NÓMADAS - REVISTA CRÍTICA
DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS 13-2006/1 | Universidad Complutense de Madrid | ISSN 1578-6730 |
Sociología de la discapacidad: una propuesta teórica crítica |
Miguel Ferreira |Manuel J. Rodriguez Caamaño >>> CV | CV |
El fenómeno social
de la discapacidad
En el ámbito de
En
este caso, el problema teórico se deriva de la primacía de
una interpretación errónea de la discapacidad, según
la cual ésta sería una «insuficiencia» atribuible
en exclusiva a la persona discapacitada. Cuando lo cierto, sin embargo, es
que discapacidad es un término o concepto que adquiere
un sentido eminentemente cultural, y que como tal, depende del sentido asignado
a otros conceptos culturalmente próximos, fundamentalmente a la idea
que se nos impone de «normalidad». Dicho de otra forma, la discapacidad
no es una característica objetiva aplicable a la persona, sino una
construcción interpretativa inscrita en una cultura en la cual, en
virtud de su particular modo de definir lo «normal», la discapacidad
sería una desviación de dicha norma, una deficiencia, y como
tal, reducible al caso particular de la persona concreta que la «padece».
Resulta,
por el contrario, que el desarrollo de las sociedades avanzadas comporta
un enorme peso del entramado que compone la convivencia colectiva a la hora
de establece el sentido de las conductas, aptitudes y posibilidades de las
personas particulares; más aún hoy en día, cuando se
ha puesto de relevancia la importancia substancial del «Capital Social»
(Bourdieu, 1988)[1]
como recurso optimizable en un número importante de ámbitos
públiocs. Es decir, la «identidad» personal, en nuestra
cultura, se construye en un contexto social, implica una participación
y una convivencia social, y requiere de los recursos –crecientemente ampliados–
de los que este marco social nos provee. En consecuencia, en términos
de identidad, la discapacidad debe ser entendida a la luz de ese marco o
contexo social que determina cual es su sentido. En palabras de Paul Abberley:
«La teoría tradicional (...) sitúa la fuente de la discapacidad
en la deficiencia del individuo y en sus discapacidades personales. En contraposición,
el modelo social entiende la discapacidad como el resultado del fracaso de
la sociedad al adaptarse a las necesidades de las personas discapacitadas»
(Abberley, 1995: 78)
Conviene
tener en cuenta que esta perspectiva que entiende la discapacidad como una
atribución exclusivamente personal o individual, haciendo abstracción
del contexto social en que la misma se constituye, afecta fundamentalmente
a los criterios internacionales establecidos para la taxonomía y evaluación
de los problemas derivados de las minusvalías. Así, por ejemplo,
En esta clasificación
se trata de representar la experiencia de una persona discapacitada según
una lógica que atribuye las desventajas provocadas por dicha discapacidad
a factores «naturales»: esto determina los cuatro niveles de
la clasificación, afección/ insuficiencia/ discapacidad/ minusvalía;
una lesión nerviosa (afección) provoca un deficiente control
motriz (insuficiencia) que dificulta los desplazamientos (discapacidad) conllevando
a una merma en las posibilidades laborales y de higiene –p.e.– (minusvalía)
de la persona. (En adelante emplearemos los conceptos de esta clasificación
según en ella quedan determinados, en particular los de insuficiencia y discapacidad.)
Así,
la minusvalía, la manifestación a nivel funcional y social,
de esa insuficiencia, es concebida como consecuencia de un accidente natural,
una afección, y es en ésta en la que radica exclusivamente todo
el peso de la actuación consiguiente. Vemos, pues, como en los criterios
que se tienen en cuenta para la elaboración de dicha taxonomía
no se incluyen aquellos que tienen que ver con el individuo y su particular
percepción e identidad, socialmente construidas. ¿Qué
percibe la persona minusválida? ¿qué entiende como su problema; la afección
fisiológica que, en términos médicos, desencadena toda
esa serie ascendente de consecuencias, o bien el resultado –«resultado»
según esta clasificación– de la misma, la merma comparativa
de su funcionalidad en comparación con las personas «normales»?
¿cuál sería el modo de actuación adecuado si
la solución de la afección no fuese posible?
Desde
un punto de vista social, hay que tener en cuenta, por el contrario, que
discapacidad y minusvalía se derivan de un patrón cultural
según el cual las actividades humanas se entienden como aquéllas
que llevan –pueden llevar– a cabo las personas «normales» en
un marco social y económico general que las estructura, y que además
dicho entorno está construido por los intereses de las personas no
discapacitadas y lo está para la satisfacción de tales intereses.
Consecuencia inevitable de ello es que, en tanto que fenómeno social
–muy distante de una simple resultante mecánica de una afección fisiológica–,
la discapacidad es construida, a partir de esos intereses estructurantes,
como una forma de opresión: «El término “discapacidad”
representa un sistema complejo de restricciones sociales impuestas a las
personas con insuficiencias por una sociedad muy discriminadora. Ser discapacitado
hoy (...) significa sufrir la discriminación» (Barnes, 1991:
1)
En
nuestro país, desgraciadamente, ninguna iniciativa institucional ha
emprendido la tarea de aplicar una adecuada comprensión sociológica
del fenómeno de la discapacidad, un intento de encuadrar la vivencia
de la persona discapacitada en el contexto de convivencia que marca los criterios
tanto de definición como de adecuación de su existencia en
tanto que discapacitado. Toda medida que tienda a la solución de los
problemas derivados de las discapacidades se inscribe en ese modo de interpretación
que reduce ese fenómeno, fundamentalmente social según la vivencia
de quien lo padece, a la simple consecuencia de una afección fisiológica.
Toda solución que se promueve es una solución enfocada a la
afección, obviando cualquier consideración respecto de esas
componentes socio-vivenciales, las que efectivamente vive y siente la persona
discapacitada.
Esta
línea de actuación institucional es fácilmente comprensible
cuando se comprueba que, correlativamente, padecemos un déficit en
el terreno de las investigaciones sociológicas sobre la discapacidad.
Éste, como muchos otros ámbitos particulares de la investigación
sociológica, está caracterizado por la importación de
los problemas ya pre-fabricados desde otras instancias: no se ha concebido,
sino recibido, el problema sociológico de la discapacidad; no se ha
reflexionado críticamente acerca de la constitución socio-cultural
de la discapacidad como fenómeno contextual y estructural que comporta
una particular definición de la identidad de la persona, identidad
promovida desde intereses ajenos a la persona que la vive.
Padecemos, en ese sentido, un notable retraso
respecto de otros países como, por ejemplo, el Reino Unido, donde
El
hecho social incuestionable es que vivimos en una sociedad en la que las
personas con discapacidad están en desventaja: son discriminadas y
hasta despreciadas. Enfrentarse a dicha depreciación de la persona
discapacitada comporta la tarea de hacer evidentes los procesos sociales
injustos que estructuran a la discapacidad como fenómeno social y,
correlativamente, suscitan y/o conllevan simplemente indiferencia ante la
insuficiencia.
En el mundo actual, empero,
dicha tarea comporta una dificultad añadida, pues en la teoría
y en la práctica políticas se ha instalado una fuerte sensibilidad
antisexista y antirracista, un rechazo hacia las explicaciones –a nuestro
entender, más bien, justificaciones o racionalizaciones interesadas–
biológicas de la desigualdad social: en este clima, cualquier análisis
anclado en las diferencias físicas suscita enormes recelos y provoca
desconfianza en lo que a la realidad constatable de sus fundamentos se refiere.
El marco interpretativo que aquí se defiende parte precisamente de
una «diferencia» anclada en fundamentos biológicos y,
por ello, ha de proceder con enorme cautela.
Discapacidad, opresión
y marginación: la evidencia de una injusticia
Partiendo
de la premisa que aquí se defiende de que la minusvalía constituye
hoy en día un fenómeno social de opresión, una interpretación
teórica del mismo anclada en una perspectiva sociológica habrá
de tener especial cuidado a la hora de especificar las diferencias y semejanzas
que se dan entre la discapacidad y otras formas sociales de opresión.
Así, un adecuado desarrollo de una teoría social de la discapacidad
se encuentra con la ineludible tarea de incorporar la «insuficiencia»
en su marco analítico, pues en última instancia ésta
constituye el substrato material sobre el que se opera la construcción
social de la definición de discapacidad y sobre el que se erigen las
estructuras sociales opresoras que la delimitan.
Desde
esta perspectiva ha de evitarse la consideración de la insuficiencia
como una categoría abstracta, tal cual se hace desde el punto de vista
del modelo fisiológico: la insuficiencia se inscribe y cobra sentido
en un contexto social e histórico que determina su naturaleza. Lo
que una vez pudo haber sido el substrato de la discapacidad, esto es, la insuficiencia
que la determina desde su fundamento material, biológico, en virtud
de esta constitución socio-histórica, se desliza hacia el plano
de la superestructura, de las prácticas e intereses que definen su
manifestación en términos de discapacidad y, consiguientemente,
apunta hacia las formas sociales de opresión en las que la misma se
inscribe.
Así, por ejemplo,
la posibilidad «técnica» de la cura puede ser experimentada
por el discapacitado, no como tal, sino como un imperativo moral, ya que
el sistema social en el que vive se organiza sobre el supuesto incuestionable
de la bondad de la independencia, el trabajo y la normalidad física,
un supuesto anclado en una visión del mundo que no admite excepciones:
se supone que no se puede tolerar la insuficiencia si es evitable, y así,
la posibilidad de cura conduce a la opresión ideológica de
quienes, padeciendo tal insuficiencia, técnicamente evitable, no desean
ser «rectificados».[2]
Desde
la perspectiva sociológica que defendemos, el análisis ha de
enfatizar la falsedad de esa división entre lo natural y lo social
–y/o cultural– propia del modelo fisiológico; sobre esta evidencia,
cualquier distinción entre insuficiencia y discapacidad requiere tener
en consideración la compleja especificidad histórica que es
fundamento de la misma: «Los humanos no son naturales por naturaleza.
Ya
no andamos «naturalmente» sobre las patas traseras, por ejemplo:
males
En
definitiva, lo que se plantea es la deconstrucción sistemática
del concepto «discapacidad»; una deconstrucción de cuyos
resultados se pueda derivar una nueva consideración del fenómeno
a la luz del entramado socio-histórico-cultural que sirve de arquitectura
a su definición y al establecimiento de las estructuras y dinámicas
que lo configuran como una forma de opresión.
Esta
tarea de deconstrucción ya ha sido iniciada, y lo ha sido desde perspectivas
sociológicas de orientación crítica, esencialmente planteamientos
marxistas y feministas (Bynce, Oliver y Barnes, 1991; Liberty, 1994); pero
nuestro planteamiento pretende ir más allá de lo avanzado por
dichas teorías críticas, puesto que no basta, creemos, con identificar
y exponer los problemas fundamentales de la discapacidad remitiéndolos
a su sustrato socio-económico –tal cual es el caso de estas perspectivas
sociológicas críticas–, sino que se trata de orientar nuestra
mirada hacia el futuro para determinar lo que éste les depara a las
personas con insuficiencias en función de los resultados obtenidos
a partir de dichos planteamientos. O de otra forma: si bien los estudios
actuales –y las teorías y prácticas políticas derivados
de ellos– han iniciado ya la tarea de deconstrucción del concepto «discapacidad»,
todavía queda por determinar qué futuro anuncian dichos sistemas
de análisis críticos a las personas con insuficiencias; la
realidad existente tras el concepto está todavía pendiente
de resolución.
Se
trata, en definitiva, de entender qué significaría para las
personas que sufren la opresión social como resultado de su discapacidad
que la misma fuese abolida, qué consecuencias se derivan de las utopías
inscritas en dichos planteamientos críticos para las personas que,
supuestamente, dejarían de ser objeto de la opresión una vez
tales propuestas se llevasen efectivamente a la práctica. Se han de
analizar con idéntico rigor crítico cuáles son nuestras
«previsiones», y ello ha de ser así si queremos evitar,
por descuido y sin la intención real de hacer tal cosa, erigir los
planteamientos y exigencias particulares, históricamente condicionados,
de un determinado sector de personas con discapacidad a la categoría
de principios generales.
Ello implica que consideremos,
desde el mismo punto de vista teórico que empleamos para analizar
el presente, cuál habrá de ser la naturaleza de la insuficiencia
en un futuro en el que la ya no exista la discapacidad –si es que tal mundo,
tal utopía, queremos creer que pudiera llegar a darse–.
Este
es el análisis todavía por emprender. Para su desarrollo se
habrá de evaluar el conjunto de implicaciones que, para el fenómeno
de la discapacidad, se derivan de las principales líneas teóricas
que han tratado de afrontar su estudio desde una perspectiva crítica
fundada en la convicción de que se trata de una forma de opresión
social. Dichas perspectivas incluyen, junto al grueso de estudios alineados
en las concepciones marxista y feminista, algunos que hacen del trabajo el
principal referente para la determinación del fenómeno y aquellos
otros que ponen, por el contrario, el énfasis en la activación
de un nuevo movimiento social propulsor de las demandas de los discapacitados
como medio más eficaz para la construcción de un futuro en
el que sus intereses no sean marginados. Marxismo, feminismo, trabajo y movimientos
sociales son los cuatro ejes teóricos que han de ser sometidos a análisis
en esta segunda tarea de deconstrucción: en estos cuatro frentes se
han desarrollado herramientas que afianzan una compresión de la discapacidad,
en tanto que fenómeno social, que remite a su ineludible sustrato
material, la insuficiencia, al tiempo que de ellos se puede derivar la explicación,
tanto de la opresión de las personas con insuficiencias como una categoría
creada socialmente, como de su histórica exclusión del acceso
al trabajo.
Nuestra pretensión
sería el desarrollo de una línea de investigación empírica
orientada con los parámetros teóricos expuestos: desde una
adecuada concepción sociológica de la discapacidad es posible
redefinir las actuaciones concretas que tienen como objetivo la mejora de
las insuficiencias visuales mediante el diseño y aplicación
de nuevas tecnologías. Pero padecemos el desinterés público
y la falta de financiación; todo apunta a que la dinámica institucional
establecida se halla instalada en una cómoda sordomudez respecto a
propuestas críticas del tipo de la presente; cuatro años después
de iniciado el empeño seguimos a la espera de alguna fuente de financiación…
Hemos
de entender que toda tecnología aplicada a la mejora de la funcionalidad
de las personas con insuficiencias visuales debe ser integrada en el marco
de comprensión de tales personas, puesto que ya no se trata de erradicar
una insuficiencia, sino de adecuar una herramienta a una determinada vivencia
subjetiva de la propia discapacidad. Nos podemos preguntar, incluso, si todas
esas herramientas que facilitan el acceso de los discapacitados visuales
al uso de la informática no estarán, en lugar de ayudándolos
a integrarse en un modo de actuación crecientemente imperante, imponiéndoles,
por el contrario, como una manifestación más de la opresión
social de la que son objeto, un patrón cultural que atiende a intereses
de la mayoría no-discapacitada en el cual «uso informático»
es sinónimo de «normalidad», y que el sentido de su propia
diferencia en cuanto discapacitado pasa, muy al contrario que por la integración
en dicho uso informático, por el rechazo visceral de la informática
como modo de reivindicación de su identidad. Es decir: ¿dichas
herramientas, ayudan realmente a solucionar una dificultad derivada de la
discapacidad o bien contribuyen a incrementar la exclusión social
del discapacitado evidenciando que no es «normal» y que, por
eso, ha de servirse de «ortopedias tecnológicas»? No nos
detenemos a preguntarnos si el discapacitado realmente desea, siendo quien
es, usar la informática; le imponemos la informática y las
herramientas que, facilitando su acceso a la misma, lo señalan como
«no-normal», reforzando la opresión inscrita en su experiencia
vital y marcada por la marginalidad.
¿Cuantos
diseños tecnológicos de este tipo han tenido en cuenta como
paso previo para su desarrollo, estudios encaminados a determinar las «auténticas»
necesidades de la población a la que están destinados, sus propias
demandas, emanadas de su concepción de sí mismos y de su identidad?
¿Sabemos cuánta frustración ha generado la imposición
de tales tecnologías sobre sus usuarios? ¿Conocemos la «rentabilidad»
que para tales personas ha supuesto el uso de estas tecnologías, si
han sentido de hecho mejorada su situación gracias a ellas? Ni antes,
ni durante ni después del desarrollo de esas tecnologías ha
habido investigación alguna que tratase de establecer las dimensiones
sociales que su aplicación puede acarrear a sus usuarios.
La
aceptación de que la discapacidad se constituye como un fenómeno
social implica automáticamente que toda actuación demande un
estudio sociológico que ponga en evidencia la particular «sensibilidad»,
determinada por el contexto socio-cultural, con la que la van a recibir los
sujetos a los que está destinada.
La investigación empírica
de la discapacidad: las técnicas narrativas
La reconstrucción de
ese entramado de estructuras y dinámicas que configuran en cada caso
particular a la discapacidad requiere, a nuestro entender, la aplicación
de un tipo de técnicas de investigación empírica muy
específicas: las técnicas narrativas. Por técnicas o
métodos narrativos entendemos: «...aquéllos que pretenden
describir la experiencia subjetiva de las personas de una forma que sea fiel
al sentido que éstas dan a su propias vidas (...) formas de construir
relatos que permitan un mayor espacio para que actúe la imaginación
y para el uso de escritos creativos como herramientas de investigación
por derecho propio». (Booth, 1998: 253).
Según
la «tesis de la voz excluida», los métodos narrativos
facilitan el acceso a los puntos de vista y a las experiencias de los grupos
oprimidos, que carecen del poder de hacer oír sus voces a través
de los cauces tradicionales del discurso académico. Según observa
Bowker (1993), vivimos en la época de las biografías; una época
en la que la reconstrucción de las experiencias personales, biográficas,
de los sujetos está recobrando la importancia que antaño tuviera
como modelo de comprensión del mundo que es su entorno de experiencia.
El recurso a los métodos narrativos para la reconstrucción
de la experiencia personal y, mediante ésta, el acceso al entramado
vital que configura el sentido con el que los actores sociales viven y sienten
sus vidas permite soslayar lo que Connerton (1989) denomina el «olvido
obligado» que impone el razonamiento abstracto, y en lugar de ello,
nos permite acceder al contenido emocional de la experiencia humana que los
métodos de información objetivos suprimen.
Los métodos narrativos
varían en sus formas y sus propósitos y son aplicables a múltiples
usos (Abrams 1991, Ashe 1989, Lewis 1961, Williams 1991, Bogdan 1974, Parker
1991, Warshaw 1989). Pero en última instancia, están apelando
a la reconstrucción verbal de la experiencia subjetiva, en primera
persona, de los protagonistas de esas experiencias que se pretende encuadrar
en su contexto social de sentido.
Es obvio que la configuración
socio-cultural de la discapacidad como fenómeno se deriva de la existencia
de un discurso «ortodoxo» que determina el sentido adecuado de
la misma como fenómeno; es obvio, a su vez, que dicho discurso no
es de las personas que, de hecho, constituyen la realidad efectiva del mismo,
las personas discapacitadas. Creemos que es igualmente obvio que la contraposición
de un discurso crítico requiere la incorporación de la voz
de quienes entienden, mejor que nadie, a partir de su experiencia vital y
de su concreta capacidad de atribución de sentido, qué es la
discapacidad. Sólo a partir de la experiencia de los propios discapacitados
podremos encontrara cuánto de pertinente es o puede ser ese modelo
sociológico crítico que trata de re-encuadrara en su contexto
el fenómeno de la discapacidad.
El camino subsiguiente es
meridianamente claro: emprender investigaciones concretas que den la voz
a los protagonistas del fenómeno para; a partir de esa información,
lograr un entendimiento más adecuado del fenómeno, en virtud
del cual poder proponer «soluciones» ajustadas a la realidad
vivida que para sus protagonistas tiene la discapacidad. No podemos evitar
culminar este trabajo señalando una vez más que dicha línea
de investigación está, a fecha actual huérfana de financiación,
y que nuestro deseo sería poder emprenderla. Esperamos poder exponer
en breve «resultados» efectivos de dicha línea de actuación,
contentándonos, de momento, con nuestros «buenos propósitos».
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[1] En Noya
(2004) se recopilan algunas de las propuestas de
[2] Podemos,
en relación a esto, considerar el hecho de que una persona que viese
«arregalda» su insuficiencia dejaría quizá de percibir
los subsidios que la cobertura social pudiera estar concediéndole
en virtud de su minusvalía. Es la contraparte asistencial de la discapacidad
tal cual es, actualmente gestionada institucionalmente: dada esa desviación
de la norma, esa insuficiencia, se entiende que el discapacitado necesita
de soportes económicos adicionales pues no es competente por sí
mismo para logra uno de los estándares materiales y culturales propios
de nuestra sociedad, la independencia económica
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