Jaime ahorró por seis meses el dinero suficiente para hacerse con una terapia para oficinista. Al recoger el modelo en la tienda, descubrió un increíble hecho: el tremendo parecido que tenía con el original. Existían algunos detalles sin acabar pero, como había dicho el encargado de la tienda, era parte del proceso.
Encendió la luz del sótano y lo encontró en el suelo, revolcándose, como un cerdo en su lodo. Tenía los pantalones sucios y un hilo de saliva escurría por su boca. Un olor nauseabundo golpeó con fuerza la nariz de Jaime. Exclamó:
[Seguir leyendo] Flujo y reflujo