Ahora que estamos muertos, primera novela de Miguel Rubio nos lleva a caminar por Madrid junto a las personas sin hogar, nos permite realizar visitas a centros donde nunca hemos estado y quizás nunca tengamos la oportunidad de entrar; nos empuja a conocer la soledad, a padecer el frío que traspasa los huesos; a revivir los mágicos 80 y a sentir en las venas el calor de un chute de heroína.
Mientras leemos esta novela, conversamos con Antonio El Manitas, con Juaquin, con Lola, la Sorda o con Cris ahora que están muertos, mejor que muertos; compartimos el bocadillo de mortadela en un parque, el plato de patatas guisadas en un comedor de caridad o las albóndigas con tomate de la cena en el albergue; el vino peleón resbalando por la barbilla o la calentura del Dyc arañando la garganta. Sentimos con ellas y con ellos la nostalgia del pasado, sufrimos sus pérdidas y reímos sus alegrías, vestimos sus harapos y caminamos con sus zapatos, vomitamos sus miedos y secamos sus lágrimas. Porque, en definitiva, eso es lo que hacemos los lectores y lectoras cuando nos seduce una obra y eso es lo que busca el autor cuando nos regala sus palabras.
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