Otro testimonio de la guerra Civil en la Biblioteca Complutense:
El Batallón de Comuneros de Castilla

 

Marta Torres
            Mercedes Cabello
            Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid

 

En noviembre de 1936, durante la guerra civil comenzada unos meses antes, la lucha por Madrid tuvo su batalla más cruel en la Ciudad Universitaria y en el paisaje de destrucción que se fue dibujando conforme avanzaban las bombas y las balas, pronto quedó desnudo, desprotegido y mutilado el corazón de la universidad, su biblioteca. Fue una historia de destrucción y salvamento bibliotecario que ya ha sido objeto de algunos estudios pero cuyo recuerdo vuelve constantemente a aflorar en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense a través de la aparición de libros con heridas de esa triste guerra, bien rasgados, agujereados o, como es el caso que aquí se presenta, con testimonios escritos de los soldados que por allí pasaron[1].

Muy brevemente, se recordará que en la primera fase de la batalla de Madrid, en noviembre de 1936, fue la recién creada Brigada Internacional XI al mando del general Kebler, la encargada de defender la zona noroeste de la capital. Pronto, el cuartel general de la brigada quedó instalado en la Facultad de Filosofía y Letras. Algunos de los brigadistas que sobrevivieron quedaron marcados para toda su vida por lo que vivieron en aquellos años y son varios los que han dejado por escrito la memoria de lo que allí sucedió. En medio de los relatos de la guerra aparece la Biblioteca de Filosofía y Letras, sus libros como parapetos y la destrucción de la biblioteca. Los británicos John Sommerfield, John Cornford y Bernard Knox, el italiano Luigi Longo, los alemanes Gustav Regler y Willi Bredel, o Alejo Carpentier son algunos de los escritores cuyos testimonios podemos recordar

En diciembre de ese mismo año los atacantes de Madrid ya habían tomado la decisión de postergar la toma de la capital y seguir la ofensiva en otros frentes. La guerra perdió dureza en Madrid aunque nunca terminó la lucha en la Ciudad Universitaria que siguió siendo hasta el último momento zona de combate abierto.

La Brigada XI fue destinada a otro frente y la defensa de la Ciudad Universitaria fue encomendada al llamado Batallón de Comuneros de Castilla. Nacida como milicia popular al inicio de la guerra, tras el Decreto de Militarización del 30 de septiembre, la unidad de voluntarios antifascistas Comuneros pasó a integrarse como “60 Batallón” en la 40 Brigada Mixta del ejército popular republicano, dentro de la 7ª División al mando del teniente coronel Ortega[2]. Al enviarlo a la ciudad universitaria se le dotó de mandos más profesionales y mayor material, y allí permanecieron, rechazando los ataques rebeldes como guarnición de la Ciudad Universitaria, casi hasta el final de la guerra.

También del paso de este batallón por la Biblioteca Complutense ha quedado algún testimonio emocionante, recientemente descubierto, como es la carta que uno de los soldados escribió en una de las hojas preliminares de una obra del siglo XVIII. Se trata de la obra de Henri Louis Duhamel du Monceau, Art du serrurier, impresa en París, en formato folio y en un excelente papel, por la imprenta de Louis-François Delatour en 1767 [BH FLL 9814]. Este tratado constituye el tomo noveno de la publicación que, con el título Descriptions des arts et métiers, fue editada por la Académie Royale des Sciences de París entre los año de 1761 y 1789. El ejemplar muestra una encuadernación –bastante deteriorada- de pergamino jaspeado sobre cartón, con los cortes pintados de rojo. Está incompleto, falto de las hojas de grabados y de la última hoja del texto. Pertenecía al rico fondo de la Biblioteca de Filosofía y Letras procedente de los Reales Estudios de San Isidro, la institución heredera del Colegio Imperial de los Jesuitas. El resto de los tomos, si es que alguna vez existieron, no se encuentran en la actualidad entre los libros de la Biblioteca Complutense.

La nota manuscrita escrita por este soldado en la hoja de guarda volante anterior, está fechada en el Frente de Filosofía y Letras el 4 de junio de 1937 y dice así:

Mi querido primo desearia que si al lle //
gar esta en tu poder de[s]frutases de un buen estado //
de saluz como yo para mi lo deseo. Salud //
 primo comprendo que dirás que e tardado // bastante en escribirte pero te ago de saber // que no e podido escribirte antes porque no e podido, //
que emos estado muy ocupados de manera //que recuerdos para todos tus amigos y //
tu recibes el cariño de este que solo es te //quiere y no te olvida y lo es //
 Frente de Fisolofía y Letras //
Batallón de Comuneros //
Compañía de Ametralla //
dora Madrid //
Firma uno, que se mueran //
todos los fascistas Salud //

                                                                                                                           (Pinchar sobre las imágenes para ampliarlas) 

Han pasado setenta años desde que aquel soldado anónimo escribiera esta carta en un viejo libro del siglo XVIII que hoy custodia la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid. Y sigue emocionando e impresionando la aparición de estos retazos de la historia, de estas ráfagas de un fuego mortal. Es nuestra obligación darlas a conocer. Además, somos conscientes de que la difusión tiene visibilidad en la sociedad pues van apareciendo otros testimonios de que esta historia va calando entre los españoles del siglo XXI. Un ejemplo reciente de recepción en la literatura lo encontramos en la obra de Eva Díaz Pérez, El Club de la Memoria, finalista del Premio Nadal 2008. Novelando los hechos históricos ocurridos en Madrid durante la guerra civil, y demostrando conocer los trabajos de investigación ya publicados, especialmente el catálogo de la exposición Biblioteca en guerra, publicado por la Biblioteca Nacional en el año 2005, pone en boca de uno de sus protagonistas las siguientes palabras[3]:

“Y esta ciudad por la que luchamos ¿es hermosa?

Fue su pregunta. Después cayó muerto al suelo con una bala en la frente.

Puedo recordar perfectamente el color entre verde y ambarino de los ojos de aquel soldado de las Brigadas Internacionales. Era inglés y quería ser poeta. Lástima. Nunca llegó a conocer lo hermosa que era la ciudad por la que murió. Jamás vio la Puerta del Sol un domingo, ni el brillo de la Cibeles, ni el olor del Retiro por la mañana.

Aquel soldado luchó conmigo en la Ciudad Universitaria, detrás de barricadas formadas por libros preciosos, quizás incunables, obras rarísimas que sirvieron como parapeto para una guerra absurda. Cuando había una tregua entre la pólvora y la muerte, el poeta sacaba algún libro de la improvisada y valiosa barricada. Al azar, recuerdo obras de Quincey, Montaigne – si hubiera visto aquella biblioteca destripada - , Galdós – su libro Trafalgar parecía redivivo en aquel infierno de nuevas guerras - , Victor Hugo o los pareciados tomos de Voltaire, que por voluminosos salvaron más de una vida. La mía, por ejemplo. Durante algún tiempo llevé en mi guerrera uno de esos tomos de Voltaire con la bala que atravesó sus páginas y que quedó frenada en la página 315. Memoricé aquella página y siempre que he sentido miedo he recitado el párrafo que me salvó como si fuera la oración más sagrada. Pero perdí el libro cuando tuve que atravesar la frontera francesa camino del exilio. ¿Dónde estará ahora mi libro salvador? Muchas veces he pensad en los caprichosos azares. ¿Porqué escogí este libro que me protegió el corazón?.

Pero estaba con mi poeta inglés. No recuerdo su nombre. Sólo la pregunta, sus ojos y que muchas veces cogía algún libro de la barricada y se ponía a leer. No sabía español pero a él le daba igual. Leía y leía. Supongo que para algunos leer es como rezar. Así lo he creído siempre.

Mi vida se llenó de muertos. Muertos que se anunciaban en aquella facultad de filosofía y letras desde la que luchábamos. Entre aquellos viejos libros salvadores se aparecieron muchos fantasmas. Muertos recientes que se levantaban de las trincheras y algunos espectros antiguos. Recuerdo que una vez vi a Galdós, que fue quien me desveló el triste destino de los episodios nacionales que aún estaban por escribir….”

La lectura de estos párrafos nos hace ver la estrecha relación que tienen con los relatos ya conocidos de John Sommerfield o Bernard Knox, entre otros. Y, sobre todo, manifiestan cómo unos hechos históricos de esta categoría se transforman en materia literaria. No es difícil entenderlo. Los libros, nacidos para permanecer en el tiempo a través de los siglos, se convierten aquí en víctimas y salvadores en medio de una tragedia que todavía está sin terminar de conocer.


 

[1] Marta Torres Santo Domingo, “Libros que salvan vidas, libros que son salvados: la Biblioteca Universitaria en la Batalla de Madrid”, en Biblioteca en guerra, ed. Blanca Calvo y Ramón Salaverría, Madrid, Biblioteca Nacional, 2005, pp. 259-285

[2] El origen de este Batallón se sitúa en torno al Centro Abulense de la calle Fomento 11 desde el que se hizo un llamamiento para crear una milicia popular que, por su composición, fue integrada mayoritariamente por soldados procedentes de Castilla-León. A lo largo de la guerra pasaron por “Comuneros” más de 2.200 hombres bajo el mando sucesivo de Salvador Blázquez, A. Montequi, Julián del Castillo, Ángel Rillo Ruiz y Gregorio Morollón de Cos. Contó con un Boletín interno que, con el tiempo, llegó a ser portavoz de la Brigada Mixta en la que se integró el Batallón. Véase: Jesús A. Martínez Martín, Juan Andrés Blanco Rodríguez y Manuel Fernández Cuadrado, “Las milicias populares republicanas de origen castellano-leonés”, en: Historia y memoria de la guerra civil: encuentro en Castilla y León, Salamanca, 24-27 de septiembre de 1986, coord. por Julio Aróstegui Sánchez, vol. 2, Junta de Castilla y León, 1988. pág. 311-340.

[3] La propia autora, en el capítulo de Notas, agradecimientos y dedicatorias dice lo siguiente: “Dos publicaciones fueron esenciales como material de construcción de la novela, sobre todo, en su aspecto de imaginario iconográfico: los catálogos Biblioteca en guerra (edición de Blanca Calvo y Ramón Salaberría, Biblioteca Nacional, 2005) y Las Misiones Pedagógicas (edición de Eugenio Otero Urtaza, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y Residencia de Estudiantes, 2006)”. Madrid, Destino, 2008, pág. 300.

 

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