Desde el punto de vista material, las grandes obras de
pensamiento y creación están impresas en libros defectuosos en los que las
erratas son abundantes y los soportes, tintas y tipografía se caracterizan
por su escasa calidad. Sólo la grandilocuencia del arte barroco, que
aprovecha las posibilidades del grabado en metal, dignifica la producción.
Los frontispicios o portadas grabadas con formas arquitectónicas se
instalan en el libro español creando complejos espacios donde retratos,
escudos, emblemas y alegorías se prodigan.
Es el siglo de Cervantes, de Calderón, de Góngora, de
Quevedo, de Gracián, o de Lope de Vega. La narrativa española entra
con letras de oro en la literatura mundial, de cualquier tiempo y lugar, en
1605, el año que el impresor Juan de la Cuesta publica en Madrid la novela
de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha, cuya reproducción
facsimilar, en notable edición a cargo de la Real Academia Española
realizada en 1917, se puede contemplar en la exposición. El género
teatral, paralelamente, conforma un fenómeno que, como se ha visto
recientemente en esta Biblioteca Histórica con motivo de la exposición
conmemorativa del centenario de Calderón, sobrepasa lo literario para
entrar de lleno en lo sociológico. Lope de Vega, de quien se puede ver Laurel
de Apolo con otras rimas (Madrid, Juan González, 1630), reinventa el
género dotándolo de un carácter poético inimitable e inigualable.
Mientras, Calderón, de quien exponemos un tomo de Comedias (Madrid,
Juan García Infanzón, 1698), le da una mayor profundidad y adecuación de
la expresión a las características del teatro barroco. La poesía está
representada por El Parnaso español y musas castellanas de Francisco
Quevedo ( Madrid, Melchor Sánchez, 1668) y el ensayo por la obra de
Baltasar Gracián Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Iuan Nogués,
1648).
Es también el siglo en el que la atonía tradicional del
panorama científico español empieza a romperse con una producción
bibliográfica propia en la que tienen cabida desde el arte militar hasta la
historia natural. En ciencias físico-químicas, los trabajos de la
Compañía de Jesús, una de las escasas posibilidades de
institucionalización científica, se dejan apreciar en la enseñanza del
Colegio Imperial de Madrid, fundado en 1625, donde es profesor José
Zaragoza, matemático al servicio de Carlos II, excelente astrónomo y
constructor de aparatos científicos que, entre otras obras, en 1674 escribe
su Trigonometría española (Mallorca, Francisco Oliver, 1672).
Son los años en los que el arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás
difunde su obra, Segunda parte del arte y uso de architectura; Benito
Daza Valdés publica Uso de los antoios para todo género de vistas
(Sevilla, Diego Pérez, 1623), primer tratado de óptica fisiológica, con
un curioso grabadito en la portada, mientras Sorapán de Rieros publica Medicina
española contenida en prouerbios vulgares (Granada, Martín Fernández
Zambrano, 1616) y Jerónimo Cortés su Tratado de los animales terrestres
y volátiles y sus propiedades (Valencia, Benito Mace, 1672). Todas
estas publicaciones son ejemplos de cómo la ciencia contribuye a enriquecer
el panorama del pensamiento en la España barroca.