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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 6 de diciembre de 2024

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Artículos de: Giménez, Maximiliano E.

Fase continua

Por un instante pudo verlo todo claramente: el mar verde e inmenso allá abajo, la sombra de los malditos retorciéndose de rabia bajo la superficie transparente, la brecha radiante y cegadora del puro sol de Cygni que refulgía en su cuerpo como un diamante, la súbita descompresión que la llenaba de burbujas y ya alejándose, el rugoso rubor de la nube que rodaba sobre el mar como una montaña inflorescente. Luego penetró en el nimbo y yació exhausta. Huía desde que los desgraciados del Ágape Furibundo habían perforado la cortina de burbujas que guardaba las fronteras del Rayo de Plata, segura de que iban a matarla. Clara pertenecía al Club del Dub, un clan que llevaba varias estaciones sembrando algas venenosas en el perímetro del fecundo valle submarino, y que hasta el momento había repelido con éxito las incursiones de los diversos grupos vecinos. Las medusas aladas formaban un pueblo numeroso y beligerante, cuyas parcialidades no dudaban en atacarse fieramente por el control de los recursos. Pero Clara estaba encinta. 

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Juventud de Mamá Pulpa

Portada número 17

-¡Por Tetis! -dijo Mamá Pulpa- ¡Cuánto hacía que no veía uno de estos!

Mamá Pulpa adoraba hacer referencia a los dioses y tradiciones de los humanos, que probablemente solo ella había estudiado de manera decidida y exhaustiva. Eso le daba la oportunidad no solo de burlarse de los humanos, a quienes detestaba, sino sobre todo de mostrar su superioridad frente a quienes la rodeaban, como correspondía a su estatus. Los pulpos habían desarrollado una inteligencia superlativa y dominado el mundo, de modo que Mamá Pulpa estaba en condiciones de hacer ambas cosas: sin embargo, el número de humanos había descendido tanto que el hermoso pulpo hembra ya no tenía ocasión de cruzarse con ellos. En su juventud, Mamá Pulpa había llegado a conocerlos mejor que nadie, para su zozobra y la mayor grandeza de la raza de los pulpos. Pocos, sin embargo (y entre ellos no se hallaba Mamá Pulpa), conocían el origen del asunto.

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Conversaciones del testículo parásito

¿A quién hablo? Hubo un tiempo en que los hombres dialogaban entre sí, comunicaban, discrepaban en nimiedades y asuntos vitales. En cierto sentido no converso sino conmigo mismo, y en eso no soy diferente de los hombres de esta era, cada uno en su montaña, recogido sobre sí, bajo la burbuja transparente de su armadura. Pero yo aspiro a componer una ruptura, y por eso hablo sólo para mí, pues ¿quién habría de romper la coraza que trabajosamente ha segregado de sí mismo? Quizá esta promesa de un quiebre es precisamente el punto de partida del encierro: cada quien propone romper con el aislamiento, y es allí que se queda solo. Así es como yo, Arciball Pallatus VII, reputado transofista y mutafísico, no tomo de testigo sino al viento y no hago de mis reflexiones sino las conversaciones de un testículo parásito.

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Morgellons blues

Las nubes de plástico

El objeto que cayó del cielo en Roswell, Nuevo México, la noche del 19 de junio de 1947, era tan horroroso que si los halcones que rodeaban al presidente Truman hubieran conocido en ese momento su verdadera naturaleza, habrían arrasado la ciudad bajo una lluvia de bombas de plutonio.

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