Madrid, Editorial Grupo Cero, 1998
Carta de Leopoldo de Luis
Madrid, 29 de marzo de 1999
Mi querido amigo Ruy Henríquez:
He leído con atención y gusto el libro que tuviste la amabilidad de ofrecerme la otra tarde, cuando nos reunimos en vuestro "taller".
"Surcos" me parece interesante y complejo. Creo que hay una voz personal y auténtica, pero, al mismo tiempo unas influencias algo desorientadoras, a mi juicio. Quiero decir que, a veces, una actitud de creación imaginativa no se concilia con aspectos de crudeza realista. Tal vez por ser un primer libro has llevado a sus páginas piezas que responden a momentos distintos.
Esto no dice nada en contra de una verdad poética. Yo creo que el libro responde a un poeta auténtico. Ya el primer poema demuestra una comprensión lúcida de la escritura poética. Palabras juntas que en su unión redescubren las cosas y les dan nuevos nombres; árbol que nunca recibe el mismo rocío; una historia que, de alguna manera, empieza en cada uno.
Es curioso comprobar cómo aparecen distintos sujetos líricos, y en todos ellos se desarrolla una voz auténtica.
Me he quedado muy contento de leerte, de tomar contacto con tu mundo poético. Me han impresionado entre otros, poemas como "Un hombre muerto", "Pertenezco a la espera" o "Las cosas que no tienen nombre".
Te agradezco que me hayas dado a conocer tu obra y te deseo constancia y corazón en esta aventura.
Un abrazo de tu amigo,
Leopoldo de Luis
Un hombre muerto
Para cuando tú te fueras,
pensé que se quedaría conmigo un hombre muerto.
Una larva dormida, un huevo bajo la tierra,
un animal invernando en su madriguera.
Me sentiré, dije, un cuerpo en coma
vegetando en la cama de un hospicio,
el pulso latiendo muy lento y en silencio,
confundiéndose con las pisadas de los segundos
en los largos y solitarios pasillos del tiempo.
El impronunciable tiempo que dure tu ausencia.
Todos los signos vitales detenidos porque tú te habrías ido.
Y yo, mudo e inerte, me habría dejado caer
en el negro sueño de todos los sentidos.
Para cuando ya esté solo, pensé,
cerraré bien todas la puertas, todas las ventanas,
me concentraré en mí mismo, en la cruda estructura,
en la desnuda forma de un hombre solo.
Una obra inacabada y vacía como los movimientos de un autómata.
Agostando todas las formas de la respiración
para que las horas vuelen imperceptibles
sobre la crisálida que formarán tus cartas a mi alrededor.
Como una oración talmúdica diré rezando
"Sólo quiero que el tiempo pase y que estemos juntos otra vez".
Repitiéndola hasta que caiga el primer segundo de esta espera
fulminado por la ira de mi piedad.
El ahorro y la continencia de un eremita
que contemplando extático su fé
sentirá el peso muerto de su sexo entre las piernas
y pensará en la corta vida que tiene el amor.
Pero no ha sido así.
Los muertos no eyaculan ni fecundan esperanzas en sus tumbas.
No se yerguen sus vergas soñando con sus viudas,
florecientes Penélopes ardiendo sudorosas en sus camas vacías.
Ni se desvelan pensando en la rotundidad de sus caderas,
en los espléndidos culos de las viudas que se marchitan
intactos bajo el luto prematuro,
sin que los labios beban con desesperada agonía su áspera miel.
No es un muerto el que sueña con la engañosa fortaleza de tus piernas,
en la flor húmeda de tu sexo rezumando el olor de todos los deseos,
la satisfacción del hambre y de la pena.
Surcos (1998)