Hermann Hesse, El lobo estepario

   -¿Es usted Pablo?-pregunté.
   -No soy nadie- declaró amablemente-. Aquí no tenemos nombres, aquí no somos personas. Yo soy un jugador de ajedrez. ¿Desea usted una lección acerca de la reconstrucción de la personalidad?
  - Sí, se lo suplico.
  - Entonces tenga la bondad de poner a mi disposición un par de docenas de sus figuras.
  -¿De mis figuras?
  - Las figuras en las que ha visto usted descomponerse su llamada personalidad. Sin figuras no me es posible jugar.

  Me puso un espejo delante de la cara, otra vez vi allí la unidad de mi persona descompuesta en muchos yos, su número parecía haber aumentado más. Pero las figuras eran ahora muy pequeñas, aproximadamente como figuras manejables de ajedrez, y el jugador, con sus dedos silenciosos y seguros, cogió unas docenas de ellas y las puso en el suelo junto al tablero. Luego habló con monotonía, como el hombre que repite un discurso o una lección dicha muchas veces:

  -La idea equivocada y funesta de que el hombre sea una unidad permanente le es a usted conocida. También sabe que el hombre consta de una multitud de almas, de muchísimos yos. Descomponer en estas numerosas figuras la aparente unidad de la persona se tiene por locura, la ciencia ha inventado para ello el nombre de esquizofrenia. La ciencia tiene en esto razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad puede dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. En cambio, no tiene razón en creer que sólo es posible un orden único, férreo y para toda la vida, de los muchos sub-yos. Este error de la ciecia trae no pocas consecuencias desagradables; su valor está exclusivamente en que los maestros y educadores puestos por el Estado ven su trabajo simplificado y se evitan el pensar y la experimentación. Como consecuencia de aquel error pasan muchos hombres por "normales", y hasta por representar un gran valor social, que están irremisiblemente locos, y a la inversa, tienen a muchos por locos, que son genios. Nosotros completamos por eso lo que llamamos arte reconstructivo. Al que ha experimentado la descomposición de su yo le enseñamos que los trozos pueden acomplarse siempre en el orden que se quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad en el juego de la vidaLo mismo que los poetas crean un drama con un puñado de figuras, así construimos nosotros con las figuras de nuestros yos separados constantemente grupos nuevos, con distintos juegos y perspectivas, con situaciones eternamente renovadas. ¡Vea usted!