Junio de 1952. A Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, viejo y cansado, le cuesta cada vez más atender sus responsabilidades de presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética.
Ahora está repasando futuros proyectos científicos a los que debe dar su aprobación. Uno de ellos llama su atención. Un grupo de científicos de una alejada república ha presentado un proyecto para viajar en el tiempo. Consulta al comité de asesores científicos, y todos le indican que es un proyecto absurdo, sin sólida base científica, y además carísimo. De hecho no debería haber llegado a su mesa, había sido rechazado pero de alguna manera se ha traspapelado. Ante la extrañeza de los asesores, el presidente decide apoyar el proyecto, de hecho darle la máxima prioridad.
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