En los últimos años, cuando se hace público el nombre de la persona ganadora del Premio Noble de Literatura lo normal es que no me suene de nada. Svetlana Alexievich no ha sido una excepción.
También tengo que confesar que habitualmente (por algún mecanismo inconsciente del que no estoy orgulloso) no me interese leer a los premios Nobel. Dentro de mi late un pequeño snob que levanta la nariz ante los escaparates de las grandes superficies y que se resiste a leer lo que aclaman las mayorías por prescripción de los medios de comunicación de masas.
Pero no soy inmune a lo que se cuece en las radios, prensa y redes cada vez que se concede un nuevo Nobel y, en este caso, me llamó la atención que hubiera muchos tertulianos, contertulios y voceros que se extrañaban de que el premio fuera para una periodista. "¿Es que la literatura está tan maltrecha?" "¿Es que ya no hay novelistas que lo merezcan?", clamaban La verdad me sorprendieron esas palabras, escuchadas en más de un medio, porque me resultan injustas y absurdas. Parece que los "opinadores" no se han enterado del interés que despierta la no ficción. Del "hambre de realidad" que, en palabras de David Shields, acompaña a este comienzo del siglo XXI. ¿O es que resulta que Montaigne es menos escritor que tanto novelista posterior? Además, no puedo pensar en el periodismo como en algo menor dentro de la literatura porque disfruto y me emociono con textos de Chaves Nogales, Alvaro Cunqueiro, Josep Pla, Ryszard Kapuscinski o Leila Guerriero.
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