Tenía 58 años cuando ella y su equipo de colaboradores dispusieron, en medio de un salón abarrotado de gente, una cajita de Petri en la que se agitaban menos de tres gramos de un gel azulino que revoloteaba. Había lágrimas en los ojos de Anaxandra Minta Calvo, una robusta mujer negra de cabellos encanecidos y ceño fruncido que no dejaba de respirar acezando como si estuviera a punto de colapsar. 'Es vida inducida', dijo al auditorio, y el cuchicheo que se había escuchado minutos antes en la sala de conferencias se transformó en genuino asombro aquí afuera. Luego desplegó un conjunto de imágenes proyectadas sobre una fina película de aire tensado y modulado: allí podían apreciarse cortes y estudios de tejidos, análisis de espectrografía, indicadores autopoíeticos, marcadores de vida, registros de actividad bioeléctrica, planos de flujos y ciclos metabólicos, secuencias de reacciones bioquímicas.
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