Un mundo exasperado de José Angel González Sainz
como paradigma de una construcción edípica

Dr. Alain-Richard Sappi

Department of Foreign Languages and Literatures
Auburn-University, EEUU
sappiari@yahoo.fr


 

   
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Resumen: Este artículo demuestra cómo el psicoanálisis es un método fundamental para dominar los mecanismos que pueden afectar la vida psíquica de un personaje literario. Valiéndome de los trabajos de Sigmund Freud y de Jacques Lacan sobre el complejo de Edipo, pongo de relieve las causas profundas del presente estado mental del protagonista de Un mundo exasperado de González Sainz. El que en la obra del escritor soriano se autodefine como “el último hombre moral” es víctima de las consecuencias del hecho de no haber resuelto durante la infancia el trágico y benéfico complejo de castración, última etapa del complejo de Edipo.
Palabras clave: Literatura, Psicoanálisis, complejo de Edipo.

Abstract: This article shows how psychoanalysis is a fundamental method which can help to understand factors that can affect psychic’s life of literary character. Making use of Sigmund Freud’s and Jacques Lacan’s research on Oedipus complex, I present reals causes of actual mental condition of the main character in Un mundo Exasperado by González Sainz. The main character who defines himself as “el ultimo hombre moral” in the novel of the native writer of Soria, is victim of the fact that he did not solve the tragic castration complex during his childhood. This is the last, but benefit step of Oedipus complex.

 

La función del padre tiene su lugar, un lugar bastante amplio, en la historia del análisis. Se encuentra en el corazón de la cuestión del Edipo, y ahí es donde la ven ustedes presentificada. Freud la introdujo al principio de todo, porque el complejo de Edipo aparece ya de entrada en La interpretación de los sueños. Lo que revela el inconsciente al principio es, de entrada y ante todo, el complejo de Edipo (Lacan 2007: 165).

En la mitología griega, nos encontramos con la figura de Edipo, rey mítico de Tebas, hijo de Layo y Yocasta. Edipo mata a su propio padre ignorando que lo era y se casa con su madre. Este mito sigue siendo hoy en día uno de los legados más destacados que la cultura universal recibe de la helénica. Desde Sófocles, esta figura mítica resiste al paso del tiempo, atraviesa las representaciones teatrales, la narrativa, la poesía, apareciendo a veces bajo formas atípicas reveladoras de lo que Colette Astier considera como historia “d’une longue dégénérescence” (Astier 2000: 1085), o, si retomamos las observaciones de Montserrat Morales Peco cuando centra su estudio en obras de autores de la literatura francesa contemporánea: “[…] nos encontramos a un Edipo en busca de su verdad, que también resulta ser la del hombre, enfrentado al destino, a sí mismo, a su trágica condición” (Morales Peco 2002: 14).

En ningún momento nos debemos extrañar de los derroteros que toma la figura mítica de Edipo, como se puede ver por ejemplo con la imagen apócrifa y decadente del Don Juan que se puede comprobar en algunas obras de la narrativa española contemporánea [1]. Puede decirse que siempre aguanta> el mito la ardua prueba del tiempo, adaptándose a las realidades humanas de cada época.

Al contrario de esta pintura fluctuante, de esta reestructuración del lenguaje de Edipo que nos brindan hoy en día diversas formas artísticas, desde el punto de vista del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939) analizó el tema desde otra perspectiva y llegó a unas conclusiones dignas de tenerse en cuenta para interpretar las conductas humanas. El padre del psicoanálisis se inspira en la tragedia griega para aclarar el sentimiento amoroso que se manifiesta durante la primera infancia en cada niño. En efecto, entre los tres y los seis años el niño manifiesta una inclinación hacia su madre y se vuelve celoso de su padre. Esta conducta, inconsciente, despierta la sensibilidad sexual del niño, asienta las bases de su vida afectiva y condiciona sus relaciones sociales en la madurez. Es, además, uno de los factores ineludibles que forman parte del desarrollo psico-afectivo del niño y es también, desde el punto de vista freudiano,

[…] une situation que tout enfant [2] est appelé à vivre et qui résulte inévitablement de sa longue dépendance et de sa vie chez ses parents, je veux parler du complexe d’Œdipe [3] ainsi nommé parce que son contenu essentiel se retrouve dans la légende grecque du roi Œdipe dont le récit, fait par un grand dramaturge, est heureusement parvenu jusqu’à nous. Le héros grec tue son père et épouse sa mère. Certes, il agit sans le savoir puisqu’il ignore qu’il s’agit de ses parents, mais c’est là une déviation facilement compréhensible et même inévitable du thème analytique (Freud 1964: 59).

Freud recuerda que su estudio es deudor de la leyenda griega e insiste en el carácter inconsciente del comportamiento del niño. Una inconsciencia que preocupa asimismo a la filogenia y que Juan David Nasio (Nasio 2007: 143) intenta precisar en su carácter universal. Según este psiquiatra y psicoanalista, el complejo de Edipo se manifiesta tanto en un niño educado en una familia clásica como en una familia monoparental o reorganizada, en una pareja homosexual e incluso en niños abandonados, huérfanos o adoptados. Durante este periodo, se suceden tres tiempos: el tiempo preedípico, el tiempo del Edipo y la Resolución del Edipo.

En el primer momento, al niño le gusta su propio cuerpo y se siente orgulloso de su órgano genital. Todavía no brota en él “el deseo de ir hacia el Otro, de ir hacia sus padres, más exactamente hacia el cuerpo de sus padres para hallar placer en ellos” (Nasio 2007: 29). Esta indolencia cambia de repente en el tiempo del Edipo, también llamada fase fálica [4] de su evolución libidinosa. A partir de este momento, el niño se vuelve hacia su madre y desea ser poseído por ella. Mientras que en la última fase, la resolución del Edipo, la denegación de la madre le permite “desexualizarla” y el niño comienza a desarrollar una vida afectiva normal.>

Asomándonos a Un mundo exasperado, notamos una ligera variación del esquema. El narrador no hace caso en el relato del momento preedípico y nos damos cuenta de que el autor de Volver al mundo sustituye la figura del padre genitor del protagonista por la del Gobernador, “un político joven para su cargo llamado Arrieta, González Arrieta” (González Sainz 1995: 16). A lo largo de su monólogo autobiográfico en el que una analepsis le permite empezar el relato a partir del día de su nacimiento, el lector subraya una explícita voluntad de apartar a su propio padre de la escena para dar mayor relieve a la función representativa del Gobernador en su vida. Queda así demostrado que la función “Nombre de Padre” puede ser encarnada por cualquiera y no sólo por el padre genitor.

El Valle, espacio donde inicia el relato, no contaba en aquella época con ninguna persona propietaria de un medio de transporte como el coche. Por ser el único que lo tenía, el Gobernador de la Provincia se convierte en uno de los principales protagonistas de la llegada al mundo del personaje narrador:

ya que acabé por franquear el último tramo previo antes de asomarme a este mundo en las más señeras y exclusivas condiciones, esto es, en el vehículo oficial del Sr Gobernador de la Provincia conducido por su chófer particular (González Sainz 1995: 14).

A partir de ahora, el protagonista aludirá muy poco a su propio padre, relegándole al segundo plano mientras que el Gobernador deviene la persona que desempeña el papel de aquél. En los siguientes inventarios de las fotos infantiles, no hace referencia a ninguna en la que aparezcan únicamente su propio padre, su madre y él mismo. Nos dice más bien, de manera exhaustiva:

En muchas fotografías el Gobernador me tiene en brazos como si fuera efectivamente mi padre, como si fuera él en realidad quien me hubiera engendrado y proporcionado la vida y no sólo la hubiese auspiciado o consentido. Hay fotos del Gobernador de cuerpo entero junto a la madre, a la cabecera de la cama, fotos junto a los padres y sobre todo fotos conmigo -con la madre y conmigo, con el padre y la madre y conmigo, y sólo conmigo muchas veces- y su expresión, en la totalidad de ellas, es límpida y honesta, inocente (González Sainz 1995: 17-18).

Aquí, puesto que como dice Jacques Lacan: “hablar de Edipo es introducir como aspecto esencial la función del padre” (Lacan 2007: 170), vemos cómo las fotos hablan por sí solas. El párrafo pone de relieve a partir de las distintas posturas del Gobernador, la imagen de alguien que se apropia el lugar del padre -“de cuerpo entero junto a la madre”, “a la cabecera de la cama”-, para convertirse, desde luego, en uno de los principales “actantes” del triángulo freudiano del complejo de Edipo: el Gobernador, la madre y el protagonista. Esta presencia se solidifica aún más cuando nos dice más adelante: “en la foto, el joven gobernador que propició mi nacimiento y me tiene en brazos en alguna instantánea y en otras está junto a la madre” (González Sainz 1995: 88). Además, en la casa familiar de El Valle, el Gobernador ocupa simbólicamente un espacio con la presencia destacada de un “caballo blanco de porcelana”. Con énfasis, el personaje narrador nos informa que encima de un mueble, “se hallaba como presidiéndolo todo el caballo blanco de porcelana con el que el Gobernador de la Provincia quiso obsequiarnos para mi nacimiento” (González Sainz 1995: 232; el subrayado es nuestro).

El esquema dibujado por Edipo en la mitología griega, en el que se inspiró Freud, se visualiza en la obra de González Sainz cuando el protagonista empieza a manifestar celos respecto a su “padre”, el Gobernador. De buenas a primeras, lo exterioriza a través de la destrucción de lo que encarna la figura de éste en su casa. En el párrafo siguiente, se puede destacar el “crimen” simbólico cometido inconscientemente por el niño, un “parricidio” semejante al de Edipo al matar a Layo:

Yo no creo que tuviera más de seis años aquella tarde de mi infancia en El Valle […]. De repente me levanté, y como embrujado o desconcertado por aquella refulgente blancura, me acerqué a él; lo observé frente a frente con la mayor extrañeza […] y en seguida comencé a imaginarme montado en su grupa, enhiesto, recorriendo al paso itinerarios insólitos y atravesando páramos y bosques al trote […] ‘Como lo rompas vas a ver’, oía tras cada uno de los roces o golpes, […]. El jarrón estaba vacío, cayó y se hizo trizas, se descompuso en mil pedazos minúsculos que se extendieron en un abrir y cerrar de ojos por toda la sala inundada de sol como las pavesas incandescentes de un fuego de artificio (González Sainz 1995: 233).

Con esta destrucción del jarrón, el protagonista se ceba contra su verdadero rival, es decir, la persona que “detiene” el impulso del niño hacia la madre, su objeto de deseo. Las declaraciones de ésta: “Como lo rompas vas a ver”, ilustran la gravedad del acto cometido por el niño y testifica, a la vez, la demolición de su “compañero”, esto es, el que cumple la función de padre. La reacción de la madre denota la pérdida de algo importante. El niño acaba de cometer un “asesinato” [5] por lo que ella se puso a vociferar: “-mi madre se había puesto a chillar- con toda la violencia que le permitía su estupefacción en aquel momento y con un temor extraño e inaugural en los ojos que todavía no ha perdido cuando me mira” (González Sainz 1995: 234). Desde luego, nos enfrentamos con lo que Jean Laplanche denomina:

Forma positiva [pues] el complejo se presenta como en la historia de Edipo Rey: deseo de muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y deseo sexual hacia el personaje del sexo opuesto (Laplanche 1983: 61) [6].

Pues bien, tras esta primera fase, el protagonista, seguro de sus futuros éxitos, orientará la mirada hacia el objeto que lleva mucho tiempo codiciando. En efecto, Sigmund Freud señala que, desde el nacimiento del niño, la madre establece un contacto muy profundo con él. Este contacto se teje a partir de los pechos con los que nutre al niño y se constituye en el primer “objeto erótico” del niño. Un contacto que, a lo largo del tiempo se convertirá en el signo de amor. En la óptica del padre del psicoanálisis, todo ello halaga al niño que se enamora de su madre:

Grâce aux soins qu’elle lui prodigue, elle devient sa première séductrice. […] la mère acquiert une importance unique, incomparable, inaltérable et permanente et devient pour les deux sexes l’objet du premier et du plus puissant des amours, prototype de toutes les relations amoureuses ultérieures (Freud 1964: 60).

Así pues, ya involucrado en sus primerísimas escenas amorosas consideradas por Jacques Lacan como “pubertad psicológica”, padece de la influencia de fuerzas inconscientes. El protagonista de Un mundo exasperado se vale del lenguaje de las flores “arquetipos espirituales, símbolos del alma, cuya significación está vinculada al color” (Deneb 2001: 84), para demostrar a su madre su amor. En este contexto, el tiempo en que ocurre la acción: “Recuerdo que era primavera y que los huertos y jardines de El Valle gozaban de todo su esplendor. Yo había empezado a ir a la escuela” (González Sainz 1995: 243), es un signo, un momento propicio para alegar el amor que uno siente hacia un ser querido. A pesar de su edad, el niño de la obra de González Sainz ya domina la semiótica del tiempo. Así es como, al regresar un día de la escuela, corta una rama pequeña de flores de membrillo de color blanco, símbolo de la pureza y de la inocencia, para complacer a su madre.

Según Juan David Nasio, en este tiempo de Edipo, “el niño seduce para ser seducido” (Nasio 2007: 36). Pero el inconsciente enamorado chocará con el rechazo tajante de la madre: “nosotros no tenemos membrillos en el jardín’ […] ‘estas flores son muy hermosas y es muy hermoso que tú hayas pensado en mí al verlas tan bonitas, pero has robado’” (González Sainz 1995: 244). Un “fracaso” que contrasta nítidamente con el comportamiento específico del niño durante el periodo sexual de la primera infancia. Freud nos dice con estas palabras:

La niñita que quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varoncito, que considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido (Freud 1976: 181).

Sin embargo, en el caso que nos interesa, el rechazo de la madre del protagonista no es un acto que deriva de la presencia de su hermanita Amalia. La madre manifiesta, lógicamente, la condena del hecho de haberse apropiado de una cosa que no le pertenece. Se trata, pues, de un castigo correctivo por parte de la madre pero que, a posteriori, incidirá negativamente en la vida afectiva del protagonista, puesto que, según reconoce Sigmund Freud:

On dit de l’enfant qu’il était psychologiquement le père de l’adulte et que les événements de ses premières années avaient, sur toute son existence, des retentissements d’une importance primordiale (Freud 1964: 58).

Evidentemente, cuando llega el momento de repasar los cuarenta años de su existencia, el protagonista infiere:

Es […] como si aquella corrección y aquella falta de gratitud hubiera inaugurado de algún modo mi vida impartiéndome además la orden y el mandamiento original: ‘Ahora vete, ahora vete y pecha con tu confusión […] (González Sainz 1995: 245).

En efecto, resulta insoslayable decir que, a partir del complejo de Edipo, se dibuja al trazo lo que sería el hombre que hoy escribe su autobiografía. La casi inexistencia de la imagen del progenitor, que el narrador reduce a un mero comparsa durante los momentos en que los padres impregnan al niño los valores que le permiten su integración social, es un detalle alrededor del que pueden multiplicarse pertinentes interpretaciones. Pues, si en detrimento de aquél, el narrador personaje le permite al Sr Gobernador llegar a desempeñar un papel importante en el eje de las relaciones padres-niño, se podría considerar a su padre legítimo como alguien que no cumplió con sus responsabilidades.

Además, como hemos visto arriba, las distintas posturas del Gobernador en las fotos (aunque se puedan también interpretar como el testimonio del reconocimiento de los padres por haber prestado su ayuda al nacimiento del protagonista durante aquella noche invernal) nos permiten preguntarnos si era o no el padre legítimo del protagonista-narrador. Es más, ¿No estaría esto en el origen de las actuales relaciones antagónicas con “sus padres”? No lo sabremos decir con certeza, pero sí se puede afirmar sin el menor atisbo de duda que el rechazo de las flores del membrillo por su madre durante la primera infancia es uno de los elementos que influye en la conducta del hombre que, a fin de cuentas, decide vivir en la soledad. Freud mismo, consciente de haber sido el preferido de su madre Amalia desde la tierna infancia apuntará más tarde:

Las personas que se saben preferidas por su madre dan pruebas en la vida de esta particular confianza en sí mismas, de este inconmovible optimismo, que no rara vez parecen heroicos y llevan a un éxito real [7].

Así, Freud subraya que el niño es psicológicamente el padre del adulto. Sin embargo, esta construcción edípica en Un mundo exasperado no podría percibirse con la máxima claridad si eludiéramos algunas ideas post-freudianas, enunciadas por Jacques Lacan (1901-1981), respecto al complejo de Edipo. En efecto, el psicoanalista francés rompe con el triángulo edípico -padre, madre e hijo- e introduce un elemento novedoso propiciatorio de una estructura en cuatro componentes: padre, madre, hijo y falo.

En este cuadrado, la relación se establece en primer lugar entre la madre, el hijo y el falo. Por la vía imaginaria, ya que existe una complicidad entre la madre y el hijo, éste desea ser su falo. A partir de ahora, el padre, que es una especie de anillo que hace que todo se mantenga unido, establece la ley para que el niño pueda posicionarse en la norma y separarse de su madre. En este sentido, entra en la escena lo que Lacan denomina “el padre terrible”, que actúa como superyó. En otros términos, se trata de un padre que “prohíbe la madre”. Según Jacques Lacan,

Éste es el fundamento, el principio del complejo de Edipo, ahí es donde el padre está vinculado con la ley primordial de la interdicción del incesto. Es el padre, nos recuerdan, el encargado de representar esta interdicción (Lacan 2007: 173).

Llamémoslo siempre con Lacan “la función del padre”, “el Nombre del Padre”, portador de la ley, interdictor del objeto que es la madre (Lacan 2007: 193). En la obra de González Sainz, la madre del protagonista cumple una doble función: la de “Madre-Padre” y de “Madre” a secas. La denegación de las flores del membrillo ofrecidas por su hijo, traduce simbólicamente la denegación de su phallus, “insignia del Padre, insignia de derecho, insignia de la Ley, imagen fantasmagórica de todo Derecho” (Lacan, 1977: 33). Aunque se puede notar cómo la madre actúa como el “Padre” censurador, nos damos también cuenta de que el niño, ahora protagonista narrador de Un mundo exasperado, reniega de esta separación y se queda de por vida apegado al deseo materno. Esta renegación o Verleugnung, forma parte de la psicosis, de la no aceptación de la separación de su madre, lo que conlleva consecuencias desagradables.

>Así pues, se podría comprender el comportamiento antagónico del personaje hacia personas de sexos opuestos, hacia sus amigos, sus colegas y hacia la sociedad en general. Su vida sentimental con Clara, Ana, Sandra, Marta, Blanca, Margarita, etc., nunca fue prolongada. He aquí cómo demuestra suficientemente su incapacidad de entablar una relación permanente con cada una de ellas:

De modo que si Blanca era amable y sencilla, sensual y dicharacha, Ana era por consiguiente complicada y difícil, reflexiva y también sensual. Más tarde dejamos a Ana porque a la que queríamos en verdad era a Blanca, que ya no nos quiere o es mejor que no nos quisiera, y por lo tanto buscamos a otra Blanca como yo busqué a Clara, que era como Blanca y a la que encontré inmediatamente otra Ana, es decir a Marta, de la que esperé y desesperé casi todo porque en realidad yo quería a quien no era Marta ni Ana ni era Blanca ni Clara, sino todas las demás justamente” (González Sainz 1995: 80).

Como si estuviese invadido por lo que Sigmund Freud denomina “histeria de angustia”, el que se considera en la obra de González Sainz como “un hombre en realidad de otra época” (p. 201), manifiesta abiertamente un sentimiento de repugnancia respecto a los hombres de la época en la que vive. Una conducta que resultaría, en parte, de las huellas que se grabaron en su mente durante la fase edípica, periodo en que el protagonista no supo vivir y resolver la “castración”, última etapa del Edipo. Jacques Lacan lo aclara con estos términos:

Cuando el niño vive y resuelve la situación trágica y benéfica de la castración, acepta no tener el mismo Derecho (phallus) que su padre, en particular no tener el derecho del padre sobre su madre que se revela entonces dotada del intolerable estatus del doble empleo (madre padre para el niño, mujer para el padre), pero el asumir no tener el mismo derecho que su padre, gana la seguridad de tener un día, más tarde, cuando llegue a ser adulto, el derecho que le es ahora negado, falto de “medios”. No tiene sino un pequeño derecho, que llegará a ser grande si sabe él mismo volverse grande, una vez que “coma bien su sopa” ([sic] Lacan 1977: 34).

Así pues, la segunda parte de estas observaciones de Jacques Lacan, (“pero el asumir no tener el mismo derecho […] coma bien su sopa”), es lo que no ocurre en el protagonista. Para él, esta resolución del Edipo es una resolución trágica más que benéfica de la castración porque el mecanismo que emplea es el de denegación de esa castración. En su caso, tomando como referencia a Lacan, no llegará a ser grande, porque no sabe volverse grande al no saber comer bien su sopa.

 

Notas

[1] En Lejos de Veracruz, por ejemplo, Enrique Vila-Matas nos presenta una imagen trasnochada de Don Juan Tenorio a partir de los personajes Antonio Tenorio, Máximo Tenorio y Enrique Tenorio.

[2] Conviene matizar esa postura de Freud. Jacques Lacan dirá más tarde que hay niños que no sufren el Complejo de Edipo. Son niños que no entran en la estructura del lenguaje, que no se ven concernidos por la estructura del “Nombre del Padre”. Es lo que se llama “forclusión” del Nombre del Padre. Por eso necesitan una suplencia de ese Nombre del Padre. Es lo que ocurre en la psicosis y en el autismo. (Véase Jacques Lacan, Seminario III. Las psicosis).

       Jean-Paul Sartre, por otra parte, no está de acuerdo con la universalidad del complejo de Edipo del que habla Freud. A su parecer, “C’est la situation de l’enfant au milieu de sa famille qui déterminera en lui la naissance du complexe d’Œdipe : Dans d’autres sociétés composées de familles d’un autre type et, comme on l’a remarqué, par exemple, chez les primitifs des îles de Corail du Pacifique, ce complexe ne saurait se former » (Sartre 1979 : 513).

[3] Freud considera que existe un « Complejo de Edipo femenino » mientras que el médico suizo Carl Gustav Jung se inspira en otro mito griego para hablar más bien del “complejo de Electra”, que traduce el amor de la niña hacia su padre acompañado de celos hacia la madre.

[4] Javier Echegoyen Olleta resume las “etapas del desarrollo psicosexual según Freud”: 1- Etapa oral, entre el primer y el segundo año de vida, caracterizada por la satisfacción de la libido gracias a la actividad de succión; 2- Etapa anal, entre los dos y tres años, la libido se dirige hacia el ano y la expulsión o retensión de las heces le procura satisfacción; 3- Etapa fálica se produce entre los cuatro y los seis años. Se produce el Complejo de Edipo y el Complejo de Electra. 4- Etapa de Latencia o del desarrollo psicosexual situada entre los cinco o seis años y la pubertad. La aparición del superyó reprime sus sentimientos edípicos. 5- Etapa genital o segunda etapa de interés genital, orientación del deseo sexual fuera de la familia. (Javier Echegoyen Olleta, en www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Desarrollo-Psicosexual.htm).

[5] A lo largo de la novela, el protagonista “asesina” dos veces al Sr. Gobernador de la Provincia. El primer asesinato se concreta durante la primera infancia con la destrucción del “jarrón” y la segunda, aproximadamente treinta y cuatro años después, es decir, durante esa misma tarde en la que hace recapitulación de su vida y sale momentáneamente a la calle: “le estrangulaba con todas mis fuerzas y él boqueaba y se ahogaba amoratado, […] Debí dejar su cuello lánguido e inanimado sobre el asfalto” […] González Arrieta […] que fue quien hizo posible literalmente mi venida a este mundo; lo mismo que yo hice posible ayer seguramente su salida de él en esta noche terminal […]” (González Sainz 1995: 392 y 394). Manifestación inconsciente de un crimen premeditado. Pero, al igual que le ocurrió a Edipo en su tragedia, también en este caso, el protagonista mata a quien cumplía la función de padre ignorando a quien mataba.

[6] Nótese que, por el contrario, Jean Laplanche dice que “en su forma negativa, se presenta a la inversa: amor hacia el progenitor del mismo sexo y odio y celos hacia el progenitor del sexo opuesto. De hecho, estas dos formas se encuentran, en diferentes grados, en el complejo de Edipo (Laplanche 1983: 61).

[7] Sigmund Freud, cit. Antonio Hernández Rodríguez, El pensamiento de Sigmund Freud, Editorial Club Universitario, 2001, p. 13 en www.editorial-club-universitario.es/pdf/230.pdf

 

Bibliografía:

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VILA-MATAS, Enrique, Lejos de Veracruz [1995] (2004), Anagrama, Barcelona.

 

© Alain-Richard Sappi 2011

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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