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197 cuadernos / almudena falagán

197 cuadernos / almudena falagán

Desde que se me invita a participar en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes, doy vueltas a qué lugar ocupo yo al lado de los cuadernos que se expondrán en las vitrinas. Aparte de ser quien los ha  hecho, pienso en el contenido y en la actitud. He sido alumna y profesora. Pero en el fondo soy pintora. Sin embargo me entran dudas porque, en relación a los cuadernos, ninguna encaja completamente. En el caso de ser pintora, aún me falta mucho trabajo. En el caso de ser profesora, mucha experiencia. El que mejor se acomoda es el de alumna. Como alumna siempre he sido esforzada, y eso me da seguridad. Pero ya no soy alumna. De ese rol quedó, por suerte, el hábito de trabajar en cuadernos. Gracias al hábito del ejercicio en el cuaderno conservo las ganas de aprender y la obsesión de que nunca sé suficiente. Entonces pienso: si sigo aprendiendo, seré aprendiz.

Después de esta aclaración, posicionándome como aprendiz, vuelvo a pensar en el cuaderno. Un poco más tranquila pues, por más que no lo parezca, o se me olvide, reconozco que es un ejercicio. Cada vez que caigo en la cuenta, compruebo en las páginas que no hay nada absoluto, único ni original. Unas páginas dependen de otras y el conjunto, de lo que leo, escucho, veo o pienso.

De entre los cuadernos que se exponen, hay un tipo dedicado sólo al ejercicio. En él se siguen las indicaciones dictadas por un profesor para que no sea ni más ni menos. Es entonces cuando me remonto a la época en que, como alumna, decidí comenzar con el cuaderno del ejercicio de la rosa. Dos semanas antes de la exposición, me pongo en contacto, después de muchos años, con Fabio Santori, que me envía, desde Roma, dos cuadernos de aquella época. Encajan tan bien con mis cuadernos que convierten la exposición en una bonita historia:

En el año 2000 acudo como alumna Erasmus a la Academia de Bellas Artes de Roma. En la clase de grabado, según el Profesor Gian Paolo Berto, soy "la studentessa spagnola" y Fabio el "capoclasse".Tengo que estar muy atenta. Escucho y miro intentando compensar lo que no entiendo. En esa clase me sorprendía un trato especial hacia algunos alumnos. Yo imaginaba "Ah, es que son iniciados". Recuerdo a Flavia Onofrio bruñendo las incisiones en una plancha de cobre del profesor. De vez en cuando el profesor pedía a algunos alumnos que le acompañasen a la calle (la Academia está en el centro de la ciudad). Yo iba. Él continuaba hablando, y era parte de la lección. En otras ocasiones invitaba a personas ajenas a la clase. Recuerdo la cara un poco extrañada de un hombre al que estaba haciendo extensiva la explicación de la práctica del ejercicio en el cuaderno de la rosa.

Me habitué, comprendía algo importante aunque no entendiera todas las palabras. Como creía en el profesor, obedecía sus consejos. Veía al profesor realizar el ejercicio en el cuaderno de la rosa a la vez que hablaba. Veía a Fabio realizar el ejercicio en su cuaderno. Yo también lo intentaba. El profesor me obsequió con una foto de una rosa y con un cuaderno para dibujarla. Al final del curso Fabio se ofreció a encuadernar mis "otros cuadernos", que eran pliegos de papel que fui acumulando durante todo el año. Los transformó en cuatro volúmenes dentro de una caja roja.

Entre los 197 cuadernos  de 2012, están aquellos cuadernos rojos de Roma, las primeras pruebas del ejercicio de la rosa y, para cerrar o comenzar la historia, los cuadernos que Fabio me ha enviado. Uno es su cuaderno del ejercicio de la rosa, el que yo le veía hacer: una rosa dibujada en cada página durante un año. El otro es un obsequio: un cuaderno blanco en blanco.

Almudena Falagán

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