Jean Starobinski | ![]() |
En esta obra, publicada originalmente en 1971, concurren varias circunstacias especiales que la diferencian de otras obras críticas. La primera es la propia escritura de la obra, que es más un trabajo a dos voces. La función de Starobinski se nos presenta calificándole como "compilador, introducción, comentarios y notas". La lectura despeja la sorpresa inicial que esta presentación pudiera causar. Nos encontramos ante la edición de unos cuadernos de notas de Ferdinand de Saussure. El trabajo de Starobinski es de investigación y edición, por un lado, y, además, su palabra se inserta a lo largo de todo el texto con la del propio Saussure, interpretando, aclarando, comentando, etc. El trabajo de Starobinski, que, en cualquier caso, no es sencillo, ya fue objeto de críticas en su momento:
Hay que agradecer a Starobinski el que, desde 1964, fragmento a fragmento haya puesto al alcance de los lingüistas estos documento, indispensables para tener una idea más cabal del Maestro de Ginebra. En todo caso, lo único lamentable es que el editor no estuviera lingüísticamente preparado para esta labor: las raras veces que se aventura en el terreno lingüístico, revela poca solidez. Para tal labor se necesitaba de un conocedor del pensamiento saussureano, como Godel, Engler o De Mauro (Georges Mounin, Los anagramas de Saussure, en La literatura y sus tecnocracias, México, 1983, (1ª reimp. Madrid, 1984), Fondo de Cultura Económica, p. 100)
¿Estamos ante una injusta crítica celosa por parte de los lingüistas que ven profanado al gran "Maestro de Ginebra" por alguien ajeno al campo profesional? 26 años después quizá se vean las cosas de otra manera, especialmente si se tiene en cuenta que los lingüistas no han dedicado demasiado tiempo a esta parcela del maestro ginebrino.
Lo importante, desde mi particular punto de vista -y sin querer convencer a nadie de ello- es el valor simbólico del proceso que se nos describe. Es decir, la lectura que proponemos no es tanto la de si Saussure tenía razón o no, sino la situación en la que se vio envuelto Saussure y su valor representativo.
Para los que desconozcan el fondo del asunto lo resumiremos brevemente. Entre 1906 y 1909, Ferdinand de Saussure se dedicó a una investigación destinada a intentar comprobar un hallazgo que le sorprendió fuertemente. Como él mismo señaló describiendo el suceso en una carta de 1906:
He pasado dos meses interrogando al mosntruo, y operando sólo a tientas contra él pero, desde hace tres días, no avanzo sino a golpes de artillería pesada. Todo lo que escribía sobre el metro dactílico (o más bien espondaico) subsiste, pero ahora, gracias a la Aliteración, he llegado a clave del Saturnio, cuya complicación es distinta de lo que uno se figuraba.
Todo el fenómeno de la aliteración (y también el de las rimas) que observaba en el Saturnio, no es sino una parte insignificante de un fenómeno más general, o más bien absolutamente total. La totalidad de las sílabas de cada verso saturnio obedece a una ley de aliteración, de la prime sílaba a la última; y sin que una sola consonante —ni tampoco una sola vocal— ini tampoco una sola cantidad de vocal, no sea escupulosamente tomada en cuenta (pp. 20-21)
Saussure descubre que las formas poéticas latinas esconden una serie de palabras cuyos sonidos se dispersan para dar forma a la superficie del texto tal como la percibimos. Como señala Starobinski, «Ferdinand de Saussure oye elevarse, poco a poco, los fonemas principales de un nombre propio, separados entre sí por elementos fonéticos indiferentes» (p. 26). Saussure va descubriendo una serie de regularidades en las obras que va analizando que le llevan al convencimiento de que esos "anagramas", esas palabras bajo las palabras, ese «texto bajo el texto», eran una parte esencial de la técnica de composición. Starobinski comenta:
El "discurso" poético no será, pues, sino la segunda manera de ser de un nombre: una variación desarrollada que dejaría percibir, a un lector perspicaz, la presencia evidente (pero dispersa) de los fenómenos conductores.
[...] se tratará de reconocer y reunir las sílabas directrices, como Isis reunía el cuerpo fregmentado de Osiris.
Esto equivale a decir que, apoyando la estructura del verso en los elementos sonoros de un nombre, el poeta se imponía una regla sumplementaria, a gregada a la del ritmo (p. 30)
Como puede apreciarse, el descubrimiento de Saussure podía haber revolucionado el campo de los estudios literarios. Su descubrimiento poseía la importacia suficiente como para haber cambiado las perspectivas del análisis poético. ¿Qué sucedió, entonces? ¿No estaba convencido Saussure de la validez de sus observaciones? Todo lo contrario, y ahí está el interés de la fábula-documento.
Como si de una extraña maldición se tratara, como si esa maldición le hubiera convertido en un Midas del conocimiento, todo lo que Saussure tocaba se le convertía en prueba de su descubrimiento. El procedimiento normal en la investigación científica suele ser un duro proceso de obtención de las confirmaciones de las hipótesis de trabajo. Un primera observación de un fenómeno permite crear una hipótesis que es sometida a prueba mediante la realización de análisis para comprobar si ese fenómeno se repite. Supongo que cuando Saussure observó por primera vez en un texto el fenómeno de los anagramas, pensó que se debían a una característica del autor; posteriormente, cuando lo observó en otros autores diferentes, pensó que era una característica de un período o un tipo de poesía determinado. Pero las pruebas aumentaban, Saltó del latín al griego y el fenómeno se seguía manifestando. Las pruebas se le amontonaban. Donde quiera que buscaba, incluso en textos modernos, aparecía aquella técnica compositiva.
Ingenuamente, podríamos pensar que aquella abundancia de pruebas le habría hecho feliz. Sin embargo, Saussure era un científico y sabía lo que aquello podía significar realmente. Si cuando miramos a cualquier parte observamos una mancha, es que la mancha está en nuestro ojo. Saussure tenía demasiadas evidencias. Por eso era necesario una ayuda exterior. Como la institutriz de Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw), de Henry James, necesitaba que alguien viera los fantasmas con ella para confirmar que no estaba loca, que aquellas presencias no eran figuraciones suyas. A partir de cierto punto, lo demasiado evidente puede ser un peligro.
Un fenómeno de tales dimensiones no podía haber permanecido oculto. Habría sido el secreto mejor guardado de la Humanidad a lo largo de toda su historia. Suponía, por expresarlo claramente, que todos los poetas habrían utilizado una técnica secreta que habría permanecido oculta al resto de los mortales:
Como jamás se ha señalado tal alusión, debemos suponer que los teóricos antiguos de la versificación latina siempre se han abstenido de mencionar una condición elemental y primaria de esta versificación. Por qué han observado silencio es un problema para el cual no tengo respuesta, y que frente, a la escrupulosa observación de todos los poetas (p.114)
«Interrupción significativa», comenta Starobinski, «¡Ni un solo traidor a lo largo de las generaciones.» La soledad de Saussure con su descubrimento es patética. Cada nueva prueba convierte en menos fiable su teoría. La explicación de las reglas nmotécnicas, de la invocación religiosa, etc., van saltando hechas añicos cuando se saltan las barreras espaciales y temporales. ¿Qué quedó del descubrimiento? Recurramos de nuevo a G. Mounin:
El interés que despiertan en la actualidad los anagramas de Saussure no procede tanto del deseo de conocer mejor a Saussure, o del deseo de resolver el problema que él planteaba, como de usarlos para justificar una teoría moderna de la literatura. Jakobson vio en ellos una intuición genial de su propia teoría, según la cual la función poética "descubre el lado tangible [fónico] de los signos" y "proyecta el principio de equivalencia, del eje de selección, al eje de la combinación" (lo que sería precisamente el caso de los hipogramas). Los que no son lingüistas, como Starobinski, van todavía más lejos: la esencia de la creación poética no se encontraría en el poeta, sino en el poder inductor de las palabras (de los hipogramas), que serían, literalmente, la causa, la semilla latente del poema. El poema no sería sino una emanación necesaria; un producto inevitable de las propiedades lingüísticas de las palabras-hipogramas. A medida que nos alejamos del texto, y que nos acercamos a las construcciones literarias, "crece el interés" de los anagramas (p. 8); y así en la publicidad del libro se habla incluso de ellos como de "un descubrimiento de primera importancia", y de la "segunda revolución saussureana".
Siguiendo este impulso, la crítica más verbalista considera sin vacilación que los anagramas son "una reflexión profunda sobre la génesis de un texto literario, o sobre el proceso del habla"; una premonición "de las investigaciones más avanzadas de los lingüistas contemporáneos", que "reafirma las teorías más recientes sobre el lenguaje" y que "confirma de manera deslumbrante las teorías estructuralistas sobre el lenguaje" (Le monde, 7 de enero de 1972): ¡qué mejor demostración de la transformación de la transformación de la cultura científica en una seudocultura periodística, y de la dificultad del trabajo interdisciplinario! (Mounin, pp. 107-108)
Como puede apreciarse, Mounin no tiene demasiada confianza en el descubrimiento de los anagramas y en sus utilizaciones literarias. Nosotros, como ya señalamos al inicio, hemos preferido hacer otra lectura: saltar de la "ciencia" a la "filosofía de la ciencia". La historia de un investigador que renunció a su teoría por tener exceso de pruebas o, si se prefiere, por tenerlas todas menos una, siempre nos podrá servir de parábola y, así, Ferdinand de Saussure —como Sísifo— encontrará un sentido a su trabajo.
Joaquín Mª Aguirre
El URL de este documento es "http://www.ucm.es/OTROS/especulo/numero5/starobin.htm"
Reseñas
|
![]() |