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Todo objeto se mantiene en estado de reposo...

Javier Gimeno Perelló 27 de Febrero de 2018 a las 13:48 h

El salvaje son dos historias paralelas que acabarán cruzándose. Una, la de Juan Guillermo, un muchacho devastado por la muerte en un barrio miserable de México Distrito Federal: la de su hermano, primero, asesinado por una banda de jóvenes ultracatólicos, conocida por Los buenos muchachos, protegidos por gente poderosa y adinerada y por la mafia policial; tres años después, la muerte de sus padres y de su abuela, asolados por la desaparición del mayor de los hijos. Huérfano, hundido y solo, Juan Guillermo decide vengar el asesinato de su hermano querido, que era su héroe y modelo a seguir e imitar, y honrar la memoria de sus primogénitos y de su abuela, cuya única razón de vivir era su adorado Juan Guillermo. Sólo el amor por Chelo, a pesar de los celos, consigue salvarle de la desesperación.

La otra historia, inspirada en La llamada de lo salvaje, de Jack London, es la de Amaruq, un indio mestizo de Canadá, empecinado en cazar al lobo más fiero de todo el territorio inuit, Nujuaqtutuq -"salvaje" en esa lengua-, macho alfa de la manada al que ningún otro lobo puede enfrentarle.

Ambas historias tienen en común al lobo como personaje esencial de la novela, quintaesencia del salvaje: el lobo Nujuaqtutuq, y Colmillo, hijo de éste, que por azar del destino fue a parar a manos de Juan Guillermo. Dos lobos y dos clases de violencia: la que ejercen aquéllos, obligados por la supervivencia, y por tanto, bajo el signo de la nobleza porque no es violencia vengativa sino digna, y la violencia descarnada, cruel, despiadada, ésta sí, bajo el dominio de la venganza, que sólo puede ser humana: la que ejerce la banda de ultrarreligiosos contra quienes no comulgan con su verdad fanática, y la del propio Juan Guillermo para conjurar la muerte cruenta de su hermano mayor a manos de aquéllos. La suya se confunde y se identifica con la de Colmillo, su lobo salvaje que los anteriores dueños nunca lograron domesticar y él intenta desesperadamente.

 

 

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Sin libertad no hay arte

Javier Gimeno Perelló 3 de Mayo de 2016 a las 12:33 h

Leonardo Padura. Herejes. Tusquets, 2013

Es un placer contribuir en este blog a una lectura más de un autor esencial como Leopoldo Padura, junto a otros comentarios de grandes novelas suyas como El hombre que amaba a los perros o La novela de mi vida, a los que hay que añadir el publicado por Marta Torres en Folio Complutense, sobre La neblina del ayer. No pocos críticos han calificado Herejes como la mejor de las novelas de quien resultó galardonado con el Príncipe de Asturias 2015. Su última obra, de 2015, es el libro de cuentos Aquello estaba deseando ocurrir

 

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