Jonas despertó helado y con el cuerpo dolorido. Sabía que la criogénesis tenía esos efectos en el cuerpo humano, pero nunca los había sufrido hasta ahora. Jonas sintió cómo dos pares de manos fuertes lo sacaban de la cápsula criogénica con rudeza. Mientras parpadeaba, sus ojos lloraban por la cegadora luz blanca, que iluminaba la sala. Tras un esfuerzo sobrehumano, pudo al fin Jonas ver dónde se encontraba: era un pequeño cuarto de paredes blancas de metal, totalmente vacío de muebles. Al mirar hacia arriba vio dos enormes soldados de rostros duros que lo sujetaban y le inmovilizaban los brazos. Jonas soltó un leve suspiro; estaba tan débil que aunque quisiera, no podría escapar. Miró hacia delante: en la pared frente a él había un hombre, vestido con uniforme de gala almidonado, con su pelo blanco cortado a cepillo y de mirada dura, fumándose un cigarrillo mientras lo observaba con interés académico.
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