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Pel'arte

Participantes: Casilda Sánchez, Esther Achaerandio, Ramón Redondo, Berta Salinas, Bárbara Fetís, Luis Vasallo, Andrés Ríos

3 de diciembre de 2004 - 10 de enero de 2005 

 

Nunca estarán claros cuáles fueron los orígenes del arte. Faltaría menos. También los perdimos por el camino. Como nos sucede con tantas cosas importantes, no supimos guardarlos como merecían.

 

Pero quizá su origen tuvo que ver con un acto razonable. No estoy dispuesto a discutirlo. El arte siempre se dedicó a producir ciertas dosis de inteligencia. Posiblemente, lo primero que hicimos después de bajarnos del árbol no fue, como algunos dicen, reprimir la tentación de apagar el fuego con la orina, sino intentar ordenar el mundo para conseguir hacerlo habitable.

 

A saber, la capacidad de unas manos femeninas para anudar cosas, cabellos, por ejemplo, tuvo que ver con otro origen femenino del arte. Quería poner algo de orden en lo que la noche tiende siempre a desordenar. Quien haya visto a una mujer hacerse una trenza sobre su cabeza entenderá de qué estoy hablando. Sansón y Dalila (de lilah, la noche la que sabe deshacerlas). Las mujeres nos enseñaron a construir -dibujar- un conjunto resistente a fuerza de ir anudando las líneas que crecen por todas partes, también en nuestras cabezas.

 

Todos lo intuíamos. Texto y tejido comparten la misma etimología, una idéntica lógica común. Para empezar, ambos provienen del latín textus y son términos del todo intercambiables. Los textos son tejidos que se fabrican a fuerza de ir anudando palabras sobre el papel, como los tejidos son textos que se construyen sobre la urdimbre siguiendo una pauta generosa de crecimiento.

 

Por todo ello, a cualquiera le va a parecer completamente razonable y coherente encontrarse con pelos y cabellos expuestos tan cerca de los libros, en el pasillo de una biblioteca. ¿O habría que decirlo al revés? Su presencia nos ayudará a pensar mejor en la tarea del arte y del pensamiento.

 

En cualquier caso, dice un malicioso refrán popular que donde hay pelo, hay alegría. Y lleva razón. Aunque siempre estemos esperando que venga Proserpina a contarnos el único cabello de oro que, al parecer, todos llevamos escondido en la cabeza.

 

Agustín Valle
Madrid, diciembre de 2004

 

 

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