Entendiendo la tradición de comer de tu mano,
de tu alma me sirvo para, calladamente,
adentrarme en tu mente.
Hábil como un cero absoluto, recorro tu psique,
ebrio de contratiempo, sereno como el metal;
y me sorprendo ante ti, que vives.
[Seguir leyendo] El último canto del virus antropófago