Por un instante pudo verlo todo claramente: el mar verde e inmenso allá abajo, la sombra de los malditos retorciéndose de rabia bajo la superficie transparente, la brecha radiante y cegadora del puro sol de Cygni que refulgía en su cuerpo como un diamante, la súbita descompresión que la llenaba de burbujas y ya alejándose, el rugoso rubor de la nube que rodaba sobre el mar como una montaña inflorescente. Luego penetró en el nimbo y yació exhausta. Huía desde que los desgraciados del Ágape Furibundo habían perforado la cortina de burbujas que guardaba las fronteras del Rayo de Plata, segura de que iban a matarla. Clara pertenecía al Club del Dub, un clan que llevaba varias estaciones sembrando algas venenosas en el perímetro del fecundo valle submarino, y que hasta el momento había repelido con éxito las incursiones de los diversos grupos vecinos. Las medusas aladas formaban un pueblo numeroso y beligerante, cuyas parcialidades no dudaban en atacarse fieramente por el control de los recursos. Pero Clara estaba encinta.
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