La imprenta renacentista y el nacimiento de la
ciencia botánica
Aurora Miguel Alonso
La iniciativa de la Universidad Complutense de
Madrid, a través de su Facultad de Farmacia, de
homenajear a tres generaciones de la familia Rivas,
dedicados a la enseñanza de la botánica en nuestra
Universidad, ha sido un feliz motivo para que la
Biblioteca Histórica presente al público interesado una
selección de la riquísima colección de libros de
botánica, de entre los siglos XV al XVIII. Una
circunstancia doblemente feliz, por ser colección apenas
disfrutada por los especialistas, al no haberse incluido
de forma global hasta ahora en ningún repertorio
especializado.
Como introducción a esta exposición, me ha
parecido de interés analizar en este trabajo la
importancia que ha tenido la labor entusiasta de un grupo
de impresores renacentistas en la aparición y
renovación de la ciencia botánica. En Italia, Alemania
o Flandes, poderosas casas tipográficas apostaron por el
riesgo financiero ante el reto que suponía la creación
de un nuevo tipo de libros, el herbario impreso, en el
que se combinaba la necesidad de depurar textos de la
Antigüedad con la búsqueda de una ilustración cada vez
más próxima a la Naturaleza. El resultado está a la
vista.
Características del libro incunable y su
repercusión en la difusión de la ciencia
En 1455, en el taller tipográfico de Johann
Gutenberg, se imprimió la Biblia de 42 líneas, el
primer libro impreso en Occidente con caracteres móviles.
La finalidad buscada con este nuevo invento era ante todo
conseguir la reproducción de un texto que mantuviera el
máximo parecido con el manuscrito que tenía como modelo,
pero abaratando el producto al pasar de un ejemplar
único, a contar con copias múltiples exactamente
iguales. La multiplicación de copias fue en un primer
momento su único interés. Pero la difusión de estas
copias por toda Europa, y la posibilidad de concentrar en
bibliotecas privadas un número cada vez mayor de obras
dio lugar a que paulatinamente el lector cambiase su
forma de enfrentarse a los textos que estudiaba,
desembocando paulatinamente en la creación de sistemas
de pensamiento totalmente nuevos.
En la época del libro manuscrito, el esfuerzo
del estudioso se concentraba normalmente en unos pocos
textos, aquellos a los que tenía fácil acceso,
comentándolos y explicándolos con el mayor lujo de
detalles, era el período clásico del glosador. Con la
aparición del libro impreso, el lector contaba
frecuentemente con un conjunto de obras que le permitían
la comparación de textos y su comentario crítico,
posibilitando también el hallazgo de diferencias y hasta
contradicciones entre las diversas ediciones y la
búsqueda de un texto más depurado. Los textos nacidos
por este sistema eran de nuevo multiplicados por los
impresores y repartidos por la red de libreros, sirviendo
a su vez como fuente de nuevas ediciones críticas en las
que se habían incorporado correcciones y añadidos que
habían facilitado además otros lectores interesados. En
muy pocos años se había pasado del sabio errante
viajando de biblioteca en biblioteca, buscando el
manuscrito concreto que resolviera sus dudas, al erudito
sedentario, quien en su lugar de trabajo recibía
abundante información de su interés y que, una vez
asimilada, va a enriquecer a su vez obras propias y
ajenas. Una retroalimentación continua que va a
contribuir poderosamente al nacimiento de la ciencia
moderna.
A lo largo del período incunable, la estructura
del libro va a variar sustancialmente. El estudioso del
período manuscrito que quería referirse a un texto
leído tenía que indicar el autor y el título de la
obra (por supuesto sin ninguna referencia a un ejemplar
concreto), el título del capítulo o su número y el
párrafo correspondiente. Esto exigía que el texto se
organizara frecuentemente en capítulos cortos, para que
fueran fácilmente identificables. Ocurría así porque
el libro manuscrito no contaba con portada, ni con
índices, ni estaba foliado o paginado, elementos que hoy
consideramos imprescindibles para la adecuada
identificación de una obra (portada), para la fácil
consulta de una cita (paginación) o para un mejor
aprovechamiento del texto (índices temáticos o
alfabéticos).
La necesidad sentida por el estudioso de
identificar lo más exactamente posible una cita o una
obra van a llevar a los impresores a introducir
paulatinamente estas innovaciones, pero no fueron obra
personal de un impresor concreto, sino fruto de una
generación de tipógrafos que buscaron, y van hallando,
el formato más adecuado para las nuevas necesidades de
sus clientes potenciales. La paulatina introducción de
estos elementos en el libro impreso va a facilitar la
aparición de nuevas fórmulas de intercambio de
información.
La creación de la portada y de la paginación
fue un poco tangencial en los intereses de la primera
imprenta, pero pronto se descubren su enorme potencial
informativo. En un primer momento se relaciona más con
el proceso de creación del libro que con el interés del
impresor por facilitar al lector la utilización del
libro. En el caso de la portada, el hecho de que, en el
período incunable, el impreso saliera frecuentemente al
mercado en pliegos sueltos, sin encuadernar, hizo que
fuera habitual que los tipógrafos dejaran la primera
hoja recto del primer cuaderno en blanco, para evitar que
se deteriorara el texto en la manipulación del libro
hasta que llegara al comprador. Muy pronto se constató
la utilidad que suponía el que en esta primera hoja,
inútil desde el punto de vista informativo, se
añadieran algunos elementos identificativos, primero el
título, luego el autor, y por último la marca de
impresor, lugar y año, hasta formalizar en la primera
década del siglo XVI el que se puede considerar como el
carnet de identidad del libro, la portada moderna.
Parecido proceso se siguió en la paginación
del libro. En el primer período incunable, el libro
aparece sin ningún tipo de paginación. Cuando ésta
aparece, su finalidad no fue tampoco la de orientar al
lector en su lectura, sino proporcionar al impresor, y
sobre todo al encuadernador, una guía para una
manipulación más sencilla de los cuadernos y libre de
errores, ya que permitía que quien tenía que organizar
el libro después de la impresión supiera la adecuada
ordenación de sus páginas, en un momento en que era muy
frecuente que los cuadernos tuvieran un número desigual
de hojas. Primero se utilizó el registro, listado al
final del texto en el que se indicaba la primera palabra
de cada cuaderno, más tarde la signatura, una secuencia
de letras o signos, una para cada cuaderno, y que se
imprimía en la parte inferior de las primeras hojas de
cada cuaderno, y por último la foliación (frecuentemente
en números romanos) o la paginación. Todavía a
comienzos del siglo XVI sigue siendo muy frecuente el
libro sin paginación.
La paginación de un libro es imprescindible a
su vez para la creación de un tercer elemento, básico
en el libro científico, la aparición de índices
alfabéticos o sistemáticos, que mejoran sustancialmente
el aprovechamiento de la información incluida en el
texto. Los nuevos artesanos del libro se dieron cuenta de
la importancia que tenía este elemento para una lectura
más provechosa, y lo mucho que lo valoraban los lectores,
por lo que, ya muchos de los primeros libros incunables
cuentan con excelentes índices, y en la publicidad de
algunos impresores, se especificaba que sus libros
contaban con índices «más completos y mejor ordenados» que los del
competidor.
En el campo de las ciencias descriptivas, la
búsqueda de una transmisión más eficaz de la
información fue facilitada también por otro elemento
indispensable, la ilustración, que permitía que la
descripción textual de especímenes de la naturaleza
pudiera ser acompañada de una reproducción
iconográfica lo más fiel posible con la realidad. La
xilografía o grabado en madera, se utilizó en Europa
durante todo el siglo XV para otros menesteres:
estampación de naipes, de tejidos, etc. pero pronto
quedó estrechamente vinculada a la imprenta, hasta el
punto de que parece razonable considerar la existencia de
una «doble invención», tipografía para el texto,
grabado para las imágenes. Que el libro impreso hiciera
posible nuevas formas de interacción entre estos
distintos elementos tiene quizá más importancia que el
cambio sufrido por las figuras o las letras por separado
(Eisenstein, 1994).
En el campo específico de la botánica, es
sugerente leer en la Historia natural de Plinio las
dificultades que los naturalistas griegos encontraron
para la descripción de plantas, al no contar con unas
posibilidades de transmisión iconográfica, múltiple e
idéntica en todas sus copias, como es el grabado: «Hay
algunos autores griegos que han tratado este tema. Han
reproducido las plantas en colores y han escrito debajo
sus efectos. Pero la pintura misma es engañosa, pues los
colores son muy numerosos, sobre todo si se quiere
rivalizar con la naturaleza, y está demasiado alterada
por los diversos azares de la copia».
El estudioso de las plantas del período
manuscrito consideró muy útil ilustrar sus escritos
para hacerlos más inteligibles; y con este fin
incorporó en sus textos ilustraciones coloreadas. Pero
los sucesivos copistas, y esto ocurrió a lo largo de mil
años, iban añadiendo progresivas distorsiones, por lo
que las ilustraciones, en ver de resultar una ayuda, se
convirtieron en un obstáculo para la claridad y
precisión de sus descripciones. Y por otra parte,
aquellos autores que renunciaron a incorporar en sus
textos ilustraciones, comprobaron que sus descripciones
textuales eran incapaces de describirlas con suficiente
fidelidad como para que pudieran ser reconocidas, pues
las mismas plantas recibían nombres diferentes en los
distintos lugares y, además, el lenguaje botánico no
estaba tampoco desarrollado. De ahí que muchos autores
renunciaran también a describir sus plantas y se
contentaran con enumerar todos los nombres que conocían
de cada planta, así como las dolencias humanas para las
que resultaban beneficiosas. Es el herbario medieval (Ivins,
1975).
El herbario medieval
El herbario tiene una larga tradición
manuscrita. Desde finales de la edad Antigua y a lo largo
de toda la Edad Media tratados sobre las plantas y sus
propiedades curativas se copiaron una y otra vez
partiendo de unos textos que enraizaban en la Antigüedad
grecolatina. Pero durante toda la Edad Media los textos
originales fueron variando paulatinamente a causa de
traducciones, interpolaciones de nuevos textos,
influencias del mundo árabe, judío o bizantino, hasta
el punto de que, partiendo de unos pocos textos
originales, la variedad de los textos resultantes a
finales de la Edad Media, en la época del nacimiento de
la imprenta, sea muy grande.
Antes de iniciar el estudio pormenorizado del
herbario medieval, aquellos que desembocaron en el libro
impreso, hay que delimitar el concepto de herbario. En
este momento, y hasta muy avanzado el siglo XVI, la
palabra herbario se refiere siempre a un libro con
finalidad esencialmente curativa, en el que se enumeran
los productos salidos de las plantas, y en menor medida,
de los animales y minerales con valor sanitario. Era un
libro de simples, entendiendo por esta palabra un
medicamento compuesto por un solo componente, procedente
de la naturaleza, especialmente del mundo vegetal.
La información de un herbario se ordena de una
forma muy parecida en todos ellos, con más o menos
extensión: nombre de la planta, una lista de sinónimos,
descripción de sus características, su distribución
geográfica y su hábitat, enumeración de los primeros
autores que han citado la planta, sus propiedades
curativas, como de recogerla y prepararla, una lista de
los medicamentos que se pueden preparar con ella, las
enfermedades que cura y, por último, las principales
contraindicaciones. En el caso de los herbarios
ilustrados, la imagen de la planta suele preceder a la
información escrita.
En la historia del herbario medieval, se pueden
formar dos períodos bien diferenciados, y que grosso
modo coincide con la Alta y la Baja Edad Media. En el
primer período, los herbarios conservados tienen una
fuente predominante, el tratado médico de Dioscórides: Peri
hyles iatrikes o De materia médica, redactado en griego
en el siglo I d. C., diseminándose en multitud de
variantes por toda Europa, hasta la llegada de la
imprenta (cat. 9-16).
La obra de Dioscórides se difundió y se impuso
rápidamente por todo el área mediterránea, en un
primer momento por Bizancio, y a partir de aquí, por los
países dominados por el Islam, y el Occidente medieval.
Desde el primer momento los manuscritos más bellos se
enriquecieron con miniaturas que representaban las
plantas y animales estudiados, pinturas que también
ejercieron una poderosa influencia en las etapas
posteriores.
A lo largo de toda la Edad Media, la Materia
medicinal se conoció en las tres lenguas científicas
utilizadas en uno u otro momento en el Occidente medieval:
el texto griego, difundido sobre todo desde la Italia
bizantina; el texto latino, traducido desde el original
griego en Italia del Sur y África del Norte a partir del
siglo VI; el texto árabe, traducido en Bagdad en el
siglo IX y transmitido a Occidente a partir del Califato
de Córdoba en el siglo X; y el texto latino traducido
del texto árabe preferentemente en Italia del Sur, a
finales del XI o principios del XII. Estas múltiples
formas de transmisión textual dieron lugar a una gran
diversidad de manuscritos en los que se habían
incorporado numerosas variantes, interpolaciones y
corrupciones que hacían casi ininteligible el texto
original.
La incorporación al mundo de la imprenta del
texto de Dioscórides se hizo en dos etapas. Primero se
imprimió en 1476 la que en algunos textos se ha
considerado como su edición princeps, pero que en
realidad es un conocido compendio farmacológico, el Dyoscorides,
redactado en la Escuela de Salerno, y en el que, al texto
refundido de Dioscórides y organizado alfabéticamente,
se le sumaron adiciones de Gargilius, Martialis, Apuleyo
Platónico, Pseudo-Oribasio, Isidoro, Galeno y otros con
comentarios de Pietro d'Abano, profesor de Padua del
siglo XIV. La primera edición del libro de Dioscórides,
ya parcialmente depurada de añadidos medievales, fue
llevada a cabo por el impresor veneciano Aldo Manuzio en
1499 (Miguel, 1999).
Estrictamente contemporáneo de Dioscórides fue
Cayo Plinio Segundo, que redactó una obra enciclopédica
de gran difusión en la Edad Media, la Naturalis Historia.
El tratado está dividido en treinta y seis libros, de
los cuales son de interés botánico los libros XII a XIX,
reino vegetal; y XX a XXVII, plantas de interés médico.
El interés concedido por Plinio a la botánica médica
lo expresa en el último párrafo del libro XIX: «Hemos
terminado con las plantas de huerto, exclusivamente en
sus empleos alimenticios. Falta tratar todavía, a decir
verdad, la importante cuestión de su naturaleza... La
verdadera naturaleza de cada planta no puede ser bien
conocida sino por sus efectos medicinales. Una legítima
preocupación de método nos ha llevado a no tratarla a
propósito de cada planta, para no estorbar ni demorar a
las personas que sólo se interesan por las virtudes
médicas». (Serbat, 1995). Estos últimos ocho libros
son los que los autores medievales copiaron, extractaron
y recensionaron en multitud de copias, incluyéndose
también parcialmente en herbarios posteriores (cat. 3).
La inmensa reputación de la obra de Plinio en
la Edad Media explica el enorme caudal de manuscritos que
de ella poseemos, más de doscientos. Es verdad que
muchos no contienen más que fragmentos o incluso
resúmenes, sin contar, aún en los mejores casos, con
todos los errores, contaminaciones, «correcciones» y
otras dificultades que los estudiosos que se han
enfrentado a ellos conocen bien.
La edición princeps de la Naturalis Historia
apareció en Venecia en 1469. Fue seguida por muchas
otras, acompañadas a menudo de trabajos críticos,
todavía útiles hoy día, y que en todo caso dan
testimonio de una extraordinaria erudición: Ermolao
Bárbaro, Beato Renano, el Pinciano, Saumaise, Beroaldo,
Caesarius, Erasmo, etc. La edición que se impone
definitivamente es la del jesuita Hardouin, 1685 (Serbat,
1995).
En el siglo IV un denominado Apuleyo Platónico
compila un nuevo Herbarius, utilizando fuentes griegas y
latinas, en particular a Plinio. Las últimas
investigaciones proponen que existió una primera
redacción en la segunda mitad del siglo IV, y una
«modernización» del texto en el siglo VII.
Posiblemente todas las variantes de este Herbarius fueron
escritos en la península italiana (Collins, 2000). Con
frecuencia aparece incorporado a un corpus de textos más
amplio, en el que se agregan obras como el Ex herbis
femininis o el Curae herbarum, que nunca fueron copiadas
de forma independiente. La popularidad de este herbario
perduró durante toda la Edad Media, si bien declinó a
partir del siglo XIV. Está organizado en 130 capítulos,
cada uno de los cuales se dedica a una planta, con
ilustración incorporada. Los datos reseñados siguen
más o menos la enumeración anterior: su nombre, tanto
en latín como en púnico, dacio, egipcio, persa, griego
e itálico, y en ocasiones su hábitat, sus valores
curativos, etc. Sus orígenes italianos explican que fue
el primer herbario ilustrado impreso en ese país, en
Roma, 1481, adornado con bellas ilustraciones coloreadas
a mano. Se cree que la impresión se realizó en los
recintos del Vaticano, bajo la responsabilidad de Joannes
Philippus de Lignamine, humanista siciliano cercano al
Papa Sixto IV. En el libro se explicita que el libro
impreso está basado en un manuscrito conservado en el
monasterio de Montecassino, del que también se copiaron
los grabados.
A partir de los siglos XII y XIII se compilan
nuevos herbarios, esta vez bajo la poderosa influencia de
la Escuela de Salerno, establecida en esa ciudad italiana,
aprovechando la proximidad del monasterio de Montecassino.
Las influencias de Bizancio y del mundo árabe en la
Italia meridional, hicieron que esa ciudad se convirtiera
en un centro internacional de actividad médica, con
influencia en todo el occidente medieval cristiano.
Cualesquiera que hayan sido sus orígenes, lo cierto es
que ya al comienzo del siglo XI ejercen y enseñan en
Salerno médicos de renombre, que redactan breves
tratados, de intencionalidad didáctica (Puerto, 1997).
La compilación de estos tratados desembocó a
finales de la Edad Media en la aparición de una
tipología de herbarios, todos ellos ilustrados, que en
su momento también pasaron a la imprenta. Quizá el
texto de tema botánico que ejerció más autoridad fue
el redactado por Matthaeus Platearius, conocido como Circa
instans, porque es con estas palabras con las que se
inicia el texto. Describe cerca de quinientas plantas,
con datos como su origen geográfico, su denominación
griega y latina, condiciones para su conservación, sus
principales virtudes, etc. Sus fuentes son, en primer
lugar la Materia medica de Dioscórides, en su versión
latina, y también otros textos de interés botánico,
como el ya mencionado Herbarius de Apuleyo Platónico, o
el Macer Floridus.
El manuscrito original del Circa instans se
considera que fue redactado a finales del siglo XII, pero
fue muy pronto traducido al francés, en el siglo XIII,
con el título de Livre des simples médecines (cat. 20).
A partir de comienzos del siglo XIV aparecen también
ejemplares ilustrados. Fue impreso por primera vez en
1478 (Valverde López, 1986).
El otro tratado citado, el Macer floridus, tiene
por título De viribus herbarum, y se ha atribuido su
autoría tradicionalmente a un clérigo francés, Odo de
Meung (Odo Magdunensis), que vivió en la zona del Loire
en la primera mitad del siglo XI, aunque las últimas
investigaciones parecen confirmar que existió una
versión del siglo X procedente de Alemania. A lo largo
del siglo XI se incorporan al texto primitivo adiciones
procedentes del mundo árabe, gracias a las traducciones
llevadas a cabo por la Escuela Salernitana (cat. 19).
El texto del Macer floridus se organiza en
versos latinos y fue impreso por primera ver en la ciudad
de Nápoles el año 1477, con la descripción de ochenta
y ocho hierbas Si bien esta primera edición carecía de
ilustraciones, las ediciones posteriores, muy abundantes,
incorporan para su ilustración tacos xilográficos de
una gran simplicidad, lo que facilita su copia por
diferentes grabadores. Su aceptación en el mundo
anglosajón hizo que todavía se imprimieran herbarios
derivados del Macer floridus como el New Herbal of Macer,
versión inglesa de 1525, o incluso el Macer Heball (1539),
si bien en este último su influencia es menor (Cabello
de la Torre, 1990).
La imprenta en Italia. La controversia de
credibilidad de las obras de Plinio y Dioscórides. Aldo
Manuzio
Los tipógrafos de Maguncia, cuna de la imprenta,
trataron inútilmente de guardar el secreto de su nuevo
invento. Muy pronto, operarios que habían trabajado con
Gutenberg salieron de la ciudad y se diseminaron por toda
Europa, estableciéndose primero en ciudades de Alemania,
y muy pronto en diversos puntos de Italia, Francia,
España, etc. Italia era sin duda un país rico,
próspero y cultivado, con Roma como centro de la
cristiandad y Venecia como centro del comercio mundial.
Además, su estructura política, económica y social se
parecía en algunos aspectos a Alemania, por la ausencia
de un poder central fuerte, y por una vida municipal
intensa y próspera. La nueva técnica de la imprenta se
desarrolla en Italia, llevando el invento a fórmulas
totalmente nuevas, gracias a necesidades también nuevas;
es mérito de la tipografía italiana la creación del
libro moderno, más cercano a nuestros días que al
modelo manuscrito de donde surgió, por la tipografía
utilizada, la organización de la portada, la estética
de las ilustraciones, el sistema de paginación e
índices, etc.
La entrada de la imprenta en Italia estuvo
marcada desde el principio por el interés de ciertos
círculos humanistas por recuperar y depurar los textos
de la Antigüedad clásica. El importante número de
estudiosos afincados en la región del Véneto, por la
cercanía de Bizancio y por la vitalidad de su vida
universitaria: Ferrara, Padua, etc., dio lugar a que su
imprenta pronto prevaleciera frente a la poderosa ciudad
de Roma, cercana a la corte vaticana. Venecia, en pocos
años, se convertirá en la capital mundial del libro
impreso, no sólo por el número de libros salidos de sus
prensas, sino también por la novedad de su contenido y
por su excelente presentación. Hasta el año 1500, más
de ciento cincuenta impresores, y más de cuatro mil
títulos se publicaron en esta ciudad, produciendo ella
sola en este período una décima parte de lo publicado
en todo el mundo.
En 1469 se introduce la imprenta en Venecia de
manos de un alemán, Johann de Spira. Inicia su trabajo
con las Epistolae ad familiares de Cicerón, de las que
realizó dos ediciones en pocos meses, y a la que siguió,
en ese mismo año, la Naturalis Historia de Plinio. La
elección de este texto de entre toda la literatura
latina se debió sin duda al interés de los estudiosos,
de los filólogos e historiadores, pero también de
profesores de medicina y profesionales sanitarios, que
querían tener acceso al texto completo de una obra tan
citada y copiada en los herbarios y compendios médicos
medievales.
La Señoría de Venecia concedió a Spira el
privilegio de imprimir en exclusiva en esa ciudad durante
cinco años, reconociendo en el documento lo excelente de
su trabajo, especialmente por la letra utilizada «pulcherrima
literarum forma». En el momento en que llevó a cabo
esta edición, todavía no contaba con letrería griega,
por lo que tuvo que reservar espacios en blanco para las
palabras griegas existentes en el texto, con intención
de añadirlas manualmente, antes de su venta. Johann de
Spira murió sólo un año después de haber abierto su
taller, haciéndose cargo de él su hermano Vindelinus.
El interés despertado por la edición impresa
de la Naturalis Historia de Plinio se constata por el
número de ediciones realizadas durante el siglo XV, once
sólo en Italia, a las que hay que agregar la versiones
al italiano llevadas a cabo, todas ellas, en Venecia
La primera edición después de la edición princeps
de Spira, y la primera versión al italiano se realizaron,
también en Venecia, en la imprenta del francés Nicolás
Jenson, rival de Vindelinus Spira y muy conocido en el
mundo de la tipografía por la creación de su hermosa
letra romana, y cuyo diseño fue recuperado en el siglo
XIX por el inglés William Morris (la actual letra Times
Roman proviene directamente de ella).
El humanista Cristoforo Landino, profesor de la
Academia florentina y maestro de Lorenzo de Medicis, de
Ficino y de Poliziano, la tradujo al toscano,
posibilitando con ello la lectura a un número mucho
mayor de personas: Historia naturale di C. Plinio Secondo
tradocta di lingua latina in fiorentina per Christophoro
Landino fiorentino (1476). Es un espléndido libro in-folio,
considerado como uno de los trabajos más bellos salidos
de las prensas de Jenson. La letra utilizada, soberbia,
está inspirada en los más bellos manuscritos
humanísticos italianos (cat. 3).
Las numerosas ediciones salidas de prensas
italianas de la obra de Plinio, incluyendo sus
traducciones al italiano, no tuvieron una única fuente.
El impresor que se enfrentaba con un texto tan complejo
contaba por supuesto con las ediciones anteriores, que
sin duda intentaba mejorar, pero también con nuevos
manuscritos aportados por intelectuales de su entorno,
que buscaban con su esfuerzo recuperar el texto original
deformado tras más de mil años de copias, sin apenas
elementos de comparación y depuración crítica. Por
ello, en 1492, el médico y filólogo Niccolò Leoniceno,
profesor en las universidades de Padua, Bolonia y Ferrara,
da un paso adelante y publica un trabajo donde saca a la
luz, las contradicciones que, según su criterio,
existían en el texto latino: Plinii et aliorum doctorum,
qui de simplicibus medicaminibus scripserunt, errores
notati (Ferrara, 1492), favoreciendo en su valoración la
obra de Dioscórides sobre la de Plinio (cat. 4). Se da
la circunstancia de que Leoniceno fue discípulo de
Ognibene da Lonigo, quien a su vez colaboró con la
imprenta de Nicolás Jenson en la época en que éste
publicó la versión toscana de la Naturalis Historia.
Leoniceno era consciente de las razones por las
que se incorporaron errores en los textos de Plinio
consultados por él, manuscritos o impresos, y los
asumía como algo inevitable en las nuevas ediciones de
todos los autores grecolatinos que se estaban llevando a
la imprenta. Pero su crítica a la obra de Plinio la
llevó más lejos, al considerar que su tratado, en el
campo de la botánica, había errado numerosas veces en
la identificación de plantas, sobre todo cuando su
información se basaba en textos del mundo griego,
especialmente de Dioscórides, acusándolo también de
haber dado crédito a noticias y opiniones equivocadas, y
que más tarde pasarían sin ningún tipo de criba a los
textos medievales. Como médico que era, fue consciente
además del peligro que suponía aceptar y difundir
textos como el de Plinio sin hacer antes una valoración
estricta de su contenido científico, cuando su obra
había llegado al siglo XV en muchas ocasiones a través
de intermediarios árabes, y a su vez traducidos al
latín, lo que conllevó una nueva fase de corrupciones y
errores, sobre todo en el caso de las denominaciones de
plantas.
La controversia creada por Niccolò Leoniceno
fue contestada inmediatamente por otros autores, entre
otros, Pandolfo Collenuccio, Pliniana defensio (Ferrara,
1493) y Ermolao Barbaro, Castigationes plinianae (Roma,
1593) (cat. 5), quienes defienden la obra pliniana y
consideran que los errores localizados en sus textos se
deben en gran parte al trabajo de los curatori y de los
amanuenses que habían intervenido en las consecutivas
copias. A pesar de estas «contestaciones», la obra de
Dioscórides ganó en credibilidad definitivamente frente
a la obra de Plinio en el campo de la botánica y la
materia médica. Las castigationes de Leoniceno, Barbaro
y Collenuccio son un ejemplo muy aclaratorio de cómo la
labor conjunta de los estudiosos y de los impresores (personalidades
que en algunas ocasiones coincidían) desembocaron en la
segunda mitad del siglo XV en adelantos importantes en el
conocimiento científico.
Pero para que la comparación de las obras de
autores latinos y griegos (es el caso tratado ya de las
obras de Plinio y Dioscórides), fuera equilibrada, era
necesario acceder a estos últimos también en su idioma
original, sin mediadores que pudieran incorporar en su
versión errores o interpretaciones personales. En una
primera fase de la historia de la imprenta italiana, el
acceso a los autores griegos se hizo inevitablemente a
través de traducciones al latín, hechas muchas veces, a
petición de mecenas italianos, por exiliados bizantinos
que huyeron de su país con la toma de Constantinopla, y
que, en su huida, incluso trajeron ellos mismos los
manuscritos sobre los que basaron su labor de traductor.
Así ocurrió con Teodoro Gaza, nacido en Salónica, de
donde se trasladó a Italia huyendo de la fuerza turca.
Nicolás V y el cardenal Besarion protegieron su labor de
introducir la cultura griega en Italia, siendo por ello
uno de los más destacados promotores del humanismo
clásico italiano.
La imprenta italiana tardó en cambio bastantes
años en atreverse a iniciar la edición de textos con
caracteres griegos, ya que suponía un riesgo económico
que sólo se podía afrontar si el taller de impresión
contaba con un respaldo financiero fuerte, que asumiera
la posibilidad de un escaso número de ventas. Era
necesaria además la creación de nuevos juegos de
caracteres, la preparación de operarios conocedores del
idioma, intelectuales que apoyaran con sus conocimientos
la selección del manuscrito adecuado, etc. Por ello, en
un primer momento, los impresores italianos se limitaron
a transcribir al latín las anotaciones griegas de los
textos latinos que editaban o, como ya hemos visto en el
caso de Jenson, a dejar en el lugar correspondiente un
espacio en blanco, que se escribía después a mano. La
necesidad se había planteado en círculos muy reducidos
desde la introducción de la imprenta en Italia, pero
sólo a partir de 1474 comenzaron a imprimirse libros
totalmente en griego, o a dos columnas, la una con el
texto original y la otra con su traducción latina (Febvre,
1962). Pero quien realmente llevó a cabo ediciones en
griego de una forma sistemática fue el impresor
veneciano Aldo Manuzio.
Aldo Manuzio es el mejor ejemplo de lo que fue
en el renacimiento la figura del impresor humanista.
Nació en Sermonetta, en los Estados romanos. Se
trasladó a Roma donde terminó sus estudios latinos, y
más tarde pasó a Ferrara para estudiar la lengua griega
bajo la dirección de Baltasar Guarini. Inició un
período de docencia, pero al estallar la guerra entre
Venecia y el duque de Ferrara, Aldo se refugió en casa
de quien entonces era su discípulo, Pico de la Mirandola.
Junto a él disfrutó de dos años de generosa
hospitalidad, trabando amistad allí con grandes
personalidades del humanismo italiano.
El contacto de Aldo con sabios bizantinos
refugiados en Italia le llevó a concebir el proyecto de
crear un taller tipográfico especializado en ediciones
griegas, que Pico de la Mirandola podía costear. En
Venecia abundaban los impresores y los libreros, y allí
también se habían establecido muchos de los refugiados
griegos, por lo que decidió abrir allí su editorial.
Eligió como correctores, y probablemente como cajistas,
a antiguos calígrafos cretenses. Inició su trabajo con
la edición de gramáticas griegas, como la de Lascaris y
la de Teodoro de Gaza, para ir posibilitando el
afianzamiento del conocimiento del griego entre sus
futuros lectores. Para favorecer el contacto entre
helenistas de toda Europa, formó en Venecia la Academia
aldina, que se reunían una vez a la semana para elegir
los textos que habían de imprimirse o los manuscritos
cuya versión parecía más autorizada. La cercanía de
la Universidad de Padua, y su famosa Facultad de Medicina
también propició la publicación de obras fundamentales
utilizadas en la enseñanza de la medicina.
Aldo inició la colección de clásicos griegos
en 1498, dando a la luz, y sin contar con reediciones,
hasta cuarenta y tres obras y cincuenta y cuatro
volúmenes de autores griegos, y la mayor parte de ellos,
por primera vez. En esta colección se publicaron las
obras de Aristóteles, Teofrasto o Dioscórides. La
colección de autores latinos la inició años más tarde
(Febvre, 1962). En este campo, Niccolò Leoniceno fue uno
de los humanistas que colaboró más estrechamente con
Aldo en la nueva tarea que se había marcado siendo uno
de los responsables de las ediciones de Aristóteles y
Teofrasto (cat. 2), y prestando personalmente un
manuscrito de su biblioteca personal para que sirviera de
fuente en la edición de este último.
A partir de este momento, los estudiosos
europeos van a contar con buenas ediciones de los autores
griegos en su idioma original, y además con cada vez
mejor traducciones, primero en latín, y luego en las
diferentes lenguas vernáculas, lo que posibilitó
definitivamente el conocimiento depurado de la cultura
griega en el Renacimiento europeo. Como ejemplo de esta
sucesión de ediciones, se puede consultar en Miguel (1999)
la relación de las principales ediciones de la obra de
Dioscórides realizadas a lo largo de todo el siglo XVI,
tanto en su idioma original, como en latín y en las
principales lenguas vernáculas, con o sin comentarios.
Los herbarios de Maguncia. Peter Schöeffer
Es significativo que los primeros herbarios que
se separan de una manera clara del herbario medieval se
redacten y se editen en la ciudad en que se inventó la
imprenta, en Maguncia. La originalidad del herbario
surgido en Alemania en los últimos quince años del
siglo XV se produjo posiblemente por diversas razones,
una de las cuales, sin duda, fue la vitalidad de la
imprenta alemana durante estos años, que les llevó a
arriesgarse a abandonar los textos de los herbarios
medievales, aceptados por todos, y aún así confiar en
el éxito comercial. Pero también existía sin duda un
problema de credibilidad en esta región hacia el
herbario tradicional. Las diferencias existentes entre el
hábitat fitogeográfico de los países germánicos y el
del mundo mediterráneo, de donde eran descritas las
plantas de los herbarios clásicos y medievales, hacían
prácticamente ininteligibles buena parte de las
descripciones al usuario de estos textos. Simplemente,
una parte de las plantas descritas por Dioscórides,
Plinio, Apuleyo Platónico o Matthaeus Platearius no
crecían en Alemania. Y esto llevaba a los lectores a
realizar continuos esfuerzos imaginativos (por otra parte
ineficaces) para identificar las hierbas y plantas de su
entorno con las descritas en los textos.
Todavía podemos señalar un tercer factor que
favoreció el éxito de este tipo de textos, y fue la
débil red de universidades en el mundo germánico, que
significaba a su vez falta de profesionales médicos para
una gran parte de la población, que les ayudaran a
enfrentarse con sus enfermedades. Un texto médico que
asesorara sobre el valor curativo de las plantas de su
entorno, escrito en latín, o en propio dialecto alemán,
y con atractivas ilustraciones tenía muchas
posibilidades de lograr un gran éxito editorial, no
sólo entre los médicos y estudiantes, sino también
entre la población no profesional.
Peter Schöffer, impresor socio de Gutenberg,
inició en 1484 la publicación de una serie de tratados
en los que, a modo del herbario medieval, incorporaba un
texto descriptivo de plantas medicinales, sencillo y
adaptado al entorno, y una bella reproducción
xilográfica, aprovechando la importante tradición de
grabadores que, aun antes de la aparición de la imprenta,
existía en Alemania. La inmejorable situación de
Maguncia, al borde del Rhin, lugar de paso imprescindible
entre Flandes, Suiza e Italia, y el indudable olfato
comercial de Schöffer, hizo que su taller tipográfico
se convirtiera en uno de los primeros emporios
comerciales del libro en toda el área centroeuropea.
La variedad existente en los ejemplares
conservados recuerda todavía la forma de transmisión
textual de la época manuscrita, en la que cada copista,
en este caso, cada tipógrafo, y éste incluso en cada
edición, incorporaba las variaciones que consideraba
oportunas y necesarias para hacer el texto más atractivo,
sin asumir todavía ningún problema de respeto al texto
reproducido. A pesar de esta variedad, se pueden
diferenciar tres series claramente diferenciadas, que se
agrupan bajo los títulos de Herbarius latinus, Gart der
Gesundheit y Hortus sanitatis. Cada uno de estos grupos
mantienen entre sí numerosas semejanzas, que a su vez
los diferencian de los otros dos grupos.
El primer herbario, el Herbarius latinus es el
más sencillo, y el que guarda más conexiones con el
pasado, sobre todo en las ilustraciones. El texto, un
tratado de remedios simples, estaba dirigido a gente
sencilla, con la descripción de plantas mayoritariamente
nativas de Alemania y de jardín Se presenta en formato
cuarto y la descripción de cada planta está acompañada
de su ilustración correspondiente, unas 150; los
grabados son muy esquemáticos, tendiendo a la simetría,
y sin mantener correctamente las proporciones del modelo
real. En el mismo año de 1484, se publicaron dos nuevas
ediciones, en Spira y en Lovaina, exactamente iguales,
con la única variación del cambio de los nombres
nativos de las plantas. En total aparecieron once
ediciones sólo en el siglo XV (Anderson, 1977).
Un año más tarde, en 1485, Schöeffer da un
paso adelante en busca de la credibilidad de sus tratados,
tanto en el texto como en las ilustraciones, y edita un
nuevo herbario, esta vez en alemán, el Gart der
Gesundheit, conocido también como Herbarius zu Teutsch (Arber,
1986) y cuyas ilustraciones, hermosas y bien dibujadas,
supusieron una inflexión en la historia de la
ilustración botánica. Por primera vez en este tipo de
tratados, se abandona la lengua clásica, griego o latín,
y se redacta en un lenguaje que entienden las personas no
eruditas. Además, en el prólogo, nos comenta Schöffer
el interés que tuvo en que las ilustraciones fueran
tomadas de la naturaleza, para que el lector las pudiera
identificar más fácilmente. Esto se constata al menos
en 65 de las ilustraciones, un número importante si
tenemos en cuenta la tradición. El número de plantas
incluidas se duplica respecto al herbario anterior. El
formato pasa a ser folio, y las xilografías son de mayor
tamaño, con lo que es posible la reproducción más
detallista de las plantas. Se duplica también el número
de páginas y se incluye un tratado sobre la orina.
Durante la primera mitad del siglo XVI, el texto del Gart
der Gesundheit siguió incorporando actualizaciones y
nuevas ilustraciones que incorporaban a la obra un barniz
de modernidad.
La edición prototipo del Ortus sanitatis, el
tercero de los conocidos como herbarios de Maguncia, se
publica también en esta ciudad, esta vez en la imprenta
de Jacob Meydenbach, 1491; ediciones posteriores se
imprimen también en otras ciudades alemanas y, ya en el
siglo XVI, aparecen ediciones traducidas al latín y al
francés, esta última con el título Le jardin de la
santé, impreso en París, por Philippe le Noir (Arber,
1986).
El texto es básicamente el del Gart der
Gesundheit parcialmente modificado, al que se le ha
añadido tratados sobre animales, pájaros, peces,
piedras preciosas y sobre la orina. Sólo apenas un
tercio de los grabados son nuevos, el resto son copiados,
a escala reducida, del herbario alemán. Se incorporan
además ilustraciones a toda plana a modo de frontispicio
al comienzo de cada tratado. Entre los grabados aparecen
escenas de género, con vestimentas propias de la región
donde se imprime, y representaciones de paisajes, lo que
hace que las ilustraciones muestren una mayor variedad (cat.
21).
Para estudiar el esquema organizativo de los
tres herbarios hemos seguido el trabajo de Arnold D.
Klebs (1918). Parte para ello de un ejemplar prototipo,
el que considera más antiguo, y enumera en cada grupo la
existencia o no de portada, las partes de la obra y los
índices, el número de ilustraciones y su situación en
el texto, el formato, etc. A pesar de haber sido hecho
este estudio en una fecha tan lejana, 1918, y que en esa
época muchos de los ejemplares hoy conocidos todavía no
se habían localizado, en lo fundamental mantiene
plenamente su vigencia.
Herbarius latinus.
Prototipo: Mainz: Peter Schöffer, [14]84.
Cuarto. 174 páginas, 150 plantas numeradas con el nombre
en latín y en alemán. Organización del texto:
- Portada
- Inicio del prefacio: Rogatum
plurimorum, etc.
- Pesos medicinales; parte ilustrada
- Índice alfabético de plantas
- De virtutibus herbarum, 150
plantas ilustradas
- Índice de 96 simples,
desarrolladas, indicando su acción o derivación
Gart der Gesundheit (posible autor: Johann Cuba).
Prototipo: Mainz: Peter Schöffer, 28 marzo 1485.
Folio. 358 páginas, 379 ilustraciones, de las cuales,
368 plantas y 11 animales.
Organización del texto:
- Inicio del prefacio: «Oft und
viel hab ich bei mir selbst
»
- Texto principal, ilustrado, en 435
capítulos numerados, en los que se describen
principios activos, mayoritariamente vegetales,
ordenados alfabéticamente
- Primera tabla de contenido,
agrupando los remedios según su acción o
derivación
- Capítulo sobre orina (diagnóstico)
- Segunda tabla de contenido,
agrupando los remedios por el nombre de las
enfermedades o síntomas
- Tercera tabla de contenido, lista
de los encabezamientos del capítulo en latín
como aparece en el texto principal. En algunas
ediciones se le añade una cuarta tabla
incorporando una lista alfabética con los
sinónimos alemanes
Hortus sanitatis
Prototipo: Mainz: Jacob Meydenbach, 23 junio
1491. Folio.
Organización del texto:
- Inicio del prefacio: «Omnipotentis
eternique dei...»
- Texto principal en seis tratados,
con separación entre las distintas partes
- Dos tablas de contenido en cinco
divisiones, la primera ordena alfabéticamente
los nombres de enfermedades o síntomas, la
segunda o tabula generalis, ordena las cabeceras
de cada capítulo
- Ilustraciones, de tres a seis, que
sirven como frontispicio de cada división. Las
ilustraciones del texto pueden llegar hasta 1.000
- Colación: de 360 a 476 hojas, en
dos columnas
En este esquema, forzosamente breve, resalta la
progresiva importancia dada, tanto a los índices como a
las ilustraciones, dos elementos muy valorados por el
lector, ya que facilitan al máximo el aprovechamiento de
la información recibida a través del texto.
Los padres de la botánica alemana. Los
impresores Hans Schott y Christian Egenolff
El retorno a la naturaleza en la ilustración
botánica se consolida de una manera esplendorosa
cuarenta años más tarde. Desde la publicación del Hortus
sanitatis hasta 1530, se siguen publicando nuevos
herbarios, burdas copias de los aparecidos en el siglo XV,
con toscos tacos xilográficos y con imprecisiones
añadidas que desvirtúan la exactitud de las
descripciones. La renovación de la tradición alemana en
la edición de herbarios se inicia en 1530, cuando Otto
Brunfels publicó en Estrasburgo el primer tomo de su
tratado Herbarium vivae eicones (cat. 23). Fue el primero
de una serie de tratados sobre plantas en los que,
admitiendo ya la autoridad indiscutible del texto de
Dioscórides, incorporan de una forma progresiva la
descripción de nuevas plantas de la región en que viven.
A pesar de que sólo Otto Brunfels figura como
autor de este herbario, su autoría hay que repartirla en
buena lid entre las tres personas que intervinieron en su
publicación: Johann Schott, que funcionó como editor
intelectual y financiero, Otto Brunfels, redactor de los
textos, y Hans Weiditz, dibujante de las ilustraciones,
que diversos grabadores traspasaron a xilografías. La
conexión del editor y el autor venía de años atrás, y
parece que fue Schott quien animó a Brunfels a iniciar
esta aventura. Como precedente del Herbarium se puede
considerar la edición en 1529 de una traducción latina
de la Materia medica de Dioscórides, editada por
Brunfels y realizada en las prensas de Schott. El
proyecto del herbario tuvo que iniciarse bastante antes
de la publicación de esta obra, ya que el dibujante y
los grabadores necesitaron sin duda más de un año para
la creación de las xilografías; si se considera además
que Brunfels aprovechó el texto de Dioscórides para
redactar los comentarios a cada planta, parece fácil
deducir que ambos libros formaban parte de un proyecto
común.
De hecho, los estudiosos que han profundizado en
el texto de este herbario coinciden en afirmar que
presenta poca originalidad frente a su modelo griego. Hay
casos incluso en que el autor se equivoca en la
identificación de algunas plantas, y en otras apenas
puede incorporar ningún dato, ya que no está descrita
en el de Dioscórides. Por ello se insiste en que fue
Schott el principal responsable del proyecto, y quien
encargó directamente las ilustraciones, teniendo
Brunfels que adaptarse a la selección ya hecha. Los dos
primeros tomos de la obra se publicaron en Estrasburgo en
1530 y 1532, el tercero en 1536, cuando ya Brunfels
había fallecido. Fue traducido al alemán a partir de
1532.
Por encima del texto compilado por Brunfels, se
valoran los dibujos de Hans Weiditz, uno de los
grabadores más importantes del momento, de la Escuela de
Durero, que fijó nuevas fórmulas de veracidad y belleza
para los herbarios impresos, y que hicieron del Herbarium...
una obra de referencia básica en el mundo de la
ilustración botánica. Se han conservado dibujos
pintados a la acuarela de las ilustraciones de la obra,
posiblemente hechos por Weiditz, para que sirvieran de
modelo para el coloreado posterior de los grabados en el
mismo taller. No hay que olvidar que el color es un
elemento identificador importante en una planta, por lo
que, el hecho de que los ejemplares fueran coloreados no
tenía una connotación de lujo, sino de descripción
científica. Pero el elevado coste de los ejemplares
coloreados hizo que parte de ellos se vendieran sin
iluminar. Weidetz no colaboró ya en la edición del
tercer tomo de la obra, cuando ya Brunfels había
fallecido, por lo que el impresor tuvo que acudir para la
ilustración de este tomo a grabados tradicionales de los
herbarios del siglo XV.
El interés que despertaron las ilustraciones
del Herbarium llevó a su impresor a publicar, en 1542,
la obra de Dioscórides ilustrada, bajo el título In
Dioscoridis historiam Herbarum certissima adaptatio. Para
esta edición Schott aprovechó buena parte de los
grabados utilizados diez años antes en la obra de
Brunfels. También en 1543, el impresor de Francfurt,
Christian Egenolph, que ya había sido denunciado y
condenado por utilizar grabados propiedad de Schott para
la edición de otro herbario, publicó otro Dioscórides
ilustrado, y en él utilizó de nuevo dibujos originarios
del herbario de Brunfels.
Pero quizá la obra que más influyó en el
establecimiento de unas pautas científicas para la
ilustración botánica fue la de Leonhart Fuchs, nacido
en Wemching, Bavaria, en 1501. Fue ferviente luterano,
como muchos de los naturalistas centroeuropeos. Inició
la práctica de la medicina en Munich, pasando más tarde
a la Universidad de Ingolstadt y a partir de 1535 a la
ciudad de Tubinga, donde fue protomédico y profesor de
la Universidad. Fue llamado, pero declinó la invitación,
por la Universidad de Pisa y por el rey de Dinamarca para
ser su médico particular. Adquirió un gran prestigio
profesional, sobre todo a partir del éxito que obtuvo en
el tratamiento de una epidemia que asoló Alemania en
1529 (Arber, 1986).
Fuchs criticó fuertemente el desconocimiento
que los médicos tenían sobre las plantas y su
terapéutica, y se declaró favorable a las teorías de
Leoniceno, denunciando los errores encontrados en
numerosas obras médicas publicadas recientemente, Errata
recentiorum medicorum. LX numero, adjectis eorundem
confutationibus in studiosorum gratiam (Haguenau, 1530).
Su obra más importante, y por la que se le considera
como uno de los padres indiscutibles de la botánica, es De
historia stirpium (Basilea: Isingrin, 1542), en la que
reproduce el sistema clasificatorio de Teofrasto,
aceptando con pragmatismo datos de diferentes fuentes,
pero especialmente de Dioscórides (cat. 25). Incorpora
al menos cien plantas nuevas de la zona alemana,
incluyendo también nuevas plantas traídas recientemente
de América. Fuchs establece la sinonimia de cada planta,
sus variedades botánicas, la forma, lugar donde crece y
tiempo de recolección, su calidad y temperamento como
fármaco. Las plantas se organizan alfabéticamente,
partiendo de su denominación en griego, con índices de
nombres en griego, latín, alemán y en el latín
«bárbaro» el que utilizaban los médicos y boticarios
para denominar las plantas. Su repercusión en la ciencia
botánica se ha comparado con la que supuso para la
anatomía las ilustraciones de De humani corporis de
Vesalio, publicado también en Basilea, o la Historia
animalium de Conrad Gesner para la zoología, en Zurich.
Fuchs concedió también una gran importancia a
las ilustraciones, marcando nuevas fórmulas en el
trabajo del grabado botánico. A diferencia del herbario
de Brunfels, en el que se intenta reproducir la planta en
sus detalles más concretos, las ilustraciones de Fuchs
nos dan ante todo representaciones cuidadosamente
esquemáticas de lo que se consideran formas genéricas,
incorporando en una misma ilustración distintos estadios
de la planta para su mejor conocimiento. Se intenta
también conseguir una mayor claridad descriptiva, por lo
que las líneas del grabado son muy finas, para facilitar
el coloreado a mano, y se evita por lo mismo el sombreado.
La edición latina apareció en Basilea, en
tamaño folio, 1542, con más de quinientas ilustraciones
a toda plana, y sólo un año más tarde se publicó en
alemán. En 1545, su impresor, Michael Isingrin, inició
la publicación de ediciones más ligeras en formato
octavo y con el texto reducido, o sólo con los índices
de las plantas en varios idiomas. Por su manejabilidad,
esta nueva fórmula editorial tuvo mucho éxito comercial,
realizándose numerosas ediciones en diversos países,
Suiza, Alemania, Francia, Flandes, etc.
Las ilustraciones de Brunfels y Fuchs se
extendieron por toda Europa. Sus numerosas ediciones, con
traducción a diversos idiomas, y la publicación de icones
-publicación de una colección de grabados, sin
incorporación del texto-, hizo que llegaran a todos los
rincones. A partir de este momento, buena parte de los
tratados botánicos y ediciones de Dioscórides copian
sus ilustraciones, hasta que, en una fecha tan reciente
como 1774, fueron incluidas por última vez en la obra de
Salomón Schinz Anleitung zu der Pflanzenkenntniss.
Las espléndidas ilustraciones de las obras de
Brunfels y Fuchs no hubieran tenido tanta repercusión en
la eclosión de la botánica renacentista sin la
intervención de un impresor de Francfurt, Christian
Egenolff, que las copió y extendió por toda Europa,
ilustrando una variada colección de libros: obras de
Dioscórides, herbarios basados en el texto del ya
antiguo Gart der Gesundheit, o simplemente, publicados
solos, una colección de imágenes de plantas a las que
simplemente les incorporaba su denominación y los
índices. La azarosa historia de la familia de Egenolff
hizo que sus xilografías terminaran ilustrando cincuenta
años más tarde los bellos herbarios editados por
Cristobal Plantino, en Amberes.
Christian Egenolff nació en Hadamar (Hessen-Nassau)
el 26 de julio de 1502, y se inició en el arte de la
imprenta en Estrasburgo, ciudad donde permanecería hasta
1530, casualmente el año en el que en esa ciudad se
inició la impresión de la obra de Brunfels. De
Estrasburgo se traslada a Francfurt, donde permanecerá
hasta su muerte, en 1555. Editó más de quinientas obras,
siendo uno de los impresores europeos más prolíficos de
la primera mitad del siglo XVI. Tras su muerte se hizo
cargo de la fundición de tipos su nieto político
Jacques Sabon, quien había trabajado anteriormente en
Amberes con Plantino, mientras que la imprenta fue
atendida por sus tres yernos, firmando sus trabajos como «herederos
de Ch. Egenolff».
En la historia de la botánica, el nombre de
Christian Egenolff está asociado con la divulgación y
popularización de los libros ilustrados sobre plantas.
Dejando a un lado la calidad científica de estas obras,
debe ser admitido que sus ediciones y las de sus
sucesores hicieron un importante servicio a la difusión
de esta materia entre el público en general, no sólo en
Alemania, sino en toda Europa. Fue un avezado hombre de
negocios, con una especial predilección por los libros
ilustrados, muy demandados por el público. Sus ediciones
fueron planificadas para grandes tiradas, lo que a su vez
abarataba el precio. En la mayor parte de estas
publicaciones, ni los textos ni las ilustraciones eran
muy originales, ya que desde sus inicios tipográficos en
Estrasburgo, y durante toda su vida profesional,
adquirirá y reciclará tacos xilográficos utilizados en
otras imprentas, o bien simplemente los copiará,
creándose continuos conflictos legales con otros
impresores.
Su primera obra botánica fue el Kreutterbüch
von allem Erdtgewächs, que no es sino una versión
revisada del Gart der Gesundheit, al que le incorporó la
obra de Brunswick, Destillierbusch (1500). El texto fue
editado por el médico de Francfurt, Eucharius Roesslin
en 1533. El tratado se complementa con índices de
plantas en latín y en alemán, así como uno muy útil
sobre las aplicaciones terapéuticas en función de las
enfermedades. Las ilustraciones del herbario no son
originales, sino que son mayoritariamente copia a escala
menor de las xilografías de Brunfels. De un total de 198
grabados que posee la obra, más de cien son
reproducciones de los dos primeros tomos de la obra de
Brunfels, algunos de una edición anterior de la obra de
Brunswick, y otros pocos de los antiguos herbarios. Sólo
veintisiete no se relacionan con ninguna otra obra.
Aunque el impresor del Herbarium vivae eicones
emprendió con éxito acciones legales contra Egenolff,
éste siguió incorporando las ilustraciones en sus
posteriores herbarios. En 1540, el texto botánico del Kreutterbüch...
fue editado, esta vez en latín y revisado por Dietrich
Dorsten, con el título de Botanicon, y todavía una
tercera vez en 1551, por su yerno Adam Lonitzer con el
título de Naturalis historiae opus novum. Siguiendo los
pasos del editor de Isingrin, impresor de Fuchs, Egenolff
inició también la publicación de una serie de
herbarios sin apenas texto, y de los que se conservan
varios ejemplares bellamente iluminados, con el título Herbarum,
arborum, fruticum, frumentorum ac leguminum... (cat. 28)
La primera edición de esta obra es del año 1546,
haciendo una segunda, ampliada, en 1552. A lo largo de
esta secuencia, nuestro impresor siguió utilizando la
colección de xilografías que había iniciado en 1533, a
las que fue añadiendo nuevos tacos, por lo que
consiguió una importante colección que transmitió a su
muerte a sus herederos (San Martín, 2001).
Herbarios flamencos. Los impresores Jan van der
Löe y Cristobal Plantino
La siguiente serie de herbarios, y la última
que vamos a estudiar aquí, es la formada en Amberes en
la segunda mitad del siglo XVI, alrededor de otra de las
figuras señeras de la imprenta del Renacimiento, el
francés, pero asentado en los Países Bajos, Cristobal
Plantino, uno de cuyos biógrafos, Colin Clair, le ha
definido como «editor del humanismo» (Clair, 1964).
Durante la segunda mitad del siglo XVI, el
herbario floreció en los Países Bajos. La razón de
este éxito fue debido en parte al celo y actividad de
los botánicos holandeses, pero también a la
magnificencia, al amor por el conocimiento, y a la gran
capacidad de trabajo que distinguió a algunos de sus
impresores, como Jan der van Loë y especialmente
Cristobal Plantino.
La vida de Plantino se extendió entre 1514 y
1588, alcanza por ello los años en que el herbario
estaba en pleno apogeo en su país de adopción. Era
nativo de Touraine, y aprendió las artes de la
impresión y de la encuadernación en Caen. Hacia 1550 se
trasladó a Amberes, donde comenzó su vida profesional
como encuadernador, pero poco más tarde pasó a la
tipografía, creando una empresa editorial que adquirió
una posición única en la historia de la imprenta y la
edición.
El secreto del éxito de Plantino es complejo de
analizar. En parte se debió, sin duda, a su sentido
amplio de la amistad, y a su capacidad intuitiva para
calibrar la valía de las personas, que le permitió
reunir en su entorno un grupo de personas irrepetible. Se
enfrentó con empresas titánicas, gracias a su enorme
dedicación al trabajo y que resumiría en su lema de
impresor, labore et constantia.
Rembert Dodoens, el primer botánico belga de
renombre internacional, fue contemporáneo de Plantino.
Había nacido en Malinas en 1517, estudió en Lovaina y
visitó las universidades y escuelas médicas de Francia,
Italia y Alemania. En 1574, por invitación del emperador
Maximiliano II se convirtió en médico de su Corte en
Viena. El hecho de que su amigo Charles de L'Ecluse
viviera en esos momentos en esa misma ciudad seguramente
le facilitó la decisión. Continuó como médico de la
Corte con Rodolfo II, su sucesor, y después de un corto
período en Colonia y Amberes, fue invitado en 1582 como
profesor de la Facultad de Medicina de Leyden. Murió en
esa ciudad tres años después.
Dodoens fue, de los tres botánicos flamencos
que vamos a estudiar, el que más se interesó por el
aspecto terapéutico de las plantas frente al puramente
botánico. Fue el impresor Jan van der Loë el que,
sorprendido por el interés que despertaba los herbarios
en su país, interesó a su amigo Rembert Dodoens, de
quien ya había publicado otras obras, a que compilase un
tratado sobre las plantas en flamenco en las que
incluyese las especies propias de la zona. El libro de
Dodoens se publicó en 1554 con el título de Cruydeboeck,
organizando sus descripciones por propiedades
terapéuticas y no por orden alfabético. Para ilustrarlo,
van der Loë se hizo con los grabados que Isingrin había
utilizado en sus ediciones en octavo de Fuchs, a los que
añadió unos doscientos más, alcanzando con ello una
cifra total de 707 tacos xilográficos. En el texto
utiliza la obra de Fuchs, pero también aprovecha sus
lecturas de otros herbarios alemanes, e incorpora además
hasta trescientas plantas no publicadas hasta entonces.
El éxito de la obra llevó a Jan van der Löe a
promover su edición en francés, realizando la
traducción su amigo Charles de l'Ecluse, con el título Histoire
des plantes (1557), en la que incluye 133 grabados más (cat.
30). Todavía van der Loë llevó a cabo una nueva
edición flamenca del herbario, en 1563, corregida y
aumentada por el propio autor.
Entre la aparición de la primera edición del
herbario de Dodoens, y las traducciones posteriores hay
que situar dos obras españolas publicadas también en
Amberes por el editor Jan de Laet, y los impresores
Herederos de Birckman, en las que se aprovechan, al menos
en parte, los grabados del Cruydeboeck; nos referimos a
la edición comentada de la Materia medica de
Dioscórides, hecha por el médico español Andrés
Laguna (1555) (cat. 13), y la traducción al español de
la obra de Fuchs, Historia de las yervas, y plantas
sacada de Dioscoride Anazarbeo, realizada por el también
médico Juan de Jarava (1557) (cat. 29). Los puntos de
coincidencia están estudiados por Nissen (1966) y López
Piñero (1998).
El año de la publicación de la edición latina
del Cruyderboeck coincide con la finalización del
privilegio de edición exclusiva concedido a van der Loë.
En este momento Cristobal Plantino se ofrece a Dodoens
para hacerse cargo de la edición de sus obras,
comprometiéndose a incorporar cuantas ilustraciones
considerara fueran necesarias. Se inicia por ello una
fructífera colaboración entre el botánico y el
impresor, con la publicación de Frumentorum, leguminum,
palustrium et aquatilium herbarum... historia (1566), con
ilustraciones encargadas al grabador Pierre van der Borth;
Florum et coronarium odoratarumque nonnullarum herbarum
historia (1568) (cat. 31); y otras obras más, hasta que,
en 1583, y como culminación de una vida dedicada a la
medicina y a la botánica, se publica la edición
definitiva de su herbario en edición latina: Stirpium
Pemptades sex (cat. 93), un volumen in folio, de 800
páginas y más de 1.300 xilografías, entre las que se
encuentran grabados hechos especialmente para esta
edición, además de los grabados de van der Löe que
Plantino había adquirido en 1581 a su viuda cuando ésta
liquidó el taller de su marido.
Dodoens mantuvo una relación de fuerte amistad
con otros dos botánicos flamencos, Charles de L'Ecluse y
Matias L'Obel. De estos dos, Cristobal Plantino publicó
también la mayor parte de sus obras, consiguiendo así
una difusión masiva de la botánica de los Países Bajos.
Charles de l'Ecluse nació en Arras en 1526 y,
como Dodoens, pasó sus primeros años e aprendizaje en
Leyden. Después de estudiar en varias universidades
europeas viajó a Montpellier, convirtiéndose en uno de
los discípulos más cercanos del médico Guillaume
Rondelet, de quien recibió su profundo amor por la
botánica. Era un verdadero sabio humanista, conocedor de
distintas ciencias: derecho, filosofía, historia,
cartografía, zoología, mineralogía, numismática y
epigrafía.
Su primera obra botánica fue el resultado de un
viaje realizado por España y Portugal con sus dos
discípulos, de la familia Fugger. Fue publicada por
Plantino en 1576 con el título Rariorum aliquot stirpium
per Hispanias observatarum Historia (cat. 58). Los
grabados incluidos en este texto fueron tallados
expresamente para la obra, aunque se utilizaron
simultáneamente en el herbario de Dodoens.
En 1573, L'Ecluse fue invitado a viajar a Viena
por Maximiliano II, donde permaneció durante catorce
años, encargado de los jardines reales. Durante su
estancia realizó varios viajes exploratorios por las
montañas de Austria y Hungría, y en 1583 publicó el
fruto de estos viajes en la obra Rariorum aliquot
stirpium, per Pannoniam, Austriam, & vicinas quasdam
provincias observatarum historia, publicada también por
Plantino (cat. 59). Su labor como publicista de tratados
de botánica, culminó con su «magna obra» Rariorum
plantarum historia, en 1601, en el que recopila todos sus
conocimientos botánicos adquiridos en sus viajes, y en
la que expresa la gran variedad de la flora observada en
los lugares visitados (cat. 35). L'Ecluse fue también el
introductor en Europa de bellas especies de jardinería,
como distintas especies de bulbos, colaborando en la
planificación científica del jardín botánico de la
Universidad de Leyden, en el que siguió, según su
pensamiento, un criterio más botánico que médico.
La relación de L'Ecluse con Plantino se amplió
también a la labor de traductor. Era un lingüista
destacado, moviéndose con comodidad en los idiomas de
más uso en aquel momento en Europa: griego, latín,
italiano, español, portugués, francés, flamenco,
alemán; en su primera etapa había traducido al francés
el herbario de Dodoens (1563), y en los talleres de
Plantino publicó las versiones al latín de varias obras
de autores españoles y portugueses, como el Coloquios
dos simples... de García da Orta, bajo el título Aromatum
et simplicium aliquot medicamentorum apud Indios
nascentium (1567) (cat. 42), la Historia medicinal de
Nicolás Monardes, traducida como De simplicibus
medicamentis (1574) (cat. 41), o el Tratado de las drogas
y medicinas de las Indias Orientales, de Cristobal de
Acosta, bajo el título de Aromatum et medicamentorum in
Orientali India (1582) (cat. 43).
Y llegamos ya al tercero del trío de botánicos
que tienen especial relación con Plantino, Mathias de L'Obel.
Como L'Ecluse, viajó extensamente, estudiando la flora
de Provenza, Italia, el Tirol, Suiza y Alemania; como
Dodoens, fue médico en ejercicio y como tal trabajó
algún tiempo en Amberes, antes de marchar a Delft, de
médico de Guillermo de Orange. Hizo una primera visita a
Londres hacia 1566, quedándose en Inglaterra algunos
años, donde publicó su primer trabajo, escrito en
colaboración con su amigo Pierre Pena, Stirpium
adversaria nova, que salió de las prensas de Tomás
Purfoot en 1571.
En 1576 Plantino publicó su Plantarum seu
stirpium historia (cat. 32). La obra se divide en dos
partes: la primera, Stirpium observationes, de 646
páginas, contenía 1.473 grabados en madera, la mitad de
los cuales, aproximadamente, habían sido ya usados para
las obras de Dodoens y Clusius, mientras que el resto se
tallaron especialmente para esta publicación. La segunda
parte, Nova stirpium adversaria es, en realidad, la
edición de Purfoot, al que Plantino compró 800
ejemplares y la ofreció como propia, cambiando
simplemente la portada para imprimir en ella su propia
marca (cat. 94). Más tarde compró también 250 de las
272 planchas que Purfoot había mandado grabar y las usó
en la edición en flamenco de Plantarum seu stirpium
historia, que apareció en 1581 con el título de Kruydtboeck
(cat. 83).
Ese mismo, 1581, Plantino publicó un libro en
el que recogía su colección de grabados de plantas con
el título Plantarum seu stirpium icones, y que alcanzaba
la cifra de 2.181 (cat. 34). Mathias de L'Obel organizó
las ilustraciones, a las que añadió una breve
descripción de cada dibujo, y un pie con referencia a
las páginas correspondientes de su herbario en latín y
flamenco (Clair, 1964). Este libro se convirtió en un
tratado importante en la historia de la descripción y
clasificación botánica, puesto que l'Obel fue el
primero en organizar las plantas buscando una
aproximación a su orden natural.
A la muerte de Plantino, el interés demostrado
por el público llevó a sus herederos a realizar nuevas
ediciones, que apenas variaban respecto al original. La
visión de la innovación científica que supusieron
estos tratados, y el amor por el libro bien hecho fueron
sin duda características de la personalidad de Cristobal
Plantino que se pueden captar claramente en las obras
expuestas.
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León, Universidad, 1990. Incorpora edición facsímil
del herbario medieval de la Colegiata de San Isidoro de
León.
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humanismo, Madrid, Rialp, 1964.
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illustrative traditions, London, The British Library,
2000.
EISENSTEIN, Elizabeth, La revolución de la
imprenta en la Edad Moderna europea, Madrid, Akal, 1994.
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pp. 75-92 y XII (1918), pp. 41-57.
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en FUCHS, Leonhard, Historia de yervas y plantas: un
tratado renacentista de materia médica, Barcelona,
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iconográficas», en LAGUNA, Andrés, Pedacio
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de los venenos mortíferos, edición de 1566, Madrid,
Fundación de Ciencias de la Salud, 1999.
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Niccolò Leoniceno: tra Aristotele e Galeno, cultura e
libri di un medico humanista, Firenze, Leo S. Olschki,
1991.
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PUERTO SARMIENTO, Francisco Javier, El mito de
Panacea, compendio de historia de la terapéutica y de la
farmacia, Madrid, Doce Calles, 1997.
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ac leguminum, animalium praetera terrestrium, Pamplona,
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