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Brasil se enmohece

Pablo Gutierrez 29 de Junio de 2016 a las 12:05 h

El Brasil ha abocado miles de millones de euros a la construcción de una línea de ferrocarril que atraviesa el interior árido del país, y todo ello para nada: el proyecto, que acumuló un gran retraso, es actualmente víctima de la corrosión.

Justo después de que se finalizara la construcción, se han abandonado edificios públicos nuevos de trinca con diseños voluptuosos obra del famoso arquitecto Oscar Niemeyer. Incluso se edificó financiado con fondos federales un museo de los ovnis que ha caído en desgracia. Sus vestigios esqueléticos reponen sobre el suelo como un barco hundido entre la algas del fondo marino.

Mientras el Brasil se afana para tenerlo todo a punto para el Mundial de fútbol, las autoridades tienen que hacer frente a una pila de retrasos: algunos de provocados por accidentes mortales a las obras de estadios, algunos otros por sobrecostes. En este país sudamericano se están construyendo líneas de ferrocarril y de autobuses para los forofos al fútbol que no estarán acabadas hasta mucho después de la clausura del campeonato. Aun así, los proyectos para el Mundial son sólo una parte de un problema nacional más amplio que empaña las grandes ambiciones del Brasil: una multitud de proyectos desmesurados concebidos en un momento de crecimiento económico intenso que ahora han quedado abandonados o parados, o bien que se han encarecido desaforadament.

Estas grandes obras tenían que servir de estímulo y de símbolo del auge aparentemente inexorable del Brasil, pero ahora que el país sufre la resaca del boom de años atrás, los proyectos han convertido los dirigentes brasileños en blanco de un alud de críticas y han alimentado las denuncias de derroche de fondos públicos y de incompetencia, mientras los servicios básicos que utilizan millones de ciudadanos continúan en un estado lamentable. Algunos economistas opinan que los problemas que afectan estos proyectos hacen patente la existencia de una burocracia paralizante y de bolsas de corrupción, así como la asignación irresponsable de los recursos.

La construcción de nuevos estadios ha provocado protestas masivas a la calle en ciudades como Manaus y Brasilia, donde hay un número irrisori de espectadores que, casi seguro, dejará un mar de asientos vacíos a los estadios un golpe se hayan acabado los actos del Mundial. Este hecho hace temer que el campeonato pueda dejar atrás todavía más obras faraónicas que no tienen razón de ser. “Se multiplican los fiascos y esto revela un desgavell que, lamentablemente, es sistèmic”, afirma Gil Castello Branco, director de Contas Abertas, un grupo de la sociedad civil que se dedica al escrutinio de los presupuestos públicos. “Estamos abriendo los ojos a la realidad, que es que se ha derrochado una cantidad ingente de recursos destinándolos a proyectos extravagantes mientras las escuelas públicas continúan estando en condiciones pésimas y todavía hay calles sin alcantarillado”.

PESIMISMO DE LOS INVERSORES


La lista de proyectos de infraestructuras empantanegats continúa creciente. Incluye, a guisa de ejemplo, una red de canales de hormigón que se tenía que extender por el interior norteño-este del Brasil, una zona que sufre periodos frecuentes de sequía. El proyecto tenía que estar acabado el 2010 y ha llegado a costar unos 2.500 millones de euros. Así mismo, hay decenas de parques eólicos de nueva construcción que no están operativos porque no tienen conexión a la red eléctrica y hoteles de lujo inacabados que se deterioran entre los rascacielos de Río de Janeiro.

Los economistas consultados por el banco central del país auguran un crecimiento de la economía brasileña de sólo un 1,63 % este año, un porcentaje muy inferior al 7,5% del 2010, cosa que convertiría el 2014 en el cuarto año consecutivo con tasas de crecimiento bajas. Si bien la posibilidad que se produzca una crisis económica todavía parece remota, el pesimismo de los inversores ha ido en aumento. Hace dos meses Standard & Poor’s rebajó la nota de solvencia del Brasil argumentando que se esperaba que el país continuara teniendo un crecimiento muy exiguo durante unos cuántos años.

Y por si el gobierno no tuviera suficientes dificultades, este año afronta elecciones. Una encuesta revelaba en marzo que el apoyo al ejecutivo de Dilma Rousseff ha caído hasta el 36% ante la persistencia de la desaceleración económica, cuando al mes de noviembre era del 43%. Los partidarios de Rousseff esgrimen que el gasto público ha tenido efectos positivos: ha ayudado a mantener el paro en mínimos históricos y ha evitado una frenada económica que habría sido mucho peor si el gobierno no hubiera abocado sus considerables recursos a la construcción de infraestrucures.

Luiz Inácio Lula da Silva, el padrino político y predecesor de Rousseff, puso en marcha muchos de los proyectos de infraestructuras más caros cuando era presidente, entre el 2003 y el 2010. En una entrevista reciente admitió que hay que acumulan retrasos notables, pero adujo que antes de ser investido presidente en el Brasil no se había invertido en proyectos de obra pública durante décadas, de forma que, básicamente, el país tenía que empezar de cero. “Durante 20 años no se impulsaron proyectos públicos de infraestructuras -comentó Da Silva-. No había ni un solo proyecto en cartera”.

De todas maneras, cada vez son más las voces críticas que sostienen que la incapacidad del país a la hora de terminar grandes infraestructuras pone de manifiesto los defectos del modelo brasileño de capitalismo de estado. En primer lugar, argumentan, el Brasil concede una influencia extraordinaria en una red de empresas, bancos y fondos de pensiones controlados por la sido porque inviertan en proyectos mal planificados. Después, otros bastiones de la extensa burocracia de la administración paralizan los proyectos con auditorías y demandas judiciales. “Para empezar, hay proyectos que nunca se habrían tenido que financiar con dinero público”, dice Sérgio Lazzarini, economista de Insper, una escuela de negocios paulistanos, en referencia a los millones de euros de fondos públicos destinados a la reforma del Hotel Glória de Rio, que hasta no hace mucho fue propiedad de un magnate de la minería, Eike Batista. Cuando el imperio de Batista se hundió el año pasado, el proyecto quedó inacabado y resultará imposible tenerlo terminado para el Mundial. “Por el contrario, los proyectos que se merecen recibir financiación pública y lo obtienen -continúa Lazzarini- tienen la difícil misión de tener que hacer frente a los riesgos que crea el mismo estado”.

PUENTES EN MEDIO DEL NADA


El caso de la Transnordestina, una línea ferroviaria que se empezó a construir el 2006 al nordeste del país, ilustra algunos de los obstáculos de los proyectos, tanto los grandes como los más modestos. Las obras se tenían que acabar el 2010 con un coste de unos 1.320 millones de euros. Actualmente, pero, se espera que esta vía férrea que se tiene que extender a lo largo de más de 1.600 km cueste aproximadamente 2.350 millones de euros como mínimo, financiados mayoritariamente por bancos estatales, y que esté acabada hacia el 2016.

Aun así, incluso este plazo parece optimista para las obras abandonadas hace unos meses debido a inspecciones y otros contratiempos en la zona de Paulistana, una ciudad de Piauí, uno de los estados más pobres del Brasil. Hay tramos enormes que continúan abandonados a pesar de que se supone que ya tendrían que pasar trenes de mercancías. Vaqueiros chupados pacen sus rebaños a la sombra de los puentes ferroviarios de 45 metros que se levantan sobre valles resecos. “Los ladrones saquean el metal de las obras de porno portugués”, comenta Adailton Vieira da Silva, un electricista de 42 años que trabajaba, junto con miles de de obreros y técnicos, en la construcción de esta infraestrucura antes de que lo pararan el año pasado. “Ahora el único que queda son estos puentes en medio del nada”, dice.

Algunos economistas afirman que la manera como se gestionan las inversiones en el Brasil puede ser más un obstáculo para el crecimiento que no un estímulo. A pesar de que las autoridades han impulsado que las empresas del sector de la energía construyan parques eólicos, hay decenas de instalaciones que no pueden operar porque no disponen de líneas que las conecten en la red eléctrica. Paralelamente, la industria está neguitosa por la posibilidad que se racioni la electricidad a medida que disminuyen las reservas de agua de las centrales hidroeléctricas debido a la sequía.

También hay otras obras públicas que están vacías. A Natal, por ejemplo, al nordeste del país, las autoridades se han gastado millones de euros en unos edificios curvilíneos diseñados por Niemeyer que se inauguraron el 2006 y el 2008. Casi inmediatamente, pero, quedaron abandonados, y en algunas zonas se instalaron okupas. Ahora las autoridades afirman que tienen previsto renovar los edificios. Otro proyecto de Niemeyer, una torre de telecomunicaciones con forma de flor futurista situada en Brasilia, tuvo un coste de unos 22 millones de euros y, dos años después de inaugurarse, continúa sin estar operativa. También hay el museo de los extraterrestres de Varginha, una ciudad del sudeste del país donde el 1996 los habitantes aseguraron haber visto un alienígena. Se concedieron fondos federales para la construcción del museo, pero hoy el único que queda del proyecto inacabado es una carcasa enmohecida que recuerda un plato volador. “Este museo -protesta Roberto Macedo, profesor de economía de la Universidad paulistana-es un insulto tanto para los extraterrestres cómo para los terrícoles cómo nosotros, que pagamos de nuestro bolsillo un proyecto que no se ha llegado a completar”. Taylor Bames y Rick Gladstone también han contribuido en el artículo informando desde Río de Janeiro y Nueva York.

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