Ernesto indica al muchacho que se siente, y espera sonriente a que se acomode frente a él. Es un joven mestizo, delgado, vestido con un pulóver desmangado de color gris, y pantalones azul oscuro, al estilo de los inicios del siglo XXI. Ernesto lo observa, mientras escucha pacientemente, mediante los audífonos, la información personal que su supervisor le reitera.
El muchacho permanece en silencio, intimidado a su pesar por tener ante sí al patrullero del tiempo, imponente en su túnica roja, agudo contraste contra su piel negra. Ernesto termina de escuchar la información y, al no escuchar nada que altere sus consideraciones previas sobre el chico, evita que el alivio se trasluzca a su rostro. Tiene ante sí al típico recién llegado a la mayoría de edad, ansioso por estrenar su licencia de viajes temporales. Otro caso fácil, ideal para aplicarle un enfoque agresivo.
[Seguir leyendo] Razones para no viajar en el tiempo