La historia del libro a través de las colecciones de la Universidad Complutense.

La imprenta española en el siglo XVII:
El pensamiento barroco


QUEVEDO Y VILLEGAS, Francisco
El Parnaso español y musas castellanas.
Madrid: Melchor Sánchez, 1668. 4º.
[FLL 29933].

Desde el punto de vista material, las grandes obras de pensamiento y creación están impresas en libros defectuosos en los que las erratas son abundantes y los soportes, tintas y tipografía se caracterizan por su escasa calidad. Sólo la grandilocuencia del arte barroco, que aprovecha las posibilidades del grabado en metal, dignifica la producción. Los frontispicios o portadas grabadas con formas arquitectónicas se instalan en el libro español creando complejos espacios donde retratos, escudos, emblemas y alegorías se prodigan.

Es el siglo de Cervantes, de Calderón, de Góngora, de Quevedo, de Gracián, o de Lope de Vega. La narrativa española entra con letras de oro en la literatura mundial, de cualquier tiempo y lugar, en 1605, el año que el impresor Juan de la Cuesta publica en Madrid la novela de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha, cuya reproducción facsimilar, en notable edición a cargo de la Real Academia Española realizada en 1917, se puede contemplar en la exposición. El género teatral, paralelamente, conforma un fenómeno que, como se ha visto recientemente en esta Biblioteca Histórica con motivo de la exposición conmemorativa del centenario de Calderón, sobrepasa lo literario para entrar de lleno en lo sociológico. Lope de Vega, de quien se puede ver Laurel de Apolo con otras rimas (Madrid, Juan González, 1630), reinventa el género dotándolo de un carácter poético inimitable e inigualable. Mientras, Calderón, de quien exponemos un tomo de Comedias (Madrid, Juan García Infanzón, 1698), le da una mayor profundidad y adecuación de la expresión a las características del teatro barroco. La poesía está representada por El Parnaso español y musas castellanas de Francisco Quevedo ( Madrid, Melchor Sánchez, 1668) y el ensayo por la obra de Baltasar Gracián Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Iuan Nogués, 1648).

Es también el siglo en el que la atonía tradicional del panorama científico español empieza a romperse con una producción bibliográfica propia en la que tienen cabida desde el arte militar hasta la historia natural. En ciencias físico-químicas, los trabajos de la Compañía de Jesús, una de las escasas posibilidades de institucionalización científica, se dejan apreciar en la enseñanza del Colegio Imperial de Madrid, fundado en 1625, donde es profesor José Zaragoza, matemático al servicio de Carlos II, excelente astrónomo y constructor de aparatos científicos que, entre otras obras, en 1674 escribe su Trigonometría española (Mallorca, Francisco Oliver, 1672).

Son los años en los que el arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás difunde su obra, Segunda parte del arte y uso de architectura; Benito Daza Valdés publica Uso de los antoios para todo género de vistas (Sevilla, Diego Pérez, 1623), primer tratado de óptica fisiológica, con un curioso grabadito en la portada, mientras Sorapán de Rieros publica Medicina española contenida en prouerbios vulgares (Granada, Martín Fernández Zambrano, 1616) y Jerónimo Cortés su Tratado de los animales terrestres y volátiles y sus propiedades (Valencia, Benito Mace, 1672). Todas estas publicaciones son ejemplos de cómo la ciencia contribuye a enriquecer el panorama del pensamiento en la España barroca.