desempeñando cada uno de
ellos sus papeles naturales. En vez de ello, los legistas se
pusieron a la cabeza de la Revolución y la dirigieron con las
doctrinas de los metafísicos. Es inútil recordar qué
extrañas divagaciones fueron su consecuencia y qué males
resultaron de tales divagaciones. Pero hay que señalar
cuidadosamente, que, a pesar de tan gran experiencia, los
legistas y los metafísicos han seguido dirigiendo todos los
asuntos, y que son ellos quienes en la actualidad presiden los
debates políticos.
Esta experiencia, por costosa que haya
sido, y a pesar de su importancia, seguirá resultando
estéril a causa de su misma complicación si no se demuestra,
mediante un análisis directo, la absoluta necesidad de
arrebatar a los legistas y a los metafísicos la influencia
política universal que se les concede, y que sólo se debe a
la supuesta excelencia de sus doctrinas. Pero es muy fácil
demostrar que las doctrinas de los legistas y metafísicos
resultan, en la actualidad, por su misma naturaleza,
completamente inadecuadas para dirigir convenientemente la
acción política, tanto de los gobernantes como de los
gobernados. Este obstáculo es tan grande que elimina, por
así decir, las ventajas que pueden proporcionar las
capacidades individuales, por brillantes que sean.
Los espíritus ilustrados admiten
perfectamente hoy la necesidad de una reforma general del
sistema social. Esta necesidad se ha hecho tan inminente que
no puede ignorarse. Pero el error fundamental que generalmente
se comete en este sentido consiste en creer que el nuevo
sistema a edificar debe basarse en las doctrinas de los
legistas y de los metafísicos. Este error sólo se mantiene
por no remontarse suficientemente en la serie de observaciones
políticas, por no examinar con la debida profundidad los
hechos generales, o, mejor dicho, por no haber fundamentado
los razonamientos políticos en hechos históricos De otro
modo no cabria el error de tomar una modificación del sistema
social, una modificación que ya ha tenido todas sus
consecuencias, y que no puede desempeñar ya ningún papel,
por un verdadero cambio de dicho sistema.
Los legistas y los metafísicos suelen
tomar la forma por el fondo y las palabras por cosas. De ahí
la idea generalmente admitida de la multiplicidad casi
infinita de los sistemas políticos. Pero, en la práctica, no
hay, ni puede haber, más que dos sistemas de organización
social realmente distintos, el sistema feudal o militar y el
sistema industrial; y en lo espiritual, un sistema de
creencias y un sistema de demostraciones positivas. Toda la
historia de la especie humana civilizada se reparte
necesariamente entre estos dos grandes sistemas de sociedad.
No existen, en efecto, para una nación o para un individuo,
más que dos fines de su actividad: la conquista o el trabajo,
a los que corresponden, en el orden espiritual, las creencias
ciegas o las demostraciones científicas, es decir, basadas en
observaciones positivas. Ahora bien, es preciso que el fin de
la actividad general cambie realmente el sistema social. Todos
los demás perfeccionamientos, por importantes que puedan ser,
son simples modificaciones, es decir, cambios de forma y no de
sistema. La metafísica puede hacer ver las cosas de un modo
diferente por la desdichada aptitud que confiere para
confundir lo que debe ser distinto y para distinguir lo que
debe confundirse. (...)
(De El Sistema Industrial)
He recibido la misión de arrebatar los
poderes políticos al clero, a la nobleza y al orden judicial
para entregárselos a los industriales: llevaré a cabo esta
misión, cualesquiera que fueren los obstáculos que se pongan
en mi camino y aunque el mismo poder real, ciego en lo que se
refiere a sus verdaderos intereses, tratara de oponerse.
Es la filosofía la que ha creado las más
importantes instituciones políticas; sólo ella posee poderes
suficientes para arrinconar las instituciones envejecidas y
para formar otras nuevas que se basen en una doctrina
perfeccionada.
Señor, toda institución política halla
justificación en los servicios que presta a la mayoría de la
sociedad y por consiguiente a la clase más pobre.
Si las instituciones del clero, de la
nobleza y del orden judicial han durado un gran número de
años, si han tenido fuerza, es porque durante mucho tiempo
rindieron importantes servicios a la mayoría de la nación.
Antes de que el uso de las armas de fuego
se perfeccionara y extendiera de forma general, la fuerza
militar consistía principalmente en los hombres de armas; los
hombres de armas eran, de toda la sociedad, los que
desempeñaban el oficio más peligroso y cansado.
Ahora bien, tal estado estaba reservado a
los nobles. En aquella época, cuando todas las naciones eran
fundamentalmente guerreras, ¡ay de aquélla cuya casta
militar no fuera valiente, bien adiestrada y movida por el
amor a la gloria! Bayard fue, en su época, el hombre más
útil para su país. Este héroe era un verdadero protector de
la industria, en una época en que los industriales no estaban
capacitados para defenderse personalmente. Innumerables veces
preservó a los tranquilos habitantes de nuestros campos de
los desastres que les amenazaban; pero aún hizo más:
introdujo en el espirito militar una especie de civilización
y moderación; fue, en todo momento, un modelo de lealtad y
entrega y legó a sus compatriotas la más útil de las
herencias con que un ciudadano puede enriquecer a su patria:
el recuerdo de sus virtudes, recuerdo que nos permite apreciar
hoy en su justo valor los servicios que Bonaparte y sus
ambiciosos lugartenientes rindieron a Francia.
Paso al examen de lo que respecta al clero.
Fueron los monjes los que conservaron los manuscritos griegos
y romanos; fue el clero católico el que civilizó a Europa.
El célebre Hume, que era protestante y que por consiguiente
no puede ser considerado como sospechoso al respecto, lo
declara formal y positivamente en su Historia de Inglaterra. Y
este autor es indudablemente el mejor de los historiadores
modernos.
El clero ha prestado servicios importantes
a las clases más humildes de la sociedad en la medida en que
ha predicado a los ricos y poderosos las obligaciones
impuestas por Dios y la moral. ¿Quién podría negar que
Fénelon, Massillon, Fléchier y Bourdaloue fueron celosos y
útiles defensores de los derechos del pueblo? Bossuet es
quizá el hombre que más eficazmente contribuyó a preparar
la revolución. Dijo, y repitió con una elocuencia que
mereció la atención general, que los hombres eran iguales
tras su muerte. Esto llevó a examinar cuál era la diferencia
que debía existir entre ellos durante su vida terrestre.
En lo que se refiere al orden judicial,
gracias a su labor hemos conseguido la supresión de las
justicias que eran origen de un sinnúmero de vejaciones para
las clases más humildes del pueblo.
Tras haber dotado a toda Francia de la
justicia real, los legistas han rendido, en numerosas
ocasiones, importantes servicios a la clase adecuada: hemos
visto cómo más de una vez los parlamentos luchaban contra
los reyes para defender los derechos de la nación;
especialmente han demostrado una gran energía al oponerse a
las ambiciones del poder papal.
Si en la actualidad, señor, el clero, la
nobleza y el orden judicial carecen de fuerza es porque tales
instituciones no son ya de utilidad para la nación, no rinden
servicio a las clases más humildes de la sociedad.
Y en efecto, los nobles, que antaño se
entregaron al oficio más laborioso, constituyen en la
actualidad la clase más desocupada y, por consiguiente, la de
peor ejemplo para la sociedad.
Desde el descubrimiento de la pólvora, la
educación militar no es ya una educación especial; tras 15
días de prácticas todo hombre sabe manejar un fusil, y tras
dos o tres campañas se siente capaz de desempeñar las
funciones de general, con tal de que posea gran audacia y un
poco de inteligencia; mientras que antaño hacían falta
veinte años de trabajo para que un caballero aprendiera a
romper adecuadamente una lanza.
Por otra parte, el espíritu nacional ha
cambiado totalmente de dirección. Antes de la revolución era
fundamentalmente militar; y todavía lo fue accidentalmente,
y, en cierto modo, forzadamente, durante parte de la
revolución; pero hoy se ha convertido definitivamente en
industrial. De forma que todas nuestras guerras serán ya
exclusivamente defensivas; incluso es posible que muy pronto
ni siquiera éstas tengan cabida, ya que la revolución que se
ha realizado en el espíritu nacional francés se efectúa
diariamente en las naciones vecinas, que tienden a hacerse
pacificas, convencidas de que ése es el único medio para
ellas de librarse de los poderes arbitrarios que todavía las
tienen sojuzgadas.
En lo que se refiere al clero se ha
convertido para el pueblo en una carga sin beneficios: en el
actual estado de cosas cuesta todavía mucho dinero a la clase
más humilde de la sociedad; y todas sus predicaciones tienen
por objeto sentar que los pobres deben obediencia ciega a los
ricos y a los privilegiados, los cuales, por su parte, deben
obedecer ciegamente en primer lugar al Papa y después a los
reyes.
Desde la vuelta de la Casa de Borbón no
hemos oído hablar de ningún predicador que se ocupara de
recordar a la familia real sus deberes frente a la nación;
ahora bien, es evidente que el pueblo francés no puede
conceder ningún tipo de confianza a una corporación
eclesiástica que hace estribar toda la moral en la obediencia
de la nación a sus príncipes y que no se ocupa por
establecer, en el mismo sentido, las obligaciones de los
príncipes frente a la nación.
También el orden judicial ha perdido la
estima de los franceses, en mayor medida todavía que el clero
y la nobleza. Casi todos los jueces se han convertido en
instrumentos del poder; y hoy, la inmensa mayoría de los
presidentes y procuradores del rey profesan, en pleno
tribunal, opiniones absolutamente contrarias a los derechos y
a los intereses de la nación.
Por último, señor, os diría, para
completar esta recapitulación, que si el clero, la nobleza y
el orden judicial subsisten todavía, aunque no son ya
instituciones útiles a la sociedad, aunque, por el contrario,
graviten sobre la inmensa mayoría de la nación, es porque
han sido mal atacadas, es porque no se han llevado a cabo las
operaciones necesarias para terminar con su influencia
Este tercer examen, merece, señor, toda
vuestra atención y me tomo la libertad de animaros a
reflexionar sobre ello.
En primer lugar, es evidente, por una
parte, que las instituciones del clero, de la nobleza y del
orden judicial han sido sucesivamente atacadas por los
filósofos del siglo XVIII, por la Asamblea Constituyente y
por la Convención Nacional, y, por otra parte, que estas
instituciones subsisten todavía, de donde se deriva que han
sido mal atacadas. Se trata ahora de determinar claramente y
en pocas palabras cuáles han sido las faltas cometidas por
los atacantes, y de qué forma los industriales deben realizar
esta acción para derrotarlas de una forma completa, decisiva
y definitiva.
Los esfuerzos filosóficos de los
escritores del siglo XVIII para liberar a la sociedad de las
instituciones del clero, de la nobleza y del orden judicial
han obtenido brillantes y rápidos éxitos; pero dichos
éxitos han sido muy incompletos, como también lo habían
sido los ataques: toda la operación se había llevado a cabo
entre la vanguardia filosófica y los privilegiados.
Afirmo, señor, que el ataque de los
escritores del siglo XVIII ha sido brillante, que ha obtenido
un rápido éxito, porque ha merecido la atención de toda
Europa, y que se ha visto seguido casi inmediatamente por la
insurrección de la nación contra los privilegiados.
Pero afirmo que dicho ataque ha obtenido un
éxito incompleto, porque las instituciones del clero, de la
nobleza y del orden judicial, tras haber sido enterradas, han
resucitado y tienden a instaurarse de nuevo en nuestros días.
Digo que el ataque ha sido incompleto porque el razonamiento
esgrimido fue que el clero, la nobleza y el orden judicial
eran instituciones que, en todas las épocas, habían actuado
de forma perjudicial para los intereses de la nación, lo que
es falso, y también porque los atacantes se conformaron con
demostrar que dichas instituciones no guardaban ninguna
relación con el estado del progreso y de la civilización,
sin preocuparse por demostrar cuáles eran las instituciones
que debían sustituirlas.
Digo, por último, que este ataque fue
llevado a cabo exclusivamente por la vanguardia, porque fueron
los escritores quienes desempeñaron el papel principal en
esta operación, y los sabios, es decir, la Academia de las
Ciencias, no se comprometió verdaderamente en el ataque.
Hasta aquí, señor, el análisis del
primer ataque: paso a analizar el segundo.
La Asamblea Constituyente quiso librar a la
sociedad del clero, de la nobleza y del orden judicial. Para
alcanzar tal finalidad hizo uso de su poder constituyente y
declaró que la nobleza, el clero y el poder judicial quedaban
suprimidos, en tanto que corporaciones encargadas de
administrar los asuntos generales; pero al no sustituir la
Asamblea Constituyente la acción política ejercida por los
privilegiados, por otra acción, se encontró con que las
instituciones que había pretendido suprimir no quedaron
suspendidas.
La Convención se dio cuenta de la falta
cometida por la Asamblea Constituyente; quiso repararla pero
utilizó un mal método. Se dio cuenta de que era preciso
sustituir las instituciones del clero, de la nobleza y del
orden Judicial por otras instituciones; pero en vez de
sustituirlas por instrumentos más adecuados al actual estado
de las luces y de la civilización, trató de hacer revivir
las instituciones de los romanos que resultaban, con respecto
a la civilización actual, mucho más atrasadas que las del
feudalismo.
Estas son, señor, las principales faltas
cometidas en los tres ataques más importantes que se han
dirigido contra las instituciones del clero, de la nobleza y
del orden judicial.
El único medio de aniquilar esas
instituciones consiste en sustituirlas por otras más
adecuadas al estado de conocimientos adquiridos y a los
hábitos contraídos.
Es preciso organizar una nueva doctrina: la
antigua había basado la moral en creencias; la nueva debe
basarla en la demostración de que todo lo que es útil a la
especie es útil a los individuos y recíprocamente, todo lo
que es útil al individuo lo es también a la especie; y el
nuevo código moral debe ser integrado por aplicaciones de
este principio general a todos los posibles casos
particulares.
La antigua doctrina había constituido la
sociedad en interés de los gobernantes; la nueva debe crear
una asociación en interés de la mayoría de los asociados.
La antigua doctrina encargaba fundamentalmente a los
gobernantes que mandaran; la nueva debe atribuirles como
principal condición la buena administración, debe encargar a
la clase de ciudadanos más capacitada administrativamente que
dirija los asuntos públicos.
La antigua doctrina había construido en un
principio el orden judicial para explotar una rama de los
ingresos señoriales; la nueva debe determinar que la
principal función de los jueces consiste en conciliar a las
partes.
Por último, el antiguo código civil tuvo
por objeto asegurar, en la medida más amplia posible, las
propiedades en manos de las familias que las poseían, y el
nuevo debe proponerse un fin absolutamente contrario, el de
facilitar a todos aquellos cuyos trabajos son útiles para la
sociedad, los medios de convertirse en propietarios.
Señor, como resultado final del proceso de
la civilización hasta nuestros días, las instituciones del
clero, de la nobleza y del orden judicial se hallan sometidas
al examen de la filosofía positiva: de sus manos saldrán
necesariamente reducidas a polvo. La filosofía positiva
impondrá silencio a los leguleyos políticos: otorgará a la
fuerza industrial todos los poderes que las instituciones
teológicas y feudales han ejercido, y cuya conservación
podrá ser útil para el mantenimiento del orden; relegará
las viejas instituciones a un pasado político que ya no ha de
volver; y allí figurarán con los mismos derechos que la
división de los lacedemonios en Esparciatas e Ilotas, que la
de los romanos en patricios y plebeyos, y que la de nuestra
nación en francos y galos.
La función de los industriales
(De El Sistema Industrial)
Para evitar las desgracias que
inevitablemente sobrevendrían si el gran movimiento moral,
imprescindible en estos momentos, fuera dirigido por jacobinos
o por bonapartistas.
Para evitar los inconvenientes de tener que
repetir el trabajo, lo que sucedería inevitablemente si el
movimiento de opinión fuera dirigido por los militares o por
los legistas.
Hay que presentar a la nación perspectivas
claras sobre los modos de garantizar la prosperidad de la
agricultura, del comercio y de la industria.
Hay que tomar medidas para garantizar
trabajo a la clase numerosa para quien el trabajo de sus manos
es el único modo de existencia. (...)
Nunca he dicho, nunca he pensado, que los
industriales merezcan toda la consideración social y deban
desempeñar todos los cargos públicos. Una persona que
adoptara tal concepción como base del sistema político me
parecería un ignorante y un loco. Mi idea es completamente
diferente de la que me atribuís tan injustamente, ya que
nunca la he formulado en mis escritos. Voy a explicaros, de
nuevo, la concepción que ya he expuesto en mi folleto,
afirmando que debe servir de base al nuevo sistema político.
En el actual estado de ilustración, y como
la consecuencia más general e inmediata de dicha
ilustración, la nación desea prosperar por medio de una
actividad agrícola, industrial, y de comercio. Ahora bien, es
evidente que la forma más segura de hacer progresar la
agricultura, el comercio y la industria consiste en confiar a
los agricultores, a los comerciantes y a los fabricantes la
tarea de dirigir la administración de los asuntos públicos,
es decir, la tarea de elaborar el presupuesto, ya que son
ellos ciertamente los que mejor conocen lo que es útil, así
como lo que es perjudicial a sus intereses.
Esto es lo que yo pienso, esto es lo que he
dicho, esto es lo que yo he repetido, esto es lo que
demostraré ante el rey y la Nación. Este es, en una palabra,
el principio que intento hacer adoptar y que estoy seguro que
admitirán todos ellos, en una época no lejana, y sin
utilizar más medios que el de la persuasión.
Y de este principio, al que podríamos
calificar de axioma, no se desprende que los agricultores, los
comerciantes y los fabricantes deban acaparar toda la
consideración pública y ocupar todos los cargos del
gobierno.
Haced el esfuerzo de reflexionar en la
conducta que necesariamente habrá de seguir (es decir, si
actúa de acuerdo con sus intereses) la comisión formada por
los industriales, encargada de elaborar el presupuesto, y
llegaréis, por propia iniciativa, al convencimiento de que
dicha comisión se apresurará a garantizar los fondos
necesarios para activar todos los trabajos útiles a la
agricultura, a la industria y al comercio y que anulará, con
la mayor rapidez posible, todos los gastos inútiles o
perjudiciales para las principales ramas de la industria.
Ahora bien, es evidente que todos los
trabajos útiles para la agricultura, la industria y el
comercio son útiles para la sociedad, mientras que todos los
trabajos inútiles o perjudiciales para la industria son
inútiles para la sociedad en general, o le son perjudiciales.
Todos los ciudadanos entregados a tareas
útiles a la sociedad debieran desear que fueran los
industriales los encargados de elaborar el presupuesto; pues
son los más interesados de todos en el perfeccionamiento de
la moral pública y privada, así como en el establecimiento
de las leyes necesarias para impedir los desórdenes, y
sienten mejor que nadie la utilidad de las ciencias positivas
y de los servicios que las Bellas Artes proporcionan a la
sociedad; pues son los más capaces, los únicos capaces de
distribuir entre los miembros de la sociedad la consideración
y las recompensas nacionales, de la forma más conveniente,
para que cada cual reciba lo que en Justicia corresponde a sus
méritos.
Sería una inquietud mal fundada el temer
que los industriales aprovecharan el hecho de ser los
encargados de elaborar el presupuesto para acaparar los
puestos del gobierno. Tal temor carecería de fundamento;
primero, porque tales empleos les estarían supeditados cuando
fueran ellos los encargados de la dirección general de la
administración pública; segundo, porque después de haber
hecho las reformas necesarias, las grandes empresas de la
industria serían infinitamente más lucrativas que los
principales puestos del gobierno; tercero, porque los
industriales se sentirían menos dispuestos a defender a los
cargos del gobierno que los que están habituados a este tipo
de trabajo.
En fin, mi idea es sumamente simple. Digo:
Mientras la nación basó su progreso en la
guerra y en las conquistas, los militares constituyeron la
primera clase de la sociedad; son ellos los que dirigieron los
asuntos públicos, y así, en efecto, ocurrieron las cosas en
aquella época. Hoy, cuando la nación quiere prosperar por
medio de labores pacíficas, son los industriales los que
deben constituir la primera clase de la sociedad, son ellos
quienes deben dirigir los asuntos públicos; son ellos, en una
palabra, los que deben elaborar el presupuesto.
El sistema militar no era exclusivo, ya que
los militares fomentaban los trabajos que les eran útiles; el
sistema industrial no será más exclusivo que el feudal,
será incluso menos, ya que todos los trabajos que tienden a
mejorar la suerte de la especie humana serán considerados
útiles por los industriales.
Henri de Saint-Simon:
(1965): La
Physiologie Sociale. Textos recogidos por G. Gurvitch.
París: PUF.
— (1975): El Sistema Industrial.
Trad. de A. Méndez. Madrid: Revista de Trabajo.
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