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Los 22 (+1) héroes de Balmis

17 de Octubre de 2016 a las 12:59 h

Probablemente tú no te acuerdes de la viruela. Para conocer algo sobre esta enfermedad tendrás que preguntarle a tu abuela, que quizá recuerde la expresión «estar picado de viruelas». Se usaba hace años para describir a esa persona que tenía lesiones en la cara causadas por la viruela. La enfermedad era muy contagiosa y se transmitía por el aire, principalmente. Como en la mayoría de las infecciones virales solía comenzar bruscamente con síntomas parecidos a una gripe: malestar general, cansancio, fiebre alta, dolor de cabeza,... Pero al cabo de unos pocos días la piel se cubría de unos bultitos que no tardaban en llenarse de líquido, como ampollas, y luego exudaban pus, las pústulas. Un par de semanas después, se secaban las pústulas y se formaban costras que al desprenderse dejaban los hoyuelos típicos en la piel. También eran frecuentes los vómitos, diarreas y hemorragias. Más del 30 % de las personas infectadas podían morir a los pocos días. Los que sobrevivían a menudo quedaban ciegos, estériles y con profundas cicatrices y lesiones en la piel.

Ignacio López-Goñi es Doctor en Biología y catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra. Durante varios años fue investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA). Compagina su labor docente e investigadora con una intensa actividad de divulgación científica a través de blogs, redes sociales y cursos masivos online (MOOC). Es autor de los blogs «microBIO» y «El rincón de Pasteur» de la revista «Investigación y Ciencia». Ha publicado dos libros divulgativos titulados «Las vacunas funcionan» y «Virus y pandemias». Por su gran interés, te invitamos a leer su artículo sobre la viruela.

La viruela (smallpox, en inglés) estaba causada por un virus, del grupo de los Poxvirus. Se cree que la viruela surgió en algún momento al comenzar los primeros asentamientos agrícolas, hace unos 10 000 años, y que se extendió por todo el planeta: desde China al resto de Asia primero, luego a Europa y después al continente americano. Pero la primera evidencia de la viruela proviene de los restos de la momia del faraón egipcio Ramsés V cuyo examen demostró que murió de viruela a los 35 años (para ser más precisos se llamaba Usermaatra-Sejeperenra Ramsés-Amonhirjopshef y fue el cuarto faraón de la dinastía XX de Egipto, durante los años 1147 y 1143 a. C.)

Se cuenta que fueron los hombres de Pánfilo Narváez, que desembarcaron en 1520 en Yucatán (México) para apresar al conquistador Hernán Cortés, quienes introdujeron la enfermedad en América: uno de los pasajeros era un esclavo africano infectado con viruela. Entre otras cosas, los españoles les llevamos el virus. En pocos meses la enfermad se extendió por todo el Imperio Azteca porque la población indígena no había tenido exposición o inmunidad contra el virus antes de la llegada de los españoles. Los brotes de viruela devastaron los Imperios Azteca e Inca y también afectaron a otros indios americanos. Se calcula que en menos de cien años la población azteca pasó de unos 26 millones, cuando llegaron los conquistadores españoles, a 1,6 millones. El propio emperador Moctezuma falleció aquejado de viruela, y probablemente la conquista del Imperio Azteca no habría sido igual sin los estragos de esta enfermedad entre los indios.

En los siglos XVII y XVIII, la viruela asoló Europa y sólo en Inglaterra afectó a más del 90 % de los niños. Sabemos de varios personajes famosos que también padecieron o murieron de viruela: María II de Inglaterra, Pedro II emperador de Rusia y Luis XV rey de Francia, murieron de viruela; Mozart, George Washington y Abraham Lincoln padecieron viruela pero sobrevivieron. La Organización Mundial de la Salud calcula que el virus de la viruela ha sido responsable de más de 300 millones de muertos, solo en el siglo XX, más que las guerras mundiales, la gripe del 1918 o el SIDA, juntos. La viruela ha sido responsable de cientos de millones de muertos y ha influido incluso en muchos hechos históricos.

Los intentos para prevenir esta enfermedad han sido muchos. Ya en el siglo XVI, los hindúes practicaban lo que se denominaba la variolización, que consistía en inocular intencionadamente una pequeña cantidad de costras secas de viruela de un enfermo en una persona sana para exponerla al virus. La infección así transmitida era mucho más leve que cuando se adquiría por vía respiratoria. Y como afortunadamente la viruela solo se pasa una vez en la vida, la persona quedaba así protegida.

La variolización, pulverizar costras desecadas e introducirlas mediante un tubo de bambú por los orificios nasales, ya se practicaba en China en el siglo XI. Fuente: http://www.detectivesdelahistoria.es/wp-content/uploads/2015/03/chinese_variolization.png

La variolización, pulverizar costras desecadas e introducirlas mediante un tubo de bambú por los orificios nasales, ya se practicaba en China en el siglo XI.
Fuente: http://www.detectivesdelahistoria.es/wp-content/uploads/2015/03/chinese_variolization.png

Sin embargo, dependiendo de las personas, esta variolización o infección intencionada era muy peligrosa y podía llegar a causar la muerte en un 3 % de los casos. A pesar de ello, esta práctica ya se usaba en Inglaterra a medidos del siglo XVIII. Con esta experiencia previa, no es de extrañar que en 1796 al médico inglés Edward Jenner (1749-1823) se le ocurriera hacer un experimento pionero en la historia de la vacunación. Ya se conocía que las mujeres que ordeñaban las vacas solían contraer una enfermedad muy leve (les aparecían unas ampollas en las manos), que se denominaba la viruela de las vacas, viruela vacuna o simplemente vacuna. Por tradición popular se creía que las ordeñadoras no enfermaban de la viruela humana. Jenner lo que hizo fue un experimento de variolización en el que en vez de inocular una pústula de viruela humana, empleó el líquido obtenido de unas de esas ampollas de la mano de una de las ordeñadoras, que contenían el virus de la viruela de las vacas. Para ello, empleó como "voluntario" al hijo de su jardinero, un niño de 8 años de edad. El niño tuvo un poco de fiebre, pero permaneció sano. Unos meses después le inyectó el auténtico virus de la viruela humana, y el niño siguió estando sano, nunca padeció viruela, estaba inmunizado. Jenner repitió el experimento con varios "voluntarios" más y comprobó que funcionaba. Denominó a este procedimiento «vacunación», de ahí viene el término. Hoy en día este "experimento" no pasaría el filtro de ningún comité de ética experimental. Pero no olvides que estábamos en el siglo XVIII.

Comenzaron así las primeras campañas de vacunación contra la viruela. Y al mismo tiempo, las críticas: rumores de que al inocularte la vacuna de las vacas te podían salir por el cuerpo ¡apéndices de vaca! A pesar de las críticas, la vacuna de Jenner fue un éxito y hasta Napoleón dio la orden de vacunar a toda su tropa en el año 1805.

Muy pocos años después del experimento de Jenner, en 1803, se organizó la primera expedición filantrópica de la historia: la expedición Balmis para llevar la vacuna al Nuevo Mundo y a Filipinas. En 1802 hubo una terrible epidemia de viruela en los Virreinatos de Santa Fe de Nueva Granada (ahora Colombia) y del Perú y pidieron ayuda al rey español Carlos IV. El rey ya estaba concienciado de la gravedad de la enfermedad porque su propia hija María Luisa la había padecido, y su hermano y su cuñada habían fallecido de viruela, así que se propuso llevar la vacuna hasta el continente americano. Pero, ¿cómo atravesar el océano sin neveras para mantener la vacuna viva y llevarla hasta América en una travesía que solía durar más de un mes? Se había intentado, sin éxito, enviar la vacuna con suero desecado entre dos cristales y sellado con parafina, pero siempre había llegado inservible.

Francisco Xavier Balmis (1753-1819), un médico cirujano de la corte del rey español Carlos IV, propuso al rey una idea descabellada: llevar la vacuna en un "recipiente" humano, algo científicamente osado y éticamente cuestionable, hoy en día. Para mantener la vacuna viva había que inyectarla en la piel de una persona y, cada nueve o diez días, ir traspasando la vacuna de una persona a otra, una "cadena humana" que mantuviera el virus de la vacuna vivo con sus plenas facultades, asegurando así su viabilidad. Para poder tener éxito en semejante hazaña, Balmis se dio cuenta de que necesitaba voluntarios que no hubieran padecido la viruela ni estuvieran ya vacunados, para que no se interfiriera en el proceso inmunitario. Los "recipientes" humanos deberían ser niños. Pero Balmis no encontró ningún padre que estuviera dispuesto a ofrecer a sus hijos para semejante "experimento".

¿Dónde encontrar "voluntarios"? La solución fue recurrir a los niños abandonados en los orfanatos o casas de expósitos o inclusas. Solía tratarse de niños procedentes de partos fuera del matrimonio, o huérfanos de padre en situación de extrema pobreza. Hay que hacer un cierto esfuerzo mental para imaginarnos cómo podía ser la vida en una de esas casas de expósitos de principios del siglo XIX en España. Se recogían varios miles de niños cada año en este tipo de orfanatos y la mortalidad infantil era superior al 50 %. Balmis recurrió a La Casa de Expósitos de La Coruña donde "reclutó" a 18 niños, todos chicos de entre 3 y 9 años, además de otros cuatro de Madrid. Así, el 30 de noviembre de 1803, hace ahora exactamente 213 años, partió del puerto de La Coruña La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a bordo de la corbeta María Pita con 22 niños, que hicieron de cadena humana para mantener la vacuna viva. Balmis exigió que, una vez finalizado el viaje, los niños fueran devueltos a su lugar de origen. Dos de ellos fallecieron en México y del resto nada se sabe.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/21/43/6f/21436f55e04ba4b444342937ee6b62d7.jpg

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Fuente: https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/21/43/6f/21436f55e04ba4b444342937ee6b62d7.jpg

La primera parada de la expedición la hicieron en las Islas Canarias y durante tres años la expedición llevó la vacuna a Puerto Rico, Cuba y México. Ahí la expedición se dividió y un grupo dirigido por Balmis siguió la ruta hacia el norte y llegó hasta Filipinas, Macao y Cantón, introduciendo la vacuna en Asia. Otro grupo, encabezado por el segundo de Balmis, el médico José Salvany y Lleopart (1778-1810) distribuyó la vacuna por Sudamérica (Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú, Chile). Se calcula que se vacunaron más de 250 000 personas.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna ha sido una de las mayores hazañas médicas, la primera misión humanitaria de la historia y la primera campaña de vacunación masiva.

Hoy resulta inaceptable la práctica de mantener la vacuna pasándola de un niño a otro, pero en aquella época en la que no había ni refrigeración, ni contenedores estériles, fue la única forma de transportar la vacuna de Europa a América y de América a Asia. Esta práctica salvó millones de vidas humanas. El último caso de viruela en México es de 1951, unos 150 años después de la expedición de Balmis. Desde mediados del siglo XX ha habido campañas de vacunación masivas contra la viruela por todo el planeta. Así, se ha conseguido que el último caso de infección natural por viruela fuera el 26 de octubre de 1977: Ali Maow Maalin, un joven somalí de 23 años fue la última persona conocida en el mundo que padeció viruela como infección natural. Pero los verdaderos héroes de aquella hazaña fueron esos 22 niños abandonados de los que tan solo  sabemos sus nombres: 

Vicente, PascualMartínJuan FranciscoTomásJuan AntonioJosé Jorge,AntonioFranciscoClementeManuel MaríaJosé ManuelDomingoAndrésJoséVicente María,CándidoFrancisco AntonioGerónimoJacintoBenito y Pascual.

Actualmente, hay un recuerdo con 22 placas con sus nombres y edades en una balconada de la Casa del Hombre de los Museos Científicos Coruñeses.

Plaza recuerdo a los componentes de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en las inmediaciones de la Casa del Hombre (Domus) de La Coruña.

Plaza recuerdo a los componentes de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en las inmediaciones de la Casa del Hombre (Domus) de La Coruña.

Pero nos queda un héroe más, 22 (+1), que ha pasado desapercibido y del que poco sabemos de él,... o de ella, porque, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la ciencia, se trata de una mujer. Una mujer de la que ni siquiera los historiadores se ponen de acuerdo en su nombre (¡hay hasta 35 versiones distintas!): Doña Isabel (Cendala y Gómez). Isabel era la rectora de La Casa de Expósitos de La Coruña. Balmis enseguida se dio cuenta de que para que la expedición lograra llevar con éxito la vacuna a América era imprescindible una persona que cuidara de los niños durante la travesía y al llegar a tierra. Que se ocupara de su aseo y limpieza, de conservarlos sanos y bien alimentados. El viaje iba a ser peligroso y muy incómodo para los niños: mareos, vómitos, gastroenteritis, parásitos, accidentes, ... y no podían atravesar solos el océano con un grupo de rudos marineros. Además, el cambio de Galicia al Caribe, también iba a ser brusco. Había que vigilar las sucesivas inoculaciones de la vacuna, que los niños inoculados no se mezclaran con el resto para que no se contagiaran, evitar que se manipularan las pústulas y no se rascaran, que las inoculaciones se hicieran lo más limpiamente posible,... (si alguna vez has tenido un niño pequeño con varicela, por ejemplo, ya sabrás lo difícil que es que no se rasque y que no se le infecten las pústulas). Gracias a la labor de esta mujer, los niños y la vacuna llegaron al continente americano. Isabel controlaba todo lo relacionado con los niños y fue uno de los pilares de la expedición. Su misión no acabó cuando llegaron a América, sino que continuó con la expedición hasta Filipinas. Después se estableció en México, dónde se le pierde ya la pista.

Existe un total desconocimiento de sus datos personales. Solo sabemos que uno de los 22 niños era suyo, Benito. Balmis buscaba para la expedición una mujer «que acreditara ante el director su buena vida y costumbres, fuera menor de 40 años y de constitución robusta». Se daba preferencia a las solteras o viudas. Isabel tal vez era viuda y debió de ser una mujer de gran fortaleza de carácter, era la rectora de La Casa de Expósitos, una de las grandes obras de beneficencia de Galicia en aquella época.

Desgraciadamente  su figura ha sido muy poco valorada, aunque algunos la hayan definido como una de las primeras enfermeras de la historia. En México existe un Premio Nacional Isabel Cendala y Gómez dedicado a premiar a los profesionales de la enfermería y una escuela de enfermería lleva su nombre. En España, tristemente, es una figura olvidada, excepto en el nombre de una calle en La Coruña (por cierto, Isabel López Gandalla).

El propio Jenner dijo, en 1806, acerca de la expedición de Balmis: «No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como éste». Desgraciadamente algunos de los héroes más importantes de esta hazaña han sido casi olvidados.

En 1980, la Organización Mundial de la Salud declaró erradicada la viruela. Ha sido la primera y, de momento, la única enfermedad infecciosa humana erradicada del planeta.

Bibliografía consultada:

Ignacio López-Goñi y Oihana Iturbide, Las vacunas funcionanPhylicom ediciones, Colección Pequeñas Guías de Salud, 2015.

E. Angulo, «El caso de los niños "vacuníferos"»Cuaderno de Cultura Científica, 24 de febrero de 2014.

S. M. Ramírez Martín y J. Tuells, «Doña Isabel, la enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna», Vacunas, 8(3), 2007, pp: 160-6.

Fuente El Blog de Next Door Publishers

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