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Ediciones Liliputienses

Jorge Posada 12 de Abril de 2016 a las 10:00 h

Nos hemos conocido, Ediciones Liliputienses y la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes, a raiz de Más plata para todos. Desde entonces no hemos parado de intercambiar ideas y gracias a ellos pudimos celebrar nuestro 93 cumpleaños con mucha poesía. Hoy os presentamos esta editorial de la mano de Jorge Posada. 

 

En Los viajes de Gulliver hay una sola referencia a la particular forma de escribir de los habitantes de Liliput:  "no lo hacen de izquierda a derecha, como los europeos, ni de derecha a izquierda, como los árabes, ni de arriba abajo, como los chinos, sino oblicuamente, de uno a otro ángulo del papel". Ese desvío, ese alejarse de las lindes está presente desde el 2011 en el trabajo de curaduría, publicación, diseño y distribución de poesía iberoamericana de las Ediciones Liliputienses. La minuciosa  selección, que privilegia la calidad de la obra sobre otros criterios, realizada por José María Cumbreño es un ejercicio de rigor y apertura en un medio que se caracteriza por la exclusión. 

 

Las colecciones de la Editorial, La biblioteca de Gulliver y Los cuadernos de Mildendo, incluyen a alrededor de setenta autores con una influencia y un magisterio sólido y vasto en nuestros países y a otros cuyo trabajo comienza conocerse. Esta nómina de poetas es uno de los directorios de la ciudad que se llamará Poesía del siglo XXI y que  por momentos parece un cubo rubik con una pieza falsa y en otros es la cancha de tierra donde cada sábado hay partidos de fútbol para un público inexistente y en otros es un par de niños que miran las luces de los autos desde una azotea. Este hilo de nombres es un muestrario de afinidades, de búsquedas y rupturas, es un sitio de convivencia, un parque donde cada uno de los libros fue escrito en una especie de lengua extrajera. Escuchar este tamborileo de nombres es entrever la diversidad de orígenes y direcciones de este continente llamado castellano: Guichard, del Barrio, Cerón, Lafferranderie, Gladys González, Gambarotta, Báez, Medo, Marcela Parra, Courtoisie, Llera, Chaves, Gómez Olivares, Eloy Rodríguez, Wittner, del Pliego, Román, Arteca, Madrid, Raimondi, de la Torre, Francos, Díaz, Hernández Montecinos, Yanko González, Gambarotta, Posada, Barrubia, Yasan, Verástegui, Reyes, Pimentel, Santamaría, Pumarol, Chirinos, Hernández Zurbano, Méndez, Grinberg, Gamboa, Iglesias, Caramelo, Kasztelan, Montalbetti, Henderson, Ortiz, Stonecipher, Cerón, Najarro, Senseve, López Zumelzu, Luján, Pérez Arango, Méndez Rubio, Mestre, Vargas, Fidalgo, Aulicino, Bonilla, Kozer, Diez, Cebrián, Caamaño y Pimienta.

 

Contrario a la idea del bibliotecario del El hombre sin atributos, descubrir solo el catálogo liliputiense y no su contenido es estar perdido, a la deriva, casi como ese símil moderno del naufragio que es permanecer durante varias horas en un aeropuerto: letreros, tiendas, personas y equipaje en tránsito que provocan ansiedad y una sensación incesante de turbación. La imagen que surge al conocer el conjunto liliputiense es la del tokonoma, un punto en el que están contenidos otros libros y tradiciones, otros ecos. El sonido que se produciría si cada uno de los liliputienses leyera simultáneamente sería parecido al que se produce al pegar una oreja al piso y escuchar cada uno de los pasos de una ciudad con más de diez millones de habitantes. El total de los versos, de las estrofas podrían reconstruir la historia de las tradiciones literarias de nuestra lengua, ser una máquina combinatoria no solo para crear textos nuevos, sino para elaborar a partir de esta compilación las jarchas, los millares de versos alejandrinos, los romances y los ramilletes de sonetos y sextinas del pasado, un aparato liliputiense idéntico a un Menard múltiple, tenaz y diminuto. Un video que vaya de una fe provisional a un plato que gira dentro del microondas, de la insistencia de los viajes a sus postales, de los dilemas médicos al crecimiento del desierto, de cuarenta ciudades sin nombre a Blaia, de los demasiados comités a la belleza de los aeropuertos vacíos, de las aduanas a los ríos del futuro, de Bayard Street al cosmorama, de los seamonkeys a nuestra película de las vacaciones, de un Buenos Aires preparando una revolución justa a la lógica de los accidentes, de Drâstel, Borealis, Renga a una guía para perderse en la ciudad.

 

Ediciones Liliputienses se ha convertido, debido a la diversidad de su propuesta estética y de su condición de casa independiente, en un bunker, en una sala donde los autores se detienen a conversar y observar a sus compañeros, donde los lectores logran demorarse con la hechura de los distintos formatos y texturas de los libros. Es un sitio  que aprovecha la tecnología para construirse, las indagaciones y contactos de Cumbreño provienen, en una parte, de su atención a los blogs, a las revistas digitales, a las antologías hechas en la red, lo que representa un extraño viaje: de la persona en Lima que da los últimos toques a un post a la persona que cuida la encuadernación en Cáceres a más de 9, 600 km de distancia. La condición de lugar de convivencia se refuerza al ser Liliputienses quien organiza "Centrifugados. Encuentro de Literatura Periférica" (Reunión de editoriales independientes españolas y latinoamericanas, de escritores y músicos). Al publicar "Psicopompos. Revista de Literatura", la "Revista microscópica de Poesía" y las antologías Diva de mierda, 4m3r1c4 y Lo que la perdiz opina de los finales felices.

Sí, una escritura oblicua, inesperada la de los liliputienses, acompañada por la valentía de Cumbreño de publicar a ciertos poetas en la península ibérica que de otra forma hubieran permanecido en sus provincias, tratando de resolver un rompecabezas de colores o  caminando por un campo de tierra a oscuras.

 

 

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