Titulo: Lecturas de teoría
sociológica clásica
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica
Curso 2000-2001
TEMA
2. La
Ilustración
Montesquieu
Jean-Jacques Rousseau
TEMA
3.
El saber enciclopédico: Hegel
TEMA
4.
El ideal del industrialismo: Saint-Simon
TEMA
5.
El positivismo: Comte
TEMA
6.
El evolucionismo universal: Spencer
TEMA
7.
Antiguo Régimen y Revolución: Tocqueville
TEMA
8.
La teoría social en Karl Marx
TEMA
9.
Socialistas, marxistas y anarquistas
TEMA
10. El
evolucionismo clásico y el darwinismo social
Tema 8. La teoría social en Karl Marx
La producción de los valores de uso y la
producción de la plusvalía
Proceso de trabajo y proceso de
valorización
El uso de la fuerza de trabajo es el trabajo
mismo. El comprador de la fuerza de trabajo la consume
haciendo trabajar a su vendedor. Con ello este estímulo llega
a ser actu [efectivamente] lo que antes era sólo potentia
[potencialmente]: fuerza de trabajo que se pone en
movimiento a sí misma, obrero. Para representar su
trabajo en mercancías, debe ante todo representarlo en valores
de uso, en cosas que sirvan para la satisfacción
de las necesidades de cualquier índole. El capitalista, pues,
hace que el obrero produzca un valor de uso especial, un artículo
determinado. La producción de valores de uso, o bienes, no
modifica su naturaleza general por el hecho de efectuarse para
el capitalista y bajo su fiscalización. De ahí que en un
comienzo debamos investigar el proceso de trabajo prescindiendo
de la forma social determinada que asuma.
El trabajo es, en primer lugar, un proceso
entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre
media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El
hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder
natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que
pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos,
a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo
una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de
ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y
transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza.
Desarrolla las potencias que dormitaban en ella y sujeta a su
señorío el juego de fuerzas de la misma. No hemos de
referirnos aquí a las primeras formas instintivas, de índole
animal, que reviste el trabajo. La situación en que el obrero
se presenta en el mercado, como vendedor de su propia fuerza
de trabajo, ha dejado atrás, en el trasfondo lejano de los
tiempos primitivos, la situación en que el trabajo humano no
se había despojado aún de su primera forma instintiva.
Concebimos el trabajo bajo una forma en la cual pertenece
exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que
recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la
construcción de las celdillas de su panal, a más de un
maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor
maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha
modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la
cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado
que antes del comienzo de aquél ya existía en la
imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no sólo
efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural, al
mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo, objetivo que él
sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su
accionar y al que tiene que subordinar su voluntad. Y esta
subordinación no es un acto aislado. Además de esforzar los
órganos que trabajan, se requiere del obrero, durante todo el
transcurso del trabajo, la voluntad orientada a un fin, la
cual se manifiesta como atención. Y tanto más se requiere
esa atención cuanto menos, pues disfrute el obrero de dicho
trabajo como de un juego de sus propias fuerzas físicas y
espirituales.
Los elementos simples del proceso laboral,
son la actividad orientada a un fin—o sea el trabajo mismo—,
su objeto y sus medios.
La tierra (la cual, económicamente
hablando, incluye también el agua), en el estado originario
en que proporciona al hombre, víveres, medios de subsistencia
ya listos para el consumo, existe sin intervención de aquél
como el objeto general del trabajo humano. Todas las cosas que
el trabajo se limita a desligar de su conexión directa con la
tierra son objetos de trabajo preexistentes en la naturaleza.
Así, por ejemplo, el pez al que se captura separándolo de su
elemento vital, del agua; la madera derribada en la selva
virgen; el mineral arrancado del filón. En cambio, si el
objeto de trabajo, por así decirlo, ya ha pasado por el
filtro de un trabajo anterior, lo denominamos materia prima.
Por ejemplo, el mineral ya desprendido de la veta, y al que se
somete a un lavado. Toda materia prima es objeto de trabajo,
pero no todo objeto de trabajo es materia prima. El objeto de
trabajo sólo es materia prima cuando ya ha experimentado una
modificación mediada por el trabajo.
El medio de trabajo es una cosa o conjunto
de cosas que el trabajador interpone entre él y el objeto de
trabajo y que le sirve como vehículo de su acción sobre
dicho objeto. El trabajador se vale de las propiedades
mecánicas, físicas y químicas de las cosas para hacerlas
operar, conforme al objetivo que se ha fijado, como medios de
acción sobre otras cosas. El objeto del cual el trabajador se
apodera directamente—prescindiendo de la aprehensión de
medios de subsistencia prontos ya para el consumo, como por
ejemplo frutas, caso en que sirven como medios de trabajo los
propios órganos corporales de aquél—no es objeto de
trabajo, sino medio de trabajo. De esta suerte lo natural
mismo se convierte en órgano de su actividad, en órgano que
el obrero añade a sus propios órganos corporales,
prolongando así, a despecho de la Biblia, su estatura
natural. La tierra es, a la par que su despensa originaria, su
primer arsenal de medios de trabajo. Le proporciona, por
ejemplo, la piedra que arroja, con la que frota, golpea,
corta, etc. La tierra misma es un medio de trabajo, aunque
para servir como tal en la agricultura presupongo a su vez
toda una serie de otros medios de trabajo y un desarrollo
relativamente alto de la fuerza laboral. Apenas el proceso
laboral se ha desarrollado hasta cierto punto, requiere ya
medios de trabajo productos del trabajo mismo. En las más
antiguas cavernas habitadas por el hombre encontramos
instrumentos y armas líticos. Junto a las piedras, maderas,
huesos y conchas labrados, desempeña el papel principal como
medio de trabajo el animal domesticado, criado a tal efecto, y
por tanto ya modificado el mismo por el trabajo. El uso y la
creación de medios de trabajo, aunque en germen se presenten
en ciertas especies animales, caracterizan el proceso
específicamente humano de trabajo, y de ahí que Franklin
defina al hombre como "a toolmaking animal", un
animal que fabrica herramientas. La misma importancia que
posee la estructura de los huesos fósiles, para conocer la
organización de especies animales extinguidas, la tienen los
vestigios de medios de trabajo para formarse un juicio acerca
de formaciones económico-sociales perimidas. Lo que
diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino
cómo con qué medios de trabajo se hace. Los medios de
trabajo no sólo son escalas graduadas que señalan el
desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo humana, sino
también indicadores de las relaciones sociales bajo las
cuales se efectúa ese trabajo. Entre los medios de trabajo
mismos, aquellos cuya índole es mecánica, y a cuyo conjunto
se le puede denominar sistema óseo y muscular de la
producción, revelan características mucho más definitorias
de una época de producción social que los medios de trabajo
que sólo sirven como recipientes del objeto de trabajo—por
ejemplo, tubos, toneles, cestos, jarras, etc.—y a los que
podríamos llamar, en su conjunto y de manera harto genérica,
sistema vascular de la producción. Tan sólo en la industria
química desempeñan estos últimos un papel de gran
importancia.
En un sentido amplio, el proceso laboral
cuenta entre sus medios —además de las cosas que median la
acción del trabajo sobre su objeto, y que sirven por ende de
una u otra manera como vehículos de la actividad—con las
condiciones objetivas requeridas en general para que el
proceso acontezca. No se incorporan directamente al proceso,
pero sin ellas éste no puede efectuarse o sólo puede
realizarse de manera imperfecta. El medio de trabajo general
de esta categoría es, una vez más, la tierra misma, pues
brinda al trabajador, el locus standi [lugar donde
estar] y a su proceso el campo de acción (field of
employment). Medios de trabajo de este tipo, ya mediados
por el trabajo, son por ejemplo los locales en que se labora,
los canales, caminos, etcétera.
En el proceso laboral, pues, la actividad
del hombre, a través del medio de trabajo, efectúa una
modificación del objeto de trabajo procurada de antemano. El
proceso se extingue en el producto. Su producto es un valor en
uso, un material de la naturaleza adaptado a las necesidades
humanas mediante un cambio de forma. El trabajo se ha
amalgamado a su objeto. Se ha objetivado, y el objeto ha sido
elaborado. Lo que en el trabajador aparecía bajo la forma de
movimiento, aparece ahora en el producto como atributo en
reposo, bajo la forma del ser. El obrero hiló, y su producto
es un hilado.
Si se considera el proceso global desde el
punto de vista de su resultado, del producto, tanto el medio
de trabajo como el objeto de trabajo se pondrán de manifiesto
como medios de producción, y el trabajo mismo como trabajo
productivo.
Cuando un valor de uso egresa, en cuanto
producto, del proceso de trabajo, otros valores de uso,
productos de procesos laborales anteriores, ingresan en él en
cuanto medios de producción. El mismo valor de uso que es el
producto de este trabajo, constituye el medio de producción
de aquel otro. Los productos, por consiguiente, no sólo son
resultado, sino a la vez condición del proceso de trabajo.
Si se exceptúa la industria extractiva,
que ya encuentra en la naturaleza su objeto de trabajo—como
la minería, caza, pesca, etc. (y la agricultura sólo cuando
se limita a roturar tierras vírgenes)—, todos los ramos de
la industria operan con un objeto que es materia prima, esto
es, con un objeto de trabajo ya filtrado por la actividad
laboral, producto él mismo del trabajo. Así ocurre, por
ejemplo, con la simiente en la agricultura. Animales y plantas
que se suele considerar como productos naturales, no sólo son
productos, digamos, del trabajo efectuado durante el año
anterior, sino, en sus formas actuales, productos de un
proceso de transformación proseguido durante muchas
generaciones, sujeto al control humano y mediado por el
trabajo del hombre. En lo que respecta, sin embargo, a los
medios de trabajo, la parte abrumadoramente mayor de los
mismos muestra, aun a la mirada más superficial, la huella de
un trabajo pretérito.
La materia prima puede constituir la
sustancia primordial de un producto o entrar tan sólo como
material auxiliar en su composición. El material auxiliar es
consumido por el medio de trabajo, como el carbón en el caso
de la máquina de vapor, el aceite por la rueda, el heno por
el caballo de tiro, o se incorpora a la materia prima para
provocar una transformación material, como el cloro a la tela
cruda, el carbón al hierro, la tintura a la lana, o coadyuva
a la ejecución misma de la actividad laboral, como por
ejemplo las sustancias empleadas para iluminar y caldear el
local de trabajo. La diferencia entre material primordial y
material auxiliar se desvanece en la industria química
propiamente dicha puesto que ninguna de las materias primas
empleadas reaparece como sustancia del producto.
Como todas las cosas tienen propiedades
múltiples y son, por tanto susceptibles de diversas
aplicaciones útiles, el mismo producto puede servir como
materia prima de muy diferentes procesos de trabajo. Los
cereales, pongamos por caso, son materia prima para el
molinero, el fabricante de almidón, el destilador, el
ganadero, etc. Como simiente se convierten en materia prima de
su propia producción. De modo análogo, el carbón egresa de
la industria minera como producto e ingresa como medio de
producción en la misma.
El mismo producto puede servir de medio de
trabajo y materia prima en un mismo proceso de producción. En
el engorde de ganado, por ejemplo, donde el animal, la materia
prima elaborada, es al propio tiempo un medio para la
preparación de abono.
Un producto que existe en una forma ya
pronta para el consumo puede reconvertirse en materia prima de
otro producto, como ocurre con la uva materia prima del vino.
O bien el trabajo puede suministrar su producto bajo una forma
en la cual sólo es utilizable nuevamente como materia prima.
Bajo ese estado, la materia prima se denomina producto
semielaborado—seria mejor llamarla producto intermedio—,
como es el caso del algodón, la hebra, el hilo, etc. Aunque
en si misma ya es producto, es posible que la materia prima
originaria se vea obligada a recorrer toda una gradación de
diversos procesos en los cuales, bajo una figura
constantemente modificada, funciona siempre como materia
prima, hasta el último proceso laboral que la expele como
medio de subsistencia terminado o como medio de trabajo pronto
para su uso.
Como vemos, el hecho de que un valor de uso
aparezca como materia poma, medio de trabajo o producto,
depende por entero de su función determinada en el proceso
laboral, del lugar que ocupe en el mismo, con el cambio de ese
lugar cambian aquellas determinaciones.
En virtud de su ingreso como medios de
producción en nuevos procesos de trabajo, los productos
pierden el carácter de tales. Funcionan tan sólo como
factores objetivos del trabajo vivo. El hilandero opera con el
huso sólo como instrumento por cuyo medio hila, y con el lino
sólo como el objeto con el cual realiza esa acción. No se
puede hilar sin el material correspondiente y sin un huso. Por
consiguiente, al iniciarse el acto de hilar está presupuesta
la existencia de esos productos. Pero en ese proceso mismo es
tan indiferente que el lino y el huso sean productos de un
trabajo pretérito, como en el acto de la alimentación es
indiferente que el pan sea el producto del trabajo pretérito
campesino, el molinero, el panadero, etc. A la inversa. Si en
el proceso laboral los medios de producción ponen en
evidencia su condición de productos de un trabajo precedente,
esto ocurre debido a sus defectos. Un cuchillo que no corta,
un hilo que a cada momento se rompe, hacen que se recuerde
enérgicamente al cuchillero A y al hilandero E. En el
producto bien logrado se ha desvanecido la mediación de sus
propiedades de uso por parte del trabajo pretérito.
Una máquina que no presta servicios en el
proceso de trabajo es inútil. Cae, además, bajo la fuerza
destructiva del metabolismo natural. El hierro se oxida, la
madera se pudre. El hilo que no se teje o no se devana, es
algodón echado a perder. Corresponde al trabajo vivo
apoderarse de esas cosas, despertarlas del mundo de los
muertos, transformarlas de valores de uso potenciales en
valores de uso efectivos y operantes. Lamidas por el fuego del
trabajo, incorporadas a éste, animadas para que desempeñen
en el proceso las funciones acordes con su concepto y su
destino, esas cosas son consumidas, sin duda, pero con un
objetivo, como elementos en la formación de nuevos valores de
uso, de nuevos productos que, en cuanto medios de
subsistencia, son susceptibles de ingresar al consumo
individual o, en calidad de medios de producción, a un nuevo
proceso de trabajo.
Por tanto, si bien los productos existentes
no son sólo resultado, sino también condiciones de
existencia para el proceso de trabajo, por otra parte el que
se los arroje en ese proceso, y por ende su contacto con el
trabajo vivo, es el único medio para conservar y realizar
como valores de uso dichos productos del trabajo pretérito.
El trabajo consume sus elementos
materiales, su objeto y sus medios, los devora, y es también,
por consiguiente, proceso de consumo. Ese se distingue, pues,
del consumo individual en que el último consume los
productos en cuanto medios de subsistencia del individuo vivo,
y el primero en cuanto medios de subsistencia del trabajo, de
la fuerza de trabajo de ese individuo puesta en acción. El
producto del consumo individual es, por tanto, el consumidor
mismo; el resultado del consumo productivo es un producto que
se distingue del consumidor.
En la medida en que sus medios y su objeto
mismos son ya productos, el trabajo consume productos para
crear productos, o usa unos productos en cuanto medios de
producción de otros. Pero así como el proceso de trabajo en
un origen, transcurría únicamente entre el hombre y la
tierra, la cual existía al margen de la intervención de
aquél, en la actualidad siguen prestando servicios en ese
proceso medios de producción brindados enteramente por la
naturaleza y que no representan ninguna combinación de
materiales de la naturaleza y trabajo humano.
El proceso de trabajo, tal como lo hemos
presentado en sus elementos simples y abstractos, es una
actividad orientada a un fin, el de la producción de valores
de uso, apropiación de lo natural para las necesidades
humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y
la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y
por tanto independiente de toda forma de esa vida, y común,
por el contrario, a todas sus formas de sociedad. No
entendimos necesario, por ello, presentar al trabajador en la
relación con los demás trabajadores. Bastaba con exponer al
hombre y su trabajo de una parte; a la naturaleza y sus
materiales, de la otra. Del mismo modo que por el sabor del
trigo no sabemos quién lo ha cultivado, ese proceso no nos
revela bajo qué condiciones transcurre, si bajo el látigo
brutal del capataz de esclavos o bajo la mirada ansiosa del
capitalista, si lo ha ejecutado Cincinato cultivando su par de
iugera [yugadas] o el salvaje que voltea una bestia de
una pedrada.
Pero volvamos a nuestro capitalista in
spe [aspirante a capitalista]. Hablamos perdido sus pasos
después que él adquiera en el mercado todos los factores
necesarios para efectuar un proceso laboral: los factores
objetivos o medios de producción, y el factor subjetivo o
fuerza de trabajo. Con su penetrante ojo de experto, ha
escogido los medios de producción y fuerzas de trabajo
adecuados para su ramo particular: hilandería, fabricación
de calzado, etcétera. Nuestro capitalista procede entonces a
consumir la mercancía por él adquirida, la fuerza de
trabajo, esto es, hace que el portador de la misma, el obrero,
consuma a través de su trabajo los medios de producción. La
naturaleza general del proceso laboral no se modifica,
naturalmente, por el hecho de que el obrero lo ejecute para el
capitalista, en vez de hacerlo para si. Pero en un principio
tampoco se modifica, por el mero hecho de que se interponga el
capitalista, la manera determinada en que se hacen botas o se
hila. En un comienzo el capitalista tiene que tomar la fuerza
de trabajo como la encuentra, preexistente, en el mercado, y
por tanto también su trabajo tal como se efectuaba en un
período en el que aún no habla capitalistas. La
transformación del modo de producción mismo por medio de la
subordinación del trabajo al capital, sólo puede acontecer
más tarde y es por ello que no habremos de analizarla sino
más adelante.
El proceso de trabajo, en cuanto proceso en
que el capitalista consume la fuerza del trabajo, muestra
dos fenómenos peculiares.
El obrero trabaja bajo el control del
capitalista, a quien pertenece el trabajo de aquél. El
capitalista vela porque el trabajo se efectúe de la debida
manera y los medios de producción se empleen con arreglo al
fin asignado, por tanto para que no se desperdicie materia
prima y se economice el instrumento de trabajo, o sea que
sólo se desgaste en la medida en que lo requiera su uso en el
trabajo.
Pero, en segundo lugar, el producto es
propiedad del capitalista, no del productor directo, del
obrero. El capitalista paga, por ejemplo, el valor diario de
la fuerza de trabajo. Por consiguiente, le pertenece su uso
durante un día, como le pertenecería el de cualquier otra
mercancía—por ejemplo un caballo—que alquilara por el
término de un día. Al comprador de la mercancía le
pertenece el uso de la misma, y, de hecho, el poseedor de la
fuerza de trabajo sólo al entregar su trabajo entrega el
valor de uso vendido por él. Desde el momento en que el
obrero pisa el taller del capitalista, el valor de uso de su
fuerza de trabajo, y por tanto su uso, el trabajo, pertenece
al capitalista. Mediante la compra de la fuerza de trabajo, el
capitalista ha incorporado la actividad laboral misma, como
fermento vivo, a los elementos muertos que componen el
producto, y que también le pertenecen. Desde su punto de
vista el proceso laboral no es más que el consumo de la
mercancía fuerza de trabajo, comprada por él, y a la que sin
embargo sólo puede consumir si le adiciona medios de
producción. El proceso de trabajo es un proceso entre cosas
que el capitalista ha comprado, entre cosas que le pertenecen.
De ahí que también le pertenezca el producto de ese proceso,
al igual que el producto del proceso de fermentación
efectuado en su bodega.
El producto—propiedad del capitalista—es
un valor de uso, hilado, botines, etc. Pero aunque los
botines, por ejemplo, en cierto sentido constituyen la base
del progreso social y nuestro capitalista sea un progresista a
carta cabal, no fabrica los botines por si mismos. En la
producción de mercancías, el valor de uso no es, en general,
la cosa qu'on aime pour ellemême [que se ama por sí
misma]. Si aquí se producen valores de uso es únicamente
porque son sustrato material, portadores del valor de cambio,
y en la medida en que lo son. Y para nuestro capitalista se
trata de dos cosas diferentes. En primer lagar, el capitalista
quiere producir un valor de uso que tenga valor de cambio, un
articulo destinado a la venta, una mercancía. Y en segundo
lugar quiere producir una mercancía cuyo valor sea mayor que
la suma de los valores de las mercancías requeridas para su
producción, de los medios de producción y de la fuerza de
trabajo por los cuales él adelantó su dinero contante y
sonante en el mercado. No sólo quiere producir un valor de
uso, sino una mercancía no sólo un valor de uso, sino un
valor, y no sólo valor, sino además plusvalor.
En realidad, como se trata aquí de la
producción de mercancías, es obvio que nos hemos limitado a
tratar sólo un aspecto del proceso. Así como la mercancía
misma es una unidad de valor de uso y valor, es necesario que
su proceso de producción sea una unidad de proceso laboral y
proceso de formación de valor.
Consideremos ahora, asimismo, el proceso
de producción como proceso de formación de valor.
Sabemos que el valor de toda mercancía
está determinado por la cantidad de trabajo materializada en
su valor de uso, por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para su producción. Esto rige también para el
producto que nuestro capitalista obtenía como resultado del
proceso laboral. Corresponde calcular, pues, en primer lugar,
cuánto trabajo se ha objetivado en ese producto.
Digamos que se trata, por ejemplo, de
hilado.
Para la producción del hilado se
requería, primeramente, su materia prima, digamos 10
libras de algodón. No es necesario investigar primero el
valor del algodón, ya que el capitalista lo ha comprado por
su valor en el mercado, por ejemplo a 10 chelines. En el
precio del algodón ya está presentado, como trabajo social
general, el trabajo requerido para su producción. Hemos de
suponer, además, que la masa de husos consumida en la
elaboración del algodón, instrumentos que representan para
nosotros todos los demás medios de trabajo empleados, posee
un valor de 2 chelines. Si el producto de 24 horas de trabajo
o de dos jornadas laborales es una masa de oro de 12 chelines,
tenemos, en principio, que en el hilado se han objetivado dos
jornadas de trabajo.
La circunstancia de que el algodón haya
cambiado de forma y de que la masa de husos consumida
desapareciera por entero, no debe inducirnos en error.
Conforme a la ley general del valor, 10 libras de hilado son
por ejemplo un equivalente de 10 libras de algodón y 1/4 de
huso, siempre que el valor de 40 libras de hilado sea = al
valor de 40 libras de algodón + el valor de un huso íntegro,
es decir, siempre que se requiera el mismo tiempo de trabajo
para producir los dos términos de esa ecuación. En tal caso,
el mismo tiempo de trabajo se representa una vez en el
valor de uso hilado, la otra vez en los valores de uso
algodón y huso. Al valor le es indiferente, en cambio, el
manifestarse bajo la forma de hilado, huso o algodón. El
hecho de que el huso y el algodón, en vez de reposar ociosos
uno al lado del otro, entren en el proceso de hilar en una
combinación que modifica sus formas de uso, que los convierte
en hilado, afectan tan poco su valor como si a través del intercambio
simple, se los hubiera negociado por su equivalente en
hilado.
El tiempo de trabajo requerido para la
producción del algodón es una parte del tiempo de trabajo
necesario para la producción del hilado al que dicho algodón
sirve de materia prima, y por eso está contenido en el
hilado. Lo mismo ocurre con el tiempo de trabajo que se
requiere para la producción de la masa de husos sin cuyo
desgaste o consumo no se podría hilar el algodón.
Por tanto, en la medida en que entra en el
análisis el valor del hilado, o sea el tiempo de trabajo
requerido para su producción, es posible considerar como
diversas fases sucesivas del mismo proceso laboral a los
diversos procesos del trabajo particulares, separados en el
tiempo y el espacio, que hubo que recorrer primero para
producir el algodón mismo y la masa de husos desgastada, y
finalmente el hilado a partir del algodón y los husos. Todo
el trabajo contenido en el hilado es trabajo pretérito. Es
una circunstancia por entero indiferente la de que el tiempo
de trabajo requerido para la producción de sus elementos
constitutivos haya transcurrido anteriormente, esté en el
pluscuamperfecto, mientras que por el contrario el trabajo
empleado directamente en el proceso final, en el hilar, se
halle más cerca del presente, en el pretérito perfecto. Si
para la construcción de una casa se requiere determinada masa
de trabajo, digamos 30 jornadas laborales, nada cambia en
cuanto a la cantidad global del tiempo de trabajo incorporado
a la casa, el hecho de que la trigésima jornada ingrese a la
producción 29 días después que la primera. Y del mismo
modo, es perfectamente posible considerar el tiempo de trabajo
incorporado al material y al medio de trabajo como si sólo se
lo hubiera gastado en un estadio precedente del proceso de
hilar, con anterioridad al trabajo que se agrega en último
término bajo la forma de trabajo de hilar.
Por consiguiente, los valores de los medios
de producción, el algodón y el huso, expresados en el precio
de 12 chelines, son partes constitutivas del valor del hilado
o valor del producto.
Sólo que es necesario llenar dos
condiciones. En primer lugar, el algodón y el huso tienen que
haber servido para la producción de un valor de uso. En
nuestro caso, es menester que de ellos haya surgido hilado. Al
valor le es indiferente que su portador sea uno u otro valor
de uso, pero es imprescindible que su portador sea un valor de
uso. En segundo lugar, rige el supuesto de que se haya
empleado el tiempo de trabajo necesario bajo las condiciones
sociales de producción dadas. Por lo tanto, si para hilar 1
libra de hilado fuera necesaria 1 libra de algodón, se
requiere que en la formación de 1 libra de hilado sólo se
haya consumido 1 libra de algodón. Otro tanto ocurre con el
huso. Si al capitalista se le antojera emplear husos de oro en
vez de husos de hierro, en el valor del hilado sólo se
tendría en cuenta, sin embargo, el trabajo socialmente
necesario, esto es, el tiempo de trabajo necesario para la
producción de husos de hierro.
Sabemos ahora qué parte del valor del
hilado está constituida por los medios de producción, el
algodón y el huso. Equivale a 12 chelines, o sea la
concreción material de dos jornadas de trabajo. Se trata
ahora de considerar la parte del valor que el obrero textil
agrega, con su trabajo, al algodón.
Para examinar este trabajo, hemos de
ubicarnos ahora en un punto de vista totalmente distinto del
que ocupábamos al analizar el proceso de trabajo. Se trataba
allí de una actividad orientada a un fin, el de transformar
el algodón en hilado. Cuanto más adecuado a ese fin fuera el
trabajo, tanto mejor el hilado, siempre que presupusiéramos
constantes todas las demás circunstancias. El trabajo del
hilandero era específicamente distinto de otros trabajos
productivos, y la diferencia se hacía visible subjetiva y
objetivamente, en el fin particular de la actividad de hilar,
en su modo específico de operar, en la naturaleza especial de
sus medios de producción y el valor de uso también especial
de su producto. El algodón y el huso son medios de
subsistencia del trabajo de hilar, aunque con ellos no se
pueda fundir cañones rayados. Pero, en cambio, en la medida
en que el trabajo del hilandero forma valor, no se
distingue en absoluto del trabajo del perforador de cañones
o, lo que nos concierne más de cerca, de los trabajos
efectuados en los medios de producción del hilado: el trabajo
del cultivador de algodón y el de quien fabrica husos. A esta
identidad, sólo a ella, se debe que el cultivar algodón,
hacer husos e hilar constituyan partes del mismo valor global,
del valor del hilado, las cuales únicamente difieren entre si
en lo cuantitativo. Ya no se trata, aquí, de la cualidad, la
naturaleza y el contenido del trabajo, sino tan sólo de su
cantidad. A ésta, sencillamente, hay que contarla. Partimos
de la base de que el trabajo de hilar es un trabajo simple,
trabajo social medio. Se verá más adelante que la
suposición opuesta no altera en nada la naturaleza del
problema.
Durante el proceso laboral el trabajo pasa
constantemente de la forma de la agitada actividad a la del
ser, de la forma de movimiento a la de objetividad. Al
término de una hora, el movimiento del hilandero queda
representado en cierta cantidad de hilado, y por tanto en el
algodón está objetivada cierta cantidad de trabajo, una hora
de trabajo. Decimos hora de trabajo, puesto que aquí
el trabajo de hilar sólo cuenta en cuanto gasto de fuerza
laboral, no en cuanto la actividad específica de hilar.
Ahora bien, es de decisiva importancia que
durante el transcurso del proceso, o sea de la transformación
del algodón en hilado, sólo se consuma el tiempo de trabajo
socialmente necesario. Si bajo condiciones de producción
normales, esto es, bajo condiciones de producción sociales
medias, es necesario convertir a libras de algodón en b
libras de hilado durante una hora de trabajo, sólo se
considerará como jornada laboral de 12 horas aquella durante
la cual 12xa libras de algodón se transformen en 12xb
libras de hilado. Sólo el tiempo de trabajo socialmente
necesario, en efecto, cuenta como formador de valor.
La materia prima y el producto se
manifiestan aquí bajo una luz totalmente distinta de aquella
bajo la cual los analizábamos en el proceso laboral
propiamente dicho. La materia prima sólo cuenta aquí en
cuanto elemento que absorbe determinada cantidad de
trabajo. Mediante esa absorción se transforma de hecho en
hilado, porque se le agregó trabajo de hilar. Pero ahora el
producto, el hilado, es únicamente la escala graduada que
indica cuánto trabajo absorbió el algodón. Si en una hora
se hilan 1 2/3 libras de algodón, o bien si éstas se
transforman en 1 2/3 libras de hilado, 10 libras de hilado
supondrán 6 horas de trabajo absorbidas. Determinadas
cantidades de producto, fijadas por la experiencia, no
representan ahora más que determinadas cantidades de trabajo,
determinada masa de tiempo de trabajo solidificado. Son,
únicamente, la concreción material de una hora, de dos
horas, de un día de trabajo social.
El hecho de que el trabajo sea precisamente
trabajo de hilar, que su material sea algodón y su producto
hilado, es aquí tan indiferente como que el objeto de la
actividad laboral sea a su vez producto, y por tanto materia
prima. Si el obrero en vez de hilar trabajara en una mina de
carbón, la naturaleza proporcionaría el objeto de trabajo,
la hulla. Ello no obstante, una cantidad determinada de
carbón extraída del yacimiento por ejemplo un quintal,
representaría determinada cantidad de trabajo absorbido.
Cuando analizábamos la venta de la fuerza
de trabajo suponíamos que su valor diario era = 3 chelines y
que en éstos se hallaban incorporadas 6 horas de trabajo para
producir la suma media de artículos de subsistencia
requeridos diariamente por el obrero. Si nuestro hilandero
convierte, en una hora de trabajo, 1 2/3 libras de algodón en
1 2/3 libras de hilado, en 6 horas convertirá 10 libras de
algodón en 10 libras de hilado. Durante el transcurso del
proceso de hilar el algodón, pues, absorbe 6 horas de
trabajo. El mismo tiempo de trabajo se representa en una
cantidad de oro de 3 chelines. Por consiguiente, se agrega al
algodón, por medio del trabajo de hilar, un valor de 3
chelines.
Examinemos ahora el valor global del
producto, de las 10 libras de hilado. En ellas están
objetivados 2 ½ días de trabajo: 2 días contenidos en el
algodón y en la masa de husos, ½ jornada laboral absorbida
durante el proceso de hilar. Ese tiempo de trabajo se
representa en una masa de oro de 15 chelines. Por ende, el
precio adecuado al valor de las 10 libras de hilo a 1 chelín
6 peniques.
Nuestro capitalista se queda perplejo. El
valor del producto es igual al valor del capital adelantado.
El valor adelantado no se ha valorizado, no se ha generado
plusvalor alguno; el dinero, por tanto, no se ha convertido en
capital. El precio de las 10 libras de hilado es de 15
chelines, y 15 chelines se gastaron en el mercado por los
elementos constitutivos del producto o, lo que es lo mismo,
por los factores del proceso laboral: 10 chelines por
algodón, 2 chelines por la masa de husos consumida y 3
chelines por fuerza de trabajo. El que se haya acrecentado el
valor del hilo nada resuelve, puesto que su valor no es más
que la suma de los valores distribuidos antes entre el
algodón, el huso y la fuerza de trabajo, y de esa mera
adición de valores preexistentes jamás puede surgir un
plusvalor. Todos esos valores están ahora concentrados en una
cosa, pero también lo estaban en la suma de dinero de 15
chelines, antes de que ésta se repartiera en 3 compras de
mercancías.
En sí y para sí, este resultado no es
extraño. El valor de una libra de hilado es de 1 chelín y 6
peniques, y por tanto nuestro capitalista tendría que pagar
en el mercado, por 10 libras de hilo, 15 chelines. Tanto da
que compre ya lista su residencia privada en el mercado o que
la haga construir él mismo; ninguna de esas operaciones hará
que aumente el dinero invertido en la adquisición de la casa.
El capitalista, que en materia de economía
vulgar pisa terreno firme, tal vez diga que él ha adelantado
su dinero con la intención de hacer de éste más dinero. El
camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, y
con el mismo fundamento podría abrigar la intención de hacer
dinero sin producir. El capitalista amenaza. No volverán a
engañarlo. En lo sucesivo comprará la mercancía ya
determinada en el mercado, en lugar de fabricarla él mismo.
¿Pero si todos sus cofrades capitalistas hicieran otro tanto,
cómo habría de encontrar mercancías en el mercado? Y no se
puede comer dinero. El capitalista se dedica entonces a la
catequesis. Se debería tomar en consideración su
abstinencia. Podría haber despilfarrado sus 15 chelines. En
vez de ello, los ha consumido productivamente,
convirtiéndolos en hilado. Pero la verdad es que a cambio de
esto está en posesión de hilado, y no de remordimientos. Se
guardará de recaer en el papel del atesorados, que ya nos
mostró adónde conducía el ascetismo. Por lo demás, al que
no tiene, el rey le hace libre. Sea cual fuere el mérito de
su renunciamiento, nada hay para pagárselo aparte, pues el
valor del producto que resulta del proceso no supera la suma
de los valores mercantiles lanzados al mismo. Debería
conformarse, pues, con que la virtud encuentra en sí misma su
recompensa. Pero no, se pone más acucioso. El hilado no le
presta utilidad alguna. Lo ha producido para la venta. De modo
que lo vende o, más sencillamente, en lo sucesivo se limita a
producir cosas para su propio uso, una receta que ya le ha
extendido su médico de cabecera MacCulloch como remedio
infalible contra la epidemia de la sobreproducción. Ceñudo,
el capitalista se mantiene en sus trece. ¿Acaso el obrero
habría de crear en el aire, con sus propios brazos y piernas,
productos del trabajo, producir mercancías? ¿No fue el
capitalista quien le dio el material sólo con el cual y en el
cual el obrero puede corporizar su trabajo? Y como la mayor
parte de la sociedad se compone de esos pobres diablos, ¿no
le ha prestado a la misma un inmenso servicio, con sus medios
de producción, su algodón y su huso, e incluso al propio
obrero, a quien por añadidura provee de medios de
subsistencia?¿Y no habría de cargar en la cuenta dicho
servicio? Pero el obrero, ¿no le ha devuelto el servicio al
transformar el algodón y el huso en hilado? Por lo demás, no
se trata aquí de servicios. Un servicio no es otra cosa que
el efecto útil de un valor de uso, ya sea mercancía, ya trabajo.
Pero lo que cuenta aquí es el valor de cambio. El capitalista
le pagó al obrero el valor de 3 chelines. El obrero le
devolvió un equivalente exacto bajo la forma del valor de 3
chelines añadido al algodón. Valor por valor. Nuestro amigo,
pese a su altanero espíritu de capitalista, adopta
súbitamente la actitud modesta de su propio obrero. ¿Acaso
no ha trabajado él mismo?, ¿no ha efectuado el trabajo de
vigilar, de dirigir al hilandero? ¿Este trabajo suyo no forma
valor? Su propio overlooker [capataz] y su manager
[gerente] se encogen de hombros. Pero entretanto el
capitalista, con sonrisa jovial, ha vuelto a adoptar su vieja
fisonomía. Con toda esa letanía no ha hecho más que
tomarnos el pelo. Todo el asunto le importa un comino. Deja
esos subterfugios enclenques y vacías patrañas, y otras
creaciones por el estilo, a cargo de los profesores de
economía política, a los que él mismo paga por ello. Él es
un hombre práctico, que si bien fuera del negocio no siempre
considera a fondo lo que dice, sabe siempre lo que hace dentro
de él.
Veamos el caso más de cerca. El valor
diario de la fuerza de trabajo ascendía a 3 chelines porque
en ella misma se había objetivado media jornada laboral, esto
es, porque los medios de subsistencia necesarios diariamente
para la producción de la fuerza de trabajo cuestan media
jornada laboral. Pero el trabajo pretérito, encerrado en la
fuerza de trabajo, y el trabajo vivo que ésta puede ejecutar,
sus costos diarios de mantenimiento y su rendimiento diario,
son dos magnitudes completamente diferentes. La primera
determina su valor de cambio, la otra conforma su valor de
uso. El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para
mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al
obrero trabajar durante una jornada completa. El valor de la
fuerza de trabajo y su valoración en el proceso laboral son,
pues, dos magnitudes diferentes. El capitalista tenía muy
presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de
trabajo. Su propiedad útil, la de hacer hilado o botines, era
sólo una conditio sine qua non, porque para formar
valor es necesario gastar trabajo de manera útil. Pero lo
decisivo fue el valor de uso específico de esa mercancía, el
de ser fuente de valor, y de más valor del que ella misma
tiene. Es éste el servicio específico que el capitalista
esperaba de ella. Y procede, al hacerlo, conforme a las leyes
eternas del intercambio mercantil. En rigor, el vendedor de la
fuerza de trabajo, al igual que el vendedor de cualquier otra
mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de
uso. No puede conservar el uno sin ceder el otro. El valor de
uso de la fuerza de trabajo, el trabajo mismo le pertenece tan
poco a su vendedor como a comerciante en aceites el valor de
uso del aceite vendido. El poseedor de dinero ha pagado el
valor de una jornada de fuerza de trabajo; le pertenece, por
consiguiente, su uso durante la jornada, el trabajo de una
jornada. La circunstancia de que el mantenimiento diario de la
fuerza de trabajo sólo cueste media jornada laboral, pese a
que la fuerza de trabajo pueda operar o trabajar durante un
día entero, y el hecho, por ende, de que el valor creado por
el uso de aquélla durante un día sea dos veces mayor que el
valor diario de la misma, constituye una suerte extraordinaria
para el comprador, pero en absoluto una injusticia en
perjuicio del vendedor.
Nuestro capitalista había previsto este
caso, que lo hace reír. Por eso el obrero encuentra en el
taller no sólo los medios de producción necesarios para un
proceso laboral de seis horas, sino para uno de doce. Si 10
libras de algodón absorbían 6 horas de trabajo y se
convertían en 10 libras de hilado, 20 libras de algodón
absorberán 12 horas de trabajo y se convertirán en 20 libras
de hilado. Examinemos ahora el producto del proceso laboral
prolongado. En las 20 libras de hilado se han objetivado ahora
5 jornadas de trabajo: 4 en la masa de algodón y husos
consumida, 1 absorbida por el algodón durante el proceso de
hilar. Pero la expresión en oro de 5 jornadas de trabajo es
de 30 chelines, o sea £1 y 10 chelines. Es éste, por tanto,
el precio de las 20 libras de hilado. La libra de hilado
cuesta, como siempre, 1 chelín y seis peniques. Pero la suma
del valor de las mercancías lanzadas al proceso ascendía a
27 chelines. El valor del hilado se eleva a 30 chelines. El
valor del producto se ha acrecentado en un 1/9 por encima del
valor adelantado para su producción. De esta suerte, 27
chelines se han convertido en 30. Se ha añadido un plusvalor
de 3 chelines. El artilugio, finalmente, ha dado resultado. El
dinero se ha transformado en capital.
Se han contemplado todas las condiciones
del problema y en modo alguno han sido infringidas las leyes
del intercambio de mercancías. Se ha intercambiado un
equivalente por otro. El capitalista, en cuanto comprador,
pagó todas las mercancías a su valor: el algodón, la masa
de los husos, la fuerza de trabajo. Hizo, entonces, lo que
hacen todos los demás compradores de mercancías. Consumió
el valor de uso de las mismas. El proceso por el cual se
consumió la fuerza de trabajo y que es a la vez proceso de
producción de la mercancía, dio como resultado un producto
de 20 libras de hilado por un valor de 30 chelines. El
capitalista retama ahora al mercado y vende mercancía, luego
de haber comprado mercancía. Vende la libra de hilado a 1
chelín y 6 peniques, ni un ápice por encima o por debajo de
su valor. Y sin embargo, extrae de la circulación 3 chelines
más de los que en un principio arrojó a ella. Toda esta
transición, la transformación de su dinero en capital,
ocurre en la esfera de la circulación, porque se halla
condicionada por la compra de la fuerza de trabajo en el
mercado. Y no ocurre en la circulación, porque ésta se
limita a iniciar el proceso de valorización, el cual tiene
lugar en la esfera de la producción. Y de esta manera "tout
[est] pour le mieux dans le meilleur des mondes possibles"
[todo va de la mejor manera en el mejor de los mundos
posibles].
Al transformar el dinero en mercancías que
sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como
factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de
trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista
transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en
capital, en valor que se valoriza a sí mismo en un monstruo
animado que comienza a "trabajar" cual si tuviera
dentro del cuerpo el amor.
Si comparamos, ahora el proceso de
formación de valor y el proceso de valorización, veremos que
este último no es otra cosa que el primero prolongado más
allá de cierto punto. Si el proceso de formación del valor
alcanza únicamente al punto en que con un nuevo equivalente
se remplaza el valor de la fuerza de trabajo pagado por el
capital, estaremos ante un proceso simple de formación del
valor. Si ese proceso se prolonga más allá de ese punto se
convierte en proceso de valorización.
Si parangonamos, además, el proceso en que
se forma valor y el proceso de trabajo, veremos que este
último consiste en el trabajo efectivo que produce valores de
uso. Se analiza aquí el movimiento desde el punto de vista
cualitativo en su modo y manera particular, según su objetivo
y contenido. En el proceso de formación del valor, el mismo
proceso laboral se presenta sólo en su aspecto cuantitativo.
Se trata aquí, únicamente, del tiempo que el trabajo
requiere para su ejecución, o del tiempo durante el cual se
gasta la fuerza de trabajo. Aquí, asimismo, las mercancías
que ingresan al proceso de trabajo ya no cuentan como factores
materiales, funcionalmente determinados, de una fuerza de
trabajo que opera con arreglo al fin asignado. Cuentan
únicamente como cantidades determinadas de trabajo
objetivado. Ya esté contenido en los medios de producción o
lo haya añadido la fuerza de trabajo, el trabajo cuenta
únicamente por su medida temporal. Asciende a tantas horas,
días, etcétera.
Pero cuenta únicamente en la medida en que
el tiempo gastado para la producción del valor de uso sea
socialmente necesario. Esto implica diversos aspectos. La
fuerza de trabajo ha de operar bajo condiciones normales. Si
la máquina de hilar es el medio de trabajo socialmente
dominante en la hilandería, al obrero no se le debe poner en
las manos una rueca. No ha de recibir, en vez de algodón de
calidad normal, pacotilla que se rompa a cada instante. En uno
y otro caso emplearía más tiempo de trabajo que el
socialmente necesario para la producción de una libra de
hilado, pero ese tiempo superfluo no generaría valor o
dinero. El carácter normal de los factores objetivos del
trabajo, sin embargo, no depende del obrero, sino del
capitalista. Otra condición es el carácter normal de la
fuerza misma de trabajo. Esta ha de poseer el nivel medio de
capacidad, destreza y prontitud prevaleciente en el ramo en
que se la emplea. Pero en el mercado laboral nuestro
capitalista compró fuerza de trabajo de calidad normal. Dicha
fuerza habrá de emplearse en el nivel medio acostumbrado de
esfuerzo, con el grado de intensidad socialmente usual. El
capitalista vela escrupulosamente por ello, así como por que
no se desperdicie tiempo alguno sin trabajar. Ha comprado la
fuerza de trabajo por determinado lapso. Insiste en tener lo
suyo: no quiere que se lo robe. Por último—y para ello este
señor tiene su propio code pénal—, no debe ocurrir
ningún consumo inadecuado de materia prima y medios de
trabajo, porque el material o los medios de trabajo
desperdiciados representan cantidades de trabajo objetivado
gastadas de manera superflua, y que por consiguiente no
cuentan ni entran en el producto de la formación de valor.
Vemos que la diferencia, a la que
llegábamos en el análisis de la mercancía, entre el trabajo
en cuanto creador de valor de uso y el mismo trabajo en cuanto
creador de valor, se presenta ahora como diferenciación entre
los diversos aspectos del proceso de producción.
Como unidad del proceso laboral y del
proceso de formación de valor el proceso de producción es
proceso de producción de mercancías, en cuanto unidad del
proceso laboral y del proceso de valorización, es proceso de
producción capitalista, forma capitalista de la producción
de mercancías.
Se indicó más arriba que para el proceso
de valorización es por entero indiferente que el trabajo
apropiado por el capitalista sea trabajo social medio, simple
o trabajo complejo, trabajo de un peso especifico superior El
trabajo al que se considera calificado, más complejo con
respecto al trabajo social medio, es la exteriorización de
una fuerza de trabajo en la que entran costos de formación
más altos, cuya producción insume más tiempo de trabajo y
que tiene por tanto un valor más elevado que el de la fuerza
de trabajo simple. Siendo mayor el valor de esta fuerza, la
misma habrá de manifestarse en un trabajo también superior y
objetivarse, durante los mismos lapsos, en valores
proporcionalmente mayores. Sea cual fuere empero, la
diferencia de grado que exista entre el trabajo de hilar y el
de orfebrería, la porción de trabajo por la cual el orfebre
se limita a remplazar el valor de la propia fuerza de trabajo,
no se distingue cualitativamente, en modo alguno, de la
porción adicional de trabajo por la cual crea plusvalor. Como
siempre, si el plusvalor surge es únicamente en virtud de un
excedente cuantitativo de trabajo, en virtud de haberse
prolongado la duración del mismo proceso laboral: en un caso,
proceso de producción de hilado; en el otro, proceso de
producción de joyas.
Por lo demás, en todo proceso de
formación de valor siempre es necesario reducir el trabajo
calificado a trabajo social medio, por ejemplo 1 día de
trabajo calificado a x días de trabajo simple. Si
suponemos, por consiguiente, que el obrero empleado por el
capital ejecuta un trabajo social simple, nos ahorramos una
operación superflua y simplificamos el análisis.
Karl Marx (1983): El capital, Madrid:
Orbis, pp. 215-240.
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