Travesía en papel que comenzó con las ensoñaciones del joven Ulises, entre las dunas, allí donde la tierra y el mar se juntan; donde el horizonte, desde la línea de arena, era a la vez, la condición de ver y una posición para decir. Un viaje que encuentra su expresión gráfica en
El Derrotero, ese libro de marcas de orientación para la navegación segura que evoca lo fluido; un dejarse llevar que es al mismo tiempo construcción y pensamiento; regularidad y accidente. Con ellos es posible poner nombres al mapa mudo de
la Niebla en Bermeo tiene buena memoria y conversar sobre el conflicto entre estética y ética con Cervantes en
Muerte de un caballo español. Pero ese itinerario no está exento de caminos extraviados como aquellos que cortaron
Los Inquisidores reflejando el extrañamiento del mundo en unos ojos que se niegan a lo que está próximo y vivo; inmóviles, capturados de perfil con cuerpos deformes,
tristes seres en contraste con las representaciones de
La Negra Iberia, mujeres mulatas y salvajes, atravesados sus rostros por la libertad de los trazos y del color; caras iluminadas por un incendio de las que el artista recibe el sentido de las palabras, los números y las cosas en un auténtico viaje de retorno. Ulises, siempre, recordemos, viaja para regresar; quizá, allí donde la pintura atrapa e ilumina las palabras y, literalmente, hace florecer el lenguaje como imagen.
Profª Mercedes Replinger