Titulo: Lecturas de teoría sociológica clásica
Profesor: Mario Domínguez Sánchez
Departamento de Sociología V/Teoría Sociológica
Curso 2000-2001

 

ÍNDICE

TEMA 2.    La Ilustración
                   Montesquieu
           Jean-Jacques Rousseau
TEMA 3.    El saber enciclopédico: Hegel
TEMA 4.    El ideal del industrialismo: Saint-Simon
TEMA 5.    El positivismo: Comte
TEMA 6.    El evolucionismo universal: Spencer
TEMA 7.    Antiguo Régimen y Revolución: Tocqueville
TEMA 8.    La teoría social en Karl Marx
TEMA 9.    Socialistas, marxistas y anarquistas
TEMA 10.  El evolucionismo clásico y el darwinismo social

 

Tema 9. Socialistas, marxistas y anarquistas.

Friedrich Engels

El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado

Morgan, que pasó gran parte de su vida entre los iroqueses establecidos aún actualmente en el Estado de Nueva York, y fue adoptado en una de sus tribus (la de los senekas), encontró vigente entre ellos un sistema de parentesco en contradicción con sus verdaderos vínculos de familia.

Reinaba allí esa especie de matrimonio, fácilmente disoluble por ambas partes, llamado por Morgan "familia sindiásmica". La descendencia de una pareja conyugal de esta especie era, pues, patente y reconocida por todo el mundo; ninguna duda podía quedar acerca de saber a quién debían aplicarse los apelativos de padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana. Pero el empleo de estas expresiones está en completa contradicción con aquella manera de ver. El iroqués no sólo llama hijos e hijas a los suyos propios, sino que también a los de sus hermanos; y los hijos del segundo llaman padre también al primero. Por el contrario, llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanas, los cuales le llaman tío. Inversamente la iroquesa, a la vez que a los propios, llama hijos e hijas de ella a los de sus hermanas, quienes le dan el nombre de madre. Pero llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanos, hijos que la llaman tía. Los hijos de hermanos se llaman entre sí hermanos y hermanas. Los hijos de una mujer y los del hermano de ésta se llaman mutuamente primos y primas. Y no son simples nombres, sino expresión de la idea que se forma de lo próximo o lejano, de lo igual o desigual del parentesco consanguíneo, expresiones que sirven de base a un sistema de parentesco completamente elaborado y capaz de expresar muchos centenares de relaciones de parentesco, diferentes para un solo individuo. Hay más. Este sistema, no sólo se halla en pleno vigor en todos los indios de América (hasta ahora no se han encontrado excepciones), sino que además existe, casi sin cambio ninguno, en los aborígenes de la India, en las tribus dravidianas del Dekán y en las tribus guras del Indostán. Los nombres de parentesco de los tamiles del sur de la India y los de los senekas-iroqueses del Estado de Nueva York están hoy aún de acuerdo para más de doscientos géneros de parentesco diferentes. Y en esas tribus de la India, como entre los indios de América, las relaciones de parentesco resultantes de la vigente forma de la familia están en contradicción con el sistema de parentesco.

¿Cómo explicarlo? Por el fundamental papel que la consanguinidad representa en el orden social entre todos los pueblos salvajes y bárbaros; es imposible suprimir con mera palabrería la importancia de un sistema tan difundido. Un sistema que está universalmente en vigor en América, que existe en Asia entre pueblos de razas diferentes del todo, del cual se encuentran formas más o menos modificados por todas partes, en África y Australia, semejante sistema requiere ser explicado históricamente y no soslayarse con frases, como, por ejemplo, ha intentado hacerlo MacLennan. Los apelativos de padre, hijo, hermano, hermana, no son simples titulas honoríficos, sino que, por el contrario, traen consigo serios deberes recíprocos perfectamente definidos, y cuyo conjunto forma una parte esencial de la constitución social de esos pueblos. Y se ha encontrado la explicación del hecho. En las islas Sandwich (Hawai) aún existía en la primera mitad de este siglo una forma de familia que suministraba el mismo género de padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, tíos y has, sobrinos y sobrinas, que requiere el sistema de parentesco de los indios primitivos de América. Pero (¡cosa extraña!) el sistema de parentesco que estaba vigente en Hawai tampoco respondía a la forma de familia que allí existía de hecho; es decir, que en este Pals todos los hijos de hermanos y hermanas, sin excepción, son hermanos y hermanas entre sí y se reputan como hijos comunes, no sólo de su madre y de las hermanas de ésta o de su padre y de los hermanos de éste; sino que también de todos los hermanos y hermanas de sus padres y madres sin distinción. Por lo tanto, si el sistema americano de parentesco presupone una forma más primitiva de la familia, que ya no existe en Alemania, por otra parte el sistema hawaiano nos lleva a otra forma aún más rudimentaria de la familia, cuya existencia es cierto que ya no podemos demostrar en ninguna parte, pero que ha debido necesariamente existir, puesto que sin eso no hubiera podido nacer el sistema de parentesco que le corresponde. "La familia, dice Morgan, es el elemento activo; nunca permanece estacionaria, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto. En cambio, los sistemas de parentesco son pasivos; sólo después de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia en el curso de las edades, y no sufren radical modificación sino cuando se ha modificado radicalmente la familia". "Y, añade Karl Marx, lo mismo sucede con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos". Al paso que la familia continúa viviendo, el sistema de parentesco se osifica; y mientras que éste se mantiene por la fuerza de la costumbre, la familia sigue independiente de aquél. Pero, así como Cuvier, al descubrirse en el suelo parisiense huesos marsupiales de un esqueleto, pudo decidir que éste pertenecía a un animal didelfo1 y que animales de este género, desaparecidos entonces, vivieron en otros tiempos en aquella comarca; de igual manera, de un sistema de parentesco históricamente transmitido, podemos inducir que existió una forma de familia correspondiente, hoy extinta.

Los sistemas de parentesco y las formas de familia que acabamos de recordar difieren de los reinantes hoy, en que cada hijo tenía varios padres y madres. En el sistema americano de parentesco, al cual corresponde la familia hawaiana, pueden ser padre y madre de un mismo hijo un hermano y una hermana, pero el sistema de parentesco hawaiano presupone una familia en la cual, por el contrario, esto es la regla. Llegamos aquí a una serie de formas de familia que están en contraposición absoluta con las admitidas hasta ahora como únicas valederas. Según las ideas corrientes, nuestra sociedad no conoce más que la monogamia, junto a ella la poligamia de un hombre, y, en rigor, la poliandria de una mujer; como conviene al fariseo moralista, pasa en silencio que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial. En cambio, el estudio de la historia primitiva nos manifiesta condiciones en que la poligamia de los hombres y la poliandria de las mujeres van juntas, y en que, por consiguiente, los hijos comunes se considera que les pertenecen en común. A su vez, esas mismas condiciones pasan por toda una serie de modificaciones hasta que se resuelven en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie que el círculo que abarca la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no deja subsistir sino la pareja que hoy predomina.

Reconstituyendo de esta suerte la historia de la familia. Morgan llega a estar de acuerdo con la mayor parte de sus colegas acerca de un primitivo estado de cosas según el cual, en el seno de una tribu imperaba el comercio sexual sin obstáculos, de tal suerte que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres.

Desde el siglo anterior hablase hablado de un estado primitivo de esta clase, pero sólo de una manera general: Bachofen fue el primero (y este es uno de sus mayores méritos) que lo tomó en serio, e investigó sus vestigios en las tradiciones históricas y religiosas. Sabemos hoy que esos vestigios descubiertos por él no conducen a ningún período social de comercio sexual sin trabas, sino a una forma muy posterior: el matrimonio por grupos. Aquel periodo social primitivo, aún admitiendo que haya existido realmente, pertenece a una época tan remota, que de ningún modo podemos prometernos encontrar pruebas directas de su existencia, ni aun en los fósiles sociales, entre los salvajes más atrasados. El mérito de Bachofen consiste, precisamente en haber puesto este punto en el primer término de la discusión.2

En estos últimos tiempos se ha hecho de moda negar ese periodo inicial de la vida sexual del hombre. Se quiere ahorrar esa "vergüenza" a la humanidad. Y para ello apóyense, no sólo en la falta de pruebas directas, sino sobre todo en el ejemplo del resto del reino animal. De éste ha sacado Letoruneau ("Evolution du mariage et de la famille", 1888), numerosos hechos, con arreglo a los cuales un comercio sexual sin trabas no es propio sino de las especies más inferiores. Pero de todos estos hechos no puedo inducir más conclusión que ésta: no prueban absolutamente nada respecto al hombre y a sus primitivas condiciones de existencia. El emparejamiento por largo plazo en los vertebrados tiene suficiente explicación en los motivos fisiológicos, por ejemplo, en las aves por la necesidad de proteger a la hembra mientras incuba los huevos; los ejemplos de fiel monogamia que se encuentran en las aves no prueban nada respecto al hombre, puesto que éste no desciende precisamente del ave. Y si la estricta monogamia es el colmo de la virtud, la palmera tiene que ceder ante la tenia solitaria, que en cada uno de sus cincuenta a doscientos anillos posee un aparato sexual masculino y femenino completo, y se pasa la existencia entera ayuntándose casualmente consigo misma en cada uno de esos anillos reproductores. Pero si nos atenemos a los mamíferos, encontramos en ellos todas las formas de la vida sexual, la promiscuidad, la unión por grupos, la poligamia, la monogamia; sólo falta la poliandria, a la cual nada más que los seres humanos podían llegar. Hasta nuestros parientes más próximos, los cuadrumanos, presentan todas las variedades posibles del agrupamiento entre machos y hembras; y si nos encerramos en límites aún más estrechos y no ponemos mientes sino en las cuatro especies de monos antropomorfos, Letourneau no sabe decirnos acerca de ellos sino que viven cuándo en la monogamia, cuándo en la poligamia; mientras que Saussure (en la obra de Giraud-Teulon) declara que son monógamos. También distan mucho de probar nada los recientes asertos de Wesermarck (The History of Human Marriage, London, 1891), acerca de la monogamia del mono antropomorfo. En resumen, los datos son de tal naturaleza, que el honrado Letourneau conviene en que "no hay en los mamíferos ninguna relación entre el grado de desarrollo intelectual y la forma de la unión sexual". Y Espinas dice con franqueza (Les sociétés animales, 1877): "El aduar es el más elevado de los grupos sociales que hemos podido observar en los animales. Parece compuesto de familias, pero hasta en su origen son antagónicos la familia y el aduar; se desarrollan en razón inversa una de otro".

Según acabamos de decirlo, no sabemos nada positivo acerca de los grupos de familia y otras agrupaciones sociales de los monos antropomorfos; los datos que de eso tenemos se contradicen diametralmente, y no hay que extrañarse. ¡Las nociones que tenemos respecto de las tribus humanas en estado salvaje están ya tan llenas de contradicciones y tan necesitadas de pasarlas por el tamiz del examen crítico! Pues las sociedades de los monos son mucho más difíciles de observar que las de los hombres. Por tanto, hasta una información amplia, necesitamos renunciar a inducir ninguna conclusión definitiva de datos tan completo insuficientes.

Por el contrario, la frase de Espinas que hemos citado nos da mejor punto de apoyo. La horda y la familia, en los animales superiores, no son complementos recíprocos, sino antagónicos. Espinas demuestra muy bien cómo la rivalidad de los machos durante el período del celo relaja o suprime momentáneamente los lazos sociales de la horda. "Allí donde está íntimamente unida la familia no vemos formarse hordas, salvo raras excepciones. Por el contrario, las hordas se constituyen de un modo natural, hasta cierto punto, donde reinan la promiscuidad o la poligamia... Para que se produzca la horda se necesita que los lazos domésticos se hayan relajado algún tanto y que el individuo haya recobrado su libertad. Por eso escasean de tal manera entre las aves las hordas organizadas... En cambio, entre los mamíferos es donde encontramos sociedades un poco constituidas, precisamente porque en esta clase el individuo no se deja absorber por la familia... Así, pues la conciencia colectiva de la horda no debe tener en su origen enemigo más grande que la conciencia colectiva de la familia. No titubeamos en decirlo: si se establece una sociedad superior a la familia, no puede ser sino incorporándose a ella familias profundamente alteradas, salvo el permitir a éstas, más adelante, reconstituirse en el seno de aquélla, al amparo de condiciones infinitamente más favorables". (Espinas, citado por Giraud-Teulon: Origenes du maringe et de la famille, 1884, págs. 518-520).

Vemos, pues, que, en efecto, las sociedades animales tienen cierto valor para las conclusiones que pueden inducirse de ellas respecto a las sociedades humanas, pero un valor puramente negativo, según nos es posible saberlo hasta ahora, el vertebrado superior no conoce sino dos formas de familia: la poligamia y la monogamia. Los celos del macho, lazo y límite de la familia a la vez, hacen de la familia animal la antagonista de la horda; la horda que es la forma más elevada de la sociabilidad, se hace imposible; se relaja o se disuelve durante el período del celo; y, en el caso más favorable, los celos de los machos entorpecen su desarrollo. Esto basta para probar que la familia animal y la sociedad humana primitiva son dos cosas incompatibles; que los hombres primitivos, en la época en que pugnaban por elevarse por encima de la animalidad, o no tenían ninguna noción de la familia, o, a lo sumo, sólo conocían una forma que no se encontraba en los animales. Un animal tan inerme como el hombre pudo en pequeño número sostenerse aún en estado de aislamiento; mientras que la forma de sociabilidad más elevada es la monogamia, tal como bajo la fe de cazadores la atribuye Westermarck al gorila y al chimpancé. Para salir de la animalidad, para realizar el mayor progreso que presenta la naturaleza, era preciso un elemento nuevo, hacía falta reemplazar la carencia de poder defensivo del hombre aislado, por la unión de fuerzas y la acción común de la horda. En condiciones como las en que viven hoy los monos antropomorfos, sería sencillamente inexplicable el tránsito a la humanidad; estos monos producen más bien el efecto de líneas colaterales desviadas, que caminan a la extinción y que de todas maneras están en decadencia Con esto basta para rechazar toda especie de paralelo entre sus formas de familia y las de la humanidad primitiva. Pero la tolerancia recíproca entre machos adultos, la falta de celos, eran las primeras condiciones necesarias para formarse esos grupos extensos y duraderos en el seno de los cuales, únicamente, es donde ha podido realizarse la evolución de la animalidad hacia la humanidad. Y, en efecto, ¿qué encontramos como forma más antigua y primitiva de la familia, aquélla cuya existencia indudable nos manifiesta la historia, y que aún podemos estudiar hoy en algunas partes? El matrimonio por grupos, la forma en que grupos enteros de hombres y grupos enteros de mujeres se poseen recíprocamente, es forma que deja poquísimo lugar a los celos. Y además encontramos, en un estadio posterior de desarrollo, la forma excepcional de la poliandria, que excluye en absoluto los celos, y que, por tanto, es desconocida entre los animales. Pero como las formas de matrimonio por grupos que conocemos, van acompañadas por una complicación tan característica, que recuerdan necesariamente formas anteriores más sencillas de la unión sexual, y, en último término, un periodo de promiscuidad correspondiente al tránsito de la animalidad a la humanidad, el retorno a las uniones animales nos conduce exactamente al punto que se nos debía hacer pasar de una vez para siempre.

¿Qué significa lo de comercio sexual sin trabas? Eso significa que no existían los límites prohibitivos de ese comercio, vigentes hoy o en una época anterior. Ya hemos visto caer las barreras de los celos. Hay un hecho de los más ciertos de todos, y es: que los celos son un sentimiento que se han desarrollado relativamente tarde. Lo mismo sucede con la idea del incesto. No sólo en la época primitiva eran marido y mujer el hermano y la hermana, sino que aún hoy es lícito en cierto número de pueblos el comercio sexual entre padres e hijas. Bancroft (The native Races of the Pacific Coast of North America, 1885, tomo 1) atestigua este hecho respecto a los kadiakos, cerca de Alaska, y respecto a los tinnehs, en el centro de la América del Norte inglesa; Letoruneau reúne numerosos ejemplares del mismo hecho, relativos a los indios chippenways, los cucas de Chile, los caribes, los karens del fondo de la India; y esto, dejando a un lado los relatos de los antiguos griegos y romanos acerca de los parthos, los persas, los escitas, los hunos, etcétera... Antes de la invención del incesto (porque es una invención, y hasta de las más preciosas), el comercio sexual entre padres e hijos no podía ser más horripilante que el habido entre otras dos personas que pertenecieran a generaciones diferentes. Y esto último sucede aún muy a menudo en nuestros días, hasta en los países más mojigatos, sin producir grande horror. "Señoritas" viejas de más de sesenta años, se casan con hombres jóvenes menores de treinta años, con tal que sean bastante ricas. Pero si a las formas primitivas de la familia que conocemos les quitamos las ideas de incesto que corresponden a aquellas (ideas que difieren en absoluto de las nuestras, y que a menudo las contradicen por completo), vendremos a parar a una forma de trato carnal que sólo puede llamarse comercio sexual sin reglas, en el sentido de que aún no existían las restricciones impuestas más tarde por la costumbre. Pero de esto no se deduce de ninguna manera que en la práctica cotidiana hubiese un confuso revoltillo. De ningún modo quedan excluidas las uniones temporales a plazo, hasta el punto de que forman la mayoría de los casos aun en el casamiento por grupos. y cuando Westermarck, que es quien más recientemente ha negado ese estado de cosas, designa con el nombre de matrimonio a todo estado en el cual permanecen unidos los dos sexos hasta el nacimiento de un vástago, puede respondérsele que esta clase de matrimonio podía muy bien hallarse en el estado del comercio sexual sin reglas, sin contradecir en nada a la falta de trabas, es decir, a la carencia de límites señalados por la costumbre al comercio sexual. Verdad es que Westermarck parte del punto de vista de que "la falta de trabas supone la restricción de las inclinaciones individuales", de tal suerte, que "su forma por excelencia es la prostitución". Paréceme más bien que es imposible formarse la menor idea de las condiciones primitivas, mientras para examinarlas se mire a través del cristal del lupanar. Cuando hablemos del matrimonio por grupos volveremos a tratar de este asunto.

Según Morgan, salieron verosímilmente pronto de ese estado primitivo del comercio sexual sin trabas:

1° La familia consanguínea.—Es la primera etapa de la familia. Los grupos conyugales sepárense aquí según las generaciones: todos los abuelos y abuelas, en los límites de la familia, son maridos y mujeres entre sí; lo mismo sucede con sus hijos, es decir, los padres y las madres; los hijos de éstos, forman, a su vez, el tercer círculo de cónyuges comunes; y sus hijos, es decir, los biznietos de los primeros, el cuarto. En esta forma de la familia, los ascendientes y los descendientes, los padres y los hijos, son los únicos que están excluidos entre sí de los derechos y de los deberes (pudiéramos decir) del matrimonio. Hermanos y hermanas, primos y primas en primero, segundo y restantes grados más lejanos, son todos ellos maridos y mujeres unos de otros. El vínculo de hermano y hermana, en ese período, tiene consigo el ejercicio del comercio carnal recíproco.3 La fisonomía típica de una familia de esta clase consiste en descender de una pareja; y en que, a su vez, los descendientes en cada grado particular son entre sí y hermanas, y por eso mismo maridos y mujeres unos de otros.

La familia consanguínea ha desaparecido. Ni aun los pueblos más groseros de que habla la historia nos presentan ningún ejemplo de ella. Pero nos vemos obligados a admitir que ha debido existir, puesto que el sistema de parentesco hawaiano que aún reina hoy en toda la Polinesia, expresa grados de parentesco consanguíneo que sólo han podido nacer con esa forma de familia; y nos vemos obligados a ello por todo el desarrollo ulterior de la familia, que exige esa forma como estadio previo necesario.

2° La familia punalúa.—Si el primer progreso de la organización ha consistido en excluir a los padres y los hijos del comercio sexual recíproco, el segundo ha consistido en la exclusión de los hermanos y hermanas Por la mayor igualdad de edades de los interesados, este progreso ha sido infinitamente más importante, pero también mucho más difícil que el primero. Es verosímil que se haya realizado poco a poco, excluyendo del comercio sexual a los hermanos y hermanas uterinos (es decir, por parte de madre), al principio en casos aislados, luego como regla general (en Hawai aún había excepciones en los comienzos de este siglo), y acabando por prohibirse el matrimonio hasta entre hermanos colaterales (es decir, según nuestros actuales nombres de parentesco, los primos carnales, primos segundos y primos terceros). Este progreso constituye, según Morgan, un "pasmoso ejemplo de la influencia del principio de la selección". Sin duda, las tribus donde ese progreso limitó la reproducción entre consanguíneos, debieron desarrollarse de una manera más rápida y más completa que aquellas donde continuó siendo la regla general el matrimonio entre hermanos y hermanas. La institución de la gens nos hace comprender hasta qué punto se dejaba sentir la acción de ese progreso: la gens, nacida inmediatamente de él, y que pasándose con mucho del fin que se le había señalado, formó la base del orden social de la mayoría, si no de todos los pueblos de la tierra, y desde la cual pasamos en Grecia y en Roma, sin transiciones, a la civilización.

Cada familia primitiva tenía que escindirse a lo sumo después de algunas generaciones. El hogar doméstico comunista primitivo, que domina exclusivamente hasta muy entrado el estadio medio de la barbarie, prescribía una extensión máxima de la comunidad familiar, variable según las circunstancias, pero bastante determinada en cada localidad. En cuanto brotó la idea de la inconveniencia de la unión sexual entre hijos de la misma madre, debió ejercer una acción eficaz sobre esas escisiones de antiguos hogares comunistas y sobre la formación de otros nuevos que, por supuesto, no coincidían por necesidad con la agrupación de familia. Una o varias series hacíanse núcleo de uno de ellos, y sus hermanos núcleo de otro. De la familia consanguínea salió, así o de una manera análoga, la forma de familia a la cual ha dado Morgan el nombre de punalúa.

Según la costumbre hawaiana, cierto número de hermanas carnales o más lejanas (es decir, primas en primero, segundo y otros grados), eran mujeres comunes de sus maridos comunes, de los cuales quedaban excluidos los hermanos de ellas; esos hombres, por su parte, tampoco se llamaban entre sí hermanos (lo cual ya no tenía necesidad de ser), sino punalúa, es decir, compañero íntimo, como quien dice consocio. De igual modo, una serie de hermanos uterinos o más lejanos, tenían en matrimonio común cierto número de mujeres, con exclusión de las hermanas de ellos, y esas mujeres se llamaban entre sí punalúa. Este es el tipo clásico de una formación de familia que tiene una serie de variaciones, y cuyo rasgo característico esencial era: comunidad recíproca de hombres y mujeres en el seno de un determinado círculo de familia. pero del cual se excluían al principio los hermanos carnales, y más tarde, también los hermanos más lejanos de las mujeres, e inversamente, también las hermanas de los hombres.

Esta forma de la familia nos indica ahora con la más perfecta exactitud los grados de parentesco, tal como los expresa el sistema americano. Los hijos de las hermanas de mi madre son también hijos de ésta, como los hijos de los hermanos de mi padre lo son también de éste; y todos esos hijos son hermanas y hermanos míos. Pero los hijos de los hermanos de mi madre son sobrinos y sobrinas de ésta, como los hijos de las hermanas de mi padre, son sobrinos y sobrinas de éste; y todos esos hijos son primos y primas mías. Pues, al paso que los maridos de las hermanas de mi madre son también maridos de ésta, y de igual modo las mujeres de los hermanos de mi padre son también mujeres de éste—de derecho, si no siempre de hecho—la prohibición social del comercio sexual entre hermanos y hermanas, ha dividido en dos clases los hijos de hermanos y de hermanas, tratados hasta entonces indistintamente como hermanos y hermanas: unos siguen siendo después, como lo eran antes, hermanos y hermanas entre sí (más lejanos); otros no pueden seguir siendo ya hermanos y hermanas, ya no pueden tener progenitores comunes, ni el padre solo, ni la madre sola, ni ambos juntos; y por eso se hace necesaria por primera vez la clase de los sobrinos y sobrinas, de los primos y primas. El sistema de parentesco americano, que parece sencillamente absurdo en toda forma de familia que descanse de cualquier modo en la monogamia, se explica de una manera racional y se motiva de una manera natural, hasta en sus particularidades más ínfimas, por la familia punalúa. Allí donde se encuentre este sistema de parentesco, tuvo que hallarse establecida la familia punalúa, o una forma análoga.

Esta forma de la familia, cuya existencia actual está demostrada en Hawai, verosímilmente lo hubiera sido también en toda la Polinesia, si los piadosos misioneros, como antaño los frailes españoles en América, hubiesen podido ver en estas situaciones anticristianas otra cosa más que una sencilla "abominación".4 Cuando César nos dice de los bretones, los cuales se hallaban en aquel momento en el estadio medio de la barbarie: "Tienen comunes entre si las mujeres, por decenas o docenas, y hasta con la mayor frecuencia entre hermanos y hermanas, padres e hijos", esto se explica sin dificultad ninguna con el matrimonio por grupos. Las madres bárbaras no tienen diez o doce hijos en edad de poder sostener mujeres comunes; pero el sistema americano de parentesco, que corresponde a la familia punalúa, suministra gran número de hermanos, puesto que todos los primos próximos o remotos de un hombre son hermanos de él. Es posible que lo de "padres e hijos" sea un concepto erróneo de César; sin embargo, no está absolutamente prohibido por este sistema que puedan encontrarse en el mismo grupo conyugal padre e hijo, madre e hija; pero si lo está el que se encuentren en él padre e hija, madre e hijo. Esta forma de la familia suministra también la más fácil explicación de los relatos de Herodoto y de otros escritores antiguos acerca de la comunidad de mujeres en los pueblos salvajes y bárbaros. Lo que Watson y Kaye (The people of India) cuentan de los tikurs del Audh, al norte de Ganges, debe referirse también a la familia punalúa: "Viven casi indistintamente juntos (es decir, sexualmente), en grandes comunidades; y cuando dos individuos se consideran como casados el uno con el otro, no por eso deja de ser puramente nominal el vínculo que los une".

En la inmensa mayoría de los casos, la institución de la gens ha salido directamente de la familia punalúa. Cierto es que el sistema de clases australiano también presenta un punto de partida de aquellas; los australianos tienen gentes, pero aún no tienen familia punalúa. Sin embargo, su organización social es un hecho harto aislado para que hayamos de tenerlo en cuenta.

En ninguna forma de la familia por grupos puede saberse con certeza quién es el padre de la criatura, pero si se sabe quién es la madre. Aun cuando ésta llama hijos suyos a todos los de la familia común y tiene deberes maternales para con ellos, no por eso deja de distinguir a sus propios hijos entre los demás. Por tanto, es claro que en todas partes donde existe el matrimonio por grupos, la descendencia no puede demostrarse sino por la línea materna y, por consiguiente, sólo se reconoce la filiación femenina. En ese caso se encuentran, en efecto, todos los pueblos salvajes y los que se hallan en el estadio inferior de la barbarie; haberlo descubierto antes que nadie es el segundo gran mérito de Bachofen. Designa este reconocimiento exclusivo de la filiación maternal, y las relaciones de herencia que después se han deducido de él, con el nombre de "derecho materno"; conservo esta expresión en aras de la brevedad. Sin embargo, es inexacta; porque en ese estadio de la sociedad no existe aún derecho en el sentido jurídico de la palabra.

Tomemos ahora en la familia punalúa uno de los dos grandes grupos modelo; por ejemplo, el de una serie de hermanas carnales, más o menos lejanas (es decir, descendientes de hermanas carnales en primero, segundo y otros grados), con sus hijos y sus hermanos directos por linea materna (los cuales, con arreglo a nuestra suposición, no son sus maridos), y tenemos exactamente el círculo de los individuos que más adelante aparecerán como miembros de una gens en la primitiva forma de esta institución. Todos ellos tienen por tronco común una madre, y en virtud de este origen, los descendientes femeninos forman generaciones de hermanas. Pero los maridos de estas hermanas ya no pueden ser sus hermanos; luego ya no pueden descender de aquel tronco materno, y no pertenecen a este grupo consanguíneo que más adelante llega a ser la gens; pero sus hijos pertenecen a este grupo, puesto que la descendencia por línea materna es la única que lo constituye, por ser la única cierta. En cuanto fue objeto de la reprobación de la sociedad el comercio sexual entre todos los hermanos y hermanas (incluso los colaterales más lejanos) por línea materna, el grupo antedicho queda transformado en una gens, es decir, se constituye un círculo cerrado de parientes consanguíneos por línea femenina, que no pueden casarse unos con otros; círculo que desde ese momento se consolida cada vez más por medio de instituciones comunes, de orden social y religioso, que lo distinguen de las otras gentes de la misma tribu. Más adelante volveremos a ocuparnos de este punto. Pero si encontramos que la gens nace necesaria y naturalmente de la familia punalúa, nos vemos muy cerca de admitir como casi cierta la existencia anterior de esta forma de familia en todos los pueblos donde se pueda demostrar la institución de la gens, es decir, en casi todos los pueblos bárbaros y civilizados.

Cuando Morgan escribió su libro eran escasísimos nuestros conocimientos acerca del matrimonio por grupos. Teníanse vagas nociones respecto al matrimonio por grupos entre los australianos organizados en clases: y, además, Morgan había publicado en 1871 todos los datos que poseía sobre la familia punalúa en Hawai. La familia punalúa, por un lado, suministraba la explicación completa del sistema de parentesco vigente entre los indios americanos y que había sido el punto de partida de todas las investigaciones de Morgan; por otro lado, constituía el punto de arranque de la gens matriarcal; por último, presentaba un grado de evolución mucho más alto que las clases australianas. Comprendíase, pues, que Morgan la tomase por el período evolutivo inmediatamente anterior al matrimonio sindiásmico y le atribuyese una difusión general en una época precedente. De entonces acá, hemos llegado a conocer otra serie de formas de matrimonio por grupos, y sabemos ahora que Morgan fue demasiado lejos en este punto. Pero no por eso es menos cierto que, en su familia punalúa, tuvo la suerte de encontrar la forma más elevada, la forma clásica del matrimonio por grupos, gracias a la cual se explica de manera más sencilla el paso a una forma superior.

Si las nociones que tenemos del matrimonio por grupos se han enriquecido radicalmente, lo debemos al misionero inglés Lorimer Fison, que durante años ha estudiado esta forma de la familia en su tierra clásica, la Australia. Entre los negros australianos del monte Gambier, en la Australia del Sur, es donde encontró el grado más inferior de desarrollo. La tribu entera se divide allí en dos clases: los krokis y los kumitas. Está terminantemente prohibido el comercio sexual en el seno de cada una de estas dos clases; en cambio, todo hombre de una de ellas es marido nato de toda mujer de la otra, y recíprocamente. No son los individuos, son grupos enteros, quienes están casados unos con otros, clase con clase. Y nótese que allí no hay en ninguna parte restricciones por diferencia de edades o de consanguinidad especial, salvo la que se desprende de la división de dos clases exógamas.[...]

3° La familia sindiásmica.—Bajo el régimen del matrimonio por grupos, o quizá antes, formábanse ya parejas conyugales unidas para un tiempo más o menos largo; el hombre tenía una mujer en jefe (no puede aún decirse una mujer favorita) entre sus numerosas esposas, y era para ella el esposo principal de todos. Esta circunstancia no ha contribuido poco a la confusión producida por los misioneros, quien en el matrimonio por grupos ven ora la comunidad de mujeres sin regla ninguna, ora el adulterio arbitrario. Pero conforme se desarrollaba la gens e iban haciéndose más numerosas las clases de "hermanos" y de "hermanas", entre quienes en adelante era imposible el matrimonio, han debido de contraerse cada vez más uniones de ese género. Aún fue más lejos el impulso dado por la gens a la prohibición del matrimonio entre parientes consanguíneos. Así vemos que entre los iroqueses y entre la mayoría de los demás indios del estadio inferior de la barbarie, está prohibido el matrimonio entre todos los parientes que cuenta su sistema, y hay algunos centenares de parentescos diferentes. Con esta creciente complicación de las prohibiciones del matrimonio hiciéronse cada vez más imposibles las uniones por grupos, las cuales fueron sustituidas por la familia sindiásmica. En esta etapa, un hombre vive con una mujer, pero de tal suerte, que la poligamia y la infidelidad ocasional siguen siendo un derecho para los hombres, al paso que casi siempre se exige la más estricta fidelidad a las mujeres, mientras dure la vida común, y su adulterio se castiga cruelmente. Pero el vínculo conyugal se disuelve con facilidad por una y otra parte; y después, como antes, los hijos pertenecen a la madre sola.

La selección natural continúa obrando en esta exclusión cada vez más grande de los parientes consanguíneos del lazo conyugal. He aquí lo que dice Morgan acerca de esto: "El matrimonio entre gentes no consanguíneas engendraba una raza más fuerte, en lo físico y en lo moral; mezclaban se dos tribus avanzadas, y los nuevos cráneos y cerebros crecían naturalmente hasta que contuviesen dentro las capacidades de ambas". Las tribus que habían adoptado el régimen de la gens, teman, pues, que tomar la delantera respecto a las que se habían quedado retrasadas o arrastradas en seguimiento suyo en su ejemplo.

Por tanto, la evolución de la familia en la historia primitiva consiste en estrecharse constantemente el círculo en el cual reina la comunidad conyugal entre los dos sexos, y que en su origen abarcaba la tribu entera. La exclusión progresiva, primero de los parientes cercanos, después de los más o menos lejanos y luego de los que son simples parientes por alianza, hacen, por fin, imposible, en la práctica, toda especie de matrimonio por grupos: en último término no nos queda sino nada más que la pareja provisionalmente unida por un vínculo frágil aún: es la molécula, con la disociación de la cual concluye el matrimonio en general. Esto prueba cuán poco tiene que ver el origen de la monogamia con el amor sexual individual, en la actual aceptación de la palabra.

Mientras que en las anteriores formas de la familia los hombres nunca pasaban apuros por encontrar mujeres, antes bien tenían más de las que les hacían falta; desde este momento escasearon las mujeres y fueron más buscadas. Por eso, con el matrimonio sindiásmico empiezan el rapto y la compra de mujeres, síntomas muy difundidos, pero nada más, de un cambio mucho más profundo efectuado; MacLennan, ese escocés pedante, ha transformado esos síntomas, que no son sino simples métodos de adquirir mujeres, en distintas clases de familias, bajo la forma de "matrimonio por captura" y "matrimonio por compra". De igual modo, entre los indios de América y en otras partes (en el mismo estadio), no incumbe el convenir en un matrimonio a los interesados, a quienes a menudo ni aun se les consulta, sino a sus madres. Muchas veces quedan prometidos así dos seres que no se conocen el uno al otro, y llegan a saber el cierre del trato cuando se acerca el momento del enlace matrimonial. Antes de la boda, el futuro esposo hace regalos a los parientes gentiles de la prometida, es decir, a los parientes por parte de la madre de ésta, y no al padre ni a los parientes de éste; regalos que se consideran como el precio por el cual compra a la joven núbil que le ceden. El matrimonio es disoluble a voluntad de cada uno de los dos cónyuges; sin embargo, en numerosas tribus (por ejemplo, entre los iroqueses), se ha formado poco a poco una opinión pública hostil a esas rupturas; en caso de haber disputas median los miembros de la gens parientes de cada parte, y, sólo cuando no da buen resultado este paso, es cuando se lleva a cabo la separación, en virtud de la cual se queda la mujer con los hijos, y cada una de las dos partes es libre de casarse de nuevo.

La familia sindiásmica, demasiado débil e inestable por sí misma para hacer sentir la necesidad, o, aunque sólo sea el deseo de un hogar doméstico particular, no suprime de ningún modo el hogar comunista que nos presenta la época anterior. Pero el hogar comunista significa predominio de la mujer en la casa; lo mismo que el reconocimiento exclusivo de una madre propia, en la imposibilidad de conocer con certidumbre al verdadero padre, significa profunda estimación de las mujeres, es decir, de las madres. Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la de decir que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre. Entre todos los salvajes y entre todos los bárbaros de los estadios medio e inferior, y en parte hasta entre los del estadio superior, la mujer no sólo tiene una posición libre, sino también muy considerada.[...]

4° La familia monogámica.—Nace de la familia sindiásmica, según hemos demostrado, en la época que sirve de límite entre el estadio medio y el estadio superior de la barbarie; su triunfo definitivo es uno de los signos característicos de la civilización naciente. Se funda en el poder del hombre, con el fin formal de procrear hijos de una paternidad cierta; y esta paternidad se exige, porque esos hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de la fortuna paterna. Se diferencia del matrimonio sindiásmico, por una solidez mucho más grande del vínculo conyugal, cuya disolución ya no es facultativa. De ahora en adelante, sólo el hombre puede romper este vínculo y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal, por lo menos en las costumbres (el Código Napoleón se lo otorga expresamente, mientras no tenga la concubina en el domicilio conyugal), y se ejercita cada vez más, a medida que progresa la evolución social; si la mujer se acuerda de las antiguas prácticas sexuales y quiere renovarlas, es castigada más severamente que en ninguna época anterior.

Entre los griegos encontramos en todo su vigor la nueva forma de familia. Al paso que según la observación de Morgan, el papel de las diosas en la mitología indica un período anterior en que las mujeres aún tenían una posición más libre y más estimada, encontramos ya a la mujer de los tiempos heroicos humillada por el predominio del hombre y la competencia de las esclavas. Léase en la Odisea cómo da Telémaco una repulsa a su madre y le impone silencio. En Homero, las mujeres jóvenes conquistadas quedan a disposición de los vencedores según su antojo; los jefes elegían para sí, por turno y conforme a su categoría, las más hermosas; sabido es que la litada entera gira sobre la disputa entre Aquiles y Agamenón, disputa cuya causa es una esclava de esta clase. Junto a cada héroe de Homero, de alguna importancia, se cita la joven cautiva con la cual comparte su tienda y su lecho. Esas jóvenes eran también conducidas al país nativo, a la casa conyugal, como Casandra por Agamenón, en Esquilo; los hijos nacidos de esas esclavas reciben una pequeña porción hereditaria del padre, y se consideran como hombres libres; así, Teucros es un hijo ilegítimo de Telamón, y tiene derecho a llevar el nombre de su padre. En cuanto a la mujer legítima, se exige de ella que aguante todo esto, y que a la vez guarde una castidad y una fidelidad conyugal rigurosas. Cierto es que la mujer griega de la época heroica es más respetada que la del período civilizado; pero, sin embargo, en último término, para el hombre no es más que la madre de sus hijos legítimos, la que gobierna la casa y dirige a las esclavas, de las cuales tiene derecho a hacer él concubinas suyas a su voluntad. La existencia de la esclavitud junto a la monogamia, la presencia de jóvenes y bellas cautivas que pertenecen en cuerpo y alma al hombre, es lo que constituye desde su origen el carácter específico de la monogamia, la cual sólo es monogamia para la mujer, y no para el hombre. Y en la actualidad aún tiene este carácter.

En cuanto a los griegos de una época más reciente, debemos distinguir entre los dorios y los jonios. Los primeros, de los cuales Esparta es el ejemplo clásico, se encuentran desde muchos puntos de vista en condiciones conyugales mucho más primitivas que las pintadas por Homero. En Esparta existe un matrimonio sindiásmico modificado conforme a la idea local del Estado y que presenta muchas reminiscencias del matrimonio por grupos. Las uniones estériles se rompen; el rey Anaxándrides (hacia el año 560 antes de nuestra era) tomó una segunda mujer, sin dejar a la primera, que fue estéril, y sostenía dos domicilios conyugales; hacia la misma época, teniendo el rey Ariston dos mujeres sin hijos, tomó otra tercera, pero en cambio repudió a una de las dos primeras. Además, varios hermanos podían tener una mujer común; el hombre a quien convenía más la mujer de su amigo podía participar de ella con éste; y se encontraba muy decente poner la mujer a disposición de "un buen semental" (como diría Bismarck), aun cuando no fuese un ciudadano libre. De un pasaje de Plutarco, en que a una espartana envía su marido un amante que la persigue con sus proposiciones, hasta parece deducirse, según Schaemann una libertad de costumbres aún más grande. Pero también, por esta razón, era cosa inaudita el adulterio efectivo, la infidelidad de la mujer a espaldas de su marido. Por otra parte, la esclavitud doméstica era desconocida en Esparta, por lo menos en la mejor época; los ilotas esclavos vivían aparte en las tierras de sus señores, y, por consiguiente, era menor la tentación de frecuentar a las mujeres de aquellos para los espartanos. Por todas estas razones, las mujeres de Esparta tenían una posición mucho más respetada que entre los griegos. Las casadas espartanas y la flor y nata de las hetairas atenienses son las únicas mujeres de quienes hablan con respeto los antiguos, y de las cuales tomáronse el trabajo de recoger los dichos.

Otra cosa muy diferente era lo que pasaba entre los jonios, respecto a lo que es característico el régimen de Atenas. Las doncellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escribir. No teniendo trato sino con otras mujeres, equivale a decir que estaban prisioneras.[...]

 

Friedrich ENGELS (1970): El origen de la familia..., Madrid: Fundamentos, pp. 41-59, 62.

 

 

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