Durante el primer tercio del año 2012 me hallé en las Canarias siguiendo el desarrollo de una erupción submarina que conmocionó ese año. Ya me disponía a cruzar el Atlántico de vuelta a casa cuando recibí el mensaje que habría de involucrarme en las circunstancias más problemáticas que he experimentado. No anoto estas memorias con la pretensión de que sean consideradas como pruebas irrefutables, lo hago motivado por mi deber profesional, aún a riesgo de dañar mi propia carrera. Debido al desenlace de estos eventos no pude hacerme con la imprescindible evidencia material que debe acompañar esta clase de estudios, pero no podía permitir que tales fenómenos pasaran desapercibidos ante la comunidad científica. Aun bajo fuertes dudas morales transmito estas palabras para revelar el trágico secreto de una familia destruida por fuerzas más allá de nuestra comprensión.
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