DE LUIS CERNUDA Y SUS LIBROS (O SU VIDA)

 

 

 

            Se celebra, en estos días, el centenario del nacimiento de Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - México, 1963), el más serenamente romántico -el más contemporáneo, leído con la contradictoria perspectiva del siglo XXI- de los miembros de esa promoción literaria "del 27" que abrió a la poesía en castellano las puertas de su segunda edad de oro. Los libros de Cernuda abordan territorios literarios muy diversos: el relato breve (Tres narraciones, 1948), el teatro (La familia interrumpida, 1938), la personalísima versión de autores como Hölderlin (Poemas, 1942) o Shakespeare (Troilo y Crésida, 1953), el ensayo crítico (Pensamiento poético en la lírica inglesa, 1958, entre otros). Todo ello, sin embargo, es marginal con respecto a sus libros de poesía, testimonio y legado de un proceso vital que él mismo relató en el emocionante "Historial de un libro" (1958), que acompañó la aparición en México de la tercera -penúltima- edición de su poesía completa, una obra crecedera reunida, desde su primera publicación por Bergamín en el Madrid de 1936, bajo la rúbrica de La realidad y el deseo. Un título que sintetiza de forma memorable el "afán de eternidad", esa persecución siempre frustrada, pero nunca muerta, de la reintegración primigenia del ser a través de la experiencia lírica que dota de fuerza motriz a la escritura de Cernuda.

 

            Esta se despliega así ante el lector como la progresiva y, hasta cierto punto, consciente construcción de un Yo literario de raíces románticas: amor maldito, naturaleza, chispazos de hermosura que nos legan, distantes, los hombres y las obras de arte (la música sobre todo), proporcionan la materia temática que sirve de pretexto al poeta para emprender, desde sus tempranos Perfil del aire (1927) y Égloga, Elegía, Oda (1928), la construcción de un lenguaje lírico tenso, hondamente elegíaco, nunca gritado y, sin embargo, capaz de expresar el violento desasosiego que rezuman los poemas superrealistas de Un río, un amor (1929) o Los placeres prohibidos (1931). Una voz poética que, a partir de Donde habite el olvido (1932-33) e Invocaciones (1934-35), decantará su expresión hasta lograr, en un proceso ininterrumpido que arranca de Las nubes (1937-40), su primer libro del exilio anglosajón y cierre de la segunda entrega, ya mexicana, de La realidad y el deseo, un equilibrio característicamente cernudiano, por inestable e insatisfecho, entre sentimiento, contemplación y reflexión, vertido en un castellano preciso, concreto, desnudo, clásico con el clasicismo que da la contención a los grandes románticos -Blake, Keats o, ¿por qué no?, Yeats-, cuyo magisterio se añade al de Bécquer y Hölderlin en los sucesivos Como quien espera el alba (1941-44), Vivir sin estar viviendo (1949, ya en EE. UU.) y Con las horas contadas (1950-56).

 

            Poesía casi conversacional, filosófica sin parecerlo, completada, también en los años del exilio, por los poemas en prosa de Ocnos (nuevo libro orgánico : 1942, 1949, 1963†) y Variaciones sobre tema mexicano (1952), verdaderos alardes de orfebrería sensorial y rítmica que marcan, respectivamente, el principio y el fin

 

 

 

 

 

de un intento de mitificar el Yo poético, sustrayéndolo al tiempo como habitante, primero infantil, luego maduro y enamorado, de un edén de experiencias estético-afectivas.

           

            Y una última obra, Desolación de la Quimera (1962), en la que se impone una nota de amargura, una conciencia del estado de pérdida inevitable como clave última de la existencia humana, concretada en la renuncia al amor y en el olvido. Ni siquiera el arte, la música de Mozart, salvan ya. Y en "A sus paisanos", Cernuda clausura sus versos con una maldición: la de "la ignorancia,/ la indiferencia y el olvido" a los que cree haber sido condenado en la que, hace ya tiempo, fuera su tierra.

 

            El poeta, sin embargo, se equivocaba de cara a un futuro casi inmediato. Ya en mayo de 1969, una encuesta publicada en Cuadernos para el diálogo proclamaba su obra poética como la más significativa de toda la lírica española de posguerra. Una valoración que, a la vista de la bibliografía acumulada, no parece haber perdido vigencia en nuestros días.

 

Carlos Sainz de la Maza.