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Antonio Oleaga. Libros, cuadernos y carpetas

 del 9 de febrero al 7 de marzo de 2006

Travesía en papel

Entre la palabra y la pintura Antonio Oleaga abre el espacio de una poética visual, vinculando definitivamente la grafía de la escritura con el trazo del pintor. Los títulos son un eco marítimo de ese trayecto, Apreciaciones del joven Ulises, Muerte de un caballo español, Derroteros I y II, La niebla en Bermeo, la negra Iberia o los Inquisidores, ellos dibujan una orientación y, sobre todo y más importante, construyen una mirada, una determinada forma de mirar que conoce y descubre el peso de la palabra. Con toda propiedad podemos hablar en estos libros de un desbordamiento plástico del texto, superficie de un viaje que conoce el rumbo pero no sigue una única dirección. El libro como tejido cuyo dibujo se forma según el trayecto, según los desplazamientos provocando la aparición de un nuevo espacio que es a la vez imagen y texto; una voz que pronuncia la continuidad entre la mirada y la palabra entrelazados en un mismo sonido. Sin embargo, no se debe olvidar que el papel en el que escribe el pintor tiene una vida anterior, está ya sucio a diferencia de la página en blanco del escritor donde los signos se deslizan sin encontrar resistencia alguna (Roland Barthes). Las páginas del pintor contienen ya el espesor de la pintura, la textura accidentada de un relato que continuamente se va construyendo y deshaciendo ante nuestros ojos.
    Travesía en papel que comenzó con las ensoñaciones del joven Ulises, entre las dunas, allí donde la tierra y el mar se juntan; donde el horizonte, desde la línea de arena, era a la vez, la condición de ver y una posición para decir. Un viaje que encuentra su expresión gráfica en El Derrotero, ese libro de marcas de orientación para la navegación segura que evoca lo fluido; un dejarse llevar que es al mismo tiempo construcción y pensamiento; regularidad y accidente. Con ellos es posible poner nombres al mapa mudo de la Niebla en Bermeo tiene buena memoria y conversar sobre el conflicto entre estética y ética con Cervantes en Muerte de un caballo español. Pero ese itinerario no está exento de caminos extraviados como aquellos que cortaron Los Inquisidores reflejando el extrañamiento del mundo en unos ojos que se niegan a lo que está próximo y vivo; inmóviles, capturados de perfil con cuerpos deformes, tristes seres en contraste con las representaciones de La Negra Iberia, mujeres mulatas y salvajes, atravesados sus rostros por la libertad de los trazos y del color; caras iluminadas por un incendio de las que el artista recibe el sentido de  las palabras, los números y las cosas en un auténtico viaje de retorno. Ulises, siempre, recordemos, viaja para regresar; quizá, allí donde la pintura atrapa e ilumina las palabras y, literalmente, hace florecer el lenguaje como imagen.

Profª Mercedes Replinger

Antonio Oleaga. Texto 





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