Había algo grotesco en los ojos de aquel libro. Le miraban desde el otro lado del banco, cercados por un centenar de diminutas líneas negras en cuyas irregularidades se adivinaban las letras que las conformaban. Alguien los había dibujado, pestañas incluidas, con un rotulador indeleble.
Era la página de un periódico. Cortada, doblada y pegada a las tapas para evitar que otros supiesen lo que estaba leyendo.
Los ojos de Felipe saltaron a las manos de su dueño, y de ahí a las mangas, a la chaqueta azul, al mentón cuadrado y perfectamente afeitado de su cara. Todo en él le identificaba como un Hombre de Oficina. Anodino. Meticuloso. Sin aspiraciones artísticas. Así pues, ¿Quién había hecho el dibujo? ¿Su hijo? ¿Su mujer? ¿Su amante?...
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