Me despierto.
Otra vez vuelve a llorar ese maldito bebé del piso de abajo. Y otra vez lloramos a la vez todos los vecinos que vivimos en los pisos alrededor del suyo. Oigo al bebé, pero a mis vecinos no les oigo llorar. No hace falta, les siento llorar. Como ellos me sienten a mí.
Todavía entre lágrimas, me pregunto por qué ahora mismo tengo una erección, esto es absurdo. Ya deben estar follando los vecinos de arriba.
[Seguir leyendo] Estado de empatía