Incunables e impresos góticos españoles
de la Biblioteca del Dr. Francisco Guerra
Mercedes Fernández Valladares
Profesora Titular de Bibliografía.
La
incorporación de la biblioteca del Dr. Francisco Guerra, catedrático emérito de
Historia de la Medicina de la Universidad de Alcalá, a la colección de la
Biblioteca Histórica “Marqués de Valdecilla” es, además de un hecho excepcional
–pues rara vez suelen confluir la generosidad del bibliófilo para desprenderse
anticipadamente de su colección con el suficiente interés y capacidad
institucional para poder acogerla–, una excelente noticia para todos los
estudiosos e investigadores interesados en los libros antiguos.
Atesorada a lo largo de una vida de
intensas experiencias, marcada por las peripecias históricas de nuestro pasado
reciente y dedicada de lleno a la investigación y la docencia en los sucesivos
países en que fijó su residencia –fundamentalmente México, los Estados Unidos y
el Reino Unido– reúne en palabras de su artífice “los libros que han constituido
el mayor estímulo intelectual de mi vida” [1].
De ahí que con ellos recibamos a la vez el importante legado de su saber,
recogido en sus numerosas publicaciones sobre historia de la medicina y de la
ciencia –especialmente de la América colonial– así como en repertorios
bibliográficos especializados en esas materias, de reputada autoridad, lo que
avalora sobremanera su colección. Pues si esta es, desde luego, la biblioteca de
un selecto bibliófilo –por el empeño y los desvelos con los que la ha ido
formando y el cuidado con el que ha preservado su integridad y conservación,
buscando el mejor destino para ella– es además la de un eminente investigador,
historiador de la cultura científica hispánica a partir de sus fuentes
manuscritas e impresas, las cuales ha procurado recopilar con sabia tenacidad
para ponerlas material e intelectualmente a nuestra disposición. Y es en esta
confluencia de intereses bibliofílicos y científicos de amplio alcance –pues su
quehacer profesional ha discurrido paralelamente por los senderos de las
ciencias y las humanidades– donde reside uno de los mayores atractivos de su
biblioteca.
Integrada por más de cinco mil volúmenes manuscritos e impresos desde el siglo XV al XX, podemos hacernos una primera idea aproximada de su valor –limitándonos sólo al objeto concreto de estas líneas– por el número de incunables e impresos quinientistas publicados en las imprentas españolas peninsulares reunidos por el Dr. Guerra, que pueden estimarse en estos momentos previos a la culminación del catálogo en cerca de dos centenares. Pero no solo ello, sino su carácter selecto en términos bibliofílicos y bibliográficos otorga un valor excepcional a este conjunto, al tratarse de una biblioteca primordialmente especializada en tratados médicos, científicos y técnicos, españoles, europeos y, en particular, de las más arcaicas imprentas de los territorios coloniales americanos y filipinos, de todos los que ha logrado reunir una muestra muy amplia y representativa, con ediciones verdaderamente raras y ejemplares únicos o muy valiosos, que vienen a enriquecer y complementar las espléndidas colecciones sobre estas materias conservadas en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla [2].
Sirva como mínima muestra, entre los
incunables españoles, la primera edición en castellano del Epílogo en
medicina y cirugía o Compendio de la salud humana de Johannes de Ketham,
impresa en Zaragoza por Pablo Hurus en 1494, que es el segundo ejemplar conocido
en el mundo, con características similares al hasta ahora unicum
conservado en la Biblioteca Nacional de España
[3] . O también, aunque algo posterior pero con esa misma condición de
“ejemplar rarísimo o escesivamente raro (sic)” –como le hubiera gustado
calificarlo a don Pedro Salvá–, encontramos el Libro de albeytería, de
Manuel Díez, impreso por Juan Varela de Salamanca en 1534, en Sevilla –aunque
sin indicación de lugar–, que bien pudiera ser el mismo que llevó a Palau a
generar una edición imaginaria romana, publicada supuestamente “en casa de J. A.
de Salamanca”, al interpretar erróneamente las iniciales del impresor
[4] . Y, desde luego, entre los
post-incunables y sin salir de la materia médica, también destacaríamos un
segundo ejemplar localizado del Tratado llamado menor daño de medicina,
compuesto por Alfonso Chirino, de la edición sevillana impresa por Jacobo
Cromberger el 15 de julio de 1519, puesto que en la actualidad es incierto el
paradero de la “copy in an English private Library” que citara Norton, de
azaroso y lamentable trasiego –según ha desentrañado Martín Abad– y que, desde
luego, no puede identificarse con este espléndido ejemplar del Dr. Guerra, con
sendos ex libris de la casa de Oñate-Monte Alegre-Los Arcos y de D. Luis Mallo
[5] .
Pues, otro de los aspectos a resaltar
en este rapidísimo acercamiento a su colección de impresos góticos es el hecho
de que, al haber quedado prácticamente al margen de las consultas de los
bibliógrafos desde que Frederick J. Norton tuvo la oportunidad de describir
algunos de sus post-incunables en la residencia londinense del Dr. Guerra,
apenas han sido citados posteriormente, salvo contadísimas excepciones
[6] . De tal modo que ahora afloran diez
nuevos ejemplares post-incunables [7] , de
entre los que destacaría por su significado cultural –y hasta emotivo para
cualquier filólogo, y más siendo complutense– las preciosas Reglas de
orthografía castellana compuestas por el Maestro Antonio de Lebrixa,
impresas por Arnao Guillén de Brocar en su taller alcalaíno el año 1517,
opúsculo primorosamente encuadernado quizá por Menard –o en su estilo– y,
presumiblemente, procedente de la biblioteca del duque de Frías, Fernando
Fernández de Velasco, pues aparece anotado ese apellido en la hoja de guarda
posterior [8] .
Junto al tratado nebrijano, no me
resisto a consignar dos infolios majestuosos: la Corónica del sancto rey don
Fernando tercero deste nombre, editada por Diego López de Cortegana y
publicada por Jacobo Cromberger en 1516, con profusión de grabados que podemos
contemplar en este único ejemplar completo –no así en el de The Hispanic Society
of America– espléndidamente protegido por estuche y encuadernación en piel roja
firmada por A. Menard y completado con algunas anotaciones manuscritas por una
erudita mano decimonónica [9] ; y la
Crónica del sereníssimo rey don Juan el segundo, seguida de las Generaciones y
semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán, impresa en Logroño por Arnao Guillén
de Brocar en 1517, de la que curiosamente no disponíamos de ejemplar en la
Biblioteca Marqués de Valdecilla, a pesar de los numerosos conservados, estando
éste impecablemente protegido por una sobria encuadernación firmada por F.
Bedford [10] .
Ambas obras son muestra también de
otra de las especialidades de esta biblioteca, las crónicas generales y
particulares, castellanas y especialmente de los historiadores de Indias, de las
que posee un conjunto excelente por su variedad y riqueza –que además viene a
completar un espacio hasta ahora poco representado en nuestras colecciones
complutenses– también con ejemplares preciosos: por citar uno entre muchos, el
infolio con la La historia general de las Indias, de Francisco López de
Gomara, en la edición profusamente ilustrada impresa en Zaragoza por Pedro
Bernuz el 12 de octubre de 1554 (en portada 1555, véndese en casa de Miguel de
Çapila), completado con su Crónica de la Nueva España, publicada en la
misma ciudad por Agustín Millán en 1554 [11]
.
Y dirigida nuestra atención hacia las
obras de tema americano, es ineludible destacar una pieza singular, no tanto por
su rareza bibliográfica como por su significado histórico y literario: me
refiero a la edición princeps de la Brevísima relación de la destrucción de
las Indias, de Bartolomé de las Casas, seguida del “pedaço de carta y
relación” y completada con los siete Tratados lascasianos
[12] , que dio a las prensas sevillanas de
Sebastián Trujillo en el otoño del año 1552, reunidos en un precioso volumen
encuadernado por Menard, allegado a través del librero Murillo –también de los
libros descarriados de los Fernández de Velasco–, que es una auténtica fortuna
poder disfrutar ahora en la Biblioteca Valdecilla
[13] .
Esta misma consideración nos merecen
otras muchas ediciones de obras muy significativas de la cultura española
quinientista, de las que tampoco disponíamos de ejemplar en la Biblioteca
Histórica: los Coloquios o diálogos nuevamente compuestos de Pedro Mexía,
en su primera edición de Sevilla, Dominico de Robertis, 1547, con bella
encuadernación firmada por M. Lortic [14]
; igualmente, del maestro calígrafo Juan de Iciar, su rarísima Aritmética
práctica, Zaragoza, Pedro Bernuz, 1549
[15] , así como la segunda edición del Arte subtilíssima por la qual se
enseña a escrivir perfectamente, publicada al año siguiente por el mismo
impresor, representada por uno de los poquísimos ejemplares que se han
conservado completos con todas las láminas –bien que algunas restauradas
montadas sobre papel moderno–, que perteneció a la Biblioteca de D. Nicolás
Abascal Cádiz y a los Fernández de Velasco, y que en palabras de su más experta
conocedora “es sin duda la más perfecta y bella edición de la obra de Iciar”
[16] . También, entre los libros de
matemáticas [17] , merece la pena
consignar dos ediciones del Tratado subtilíssimo de Arismética y Geometría
del dominico Juan de Ortega, a cual más rara: la de Sevilla, Juan
Cromberger, 1537, de la que no hace mucho la Biblioteca Nacional de España
adquiría un ejemplar [18] y la impresa
allí mismo cinco años después, firmada en casa de Jácome Cromberger
[19] . Desde luego hay que destacar
también tanto la primera edición del Arte de navegar, de Pedro de Medina,
publicada en Valladolid por Francisco Fernández de Córdoba en 1542, de enorme
aceptación en su tiempo [20] , como el
Breue compendio de la sphera y de la arte de navegar con nuevos instrumentos y
reglas exemplificado con muy subtiles demonstraciones, de Martín Cortés, en
un precioso ejemplar con todos los grabados y ruedas móviles, de la segunda
edición impresa en Sevilla por Antón Álvarez en 1556
[21] . Y para no alargar en exceso esta
apresurada enumeración, añadiré únicamente la Obra de agricultura, de
Gabriel Alonso de Herrera, en la segunda edición alcalaína impresa por Miguel de
Eguía en 1524 [22] , El sumario de las
maravillosas y espantables cosas que en el mundo han acontescido, de Álvaro
Gutiérrez de Torres, impreso en Toledo por Ramón de Petras ese mismo año
[23] y la obra de Álvar Gómez de Castro,
El vellocino dorado y la historia de la orden del Tusón, también
publicada en Toledo por Juan de Ayala en 1546
[24].
Pero no quisiera cerrar esta somera
revisión sin referirme a dos nuevas ediciones que han aflorado gracias a la
consulta de sendos ejemplares de la colección del Dr. Guerra, cuya
identificación editorial proponemos modificar a la luz del análisis
tipobibliográfico esbozado a continuación.
El primer caso se refiere a un ejemplar mútilo del Libro de albeytería de
Manuel Díez [25] que, ante la carencia de
datos tipográficos fue identificado –posiblemente por un librero, por la
tendencia consustancial a envejecer y singularizar al máximo las piezas– con una
noticia puesta en circulación por el cada vez menos fiable Juan Manuel Sánchez,
sobre la existencia de una edición que consideró impresa en Zaragoza, por Jorge
Coci en 1506, de la que conoció, al parecer, un ejemplar conservado antaño en la
Biblioteca de la Seo de Zaragoza [26] .
Como según había señalado Martín Abad [27]
, esa noticia bibliográfica tenía todos los visos de ser imaginaria, se imponía
la máxima cautela, pues tampoco resultaba satisfactorio el cotejo del ejemplar
del Dr. Guerra con la edición inmediatamente posterior, una toledana impresa el
6 de noviembre de 1507 en el taller del Sucesor de Pedro Hagembach
[28].
Por ello, el siguiente paso ineludible consistía en proceder a identificar las dos tipografías observables en el ejemplar, labor allanada y aprendida en el magno Descriptive catalogue de Norton que fácilmente nos encaminó a la imprenta zaragozana de Jorge Coci y a una fecha que no podía ser anterior al mes de octubre de 1518 en que empezó a detectarse el uso de la tipografía del texto en un tercer estado –evidenciado por la forma peculiar de la “s final volada” presente en este ejemplar [29] –. Como en la tradición editorial de la obra de Manuel Díez no se había citado ninguna edición zaragozana en torno a fechas atribuibles a la labor de Coci en esos años, era preciso analizar, en primer lugar, unos pocos ejemplares carentes de indicaciones tipográficas localizados a través del CCPB [30] . Además, al detallar Martín Abad la descendencia bibliográfica de la noticia imaginaria de Sánchez, sugería que su afianzamiento en algún catálogo posterior podía ampararse en un ejemplar existente en la Biblioteca Nacional de Madrid [31] , por lo que parecía conveniente comenzar por el cotejo de ese ejemplar: por suerte, se reveló idéntico al de don Francisco Guerra. |
Al continuar por otro existente en la Biblioteca Colombina, por fortuna también coincidente con el ejemplar de nuestro interés [32] , se cerraron las posibilidades de datación: al haber pertenecido a Hernando Colón, conservaba su anotación autógrafa de compra “en Valladolid, a 13 de Noviembre de 1524". Todo ello permite proponer la adscripción de estos tres ejemplares, carentes de identificaciones tipográficas por su condición editorial –amén de por el estado mútilo, en el caso del ejemplar del Dr. Guerra– a una edición impresa en [Zaragoza, Jorge Coci, c. 1518-1524] [33] .
El segundo caso manifiesta
a las claras cómo la fortuna favorece a los
bibliógrafos, o si se prefiere, un ejemplo más del bendito principio de
serindipidad característico de la investigación en humanidades. Tiene que ver
con un ejemplar del divulgadísimo tratado de medicina popular del Papa Juan XXI,
Thesoro de pobres junto con el Regimiento de sanidad de Arnau de Villanova,
carente de datos tipográficos por faltarle la portada y no llevar colofón, pues
aunque al final muestra un texto dispuesto en la forma característica de pie de
copa, contiene el consabido éxplicit encomiástico de la caridad sanitaria del
papa médico Pedro Juliano[34] . Al igual que en el caso anterior, suponemos que fue
el librero que lo enajenó –de procedencia anglófona por la precisa anotación en
la hoja final de guarda “lacking A1, A4"– quien lo identificó como perteneciente
a una edición impresa en Burgos, en casa de Juan de Junta, el año 1551.
Tendríamos casi la tentación de pensar que lo hizo aplicando el dicho tan
genuinamente bibliofílico de “la más lejana, la más devota”, ya que sólo se
conocen dos ejemplares de ella, localizados en la Bayerische Staatsbibliothek de
Munich y en la British Library londinense; pero debió de ser más bien porque de
toda la tradición editorial conocida usualmente del Thesoro de pobres, es la edición
burgalesa la primera en formato 4º, el mismo del ejemplar del Dr. Guerra
[35].
Puede entenderse bien mi alegría al ver incorporado al patrimonio
bibliográfico español un ejemplar de la rara edición burgalesa, y además
en nuestra Alma
Mater. Y puede comprenderse mejor la desilusión, cuando al primer vistazo
percibí que sus tipos no eran burgaleses ni –para mi desdicha– de cronología
nortoniana. Pero el ángel bibliógrafo que nos ampara y templa nuestras desazones
puso ante mis ojos, justo al día siguiente, el ejemplar precitado de la
Crónica de la Nueva España de López de Gomara, exactamente con las mismas
tipografías –idéntica medida de cuerpo, el mismo diseño de ojo
[36] – e iniciales grabadas de diversos
juegos, en una riqueza y variedad que ya me había llamado la atención al
observarlas en un librito de cordel, pues eso era en puridad el Tesoro de
pobres y más a esas alturas del siglo XVI, reducido al formato in quarto
[37] . |
De tal modo que creo aceptable proponer para este ejemplar del Thesoro de pobres la asignación tipográfica a Zaragoza, Agustín Millán, en torno a esos años centrales de la década de los 50 del siglo XVI –a falta de mayores precisiones que los especialistas en la imprenta aragonesa de seguro nos darán [38] – y por no arrebatar a las ediciones burgalesas su primacía como librito de cordel.
Pero creo que no tiene sentido alargar más esta presentación acumulando minucias
bibliográficas sólo de interés para los irremediablemente inoculados por la
pasión por los libros, que hechos como el que motiva estas páginas hacen
rebrotar en el mejor campo de cultivo: una institución universitaria con tantos
siglos de historia y saber atesorado, cuanta conciencia del compromiso presente
y futuro de generación y transmisión de conocimientos en todas las áreas y
disciplinas del saber, aún en las aparentemente minoritarias pero profundamente
enraizadas con nuestro patrimonio cultural; y por ello, empeñada en hacerlo en
las mejores condiciones y con los máximos recursos disponibles para que, al
menos los nietos de los nietos de nuestros estudiantes actuales tengan también
la oportunidad de aprender a disfrutar con los libros antiguos y extraer el
venero de su saber. Igual que pudimos hacerlo nosotros, lo que como docentes,
tenemos el deber y el privilegio de transmitir.
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