¿Por qué vascos al pilpil?
Queridos lectores, permítanme felicitarles por su decisión de leer poesía. En España poesía leemos muy pocos. La prosa se impuso a lo largo del siglo XX olvidando tal vez, que la más antigua voz humana fue un verso, una breve frase contundente que llamó quizás la atención de alguien, y la recuerda, y la comentan.
En la prosa quien escribe, sean artículos, ensayos o novelas, acostumbra a explicar al lector todo cuanto debe saber mediante párrafos, que contienen descripciones, argumentos, hallazgos o conclusiones. El novelista teje capítulos curtiendo el argumento que se nutre voraz con párrafos, y emerge así un índice holgado de páginas. Pero no es así en la poesía. La línea es la unidad de medida básica del poema. Verso a verso, escatimando vocablos, subraya el poeta un detalle en una escena, en una historia un momento. Por eso los buenos poemas son intensos, en media página, en una, en dos, con muchos espacios en blanco, donde las sugerencias brotan y el lector entra en trance hasta en el cielo del paladar y en su estado de ánimo, mucho más si vocaliza lo que lee.
En este libro de poemas, hay además un claro homenaje a las víctimas del terrorismo, por cuanto muchos de los espacios en blanco de su poesía nos permitirán acercarnos a ellas, a su vacío, a su desesperanza, a la frialdad de sus momentos vividos. La mayoría de los testimonios escritos rindiendo homenaje a las víctimas del terrorismo lo han sido en prosa. Hasta el momento, 11-M: Poemas contra el olvido, es el título del único libro de poesía en español que se ha ocupado de acotar las secuencias del terrorismo en la convivencia humana reciente. Lo publicó Bartley editores en el 2004. Se trata de una antología de textos aportados por poetas destacados en la década de 1990. Permite una lectura poliédrica de autores varios y diversos que entonaron, cada cual a su manera, la canción del olvido.
Vascos al pilpil es también un libro de poemas, pero muy distinto. Su título nos advierte de su contenido, pero también de la personalidad del autor, de su minucioso trabajo de documentación y de su fino sentido del humor al servicio de la expresión poética. José María Prieto combina en el título al menos dos significados de lo que es el pilpil. Históricamente el pilpil es el rumor burbujeante del aceite a punto de hervir. Todos tenemos en la cabeza la imagen chisporroteante de las angulas o las gambas al ajillo recién sacadas del fuego. El autor juega con la alusión onomatopéyica de este chisporroteo para representar el modo en que los etarras han estado friendo a los vascos durante tantos años. Pero también esconde un significado añadido para quienes prefieran continuar pensando en el pilpil como esa salsa viscosa que parece tener su origen durante el asedio de Bilbao por las tropas carlistas en 1835. Cuentan que tan nervioso estaba el cocinero preparando un bacalao a la cazuela, que sus rápidos giros de muñeca consiguieron emulsionar la exultante gelatina subcutánea del pescado escamado. No es casual que la agudeza del autor haya utilizado esta imagen de viscosidad para representar a una sociedad donde resulta difícil moverse porque el enemigo puede ser tu yerno, tu vecino e incluso tu hijo. Tampoco habla de vascos por el uso genérico del masculino para designar a todos los individuos vascos. Lo hace porque el pilpil era un plato que tradicionalmente hacían los hombres para los hombres, y porque a nadie se le escapa que los etarras más activos han sido hombres en su mayoría. Vascos al pilpil es una antología del terrorismo de ETA durante décadas en la voz de un solo autor, muy peculiar por cierto. Tiene que ver con comensales que han tragado hasta hartarse, con toques de pistola en la sien y con el grado de autodeterminación que tienen la cuchara y el tenedor.
José María Prieto no es un autor de confesionario, como tantos en España, con poemas escritos en primera persona. En los 61 poemas de Vascos al pilpil, el pronombre yo aparece una vez, y verbos en primera persona sin sujeto explícito tan solo en tres ocasiones. En dos lemas, esas breves frases que encabezan los poemas al principio, un yo es de Gustavo Adolfo Bécquer y otro de Julio Caro Baroja. No son yoes del poeta porque no se confiesa en este libro ni tampoco hace psicoterapia de sí mismo. Y como nada es casual en estos versos, cuando habla en tercera persona, ¿por qué lo hace?
Tal vez, porque conozco al autor desde hace años, cuento con ventaja para responder a esta pregunta: porque sencillamente no quiere desviar hacía sí mismo la atención. El poeta siente que él aquí no importa. No pretende transmitir sus impresiones, ni decirle al lector lo que pensar o sentir. Siempre abierto a que las cosas sucedan en su dureza, su horror, su frialdad, su vacío, su silencio. Sacrifica y escatima vocablos en sus versos, pero nunca escatima en silencios, para que el lector haga suyo el escenario y saboree las intensas escenas. De esas escenas compartidas ahora entre el poeta y el lector que entra en el acto, brota el verdadero poema, el que cada uno siente, con su emoción única y que el autor se resigna a perderse como quien planta una semilla y no puede verla crecer. La voz del autor no nos guía, nos muestra la imagen y nos abandona a nuestra suerte, hacia donde nuestras emociones nos lleven. La única voz que escucharemos es la nuestra. Nada es casual.
Quizás estos poemas sean el mejor homenaje que se puede hacer a las víctimas del terrorismo en España: escribir en poesía, para nuestra memoria colectiva, lo que las gentes tapaban por su mal olor, porque les avergonzaba o les dolía reconocer. No se puede cambiar el pasado, pero se puede guardar entre nuestros recuerdos lo que sencillamente ocurrió, facilitando en silencio a cada cual el que pueda enfrentarse a sus contradicciones, como los pueblos han de enfrentarse a las suyas. El autor, comprometido con las víctimas del terrorismo, aspira a que sus palabras sean sentidas como un homenaje para quienes vivieron estas escenas en primera persona y ahora, en la sola existencia de estos poemas, encontrarán una prueba de que no se ha olvidado, de que la sociedad, en su legítimo deseo de seguir hacia delante, no olvida la verdad. Sin embargo, las poesías nos trasladan a escenas de tanto realismo, son tan intensas y tan transparentes, sin edulcorantes, que su lectura podría resultar dura para las víctimas.
El profesor José María Prieto ha combinado, una vez más, su corazón de poeta con su particular excentricidad para hacer ese nuevo libro que se publica en Argentina, donde hay más de tres millones de ciudadanos con apellidos vascos. ¿Por qué este libro no se ha publicado en España? Es un enigma que dejo al lector. Ha estado en varias manos editoriales y en Buenos Aires ha recalado, ha hallado acomodo en la editorial SB. En las mías también, y lo he acogido para compartir lo que me ha sugerido. Extraño es también que los poetas españoles no hayan acompañado a las víctimas del terrorismo etarra durante más de medio siglo. Extraño es que la sociedad entera no lo hayamos hecho, desde las primeras víctimas. En un país que solo tiene un día al año en el calendario, el 10 de noviembre, en el que no haya habido víctimas por actos terroristas. Quizás aún no es tarde.
Prof. Dra. María Paz García-Vera
Presidenta División Psicología Clínica y Comunitaria,
Asociación Internacional Psicología Aplicada (1920)
Directora proyecto atención psicológica a las víctimas del terrorismo, UCM.
Asesora Jefatura de la Unidad Militar de Emergencias, Ministerio de Defensa, Gobierno de España..
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