"A mí siempre me ha interesado trabajar
con lo que la alta cultura despreciaba"
Entrevista a Santiago Roncagliolo

Doris Wieser - Stuttgart
dowiesermx@yahoo.com.mx


 

   
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Augsburgo, 20 de julio 2008

 

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), el joven talento peruano, visitó este julio la ciudad de nacimiento de Bertolt Brecht, Augsburgo, donde participó en una discusión en torno a la violencia política.

Antes de su participación en el evento tuve oportunidad de charlar con él. Habíamos quedado delante del Schaetzlerpalais, un palacio estilo rococó que suele albergar eventos culturales como en este caso la “Brecht Connected”. Santiago, un joven relajado, amable y sobre todo muy simpático, reside desde el 2000 en España. Actualmente vive con su esposa y su hijo pequeño en Barcelona donde trabaja como periodista, escritor y guionista. Cuenta con una amplia y polifacética obra en diversos géneros literarios (véase bibliografía al final). Con Abril rojo ganó el prestigioso Premio Alfaguara de novela (2006) y desde entonces se encuentra entre los mejores representantes de la literatura actual de su país. Pasé un rato muy agradable con él en el que nos compartió detalles interesantes en torno a su literatura y su proceso creativo.

Doris Wieser: Escribiste libros para niños, guiones para telenovelas, una obra de teatro, novelas, una non-fiction-novel, un blog de viajes… Me parece extraordinaro que logres saltar con tanta facilidad de un género al otro. ¿No sientes una vocación especial para ningún género determinado?

Santiago Roncagliolo: Pues, al principio no fue una decisión voluntaria, fue por hambre. Porque éste no es un trabajo en el que tú puedes escoger siempre qué es lo que quieres hacer. Y todo lo que fuese trabajo yo decía que sí: escribir telenovelas, sí, o traducciones, o reportajes. Los guiones de telenovela no los escribes en tu casa por inspiración, solamente los escribes si alguien te está pagando por hacerlo. Al principio lo que sabía es que quería escribir, y eso es algo que sólo se aprende escribiendo. Pero luego descubrí además que ahí es donde estaba aprendiendo el oficio. De los discursos políticos, de los reportajes, de los libros para niños salían ideas y recursos que me servían para escribir mejor y entonces empezó a ser algo ya más bien voluntario. Ahora podría sólo publicar libros y vivir, pero sigo haciendo periodismo y sigo experimentando con otros géneros porque me alimenta creativamente.

—¿Y ahora sientes que la novela es el género que prefieres?

—Sí, porque en la novela hay libertad total. No hay jefe, no hay profesor, no hay presupuesto, no te dice nadie nada. Eso es una ruptura también porque finalmente trabajas obsesivamente con una novela y nadie más va a meter la mano en ella. Pero eso es lo que disfrutas. Creo un universo que es totalmento lo que yo quiero, sin ningún condicionamiento, porque uso todo lo que sé de los demás géneros. En mi novela hay mucho de cine, mucho de periodismo, de muchos géneros en los que trabajo.

 

Abril rojo

—Aquí en Alemania te conocemos sobre todo por tu obra Abril rojo. Es una novela policiaca o más bien una novela negra. ¿Qué dices sobre este género? ¿Es un género que te ha gustado desde siempre?

—Yo empecé a leer novelas negras con novelas de Agatha Christie. Me entretenía eso de quién es el asesino, que es el entretenimiento básico del género. Pero no fui un lector muy aficionado al género negro de la época, Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que son los básicos, ¿no? En realidad más fascinado estuve siempre por un género del cine que es el thriller, y en particular por la figura del asesino en serie. Cuando pienso en cuáles fueron mis referentes pienso más en películas que en libros: Seven, The Silence of the Lambs, o en una historieta, incluso, que se llamaba From Hell de Alan Moore. Es una novela gráfica ya muy morbosa que cuenta la historia de Jack el Destripador, pero a la vez trata toda la sociedad victoriana, es decir, de finales del siglo XIX desde la Reina Victoria hasta las putas de la calle Whitechapel. Yo quería hacer algo así, usar un asesino para hablar de toda la sociedad. Por otro lado quería hablar de la guerra interna del Perú. Es una guerra donde murieron 70.000 personas (por partes iguales en la sociedad). Teníamos una sociedad en la que todo el mundo consideraba que había que matar fríamente al otro.

—¿Entonces el tema escogió su género?

—Se encontró con el género. El interés de trabajar en este género y de hacer algo con la figura del asesino en serie, es porque a mí siempre me ha interesado mucho la cultura popular. La novela negra se convirtió en la mejor manera de hablar de un tema que a mí me interesaba, el tema de la guerra, de la violencia, de la muerte. Se convirtió en la mejor manera de tratar el tema de la ambigüedad moral. La diferencia entre el policial y la novela negra es que en la novela negra los personajes son moralmente más ambiguos, los asesinos no son tan malos y los detectives no son tan buenos. Eso es un poco mi impresión de haber hablado y trabajado siempre con terroristas y militares. Ninguno de los dos era el bueno y ninguno de los dos era el malo. Los dos podían hacer cosas brutales y los dos creían que hacían grandes cosas. De manera que la novela negra se convirtió en un género ideal para retratar la ambigüedad moral no solamente de esta guerra sino de estos tiempos.

En el siglo XX era más fácil: Estabas de un lado o estabas del otro, o eras capitalista o eras comunista. Los buenos y los malos estaban más claros, pero el mundo se ha vuelto más complicado y cada vez es más difícil trazar una línea clara, y también de esto me gustaba hablar.

—¿Conocen los lectores peruanos otros escritores latinoamericanos de la novela negra? ¿Circula esta literatura entre los países latinoamericanos?

—Conocemos a los otros escritores latinoamericanos porque publican en España. No llegan por la frontera sino por el aeropuerto. Porque el centro de la industria está en España. Así que por lo general los autores de países latinoamericanos conocen escritores latinoamericanos porque han publicado en España. Pero el género creo que representa muy bien un momento en el que está América Latina que es precisamente que América Latina pasó décadas creyendo en los proyectos revolucionarios, y creyendo que esos eran los buenos. Y luego los proyectos revolucionarios que triunfaron tampoco eran mucho mejores que las democracias a luz. Entonces América Latina se volcó en los 90 hacia la democracia liberal y quince años después tampoco se habían resuelto los problemas de pobreza y de desigualdad. Entonces creo que ahora hay una atmósfera en América Latina muy escéptica de ambas partes y que es muy sensible a la ambigüedad moral y este escepticismo que puede reflejar la novela negra.

—En Alemania así como en muchas otras partes algunos lectores siguen asociando la novela negra con literatura trivial. Me parece que en el mundo hispánico esta conexión no es tan automática, ya que novelas como la tuya salen en el programa general de las grandes editoriales y no en series negras. ¿Has encontrado prejuicios por parte de las editoriales o lectores?

—Yo creo que es una cuestión generacional en todos lados, tanto en Europa como en América Latina. Eso tiene que ver con los cambios desde el siglo XX. Hasta el siglo XX el intelectual representaba la alta cultura y despreciaba la cultura popular por ser alienante y representante de los medios de masas. Pero entre las líneas divisorias que se han ido borrando igual que las líneas entre el mal y el bien, está la diferencia entre la alta literatura y la literatura popular. Toda mi generación creció en un mundo bombardeado por la cultura popular, por la cultura audiovisual, y es esto parte de nuestra cultura. A mí siempre me ha interesado trabajar con lo que la alta cultura despreciaba: Abril rojo es un thriller, hasta cierto punto es una sitcom cruel, pero usa muchas cosas de la televisión, ya ni siquiera del cine. De hecho vivimos en un momento en el que la televisión hace mejores cosas que el cine. Las series de televisión como Los Soprano, The Closer, The Wire o Lost son mucho más experimentales que las películas de cine de Estados Unidos que son completamente convencionales y repetitivas. Entonces creo que es una cuestión de tiempo. Los mayores todavía no se lo creen. La gente mayor en Perú todavía considera que este [el terrorismo] no es un tema del cual se deba hablar en una novela policial. Pero la gente joven al contrario se acerca al tema a partir de una novela que les resulta familiar a su cultura.

—Con la novela negra seguramente alcanzas a más lectores...

—Sí, es curioso lo que pasa con Abril rojo. En Europa es leída como un thriller, pero en América Latina es leída como una novela política. A nadie le importa que sea un thriller. Pero me gusta esto. Mi idea es que le guste a un lector -un lector como yo- al que le interesa un juego con las ideas de la muerte, de la guerra, temas universales. También me gusta que la lea quien está buscando una especie de retrato de la historia, una memoria histórica de América Latina, pero también me gusta que la lea gente que quiere una novela con cadáveres, con descuartizados, y quieren saber quién era el asesino. Que funcionen estos tres registros para mí es importante. No creo que haya que optar por uno o por otro.

—En Abril rojo el personaje principal, Chacaltana, siempre se apega mucho a las leyes que son leyes hechas por blancos y mestizos y tal vez no son aplicables a la realidad andina. Es como si pertenecieran a otro mundo con otras reglas.

—Creo que el conflicto de Chacaltana es ése precisamente. Él vive en un mundo perfecto, es un mundo en el que la Ley y los códigos están ordenados. Todo está sistematizado y organizado y la gente hace las cosas que debe hacer y recibe los castigos que merece. Pero Chacaltana se enfrenta a un mundo que no calza con sus libros y con sus códigos y sus procedimientos. Este mundo real empieza a volar en pedazos sus códigos y sus estrechos márgenes que tenía para comprender la realidad. Creo que la historia de Chacaltana es la historia de la destrucción de su mundo, un mundo que él trae de Lima y que funcionaba en Lima, pero que no puede encajar en el sitio en el que está. Es la historia de cómo se va derrumbando su sentido del bien y del mal y su propia estructura mental porque, llegado cierto punto, ya cualquiera sabe si trabaja para los buenos o trabaja para los malos.

—Y también se vuelve malo porque viola a la chica con la que quería empezar a salir…

—Claro, creo que el psicópata y Chacaltana son dos caras de la misma moneda que se necesitan mutuamente. Dependen el uno del otro y no pueden existir si no está el otro.

—En tu novela se nota algunas veces que entre los campesinos indígenas y los mestizos hay una barrera y una desconfianza profunda. Es como si vivieran varios pueblos en el mismo Perú: indígenas, mestizos, blancos… y otros. ¿Existe algo como una identidad nacional o al menos una conciencia de pertenecer a la misma sociedad? ¿O viven más bien aparte, lado al lado?

—Bueno, es una pregunta interesante. Lo que a mí más me impactaba de toda esta violencia es que ambas partes afirmaban defender a los campesinos, pero ninguna de las dos era campesina. Los mandos de una estaba en Lima y los mandos de Sendero eran de la clase media provinciana, que fueron a la universidad, pero no eran campesinos. Era una guerra para defender dos ideas, una guerra que enfrentaba dos ideas del país, una idea campesina y una idea blanca desde Lima. Pero todos los que libraban esta guerra eran mestizos. Y mestizos son los personajes de la novela. Me interesaba que todo el mundo supiese cómo ocurrió en la guerra: la justicia de escuchar, pero nadie les iba a preguntar a los supuestos ofendidos.

Abril rojo evoca el tiempo de terrorismo bajo el gobierno de Alberto Fujimori. Los años 80 y 90 fueron ciertamente traumáticos para los peruanos por los atentados, las bombas, los apagones, los casi 70.000 muertos y desaparecidos y el constante miedo de salir a la calle. Tu libro evoca los traumas y miedos de muchos peruanos y posiblemente los ayuda a superarlos. ¿Cómo se trabaja hoy día este trauma en la sociedad peruana? ¿Hay una discusión pública sobre este tiempo, sus causas y sus consecuencias?

—Bueno, el conflicto del Perú es muy particular porque las responsabilidades son muy difusas. Es decir, en Chile o en Argentina cuando hubo grandes masacres desde el Estado, estaba clarísimo quiénes eran los malos de la película, porque no habían sido elegidos por la gente. Habían dado golpes de Estado, tenían maquinarias de tortura y de supresión siniestras completamente y hasta estaban vestidos de malos: las fotos de Pinochet dan miedo, ¿no?

Pero en el Perú, la mayor parte de muertes y desapariciones ocurrieron durante la democracia, con gobiernos elegidos por nosotros, de izquierda y de derecha. Los militares tenían una defensa -que yo creo que es impecable- que es que obedecieron órdenes civiles, que obedecían lo que les pidió el país, y que no les parece justo ser juzgados ellos si no se juzga a quienes dieron estas órdenes también, y no sabían lo que estaba ocurriendo. Y hasta cierto punto todo el país sabía lo que estaba ocurriendo. Eso es lo que hace muy difícil mirar este conflicto a la cara porque en el fondo todos nosotros somos los que demandamos a nuestros asesinos. Y por cierto, nosotros queríamos una sociedad donde ninguno de los subversivos pudiera llegar al poder, ¿no? Yo creo que fue el grupo más letal del continente. Eso sí que se ha discutido.

Sin embargo, a mí me ha sorprendido encontrar un país con ganas de pensar en este pasado en otros términos. Hasta ahora estabas de un lado o del otro. Y eso es lo que durante años alimentaban los gobiernos también: o estabas con los terroristas o estabas con nosotros. Es lo mismo que alimenta en realidad cualquier estrategia militar contrasubversiva, eso es lo que hace Estados Unidos: o estás con los terroristas o estás con nosotros. Pero yo tengo una ventaja generacional que es que no soy sospechoso de ninguna parte porque era un niño cuando todo esto ocurría. Entonces cuando yo digo en La cuarta espada que en Perú hubo violencia porque había un nivel de miseria y de desigualdad, es una verdad obvia. Cuando la dice alguien de cincuenta años, es un comunista. Cuando yo digo que los militares obedecían órdenes civiles, es una verdad, es simplemente un dato. Cuando lo dice alguien de sesenta años, es un fascista. El cambio generacional de los que escribimos es una liberación también para mucha gente porque le permite leer esto sin pensar: ¿éste de qué lado está?, ¿éste a quién defiende y qué es lo que nos quiere vender?

 

La cuarta espada

La cuarta espada me parece un libro importante para Perú porque es el primer libro sobre el líder del Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. Pues, a partir de este libro también, la gente puede empezar a repensar esta época del terrorismo…

—La gente joven sobre todo, y en las cárceles también. Fui a las cárceles y fue bien bonita la experiencia de presentar el libro en las cárceles porque en el público había terroristas y militares y gente de inteligencia y gente que vivió todo este proceso desde muchos sitios. En las presentaciones ellos por primera vez conversaban. Por primera vez yo veía que gente que antes se disparaba estaba en el mismo salón, contando su versión, respetando la versión del otro, y escuchándola, y dialogando respecto a lo que pasó.

Algo similar ocurre con la sociedad peruana. Es un libro que puede leer gente de derecha y que puede leer gente de izquierda. Cuenta la versión de los personajes de ambos bandos y va armando la historia desde ambas miradas. Es un libro que no ofrece respuestas, pero a mí me gustaría que cuente cómo esta gente se hizo, y que plantee preguntas importantes: ¿cómo alguien se vuelve terrorista?, ¿cómo te vuelves capaz de ordenar la muerte de decenas de miles de personas?, ¿qué tipo de gente se incorpora en un proyecto de esta naturaleza? y ¿qué efectos produce esto en la sociedad? Me parece un tema interesante no sólo para el Perú sino un tema interesante globalmente.

Curiosamente a los que menos les ha gustado es a los periodistas y a los intelectuales. Hay un problema de formas: esto era una crónica, esto de ir ahí y preguntar a la gente qué pasó. Contar las historias personales, no les parece una manera de hablar del tema. Igual que un policial tampoco les parece una manera de hablar del tema. Esperan una tesis universitaria, esperan un ensayo universitario. Precisamente lo que a mí me gusta en mis libros es hablar de temas profundos de una manera que cualquiera pueda leer. Y eso es lo que ha sido un éxito del libro. Hemos hecho como cuatro ediciones en un mes, es algo paranormal para Perú. Sobre todo la gente joven no tenía una versión de las cosas que pudiese leer y entender. Tenía versiones sobre conceptos abstractos, sobre lucha de clases, sobre autoritarismo, sobre subversión y dictadura. Pero eso es un libro sobre historia de personas y sobre lo que ocurre con ellas.

—¿Van a publicar La cuarta espada en Alemania u otros países?

—No sé. Es muy difícil. De momento lo van a sacar en Brasil. Lo que están esperando muchas editoriales es una novela porque salieron Abril rojo y Pudor. Es difícil que la gente lea este libro como una novela, que es lo que es para mí. Para mí es una historia como A sangre fría [In Cold Blood, 1965] de Truman Capote o como las novelas de Norman Mailer. Es una historia real, pero que habla de un personaje alucinante que trató de destruir un Estado y fue destruido por el Estado. Pero es difícil que esto sea leído así. Sobre todo por el tema político la gente cree que es un libro sobre Perú. El género de la non-fiction, que en el mundo anglosajón es un género muy normal, afuera no es tan común. Pero es una apuesta también. Es lo interesante de jugar con los géneros, de mirar las cosas de otra manera.

La cuarta espada y Abril rojo son resultados de tu investigación que hiciste durante estos tres años que trabajaste en una organización de derechos humanos.

—Sí, en la Defensoría del Pueblo.

—¿En qué consistía tu trabajo ahí?

—Era una institución del Estado para la protección de los derechos humanos y yo trabajaba en una oficina de abogados. Mi función era no saber nada de Derecho y por lo tanto ayudar a comunicar las cosas. La Defensoría no tenía ningún poder, no podía dar órdenes. Su poder realmente no era legal sino moral. Era importante comunicar lo que estábamos haciendo a un Estado que no respetaba los derechos humanos, y a la población. Yo escribía discursos, hacía trabajos de prenta, corregía la redacción de los documentos. Era un trabajo supongo de un asesor de imagen política.

—Fue ahí donde empezaste a entrevistar a los encarcelados…

—Sí, claro, porque necesitaba conocer el trabajo que hacíamos y consistía en entrar a las cárceles y hablar con los presos, pero también con los militares y descubrir así un país que yo no sabía que existía.

 

Pudor

—En tu novela anterior, Pudor, tratas temas totalmente diferentes que en Abril rojo. Son temas más íntimos que tocan cuestiones del comportamiento del ser humano, de la convivencia, del amor, del sexo…. Estos temas no están relacionados de manera directa con Perú. ¿Cómo definirías entonces tu proyecto como escritor en el futuro?

—Sí, la película de Pudor la hicieron en España con actores españoles y no cambió nada, no hubo ningún problema. Para mí no hay proyecto. El proyecto claramente no es narrar Perú. Cuando hablo del Perú como en Abril rojo, no me interesa hacer una guía turística. Escribí sobre el tema del terrorismo y la violencia porque ya no eran temas peruanos. Ya son temas importantes en Nueva York o en Chechenia o en Colombia o en Bagdad. Me interesan los seres humanos. Evidentemente suelo ambientar las cosas en Perú porque es lo que mejor conozco y es donde siempre he vivido y lo siento más natural. Pero la próxima novela, por ejemplo, ocurre en España. Llevo ocho años viviendo en España y no hay proyecto.

—O una preocupación central...

—... que se repite, sí. Mis personajes suelen estar muy solos y enfrentarse a mundos en que no se sienten cómodos, suelen enfrentarse a universos en los que no entienden cuál es su lugar, y parte de su conflicto siempre es encontrar ese lugar. Siempre hay, hasta ahora, muertes y sexo -siempre es un tema. También siempre hay sentido del humor.

Pudor fue hecha película. ¿Habías pensado en esta posibilidad ya al escribir la novela?

—Para mí era natural escribir algo que era muy visual. Es lo que me gusta y supongo que tiene que ver con haber crecido con la cultura audiovisual. Cuando yo era chico la literatura latinoamericana era profundamente ambiciosa formalmente, complejísima, y mucha de la literatura ya ni siquiera contaba historias. Era tan experimental como Tres tristes tigres de Cabrera Infante. Muchos otros ya no tenían interés en contar una historia, era una experimentación pura con el lenguaje. El sitio donde había historias era el cine, el sitio donde tú podías tranportarte a otra realidad y convivir con unos personajes con un escenario distinto. Creo que eso marcó un elemento visual.

Hay otra cosa que tal vez también proviene del cine y es la idea de cambiar de género y cambiar de universo creativo de un libro a otro. Me gusta explorar cada vez un universo creativo distinto. Eso es algo que hacen los directores de cine que pueden dirigir una película intimista o dirigir un thriller u otra película. Me gusta mucho Stanley Kubrik, por ejemplo, que tiene una comedia, y luego La naranja mecánica, y luego Lolita; o Ang Lee que hace La tormenta de hielo, y luego hace Hulk, y luego hace un western gay [Brokeback Mountain]. Esta capacidad de cambiar para mí es importante porque esto es lo que yo busco en los libros cuando los leo y cuando los escribo. Es un viaje distinto cada vez, a escenarios distintos y a personajes distintos.

—¿Estuviste en el set cuando filmaban Pudor?

—Me dejaron aparecer. Yo no soy un escritor que odia la película y que piensa que ahí nadie entiende su trabajo. Más bien llamaba todos los días y preguntaba: ¿Cómo va la película? ¿Puedo ir? ¿Puedo ir? Y fui. Era muy emocionante ver cómo la novela cobraba vida. Confiaba mucho en el director. Y creo que lo hizo muy bien.

 

Tus amigos nunca te harían daño

—Tu obra de teatro Tus amigos nunca te harían daño ya fue presentada en ocho países latinoamericanos…

—Yo no estoy muy orgulloso de mi obra de teatro. Se ha montado en muchos países de América Latina y la están montando ahora en España. Pero es extraño para mí ver esta obra. Fue lo último que escribí antes de irme de Perú. Hablaba mucho de mi mundo y del mundo de la gente con la que yo vivía cuando yo crecía, de una clase media, supongo que bastante decadente, una comedia sobre la gente que tenía veinte años en los 90. Y ahora veo la obra y pienso: ¿así éramos? No me gusta mucho lo que éramos. Pero creo que es muy ágil en los diálogos, creo que es muy ingeniosa. De hecho me sorprende y creo que ya no tengo el ingenio que tenía. Es muy rápida y todo lo que ocurre es a la vez muy divertido y muy ácido. Pero no me reconozco mucho en el universo creativo de la persona que escribió esta obra. Supongo que eso te va pasando con lo que va quedando atrás de tu obra. Supongo que en algunos años ya no me reconozco mucho en Pudor y Abril rojo.

—¿Pero te gustó la experiencia que hiciste con el teatro? ¿Es algo que quieres seguir haciendo?

—Sí, lo he vuelto hacer. He escrito un musical sobre la Rebelión en la granja de Orwell. Aprendí mucho con el musical porque un musical es un gran espectáculo. Lo montamos en Perú y luego hicimos un intento en Barcelona con un grupo, pero no les funcionaba porque Rebelión en la granja es muy coral y un musical según ellos necesita un protagonista más claro. Pero me gustó porque cuando eres novelista puedes resolver las cosas con dos personajes sentados en el café y hablan. En el teatro el director decía: no, eso tiene que ser una procesión o una fiesta, todo se narraba con un gran sentido de espectáculo. Así aprendes. Eso es lo que me gusta mucho. Me gustaría hacerlo más, trabajar más en el teatro, o en el cine también, trabajar con un director que tiene claro lo que quiere hacer con las imágenes y yo ser más bien el provedor de la historia.

—Me parece espectacular que hayas escrito tantos libros y experimentado tantos géneros en pocos años. ¿Cómo trabajas?

—Soy neurótico, obsesivo y trabajo duro y muchas horas, y entonces las cosas salen en plazos relativamente breves. Yo me mudé a España con una idea muy ingenua de qué es ser un escritor. Los únicos escritores profesionales que conocía, vivían en España y eran dos: Vargas Llosa y Alfredo Bryce. Tenía la idea que llegas a España y todo lo publicas y te vuelves escritor en veinte minutos. Ahora me va muy bien, pero en los primeros años era difícil. No tenía ni papeles. Vivía mal. No llegas a fin de mes, no puedes trabajar, no tienes papeles, vives en una casa con veinte personas. Y eso me hacía trabajar mucho porque si eres español te vas a quedar ahí todo el tiempo, si eres extranjero te van a largar de ahí. Entonces vas a intentar seriamente y si no sale, pues, volverás al Perú y trabajarás de cajero de banco.

 

El próximo libro…

—Por último, ¿quieres contarnos algo sobre tu nueva novela o mejor prefieres sorprendernos?

—Ya he dicho una cosa: que ocurre en España. Puedo decir que esta vez no hay terroristas, ni uno. Esta vez nadie muere por arma de fuego [Risas]. Me gusta que la gente llegue a la novela sin ninguna idea preconcebida. Porque la gente ya se forma una idea con las pocas palabras que describen una novela. Cuando yo le decía a mi editora: “Esta es una novela política”, ya pensaba en algo totalmente distinto de lo que era. Y cuando dije que iba a hacer un reportaje sobre Abimael Guzmán todo el mundo pensaba en algo novelado, totalmente distinto de lo que era. Por poco que digas todo el mundo termina por hacerse ideas que generalmente no tienen nada que ver con lo que hago. Sobre todo porque hago cosas relativamente raras o trato temas con herramientas con las que no se suelen tratar. Entonces trato de no adelantar nada.

—Muchas gracias.

 

—Bibliografía: Santiago Roncagliolo

Tus amigos nunca te harían daño. http://www.geocities.com/Athens/3248/amigos.html> obra teatral.

La guerra de Mostark, libro para niños, Lima: Santillana 2001.

Estraños, guión de telenovela, (Premio Petrobrás), 2001.

El príncipe de los caimanes, novela, Barcelona: Ediciones del Bronce 2002.

Rugor, el dragón enamorado, libro para niños, Madrid: Alfaguara 1999.

Crecer es un oficio triste, cuentos, Barcelona: El Cobre Ediciones 2003.

Pudor, novela, Madrid: Alfaguara 2005 (película Pudor http://www.clubcultura.com/clubcine/pudor/home.html, dirigida por Tristán Ulloa, David Ulloa 2007

Matías y los imposibles, libro para niños, Madrid: Ediciones Siruela 2006.

Abril rojo, novela, Madrid: Alfaguara 2006 (Premio Alfaguara).

La cuarta espada: la historia de Abimael Guzma´n y Sendero Luminoso, non-fiction-novel, Barcelona: Debate 2007.

Jet Lag, blog de viajes, Madrid: Alfaguara 2007.

 

© Doris Wieser 2008

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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