No todos los libros que leemos nos resultan atractivos o tan siquiera buenos. Aun con su cierto interés menos literario que sociológico, es el caso de esta obrita teatral de Alfonso Sastre publicada en 1954 y sometida a la censura de aquel tiempo -y de éste en buena parte-, como la práctica totalidad de su obra. Tierra Roja tiene la característica de la obra evidente cuya metáfora literaria brilla por su ausencia. Alfonso Sastre no se anda por las ramas -en su costumbre de llamar a las cosas por su nombre, lo que es siempre de agradecer en estos tiempos de eufemismos, pero no tanto en el ámbito literario-. Desde las primeras líneas, ya en la puesta en escena, sabemos perfectamente quiénes están de un lado y quiénes de otro; los buenos y los malos gozan de una perfecta clarividencia dramática y le sería difícil al lector no colocarse del lado de aquéllos: Sastre no lo concibe en ningún caso, como es habitual a lo largo de su trayectoria surcada por un maniqueísmo que desluce sin pudor la calidad literaria -acaso lo pretenda-: "Un canto de emoción a unos héroes proletarios" define el propio dramaturgo esta pieza teatral en una entrevista de 2004 en la revista teatral La Ratonera.
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